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Miguel de Cervantes
Saavedra
Prólogo
AL DUQUE DE BEJAR,
marqués de Gibraleón,
conde de Benalcázar y Bañares, vizconde de la Puebla de
Alcocer, señor de las Villas de Capilla, Curiel y Burguillos.
En fe del buen acogimiento y honra que hace Vuestra Excelencia a toda suerte de libros, como Príncipe tan inclinado a favorecer las buenas artes, mayormente las que por su nobleza no se abaten al servicio y granjerías del vulgo, he determinado de sacar a luz el INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia, a quien, con el acatamiento que debo a tanta grandeza, suplico le reciba agradablemente en su protección, para que a su sombra, aunque desnudo de aquel precioso ornamento de elegancia y erudición de que suelen andar vestidas las obras que se componen en las casas de los hombres que saben, ose parecer seguramente en el juicio de algunos, que no conteniéndose en los límites de su ignorancia, suelen condenar con más rigor y menos justicia los trabajos ajenos: que poniendo los ojos la prudencia de Vuestra Excelencia en mi buen deseo, fío que no desdeñará la cortedad de tan humilde servicio.
MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA EL EDITOR Muchas son las ediciones que se han hecho de la inmortal obra del Manco de Lepanto, no solamente en nuestra España, que se honra en haber sido cuna de tan peregrino ingenio, sino en casi todos los idiomas conocidos, pues son innumerables las traducciones de esta preciosa producción a la que tantos elogios han tributado y tributan cada día los hombres amantes de la buena literatura.
No es solamente el DON QUIJOTE DE LA MANCHA, un libro de recreo; es una obra que encierra profunda instrucción y cuyas páginas contienen una moral sólida, que instruye al mismo tiempo que recrea.
Al dar a luz la presente edición, que esperamos sea bien acogida del público, hemos procurado tener a la vista las mejores ediciones publicadas por la Academia, encargando la corrección a una persona entendida, para que salga lo más perfecta posible.
Enemigos de profanar los grandes monumentos de nuestra literatura, no hemos seguido el camino trazado por algun editor, de presentar el QUIJOTE en la forma de la novela moderna; principalmente en los diálogos; lo único que hemos hecho es dividir en párrafos los capítulos, y esto sin abuso, para hacer más descansada la lectura, y hacer uso de la moderna ortografía en ciertas y determinadas voces.
Habíamos pensado colocar notas de eruditos escritores al pie de las páginas, pero hemos creido más conveniente darlas al final.
También repartiremos al terminar la obra la Vida
de Cervantes Si el público nos concede su favor se verán
satisfechas las aspiraciones de
EL EDITOR
Barcelona,
Noviembre de 1880
Desocupado lector: Sin juramento me podrás creer, que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir la orden de naturaleza, que en ella cada cosa engendra su semejanza. Y así ¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo, y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno: bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento, y donde todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las Musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo, que le colmen de maravilla y de contento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas; antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. Pero yo que aunque parezco padre soy padrastro de D. Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres: y pues ni eres su pariente, su amigo y tienes tu alma en tu cuerpo, y tu libre albedrío como el más pintado, y estás en tu casa, donde eres señor de ella, como el rey de sus alcabalas, y sabes lo que comúnmente se dice, que debajo de mi manto al rey mato, todo lo cual te exenta y hace libre de todo respeto y obligación, y así puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calumnien por el mal, ni te premien por el bien que dijeres de ella.
Sólo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo ni de la innumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse. Porque te sé decir, que aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para escribirla, y muchas la dejé por no saber lo que escribiría. Y estando una suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diría, entró a deshora un amigo mío, gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntó la causa, y no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que había de hacer a la historia de D. Quijote, y que me tenía de suerte que ni quería hacerle, ni menos sacar a luz las hazañas de tan noble caballero. Porque ¿cómo no queréis vos que no me tenga confuso el que dirá el antiguo legislador, que llaman vulgo, cuando vea que al cabo de tantos años como ha que duerme en el silencio del olvido, salgo ahora con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de conceptos, y falta de toda erudición y doctrina, sin acotaciones en las márgenes, y sin anotaciones en el fin del libro como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platon y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los leyentes, y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes? ¡Pues qué, cuando citan la divina Escritura, no dirán sino que son unos Santos Tomases y otros doctores de la Iglesia, guardando en esto un decoro tan ingenioso, que en un renglón han pintado un enamorado distraído, y en otro hacen un sermonico cristiano, que es un contento y un regalo oirle o leerle!
De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo que acotar en el margen, ni que anotar en el fin, ni menos sé qué autores sigo en él, para ponerlos al principio como hacen todos, por las letras del A B C, comenzando en Aristóteles y acabando en Xenofonte y en Zoilo, o Zenxis, aunque fue maldiciente el uno y pintor el otro. También ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebérrimos; aunque si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo sé que me los darían, y tales que no les igualasen los de aquellos que tienen más nombre en nuestra España.
En fin, señor y amigo mío, proseguí, yo determino que el señor Don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan, porque yo me hallo incapaz de remediarlas por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente soy poltrón, y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos. De aquí nace la suspensión y elevamiento en que me hallásteis: bastante causa para ponerme en ella la que de mí habéis oido.
Oyendo lo cual mi amigo, dándose una palmada en la frente, y disparando en una larga risa, me dijo: Por Dios, hermano, que ahora me acabo de desengañar de un engaño en que he estado todo el mucho tiempo que ha que os conozco, en el cual siempre os he tenido por discreto y prudente en todas vuestras acciones; pero ahora veo que estáis tan lejos de serlo, como lo está el cielo de la tierra. ¿Cómo que es posible, que cosas de tan poco momento y tan fáciles de remediar, puedan tener fuerzas de suspender y absortar un ingenio tan maduro como el vuestro, y tan hecho a romper y atropellar por otras dificultades mayores? A la fe, esto no nace de falta de habilidad, sino de sobra de pereza y penuraia de discurso. ¿Queréis ver si es verdad lo que digo? Pues estadme atento, y veréis cómo en un abrir y cerrar de ojos confundo todas vuestras dificultades, y remedio todas las faltas que decís que os suspenden y acobardan para dejar de sacar a la luz del mundo la historia de vuestro famoso Don Quijote, luz y espejo de toda la caballería andante. Decid, le repliqué yo, oyendo lo que me decía, ¿de qué modo pensáis llenar el vacío de mi temor, y reducir a claridad el caos de mi confusión? A lo cual él dijo: Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar con que vos mismo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiérais, ahijándolos al preste Juan de las Indias, o al emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas... Y cuando no lo hayan sido, y hubiere algunos pedantes y bachilleres, que por detrás os muerdan y murmuren de esta verdad, no se os dé dos maravedís, porque ya que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con la que lo escribísteis.
En lo de citar en las márgenes los libros y autores de donde sacáreis las sentencias y dichos que pusiéreis en vuestra historia, no hay más sino hacer de manera que vengan a pelo algunas sentencias, o latines que vos sepáis de memoria, o a lo menos que os cueste poco trabajo el buscarlos, como será poner, tratando de libertad y cautiverio:
Non bene pro toto libertas venditur auro.
Y luego en el margen citar a Horacio, o a quien lo dijo.
Si tratáreis del poder de la muerte, acudid luego con:
Pallida mors
aequo pulsat pede
Pauperum tabernas, Regumque turres.
Si de la amistad y amor de Dios manda que se tenga al enemigo, entraos luego al punto por la Escritura divina, que lo podéis hacer con tantico de curiosidad, y decir las palabras por lo menos del mismo Dios: Ego autem dico vobis, diligite inimicos vestros. Si tratáreis de malos pensamientos, acudid con el Evangelio: De corde exeunt cogitationes malae. Si de la instabilidad de los amigos, ahí está Catón que os dará su dístico:
Donec eris felix, multos numerabis amicos; Tempora si fuerint nubila, solus eris
Y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático, que el serlo no es de poca honra y provecho el día de hoy. En lo que toca al poner anotaciones al fin del libro, segúramente lo podéis hacer de esta manera: Si nombráis algún gigante en vuestro libro, hacedle que sea el gigante Golías, y con sólo esto, que os costará casi nada, tenéis una grande anotación, pues podéis poner: El gigante Golías o Goliat fue un filisteo, a quien el pastor David mató de una gran pedrada en el valle de Terebinto, según se cuenta en el libro de los Reyes, en el capítulo que vos halláreis que se escribe.
Tras esto, para mostraros hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo, haced de modo como en vuestra historia se nombre el río Tajo, y vereisos luego con otra famosa anotación, poniendo: El río Tajo fue así dicho por un rey de las Españas; tiene su nacimiento en tal lugar, y muere en el mar Océano, besando los muros de la famosa ciudad de Lisboa, y es opinión que tiene las arenas de oro, etc. Si tratáreis de ladrones, yo os daré la historia de Caco, que la sé de coro. Si de mujeres rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo que os prestará a Lamia, Laida y Flora, cuya anotación os dará gran crédito. Si de crueles, Ovidio os entregará a Medea. Si de encantadoras y hechiceras, Homero tiene Calipso, y Virgilio a Circe. Si de capitanes valerosos, el mismo Julio César os prestará a sí mismo en sus comentarios, y Plutarco os dará mil Alejandros. Si tratáreis de amores, con dos onzas que sepáis de la lengua toscana, toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas. Y si no queréis andaros por tierras extrañas, en vuestra casa tenéis a Fonseca del amor de Dios, donde se cifra todo lo que vos y el más ingenioso acertare a desear en tal materia. En resolución, no hay más sino que vos procuréis nombrar estos nombres, o tocar estas historias en las vuestras, que aquí he dicho, y dejadme a mí el cargo de poner las anotaciones y acotaciones, que yo os voto a tal de llenaros las márgenes de gastar cuatro pliegos en fin del libro.
Vengamos ahora a la citación de los autores, que los otros libros tienen, que en el vuestro os faltan. El remedio que esto tiene es muy fácil, porque no habéis de hacer otra cosa que buscar un libro que los acote todos, desde la A hasta la Z, como vos decís. Pues ese mismo abecedario pondréis vos en vuestro libro; que puesto que a la clara se vea la mentira, por la poca necesidad que vos teníais de qprovecharos de ellos, no importa nada, y quizá alguno habrá tan simple, que crea que de todos os habéis aprovechado en la simple y sencilla historia vuestra. Y cuando no sirva de otra cosa, por lo menos servirá aquel largo catálogo de autores a dar de improviso autoridad al libro. Y más, que no habrá quien se ponga a averiguar si los seguísteis, o no los seguísteis, no yéndole nada en ello cuanto más que, si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna cosa de aquellas que vos decís que os falta, porque todo él es una invectiva contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón: ni caen debajo de la cuenta de sus fabulosos disparates las puntualidades de la verdad, ni las observaciones de la astrología: ni lo son de importancia las medidas geométricas, ni la conutación de los argumentos de quien se sirve la retórica: ni tiene para qué predicar a ninguno, mezclando lo humano con lo divino, que es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento. Sólo tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere escribiendo, que cuanto ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que se escribiere.
Y pues esta vuestra escritura no mira a más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías, no hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos: sino procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo pintando en todo lo que alcanzáreis y fuere posible vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos, sin intrincarlos y oscurecerlos.
Procurad también que leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. En efecto, llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundad de estos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más: que si esto alcanzáseis, no habríais alcanzado poco.
Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y de tal manera se imprimieron en mí sus razones, que sin ponerlas en disputa las aprobé por buenas, y de ellas mismas quise hacer este prólogo, en el cual verás, lector suave, la discreción de mi amigo, la buena ventura mía en hallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio tuyo en hallar tan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso Don Quijote de la Mancha; de quien hay opinión por todos los habitadores del campo de Montiel, que fue el más casto enamorado, y el más valiente caballero que de muchos años a esta parte se vió en aquellos contornos.
Yo no quiero encarecerte el servicio que te hago en darte a conocer tan notable y tan honrado caballero; pero quiero que me agradezcas el conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien a mi parecer te doy cifradas todas las gracias escuderiles, que en la caterva de los libros vanos de caballerías están esparcidas.
Y con esto, Dios te dé salud, y a mí no olvide. Vale.