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Galerna

Joaquín Dicenta


Amanece. Violeta pálido es el cielo. Ni la más pequeña nube hay en él. Elmar parece lagoque poetizan las gaviotas con el desperezo de sus alas. Por lacumbre de un monte verdeconduce sus vacas el pastor. Chirriante baja unacarretaal pezuñeo cansino de dos bueyespor los accesos de otro monte. Elboyero canta:


 

«Es la mozuca mía

 

la mejor moza

 

que hay desde Castro-Urdiales

 

hasta Reinosa.»


Asíesclavizando a la hermosura de su queredora todo el mujerío montañéscanta su cantar el boyero; y van los ecos del cantar extendiéndose por elespacio en himno de amorque sube y se pierde hacia los orientes de la luz.

¡Amanecer tibio de Julioel aire te embellece con el musicar de sus besossobre las hierbas enjoyecidas por los brillantes del rocío; con su ir y venirsobre las aguas del Cantábricoque se deshace contra el rocaje en caireles deespuma!... A tus resplandores va contorneándose el pueblecillo pescador.

Las lanchas boniteras negrean encima de la ría; a pliegues apabellónase elvelamen al largo de los palos.

Todo es quietuddulcedumbre en la aldeaen la campiña y en el mar.

A misa de alba repican las campanas del románico templo. Algunas viejassuben por la cuesta que a la iglesia conduce. Son las primeras parroquianas deloficio dominical. El mocerío duermeaguardando la misa mayor para exhibirsebajo las naves anchurosasentre sones de órgano y perfumes de incienso.

Trasnocharon los mozos con el alivio de la fiesta. Fue grande el menudeo delos jarros en las seis tabernas del lugar. La costera empezaba bien y no eraasunto de regatear las perrucasabundando bajo las aguas el bonito. Cierto queprecisaba remontar a las veinte y las treinta leguas para darse con él; ciertoquea tan gran trecho de la costacorren las barcassi da el tiempo en serduropeligros de naufragio. Perovayaque bien relucen las pesetas y biensuenan en los mostradores. ¿Quién repara en perra más o menos cuando se hapasado todo un invierno de hambre y no se sabe a punto fijo si anochecerá paraalgún marinero el día que amanece?

Como zaques fueron los mozos a dormirtambaleándose más que a diario enlas barcas suyas.

Tarde se acostaron también las mozas; que armóse baile de panderetas en laplazay entre el canto y el repicóny los danzares y los tentujeospasaronguapamente las horas; y moza hubo que para encontrarla sus padrestuvieron dehacer camino a las alturas del bosque de eucaliptos; y algo no grato veríanallá los padres de la mozaporque ella bajó lloriqueando y la madre gruñendoy el padre con más votos entre los dientes que lleva un peregrino.

¡Bah!... Ello son percances moceriles que a la postre tienen fácil remedio.¿De qué servirían los curas en la iglesia si no sirviesen a enmendar lasperrerías que hace el diablo por las praderías y bosques? Luegoque la martraga muchos hombres y de algún modo hay que reponerlos.

Tarde fue el recojo de los mozos por su diversión; de los padres y madrespor el cuido del mocerío.

De ahí que solamente un puñado de viejaspor no tener en ellas cosa quedivertir y fuera de ellas cosa ninguna de cuidaracudiesen al reclamo de lascampanas.

La gente joven no saldría temprano. Ellosporque el vino de la nocheanterior se les enredaba a las pestañas. Ellasporque el trajín del bonito essucioy en desemporcarse echarían dos horasdándole a los estropajos y aljabóny otras dospor lo menosen acicalarse. No era cosa de hacer el moñoa la descuidada; de vestir malamenteamén de la camisa nueva y las enaguas conjaretasy la chambra con entredosesel corpiño de lana y la faldilla depercal y el pañuelo de colores vivoshecho punta en la espalda. Añadan a estolos collares de aljófarcon su cruz de metal doradoy los zapatos decordobán y las medias de punto. Añádanlo y digan si no es faena grave la delos domingospara mozas puestas a andar durante la semana con un pingajo a lamedia piernaun camisote al cuerpounas chanclas en los desnudos pies y lacarne chorreando sangre podrida del bonito.

Aquella modorra de las criaturas comunicábase al total de la aldeaquepregonaba el dormir de los edificios por el cierre hermético de sus puertas yde sus ventanas; el de los hogares por la falta de humo sobre las chimeneas; elde las barcas por la soledad de sus cubiertasy el de las calles por susilenciosa quietud. Alma vivienteexcepción hecha del carretonero y el pastorandaba por los campos.

El propio mar dormíaenviando a la tierra los ecos de su respiración.

Apartada del pueblosolitaria junto a la marismaexiste una casuca. Ruinosaes. Las tejas bailan a la más leve invitación del aire; una aspillera sirve deventana; de puerta unos tablonessujetos a la fábrica con dos pedazos decadena; de chimenea un tubo de hierroroído por el moho. Del casuco nace unasenda que muere sobre el mar; al pie suyo está amarrada una chalana que tirapara botesin conseguir su objeto.

Los tablones se derrumban hacia la derecha y un viejo sale del casuco.

De los sesenta años pasará. En forma de collar afeita su barbaque trepaal largo del carrillo para unirse con los mechones de una pelambre gris. Barba ycabellos forman al rostro marco de plata sin pulimentar. Por aquel marco asomanuna piel curtidaunos ojillos verdesunas aguileñas narices y una boca condientes espaciados y agudos. La nariz rojealos ojos brillan peleadores bajolos fruncidos cejales; la boca se contrae irónica; dos rayas hondas la limitan.

El hombre es bajo de estaturapatiabierto y vacilante en el andar. Lleva ahombros dos remos; a la espalda una vela; entre los agudos dientes la pipay enla mano izquierda un cestillo con avíos de pescador.

Domingo esy no bien visto por el cura que en domingoa no ser ello forzosaobligaciónsalgan al mar los pescadores. Sólo que de poco sirven al viejo laspláticas del cura.

Él no oye misa; menos confiesa aún. Cuando el cura pasa por junto a élseencasqueta de intención la boina y se le queda mirando hito a hitomientrasexclama altopara que le oiga claramente: ¡A míPrim!

Llámanle en la aldea el Hereje por esto de no ir a la iglesia y demofarse de los clérigos. A másno le quieren los ricosporque solivianta alos pobres con arengas revolucionarias. A escucharleno se dejarían lospescadores explotar. Pero no le escuchan. Tiénenle por maniáticoy mejor espunto de burla que de atención para sus compañeros.

Gracias a ellodéjanle vivir los pudientes. Él se encoge de hombros antelas burlas y desprecios. Llama imbéciles a los pobresverdugos a los ricosyvive sólo en su choza de la marisma.

Navegó mucho en sus juventudes; anduvo hasta los cincuenta años de uno enotro país y cuandoinutilizado por el reumadio vuelta al lugarejohízolocon un saco de ideas que los aldeanosno acertándolas a entendertomaron pordeclarada chifladura.

Con sus ahorros compró el casuco; con sus habilidades construyó la chalana.La pesca dale sobrado a su vivira pagar la suscripción de dos periódicosradicales y a emborracharse todos los sábados por la noche y todos los domingosdesde el medio día hasta el anochecer.

Siempre hay en sus borracheras un período de proselitismo. Subido encima deun taburete o de una mesapredica la buena nueva a los infelices marineros; eladvenimiento de un reino de justicia en que los trabajadores serán únicos amosde la tierra; en que todos los hombres gozarán la felicidad que ahora gozan losricos. Habla de eso y de un día rojo durante el cual los desheredadosunidospor el hambrelograrán su desbnite.

Los marineros toman a chacota estos discursosacalenturados por el alcohol.

Si en ocasiones no juegan una mala pasada a el Herejedébese a queel Hereje tiene recios puños y en los casos de apuro da su cuchillo al airejugándolo como el más diestro esgrimidor.

Esto de discursear ocúrrele en sus horas de borrachera. Los otros díasapenas si cruza con nadie la palabra.

Aislado en su casuca cuando se halla en tierraaislado en su barca cuandosale al Océanopasa días y semanas y meses el hombre de la barba en collar.

A aislarse dentro de su bote va el Hereje en este risueño amanecer; aconfundir sus soledades con las del Cantábrico; a hundir sus remos por lacorrientevirgen aúnde la ría.

Mete su carga en la chalana; empújala hacia el aguaarma los remosy echaría adelante en busca de su pan.

El violeta del cielo va tornándose azul. De naranjase festona haciaOriente; un resplandor áureo corona la montaña que bajo el Oriente verdeaydos mirlos silban sus amores en el poético encinar.

La chalana toca las proximidades del enorme peñote que divide la barra. Antesu quilla se tiende inmensorepujado en platasel Cantábrico. El marinero izael mástil y prepara la vela. Vase ésta desplegando como ala que se estira paravolar; el viento suave la hincha poco a poco; el timón se hace auxiliar delvientoy la barquilla éntrase en el mara tiempo que el sol cimea la montañay deja caer sobre la cabeza del Hereje el beso caliente de su luz.

- II -

Entre todas las mozas que a la tarde bailan en la plazasobresalepor susencantosMariuca.

Sus cabellos rubiosanudados en moño puntiagudo sobre la cabezase rizanen la nuca y bajan a ondas por la frente; relucen las pecas como puntitos de oroencima de la blanca pielque el aire marino requemó; acariciadores son susojos; beriñejos sus labiosentreabiertos por la sonrisa.

A su cuello enróscanse los hilos de aljófar; una crucecilla de oro estentación sobre las alturas del seno. Remárcase éste con virginal durezacontra el repretado corpiñoque baja por el talle breve para morir en lascurvas del caderaje; desnudos a mitad van sus brazosenguantados por los orosdel sol; la percaleña falda descubre los arranques de unas piernas robustas; enairoso arco se dibujan los pies tras el zapatito de cuero.

Gentil es la muchacha; de ademanes graciososde habla suelta y alegre.

Ahora tócale repicar la pandera y cantar la copla para los bailarines. Susdedos corren ágiles por la piel estirada; vibran a compás las sonajasy lavoz fresca de la moza envía al espacio el canto montañés:


 

En la barca tuya quiero

 

contigo a la mar salir.

 

Si tú mueresmarinero

 

contigo quiero morir.

 

¡Andaque me caigo

 

y no me puedo levantar!

 

¡Andaque me caigo

 

a la orilla de la mar!...»


A los sones de la pandera y a los acentos de la coplabailan mozas y mozos;ellos enfrente de ellasmarcando todos el compás con los piesdescribiendoellos con los brazos círculo en el airemientras ellas los dejan caerlánguidoscomo en pasional rendimiento.

Pausado y cadenciosocon reminiscencias sacerdotaleses el baile de losmontañeses. Las mujeres no alzan los ojosque puestos en la tierra llevan; nosonríen; graves y humildesparecen ofrecerse al varón en esclavas. Losvaronessalientes los pechosaltas las cabezas y contraídos los brazosrecuerdan los antiguos guerreros celtas en sus danzas simbólicas.

Al estribillo de la copia acelérase el baile. Los pies van y vienen enpunteos veloceslos brazos se adelantanlas bocas sonríenlos ojosrevuélvense provocadores y el abrazo se apunta sin llegar a realizarsecuandoel ¡jujuy! tiembla en labios de la cantora y la ronda termina.

Junto a Mariucasiguiendo embobado el viaje de sus dedos por la panderetael viaje del cantar por su bocaestá Pabloel patrón de la bonitera Reinade los Ángelesun mozo de veintiséis añosfuerte como una encinasaludable como el viento del Océano que diariamente le saluda.

Cortejo es de la Mariucay para serio va el cortejoque al terminarse lacostera casarán en la iglesia del pueblo. Así lo trataron ellos a loscomienzos del estíoasí lo acordaron los padres. Sólo falta que concluyanlos trajinares del bonito para que el señor cura eche a entrambos lasbendiciones y hagan casay pasen juntosdentro de ellalas penas y alegríasque el vivir de este mundo trae a todos los seres.

Por cierto no habrá ahogos y privaciones grandes en el futuro hogar. Reinade los Ángeles mide sesenta pieses brava y puede atreverse con las olaspor los méritos suyos y por los méritos del patróncalificado como de puntaentre los que timonean lanchas por la costa.

A Mariuca gánanla pocas a trabajadora y aseada. Sus padres no la dejarán irde casa sin los avíos consiguientes de ropa y los menesteres de cocina.También llevará algún cuartejoque la madre es ahorrona y por el casoriohará derroche y entreabrirá a los regalos de su cría el bolsillo de estambre.

Pablo cuenta con los productos de la costera para arreglar la casa y hacerfrente al primer invierno.

De suerte queal término de la costerase arreglará todo y serán felicesen el hogar que ya tienen apalabrado.

Pensando en aquella felicidadcontempla a Mariuca el patrón de Reina delos Ángeles. Hay en sus ojos la codicia de poseerlaen sus labios eltemblamiento del deseo.

Gallardo mozo está el patrón. Bien a las claras pregonan la gallardía suyalos envidiosos mirares que a Mariuca dirigen las mujeres.

Cae la boina azul sobre sus cabellos encrespadosadoselando un rostro que elOcéano bronceó; azules y vivos son sus ojosfuerte su narizplacentera suboca. Marinera chaquetilla de punto ciñe su cuerpo con el auxilio de una faja;a pliegues cae sobre sus botas de becerro el ancho pantalón; un pañuelo deroja seda aprisiona su cuelloy una sortija de oro luce en el dedo meñique desu mano izquierdaque lleva tatuado encima del dorso un corazóny debajo deél esta palabra: Mariuca.

Terminada la rondaapártanse las mozas a un ladoformando corroparlanchín; los hombres encamínanse hacia la taberna que hay debajo de lossoportales.

-¡A echarme un trago voy! -dice su novio a Mariuca-. Al otro baile hemos debailar juntos.

-Andahombre -responde Mariuca-y cuídate con beber de másque no gastasel vino dulce.

-Descuida -afirma él. Y se reúne con los mozos.

-¿Y el tu padre? -grita a Mariuca desde lejos-. ¿Dónde metióse que novile?

-En la bolera anda con el tuyo. Del comer fuéronse pa allá; ya tienendiquiá que se anochezga. Vino no ha de faltarlesque llevó Grindo dosazumbres.

Frente al mostrador de la taberna agrúpanse los bebedorescorriendo eljarro de unos a otros y pagando por turno.

Estos del mostrador son los entra y sallos que rellenan con tinto elespacio de baile a baile.

Hailos más constantesy esos ya ocupan sitio en torno de las mesasacodándose en ellasretrepándose contra la paredplaticando alto ydisputando fuerteque va para anochecido y hace algunas horas menudea eltragueo.

Son estos casados y alguno que otro mozo viejo; gente formalen finquedesprecia cortejares y bailes y busca más positiva diversión.

A no pocos acompáñanles sus mujeresmás disputadoras y más bebedorastambiénque sus maridos. En ellos suele terminarse la disputa con un jarro devino; en ellas con unos mechones de pelo y unas tiras de piel al aire.

Todo salepor gracia del vinoa relucir en las mujeres; perpetuo chisme essu conversación. Allá van los vasos y allá van las ajenas honrascuando nolas propiashechas pelotade unos labios en otros.

Bajo aquella atmósferaenrarecida por el humear de los chicotes y por losvahos del alcoholen aquel recinto húmedomal alumbrado por la luz que vienede fuera o por los candiles que se enciendenal venirse la nochedentroparecen los grupos humanos tertulia de fantasmas. Las voces suenan roncas; lasfiguras se mueven confusasentre nieblas.

Ya en el período apostólico de su embriaguezdiscursea el Hereje conlos puños tendidos. En uno de ellos oscila el jarro; el otro sujeta el mango dela pipa. Seis o siete marineros le escuchan con las manos en los bolsillos y larisa en la boca.

-¡Ahbrutosmás que brutos -vocifera el Hereje-; es predicaroscomo predicar en desierto! -Breve pausaempleadacomo es consiguienteenbeber-. Por supuesto -luego de un largo sorbo-no es vuestra la culpa. Es devuestra ignoranciaque os impide entenderme y comprender vuestra razón.¡Pensar que sus bastaba con uniros pa que la justicia fuese reina del mundo; paque no hubiera en él pobres y ricossino hombres libres que formaran unafamilia! (Coro de carcajadas entre los oyentes). Síreíd ahora; y después¡a trabajar como caballerías! -Nueva pausa del Herejeempleada enpedir otro jarro-. ¡Reíros!-deteniéndose breves segundos para chupar lapipa-. ¡Reíros de mídesgraciaos! Y mañanaa la barca; a pelearse con lamara jugarse la vida; a coger pescao pa que esos ricachosesos acaparadoresesos fabricantes que ahora pasean en la plazaos lo compren por una miseria dedinero y gocen y prosperen a la vuestra salud. Reírosy cuando llegue elinviernoa morirse de hambremientras los otros comen; a pedirles de limosnael pan que engullenporque lo ganasteis vosotros. ¡Ahesclavos!¡esclavos!¡Si tenéis condición de esclavos! ¡Si algunas veces creo que os está bienel mal que pasáispuesto que lo sufrís como unos cochinos cobardones que sois!...

Da un puñetazo que hace temblar la mesay los marineros rompen encarcajadas más ruidosas aún que las anteriores. El Hereje se encoge dehombrosvuelve a llenar su jarrobebese limpia la boca de revésfumalargohace un ademán de silencio y se dispone a continuar.

Pero ¿quién va a oírle? Dos mujerucasluego de sacarse todo el honor arelucirvienen a las manos.

Los marineros hacen corro a las borrachonas. Espectadores van a ser delcombate. No tratan de evitarlo. Ríen la pelea de las mujerescomo antes rieronlos apóstrofes del orador.

Las hembras se embisten rostro a rostro. Sus uñas avanzan en la direcciónde los moños yengarfiándose a elloslos destrenzan. Al zamarreo van yvienende atrás adelante y de adelante a atráslas cabezas. Del moño bajanlas uñas a las carasrasgando la pielhaciendo brotar sangre.

Una de ellasmás fuertease por el cuello a su rivalla empuja y la hacecaer de espaldas. Esta no cae sola; asiendo a la otra por el pelola obliga aarrodillarse de un vigoroso tironazo.

Juntas ruedan por las baldosasentre el regocijo de los hombres y elvocerío de las demás mujeresa quienes los hombres impiden intervenir lalucha.

Rotas las blusasremangadas las faldasquedan al aire pechos de anémicablancurapiernas musculosasque perdieron la hechura femenil en los martiriosdel trabajo. Sobre la carne de los pechos dispónense a hacer presa los dientes...

Entonces intervienen los hombres. Pablo levanta a las peleadoras. Echa a unaa este rincóna otra al opuesto de la tabernay vuelve al mostrador a pagarsu ronda.

Las combatientes arreglan sus vestidosrefrescan sus arañazos y peinan susrepelados moños.

Amigas de las dos ayúdanlas en la faenacomentando la riña a gritosconpeligro de convertirla en batalla campal. Los marineros las jaleanapurandojarros y más jarros.

Para sustituir los clarores del díaque ya no alumbran la tabernaenciendeun chico los candiles. A su amarilla luz es más siniestro el espectáculo de lahabitaciónhúmeda y pestilente.

Los pellejos del fondo parecen criaturas degolladascaídas en tierraconlos brazos en cruz; el derramado vino cumple oficios de sangre sobre lasbaldosas. Chorrean humedad las paredes; un vaho denso y agrio envuelve el local;dentro de élcomo entre vapores de pesadillaflotan criaturasgroseros en sumodelaciónsoeces en su hablabrutales en sus actitudes. Son a manera demonstruos yendo y viniendo en una nube.

El Hereje continúa hablando encima de una mesailuminado por losfulgores del candilón que arde a sus espaldas.

-¡Ah! -vocifera-. No despreciolástima es lo que merecéis. Tiempo vendráen que abráis los ojos y conozcáis vuestra ignorancia. ¡Entonces sonará lahora del desquite! ¡Entonces lucirá el alba roja! Después de ellaseránfelices todos los hombres encima de la tierra.

Predica en desierto el Herejetambaleando sobre la mesa su cuerpo deHércules rechonchoalzando a las vigas su vieja cara de borracho.

Nadie le oye. Y su vozno oídasuena siempre con proféticos dejosanunciando el advenimiento de un mundo mejor que se elabora entre maldiciones ymiseriasen recintos lúgubresen ergástulas corrompidasen abismos negrospoblados por humanidades brutales y feroces.

También salió nuestro mundo de un caosdonde todo cuanto existe hoylosseres y las cosaseran bárbaro desdibujo.

 

- III -

El baile terminó. En varios grupos se divide la multitud. Hacen unos viaje alos interiores del pueblo; otros echan puente arribacamino de los camposqueregalan a las criaturas su perfume estival.

Pablo y Mariuca quedan solos junto al pretil del muelledonde cabecea Reinade los Ángeles.

-¿A qué sitio vas ahora? -pregunta el marinero.

A la mi casa -responde ella.

¿Pa qué vas a ir allá? El tu padre metióse en la taberna de junto a losbolos. En busca suya fue tu madre. Bien la vimos entrar. Los tus hermanosándanse tamién fuera. El mayor a la busca de la Petrona. ¡Gran pulpo estásela Petrona! Tu hermano lleva el número doce. Ello síguapuca esy dura comopiedraal decir de los once. Menos mal si tu hermano no sale del cortejo dolío.

-¿A qué tanto lo dices?

-Al tanto que la Petrona ruea de unos a otros; y al tanto de quefruta queruea muchoacaba por cucarse.

-¡Animal!

-Bueno. El tu hermano mayor anda tras la Petrona. El pequeño formó coro conmás de veinte. Cantando echaron por los atajos que suben hacia la estación.Entoavía se les oye cantar.

En efectoallá lejos sonaban ecos de canción. Traídos eran hasta la aldeapor los pajecillos de la noche:


 

«Flor hermosa del panizo

 

¡qué bien te columpia el aire!

 

De noche voy a cogerte

 

pa que no me vea nadie.»


Suena el cantar como reclamo en la noche juliana. Parece hecho con lascálidas emanaciones que brotan de la tierracon partículas encendidas delaire que recorre la atmósfera.

De la ría suben olores punzantes de marisco; el agua besa dulcemente laspeñas recubiertas de musgo; las barcas crujen a cada balanceo.

-Démonos -murmura Pablo a la oreja de Mariuca-; démonossi quieresunpaseo por los altos de la marisma. Bien lo podemos dar. Dos meses faltan pa lasbendiciones.

Hombro con hombro se retiran del muelle; hombro con hombro van perdiéndoseen el camino; hombro con hombro suben monte arriba la senda que a los eucaliptosconduce.

Llégase hasta los eucaliptos por un tapiz verde que las amapolas motean alas veces en rojo. Tiene el aire por aquellos lugares cuchicheos de pláticanupcial; los rumores del Océano suenan apagadostemblantes; la brisa siseaentre las hierbas inmediatas al bosque. Este es como templo de movibles arcossostenidos por columnas cimbrátiles. Entre las hojas verdes ofician depontifical los ruiseñores.

Los amantes se han dejado caer contra la hierba; él apoyando el codo en elsuelopuesta la cabeza sobre el codo y los ojos en el rostro de la mujer. Ellano le mira. Vuelta al varón la carasigue con los oídos y con el corazón losrumores del bosque.

-Mira -dice él-: mañanaen cuanto se haga díasaldremos a la mar.

-Yo verete salir dende el muellecillo de la fábrica -contesta Mariuca.

-¡Qué remedio! exclama Pablo-. Hay que trabajar.

Hay que trabajar -responde la moza como un eco.

-Ya poco nos queda de asepararnos por la noche -cuchichea Pabloinclinándose hacia la muchacha.

-¡Tontón! -replica ésta-. No hables de ello y deja los días correr. A lacuentapronto se pasan los dos meses.

-Pasarán pronto pa la tu persona. No pa la míaque de ca minuto hace unaño. ¿Es que a ti no te sucede igual? ¿Es que no sientes ganas de acortar eltiempo? Ya vesdentro de un pocoa la tu casa túyo a la mi barcay mañanayo a correr por la mar. ¿No te parece -cosa triste despedirse asíde estamaneracuando la mujer va a quearse sola y el hombre va a correr por la mar?

Hay una pausa larga. Ni aun siquiera míranse la hembra y el varón. La manoderecha de él sube rozando con la hierba hasta coger suavementemuy suavementela cintura de Mariuca. Avanza después la otra mano y se torna abrazo la caricia.Ella deja caer la cabeza en el pecho del marinero. Este la contempla con ojosdormilones y va inclinando sus labios hacia la carne virgen que en los brazossuyos palpita.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¿Qué dice el viento entre las hojas del bosque de eucaliptos? ¿Quépronuncia el aire sobre los tallos de la hierba?

Acaso las palabras que dentro de dos meses ha de proferir un sacerdote en eltemplo románico. Tal vez son los olores campesinos que brotan de praderías yde huertoslos fuertes vahos que ascienden desde la marismaincienso deltemplo natural que se yergue sobre el Cantábricobajo el relucir de los astrosflotantes en lo azul.

Un ruiseñorcolumpiándose encima de las ramascanta el amor de su hembra;un suspiro de felicidad le contesta en el pabellón de eucaliptos...

Amor debe acompañar el viaje de dos sombras que tornan al pueblo abrazadaspor las cinturas.

Así las ve marchar desde una umbría el viejo profeta borracho que vuelvetambaleándose a su choza de la marisma.

En sus labiosamoratados por el vinohay una sonrisa de bondad y ternura.

- IV -

Las boniteras marchan a la fábrica.

Alzase ésta a la orilla izquierda de la ríaa medio kilómetro de la aldeadando frente a un muelleflanqueado por un vivero de langostas y por los hornosde una abandonada fundición.

Es la fábrica un casote cuadrangularcon grandes puertas y ventanaspintarrajeadas de azul. Trabaja los meses de verano. Durante el inviernoconstituye una soledad más en aquella vía sin tránsitoque golpean losvendavales y las lluvias encharcan.

Por el estío cambia el cuadro.

Próxima a la fábricasobre un montecillo que enfronta con la barrahayuna colonia veraniegacompuesta de unos florecidos hoteles. De julio aseptiembre ocúpanlos gentes ciudadanas que llevan tras sí un cargamento dechiquillos capaces de alegrar un mundocuanto más un rinconcillo montañés.

Las lanchas de bonito suelen atracar junto al muellecillo de la fábrica.Hácenlo tambiénpor las urgencias del viverolos pescadores de langosta; ya mayor aumento de vidapregónanla con sus cánticos las trabajadorascon sucharla las mozasreunidas en el vecino lavadero.

Un bosque de encinas poetiza el paisaje. Alta cruz de piedra blanquea en losmedios del encinarprecediendo a una ermita que tras las encinas se descubre.

Deprisa marchan las obreras a las luces del alba. Una lancha vizcaína llegócon abundante provisión y fuéronlas a despertarque no es faena paradescuidada la de preparar y freír el bonito. Púdrese muy pronto yapenasdesembarcadohay que proceder al destripe.

Antes que las en rutavinieron otras obreras a la fábrica. Encendidosestán ya los hornillos; el aceite humea dentro de las sartenes. Los vascospuestos en cadenacorren de mano a mano los bonitos.

El encargado los recuenta; los pone encima de la báscula; grita el peso ylas mujeres recogen la carnaza para dar comienzo a su limpia.

El cansancio de la fiesta y el poco dormir de la noche trae mudas y perezosasa las obreras del camino. Restregándose los ojos vienenabriendo sus bocas conbostezos de a cuarta. Faltó a muchas tiempo para recogerse los moños y sueltosbailan por sus carrillos y sus nucas.

La Petrona hace punta en el desaseo y el desgreñe. Hinchadosbajo lasmoradas ojerastrae los párpados; caídos los brazos; metidos los zapatos enchancla.

Hermosa bestia es la Petrona con su alta estatura y su pecho abultado y suscaderas reciasque ondulan al arrastramiento de los pies... Forma eldesgreñado cabello áspera mata en su cogote: almohada natural de quiencomoellaen todas partes sabe disponer lecho; los ojos llamean con perpetua fiebrede pasión; la narizrespingonaabre y cierra sus ventanillos; la carnosabocaza enseña dientes que anuncian el mordisco acompañando la caricia. Su pieltiene matices de ébano. Fuego ha de ser la sangre que por el venaje circula.

-¡Poco has dormío! -grita a la Petrona una de las obreras-. Se ve quejugaste a bodas la noche.

-Juguéla -responde-. ¿Y qué hay en ello? A bien que el hermano de Mariucase merece los desvelares. Ninguno hallé como él. Si a él saliste -añadeencarándose con Mariuca- ¡trabajo le encomiendo a Pablo!

Ríen las compañeras el descaro de la buena moza y ésta sacude las caderas.

Mariuca no ríe. Ni siquiera la oyó. A la zaga de todas vamirando haciaarribacon pupilas de ensueño.

Como en sueñoscontempla la virgen de la noche anterior su amanecer dehembra poseída. Toda completa se recoge en la memoria de la entrega. Para estamemoria vive solo; ella flota en su alma y en sus ojosque pone estupefactaarribasobre el cielo de julio. De allícernido por las hojas de loseucaliptosvino el mandamiento que la hizo rendirse al queredor...

-Díjome tu hermano que saldrán al golpe de las ocho -exclama la Petronaacercándose a Mariuca-. Dios les regale viento. Como echen a remar cochinasremadas dará el mío. Tentóle mucho al jarro y durmió a limosnas. Gracias quecomo el patrón es tu Pablo y ha de ser su cuñaono irán las voces diquiá elcielo.

Llegadas a la fábricaentran en el patinillo cubierto para cambiar de ropa.Sencilla es la suya de faena: una falda cortaun delantal de lona y un blusón.Las piernas y los pies desnudosal igual de los brazos.

Mariuca es freidoray el mayor jornal de la freiduría el suyo. Bien lo gana;ninguna échale pie en dar punto al aceite y voltear las rodajas dentro delsartenón.

Claro que no es su tarea muy limpia. Algún manchazo deja el bonito entre losdedos; algún tiznajo llevan a cara y manos el hollín de la sartén y loshumeares del aceite. Más de una cicatriz ostenta Mariuca al largo de los brazospor obra de las burbujas saltarinas y de los chispazos del cok.

Sucio y malsano es el trajín de las freidorasque la atmósfera se enrarececon los gases del horno y con el vahar de la fritura; pero aun así y todocomparado con el de cortadoras y destripadorasresulta canongía.

Las destripadorasmetiendo y remetiendo sus facas en el vientre de losbonitoshundiendo sus uñas en la entraña para arrancarla de un tirón ycorriendo con la pieza despanzurrada a lavarla sobre la ríallénanse depestilente grasa.

Igual pasa a las cortadoras que han de cercenar las cabezas de los bonitos ypartirlos en rajas para relavarlos después y entregarlos a la freiduría.

¡Las pobres mujeres! Ruda es su labor. No les deja paro si hay carne frescaa desentrañar y a partir. Salta la sangre a sus pechos y rostros mientrasverifican el destripe; chorrea a hilos negruzcos por sus brazos y piernas; elagua materiosa de los enjuagamientos tiñe sus vestidurasypor si ello nobastara a la repugnancia de los ojosel repulsivo olor de los pecesdescuartizados penetra los poros de su pielhace en ellas habitación y traecon ellasa quien cerca de ellas discurrecrispaciones de vómito.

¡Infelices bestias del jornal! Por ganarlovuélvense ellasmujeres quellevan en su instinto el ansia de parecer hermosasde ser para el hombre tesorode graciasvaso divino de placeresdesperdicio ambulantevaso de pestilencia.

Los vizcaínos terminan la entrega del bonito y vuelven a sus lanchas parahacerse a la mar.

El bonito tiene fecha fija. Día que se pierde en el puertodía es perdidopara la ganancia. No se recupera.

Izan los arpeosalzan los remos y calan el timón. Hay que volver al mar;hay que asegurarse el invierno; hay que ganar el pan de las mujeres y loshermanos y los hijos que aguardan en los puertecillos de Lequeitio y deOndárroa.

- V -

Al punto de las ocho están los hombres en la barca de Pablo.

La marea ha subido lo suficiente para el calado de Reina de los Ángeles;el barómetro marca buen tiempo y el viento permitirá dar vela al trasponer labarra.

-¡Casi que no llegas! -dice Pablo al hermano de Mariuca-. ¡Ea! ¡Desamarra!Y vosotros -sigue encarándose con el resto de la tripulación- armad los remos.A la cuenta que las botavaras están listas.

Suelta la amarray desatracada Reina de los Ángelescada hombreempuña un remo. Con otro más largo dispónese Pablo a gobernar hasta que seamomento de calar el timón.

Los ocho remos se hunden a compás en el agua.

- ¡Avante! -grita Pablo.

Y los remos suben y quedan suspensos en el aire para hundirse otra vez. Reinade los Ángeles cabecea gallardamente; da un crujido que suena a bostezo yavanza por la ría.

Son hombres duroshechos al mar los tripulantes. De chicuelos comenzaron suoficio; como los de sus viviendas conocen todos los pasos de la costa.

Del patrón no hay que hablar. Seguro va quien con él navegue; fuera partesegún decir de los marinerosaquello que disponga Dios.

Hierve la marmita encima de la hornillacociendo el rancho que debealmorzarse a las diezcuando acabe la maniobra y se halle en franquía lalancha.

El grumetehermano de Pablorevuelve el caldoque trasciende a ajos y alaurel; los peces brincan entre la espuma.

-¡Halaque estáis dormíos! -vocea el patrón-. Hay que ganar la barrapronto. El viento sopla favorable ande está el bonito y no es razóndesperdiciarlo. A llegar pronto y a volverse pronto también; con tres veintenasde quintales habemos de tornar. No vale dar motivo a que los vizcaínos nosllamen flojos. Mia la su lancha. Está armándose en el otro muelle. Antes deella tenemos que salir. Vaya¡apretargandules!...

¡Salir antes de los vizcaínos! -gruñe un viejo que rema a popa. Bien seconocepresumíoque está Mariuca en la fábrica. Por contentarla quiéspasar delante de los otros. ¡Se merece la presunción! ¡Y vaya por ella!-agrega hundiendo el remo bravamente en el agua-. ¡Vaya por la moza que a lacostera del otro año será nuestra patrona!

-¡Vaya! - gritanlos marinerosredoblando el fuerte empuje de las palas.Pablo sonríe a popa y Reina de los Ángeles pasa casi rozando con latierra por junto al muelle de la fábrica.

Para verla pasar dejan su trajín las obreras. La lancha vizcaína lleva diezmetros por delante.

Al frente de todas se encuentra Mariuca. Hasta las corvas se ha metido en elagua que cubre los escaloncillos del muelle. A su espalda yérguese la buenamoza de Petrona. La sangre del bonito reluce sobre su pecho de ébanocomo unpectoral de rubís.

-¡Buena pesca! -gritan las mujeres-. ¡La Santa Virgen de la Peña susacompañe a todos!...

-¡Anda con DiosJuan! -vocea la Petrona. -¡Y no te tardesque no me gustade esperar!

Los marineros porean con sus dicharachos la despedida de la moza.

-¡AdiósMariuca!... -exclama Pablo.

-¡AdiósPablo! -murmura ella bajando vergonzosa los ojos-. ¡Adiósnoentoavía!... -repite-. Voy a darte el último dende las peñas del castillo.

Y sale corriendo por la senda que al castillo conduce. Síguela Petronaquehace rodar los guijos con sus saltos de bestia brava. Los marineros han llegadofrente a la ermita y descubrenal enfrontarlasus cabezas.

Del antiguo castillo no más queda un cubo donde estableció su vivienda elguarda de la fábrica. Al pie del cubo hay una sucesión de peñotes que lasaltas mareas cubren. Allícuando no a los altos del farose dirigen lospescadores para observar el Océano en los tiempos dudosos.

Ahora es bella la mar. En tonos verdes se tiende al largo de las peñas; entonos azulesque van del turquí al prusiasube hasta el límite del horizonte.Las olas rompen tenues; el agua es rizosael viento suave. Sobre el cielolibre de nubesbrilla el astro solar; las gaviotas revolotean con perezosalanguidez. La peña que divide la barra parece un monstruo que subió de lashonduras oceánicas para dormir en la superficieacariciado por el sol.

Antes aún que la barca llegan las mozas al castillo. Escalan el cubo y bajancorriendo por las peñas. A la última arribaron; la espuma de las olas adornasus pies con madroños de plata; una lancha asoma por la ría.

Es Reina de los Ángeles. Cumpliendo los deseos de Pabloadelantósea la vizcaína.

El patrón la dirige a la barra; desármanse los remos; ízanse los palos ylas dos velasla pequeña y la grandetrepan a su largo con el auxilio delcordajeal resbalar de las correderas.

Descuélganse las velasdeshaciendo rítmicos los blancos pliegues de sulona. Cuando ni un pliegue queda por deshacerPablo pone el timón al frente;las velas se hinchanel aire las distiende hacia los fondos del espacioy lalancha sigue viento en popa.

Vuelo es el suyoque no andar.

Alas de ave cerniéndose encima del Cantábrico parecen las dos lonas.

-¡AdiósMariuca! -grita Pablo quitándose la boina y sacudiéndola en elaire.

-¡AdiósPablo! -contesta ella agitando los brazos.

-¡AdiósJuan! -repite la Petrona.

Cuando cesan las voceslos ojos siguen diciendo adióshablandosilenciosamente.

Ligera va la barcaa saltos graciososentre las rizadas espumasdócil alas órdenes del timónabiertas de par en par las velas.

Ligera va. Ya pasó de los tonos verdes; ya entra en los turquís; ya se meteen los prusia; ya es punto blancoapenas visible en el confín del Océano.

Ligera va la barca. Las olas vienen suaves; lánguidamente se deshacen contrael animalote de piedra dormido bajo las caricias del sol...

- VI -

-¿Dónde bueno? -pregunta Mariuca al Herejeque atracó frente alembarcadero.

-A ver si vendo por los hoteles estas brecas. Pesqué una media arrobaycomo la gente de tierra adentro regatea pocopuedo sacarme un jornalillo. Túfriendo¿eh?

-Con las últimas rodajas estamos. Ya es razón de que venga lancha. Ha tresdías ninguna aporta por aquí.

-Tienen que remontarse mucho pa tropezar con el bonito. A las treinta leguasandará. Luegobordada a este lao y bordada al otrohasta encontrarse con elbando. ¡Y si dales por no picar! También lo hacen los condenaos. Ni quetuvieran reflexión. ¡Cómo se burlan del engaño! Morreanmorreandandovueltas en torno del anzuelosin apretar la bocallevándose la carnada acachitoshasta no dejar rastro. En cambiootros¡plan! Tal que ciegos entranal alfiler; tal se lo traganque es preciso rajar las tripas pa sacarlo. A laiguala de las personashay de toas clases en los peces: negaos y listoscodiciosos y recelones. Y si la hambre es muchamás iguales son a las personasentoavía: con todo entran y dan la vida por una cochina piltrafa.

-¡A más de treinta leguas! -murmura la joven con el pensamiento puesto agran distancia de la charla del marinero-. Aun se tardará dos o tres díasPablo. Menos mal que la mar es buena.

-Buena se amaneció. Pero ayer no gustóme el Poniente. Las nubes erancárdenas. Una de ellas tiró puntauna punta muy torcida y muy negrahacia elcabo. Raro ha de ser si no sopla de Noroeste. Ese vientopor flojo que saltees viento de traiciones. A mayor pruebaesta mañana andaban los aparejos porel fondotan pronto a este lao como a aquél. Pa mí que sin sus miajas demarejadón no libramos. Ya te lo diré por seguro al anochecíoen poniéndoseque se ponga el sol. Pa quien sabe deletrearloslos ponientes del sol son granlibro.

-¿Temporal? ¡Y mi Pablo a las treinta leguas! Vayaque no será ellocierto. Y vaya que usté lleva mala intención conmigo y quiere entristecerme.

-¿Entristecerte?... Por alegrarte daría las brecas que saltan a mi cesto.Buena voluntad os tengo a los dosque eres tú buena chicay a él nadie legana en anchura de alma y valentía con la mar. Sobre esomuy listo. Asífueran como él los otrosy se harían el cargo. En fineste es cantar que nosuena pa los tus oídosmuchacha. No a mal decira creerlodije lo que tedije.

-De manera que a la cuenta de usté¿va a echarse encima un temporal?

-¡Bah! Ni ello es seguroni es tampoco el primero que Pablo corre. Luegoen veranodan poco que temer. Temporalillos¿sabes? Pa meter miedo a losveraneantesno a los que corremos la mar del Enero al Diciembre. Alguna racheja.Estate descuidá.

Dios le oiga.

El viento y la mar son los que me han de oír. Por lo que dices de querer yomortificarte y amárgarte las alegrías y contrariarte el gustode medio amedio engañastemozuca. ¡Flojo rodeo hube de atizarme el domingo pa no hacersombra a los placeres tuyos.

-¿Qué dice?

-Que el domingoallá entre diez y onceandábame yo camino de mi casa porel ras de los eucaliptosy andábanse dos sombrasde mujer una sí y otra nopor los propios caminos que yo iba acompañao de unas azumbres. Cogidas por lascinturas iban las dos sombras y repretujándose de firme. Yoque puedo estarborrachopero que no estoy ciego en jamásfuí y me dije: «Viejonoestorbes a la juventud; déjala ir por la senda arriba y anda tú senda abajoque cada tiempo tiene su costera y cada edad goza su diversión.»

Enciéndense en vergüenza las mejillas de Mariuca; entorna los párpados yda vueltas entre sus dedos a los picos del delantalsin tropezarse conrespuesta para los dichos de el Hereje.

-¡Bah! -prosigue éstegolpeando cariñosamente en el hombro de lamuchacha-. ¿Qué importa? Todo será que lo hagáis sietemesino pa cumplir conel señor cura. Mes más o menosno baja precio a los bautizos. De modo ymanera que no regañará.

-Calle.

-Dentro de dos meses os casáis. ¡Y aunque no os casarais! Quererse yajuntarse hombre con mujer no es delitoes obligación. AdiósMariuca. Vuelvea tu freírque los amos son muy desigentes. Adiós. Voyme a la vera de loshoteles a colocar las brecas.

El viejo tira senda arriba. Mariuca entra en la fábricay cogiendo unaancha rueda de bonitole deja caer en el sartenón.

Chirría el aceite al penetrar la carne fresca; vuélvese ésta de rojablanca; el espetón la zarandea.

Lentamente va dorándose envuelta por el humo pringoso.

- VII -

Buena va la costera. Tardaron dos días en tropezar con el bonitopero entrafirme y por arrobas embarcan de él los pescadores. El viento ayuda. Esfrescachón y estos peces quieren ver la carnada corriendo sobre aguasbravuconas. Gustan de perseguir la presade cobrarla al saltode atraparlacuando se les huye del morro.

Dóblanse las botavaras hasta el ras de las aguas con los violentos tironazos;distiéndese el cordajea las botavaras prendidocuando el bonito se enganchaa los aceros. Tira el animal reciamente para librarse del engaño; tira y aflojaastutamente el pescador para retener al cautivo; éste recoletea al lejos. Aveces se le ve azulear en la superficie de las olasa veces queda inmóvildejando a flor de espuma su hocico redondo y sus ojos saltones; a veces rebrincadando aletazos en el aire.

El pescador ciñe a las del pez sus accionesatrayéndole poco a pocosinforzar el viaje. Por fin llega la última brazada de cordel a los costados de labarca. El bonito da un tirón decisivo; lo da el hombre también; vence elhombrey el bonito rueda sobre cubierta retorciéndoseabriendo con espantolos imbéciles ojossacudiendo la colavibrando las aletasescupiendo sangrepor la brecha que rasgó en su morro el anzuelo.

Un centenar de peces bajaron ya al fondo de la lancha. Relucen allí tal queplomo moldeado en lingotes. De tiempo en tiempo el montón se estremeceuno delos lingotes salta y torna a caer con mortal pesadumbre.

La sangre mancha la cubierta. El trajín pescador no permite su limpia. Mástarde se harácuando el bando desaparezca. Ahora los ocho hombres son pocos alsubir y desenclavar prisioneros. El grumete ayuda. Pablo mismo descuida lasatenciones del timón para echar mano a las botavaras.

La mar es recia; el viento duro. Pero el cielo está limpio. A cielo azul nohay mar y viento peligrosossobre todo en lancha como la Reina de losÁngeles y llevando un patrón de la práctica y de las agallas del suyo.

Cinco lanchas más pescan en aguas de Reina de los Ángeles. Una es lavizcaínaque dejó Pablo por la popa al salir del puerto.

Para todas hay. Los bonitos hierven tal que manjúa. Los hombresdominados por la codicia de la pescasólo tienen ojos para las botavarasbrazos para los cordeles y atención para los anzuelos.

Amarrados los timonesal objeto de guardarlos en líneacorren los patronesun largo y ayudan a su tripulación. Dos horas iguales a las que antecedieronyanochecido harán rumbo a la costa para llegar al amanecer.

El viento sopla en la dirección que conviene a las ganancias de su tráfico.

En su cegueraen su mirar continuo al fondo de las aguas ymás que a ellasa los aparejos que por ellas flotan y a los pecesque en torno de los aparejosrebrincanolvidáronse del cielo los afanosos pescadores; no vieron que a sufondo apareció una mancha negraun breve círculo de sombra. Aquel círculofue ensanchandoensanchando. Ya es nubarrón negro y avanza por el espacio convertiginosa rapidez.

El viento arreció. Algunas olas escupen su espuma en las cubiertas. Uncrujir agrio de los palos despierta la vigilancia del patrón de Reina de losÁngeles. Alza la vistapónela rápida en la negrura de la atmósferalanza un terno y grita asiéndose a la caña y encasquetándose con fiereza laboina:

-¡Pronto!... Dejad las botavaras. ¡Arriad la mayor!... ¡Galerna!

No hay que repetir la orden. Las botavaras dan sobre cubierta y los ochohombresauxiliados por el grumetese apresuran a arriar la velaque cruje algarrazo del viento.

En las otras lanchas realizan maniobras iguales.

Es cuestión de minutos; una sorpresa hasta para el sol mismoque se hallasúbitamente cautivo de las nubes. Hácense éstas profundasde cárdeno matiz;apelotonadas por el huracánchocan unas contra otrasformando macizo detinieblas. Una luz morada filtra de aquel macizo.

El mar se encresparespondiendo con los furores suyos al desafío de lasnubes. Monte es cada ola; a cuenta de nieve llevan estos montes en sus cimas unpenacho de espuma. El viento ruge. Las caracolas de Neptuno tocan a muerte desdeel fondo del Océano y mandan al espacio sus ecos.

Las velas mayoresarriadas a un tercio de los palosgimen con angustia; lasmenores se estiran como si fueran a estallar; los palos se doblan; el maderamengime; los patrones han de echar todo el cuerpo sobre la caña del timón paraque el timón obedezca; el cielo se ha vuelto carbón; el mar tinta; el huracánda contra la lona manotazos de tigre.

El grumetillo de Reina de los Ángelesempujado por una racharuedasobre cubierta hasta las plantas del patrón; éste álzale en alto con uno desus brazos hercúleos; le pone entre las piernas suyas y le grita:

-¡Firme ahí! ¡Agárrate a mis piernas!...

El chiquillo rompe en sollozos.

Nuncaen catorce años que lleva por la marvio Pablo un galernazosemejante. Apenas dio tiempo de apercibirse a la peleay es ella de muerte.

Para facilitar la maniobra no se amarran las velas; los hombres cuelgan enjauríasuspensos de sus bordesatentos a los mandatos del patrón.

Todas las barcas luchan por igual; todas saltan en el remolino de las olas;todas flotan en la negrura; todas quieren huirlibrarse de la muertealcanzarla costa.

Unala vizcaína que navega cerca de Reina de los Ángeleseslevantada por un golpe espantoso y da su quilla al aire. En el aire gira eltimónfalto de gobierno; antes que lo recobreotro golpe de mar coge lalancha de través y la tumba.

Dos de sus tripulantesenvueltos por la veladesaparecen súbito; otroalcanzado por una vergacae abierto de brazos; cinco se cogen a la quilla; elsexto nada briosamente. Una lancha que pasa huyendo la galernatira un cabo; elnadador hace firme en él y la barca sigue arrastrándolerecogiéndole atironazos.

Pabloque ha puesto proa hacia la costave tumbar la embarcaciónvizcaína; mira a los hombres asidos a los rebordes de la quilla con uñas y condientes.

-¡Pásales de largo! -gruñe un pescador viejomás aferrado que losjóvenes a la vida por restarle menos que vivir.

-¿Pasar de largo? -ruge Pablo-. Poner a ellos la proa. Es preciso salvarlos.Por algo ganamos el pan juntos. Si esos cochinos de la lancha Pepitahuyennosotros no huiremos. ¡A por ellos! ¿Estamos conformes?

-Sí -vocea la tripulación.

Y la peligrosa faena del salvamento da principio.

En la primera bordada pasan cerca; no lo bastante para darles auxilio. Losnáufragos le llaman con voces angustiosasinvocando el nombre de la Virgen.

Virar es peligro de zozobrar para la Reina de los Ángeles; puedecogerla un golpe de través y tumbarla.

Pablo bien lo sabe. Sólo que por algo está su lancha allí.

-¡Todoso ninguno! -grita con arrogante voz-. ¡Firmes a las velas!... -La Reinade los Ángeles ha virado en redondo.

-Tampoco esta bordada sirve; también pasan lejos. Uno de los náufragos sedesprende de la quillabota sobre una olarevolotea entre sus espumas ydesaparece. Único rastro suyo es una mano crispada que se agita en el aire.

Hay que virar de nuevo. El patrón lo intenta. Coge el largorevira yenaquella bordadasíen aquella bordadasalva a los tres hombres.

-No me deis gracias -dice cuando los izan a cubierta. No es tiempo de dargracias. Puede que sólo hayáis conseguido una cosa: cambiar de sepultura-.¡Recoged toda la mayor! -sigue-. ¡Dejad la menor a dos tercios de palo!...Ahora -añade empujando fieramente la caña-¡a la merced de Dios!

- VIII -

Es toda congoja la aldea.

Primeroel nublarse del cielo y el enfurruñarse del mar; despuésuntelegrama venido de Zarauz con anuncio de tiempos duros por el lado delNoroestehan puesto al vecindario en zozobra.

Tres lanchas de aquel puerto andan a pesca de bonito; tripuladas van portreinta y cinco marineros. Los más bravos son y los más buenos ganadores.

Las mujeres lloran; los hombres pasan y repasan ceñudos por los altos delmuelle; los chiquillos se buscan y cuchichean entre sí; los notables de laaldea comentan el telegrama con todo linaje de vaticinios lúgubresentre sorboy sorbo de cerveza; los fabricantes se duelenmitad por mitadde los hombresque navegan sobre las olas y del paro forzoso que el temporal significa para susindustrias.

Los curascumpliendo obligaciones de su negociado celestialdisponenrogativa y suplicatorio en la ermita de la Barquera.

Por junto a la fábrica va desfilando el pueblo; las mujerescon los mantoscaídos sobre los ojos; el llanto temblando en las pestañas y temblando el rezoen las bocas; los chiquillosparlanchinesrevueltosconvirtiendo en juego laromería fúnebre; los hombrescejijuntoslentos en el andarsobrios yesquivos de palabra.

Al enfrontarse con la cruzlas hembras se arrodillan; los varones descubrensus cabezas; los chiquillos se apelotonan como enjambre en reposo.

Entre las mujeres camina Mariuca. Pálida y tristees divina imagen deldolor. Sus manos se cruzan bajo el manto; sus ojos lloran en silencio lágrimasanchasespaciadasque caen de los párpados sin que contracción alguna lasayude.

En su Pablo piensaen el hombre que batalla a leguas y leguas de distanciasobre aquel mar cárdenobajo aquel cielo negroentre aquel aire rugidor. Alas veces vuelve la memoria a su hermano; pero la sombra del amanteamo ya desu cuerpodesvanece la otra y acaba siendo absoluta dueña de su imaginación.

También figura entre las mujeres Petronamordiéndose los rojos labiosarañando sus manos sin piedad.

Al tocar los escaloncillos de la cruzMariuca se dobla como planta batidapor el cierzo. Petrona se deja caer de golpedescargando contra el escalón elmazo de sus choquezuelas.

Se levantanluego de persignarsey siguen a la ermita.

La multitud rebosa en el atrio -no es capaz la nave para toda la aldea-. Lascampanas llaman a oración. Los cirios arden sobre el altar. Parecen lágrimasde luz.

A la cabeza del cortejo formaron el señor alcalde y los notables. Detrásmarchan las aldeanas. Los marinerosfranqueados por los rapacescierran laprocesión.

Es la ermita humilde. Por cuatro ventanales de vidrería opaca entra en ellala luz; luz de crepúsculoque difumina las imágenes y entenebrece el ánimo.

En el altar mayor preside la Virgen. Tosca es de faccionescomo lasmarineras que le rinden su culto. Un manto negro cae de su cabeza a los rematesde los pies. Ciñe corona de metal y prende a su cintura un rosario deabellotadas cuentas.

En el muro derecho hay un San Pedro rodeado de ex votos.

-En el izquierdo preside un Cristo de negra cabellerabarba despeinada ycutis de caoba. Es horrible. Su boca se contrae como si fuera a prorrumpir enmaldiciones; sus ojos bizquean; las espinas son zarzal de sus sienes. Elescultora falta de mejores recursoshizo derroche en las heridas. Las de lospies se abren en estrías bermejas; los agujeros de las manos son cavidadespurulentas; la sangre brota a chorrospor los labiosde la lanzada.

Un harapo cubre las virilidades de Jesús. El Inri campea con letrasamarillas sobre el remate del madero. A las plantas del Nazareno brilla unalámpara de aceite que chisporrotea al arder.

Ahora está la hostia de manifiesto en el santuarioque la purpurinapretende volver oro. A sus pies oran dos sacerdotesinclinando sus cabezas dehombres castrados por el trasquilón de la tonsura. Revestidos para laceremoniaimploran misericordia de la Divinidad.

La multitud repite el rezo; al principiolentamentecasi cuchicheando.Luego suben poco apoco las voces hasta concluirpor la parte de las mujeresendestemplados gritosen sollozos y ayes de agonía.

La patena reluce como un sol de artificio en el fondo del santuario. Tiene elsantuario por bóveda un cielillo azul con nubes de carmíndonde aleteanángeles.

Todo es luz y alegría en aquel ciclo artificial. En el cielo de fueraen elque se ve desde las rocastodo es negrura y amenaza.

Cada vez hácense más densas las nubesmás gigantes las olasmás rudo suchocar contra los dientes de las peñas.

El huracán suena ronco en las cavidades; troncha los arbustosdesgaja losálamossacude las encinaslevanta de tierra los guijarrosalza en el sueloremolinos de polvollega rugidor hasta el atrioy azota sus columnasapagandocon su voz imperiosa el servil murmullo de los rezos.

El Hereje pasa por cerca de la cruzcalada la boinarápidos losandaresamargo el gesto de la boca. Su cuerpo de Hércules rechoncho desafíalos embates del vendaval; su pelambre gris va y viene como un montón de púas.

Al aproximarse a la capilla se detieneponiendo atención a los murmullosrezadores. Sonríe compasivamentese encasqueta la boinaencoge los hombros yhace rumbo al castillo.

Un mozalbete desgreñado pasa corriendo por cerca del Herejeymurmura algo que él sólo oye.

El viejo aprieta el paso. El zagalón sigue su carrera. Más la precipitasegún se acerca al atrio. De dos brincos lo salvallega a la puerta deloratorioásese de su quicioy con voz temblante de emociónpronuncia unapalabra sola:

-¡¡Lancha!!...

- IX -

Lejos vieneapenas perceptible para ojos marinerosinvisible aún para losno hechos a bucear horizontes en horas de borrasca.

No más se descubre la vela. Agítase alláen la negrura movedizacomo unlienzo pedidor de socorro. Esta visión es intermitente; aparece y desaparecesobre una línea blanca que determina los contactos del cielo con el mar.

La aldea entera fue al castilloolvidando rezos y prácticasal anuncio deque una lancha arriba en dirección del puerto. Los mismos oficiantes siguierona la multitud.

Quedó solitaria la ermitacon sus cirios ardientescon su virgen de mantonegro y corona de mentida platacon su tabernáculo de falso oroguardador deun sol artificial y de un cielo postizo.

Sólo quedó el Nazareno ajusticiadode la pelambre negra y de las cruelesheridas. La gente abandona el espectáculo de su drama simbólico ante el dramareal que prologa encima del Cantábrico un cacho de lienzo.

En el primer término del roto cubo castellano están el alcaldelossacerdotes y los notables del concejo. Tras ellos se abre un claro: en el mismodolor hay par a la humanidad sus jerarquías y distancias. A continuación delclaro se agrupan viejos y mujeres. Los chiquillosencaramáronse a las alturas;los pescadoresa los objetos de conseguir horizonte mayorsuben hasta el picodonde campea el faro. El espectáculo es imponente.

No hacen falta héroes y diosescomo ordenan los cánonespara el vivir dela tragedia. No hace falta que esos héroes y esos dioses constituyan la acciónprimaria y sean figuras principalesa quienes el pueblo sólo sirve de coro.

Tragediabárbara tragedia es la presentey el pueblo principal personaje.Pueblo son los tripulantes de la barca que arriba; pueblo la multitud queaguarda. Son pueblo. Coro los ricoslos notableslos que nada arriesgan en elpeligro de aquella embarcaciónlos que nada perderán si zozobra.

Tiene el mar en sus aguas fruncimientos coléricosarrugas de odioagitaciones de rencor. Sus calmas momentáneas son acecho; durante ellas elhuracán lo eriza. Cuando el acecho se resuelve en un golpe de mares ésteformidable. La ola sube al espacioavanza rugidora; cobra mayor fuerza yvolumen con las olas que revienen deshechasse comba en arco verde coronado deespuma; y rompe fiera contra las peñastransformándolas en catarata.

Bajo el cielorobándolo a los mirares de la tierraflotan nubes de hollínque se abren en moradas bocazas para escupir el rayo. El vientoyendo yviniendo de las nubes al mares voz horrísona de toda aquella cólera.

No parece ya la barracomo en los días clarosanimalote submarino que hizoviaje a la superficie para dormir bajo el beso del sol.

Monstruo es despiertoque amenaza contrayendo su rugosa piel de saurioprehistóricodando bramidos espantablesarrojando espumarajos por la bocahaciéndose todo él garra y dientes para descarnar y morder.

¡Ahla barra! ¡La barra! A espalda suya corren las aguas mansasofreciendo puerto seguro al navegante. Para éste la ría es salvación. Sóloque la barraen las horas de tempestadcierra el paso a la ríaloimposibilitaponiendo en orden de batalla su legión de rompientes.

La barca viene rápida. El viento la impulsa a las veinte millas por hora.

-¡Es Reina de los Ángeles!... - grita el Hereje desdeuna alta peñadonde se yergue solitario.

A la voz del viejotres mujeres se apartan del grupo femenino; desvían conrudo empujón a los ricachos de la aldeaalcanzan el barandal del cubotrepana él y saltan por las rocas en dirección del mar.

Una de aquellas mujeres es la madre de Pablo. La última Petrona. La queprecede a la misma madreMariuca.

Hasta la última peñahasta aquella a que brincacodiciando presaeloleajellegan las tres mujeres. Allí caen de rodillascon las manos en cruz ylos labios estremecidos por el frasear de una salve.

A imitación suyatodas las mujeres se arrodillan; los viejos inclinan susfrentes; los hombres se descubren al largo de las peñas los chiquillos guardansilencio. Un sacerdotelevantando al cielo sus manosinicia la plegaria.

El rezo de la ermita se reanuda ante el mar implacablebajo la bóvedasiniestra del espacio sin sol.

Claramente se distingue la lancha. El Hereje acertó. Es Reina delos Ángeles.

Sobre la cordillera de olas baja botando y rebotando. Juguete es de losmonstruos líquidos que la llevan y traen con asesino peloteo. Sus guiadorespretenden enfrontarla con la barra para ganar la ría.

A un tercio de palo va la vela menor. Aferrados a ella cuelgan lostripulantes. El patrón gobierna en la popa.

¡La pobre lancha!

Hace pocos días saliócon otras másdel puerto. El sol la vio partirenviándola sus risas de oro. En encajes de plata se rizaba el mar ante suquilla. Empujaba el viento con caricia suave sus velas. Cantaban y reían loshombres. Las gaviotas acompañaban su camino en poético certamen de volares.

Ahorani sol ni risas.

Huida es el gallardo avance; ala rota la vela triunfal de aquel amanecer;coro fúnebre el canto de los marineros; crespón mortuorio el cielo; verdugosimpiadosos las olas. Los cuervos marinos graznan agoreros por cima de la lancha.

Llega ésta a saltos espantosos. Tan pronto se retuerce sobre crestas deespumacomo cabecea en el airepara caer de golpe al fondo de moviblesabismos. Ya sale de ellos; ya trepa vertiginosamente a la cresta de otra ola; yase hunde súbito; ya retorna a surgir. ¡Gimnasia brutal cien y cien vecesrepetida!

Aterrada sigue la multitud las convulsiones del Reina de los Ángeles.

Hállase ya muy cerca. Se ven las caras de los tripulantescontraídos porel horror lívido de la muerte. Colgantes van de la velaque los zamarrea enmontón.

Abierto de piernaspara guardar el equilibrioincrustadas las uñas sobrela caña del timónálzase la figura brava de Pablo.

Destocado vienelos cabellos al vendavallos ojos al frenteimperioso elgesto de la boca. Por entre sus rodillas asoma la cabeza rubia del grumete.

Es el último azarjugado con arrogante valentíaen el asesino paso de labarra.

La multitud mira en silenciocon los ojos saltando de las órbitas.

Una ola gigantesca corre hacia la Reina de los Ángeles y rompe contraellacubriéndola de espuma. Entre las blancuras rugientes queda envuelta lalancha.

Por un segundo no la ven. Luego surge de un saltooscila en la atmósfera yrueda a los cóncavos bramadores. Nueva ola la recogeálzala otra vez y tornaa despedirla contra los vanos del espacio. Se ve al timón yendo de un lado aotrocomo brazo humano que no halla donde asirse. Antes de conseguirlouna olamásllameante de espumasse desploma contra la Reina de los Ángeles yla tumba palo abajocon la quilla hacia el sol.

Un alarido sale por cien bocas a un tiempo.

Aquí y allásobre el oleajeagítanse brazos frenéticosrostroslívidoscontraídos por mortal desesperación. La espuma los borra.

Aún queda un hombre encima del mar: Pablo.

Con sus brazos hercúleos se sostiene sobre las olas buscando el paso de laría.

Otros brazos quieren ayudar a los suyos desde las rocas del castillo: losbrazos de Mariucaextendidos hacia él.

Avanza... Avanza... De repenteun golpe de marsuperior en fiereza al quetumbó a Reina de los Ángeleslevanta a Pablo¡y allá va el humanopingajo a estrellarse sobre los picos de la barra!...

También la espuma lo borró.

Mariuca yace de espaldascon los brazos en cruz.

- X -

Mujeres caritativas recogieron de sobre las rocas a Mariuca y echaron caminode la aldeasosteniendo con los brazos suyos a la viuda del amor de una noche.

Sólo queda el Hereje al borde del acantilado.

Con los cabellos esparcidosel cuerpo de Hércules rechoncho desafiando alvendaval y los recios puños increpando al espacioes vengativa divinidadtallada en la piedra.

Sus labios se mueven. Sus acentos no se pueden oír. Apagados son por lasvoces del huracán y por los rugidos del Océano.

¿Qué habla el Hereje? ¿Qué frases tiemblan en suslabios?...

¡Quién sabe!... Profeta de rencores parece.

Tal vez emplaza al Océano para que rebase sus límitespara que borre susfronteras y entre en tierra de hombres a barrer las iniquidades.

San Vicente de la Barquera1908.

FIN




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