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Intrigar para morir

Luis González Bravo


 

PERSONAJES

   
    
 

DON ALFONSO DE GUZMÁN.

SEÑORA DE MÁSCARA 1.ª

 
 

EL CONDE DE VALFLORIDO.

ÍDEM. 2.ª

 
 

EL GENERAL DON FERNANDO DE VARGAS.

ÍDEM 3.ª

 
 

MARIANAesposa de este.

CABALLERO DE SALA 1.º

 
 

LUISAcamarera de Mariana.

ÍDEM 2.º

 
 

DON DIEGO.

ÍDEM 3.º

 
 

ROQUE.

ÍDEM 4.º

 
 

JUANAvieja.

DOS CRIADOS.

 
 

UNA MUJER DEL PUEBLO.

SOLDADOSPUEBLO.

 
 

DOS HOMBRES DEL PUEBLO.

  



 

Dedicatoria A mi madrecomo débil prueba

de la veneración y del cariño que

sus virtudes me inspiran.


Luis González Bravo.

Madrid 1.º de Mayo de 1838.

[1]

 

 

Acto primero

El teatro representa la habitación particular de Mariana. En el fondohay dos puertas con colgaduras. En cada lado otra puerta que comunica alo interior de la casa. A la izquierda una mesa con tocador. Entrelos dos balcones del fondo un espejo de vestir: estos muebles como todoslos demás que adornan la habitación deberán ser de mucho lujo.



Escena I



La colgadura de uno de los balcones estará levantada y el balcónabierto dejará ver entre sombras los edificios de la acera de enfrentedébilmente alumbrados por los faroles. Después de alzado el telónhabrá un corto espacio de soledad; enseguida entrará por el balcón elCONDE.

(El CONDE. Después LUISA.)

CONDE.- Perfectamente dispuesto. Nadie me ha visto subir. Mucho vale Luisapara esto de preparar asaltos nocturnos; verdad es que no valgo yo menos paraejecutarlos. A pesar de la falta de costumbre y de lo que estorbaba el capoteapenas agarré la primera barra de la rejaya besaba la barandilla del balcón.Todavía dura el baile. (Suena a lo lejos música.) ¿Quiénpodrá imaginarse que mientras allí danzanentro yo por las ventanas de lacasa? ¿Yoque hace años abandoné la vida galante para pensary ya eratiempo de hacerloen los desmanes de mi fortuna? ¿Yoque en el mundo paso porhombre de alguna importancia...?y sin embargoes evidente que acabo deescalar un [2] balcón; nadie puede dudar de que estoy en casa ajenaen lahabitación de una mujer que no es míay que tiene un marido respetable: si mevieran los que me conocen serían capaces de recordar que he sido en algúntiempo calavera; y vive Dios que se equivocarían si tal pensaran. Nunca hetenido yo más sólido el juicio que esta noche. Parece que viene alguien... (Seoye el ruido de una llave en la puerta de la derecha.)

LUISA.- Señor condeseñor conde.

CONDE.- ¿Luisa?

LUISA.- La función se va acabando; las señoras se retiran; los caballeroslas acompañan; apenas hay quien quiera bailar; sólo en las mesas del écartéqueda alguna gente; de modo que muy en breve se recogerá mi señora.

CONDE.- ¿Y Alfonso?

LUISA.- En este instante acaba de marcharse.

CONDE.- ¿Y no notaste en el rostro de tu ama ninguna emoción?

LUISA.- Mi señora contestó a su despedida con tranquilidad. Él estabaagitadoy la miraba como usted sabe que suele mirarla...pero cuando yo creíque no podía contenersefue cuando el señor le alargó la manoestrechó confuerza la suyay le deseó buen viaje y mejor éxito en su carrera.

CONDE.- ¿Y al fin se fue?

LUISA.- Se fuefijando en mi ama sus ojos con una expresión capaz deconmover un bronce.

CONDE.- ¿Tu señora le contestaría...?

LUISA.- Bajó los suyos y le saludó sin decir una palabra.

CONDE.- Está bien; todo sucede como yo pensaba. ¿Es esta la mesa de que mehas hablado?

LUISA.- Justamente.

CONDE.- (Aparte.) No perdamos tiempo.

LUISA.- Me parece que oigo el ruido de los últimos carruajes. [3]

CONDE.- Pues biendéjame solo antes que alguien nos sorprenda. (VaseLUISA.)



Escena II



El CONDE.

Mañana se marcha Alfonsoy se marcha para siempre... Él estaba agitado;pero ella disimulaba sus sentimientosy esto sucedía cuando pronunciaban elúltimo adiós. ¿Si será verdad lo que en el baile sospeché...? Y el buenodel general sin advertirloni siquiera soñarlo. Es mucha ceguedad la de losmaridos; siempre son los últimos que echan de ver... Esa es la mesa dondeMariana suele guardar sus papeles... Veamos si es cierto lo que yo pensaba. (Abreel cajón y en tanto que busca y lee para las tarjetas de algunoslegajos dice:) Parece cosa singular el viaje de este hombre...ellano hay dudale quiere con extremoy él también está enamorado como untonto...sin embargo emprende su marcha a lo mejor de la intriga. (Saca unospapeles y los mira.) Encontré al fin lo que buscaba: no ha sido enbalde la primera parte de mi visita.

MARIANA.- (Dentro.) ¡Luisa! (El CONDE cierra el cajóny se oculta por la puerta de la izquierda.)

LUISA.- (Dentro.) Mande usted...

MARIANA.- (Ídem.) ¿Hay luz en mi habitación?

LUISA.- (Ídem.) Sí señora.



Escena III



MARIANA. LUISA.

MARIANA.- VeLuisacuida de que se recojany avísame cuando todo esté ensilencio. (Vase LUISAy MARIANA [4] atraviesa lentamente elteatro; llega hasta la mesa principia a destocarse y dice:)Todavía no son más que las dos y media: me queda tiempo suficiente paradescargarme de todos estos adornos. (Un momento de pausa.) Ni unapalabra le dije al tiempo de despedirse. ¡Qué turbación la mía...! Estasflores me abrumaban... ¡Qué nocheVirgen Santa! Bailarfingiendo alegríacuando el alma gime; cantarvelando con amable sonrisa la amargura de ladesesperacióny ver a los demás contentos agitarse entre la muchedumbre parasatisfacer sus deseoscuando yo ni a mí misma puedo revelarme los míos... ¡Esimposible inventar un suplicio más espantoso! Él siempre allíen mipresenciaa mi ladoquemándome con sus miradasestrechándome entre susbrazos cuando bailábamosbañando mi rostro con su alientomurmurandodulcemente mi nombre...y yo obligada a disimular mi desvarío. Porque sialguien conociera lo que pasa en mi almano me supondría inocenteni creeríaque antes de confesar mi pasión he combatido con todas mis fuerzasy que hoymismoen este instantenada he hecho que me pueda humillar a los ojos de mimarido... (LUISA entra.)

LUISA.- Todos descansan yaseñora; ni una mosca se mueve en la casa.

MARIANA.- (Aparte.) Me olvidaba de lo que más importa. (Alto.)¿Y el general?

LUISA.- Creo que también duerme: a lo menos en su cuarto no se ve luz.

MARIANA.- Luisaóyeme(Agitada.) ¿Conoces tú a donAlfonso?

LUISA.- ¡Señora...!

MARIANA.- ¿A don Alfonso de Guzmán?

LUISA.- ¿Es ese caballero joven que hace poco se despedía tan tristementede usted?

MARIANA.- ¿Tú también notabas su pesadumbre? [5]

LUISA.- La disimulaba tan poco...

MARIANA.- Pues bienLuisaese hombre me ama.

LUISA.- Ya lo sé.

MARIANA.- ¿Y quién te lo ha dicho?

LUISA.- Nunca espero yo a que me digan esas cosas.

MARIANA.- Me ama con deliriocomo aman los hombres cuando saben y quierenamar. Yo no le correspondo...no debo corresponderle...porque... soy de otrohombre. Pero él sale mañana de Madriddentro de un mes se embarcará; nuncame volverá a verni yo a escuchar su voz. Tal vez no merece mi cariñoporquemi amor está ya dado; pero es muy digno de mi amistadde una amistad tanardiente como deba yo concedérsela; yoque sólo de este sentimiento puedodisponer en favor de élque con tanta nobleza me quiere.

LUISA.- ¿Y bienseñora?

MARIANA.- ¿No me entiendesLuisa? ¿Ignoras acaso lo que una mujer sufrecuando no espera ver más al que supo cautivar su corazón? ¿Ignoras todavíami deseo? (Suena ruido en el cuarto en que se halla el conde.)¡Ah! ¿Qué es esoLuisa?

LUISA.- No sé...el vientoque sin duda mueve las puertas de los balcones.

MARIANA.- Y ese ¿por qué no está cerrado?

LUISA.- Hacía calor y le abrí... (Suenan dos palmadas en la calle.)

MARIANA.- ¿Has oído?

LUISA.- ¿Quéseñora?

MARIANA.- Ya está ahí. (Se asoma al balcón.)

LUISA.- ¿Quién?

MARIANA.- ¿No lo oyes? (Repiten la seña.)

LUISA.- Sí: he oído dos palmadas.

MARIANA.- Es él; es Alfonsoque al fin va a conocer los martirios de mialmay el fuego en que inútilmente me abraso. Es mi Alfonso; viene a decirmeun adiós eternoa que por una sola vez fije yo mis ojosebrios de amorenlos suyosy lea en [6] sus miradas el sentimiento que me consume a mí también.Luisavamos.

LUISA.- ¿Adóndeseñora?

MARIANA.- Yo te guiaré. (Vanse.)



Escena IV



El CONDE sale de la izquierda y se dirige al balcón.

Ahí está con efecto...le abren la puerta falsa...ya entró... Másfácil le ha sido la entrada que a mí... Mucho se van complicando estos sucesos.No te creía yoseñora míatan apasionadani contaba pasar la noche oyendodesde un escondite consejas de enamorados; pero todo sirve de algo a quien detodo se aprovecha. (Suena ruido dentro por la derecha.) Sin dudavuelven ya la señorala criada y el rondador amante: ellos representan lacomediayo soy el público; se acabó el entreacto y vuelve a levantarse eltelón. (Se entra por la izquierda.)



Escena V



LUISA. DON ALFONSOembozado.

LUISA.- Este es el aposento de mi señora.

ALFONSO.- Dentro de algunos instantes será para mí un sueño lo que ahorame está sucediendo; (Se desemboza.) Sueño de gloria que jamasvolverá a encenderse en mi imaginación. (A LUISA.) ¿Y vendrá prontoMariana?

LUISA.- Al momento. Temerosa de que alguno se despertaseo de que tal vez noestuviese dormido el generalse fuemientras entraba usteda recorrer lashabitaciones y a asegurarse por sí misma... (Se oye un reloj de torre a lolejos que da las tres.)

ALFONSO.- Las tres. [7]

LUISA.- Pero ¿por qué no se sienta usted? (ALFONSO toma una silla y sesienta: mientras habla se va acercando LUISA a la puertadonde se oculta el CONDE.)

ALFONSO.- Mañana no la veré ya. He prometido dejarla para siemprey espreciso cumplir mi promesa. Vivir soloarrastrar las horas y los díascomo elpresidario arrastra su cadenasin que una palabra de consuelo suavice miesclavitud y la borre de mi memoria; amar sin esperanza cuando la vida despliegaa mis ojos la gala de sus primeros años; cuando el sol de la juventud enciendemis deseos y los transforma en visiones de amor y de ventura...tal es latriste suerte que me aguarda en los países que voy a recorrer... Allí al calordel día se desenvolverá cada vez más ardiente mi pasiónsin que en ningunaparte hallen consuelo mis afanes.

LUISA.- (Aparte al CONDE.) Si yo lo hubiera sabidoseñor conde...

CONDE.- (Aparte.) ¡Cuánto tengo que agradecerte Luisa!

LUISA.- Sin embargono va bien esto.

CONDE.- Cada vez mejor.

ALFONSO.- Mucho tarda Mariana.

LUISA.- Si mi señora le ve a usted...

CONDE.- Eso déjalo por mi cuenta.

LUISA.- Es que entonces...

CONDE.- Te entiendomujer. (Saca un bolsillo y se le da.)

LUISA.- ¿Qué es esto?

CONDE.- Un remedio para entonces.

LUISA.- ¡Señor...!

CONDE.- Ahora vete. (Cierra la puerta. MARIANA entra.)

MARIANA.- Luisaretírate.

LUISA.- Cerraré el balcónporque ya me parece tarde.

MARIANA.- (Aparte a LUISA.) No te separes mucho de este cuartoyavísame del menor ruido. [8]

LUISA.- Descuide ustedseñora. (Vase mirando a ALFONSO y a lapuerta de la izquierda.)



Escena VI



DON ALFONSO. MARIANA.

MARIANA.- Al fin has vencidoAlfonso. Lograste de mí lo que nunca creí quepudieras obtener. (Mira a todas partes como recelosa.)

ALFONSO.- Mañana a esta misma horani la esperanza de verte podréalimentar.

MARIANA.- ¿Te complaces en recordarme lo que nunca puede borrarse de mimemoria?

ALFONSO.- Y crecerá cada día la distancia que nos va a dividir para siemprey con ella se acrecentará mi desventura.

MARIANA.- ¡Alfonso!

ALFONSO.- ¿Quién hubiera podido imaginarlocuando ignorantes aún de losmisterios que encerraba lo futuronos entregábamos al halago de nuestrossentimientosy jurábamos amarnos siempre? ¿Quién hubiera pensado entoncesque había de llegar un día en que el mundo anulase nuestro voto y considerasecomo tu crimen el cariño encendido en nuestras almas? Y sin embargola verdades que tú eres la mujer de otro hombreque estás obligada a quererle a élsóloy que si oyes mis palabrasquebrantas el juramento que pronunciaste alpie del altar.

MARIANA.- Ya séAlfonsoque he faltado a mis deberes; ya sé que soy unamujer perjura. ¿A qué recordar lo que no tiene remedio?

ALFONSO.- Perjurasíporque tu amor era míoy porque ante Dios tú erasmi esposa; perjura porque preferiste la riqueza y el rango a la posesión de unalma enérgica que se hubiera consagrado a tu felicidad; porque en mi ausenciasin recordar las [9] horas que pasaste cerca de míni las palabras de amor quetu labio mintióte postraste al pie del sacerdotey pusiste tu mano en lamano de otroy pronunciaste el que nos había de separareternamente.

MARIANA.- ¿Es eso todo lo que tú tenías que decirme? ¿Es eso lo que tedicta tu corazón en este instante en que por última vez nos hablamos? ¿No tebastan mis lágrimasni pudo satisfacerte la suprema obligación que sobre mípesabacuandosin olvidarte por mi desgraciafui la esposa del que no poseíami cariño? ¿Son esas las últimas palabras que yo debía esperar del que tanrendido en otro tiempo ponía a mis pies su vida entera? ¿Porque me veshumillada abusas así de tu poderío?

ALFONSO.- Marianaperdóname. Ni yo sé lo que pienso ni lo que digoni veomás que la inmensidad de mis tormentos. Seré injusto contigopero yo te amocon idolatríayo no puedo dejarte para siempreni mis fuerzas alcanzan a loque exiges de mí; porque tú eres más que mi vidamás que el aire con querespiro y que el alma con que piensoy yo no puedo pronunciar a lo que soy. ¿Sabestú lo que me espera en esos climas adonde tú me destierras? ¿Sabes tú lo quees vivir soloen un mundo desconocidosin amorsin amistadsin esperanzacontando los minutos que nos separan de la muerte? Quieres que me separe de tiporque mi presencia te compromete a los ojos del mundoporque tu virtud peligray tu virtud es hasta ahora tan pura como la idea de un ángel; y en las aras delmundo y en las de tu honra deseas que yo sacrifique todas las ilusiones de mivida. Pues biensi tal deseasmás vale que en este mismo instante acabes conella y te libertes de quien tan peligroso es para tu bienestar.

MARIANA.- ¿Y qué? ¿Serán mis días menos amargos que los tuyos si tú teausentas? ¿Acaso desconoces tú [10] el fuego que me consumey que nosperderási no evitamos las ocasiones de vernos? Mira: hay un hombre ancianocubierto de cicatrices gloriosasque ha depositado su honor en mí: este hombrees mi esposo; no sabe que tú eres el que yo adoro; cree en las palabras míascomo en el valor de su propia persona; respeta mis lágrimasy aun las consuelaalgunas veces. Pues bienpara que yo ceda a tus instanciases preciso engañara ese hombre; es preciso que yo me presente a él todos los díasmintiendovirtud y cariño; y que temerosa siemprefije mis ojos en los suyos paradescubrir hasta la sombra de una sospecha y para prevenirlaes necesario que yole prodigue sin cesar las mismas caricias que tú reclamarías también; esmenester que me ofrezca a la vista de la sociedad espléndida y lujosa; quearrostre sus sarcasmosy que al torbellino de sensaciones amargas que produzcami presenciaresponda con sonrisas amablesimploraciones humildes de perdónque sellarán mi caracomo sellan los amos la mejilla de sus esclavos. Uninstante decidirá entonces de nuestra suerte. DimeAlfonso¿tendrás valoren tal caso para cruzar tu espada con la de mi marido? ¿Tu brazo ágil y fuertelucharácon aquel brazo debilitado por la edady robustecido por la justicia?¿Podrás quitar la vida al hombre a quien robes la honra? ¿Lavará él suafrenta con tu sangre? Sobre todo¿borrará de mi frente el deshonor que memancille?

ALFONSO.- ¿Y qué me importa a mí esa que tú llamas justicia? ¿Ni quédebo yo a esa sociedad que tú eriges en juez de nuestras acciones? Yoa quienel mundo destierra de sí porque soy pobre y porque no mientoque no soy nobleni quiero serlo a costa de la ignominia que envuelven muchos blasonadospergaminosque no puedo escalar los palacios de los reyes porque no sé adulara los lacayos de [11] sus lacayosni conozco los medios de enriquecerme; yoque sólo sé pensar¿qué le debo a ese mundo mezquinocompuesto demezquinos insectosesclavos de lo que fueorgullosos de lo que eseignorantes de lo que será? ¿Qué debo yo a esos hombres? ¿Qué pueden exigirde mí esas mujeres? Y tú que las temes y los respetas¿qué les debes?

MARIANA.- Callacalla...Alfonso... ¡Dios mío! ¡Dios mío!

ALFONSO.- Tú me amabas con toda la efusión de tu alma. La sociedad labróun abismo que te separó de tu amantey te condenó a llorar para siempre;porque en cambio de tu venturaobtuviste el tratamiento de excelencia. ¿Yquieres que ahora respete yo a quien nos sacrificó en las aras de su deseo? Yoque no tengo en el mundo otra riqueza que tu cariñootro rango que el que túme des en tu almani más esperanza que la de amarte siempre¿quieres querenuncie a mi fortunaque rasgue mis blasones y que destroce mi porvenir?

MARIANA.- ¡Alfonso...!¡déjame por Dios! Tus palabras me pierden.

ALFONSO.- MiraMarianala tierra es muy ancha: en ella hay climas remotosen donde no podrán existir esos compromisos que tanto temes. Hay allí campos ybosques más antiguos que el diluviomontañas altísimasun sol tan ardientecomo tu alma y la míaríos que parecen maresy mares cuyos límites seignoran. Huyamoshermosa míaa esos paíseshuyamos de este suelo carcomidoy raquítico. Busquemos un asilo tan grandetan rico y tan majestuoso comonuestro amory gastemos allí la vida en continua felicidad. Tal vezconquistaré yo a allí el nombre que en Europa no he podido conquistar: tal vezcrecen allí los lauros con cuyas ramas coronarán mi tumba los hombresvenideros.

MARIANA.- SíAlfonsohuyamoshuyamos para siempre de aquíporque yoaborrezco estos sitios; detesto [12] mi riquezamaldigo aquí todos los díasmi suertey moriré desesperadablasfemando de la virtudcomo los réprobosblasfeman de Dios. Huyamos adonde yo no vea esas pinturas ni esos mueblesprecio de mi desgracia en esta vida y de mi condenación en la otra; porque yote quiero más que las flores quieren a los rayos del solcomo los campos amanlos rocíos de la primavera; y necesito oír tu vozy ver tus ojosy sentir elfuego inspirador que te abrasa.

ALFONSO.- ¡Mariana...! Venga ahora la muerte. ¿Tú me amas y te resuelves aparticipar de mi miseria? ¿Tú vienes conmigoMariana? ¡Ah!derramaDioseternotus bendiciones sobre su cabezaya que yomiserable y sin poder algunono puedo más que adorarla con toda la energía y el fuego de mi pobre vida.

MARIANA.- Alguien viene.



Escena VII



Los dichos. LUISA.

LUISA.- ¡Señora!

ALFONSO.- ¿Qué es eso?

LUISA.- La luz del día comenzará muy en breve a apuntar.

ALFONSO.- ¿Tan pronto...?

LUISA.- Van a dar las cinco.

ALFONSO.- (Aparte a MARIANA.) Aguárdame en este aposento: antes queamanezca volveré a buscarte; mientras tanto puedes hacer los preparativos másurgentes... ¡Adiósquerida mía! ¡Adiós! (A LUISA.) Vamos. [13]



Escena VIII



MARIANA. Después el CONDE.

MARIANA.- ¡Adiós! (Se sienta en el sofá.) ¿Es un delirio loque me pasa? ¿Soy yo la que acabo de prometer...? ¿Si nos habrá oído alguien...?y Estoy sola...completamente sola... ¡Alfonso...!dijo que volvía alinstante; que estuviera pronta a marchar: ya lo estoy. ¡Luisa! También se haido. ¡Qué triste me parece ahora este aposento! (Suena ruido en la puertade la derecha: MARIANA se vuelve hacia ella.) ¿Quién estáahí? (Se abre la puerta.) ¿Quién es? ¡Un hombre! (Sale elCONDE y cierra la puerta.)

CONDE.- No se asuste ustedseñoraque no es ningún desconocido.

MARIANA.- ¡Señor conde!

CONDE.- Señora mía.

MARIANA.- ¿Podré saber la causa singular de tan extraña visita?

CONDE.- Sí por cierto: precisamente he venido con el objeto de tener unaimportante conversación con usted.

MARIANA.- Sin embargola hora no me parece la más a propósito.

CONDE.- Eso prueba la urgencia de lo que tengo que decir.

MARIANA.- Tampoco creo que mi cuarto es el sitio donde yo debo recibir alseñor conde de Valflorido.

CONDE.- Ya ve usted que no vengo de ceremonia; cualquier lugar es bueno contal de que mi señora doña Mariana tenga la bondad de escucharme un instante.

MARIANA.- ¿No sabe usted que es tardemuy tardeque en este momentopensaba yo recogerme?

CONDE.- Lo séy me atrevo a pediros dos minutos de audiencia.

MARIANA.- Que yo no puedo ni debo conceder... [14]

CONDE.- Marianahe jurado declararlo todoy cumpliré mi juramento.

MARIANA.- Con el permiso de ustedcaballero. (Haciendo una cortesía.)

CONDE.- Quiere decir que esperaré a que vuelva don Alfonso...

MARIANA.- ¡Dios mío! (Se detiene.)

CONDE.- Al fin tiene usted la bondad de escucharme. Más vale así... Nossentaremossi usted quierey cerraré la puerta para mayor seguridad. (Acercasillas y cierra la puerta de la derecha.) Tranquilícese ustedMarianay procure enterarse bien de mis palabrasporque serán de muchointerés para ambos...

MARIANA.- Diga usted cuanto guste. (Con amarga resignación.)

CONDE.- Serían las dos cuando salí del baile después de despedirme devuestro esposo; a los quince minutos de haber salido estaba ya en estahabitación; excusado es por lo tanto que cuente lo que desde aquel momento hasucedido aquí. Ambos lo sabemos muy bien; usted por su desgraciano lo niego;yo por fortuna mía. Alguna que otra vez me he tomado la libertad de insinuarlos sentimientos que usted me inspiraba; pero nunca conseguí que mis palabrasfuesen bien recibidas. Sin embargomi existencia dependía de lo que se merespondiese. Para vencer tantos desdenes usé de cuantos medios puede inventarla imaginación más apasionada; sufrí repulsascelos y olvidos que hubieranbastado a desanimarme sicomo he dichono dependiese mi vida del buen éxitode esta empresa. Me convencí de que usted no podía corresponder a mis deseos:busqué la causa de semejante desvío; y tanto hice que llegué a averiguarla;desde entonces preparé lo que hoy nos está pasando.

MARIANA.- ¿Será posible que haya un hombre capaz de...?

CONDE.- Ahorremosseñora míacalificaciones inútiles. [15] Si usted noquiere ceder a mis deseostengo mediosy muy poderososde dar a conocer miresentimiento; si por el contrarioconvencida de mis razonesescuchase yatendiese a mis palabrastodavía espero presentar tan halagüeño y tan fácilde realizar nuestro porvenirque usted misma se convenza de las ventajas queconseguirá indudablementesiendo menos rigorosa conmigo.

MARIANA.- (Levantándose.) Mucha paciencia he necesitado paraescuchar el término de las atrevidas razones que acaba usted de proferir. Siporque estoy solay soy una infeliz mujerusted piensa que puede dominarme asu caprichocrea usted que se ha equivocado torpemente. Si porque la casualidadpuso el secreto de mi honra en poder de un mal caballero imagina este que puedehacerme fuerzatambién se engaña como un miserable. Yo misma iré ahoraeneste instantey me arrojaré a los pies de mi esposo y le diré la verdad conla pureza de mi alma. Le diré que yo quería a Alfonso antes de mi matrimonioque no me casé por mi voluntady que adoro siempre al mismo que era objeto demis primeros sentimientos; pero que si sé amar hasta con delirio al ídolo demis primeros añostambién sé respetar las canas venerables de mi maridoyel general entonces me creeráporque yo no sé mentirni he mentido nunca.

CONDE.- ¿Y le dirá usted alguna cosa del viaje que pensaba emprender hacepocos minutos?

MARIANA.- ¡Señor conde...! Usted me insulta cobardemente... La respuesta dela pregunta que se me acaba de hacer es que prefiero el perdón humillante de miesposo a las torpes caricias del conde de Valflorido.

CONDE.- ¿Y si usted no consiguiera ese perdón? El general entonces sevengaríaporque es muy caballeroy siempre ha sabido satisfacer con sangrelas más ligeras ofensas. [16]

MARIANA.- ¡Con sangre...! Pues bienprefiero la muerte al amor de un hombrecomo usted.

CONDE.- ¿Y la muerte de don Alfonso?

MARIANA.- ¡Dios mío!

CONDE.- Porque el general puedesin dudaconceder gracia a lo que antes desu matrimonio haya acontecidoy a lo que por quedar en la esfera delsentimiento y de los deseos no haya llegado a verificarse; pero no puede ni debeperdonar las acciones claramente injuriosas a su honor. Puede olvidar que suesposaseducida por los recuerdos de una pasión mal apagadallegó hasta elpunto de querer abandonarle en el silencio de la noche aprovechandotraidoramente el sueño en que él yacía sumergidoy la confianza que losjuramentos inspiran a los hombres de honor; pero no debe perdonar al que esorigen de todas estas ofensas; porque de almas generosas es levantar del suelo aquien no tiene fuerzas para combatiry se humilla; pero sólo un cobardeperdona al que con la espada en la mano puede sustentar los agravios que hace.

MARIANA.- ¡Un desafío...! ¡Dios Santo!

CONDE.- Precisamente es eso lo que sucederá cuando yo me presente al generaly le cuente lo que ha sucedido esta noche; cuando él me pida pruebas de lo queyo afirmey yo ponga en sus manos estas cartas...

MARIANA.- ¡Las de Alfonso...!¡ah! Tiene ustedseñor condeel alma tanperversa...

CONDE.- No tratamos ahora de esoni a mí me importa nada el ser persona debuenas intenciones. La posición de usted es crítica. Una palabra mía puededestruir para siempre esa fama con que la sociedad honra la conducta de usted.

MARIANA.- ¡Por Dios!

CONDE.- Una palabra mía puede armar el brazo del general contra la vida dedon Alfonso. La sangre de uno de los dosacaso la de amboscorrerásimás[17] dócil a mis insinuacionesno resuelve usted complacerme. Correrá susangre; ignorarán todos que yo he rasgado el velo fatal que encubría estossucesosy por lo tanto no seré yo el responsable de sus precisas consecuencias.El mundo señalará con burla o con horror a la esposa perjuraa la mujerdesgraciada y culpabley la expulsará de su seno; no por el crimen quecometióque ese crimen muchas son las mujeres que le cometensino porque nosupo ocultarle a los ojos de su marido; en una palabraporque no supo engañarbastante.

MARIANA.- Y bienseñor conde¿qué es lo que usted desea?

CONDE.- ¿Será ciertoMarianaque mis palabras han conseguido...?

MARIANA.- Las palabras de usted no han conseguido nada; sin embargoestoypronta a cumplir con todo lo que se me mande.

CONDE.- ¿Mandarseñora?

MARIANA.- Caballeroacabemos pronto...

CONDE.- Don Alfonso...

MARIANA.- ¡Dios mío...! ¡Dadme fuerzas para sufrir!

CONDE.- Decía que el señor de Guzmán debe llegar de un instante a otro.Quisiera yo que no la viera a usted.

MARIANA.- ¿Y nada más?

CONDE.- También quisiera que usted le insinuase...

MARIANA.- Basta: entiendo cuáles son los deseos de ustedy voy asatisfacerlos. (Llega a la mesaescribey al acabar dice:)¡Alfonso! ¡Adiós para siempre!

CONDE.- ¡Desdichada...! (Viéndola llorosa.) Sin embargoerapreciso que así sucedieseo de lo contrario quedaba yo perdido para siempre.¡Qué hermosa es...! Llorainfelizlloraque ese es tu destino en la tierra...tu vida es una serie de pesares que nadie comprendey que nadie puedeconsolar... Ni yo me ocuparé de eso.

MARIANA.- (Le da el papel que ha escrito.) Lea ustedcaballeroesos renglones. Me parece que he comprendido [18] enteramente... (Aparte ydejándose caer en un sitial.) ¡Ah!¡no puedo más!

CONDE.- (Lee para sí.) Con efecto. Esto es lo que yo deseaba.Señora¿con qué conseguiré pagar el beneficio...?

MARIANA.- (Se levanta.) He llegado a faltar por un instante amis deberes. Dichosamente estaba un hombre en mi casa dispuesto a recordármelos;me importa poco el fin que en hacerlo así se llevaba: sólo entiendo que supoarrancarme de la orilla de un abismo. De hoy en adelanteseñor condeobedienterendida a los más pequeños deseos de mi esposole sacrificaré missentimientoscomo acabo de sacrificarle las esperanzas que en mi extravíollegué a concebir. Expiaré con la más estrecha obligación el delirio que pormomentos turbó mi fantasía; borraré de mi memoria la palabra felicidady ensu lugar escribiré resignación. Mi vida serácomo dijo usted hace pocounaserie de pesares que nadie comprenderáy que nadie podrá consolar; pero lahonra que un anciano me confió al pie de los altares se conservará virgen ysin tachacomo las dulces ilusiones que para siempre he desterrado de micorazón. (Estas palabras las dice llorando.) Ningún hombreninguno¿lo entiende usted?nadie sino mi marido ocupará mi pensamiento. Sialguien ha imaginado que tiene medios de obligarme a ser delincuentecaballerodígale usted que la mujer que acaba con dos plumadas de condenarse a eternollantodesprecia ya el infortunioarrostrará si es preciso la deshonraysabrá morir desesperada antes que prostituirse en brazos de un intrigante.

CONDE.- Pero escúcheme ustedMariana...

MARIANA.- Señor conde... (Suena el ruido de un coche por bajo del balcón.)¡Ya está ahí...! ¡Alfonso...! ¡Bien mío...!¡perdóname!

CONDE.- (Asomándose.) Él es con efecto. Voyseñora[19] aencontrarley a poner en sus manos esta carta.

MARIANA.- Sícorra usted; que no le vea yo. (Aparte.) Supresencia quebrantaría todas mis resoluciones. (Alto.) Y no lediga usted las lágrimas que estoy derramandoni la pesadumbre que me ahoga yme despedaza el alma.

CONDE.- Adiósseñora. (Vase el CONDE.)



Escena IX



MARIANA.

¡Un instante por piedad! ¡Ya se fue! No hay remedio. ¡Ay! ¡Si yo pudieradarle el último adiós! Cuando lleno de esperanzas labraba en su fantasía unsolio donde colocarmeyo misma alzo el puñaly le clavo en su pecho... ¡Cuántotarda en marchar el coche...!tal vez no haya dado crédito a mis palabras;acaso desea oírlas de mi propia boca antes de abandonarme a mi destino.¡Alfonsono las creas!yo te amo ahora más que nuncay sácame de esteinfierno en que me abraso... ¡Qué silencio! ¡Horrible situación! ¡Él es!¡Él es! ¡Dios mío! (Se oyen pasos por la izquierda.- Abre lapuerta; al tiempo suena el estallido de un látigo y el ruido de un cocheque parte: entra LUISA.)



Escena X



MARIANA. LUISA.

MARIANA.- ¡Alfonso...!

LUISA.- Le he dado la carta que el señor conde me encargó de parte de ustedla ha leído...

MARIANA.- ¿Y bienqué?

LUISA.- En este momentoacaba de marchar.

MARIANA.- ¡AmparadmeDios mío! (Se deja caer en un sitialy caeel telón.)



FIN DEL ACTO PRIMERO. [20]



 

Acto segundo

Salón de baile públicode máscarasque se ve por trespuertas del fondo. El foro representa una sala de descanso; elsalón está lleno de gentes disfrazadas y sin disfraz.



Escena I



El GENERALde salay MARIANA de dominósincareta.

GENERAL.- ¿Estás cansadahija mía?

MARIANA.- Muy cansada...

GENERAL.- ¿Y además triste?

MARIANA.- ¿Triste?no.

GENERAL.- Si tú conocierasMarianala pesadumbre que me causa a mí eseabatimiento continuo a que te entregasharías un esfuerzo para aliviarle.

MARIANA.- Pero si yo no estoy abatida.

GENERAL.- Por más que haces no puedes ocultármelo. Es mucho el interés quetú me inspirases mucha la esperanza que en tu alma puse yo cuando me unícontigo para que deje de observarte y de penetrar alguna vez en tu corazón...tú llorasMariana: yo he sorprendido tus lágrimas; tú sufresy tuspadecimientos lejos de disminuirse crecen por momentos.

MARIANA.- ¡Dios mío...! ¡Siempre así...! ¡Siempre...!

GENERAL.- Yo me he convencido ya de que no puedo aliviarlos.

MARIANA.- ¡Ah! Sólo a tu lado hallo algún consuelo.

GENERAL.- ¿Será ciertohija mía? Nuncabien lo sabe Diosaspiré amerecer de ti otros sentimientos [21] que los que puede alcanzar un hombre demis años porque yo sé que soy viejoy que no puedo infundir aquel amor quesólo arde en pechos juveniles; peroeres tú tan hermosahay en tu frente unaexpresión tan angelical de inocente purezay son tan dulces las palabras quepronuncian tus labiosque al verte mi corazón marchito se atrevió a creer quepodría lograr tu amistadsólo tu amistadel cariño que una hija honradaprofesa hacia su padreel que tú profesabas al tuyo.

MARIANA.- Y con efectoFernandoyo te amo como amaba a mi madrey te mirocomo al único amparo que me resta en la vida.

GENERAL.- Contemplé el abandono en que me encontrabasin venir la muerteque tantas veces respetó mi existencia; y no lo puedo negartuve miedo de esamuerte que lentamente corroe nuestros díasque nos postray que nos consumecomo se apura el combustible de una lámpara. Volví la vista entonces a lopasadome hallé solo con mi gloria y con mi vejezcuando túMarianallegaste a despertar en mi alma un deseo de felicidadtan bella como las rosasde tu semblante.

MARIANA.- Y yo¡desdichada de mí!en vez de realizar ese sueño dichosovine con mis lágrimas a turbar la paz de tus últimos años.

GENERAL.- No lloresque me despedazas el corazón. Yo soy el culpablequeengañando a mi experiencia quise enlazar bajo un mismo yugo tu juventud lozanacon mis ancianos y miserables días.

MARIANA.- Fernandoten compasión de mí. Te amo y te venero como a unpadre: el sentimiento que me inspiras no puede merecerlo ningún hombre más quetú. Huérfana y desvalidame acogiste bajo tu proteccióny me libraste delos escollos que por todas partes me cerraban. Llegó el día de satisfacer losbeneficios recibidosy tú sabes que lejos de hallar en mí resistenciameencontraste pronta a [22] consagrarte mi vida... Después han pasado algunosañosy yo no sé la causa de ellopero la desgracia me persigue.

GENERAL.- Tú no sabes por qué somos infelicesy yoMarianade pensar quepuedo adivinarlo tiemblo.

MARIANA.- (Aparte.) ¡Cielo santo! ¿Si sospechará...?

GENERAL.- Sítiemblo... La venganza sería entonces digna de la afrenta. ¡Desgraciadoel hombre que se atreviese...!de pensarlo sólo hierve la sangre en el pecho.

MARIANA.- (Aparte.) ¡Oh! ¡Dios mío...!

GENERAL.- ¿Pero qué digo? Nosotros no somos infelices sino porque nosempeñamos en serlo. Nuestras pesadumbresmás que realidades dolorosassonobra fantástica de la imaginación acalorada. Tú me amas como a tu padrey tumemoria guarda el recuerdo de aquellos días venturosos en queniña y alegrecorrías alrededor mío y encantabas mi soledad. Yoque después deposité enti todas mis afecciones; yoque para morir contento busqué tu compañíayote amo también más que un padre ama a su hijacomo los quiere una madretierna y cariñosa cuandocreyéndolos perdidosvuelve a estrecharlos contrasu corazón.

MARIANA.- ¡Ah! ¡Fernando! ¡Fernando! (Aparte.) ¡Quétormento!

GENERAL.- El conde viene: ¡sosiégatehermosa mía!

MARIANA.- (Aparte.) ¡Siempre este hombre! Su presencia es unsuplicio para mí.



Escena II



Dichos. El CONDE.

CONDE.- ¿Cómo tan retiradocuando el baile hace tan poco que comenzó?

GENERAL.- A mi edadseñor condeno es de extrañar [23] que el ruido cansepronto; además de esoMariana no se siente bien...también se cansa...

CONDE.- ¿Será posible?tal vez el calor...

MARIANA.- No ha sido nada; nada. (Aparte.) ¡Es insufrible!

CONDE.- Si usted gustaseñora...mis criados están abajo...

MARIANA.- Graciasno se moleste usted... VamosFernandodaremos una vueltapor el salón...

GENERAL.- (Dándola el brazo.) Adióscondehasta después.

CONDE.- (Al pasar MARIANA junto a él la dice en secreto:)en este sitio tengo que hablar con usted dos palabras. (MARIANA contesta conademán de desagrado.)



Escena III



El CONDE. Un corro de CABALLEROS y otro de SEÑORAS disfrazadas.ALFONSO también disfrazado. MÁSCARAS que cruzan en todas direcciones.

CONDE.- Ya estoy harto de sufrir sus desdenes y de aguantar sus desprecios.Es preciso acabar de un golpey que yo sepa si mi fortuna ha de consistireternamente en el capricho de una mujer que me aborrecey que no se venga demí porque no puede hacerlo. ¿De qué me sirve el dineroni para qué quieroyo los honores de que gozosi en secreto tengo yo que lisonjear su orgullo yque humillarme en su presencia...? Además de que no es oro todo lo que en míreluce...malditos acreedores...nada les bastani yo acabo nunca de realizarmis planes.

MÁSCARA 1.ª.- (Al CONDE.) Te conozcoy tú no me conoces.

CONDE.- Me alegro de que me conozcasy te declaro que no me importa lodemás.

MÁSCARA 2.ª.- Déjaleque está celoso el señor conde.

MÁSCARA 3.ª.- Te equivocas.

MÁSCARA 1.ª.-Condete adivinamos los pensamientos. ¿Qué tal vamos deamores? [24]

CONDE.- ¡Qué amables sois!pero...

MÁSCARA 2ª.- ¿Qué dirías tú si yo te descubriese un arcano?

CONDE.- No me gustan los misterios de novela.

MÁSCARA 2.ª.- Sin embargoeste te gustaría.

CONDE.- Pues descúbrelo y lo sabremos.

MÁSCARA 2.ª.- ¿Conoces tú a don Alfonso de Guzmán... aquel que en otrotiempo...?

ALFONSO.- Hablan de mí: escuchemos.

MÁSCARA 2.ª.- ¿No respondes?

CONDE.- Sí; le conozco de oídas...hace ya cerca de dos años. (Aparte.)¡Qué necias están!

MÁSCARA 3.ª.- De la noche a la mañana desaparecióy desde entonces...¿qué?¿no sabes el lance?pues nadie lo ignora.

CONDE.- Está biendejadmeque a mí no me incumben negocios ajenos.

MÁSCARA 1.ª.- ¿Y si fueran propios?

MÁSCARA 2.ª.- Porque has de tener entendido que hay personas que han vistoa Guzmán en Madrid.

CONDE.- (Aparte.) ¿Si será cierto? (Alto.) Yaos he dicho que no me importa lo que no me interesa. (Aparte.) Nodebo perder el tiempo.

MÁSCARA 1.ª.- Escucha.

MÁSCARA 2.ª.- Señor Conde.

MÁSCARA 1.ª.- Nos has de oír. (Le detienen.)

CABALLERO 1.º.- Es un hombre de ayer.

ÍDEM 2.º.- Un intriganteenredador y tramposo.

ÍDEM 3.º.- Hay quien le supone relacionado con la mujer del general Vargas.

ÍDEM 4.º.- Otros aseguran que no es cierto.

ALFONSO.- Y aun cuando lo fuerano es digno de hombres de honor el ocuparsede los secretos de una mujer.

CABALLERO 2.º. ¿Y quién eres túque así te atreves a enderezarentuertos? (Se hablany él se separa.)

MÁSCARA 1.ª.- (Al CONDE.) Pues síseñorlo sabemos todotodo.

MÁSCARA 3.ª.- Y te damos la más cumplida enhorabuena.

MÁSCARA 2.ª.- Es muy hermosay muy merecedora de los obsequios más finos.[25]

CONDE.- Os digo que... os equivocáis de medio a medio.

CABALLERO 2.º.- Se cuenta de mil maneras la historia; unos dicen que fue unverdadero quid pro quode cuyas resultas se largó Guzmán y quedóValflorido: otros aseguran que todo se hizo por obra y gracia de este último.

CABALLERO 1.º.- La verdad es que desde entonces comenzó a restablecerse lafortuna del condeque estaba a punto de arruinarse completamente. La amistad dedon Fernandoy el favor de que goza estele sirvieron de escalones...

CABALLERO 4.º.- Sin embargohay quien afirma que ella le aborrece; aunqueyo creo que le pasará lo que a todasque cuando dicen noes como sidijeran .

CONDE.- En sumayo me marchoy os dejo aunque os enojéis. (Aparte.)¡Malditas máscaras!

MÁSCARA 2.ª.- Te seguiremos por todas partes.

ÍDEM 1.ª y 3.ª.- Te seguiremos. (Vase el CONDE y lasMÁSCARASy se pierden en el bullicio del salón.)

CABALLERO 1.º.- Ya se fueron detrás de él.

ÍDEM 3.º.- No le dejan.

ÍDEM 2.º.- Vámonos también nosotrosy ayudaremos a la broma.

ÍDEM 4.º.- Vámonos. (Vanse de tropel.)



Escena IV



ALFONSO.

¡Cuán lejos está ella de pensar que yo me hallo aquí! Sin embargome hanvistoy mi llegada no es un secreto. Perdida en ese torbellino va luciendo suhermosurasin acordarse de que esa belleza era mía: tal vez en este momentoescucha las palabras de amor de alguno de tantos como la galantean...¡ah!¡Marianapronto te has olvidado de Alfonso! Creíste apartarme de tu presenciay te equivocaste: tu vida me pertenecíayo la reclamoy la obtendréo [26]perderé la mía. (Se oye la música y el ruido de las máscaras.)Todos ríen; todos se entregan a gozar de lo presenteolvidando lo pasado. Yosolo sufro aquí mi destinoy reniego de la existencia. (Pausa. Sigueel ruido.) Hombres y mujeresjóvenes y ancianostodos se mezclan yconfundenmientras yo me canso de aborrecerlos a todos. (Pausa ysigue el ruido.) ¿Y por qué no he de pagar yo mi tributo de locura?¿Quién sabe si el acaso me reserva en este hervidero de gente la venganza quedeseo? (Vasesigue el ruido &c.)



Escena V



El CONDE dando la mano a MARIANA. (Cesa la música.)

MARIANA.- Por última vez escucho las palabras de usted.

CONDE.- Tal vez no suceda lo que usted dice; pero no es eso lo que importaahora.

MARIANA.- Nos conocemos demasiadoseñor condey no me puede usted engañarfácilmente.

CONDE.- Ni lo pretendoseñora; digo lo que sientoy solicito lo que anhelo.

MARIANA.- Ya sabe usted mi respuesta.

CONDE.- Quiero ignorarlapor usted misma.

MARIANA.- Pues la repetiré si es preciso...

CONDE.- Mariana¿se burla un usted de mí?

MARIANA.- No me burlo: respondocomo debo responder al conde de Valflorido.

CONDE.- Me admira tanta firmezatanta arrogancia.

MARIANA.- Y a mí me pasma tanto atrevimiento.

CONDE.- ¿Es decir que debo perder toda esperanza?

MARIANA.- Cuando en una situación crítica de mi vida que no habrá ustedpodido olvidardije yo que nunca alentaría los proyectos de un intrigantemiserablelo dije porque pensaba cumplirlo.

CONDE.- Y cuando en esa misma situación llegué yo a amenazar con la infamiay el vilipendio a una [27] mujer que había olvidado sus debereshice aquellasamenazas porque pensaba cumplirlas; la mujer entonces cedió a mis deseos.

MARIANA.- (Aparte.) ¡Ah! ¡Dios mío! (Alto.)Cedióy escribió una carta fatal...

CONDE.- Cuya carta envolvía una promesa para mí.

MARIANA.- Yo entonces rescaté esa promesa interponiendo mi mediaciónparaque usted no pereciese en la miseria; y del polvo en donde yacíale levanté ala altura en que hoy se encuentra. El hombre deshonrado y perdidoa quien lasociedad condenaba yaconquistó un puesto en ella: el mundo le recibió conlos brazos abiertos; cumpliéronse los deseos de usted. ¿Qué más pude yohacerseñor conde?

CONDE.- Pudo usted enlazar su suerte con mi suerte; caminar por donde yocaminoparticipar de mis esperanzasy de mis desdichas: en una palabrapudousted ser mía.

MARIANA.- Pudepero no quise arrastarme en el cieno.

CONDE.- ¿En el cieno...? ¡Está bien! Sin embargoes preciso que seaporque yo estoy cansado de vivir sin ustedporque usted es la única personaque puede humillarmey burlar mis proyectos; así como yo soy también elúnico que puedo perder a ustedy hacerla desgraciada para siempre.

MARIANA.- ¡Desgraciada! Ya lo soy para toda mi vida.

CONDE.- Y lo será usted más todavía.

MARIANA.- ¿Qué le importa la desdicha a quien vive desesperada?

CONDE.- Hayseñoradesdichas que no caben en el alma...hay siglos demaldición en ciertas horas de la vida: en esas horas un hombre es capaz de todo:el crimen entonces es un medio fácil de vivir; la existencia más querida esdébil barrera al ímpetu que nos arrastra por un puñado de monedas se daentonces el honor: ¿lo entiende ustedseñora? Pues bienyo estoy en esashoras fatales... Yo...miserable ayerdesgarré esa voluntady la sometí a[28] mis deseos para salvarme de un naufragio: pasé los escollosy el mar mepresenta su faz tranquila; pero en el horizonte está usted como una sombra queamenaza como una tempestadque hoy detengo yoy que mañana no podré detenery que me destrozará... Por eso me valgo ahora de mi poderío; por esoMarianaes preciso que usted ceda a mis instancias.

MARIANA.- Falta que yo crea en ese poderío de que hace usted alarde.

CONDE.- ¿Cómo?

MARIANA.- Sí: tú puedes revelar un secreto de mi almay con una palabraentregarme a la mofa pública que acaso me persigue ya; pero has de saber que lamofa pública no es nada para mí; has de saber que mi virtud es mentira; que yoadoro siempre al que fue objeto de mi primera pasióny que si respeto a mimaridono es por mísino por él; no es por egoísmosino por gratitud.Mucho sentiré que la ignorancia en que de mis sentimientos vive desaparezcaporque tal vez no pueda yo resistir a su pesadumbre; pero si sucede asíy noson mis acciones ni mi lengua las que publican mi desdichaquiere decir que ellazo que me une con el mundo quedará rotoy que nada deberé yo a los hombresni los hombres me deberán a mí nada.

CONDE.- También detesto yo a los hombresy estoy resuelto a jugar el todopor el todo; a ser o a no ser; a gozar o a morir.

MARIANA.- ¿Y qué me importa a mí eso?

CONDE.- Debe importarteMarianaporque si yo perezcoperecerás conmigo;perecerás.

MARIANA.- Desprecio la muertemás que te desprecio a ti.

CONDE.- No la despreciarás cuando sepas que todavía hay una esperanza paratu alma.

MARIANA.- ¿Una esperanza...? ¡En el cielo!

CONDE.- Sí; una esperanza. Guzmán vive.

MARIANA.- ¿Será verdadseñor conde?¡ah!¡dígalo usted[29]repítalo una y mil veces...!¡vive Alfonso...! ¡Cielo santo!¡que no muerayo sin estrecharle en mis brazos!

CONDE.- Vivepero no para ti.

MARIANA.- ¡Dios mío!

CONDE.- Yo no tengo esperanza ninguna; tú sí las tienes. Yo nada arriesgomás que la reputación de hombre honradoque para nada sirve. Ustedseñoraarriesga la honra y...

MARIANA.- ¿Dónde está Alfonso?

CONDE.- Ese es mi secreto; si quieres comprarlo ya sabes el precio.

MARIANA.- Él vendrá; no hay que dudarlo.

CONDE.- ¿Ignoras que cuando se separó de ti te maldecía?

MARIANA.- Sin embargovendrá.

CONDE.- Antes que vengaahora mismovoy a ver al general. (Va a irsey le detiene.)

MARIANA.- Deténgase ustedseñor condedeténgase usted. (Aparte.)No sé lo que digoni lo que hago.

CONDE.- ¿Cuándo tendré el gusto de verla a usted a solas?

MARIANA.- Nunca...nunca

CONDE.- AdiósMariana; cúlpate a ti misma de tu infortunio. (Vase.)



Escena VI



MARIANA. Después ALFONSO.

Durante esta escena el CONDE discurre por el salónhabla conun criadole entrega unos papeles y le sigue; el criado se pierdeentre el gentío: vuelve a aparecer hablando con el GENERALaquien da los papeles: el GENERAL los abrey lee la cartacon que van acompañados.

MARIANA.- ¡Un instante! ¡Un instante por piedad!

ALFONSO.- Allí está¡siempre bella!

MARIANA.- ¡Qué desesperación! (Se sienta en un sitial: suena[30] la música: ALFONSO se acerca sin que le vea MARIANA.)¡Ah...!¡todos me dejan...! ¡Estoy sola! ¿Quién será este máscara? (Reparaen ALFONSO.)

ALFONSO.- Muy abandonada estáshermosa: ¿me permites que te acompañe?

MARIANA.- (Distraída.) Tal vez en este momento se decide misuerte. Si yo pudiera encontrarlos...hablaría a Fernando...

ALFONSO.- ¿No me oyesseñoramía?

MARIANA.- Mil gracias. (Mira con inquietud hacia el salón.)

ALFONSO.- Mucho te interesa lo que en el salón sucede. ¿Acaso buscas en éla tu dichosa pareja?

MARIANA.- No te conozcomáscara: así que bien puedes dejarme.

ALFONSO.- Pero yo te conozco a ti.

MARIANA.- (Distraída.) No es difícil. (Aparte.)¡Qué pesadez!

ALFONSO.- Más de lo que tú imaginas.

MARIANA.- Puede ser; nada tiene de extraño.

ALFONSO.- Sólo una vez te he visto tan agitada como ahora.

MARIANA.- ¿Tú me has visto? ¿Y quién eres tú? (Con curiosidad.)

ALFONSO.- ¿Yo?ya lo vessoy un hombre.

MARIANA.- Por lo que veotienes intención de excitar mi curiosidad. ¿No esasí?

ALFONSO.- Soy un hombreMarianaque en otro tiempo...

MARIANA.- ¡Qué voz! ¡Dios mío! Quítate la careta.

ALFONSO.- Soy uno de los muchos que vienen al baile a divertirse.

MARIANA.- ¿Y me has elegido a mí para blanco de tus chanzas?

ALFONSO.- ¡Qué pálida estás! ¡Qué inquieta! ¡Tú has llorado!

MARIANA.- Máscaralas bromas tienen un límite.

ALFONSO.- ¡Qué días tan amargos deben de ser los tuyos!

MARIANA.- Máscara¿quién eres?

ALFONSO.- Porque el conde de Valflorido es incapaz de comprender tu alma y...es imposible que tú le amescomo dicen por ahí las gentes. [31]

MARIANA.- ¡Alfonso!

ALFONSO.- Así se llamaba el que en otro tiempo merecía tu cariño: elinfeliz me contó muchas veces su desgracia y tu perfidia...

MARIANA.- Descúbrete por Diosy sepa yo quién eres.

ALFONSO.- ¿Tienes tú todavía algún recuerdo para aquel desgraciado?

MARIANA.- Tú eres Alfonsosí; en vano pretendes ocultármelo.

ALFONSO.- MarianaAlfonso no existe.

MARIANA.- ¡Ah! ¿Qué dices?

ALFONSO.- No existe para tiporque te desprecia.

MARIANA.- Ten piedad de mi desventuray descúbrete el rostro: que yo te veauna vezy aunque perezca luego; que mire yo tus ojosy lea en ellos unsentimiento.

ALFONSO.- Mira que hablas con un desconocido.

MARIANA.- Nopara mí no lo eres. ¡Tu acento resuena siempre en mi corazón!tus palabras están grabadas en mi memoria.

ALFONSO.- ¿Y también lo están las del conde?

MARIANA.- ¡Alfonso...!¡por Dios...! ¿Qué dices?

ALFONSO.- Te he dichoseñoraque el hombre a quien acabas de nombrar noexiste para ti. Murió con sus esperanzascon las ilusiones que tú procurastedesvanecer: murió para el amor; quedó vivo para vengarsey se vengará.

MARIANA.- Tus palabras me horrorizan: descúbrete el rostro.

ALFONSO.- ¿Quieres leer en él mi desesperaciónver la huella que hadejado aquí el infortunioy complacerte en contemplar mis sufrimientos?

MARIANA.- Quiero verte; quiero leer en tus ojos que todavía me amas; quieroimplorar tu perdón y conseguirlo; porque en mi alma arde ahora más que nuncael fuego que tú encendisteporque estoy cansada de una existencia árida ymarchitay porque viéndote volveré a ser lo que antes eraa pensar comoantes pensabaa sentir lo mismo que antes sentía. [32]

ALFONSO.- Pues bienmírame. (Se quita la careta.)

MARIANA.- ¡Alfonso...!¡bien mío! ¡Cuánto has sufrido!

ALFONSO.- MuchoMariana: y todavía tendré que sufrir más. Lentamente hanido transformándose mis esperanzas en otros tantos desengaños. El mundoconsus fantasmas de orome arrojó de su seno porque era pobre. La gloria meenseñó sus laurelesme lancé a cogerlosy los vi brillar en la frente delignorante poderoso. Cerré los ojos a lo presente para ponerlos en lafantástica región de lo futuro. Soñé un nuevo mundo poblado de nuevos sereslibresbuenos y generosos... Todo era mentira. Cansado de vivirbusquéentonces la muerte; y al poner el pie en el sepulcro vi a un ángel más belloque la gloriay más puro que mis ensueños. Tú eras ese ángel: yo te amécomo a un ídolo; rendí a tus pies mi existencia; te pedí un día de felicidady tus labios la derramaron en mi alma: volví a soñar en mi universo; volví acreer en el heroísmo: mas¡ah!que en lo mejor de mi carreracuando en lomás alto del cielo me veíacaí a la tierray vi a los hombres como son. Elángel había desaparecidoy en su lugar quedaba una mujer.

MARIANA.- Y para mí también había ilusiones y esperanzas. Yo tambiénamaba: yo tambiéncreyéndote muertohe llorado horas largasmuy largasdeinfortunioque hoy tengo por satisfechas sólo con verte.

ALFONSO.- Si fuese verdad eso que estás diciendosi tú me amaras todavíasi llegaras a destruir mis sospechasla sospecha de todosmiraaún hay en mipecho una inmensidad de amor para ti.

MARIANA.- Dispón de mi vidahumíllametrátame como a una esclava; perono dudes de mi cariño.

ALFONSO.- (Suena la música.) Siempre los hombres con susinsensatas alegrías han de venir a turbarme en mis delirios.

MARIANA.- ¿Y qué nos importa?

ALFONSO.- El general viene. (Se pone la careta.) [33]

MARIANA.- ¡Ah!¿qué dices? Alfonsotú eres mi única esperanza; no teapartes de mí... Si supieras...no me abandones...

ALFONSO.- (Aparte.) ¿Qué querrá decir con eso?



Escena VII



Dichos. El GENERAL.

GENERAL.- Señorapodemos retirarnos del baile.

MARIANA.- Cuando gustes. (Aparte.) ¡Qué aspereza!

GENERAL.- (A media voz.) ¿Quién es ese máscara?

MARIANA.- No lo sé.

GENERAL.- Máscaraquisiera que te separases de aquí un momento. (ALFONSO seretira al foro.) Marianaen este instante acabo de recibir una carta; aquíla tienes.

MARIANA.- (Aparte.) ¡Todo lo sabe ya!

GENERAL.- Y con ella este pliego(ALFONSO se va acercando.) en dondesegún se dice hallaré pruebas de que tú...

ALFONSO.- ¡Mis cartas...! ¡Ah...!todo lo comprendo.

MARIANA.- ¡Señor! ¡Señor! (Mira a ALFONSO.)

GENERAL.- ¿Te turbasMariana? Salgamos de aquí. (Aparte.)¡Ah!tengo sed de venganza.

MARIANA.- ¡Yo no puedo más! ¡Desgraciada de mí...!

GENERAL.- ¿Será verdad lo que acabo de leer?

MARIANA.- Perdónperdón... Fernando...pero escúchame.

GENERAL.- Callacallao te mato aquí mismo. Vamos de aquí.

MARIANA.- ¡Alfonso...! ¡Dios mío...! ¿Qué he dicho?

GENERAL.- ¡Maldición! Calla: los dos moriréis. (La música estásonando.)

ALFONSO.- ¿Qué es lo que usted pretende de esa señora? (El CONDE yalgunas máscaras aparecerán en el fondo.)

GENERAL.- ¿Y usted quién es para hacerme esa pregunta?

CONDE.- ¿Quién será ese con quien habla? [34]

ALFONSO.- Lo hago porque debo hacerlo.

MARIANA.- Vámonossívámonos.

GENERAL.- Caballeroestas son las señas de mi casa. (Le da una tarjeta.)

ALFONSO.- Para nada las quiero.

MARIANA.- ¿Qué haces? ¡Dios mío!

GENERAL.- Quítese usted por Dios de delanteo... (ALFONSO se quita lacareta.) ¡Alfonso!

CONDE.- (Baja a la escena.) ¡Él esél es!

MARIANA.- (Se desmaya y las gentes acuden en su socorro.)¡Ah! Yo me muero.

ALFONSO.- Todo lo sabes ya. Pues bien; esa mujer me pertenecey...

GENERAL.- A mí me pertenece tu vida... (Se agarran de la mano y van asaliry el CONDE los detiene.)

CONDE.- ¿Adónde van ustedes de ese modo?

GENERAL.- ¡Señor conde!

ALFONSO.- (Al CONDE.) Esta es tu obramalvado. Complácete en ella;pero advierte que el abismo que para todos has abiertopuede también abrirsepara ti. (Al GENERAL.) Vamos.

GENERAL.- Vamos. (Cae el telón.)



FIN DEL ACTO SEGUNDO [35]



 

Acto tercero

Habitación de una casa de campo: puerta y dos ventanas en el foro quedejan ver un parque cercado por una verja. Puertas a los lados.



Escena I



El CONDE entra por la puerta del parquele atraviesa y llegaal foro.

Nadie parece: todo está en silencio. ¡Si habrá venido Guzmán! Presentoseen el baile como llovido del cieloy el diablo sabe lo que después sucedió. (Sesienta cerca de la mesa.) Se van enredando las cosas de tal modoytal se va poniendo el laberinto esteque ni yo mismo sé por dónde voynicuál será el fin de mi viajata... ¿Y qué me importa saberlo? A todo trancenunca falta una bala para un perdido. Para mal vivir más vale morirse. (Entraun CRIADO.)



Escena II



El CONDE. Un CRIADO.

CRIADO.- Aquí tiene usted el correo. (Se aparta.)

CONDE.- (Lee una carta.) Figúranse los parientes que porhallarse un hombre en Madrid ya tiene conquistados los escalones del tronoyasí piden empleos como si no hubiera periodistas y diputados ministeriales aquienes colocar. (Lee otra carta.) Otra canción por el estilo... (Larompe.) Si supieran por allá las combinaciones que necesita hacercualquiera [36] para entrar en suertey bogar seguro por los golfos del favorno escribieran tantoni distrajeran al mísero cortesano de sus especulaciones.(Abre otra y la rompe.) Yo no sé cómo antes de tiempo se hadifundido la noticia de mi nueva posición; pero la verdad es que... (Toma unpliego.) ¡Hola! Este no es memorial. (Abre y lee.)



Escena III



Dicho. El GENERAL.

GENERAL.- Muy ocupado está el señor conde.

CONDE.- Leía el nombramiento con que acaba de honrarme S. M.y me alegro dever a usted para darle las gracias por la mucha parte que en ello ha tenido...pero dejemos ahora eso y sepamos... (Al CRIADO.) Aguarda afuera hasta queyo te llame. (Al GENERAL.) ¿Cómo ha pasado usted el resto de la noche?

GENERAL.- Malmuy mal... ¡Ah! ¡Cuán amargo es perder al cabo de la vidatoda esperanza de ventura!

CONDE.- Nadie hubiera podido imaginar...

GENERAL.- A mí también me parece un sueñoy hay momentos en que lo creomentira; sin embargoes verdadmuy verdad... Su semblante demudadosus labiostrémulos lo confesaron; y él mismo... Cuando recuerdo el atrevimiento con queen mi presencia se puso aquel hombrecien vidas que tuviera le arrancaría... Yallí la gente: ¡oh rabia!el público mirando la comedia y preparado asilbarla... Los minutos que corren hasta satisfacer mi agravio son para mi almadesgarrada siglos de insoportable martirio.

CONDE.- Supongo que si mi presencia es necesaria...

GENERAL.- No: en el bosque próximo me esperan dos antiguos compañeros dearmas que no faltarán a la hora convenida...usted mientras tantoaguardeaquí el resultado. [37]

CONDE.- Con todono quisiera que en tales instantes...

GENERAL.- Tome usted asientoy... (Se sientan.) escúcheme. Lasuerte de las armas es muy voluble; mi pulsodebilitado ya por los añosno semantiene tan seguro como lo estaba en otros tiempos: puede muy bien suceder quemi vida acabe dentro de algunos minutos... En tal caso...este es mitestamento: en él ocupa usted un lugar notable...vendrán aquí mis padrinosy ellos le ayudarán a usted en el penoso encargo de ejecutar mis últimosmandatos.

CONDE.- Señor...

GENERAL.- Este es un pliego para ustedcon el cual creo que se satisfaránlas justas miras del señor conde de Valflorido. Después entregará usted estepapel a la persona a cuyo nombre va dirigido... Ella era mi único bien sobre latierrael blando consuelo de mis postreros días; en ella se cifraba toda miriquezatoda mi gloria: ¡ah!¿quién puede penetrar en el alma de una mujer?Dígala usted que la perdono.

CONDE.- ¡Mi general!

GENERAL.- Síla perdono en premio de aquellas preciosas horas con que suposuavizar mi abandonada existencia. Usted no la conoció entoncesno la viousted hermosa como el pensamiento de una virgensiempre contentasiempreamable; ni ha recibido usted sus inocentes cariciasni escuchado susdulcísimas palabras: ¡ah!a pesar de su crimensu imagen vive en mi corazóny le enciende.

CONDE.- Es necesario que usted se tranquilice: los instantes vuelany noconvendría que entonces...

GENERAL.- Descuide ustedamigo: el combate es a todo trance...o su vida ola mía. En aquel salón donde tan gozosas y divertidas se agitan las gentesquedó resuelto el destino de uno de los doso acaso el de ambos... A mí mecansa la existencia desde que un hombre rompió el único lazo que me ataba aella; deseo salir de este mundo de engañosa perfidia y volar a otro mejor. ¿Quiénsabe lo [38] que la eternidad encierra...? Es mucho el peso que me agobiay sonmuchos los abriles que por mí han pasado; nunca pude yo sufrir la carga deldeshonor: ahora que soy viejo y que las fuerzas se me acabansería de todopunto imposible que la aguantase.

CONDE.- General¿y la venganza?

GENERAL.- Es verdadconfieso que se me olvidaba. Es preciso que yo quedevengado; es preciso que si muerohaya un hombre capaz de arrancar la vida aquien manchó mi honra. Dice usted bien; es necesario pensar en la venganza.Alfonso de Guzmán debe morirdebe perecery morirá...

CONDE.- Síes indispensable su muerte.

GENERAL.- ¡Su muerte! Al imaginármela siento aquíen el pechounconsuelo inexplicable: ver tendido a mis pies a un hombre a quien aborrezcooír sus gemidoscontemplar sus mortales angustiasmirar su sangre infamecómo corre derramada por cien heridasdebe de ser un deleite inefable para elque abrigue en su alma todo el odio que arde en la mía. ¡Morirá! Si yo no lematohabrá quien sepa hacerlo: ¿no es verdadseñor conde?

CONDE.- Muchos amigos tiene ustedy yo no dudo...

GENERAL.- ¿Ustedpor ejemplo...?

CONDE.- ¿Yo?

GENERAL.- Sí; usted es mi amigo; por usted he hecho yo lo que un padre porsu hijo...

CONDE.- Pues bienmi generalserá usted vengado. Alfonso podrá acasovencer la debilidad de un anciano; pero mi brazo es fuertemi mano segura; séyo poner la bala en el pecho de cualquieray en el de Guzmán con más motivo.

GENERAL.- ¡Ah! ¡Déme usted esa manoseñor conde! La promesa que acabo deoír me ha vuelto por un instante a la alegría.

CONDE.- A pesar de eso. (Sale un CRIADO.)

CRIADO.- Señorlos dos caballeros que me dijo V. E. le aguardan a laentrada del bosque. [39]

GENERAL.- Está bien; retírate. (Vase el CRIADO.) Llegó el momento.Adiósconde. No olvide usted las promesas que acaba de hacerme. Alfonso debemorir.

CONDE.- Le acompañaré a usted. (Toma su sombreroy le da al GENERALel suyo.)

GENERAL.- No lo permitiré: el sitio está a la espalda de la casa; es asuntode dos momentos...a diez pasos...no es posible equivocarse.

CONDE.- Sin embargo...

GENERAL.- Nono; venga un abrazo. Tal vez será el último. (Se abrazan.)¡Ah!esta sortija fue de ella: devuélvasela usted al tiempo de darla micarta. Adiós.



Escena IV



El CONDE.

¡Pobre hombre! Los celos le dan fuerzas para batirse. Si muereen estepliego tengo asegurada mi suerte; si se salvaentonces una explicación con suesposa pudiera muy bien destruir mi fortuna y adquirirme su enemistad... Son tannecios los maridos y tan falsas las mujeres...necesario se hacepor lo mismono perder tiempo y estar alerta. Mucho vale don Fernando; pero es tan viejo ya ytan desdichado...que la muerte casi le sirve de consuelo...además de esoél mismo se mata... ¿Quién le mandó casarse a los sesenta años con mujerjoven y bonita? Después queda Guzmánno porque pueda destruir mis proyectossino porque me estorba en mi marcha. También le buscaremos su adversario...una cárcel...la deportación...hay para el poderoso mil medios... Por lotocante a Marianaya de nada me sirve; me abrió las puertas del mundo; yo selas cierro. Allá se las haya con su bendito amante. Por otra parte no faltanencierros para las mujeres. Hombresque os agitáis en la miseria de laspasionesyo os desprecio: con las ruinas de [40] vuestros insensatos deliriosedificaré mis palacios y llevaré a cabo mi engrandecimiento; gastaré el frutode vuestro sudory a pesar de eso seréis mis esclavos; y donde noahí estála leyhecha expresamente para castigar vuestros desvaríosy para proteger alque observamedita y ejecuta. (Se oye un ruido dentro y la voz deMARIANAque grita.)

MARIANA.- (Dentro.) ¡Fernando! ¡Fernando!

CONDE.- ¡Maldita seas! Ya está aquí.

MARIANA.- ¿Dónde está? Quiero verle. Quiero hablarle.

CONDE.- En mal hora llega esta mujersi el general no muere. ¿Qué haré? (Sacadel bolsillo un puñal y le vuelve a guardar.)

MARIANA.- (Entrando.) ¡Fernando! (Ve al CONDE.) ¡Ah!



Escena V



MARIANA. El CONDE.

CONDE.- Acaba de salir en este instantey va a volver.

MARIANA.- ¿Y adónde ha ido?¿adónde?

CONDE.- Señora...

MARIANA.- Todo lo sé ya... ¡Dios mío! ¡Dios mío! No fue sueño nivisión espantosa; fue verdadverdad horrible que tu presencia en este sitiohombre perversome revela. ¿Dónde está Fernando? Nadie me responde... ¿YAlfonso...? ¿Está sola esta casa? ¿No hay aquí criados...? ¡Qué horror! Seestarán batiendo. ¡Tal vez han muerto ya!

CONDE.- Sosiéguese ustedMarianita... El general ha salido a batirseescierto; pero al instante debe volver...sus pistolas son buenas; el generalsabe usarlas con seguridady...

MARIANA.- ¿Es decir que morirá Alfonso?

CONDE.- Morirá... uno de los dos indudablemente.

MARIANA.- ¡Cruel! ¡Malvado! ¿Qué estás diciendo?

CONDE.- El duelo es a muertey es natural que uno de los dos muera. [41]

MARIANA.- ¿Y tu vivirásinfametú que les has puesto las armas en lamano?

CONDE.- Como no tengo el honor de que usted sea mi esposa...no me toca amí la venganza de los agravios.

MARIANA.- Pero ¿dónde estánDios mío? Yo iré y me arrastraré a susplantaslo diré todome condenaré a mí mismalloraréabrazaré susrodillasno podrán herirse sin mancharse con mi sangreque ninguno de los dosse atreverá a derramar.

CONDE.- Es muy preciosa esa sangrey sobre todo muy pura.

MARIANA.- Cobardeque así insultas a una mujer débil y sola...si unhombre te mirara con ceñoacaso esconderías tu frente en el polvo.

CONDE.- Es muy posible: no hay que decir de este agua no beberé. (Sesienta y abre el pliego que le dio el general.)

MARIANA.- Caballeroestá usted en mi casay yo mando en ella. Salga ustedde aquí inmediatamentesalga usted al punto. ¿Lo oye usted?

CONDE.- Permítame ustedseñoradescansar un instante...y luego lacomplaceré.

MARIANA.- Los minutos vuelan. (Toca la campanilla de aviso.)¿A quién preguntarécielos?

CONDE.- No hay nadie en la casanadie más que nosotros dos y mi criado. (Aparte.)El infierno trae consigo esta mujer; y lo peor de todo está en que yo no puedodejarla aquí.

MARIANA.- ¡Qué horrible incertidumbre...! Señor condepor piedaddígameusted adónde han ido: ¿dónde están?de rodillas lo suplico...por Dios...Dígalo usted...¡por Dios!

CONDE.- Señorano puedo permitir...

MARIANA.- Síyo te perdono los sufrimientos de que has sido causayolvidaré mis injurias y satisfaré tu ambición...pero llévame adonde están...que yo evite ese combate espantosoaunque sea a costa del sacrificio [42] de mivida enterade esta vida que para nada sirvey que aborrezco.

CONDE.- Levántese ustedseñora... Hubo un tiempo en que yo tambiénsuplicaba; entonces yo pedí para que no se viese usted en el caso en que hoy seencuentra. Mis súplicas fueron despreciadasmis plegarias desoídas... Ustedy no yoes la responsable de lo que hoy acontece. Usted armó el brazo deGuzmán y el de don Fernando; la sangre que va a correr caerá sobre laconciencia de ustedy Dios...

MARIANA.- ¡Callablasfemo! No nombres a Dios. Tú no crees en Dios. Sicreyeras en élevitarías el delito que por tu causa tal vez se habrácometido ya.

CONDE.- Esosseñorason delirios.

MARIANA.- Pero yo me vengaréte seguiré a todas partesen todas me veráscomo una sombra sangrientacomo una visión infernal; y si en tu cuerpo hay unalmalos gritos de la conciencia herirán tu corazónte roerá elremordimientollorarás lágrimas de sangre... (El CONDE se sienta.)Pero ¿no me oyesmalvado? Por Dios que me has de escuchar. ¡Mírametraidor!(Le coge del brazo.)

CONDE.- ¿Está usted locaseñora?

MARIANA.- Locasídesesperada. (El CONDE vuelve a leery MARIANA lequita los papeles.)

CONDE.- ¡Señora!

MARIANA.- (Aparte.) Tal vez por ellos podré adivinar...

CONDE.- Marianadevuélvame usted esos papeleso ¡vive Dios!

MARIANA.- Si das un paso máslos arrojo en la chimenea.

CONDE.- Mariana...los papeles...mira que si no me los das...

MARIANA.- Sacarás un puñal y me asesinarás alevosamente; pero antes losquemaré yo... Mucho te interesan estos papeles... Dime adónde han ido abatirsey te los devuelvo.

CONDE.- Bien: yo lo diré. (Aparte.) ¡Qué rabia!

MARIANA.- Prontopronto...dilo. [43]

CONDE.- Mi palabra doy de decirlo...pero...

MARIANA.- (Los mira uno por uno.) Son el premio de tus intrigas...títulos...diplomas...riquezas y honores empapados en sangre purísima...

CONDE.- (Aparte.) El tiempo urge. (Alto.) Dameesos papelesmujer infernalo por Dios vivo juro que te atravieso el corazónde una puñalada. (Saca un puñal.)

MARIANA.- (Suenan dos pistoletazos.) Ellos sonsíellos son;estaban cercay túinfameno me lo querías decir. (Echa los papeles alfuegoy va hacia la puerta: el pliego del testamento queda fuerade la chimenea.)

CONDE.- ¡Mis papeles...! ¿Qué hacesdemonio del infierno? (Deteniéndola.)Mariana...

MARIANA.- Ya no tengo yo ese nombre: mi destino se ha cumplido ya: cualquierasea el resultado de ese fatal duelodebo morir. No me espantan tus amenazasnila rabia en que ardes me atemoriza. Allíen el bosque corre la sangre de unode los dos. Corra la mía tambiénaquí tienes mi pechohiéreloy muera yomaldiciéndote.

CONDE.- Yo te maldigo a ti mil veces. (Levanta el puñal para herirlay suenan otros dos pistoletazos.)

MARIANA.- ¿Lo oyes? El combate es a muertecomo decías: acaba de matarmeo déjame salir.

CONDE.- Tú no sabesMarianalo que has hecho con quemar esos papeles. Yapara mí no hay más que un camino...lleno de sangre...

MARIANA.- Te entiendo; pero no por eso me asustas; déjamemonstruo.

CONDE.- ¿Me has entendido? Pues bienprepárate a morir. (La coge delbrazo.)

MARIANA.- ¡Ah! ¡Socorro! ¡No hay quien me favorezca! ¡Dios mío! ¡Diosmío!

CONDE.- (Aparte.) Alguien viene; despachemos. (Alto.)¡Encomiéndate a ese Dios que invocas! (Trata de llevársela por un lado.)[44]

MARIANA.- ¡Que me matan! ¡Que me matan!



Escena VI



Dichos. ALFONSO aparece en la puerta del fondo; al ruido quehace vuelve el CONDE la caradeja a MARIANA y huye al ladoopuesto. ALFONSO se precipita sobre él con una espada en la mano: elCONDE ve en el suelo el testamento y lo recoge.

ALFONSO.- Suelta a esa mujero te mato. (MARIANA huye por el fondo.)

MARIANA.- ¡Misericordia!¡misericordia!

CONDE.- Todavía me queda el testamento. (Huye por un lado. Cae eltelón.)



FIN DEL ACTO TERCERO. [45]



 

Acto cuarto

Plazuela con árbolesy bancos de piedra: en el fondo unpalacio: a los lados diversas casas; los vecinos están a laspuertas de las tiendas.



Escena I



ALFONSO mal vestido con capa. ROQUE. VECINOS.

ALFONSO.- (Embozado.) ¿Y dices que este es el palacio delconde?

ROQUE.- Sí señor...

VECINO 1.º.- (Quitando la cortina de la puerta.) Buenas tardestía Juana: ¿qué tal vamos?

JUANA.- No vamos malvecino: ¿y la parienta?

VECINO 1.º.- Asíasí...pasando.

VECINA. Qué mal día ha hecho. ¡Jesús!

VECINO 2.º.- ¡Un calor insoportable!

JUANA.- Me han dicho que se va a subir el pan.

VECINA.- ¿Qué dice ustedtía Juana?

VECINO 1.º.- Mucho que es cierto...

ROQUE. (A ALFONSO.) A las doce suele retirarse; deja el coche en laesquina...y entra solo.

VECINO 2.º- Eso es insufrible.

VECINA.- Y luego dicen que van bien las cosas. Mire usted ahora con subir elpan...

JUANA.- Para que coman cuatro pícaros de los que yo me séy más valecallarque en boca cerrada no entran moscas.

VECINA.- Yo bien conozco por quién lo dice usted.

JUANA.- Si no hubiera tantos usías ladronesno seríamos tantos losmiserables. [46]

ALFONSO.- (A ROQUE.) Pues biendéjame soloy vuelve a la horaconvenida. (Vase ROQUE.)

VECINO 1.º.- Tiene razóny en prueba de ello traslado a la señora deenfrente...

VECINA. ¿No saben ustedes que está loca?

VECINO 2.º.- Nosino muy pobre. Debe de ser muy desdichada esa señora... Amí me llena de lástima el verla tan pálidacon los ojos hundidos a fuerza dellorar...digo yo...

VECINA.- ¿Y no se sabe cómo se llama?

JUANA.- ¡Qué! Si nunca dice nadani habla con nadie...ni...

ALFONSO.- Al recorrer las calles de esta capitaldespués de tanto tiempo deausenciasiento que renacen en mí los sentimientos que causaron mi desdicha.¡Mariana...!¿dónde estás? ¿Qué ha sido de ti? En vano te he buscado portodas partes... ¡Día funesto y horrible...! Todavía oigo la voz de aquelhombrey le veo tendido a mis piesbañado en sangre...y miro a Marianapresa de ese malvadoy el puñal sobre su pecho... ¡Oh!¡qué recuerdos! Ydespués¡qué vida la mía...!siempre erranteproscripto...mis horas hanpasado en una continua peregrinación...

JUANA.- Unas veces gime como una madre a quien se le han muerto sus hijosotras grita desesperaday pide perdón al cieloy se arrastra frenética porlos ladrillos de la estancia.

TODOS.- (Se apiñan en corro.) ¡Qué horror!

JUANA.- Hay ocasiones en que murmura por lo bajo en tono tristísimo palabrasde enamoradosy en otras se levanta desgreñaday llena de espantoy acusa aun hombrey le llama traidory habla del infierno...

VECINA.- Ave María Purísima...

JUANA.- Después cae en un parasismo que suele tenerla sin sentido dos o treshorasque no parece sino que ya es cadáver. [47]

ALFONSO.- ¡Qué lentos corren los momentos para quien aguarda vengarse...!¡Qué lenta es la vida para el sediento que oye el murmullo de la fuente y nola ve correr! ¡Mariana...!¡querida mía! Tal vez me estás mirando desde elcieloy penetras en mi almay desde la mansión de los santos elevas por mítus puras oraciones al trono brillantísimo del Eterno.

VECINA.- ¡Pobrecita! Y decir que en tanto tiempo como hace que vive ahínose haya podido saber quién es...

VECINO 1.º.- Cuidado que parece cuento.

VECINO 2.º.- Y luego salen con que mienten las historiasy que no sonverdad las novelas. Mire usted si esa buena mujer...

ALFONSO.- O acaso gimes en un rincón del mundo desconocida de todos; y allílloras tus males y los míosmientras llega tu postrer momento... ¡Ah! Yodesesperanzado de vertete he prometido venganzay la conseguirás...

JUANA.- De pocos días a esta parte está mucho peor.

VECINA.- ¡Qué lástima!

JUANA.- Como que de un instante a otro me temo que se mueray nos dé unsusto...

VECINA.- Ya se vecomo que nadie sabe quiénes son sus parientesni si escasadao solterani si tiene hijosni...

VECINO 1.º.- Aquí viene.

VECINO 2.º.- ¡Qué demudada está!

VECINA.- (Se limpia los ojos.) ¡Infeliz! Da compasión elverla. (ALFONSO se ha ido lentamente por uno de los lados.) [48]



Escena II



Dichosmenos ALFONSO. MARIANA pálida y vestida humildementede negro. Principia a anochecer.

MARIANA.- (Se para en el foro.) ¡Qué cansancio...! No hepodido encontrarle... En vano he recorrido los paseos y las plazas...porninguna parte le hallo...

JUANA.- Hoy vienecomo digopeor que nunca.

MARIANA.- Sin embargoél vive...todas las noches le veo; oigo suspalabras de amorsiento su mano ardiente sobre mi pecho; escucho cómo me llamacon dulces palabras...y yo me sonrío de placery le estrecho en mis brazos.

VECINA.- Vayaesto no se puede resistir.

VECINO 1.º.- Calle usted.

MARIANA.- Pero luego llega el díay me deja solay se va... ¡Alfonso!¿dóndete escondes?

JUANA.- Siempre está llamando así a ese Alfonso.

VECINO 2.º.- Sería su marido.

VECINO 1.º.- O su amante: ¿quién sabe?

MARIANA.- Ya va anocheciendo...tengo frío...mucho frío...y como soytan pobreno tengo lumbre para calentarme.

VECINA.- Pobrecita: mire ustedtía Juanaluego le llevaremos.

JUANA.- Callaque ya sé yo lo que debo hacerme: ni tú ni nadie me gana amí a caritativa.

MARIANA.- Era de día entonces...había un bailey mucha gente lujosamentevestida...señoras...caballeros...sonaba la música...bailaban todos...Alfonso estaba allí mirándome de hito en hito...yo también le mirabafijamente...sonó un tiro...luego otro...¡ah!¡qué horror...! El conde...un puñal... ¡Yo deliro...!¿dónde estoy...? ¡Alfonso...! ¡Que memata...!perdón...perdónameFernando...

VECINA.- (Se acercan a ella.) ¡Se parte el corazón de oírla![49]

MARIANA.- ¿Quién viene...? ¿Quién es?

JUANA.- ¡Señora...!

MARIANA.- ¿Qué queréis de mí? ¿Para qué me buscáis?... Silencio...silencio... ¡Misericordia...! (Huye y entra por la izquierda.)

JUANA.- Lo que digocada vez peor. Ahora la dará el accidentey sabe Diossi volverá de él.

VECINO 1.º.- Es un dolor el verla...todavía es joventan bonita...ycompletamente locaporque lo está sin duda.

VECINA.- Hay mucha miseria en este mundoy mucha pobreza...

VECINO 1.º.- ¡Mientras otros enriquecen de un modo prodigioso!

JUANA.- Eso digo yoque no se sabe por quéni cuándociertos hombres queayer vivían en una boardillacomo quien dicehoy son grandesy arrastrancochey tienen usíay gastany triunfan sin temor de Diosinsultando poresas calles a los pobres. Yo no sé dónde está esa mina...

VECINA.- ¿Mina? No es mala minatía Juana; y así Dios me salve como noquisiera yo de esas minas; que el que no trabajay se hace poderosoalgo malohacesegún decía mi madreque esté en gloria.

VECINO 1.º.- Calladseñorasy no habléis de esoque hay cosas delicadas...

JUANA.- Se cuentan unos sucesos a veces de ciertas personas...

VECINA.- ¿De quiéntía Juana?

JUANA.- Si yo desplegara mis labiospuede ser que...

VECINO 2.º.- Diga usted¿hay algo...?

VECINO 1.º.- Señoresmás vale que nos marchemos...que en Madrid abundala policía.

JUANA.- Tiene razón el vecino; pero la verdad es que en ocasiones...

VECINA.- Vayacuéntelo ustedque a nadie se lo diremos sino en secreto.[50]

VECINO 2.º.- Sítía Juanadiga usted.

JUANA.- ¿Que lo diga...? Pues allá va...pero cuidado con decirlo a nadieporque... Es el caso...acercaos a mí. (Se acercany JUANA sesienta en un banco.)



Escena III



Dichos. ALFONSO.

ALFONSO.- Oscura va entrando la noche. (Mira a los vecinos.)Todavía no se han marchado.

JUANA.- Eracomo digoun pobretehidalgo síy aun noble; pero sin uncuartoque todo su patrimonio lo perdió jugando. De la noche a la mañana tuvodinero...

VECINA.- ¡Hola!

JUANA.- Bastante dinero; pagó sus deudasy se puso tan currutaco...perono es esto todo. Un día se encontraron unos hombres a dos caballeros quesalían de un bosque. Entraron en el bosque; ¿y qué pensarán ustedes quehallaron allí?

VECINO 2.º.- ¡Sabe Dios!

JUANA.- Encontraron a un generalcon su faja y todomuerto...

VECINA.- ¡JesúsMaría y José!

JUANA.- Cerca había una casa de campo quesegún se dijoera del general;¿y quién creerán ustedes que estaba en la casa?

VECINO 1.º.- ¿Los facciosos?

VECINO 2.º.- ¡Qué facciosos! Serían ladrones.

JUANA.- Tanto monta; pero ni los unos ni los otros estaban allí... Quienestaba era el conde.

TODOS.- ¡El conde! ¿Cuál?

JUANA.- Síel condeel dueño de esa casa grandeel que vemos salir aveces tan lujosoy tan acompañado de señoresy acribillado de veneras.

VECINA.- ¿Será posible?

JUANA.- ¿Tengo yo cara de engañar a nadie? [51]

VECINO 1.º.- Vaya usted viendo.

JUANA.- Desde aquella épocasin saberse por dóndeel resultado fue que elhidalgo se hizo ricocompró esa casa...en sumaahí estáustedes le venentrar y salircon que... no digo más.

VECINA.- ¡Qué!si se ven cosas...

JUANA. Hija míamisterios y más misterios...vaya usted ahora a averiguarde qué modo se hizo tan poderosocuando una trabaja que se las pela para ganaruna peseta... Pero es tarde ya: van a dar las ánimassi ya no han dado: yo memarcho. Adiósvecinos: buenas noches...cuidado con el secreto... Abur. (Vase.)

VECINA.- Téngalas usted muy buenas... Yo también me retiro. (Aparteyéndose.) Vea usted¿quién había de pensar...? (Vase.)

VECINO 1.º.- (Aparte.) ¡Pobre señorita...! ¡Loca y tanpobre! Hasta mañanaseñores. (Vase.)

VECINO 2.º.- Hasta mañana... Está visto: para reírse del mundo lo que hayque tener es dinero. (Vase.)



Escena IV



ALFONSO. Después MARIANA.

ALFONSO.- Ya se fueron... Nadie parece por estos contornos. Qué lejosestaré yo del pensamiento de ese hombre; sin embargoque cerca está mi puñalde su pecho...voy a vengarme y a vengarla... Después a morir... La muerte esun descanso para dar principio a una nueva existencia. ¿Quién sabe...? Hubo untiempo en que yo me imaginaba a la muerte como un término glorioso de la vida...hoy miserable y proscripto me la figuro como un sueño que endulza para siemprenuestras penas... Los hombres gritarán: ¡Asesino...! La ley mecondenará por alevoso... ¡Pobres hombresy tristes leyes...que no alcanzanadonde llega la voluntad de un embustero...! [52] Sin embargola ley necesitauna víctima; porque un sacrificio pide otro sacrificio... Yo moriré...elpueblo se horrorizará de ver que muero tranquilo; pero Dios me perdonará en subondad inmensa...y en alas de su poder infinito elevará mi alma... (Seabre una puerta: sale por ella MARIANA a pasos lentos.)Gente viene...es una mujer...sola por estos sitios...¿adónde irá...?

MARIANA.- Todavía no ha llegadoy ya es muy tarde. (Se sienta en unbanco.)

ALFONSO.- Se ha sentado. Esta mujer puede muy bien impedir la ejecución demi proyecto. (Se acerca a ella poco a poco.)

MARIANA.- ¡Ay...!mi frente abrasa... ¡Qué calor tengo!

ALFONSO.- ¡Se queja!

MARIANA.- Siempre sola...abandonada... Cuando voy por la calle... loshombres me miran como asombrados...las mujeres lloran de verme llorar...¡triste de mí...! ¡Antes era yo tan dichosa!tenía doncellas que mesirviesen...vivía en una casa magnífica... Hoy... pido limosna por el amorde Diosy vivo de limosna en una boardilla...

ALFONSO.- Este acento despierta en mí recuerdos que me despedazan elcorazón.

MARIANA.- ¡Qué silenciosa está la nochey qué melancólica!

ALFONSO.- (Se coloca de modo que la vea.) No puedo verla bien.

MARIANA.- ¡Cómo corren los años sin dejarse sentir más que deldesgraciado!

ALFONSO.- ¡Dios mío! ¿Qué estoy viendo? ¿Será ilusión...? ¿Estoyacaso soñando...? ¡Mariana! ¡Ella es...! Síella es. ¡Mariana! (Seacerca más.)

MARIANA.- (Le mira sin conocerle.) ¡Calla! ¡Calla...!nopronuncies ese nombre; ¡si te oyera el conde...me mataría...! ¡Ah...!y yotengo miedo de morir.

ALFONSO.- ¡Mariana...!¡míramehermosa mía!mírame... ¿No me conoces?¡Soy Alfonsoque después de tantas desdichas vuelve a verte! [53]

MARIANA.- ¿Alfonso...? Ahora vendrále estoy aguardando...todas lasnoches viene a visitarme...sin que nadie lo sepa...

ALFONSO.- ¡Ah!¡desdichado de mí...!¡en qué estado la encuentro...!¡Mariana! ¡Mariana...!

MARIANA.- Te he dicho que te calles...mira que hay un puñal sobre mi pecho...que me persiguen asesinos...y una sombra ensangrentada...iracunda...terrible...

ALFONSO.- ¡Qué horror!

MARIANA.- Y también hay un hombre que ha jurado matarme.

ALFONSO.- ¡Y el perverso lo ha conseguido!

MARIANA.- Yo me escapé...huí de su furor...me escondí...todavíaestoy huyendo de él...de tiempo en tiempo le veo pasar en un cocherodeadode gente alegre que le festeja y obsequia muy rendida.

ALFONSO.- ¡Maldición!

MARIANA.- Pero no se lo digas a nadie... Promételo...todos los hombres sontraidoresy por el dinero son capaces de cualquier crimen... Lo sé muy bien.

ALFONSO.- ¡Mariana mía!

MARIANA.- Tú eres bueno sin duday tienes lástima de los desgraciados...acaso estás pobreandrajoso y desvalido como yo...y como yo pasarás largashoras de llanto y de amargura... A veces tendrás hambrey carecerás de panque regar con tus lágrimas.

ALFONSO.- ¡Dios eterno! ¡Dadme fuerzas para sufrir tanto martirio!

MARIANA.- Sin embargono faltan almas caritativas y benéficas que secompadecen de mi infelicidad y me socorren...me dan limosna... ¡Qué duro esvivir de limosna!pero yo no tengo nada...nada absolutamente...hasta lahonra la he perdido.

ALFONSO.- ¡Qué oigo! ¿TúMarianavives de la misericordia pública...?¿Tútan hermosa y brillante en otros tiemposreina entonces de los festinesmás [54] espléndidoste arrastras hoy por las calles implorando compasión?

MARIANA.- No entiendo lo que dices.

ALFONSO.- ¡Desgraciada! ¡Dios mío!¿para qué me has conservado la vida?

MARIANA.- Mirasiéntate aquía mi ladoy hablaremos...hace tantotiempo que no hablo con nadie...y eres tú tan amable... (ALFONSO se sienta.)Quisiera yo acordarme bien de todo lo que me ha sucedido para contártelo...

ALFONSO.- ¡Pero mírameMarianapor Dios! ¿No me conoces? ¿No descubresen mí ningún recuerdo?

MARIANA.- Síalguna vez me parece que te he vistoy hace tiempo(Sesonríe.) mucho tiempo.

ALFONSO.- Dimehermosa¿y te acuerdas tú de tu Alfonso?

MARIANA.- ¿Alfonso? Siempre le tengo presente en mi memoria...vive suimagen aquí(Pone la mano en el pecho.) tan pura como en losprimeros años de mi juventud. Le amo con deliriocon idolatría. Es él tangallardotan nobletan valiente...no tiene rival en el mundo...cuandohablaparece que los ángeles hablan por su boca...cuando me mira hay en susojos un fuego irresistible...si entonces me pidiera la sangre toda que por misvenas correla derramaría con gusto.

ALFONSO.- ¡Ah!yo la derramaré por tiporque yo también te amoporquesólo para amarte queda valor en mi alma maceraday vida en mi cuerpo miserable.

MARIANA.- ¿Qué dicesque no puedo comprenderte?

ALFONSO.- ¡Qué desesperación! No me entiende. ¡Marianadigo que te adorocomo a un Dios...!

MARIANA.- Calla mi nombre...cállaloque es funesto para quien lopronuncia.

ALFONSO.- Mírame otra vezhermosa: fija tus ojos en mícomo en aquellosdías en que inocentes ambos y dichosos hacíamos gala de nuestro cariñoyéramos la envidia del universo. [55]

MARIANA.- No sé lo que me dicespero lo dices tan bien...

ALFONSO.- ¡Alma mía!

MARIANA.- ¿No los oyes? Vienen ya a buscarnos.

ALFONSO.- ¿Quiénes?

MARIANA.- Ellos. ¿No ves las máscaras...?suena la música...bailan;mientras yo me desespero en la más cruel incertidumbre... Se fueron ya; y medejaron solasola con mi pasión y con mis agravios...sin un puñal paravengarmesin fuerzas. Porque soy mujer se burla de mí el cobarde. ¿No tengoquien me defienda?

ALFONSO.- (Exaltado.) Yo te defenderé: vivo yo para vengartepara satisfacer una a una tus ofensaspara sepultar mil veces en el pecho deese monstruo el puñaly para hundirlo después en el mío.

MARIANA.- ¿Y quién eres tú?

ALFONSO.- ¿Yo? Soy un hombre maldito de todos los hombresque los detesto atodosy que nací para la desesperación y para los crímenes; soy un hombrecon un pensamiento giganteque por no caber en el mundo abruma mi existencia:mi alma es presa ya del cadalso.

MARIANA.- ¡Ah!¡el cadalso...!¡sangre...!¡siempre sangre donde estoyyo!

ALFONSO.- ¡El cadalso! En él está nuestra única esperanza; por élsubiremos a otra región más digna de nosotros. ¿Qué porvenir tenemos ya enla tierra?¿qué techo para cubrir nuestras cabezas proscriptas...? ¿En quédesierto podremos ocultarnos donde los recuerdos no nos destrocen? El cadalsooel hospitaluno de los dos será nuestro último asilo.

MARIANA.- Hombre o demonio¿quién eres? Tus palabras caen sobre mi alma yla abrasan como si fueran gotas de plomo derretido. No veo dónde estoy...nisé lo que siento aquí en mi pechoque parece que me arrancan las entrañas.[56]

ALFONSO.- Es que a timujerel exceso del infortunio te ha vuelto locayyo estoy desesperado: la muerte para ti es un paraísoy para mí es la gloriadonde los santos cantan las alabanzas a Dios.

MARIANA.- ¡Qué ruido...! (Suena un coche.) ¡Ya llegan...!Déjame huir de ellos...

ALFONSO.- Noquédate. (Quiere irse y la detiene.) Ya estáahí... Llegó la hora de su muerte.

MARIANA.- ¡Por piedaddéjame!

ALFONSO.- ¡Silencio!¡silencio por Dios...!y ocultémonos detrás de losárboles... ¡Dios eternoamparadme!

MARIANA.- Tengo miedo.



Escena V



Dichos. El CONDE. DON DIEGO.

Sale un lacayo alumbrandodetrás el CONDEhablando conDON DIEGO: se abren las puertas del palacio para darlos entrada.

CONDE.- Es preciso que averigüe usted su paradero.

DIEGO.- Se hará todo lo posible.

CONDE.- ¡Es indispensable! (A los CRIADOS.) Entrad vosotrosqueahora entraré yo.

DIEGO.- No se ha podido saber otra cosa.

CONDE.- No basta lo hecho: me interesa que esa mujer desaparezca de Madrid:ya sabe usted cómo recompenso a los que me sirven.

DIEGO.- Gracias a V. E.desde que aquel hombre salió para Filipinas...

ALFONSO.- (Aparte.) El infame habla de mí.

CONDE.- No se trata ahora de eso; los muertos quédense en sus sepulcros; loque importa es que ninguno de los que tuvieron parte en aquellos fatalesacontecimientos pueda publicarlos: es un legado de venganza que el general medejó al despedirse de [57] mí. (ALFONSO se ha ido acercando a favor de losárboles.)

MARIANA.- (Escondida.) ¡Cuánta gente!¿qué buscarán aquí?

DIEGO.- Ya he dicho a V. E. lo que hay...parecepor lo que me haninformadoque la infeliz ha perdido el juicio...según todas las noticiasvive muy pobremente.

CONDE.- Todo eso me confirma más y más en mi proyecto. Esa mujer debe pasarel resto de sus días en una reclusióndonde sin duda vivirá máscómodamente.

ALFONSO.- Yo frustraré tus planes.

DIEGO.- La voluntad de V. E. es para mí una ley.

CONDE.- Está bien: mañana nos veremosy se resolverá el concluir esteasunto.

DIEGO.- Beso a V. E. la mano.

CONDE.- Adiós. (Vase DON DIEGO.)



Escena VI



Dichosmenos DON DIEGO.

CONDE.- ¿También será preciso sacarte a ti de España después que noquede ninguno?... Caro me costó aquel momento de ira... Cada cual tomó por suladode modo que si la muerte no me ayuda un pocoqué sé yo lo que hubierasido de mí... Guzmán naufragó no sé dóndey no se han vuelto a tenernoticias suyas. Dios lo conserve en su gloria por muchos años... Mariana es laque puede presentarsey... gracias a que está demente... Sin embargonadatendría de particular que por lo mismo se arrojase un día a verme en algúnsitio público...de pensarlo tiemblo... Un loco es capaz de todo... Laconoceríany entoncesadiós testamento... ¡Maldita fortuna! ¡Qué deafanes cuesta el vivir medianamente! (Se dirige al fondo: ALFONSO embozado[58] se presenta al CONDEque al verlos grita con más fuerza.)

ALFONSO.- ¿Señor conde?

CONDE.- ¿Qué se ofrece?

ALFONSO.- Escuche usted una palabra.

CONDE.- Venga usted mañana: ahora es tarde.

ALFONSO.- Es preciso que V. E. me oiga.

CONDE.- No puede ser; no es hora esta de...

ALFONSO.- Es absolutamente necesario; tengo que dar a V. E. noticias muyimportantes.

CONDE.- (Aparte.) ¿Quién será este hombre? (Alto.)Pues bienya he dicho que vuelva usted mañana; mañana las sabré.

ALFONSO.- Noque ha de ser ahora mismo.

CONDE.- He dicho que...

ALFONSO.- ¿Me conoces? (Se acerca y le enseña el rostro.)

CONDE.- ¡Qué miro! ¡Alfonso...! ¡Maldito seas! ¿No te has muerto?

ALFONSO.- Noque vivo para beber tu sangre. (Le agarra de un brazo y lelleva donde está MARIANA.) Ven y verás la víctima de tus infamias... ¿Conocesa esa mujer frenética a fuerza de llorary enflaquecida por la pobreza?

MARIANA.- (Le conoce.) ¡El conde...! ¡Misericordia!¡que meva a matar...! ¡Por compasiónno me asesinéis! (Se arrodilla.)

CONDE.- ¿Mariana aquí? ¿Este hombre? ¿Morir de este modo? ¡Hola! ¡Socorro...!¡Socorro!

MARIANA.- (Siempre de rodillas.) ¡Fernando...! ¡Fernando...!Perdóname: yo soy la culpable... No le mates: él es inocente... Alfonsoenvaina por Dios esa espada.

ALFONSO.- ¿Quieres huirinfame? (Al CONDE.) En vano lo pretendes...prepárate a dar cuenta de tus delitos.

CONDE.- ¡Socorro! ¡Que me matan...! ¡Asesino! [59]



Escena VII



Dichos y los CRIADOS: estos abren y se dirigen adonde está elCONDEque al verlos grita con más fuerza.

CONDE.- ¡Salvadme! (ALFONSO con una mano sacude al CONDE y le derribasobre un bancoy con la otra saca una pistolay dice:)

ALFONSO.- Al primero que se acerque le atravieso el corazón de un balazo. (LosCRIADOS huyen; se oye ruido del vecindario; la gente gritadesde las ventanas.)

VECINOS.- ¡Ladrones...! ¡Que matan a un hombre! ¡Asesinos!

MARIANA.- ¡No le matesFernando! (Se levanta.) Mátame a míprimero. Síyo le amole amaba antes que a ti; supo respetarme.

ALFONSO.- No te salvaráscobarde; morirás a mis manos. Al pie de tupalaciocuando ya te dabas por seguro y dichoso en medio del esplendor y de losplacerescuando ya ibas a coger el galardón de tus viles manejosDios hieretu cabeza con mi brazo. ¡Muereperverso! Recibe el premio de tus detestablesacciones. (Le descarga la pistola.)

CONDE.- ¡Maldición! ¡Yo muero...! (Cae.)

MARIANA.- ¡Ah!¿no tiene ya remedio? (Salen PUEBLO con luces ySOLDADOSy dicen:)

PUEBLO.- Aquí estáaquí está.

CRIADO 1.º.- Ese es el asesino; prendedle.

ALFONSO.- (Tira la pistola.) Sí; yo soy el asesino a quienbuscáisyo acabo de matar a ese hombre.

CRIADO 1.º.- Él mismo lo confiesa.

MARIANA.- ¿El asesino?¿quién es?¿dónde está? (Las luces iluminanel rostro de ALFONSOy MARIANA le reconoce.) ¿Estehombre es el asesino?¿de quién...? (Mira al CONDE.) ¿Qué veo...?¿No es él? ¡Ah![60] ¿si será sueño lo que por mí pasa? ¡Alfonso! (Daun grito y cae en sus brazos.)

ALFONSO.- ¡Mariana! ¡Al fin me has conocido! ¡Ya estás vengada...! ¡DiosmíoDios mío!¡perdonadme!

CONDE.- ¡Oh rabia! (Quiere incorporarsey cae.) ¡Elinfierno os confunda!

TODOS.- ¡Qué horror! (Cae el telón.)



FIN DEL DRAMA.




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