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Mis montañas

Joaquín Victor González


 


Señor D. Joaquín V González.

Mi distinguido amigo:

Empresas materiales en que el patriotismo anda de por mediotal como loentiendo en estos penosos díasme tienen alejado de las letrasconsentimiento mío y por cumplir deberes que considero ineludibles cuando sucumplimiento sólo depende del esfuerzo personal. Sabe Vd. que mi venida a laCapital ha sido por breve tiempopor lo cual no le sorprenderá que con estaslíneas le envíe mi despedida. [VIII]

En la corta holganza que entre ustedes me he dadono había de perder tanagradables horas en los clubs políticosporque la políticatomada así comoentre nosotros se usano diré que me produce repugnanciapero sí amargazozobratemor vago de que tanto discurso donde la metáfora vulgar huele apólvora gruesaa pólvora de fusilnos precipite al cabo por el sendero hartoconocido de las desgracias nacionales.

Por esta razón he preferido emplear las horas de descanso leyendo algoliterariode producción nuestra; y así he leído Mis Montañas.

En mi último viaje por la vía de Buenos Aires y Rosariogozábame en lacontemplación de esos campos admirablescubiertos de maíz en sazónquehombres y mujeres y niños cosechaban en pintorescas cuadrillas; de esos trozosde pampa virgencon olor a trébol húmedoque pintan y hermosean ganadosmulticulores; de la audaz [IX] chimenea de las fábricas que arroja cercade las nubes blancas el humo negro del carbón de piedra; de mi Paraná queridodel río de las graciosas curvas y sorprendentes majestadesasomándose rientey azul por las quebradasremovido a trechos por las naves de vaporconductorasde nuestros frutosde los trigos de Santa Fe y Entre-Ríosde las maderas deCorrientesdel Chaco y Misionesy llevando a la vez en el manso raudalcomocon cariño paternola canoa del islerorepleta de leña para nuestroshogaresy sobre la leñabrillando al solel hacha fuerte y limpia deltrabajo honrado.

En tal estado de ánimo y con tal copia de imágenes risueñasque sonhermosas realidadesantes de prestar atención a cosa alguna que pudieraafearlas o suprimirlasme he engolfado en las montañas de ustedque no porsuyas dejan a la vez de ser muy míascomo argentinasy de las cuales nopienso cederle una sola piedra sin [X] que antes me reconozca elcondominio y el perfecto derecho que tengo para amarlas como Vd. las ama.

De que Vd. haya llamado Mis Montañas a las nuestrastendría yograndísimos celos si no fuera cierta consideración que no puedo honradamenteocultar y debo decir con llaneza. La propiedad artística de la cordilleraargentina pertenece a Vd. de hoy para siemprecomo la de la llanura al poeta deLa Cautiva. Asípuescomo escritor nacional (lo de escritor va por micuenta)me pongo de pie y me saco el sombrero para saludar en Mis Montañasel advenimiento de los Andes a la literatura patria.

¡Salud al Famatina y al Aconcagua! ¡Bienvenida sea la musa montañesa ahacerse conocer de los porteñosa caer en brazos de su hermanala de lasPampashija de Echeverría y dueña única hasta ahora del arte naciente ennuestra tierra! ¡Qué jovenqué frescaqué hermosa es esta [XI] muchachaque la Rioja nos envíaun tanto desgreñadaun tanto salvajepletórica desangre juvenilperfumada en el azahar riojano y en la flor-del-aire de laSierra Velazco! Ósculo de amor y paz sellamos en tu frentemorocha de nuestrasmontañasdesconocida aúnpero amada y presentida largo tiempo!...

Como llevado de la mano y en tan graciosa compañíahe recorrido vallesaltiplaniciesselvas dantescasásperas quebradascimas y abismos: unconjunto solemnebravío las más vecesque pone alas al espíritu y lo empujaal vuelo con tenacidad imperiosagritándole siempre: ¡más altomás altohasta las nieves eternas! Pero la majestad andinaque arrebata los ojos y elalma en ascensión gloriosa y dolienteno quita que alláen un vallecitoocultoun hilo de agua caiga sin ruidobañando el peñasco inmediatogireenvolviéndose a un trozo de mármolse devane en hebras lúcidasse reúna enpequeño lago y repose entre [XII] azucenas como los cabritillos delCantar de los Cantares.

Asígigantesca y rudasonriente y delicadaes la naturaleza de los Andesy así está en el libro de Vd. Desde las primeras páginas se advierte unsentimiento religiosono precisamente místicosino semejante a aquel queembarga potencias y sentidos al penetrar al templo donde balbucimos la primeraoración al lado de nuestra madre; y es que el sentimiento de la naturaleza nose revela en Mis Montañas sólo por el empeño de hacer visible elcolorla línea o los fenómenos naturalescomo acontece en HumboldtSaint-PierreWordsworth y Gutiérrez Gonzálezsino más bien a la manera deChateaubrian en las mejores páginas de El Genio del Cristianismo y deLongfellow en la Evangelina.

Por cierta beatitud visible en sus obrasdiría yo de Vd.si no conocierasu origenque algo de los puritanos circula por su sangreo por lo menosqueesa especie de [XIII] panteísmo que raya en lo místiconada tiene quever con Parménides y Zenón de Elea ni menos con Spinosay sí mucho con lospocos artistas que han sentido a América hondamente y dejádose arrebatar porsu hermosura.

Debe notarseademásque la pasión por la naturaleza que circundó sucunano es sólo religiosasino también elegíaca. Fuera de que es propio delos grandes paisajes cierta melancolía inefablehay en Vd. causaspersonalísimas para que esa nota suene en su obra con singular intensidad.Bastaría leer el capítulo VIEl Huacopara explicarse la ternuralatristeza y hasta el sollozo comprimido y próximo a estallar en algunos pasajesde Mis Montañas. Por mi parte confieso que pocos trozos literarios mehan impresionado tanto como El Huaco. Ese hogar desoladobatido por elcaudillaje sin más defensa que los brazos «como gajos de algarrobo» deun negro ancianolos rezos de la familia en la capilla paterna [XIV] ala luz de un candil y las lágrimas de una santa madrees la síntesis de unaépoca argentina. La misma alegría de los niños en sus paseos por lasmontañasasaltando colmenas salvajes y haciéndose pedazos los vestidos enprocura de frutas silvestressirve por el contraste para hacer más desoladaslas angustias maternasy hace presentir el comienzo de una odiseaque seproduce al fin y arroja a la inerme familia al recinto de la Capitalal terrora la dispersióntal vez a la muerte.

Sarmiento ha pintado en Recuerdos de Provinciaun cuadro de hogar quees justamente famosoporquesin quererloha resumido en él el espíriturevolucionario de la independencia en pugna con el coloniajela lid de Américajoven con la vieja y noble España; y Vd.acaso con la misma inconscienciahahecho de El Huaco el símbolo de los tiempos que siguieron inmediatamentede barbarieduelo y sangreque aún no han terminado aunque se dé porextirpado [XV] el caudillajeporque la barbarie no ha muerto ni lavirtud cívica ha nacido.

Felizmentey como para borrar la impresión de estos recuerdos y verdadeshay en Mis Montañas páginas de agradable esparcimiento y novedosoatractivo. De lo más singular y tiernoes El Niño alcaldeseguido dela procesión encabezada por un Inca. Eso de hacer alcalde universal alNiño Jesúsprecedido por la sombra irrisoria del Incaprueba que la Bibliade Valverdetan a destiempo ofrecidacomo gallardamente arrojada por Atahualpahizo su camino en el corazón o más bien en la fantasía de la raza conquistadapero gracias al violín y la elocuencia de San Francisco Solano y a las rosasmísticas de la Virgen de Lima.

La verdad sea dicha: ni los españoles ni nosotros hemos hecho del indio cosaque valga ni para la sociedad ni para el arte. El pucará o fortificaciónincásicaha sido derribado para siemprey ni las defensas [XVI] trogloditasvivamente pintadas en el capítulo IIllegan a interesarnossino acaso elrodar de los peñascos por las faldasy eso por las maravillas del Ecodivinidad griega. Sucede que para nosotros hay falta de interés esencial en elelemento indígena. Sus creenciascostumbres y tradicionesson de tal mododiversas de las nuestrastan exóticas nos parecen ylo diré clarotanbárbarasque no existe quien soporte de buen grado un trozo de elocuenciaaraucanaasí lo parlen Caupolicán o Lautaro.

Mejor estamos con los mestizosporque al fin algo nuestro deben de tenerysin duda por eso me ha interesado su indio Pantamúsico de lasprocesiones y baileshéroe populardecidor y bullanguero. Él sólovalía la felicidad de su pueblo dice ustedy esta frase lo pinta de lospies a la cabeza. Dio en ofrenda a la Virgen de la aldea la caja o tambor de sustriunfoshecho por sus manos; y en defensa de los suyosvoló a la lid ymurió por la patria... [XVII] Mestizos como él nos dé la tierra muchosy seremos argentinos de veras.

Obedeciendo quizás a una fuerza extraña a mi naturaleza o a despóticasugestiónhe ensalzado alguna vez al progresoa esa evolución más o menosrápida que va concluyendo con el pasado y arrastrándonos a un porvenir queserá grande y prósperoasí lo deseopero nunca tan interesante como aquélni tan rico para el arteni tan característico y genuino para la personalidadnacional. Desgraciadamente la electricidad y el vaporaunque cómodos y útilesllevan en sí un cosmopolitismo irresistibleuna potencia igualitaria depueblosrazas y costumbresque después de cerrar toda fuente de bellezaconcluirá por abrir cauce a lo monótono y vulgar.

La Tradición Nacionaldonde el patriotismo de Vd. reventó enllamarada férvidaes riquísimo estuche que salvará para los venideros el orode más quilates del tesoro argentino y ahora en Mis Montañas pone [XVIII]a buen recaudo otra no escasa parte de élen sus pinturas de la familiapatriarcalde las faenas agrícolas y pastorilesde las hazañas legendariasde las costumbres y supersticiones populares.

Por esoaunque he cantado al progreso en algún momento de extravíoaplaudo sin reservas el capítulo X y siguientey no ocultaré a Vd. que meencuentro a mis anchas entre la familia solariegabíblica por la sencillez delas costumbrescomo si por allí anduvieran Ruth y Noemiy que renegaría dela civilización moderna si ella me apartara de aquellos bailes bajo eltalade aquellos paseos y hasta de aquel garrote de membrillo del CoronelDávila en reñida escaramuza con sus netezuelos.

Si mi hogar no fuera tan feliz cuanto cabe serlo en lo humanosi carecierade santuario y adoraciones íntimas¡cuán envidioso estaría del payador delcapítulo XIIIdueño del corazón de la más criolla de las morochas! La mismalira griega que[XIX] al decir de Guido Spano y Calixto Oyuelahacaído en mis manos de no sé dóndeno puede consolarme de la ausencia deaquella guitarra que el cantor abandona en las faldas de su prenday máscuando Vd. nos dice que la niña se entró a su rancho hiriendo las cuerdas conlas puntas de los dedos como llamando la canción ausente.

Hace Vd. bien de hablarnos más adelantepara alejar tentaciones pecaminosasdel batalloncito escolar vestido de azul y blancoque parecía una banderadesplegadacantando el Himno bajo el sol de Mayoque surge de laSierra Velazco y arroja al Famatina diadema digna de su frente; de entretenernoscon la chaya o carnaval riojano; con el éxodo de todo un pueblo en busca dealgarrobacharque de guanaco y plumas de avestruz; y de borrar hasta laposibilidad del idiliodescribiendo con vigoroso realismo borracheras inauditasentre indios degenerados y mestizos peores. [XX]

Emperoni tantos ni tan originales cuadrosni la pintura del Famatinadonde usted derrocha en formascolores y luces cuanto la imaginación concibe ysoporta la miradani las escenas de la nieve en la aldea con el detalle de losniños y las aves entumecidasni los cuentos de mamá Leonita y su mitologíade la montañani la leyenda del Crespínni la delicada flor-del-airehandejado en mi espíritu la profunda impresión del capítulo XIX: El Cóndor.

Hacer del buitre de los Andes el símbolo de la patria no es imaginar nadanuevo para el arte americano; pero hacerlo como usted lo ha hechoconinspiración tan potentecon sentimiento tan entrañablecon tan soberbia ytrascendental grandezaes crear definitivamente aquello que otros esbozaronincluso el mismo Andrade en su Nido de Cóndores. Solemneáspero avecescomo la voz de los antiguos profetasha retumbado en mi alma esemagnífico cantoa tiempo y con habilidad artística [XXI] acalladocuando el símbolo deja de ser tal para trocarse en el buitre carnicerohartode sangre y entrañasy baja a ser realidad repugnante el que fue idealglorioso en los cielos argentinos.

Hecho este elogioque a algunos parecerá hiperbólicopero que vive y ardeen mi conciencia y es convicción en ellavoy a ocuparme de la obra de Vd. enconjunto y de la importancia que para mí tiene la novedad literaria de hablarentre nosotros de montañas sentidas desde la infanciatreparlas una yotra vez del valle a la cumbrecon accidentes propioslocalesinconfundibles.

Dos ilustres argentinosSarmiento y Andradenos han hablado de esosportentosde cumbres y abismospero sin sentirlos individualmentesindetenerse en sus peculiaridadesel primero porque aunque los viono supoamarlos o prefirió los llanos donde se desarrollaron las escenas dramáticas deCivilización y barbarie; y el segundoAndradeporque aunque es llamado[XXII] con justicia el poeta de las cumbrespor la alteza de su vuelonunca llegó a ser poeta nacionalen el íntimo sentido de la frase.Asíquiso cantar a San Martín y cantó a Bolívaro cualquier otro guerrerode su índole; intentó pintar los Andesy dibujó el Monte Blancoel Cenis oel Chimborazoun monte cualquierapero ninguno especialdeterminado.

Sienta mal al arte esa manera vaga de diseñar las formasporqueprecisamente el arte vive de ellasde lo individualde lo observado con amor yexpresado con entusiasmo. Andradepor lo generalproducía no sentida sinoimaginadamente. Así se explica cómo queriendo pintar con grandilocuencia unnido de cóndoresempequeñeció la imagen colgándonos del peñasco andino unbonito nido de boyeros:

 

Que el viento de las cumbres balancea

 

Como un pendón flotante.

Esta falta de verdad o de honradez artísticaes común en la literaturaamericana[XXIII] y ha dañado y daña más de lo que pudiera creersenuestra producción literaria. Ejemplo (en cuanto a la naturaleza se refiere)el facilísimo Tabaré de Zorrilla de San Martín. Si queremos tener artepropioarte genuinodejemos de lado semejantes mentirasindignas de labelleza de nuestro suelo.

Como conozco en parte los Andes riojanos; como en compañía de Vd. mismo seme agigantó el alma y se me asustaron los ojos en presencia del Famatinapintado en Mis Montañas con opulencia digna del coloso; como aunque enrápido viaje he visitado esas serraníasdoy fe de que la obra de Vd. essincerade que sus bellezas no son atavíos retóricossino verdad verdaderaofrecida por primera vez a la admiración de los hijos de la llanura.

Repito que en las letras nacionales Mis Montañas es la Musabienvenida comportadora de elementos nuevos para un arte naciente y yaraquíticono por falta de savia [XXIV] juvenil (que nuestra Pampabastaría para dársela vigorosa)sino por la maldita debilidad de laimitación europeade que no nos curaremos fácilmente mientras el espíritu noarda en la llama fecunda del patriotismo.

Así en el autor de La Tradición Nacionalcomo en su última obraaunque en ésta en menor gradohan hallado los críticos oficiosos cierto lujoo brillantez excesiva en el estilocierto relampagueo perjudicial al paisajecierta floración que oculta en demasía el verde de la planta; en una palabradicen de Vd. que es muy ricoy se alegran de ellopero táchanle de pródigo yle censuran. Francamentepienso que esos críticos tienen razóny aún creohaber sido uno de ellos en nuestras tertulias íntimas. Esto de tacharlo a unode rico o exuberanteme parece agradable tacha.

Con echar llave al tesoro o tomar la podadera a tiempoasunto concluido. [XXV]

Tendencia propia de quien no acierta a dar un paso sin ayuda ajenaes la debuscar a cada uno de nuestros escritores su maestro allende el Océano. A Vd.como a todosle han buscado su homónimo o congénerepero no han dado con élfelizmenteaunque he oído enumerara propósito del estilo y tendencias delas obras de Vd.cuanto escritor y escritorzuelo escribe actualmente en idiomaextranjero (eso síno ha de ser en castellano)especialmente en francés.

En cuanto a este puntopienso que las tendencias y estilo de Vd. son propiospersonalísimospero si mucho me apuran los buscadores de modelospronunciaréno sin vacilacionessólo dos nombres: Lamartine y Mistral.

Tiene Vd.como Lamartine (sin que esto suponga comparación con el viejomaestro)amor a las blandicias del buen decircariño por la frase perfumadaen mosqueta silvestrebañada en el agua de los torrentes; [XXVI] y sino las supremas energíasun tanto artificialesde Los Girondinoscierto rumor de despeñadero andinocierto rebotar de peñasco en la faldagranítica. Lamartinepor otra parteera un pensador a su modoy Vd. lo estambiénaunque más sinceroquizá porque actúa en un medio menos apasionadoy varioo tal vez (y aquí puede estar la verdad) porque Vd. ama a su patriacon intensidad mayor que el gran poeta francés amó a la suya.

Esa pasión por la tierra argentina es la nota predominante en las obras deVd.y por esta sola condiciónsin contar excelencias literariaslas pondríayo sobre el corazón como cosa digna de ser amada y aplaudida por todos.

He nombrado de paso al autor de Mireyaconjuntamente con Lamartinedebido a que en La Tradición Nacionalcomo en Mis Montañaselrecuerdo del poeta provenzalseguramente sin que usted lo sospecheme haocurrido con frecuencia. [XXVII] En La Tradiciónel diablola salamancalas brujas y demás supersticiones criollastal como Vd. las evoca y pinta;y en Mis Montañasla cosecha de la algarrobalos bailes y tipospopulareslas ceremonias religiosaslos recuerdos de la epopeyatodo mezcladonuevopalpitanteme trae como reminiscencias del hermoso poema de Mistral.

No es que haya imitaciónni siquiera semejanza notable; es quesimplementela naturaleza es hija del mismo sol en la redondez de la tierray los artistassinceros y de talento se dan la manoaun sin sospecharloa través de todoslos tiempos y distancias.

Basta con lo que dejo expresado para significar la estima en que tengo lasobras de Vd.especialmente la que es objeto de esta carta; y en cuanto a suscualidades de escritor y a la importancia de su labor literariasi LaTradición Nacional fue equiparada por el General Mitre al Facundo [XVIII]de Sarmientocreo que Vd.por Mis Montañas debe ser llamado elEcheverría de los Andesornando así con su flor-del-aire los cabellos de LaCautiva.

De Vd. afmo. amigo

Rafael Obligado. [1]



Mis Montañas

 

 

- I - Cuadros de la montaña

Buscando reposodespués de rudas fatigasde esas que rinden el cuerpo yenvenenan el almaquise visitar las montañas de mi tierra natalya renovarimpresiones apenas esbozadas en un libroya para refrescar mi espíritu enpresencia de los parajes donde transcurrió mi primera edad.

Los recuerdos de infanciay la poesía de las regiones de portentosa bellezadonde un tiempo se alzó el hogar de mis mayoreseran la fuente de losconsuelos que yo anhelabaen medio de esas luchas que sólo la historiadescribe y analizay en las cuales cada uno derramacuando no la sangre de susvenasesa otra sangre invisible que filtra en el corazón [2] de heridas máshondas y dolorosasabiertas por las injusticias de los hombreslos desencantosdel patriotismo inexperto y las infidencias de las amistades prematuras.

Para esoy para rendir este nuevo tributo al pueblo en que he nacidopidiendo a la literatura patria un rincón humilde para estas páginas en quequiero reflejar su naturaleza y sus sencillas costumbresemprendí con algunosamigosen Marzo de 1890un viaje al interior de la Sierra de Velazco.

Ésta anuncia ya con sus picos atrevidosdonde las nubes bajan a formardiademasla gran cordillera de los Andes. Son esas montañasinagotables a laobservación. Cuando se ha creído conocerlasnos sorprende el morador de susvalles con la relación de un monumento histórico o de la naturalezadelhombre culto o del indígena extinguido. Sus huellas están frescas todavía enel suelo y en las costumbresen la habitación y en la fortalezaen los usos yen los festivales de sus descendientes.

Rastros de los ejércitos de la conquista: restos de la tosca vivienda delmisioneroa quien no arredraron las flechas ni los desiertos; muestrasindestructibles del esfuerzo civilizador en la construcción de granito: todoesto se ve diariamente con la indiferencia estoica de otra raza que no lanuestraen el camino tortuoso que abre paso hacia las comarcas donde se pone elsol. Enormes masas de piedra cuya [3] altura aumenta a medida que se avanzaloflanquean por ambos lados; y asípor largo espacioparece aquella hendedurala selva que poblada de tan raras bestiasextravió al poeta del «Infierno».

Allí la noche tiene lenguaje y tinieblas extraordinarios. El viajero marchainconsciente sobre la mulapor entre bosques de árboles gigantescos y casidesnudosque al aproximarse en la obscuridadse asemejan a espectros alineadosque esperasen al caminante para detenerlo con sus manos espinosas. Se siente asu aproximación ese frío que inmoviliza y espeluznacuando con laimaginación excitada por el terror de lo desconocidonos figuramos vagar entrelos muertos.

¡Y qué soledad tan llena de ruidos extraños! ¡Qué armonía tan grandiosala de aquel conjunto de sonidos aunados en la altura en la profunda noche! Eltorrente que salta entre las piedraslos gajos que se chocan entre sílashojas que silbanlos millares de insectos que en el aire y en las grietas lashablan su lenguaje peculiarel viento que cruza estrechándose entre lasgargantas y las peñaslas pisadas que resuenan a lo lejosel estrépito delos derrumbaderoslos relinchos que el eco repite de cumbre en cumbrelosgritos del arriero que guía la piara entre las sombras densascomo protegidopor genios invisiblescantando una vidalita lastimera que interrumpe a cadainstante el seco golpe de su guardamonte de [4] cueroy ese indescriptibleindescifrablesolemne gemido del viento en las regiones superioressemejante ala nota de un órgano que hubiera quedado resonando bajo la bóveda de un temploabandonado: todo eso se escucha en medio de esas montañases su lenguajeesla manifestación de su alma henchida de poesía y de grandeza.

Esos músicos de la montañacomo artistas noviciosse ocultan para entonarsus cantos. La luz los oprimelos coarta; como si vieran un auditorio severo enlos demás objetos que pueblan la selva; porque en las noches de lunacuyaclaridad ilumina los huecos más recónditosla escena cambia como movida porun maestro maravilloso.

Los acordes estruendososlos crescendos colosaleslos rugidos aterradoresque surgen del fondo de las tinieblasse convierten en la melodía dulcísima ysuavecasi soñolientacomo si todos los seres que allí viven tuvieran miedode turbar la serena marcha de esa sonámbula del espacioque desplegandoblancos tules cruza sobre las montañaslas llanuras y los mares. Alzando losojos a las cimaspueden distinguirsesobre el fondo límpido del cieloloscontornos caprichosos de las rocasque ya figuran torreones o cúpulasciclópeasya grupos de estatuas levantadas sobre tamaños pedestales.

La imaginación se puebla de idealizaciones sonrientessuaviza las curvasdel dorso graníticoda [5] formas humanas a los rudos contornos de la piedrave deslizarse por las laderasiluminadas como la tela de un cuadrofantasmasde mujeres luminosasque pasancomo la novia de Hamletdeshojando coronas deflores silvestres; y aplícase el oído para percibir el canto melancólicoperdido en las alturas. El torrente resplandece al quebrarse entre los peñascosy los juegos de luz dejan ver las blandas ondulaciones de formas femeninascomode mármoles diáfanos y animadosy aparecen y se desvanecen como visionesentre las grietas y los arbustos. Risas cadenciosas surgen de aquellos bañosfantásticosgritos infantilesarrancados por el contacto de una hoja con lacarne tersa y transparente de las vírgenes que juegan entre las espumas.

Hemos gozado los dos de la sombra y de la luzy la transición vale por símisma la más sublime de las sensaciones. La caravana que al caer la tarde seinternó bulliciosa en la garganta del montequedó sumida en silencio cuandola noche veló los accidentes del camino: y entoncesalineados de uno en unocaminábamos por entre la selva que desde entonces llamó la Selva Obscura.Luegoa medida que la luna va asomando sobre el horizontese ilumina de prontola más alta de las sierrasy forma con las inferioressumergidas aún en laobscuridadel más notable de los contrastes que ningún pincel podríatrasladar al lienzo. Los [6] abismos que costean la calzada dejan ver poco apoco sus senos profundoshasta que la luz plena del cenit muestra muy abajo denuestros piesdeslizándose en curvas indefiniblesel torrente que socava sinreposo la base del granito.

Marchamos largas horas por aquella quebrada estrechade vueltasinterminablesen medio de las emociones más variadasdesde el temorsupersticioso hasta la suave sensación de un suelto paradisíaco; y de súbitovimos abrirseante nuestros ojos un ancho valle casi circulara donde tienenacceso todas las vertientes de las serranías que lo circundan. El cielo semuestra en toda su plenitud y esplendidezy como salidos de una galeríasubterráneaaspiramos con avidez el aire plenopaseamos con loca libertad lamirada y nos lanzamos al galopecomo escapados de una cárcel. Es el valledonde los calchaquíes tuvieron su fuerte avanzado sobre la llanurael Pucaráque corona un pico casi aislado en medio de la planiciey situado de manera tanestratégica como pudiera imaginarla el más experto de los guerreros. Sobreaquella atalaya que domina los cuatro vientosdivisando a distanciasinmensurableshe meditado tristemente sobre los destinos de las razassobre laevolución del espíritu humano tras de su porvenir desconocidoy he vistodesplegarsea través de sombras dolorosasla bandera de mi patria en muylejanas regiones... [7]



 

- II - El Pucará

Garcilaso IncaMontesinosHerrera y Cieza de Leónnos cuentan que losquichuas llevaron muy adelante el arte de las fortificaciones y calzadasy elsabio Wiener ha hecho la luz plena sobre sus construcciones. Gloria es del granTupac Yupanquiel unificador del imperio Tahuantinsuyoel haber extendido susarmas y su cultura hasta estas remotas regionestrayendo la conquista metódicay dejando en cada pueblo las señales imborrables de su dominio. Los Huacos eransus centros estratégicos: los Pucaráes sus fortalezas inexpugnables. Ignoranlos más ancianos de la comarca qué nombre tuvo éstetan admirablementeelegido y fortificado; [8] pero los restos existentes atestiguan que fue de losmás perfectos.

Convergen a aquel valleencerrado por un círculo de altísimas cumbrescinco diferentes caminos por donde tenían acceso los pueblos del OccidentedelNortedel Suddel Este y del Sudeste. El cerro se levanta casi aislado y enforma cónicaperfecta a distancia; y desde la cima divisan horizontes tanapartadosque puede verse con claridad todo indicio de aproximación deviajeros. Era imposible una sorpresa en tan magnífica atalaya. La nube depolvola repercusión del ecoel vuelo de las grandes aves y la rectitud delas quebradasadvierten a la guardia la proximidad del peligro: y ya seencuentra parapetada y lista para la defensa.

El camino hacia la cumbre está señalado por grupos de cinco piedrascolocadas a largos intervalosy siempre en la misma disposición. A los dostercios de la alturauna gruesa pircamuralla de piedras superpuestaspero levantada a plomorodea como un cinturón toda la extensión del macizo.Una caladura cuadrada facilita el pasoy otras más vastaspero ocultasdansalida a las crecientes de la altura. Siguiendo la difícil ascensiónaquellapunta agudavista desde el llanoes ya una gran planicie en la cumbredondepueden permanecer cómodamente y combatir mil soldadosincluyendo los localessuficientes para las tiendas de los jefesmarcadas todavía [9] por cimientoscircularesseparadasunas de otras por cortos espacios y alineadas en el dorsodel cerro.

Una muralla más alta y más gruesa que la inferiortras la cual puedeocultarse hasta el cuello un hombre de piecorona la cima en toda su longitudcomo la huincha que sujetaba los cabellos de las mujeres indígenas y fuetambién el distintivo de los caciques. Tras de aquellas murallas se acumulabanmontones de piedra para derrumbarlas sobre los invasores mientras llevaban elasaltoy ocultos casi por enterolanzaban impunemente la lluvia de flechas ypiedrascon la honda legendaria que arroja sus proyectiles con la fuerza de unarma de fuego.

Pero nada hay tan aterrador y atractivo a la vez como aquellas enormes rocaslanzadas desde la cumbre por la ladera. Al desprenderse del quicio secularsesiente un raro estremecimiento de la basecomo si se le arrancara un pedazo deentraña; y empujadas al abismodan las primeras vueltas con lentitud; peroapenas han encontrado el vacío y han chocado con otras enclavadas a mayorhondurarebotan con fuerza extraordinariacomo expulsadas del fondo de uncrátery van a caer más abajollevando pedazos de la montaña que derrumbana su vezpara rebotar de nuevo arrastrando a su paso los más robustos árbolesy los cardones centenarios[10] hasta convertirse en un ventisquero de piedraque hace estremecer la comarca. Una densa polvareda cubre los senos delprecipicio por largos instantesy cuando el polvo se ha desvanecido y puededistinguirse los objetosno se encuentra sino una mezcla informe de árboles yfragmentos de rocassepultados en el fondo del abismo. Y si se tiene en cuentaque está operación era simultáneamente ejecutada por una centena de esosartilleros primitivossobre la atrevida legión que se dirige al asaltoya seimaginará cuán terribles estragos sembraban en sus filas.

Este admirable Pucaráque hoy los naturales llaman «el corral de losincas»sin darse cuenta de su verdadero objetoes tal vez el modelo másperfecto que llegó a idear la estrategia de aquellos batalladores quedisputaron su dominio hasta caer exterminados.

Su situación que lo oculta y lo defiende a la vez; sus escondidos senderosla aspereza de las rocas y los árboles del camino que le da acceso; suposición en el centro de una serie de avenidas que buscan su única salida porese valley la proximidad al Huaco y a la población indígena de Sanagasta-verdaderasavanzadas de la conquista incásica- le dan a los ojos delobservador la más alta importancia como elemento de criterio históricoy paraconocer por análisis todo el sistema militar de aquellos emperadores [11] quesupieron imponer su ley a los cuatro vientos (1)<notas.htm>.

No podía el invasor castellano poner en juego sus artesen medio de aquellanaturaleza erizada de peligros y generadora de fenómenos tan imponentes.

Cada curva del camino presenta una sorpresay su paso sigiloso es delatadopor el huanaco que duerme rodeado de la tropilla tras de una roca; él da laseñal de alarmaestentóreaestridenteaguda como un clarín guerrero; y surelincho es repetido a muy remotos vallespor el eco delator y sensibleaumentado y afinado a medida que la onda se aleja.

Es imposible el silencio; el eco de las montañas es la notala armonía quevive latente en su seno como en un arpa gigantesca; el aire que frota a la peñaenhiestaarranca el sonido musical; la falda vecina lo recoge con cariciayrobustecido lo despide a su vez; diríase que aquellas moles de rudaaparienciaa lo lejos semejantes a tormentas que se levantasen amenazadorasnegrassilenciosaspara [12] estallar sobre nuestras cabezastuvieran un almadifundida por las grutaslos intersticioslas cuevaslos nidos y losárboles. El eco es su voz. Él modula y expresa todos los tonos: el cantotriste del pastor que habla a solas con la inmensidadel ruido terrorífico dela mole desprendida de su quiciolos gritos destemplados del combate y losalardes estruendosos de la victoria.

Todo eso y cuanto en la creación tiene un sonidose escucha y se sabe másalláy más alláde manera que no hay silencio tan inquieto como aquelsolemne silencio de las montañasdonde el vuelo de un ave alarma todos losnidoslas guaridas y las viviendas.

Encima de una cumbre solitariasin indicio de morada humanay como nacidode la piedrase ve un indio sentadocon la vista fija en el sol ponienteopor la noche en esas vagas claridadesque son como fosforescencias de la nochemisma. De pronto se yergue para mirar con ojos de águila el fondo del abismooya aplica el oído a las rocas; como para escuchar un ruido subterráneo. Allíestáinmóvilquemándose con el solazotándose con el vientosobresaltadonerviosoinquieto; la noche ha llegadolas estrellas comienzan aaparecer en el fondo obscuro como las hogueras en un campamento lejanoy elaire a traer consigo todos los rumores de la llanura y de la montaña. El indiose levanta de súbito[13] da un saltoinverisímil hacia abajoy otro saltoy otro másy haciendo rodar las piedras bajo las pisadas de la usutainvulnerablese aleja por sendas desconocidasen carrera fantástica como deespíritu siniestro.

Es el centinela avanzado a enormes distancias del campamento; tiene lossecretos de la montañaconoce la voz y el significado de los ruidos que vagande día y de nochecomo extraviados entre las quebradasy sabe correr por lasladeras y los precipicios aun en medio de las tinieblas. ¡Ha escuchado el rumorque anuncia la aproximación del enemigoy rápido como una flechapor sendassólo de él conocidascorre al Pucará a dar la señal de alarmala terribleseñalla de la esclavitud y la muerte de su raza!

Ya le esperaban ansiosos los caciquesapiñados en un balcón de granito quela naturaleza formó; ya le esperaban; sus pechos de piedra y sus músculos defierro se agitan y se estremecen a la vezcon coraje y terror nunca sentidos;sus ojos brillan sobre el abismo lóbrego como si fueran de fierascondestellos rojizos; sondean las quebradaslas laderas y las cumbreshasta queun silbido lejano y agudo hiela sus carnes y arranca un rugido: -«¡Él es!¡es la señal!»- se dicen todos. El centinela ya vuelve; pero antes de llegarha dado el terrible anuncio. [14]

¡A las armas! ¡Es el último combatees lo desconocidoes lo pavoroso!Pero ya están las trincheras repletas de soldados; montañas de proyectiles degranitocomo las balas apiñadas al lado de un cañónestán dispuestas pararodar al fondo y detener el paso de los extraños enemigosquienesquiera quesean. ¡Estos nuevos titanes no escalarán la cumbre; allí está hirviendo elrayo fulminador de una raza heroica que defiende el hogar primitivolas tumbaslos huesos venerados; antes la mole de piedra que les sustenta ha de convertirseen menudo polvosepultando sus cuerpos de heridas!

Ya no es el combate de pueblos de una misma raza y nivel intelectual: Ya noson las armas imperiales del Cuzconi es Ollantayviniendo en son de guerra asujetar en un cinto de blando acero todas las tierras del Sol; noporque lospájaros agoreros han huido exhalando gritos siniestrosy el eco ha traído delOccidente el estrépito de armas y voces desconocidas.

Cumpliéronse las antiguas profecías; aquel ídolo que miraba al Océano ycon el brazo derecho armado señalaba el Continenteera la expresiónescultural de ese temor secreto que preocupaba a la nación quichua. De alláde esa inmensidad de agua cuyos límites nadie conocíadebían venir grandescatástrofes para la patria; los sordos o interminables rugidos de las olasquesin reposo venían a romperse en la [15] costaparecían anunciarles en todoslos momentos que traerían algún día la nave conquistadora. Demasiado prontose cumplieron tan terribles pronósticos. La unidad del Imperio no habíaconcluido de cimentarse en los hábitos de los pueblos que formaban su masa; elsentimiento nacional recién nacidofue ahogado cuando empezaba a ser unafuerza colectiva. Aquella razaen tal momento históricosometida al yugo dela conquistame recuerda una bella esclava comprada cuando se abre su alma alas seducciones de la viday su cuerpo virginal a las influencias físicas quelo dotaban de gracia y de fuerza.

La lucha fue sangrientageneral y parcial: los ejércitos peleaban por elimperiolos pueblos y las tribus por el pedazo de tierra donde nacieron y dondecavaron sus sagradas huacasverdaderos templos subterráneos donde se encierranlas cenizas paternasla tradición de familiala religión nacionalla ideaaún informe del hogar que ha cimentado las sociedades modernas. Aquellas quepoblaban las montañas de la Riojaramas de la gran familia Calchaquílaindomablela última que rindió sus armas concurrían a la defensa comúnparapetadas en el suelo nativo; pero no las rindió a la fuerzasino alEvangelio. Dejó su patria terrena por la celesteprometida por Solano y SanNicolássu patrono desde entoncesel que salvó la ciudad de Todos losSantos[16] el que realizó la fusión del indígena y el europeopadre de laraza criolla que fundó con sangre la nación del presente.

Aquella noche funesta presenció en las cumbres del Pucaráo fuerteCalchaquíla más trágica de las escenas. La muerte corría del llano a lacumbre y de la cumbre al llano. Los fieros defensores lanzaron al encuentro delos invasores todas sus flechas; las grandes rocas rodaban con estrépitoestremeciendo los cerros vecinossembrando su paso de cadáveres; pero tambiénrodaban al fondo de las quebradas los cuerpos exánimes de los héroes nativos.El Huaco estaba distante: volaron mensajeros por medio de las selvaspero losenemigos eran muchos y usaban armas que herían de muy lejos. El alba apareciólentamentepero sólo iluminó despojos de una y otra parte. Nadie ha vencidopero no hay combatientes; sólo algunos sostienen todavía las armas en elllano. Los del fuerte de piedra corrieron sin ser vistos a su gran campamentodel Huaco. La guerra quedó empeñada a muerte; cada día un combateunainmolaciónun sacrificio en honor de los dioses indígenas. Sólo la palabrade un hombre inspiradoy el ejemplo de muchos mártirespudieron desarmaraquel brazo nunca rendido a la fuerza. Los misioneros plantaron la cruz en lomás alto de esas cumbres donde habita el cóndor. Reinó la pazy hoy lascomarcas andinas presentan el más seductor aspecto[17] con sus templossencillossus costumbres religiosasdonde en consorcio curioso se mezcla la fecatólica con los ritos nativospero flotando siempre encima de todo la ideaque llevó al Calvario al Hijo del Hombre. [19]



 

- III - Costumbres campesinas

Era en aquellos días cuando los habitantes de Sanagasta -villa de origenindígena que aún cuenta sus genealogías por nombres propios- celebraban unaceremonia que debo describir para llenar estos cuadros. Descansábamos a lasombra de un sauce gigantescoa cuyo pie surgía en borbotonesdel fondo de latierrapor entre pajonales y berros un arroyo cristalinocuando escuchamos elrumor de una cabalgata que se acercaba al son de una música criolla compuestade un violínde un triángulo y una caja de sonidos roncosacompasados einterrumpidos por los accidentes del camino. Venían los músicos seguidos deuna multitud de hombresmujeres [20] y niñostodos vestidos de domingoloshombres con chaquetas blancas y almidonadasdejando ver por debajo del sombrerola huincha de seda punzó. Ensillaban con las monturas de galaconcaronas esquinadas de charol reluciente y riendas chapeadas de plata.

Las mujeres ostentan polleras de colores vivos y grandes mantos de espumillade largos flecosque dejan ondular con gracia sobre las espaldas; llevansombreros de paja adornados con cintas que flotan al airey sus rostroscubiertos al estilo musulmán para resguardarlos del sol abrasador. Todos ríeny cantanse galantean y se diviertenmientras al compás de la música quemarcha a la cabezahacen el largo camino por entre las quebradas que dan accesoal llano y a la ciudad.

Delantemontado en un asnocamina un hombrellevando en la cabecera de surecado una imagen de la Virgenrosada y sonrienteadornada con profusión deseda y oro; su coronita de plata despide vivos reflejosmientras se mueveencima de la cabellera crespa y rubia. Es el día de la visita anual con motivode los sufrimientos de su Hijoallá en la ciudad donde sufren los que redimendonde imperan los escribas y los fariseosdonde ya se ha dado la sentencia queha de llevarle al Calvario. Es la Semana Santay la Madre de Dios va aacompañarle al sacrificio. La población de cinco leguas a la redonda [21] dela aldeala sigue en su peregrinación. ¡Es tan querida aquella imagentanbuena y tan milagrosa! Los demás se han quedado a la salida del puebloapiñadosmirándola partir: y después se vuelven a sus casuchas de barro y asu huerto con álamos y cepas generosasa esperar contritos la vuelta al templode la Virgen viajera a la Jerusalén impía.

Y allícontentos pero respetuososhaciendo repercutir sus cantosrezos ymúsicasreanimando las desiertas faldas y las sombrías grutas de la montañase encaminan en procesión los humildes aldeanos que gozan cuando creensinsaber por quéque no abrieron nunca otro libro sino ese de páginas degranitoeternamente abierto ante sus ojos; pero libro que hablaque cantaquellora y que ríecon lenguajesonidoslamentos y risas intraducibles en lasartes humanas. Conjunto gracioso forman aquellos trajes blancosencarnadoscelestes y amarillos de las mujereslas cintas ondulantes y las alfombrasvistosas que les sirven de manta sobre las ancas de las cabalgaduras. Y lostristes gemidos del violín rústicolos golpecillos timbrados del triángulo ylos ecos casi fúnebres de la cajaconsagrada a aquella imagen por el piadoso yferviente Panta que se marchó a la guerra -ya voy a contar la historia- seinternan en la quebradase pierden dentro de los talaslos algarrobos y losviscosque le forman techumbre[22] y se alejan y se apagan lentamente hastaperderse. Ya pasaronpero queda mi espíritu pensativomi oído arrullado porla armonía sencillamis ojos los siguen aún y mi semblante expresa la mástiernala más conmovedorala más serena de las impresiones.

Hay que ver una vez en la vida esas costumbres inocentessaturadas de una feinofensiva y de un encanto inefableque se desarrollan en los términos lejanosde la patria. Allí viveallí surge perenne la fuente de las grandescreacionesde la virtud sin cálculodel sentimiento argentino nacido de latierraque vibra con sus vientos cadenciososque canta con la gracia de susaves nativasque vuela con la solemnidad de sus cóndoresque sueña con sustorrentesque lucha con la fuerza de sus fierasque mira a la región serenade los astros desde la punta inaccesible de sus cumbres... Síhay que verlasuna vez para consolarnos de los dolores del presentey para saber que nuestratierra tiene todas las majestadestodos los esplendorestodas las bellezascreadas. Allí están la historia y los elementos ignorados del grave problemanacionalno abordado todavía; flotan en todo el territoriovagando sinconciertoporque ningún pensamiento los ha recogido y les ha dado la formavisible de la obra duradera. Leyesreligiónpoemas e historiase ciernen enconfusióndifusosperdidoserrantes y sus elementos atómicos[23] susprincipios y sus fórmulasvan borrándose con la invasión desordenada de loexternode lo ajenode lo exóticoconstituyendo un progreso institucionalextraño a nuestra naturalezaque no tiene nuestra savia y nuestro alientovitales.

Sigo mi viaje por un ancho camino bordado de selvas secularespor un valleespacioso abierto de pronto a la salida de aquel paraje histórico. Allí parecehaber surgido un pedazo de la naturaleza de los llanos del orientecon suvegetación corpulenta pero descarnadasu suelo arenoso y secosus vientos yremolinos de polvo quecomo trombas marinasunen el cielo y la tierra enespirales movibles. Seguimos la ruta que lleva al Huacoy debemos pasar por elpueblo de Sanagasta. Ya se ve las puntas de los álamosse siente el perfume delos viñedos y la brisa fresca de los sembrados y de los manantiales. El vallese cierra a la entrada de otra garganta estrecha y tortuosay allía suspuertasexpuesta a las avenidasse asienta la población que sirve a la ciudadde refugio veraniego. Una larga callepoblada de viviendas y de quintassombreada por sauces llorones y álamos de aguda copapor entre cuyos claros seve colgar de los parrones tupidos los racimos de extraordinario tamaño yvariado coloratraviesa toda su extensión y termina en la plaza. Al ponientela limita la montañay al pie de éstacomo un castillo que hubieraconstruido un [24] niño para sus juguetesse levanta solitariaaisladahumildela iglesia del pueblo; a su lado y apenas visible tiene el campanarioprimitivo; a su espalda el pequeño cementerio de pobreza incomparabledondenunca se interrumpe el silencio y donde casi todos los que en él yacen nacierontambién dentro de ese valle pintoresco. La cima del monte se levanta al fondoy allá arriba giran en círculos repetidos e interminables centenares decuervos quecomo Tántaloviven ansiando incesantemente el despojo de aquellaspobres tumbassin saber que otros vivientes subterráneos los devoraronfrescos... y graznan siniestroslúgubreshambrientosdía y noche sobre lasrocas aridas.

Quiero aquí consignar un recuerdo para un soldado meritoriocubierto deheridas y de medallasque me acompañó como un fiel amigo. Ganó el grado desargento sirviendo a la patriasiempre ausente del hogar de sus padresyvolvió inválido pero con gloria al suelo nativo. Descansábamos a la sombra deun sauceen una casa del pueblo; el soldadohabía salido a buscar a susparientes y amigoscuando de pronto llega hasta mí una mujer despavoridadiciendo: -«El sargento Romero acaba de caer accidentado en medio de lacalle.» Corrí a recoger su último votocreyendo en su finque él esperaba;le hallé ya inmóvilrígidolos ojos abiertos y el semblante medio sonrientetodavía... Todos [25] le conocían; hacía muchísimos años que habíamarchado a servir en el ejércitoy era aquella la primera vez que volvía alpueblo de su nacimiento después de tan larga ausencia. Vino a morir solamentey a dejar los huesos fatigados en el pobre cementerio donde reposan sus mayores.¡Duerme en pazvaliente soldadoescondiendo tus heridas gloriosas en el másignorado rincón de la tierra argentina!... [27]



 

- IV - El indio Panta

Este triste episodioque llenó de sombras mi espíritume recuerda quedebo una historia -la del indio Panta- el tambor de las fiestas religiosaselindispensable músico de gatos y zamacuecas en los bailes criollosel bebedorinvencibleel trasnochador sin rivalque lo mismo marchaba contrito al lado dela imagen de la Virgen en los días solemnescomo se pasaba la noche de claroen claro repicando zapateos y gritando «¡aro!» para que la niña de piesligeros y el mozo de espuela chillonaden la graciosa media vueltarevoleandolos pañuelos sobre sus cabezas.

Era infatigable el indio Pantay no se concebía [28] sin él una parrandani se divertían sus vecinos sin que él fuese el alma de la fiesta; su tambores legendarioy hoycomo un veteranotodavía redobla y resuena vigorosopero no ya al golpe de sus manos curtidassino de sus herederosque no tienenla graciani el aire gallardoni las coplas saladasni las morisquetas conquea modo de variacionesalteraba la monotonía de la música del baileyque las parejas se empeñaban en ejecutar con los piesla niña levantándoseel vestido hasta dejar ver sus movimientos ágilesy el mozo deshaciéndose enfiguras y en doblecessiempre dentro del compás de la danza.

Predominaba en él la sangre indígena: lo decían los cabellos ensortijadosla piel negra y lustrosala frente chata y los pómulos salientes como lasrocas de sus cerroslos dientes blancos como marfil y la barba escasasemejante a un campo de trigo diezmado por la sequía. Erapues de esa razacriolla que tuvo en sus manos y salvó la libertad de su suelo; que oía lallamada general para correr a alistarse sin rezongos ni escondrijos inútiles;que iba a la pelca como a una fiestay obedecía en silencioaunque se lemandara sablear como granadero de Maipóo a asaltar una fortaleza como enCurupaytí. Nacido para la fatigase vengaba bien cuando podíacuandoimperaba la pazcuando las guerras civiles con sus montoneroscolorados ylagunerosdejaban [29] tranquila la provincia; entonces llegaba a la aldeajinete sobre la mula patria robada con buen derecho de la partiday apeándoseen el patio del rancho -adonde ya le seguían en procesión los vecinosa lanovedad y al festejo de su vuelta con saludy como si nada hubiera pasado- lesinvitaba para el bailepreguntaba de su cajasi no se la habían manoseadomuchohacía cariños a los muchachos y a las chinitas del puebloy abrazabaemocionado a sus viejos amigos.

-«Ya ha vuelto Panta»- se decía de boca en bocay las muchachas empezabana prepararse deprisa para los bailes que comenzarían de seguro. Era su humorinagotabley él solo valía la felicidad del puebloque supo mantener entremúsicas y jaranashasta que un día llegó una compañía de línea y plantóen la ciudad bandera de enganche. Corrió la voz por las poblaciones de lamontañade que la Nación se hallaba empeñada en una guerra grande y quellamaba a sus buenos hijos a empuñar las armas y seguir su bandera contra elenemigo. El indio Panta lo supo y se puso triste; no era ya la guerrilla caseradonde como quiera se salva y está siempre cerca del hogar; era lejosmuy lejosdonde debía partirquizá para no volverpero una voz interior le mandabaaquel llamamiento y se resolvió como siempresin la menor vacilaciónamarchar en busca del peligro. [30]

Una tarde se reunió con los amigos y mujeres de la aldeay les dijo: -«Mevoy a la guerrala patria nos llamales voy a dejar.» Y sin oír ruegosnirazonestomó el tambor queridocompañero de alegrías y de devocionesy sefue a la iglesia seguido por todos. Se puso de rodillas delante del altar de laVirgeny con voz ahogada por los sollozosle ofreció como ofrenda la cajaconstruida por él mismoy que era su segunda vida -«¡AdiósMadre mía-gimió- si no vuelvo será señal de que habré muerto por mi patria!» Salióde la iglesia enjugándose las lágrimaspero su semblante irradiaba esa luzpropia de las decisiones inquebrantables; y luegocomo arrepentido de esesentimientoempezó a decir bromas que sabían a despedida tristey a prometerpara la vuelta las grandes fiestaslos casamientos y las procesionesporquequería costear con sus sueldos una función de agradecimiento a la Virgensile sacaba salvo de aquella aventura -«la última de mi vidaporque ya me voyhaciendo viejo»- decía sonriendo.

Ensilló su mula patriadio un abrazo a todosy diciendo «¡adióshermanos!» tomó el camino de la ciudad. Los aldeanos se quedaron apiñados enel caminomirándolo alejarsecon los ojos humedecidos por el llanto; y unindio anciano exclamó en voz baja y temblorosaemprendiendo la vuelta:-«Pobre Pantaya no volverá»- Y Panta no volvió [31] hasta ahoraporquedejó sus huesoscomo tantos héroes ignoradosenfrente de las fortalezas delParaguay.

Allí quedó la cajadepositada a los pies de la imagen venerandacomo laofrenda del patriotaque en medio de su ignorancia tenía la intuición de losdeberes que cívicosque como fuerza fatal lo impelían al combate. Era lasangre guerrera que clamaba al través de esa ruda corteza indígenacomo en elcorazón del algarrobo secular se escucha el susurro del insecto que tiene enél la vivienda. El indio Panta ya no vuelvepero su sombra ha cruzado muchasveces en las noches de luna por la placita del puebloha entrado en la iglesiadonde el tambor conserva su memoria y el recuerdo de su devoción sinceray pormucho tiempo sus paisanos guardaron su duelorezando siemprea la hora tristedel crepúsculoun padrenuestro por el alma heroica del soldado que murió porla patria. [33]



 

- V - La vidalita montañesa

He dicho alguna vez que las músicas de los montañeses tienen una tristezaprofunda; sus cantos son quejas lastimeras de amores desgraciadosde deseos nosatisfechosde anhelos indefinidos que se traducen en endechas tan sentidascomo primitiva es su expresión. Las noches se pueblan de esos cantares oídos alargas distanciasacompañados por el tamborcitoque sostienen con la manoizquierdamientras con la derecha golpean el parchearrancándole ecos como degemidos lúgubres. Es la vidalita provinciana en la que el gaucho enamoradodeinspiración natural y fecundatraduce las vagas sensaciones despertadas en sualma por la constante [34] lucha de la vidala influencia de los llanossolitariosde las montañas invencibles y el fuego salvaje de su sangretropical.

Me he adormecido muchas veces al rumor de esos cantos lejanos que parecendescender de las alturascomo despedidas dolientes de una raza que se pierdeignoradaincultaolvidaday se refugia en medio de las peñas como en últimobaluarterepudiada por una civilización que no tiene para ella ocupaciónactiva. Desterrada dentro de la patriase esfuerza por volver al seno de lanaturaleza que la vio nacer; y las horas mortales de su abandonogirandoeternamente como los astrosengendran en sus hijos esa íntima tristezareflejada en los ojos negrosen las creaciones de su fantasía y en los tonos ysentido de sus canciones.

Fatigados de luchar en vano con la selva centenariacon la roca impenetrabley con la tierra estérilabandonan su energía a las sensaciones físicas queadormecen y matan la actividad psicológica; o concentrados en sí mismosvanahondando ese ignoto pesar que forma el fondo de sus concepciones poéticas. Lavidalita de los Andes es el yaraví primitivoes el triste de la pampa deSantos Vegaes la trova doliente de todos los pueblos que aún conservan lasavia de la tierra; la canta el pastor en el bosqueel campero en las faldas delos cerrosel labrador que guía la yunta de bueyes bajo los rayos [35] delsolla mujer que maneja el telarel niño que juega en las arenas del arroyo yel arriero impasible que atraviesa la llanura desolada.

La vidalita tiene su escenario y sus espectadores: es todo un rasgodistintivo de aquellas costumbres casi indígenasy como el canto de ciertasavesaparece en la estación propicia. Es cuando los bosques de algarroboscomienzan a despedir sus frutos amarillos de excitante sabory cuando el coyoyode largo y monótono gritoadormece los desiertos valles y los llanosinteriores. Entonces ya se comienza a descolgar del clavo los tambores quedurmieron un añocubiertos de polvobajo el techo del rancho de quincha;se busca cintas para adornarlosse pone en tensión la piel sonora y se invitaa los vecinoslos compañeros de siemprepara las serenatasallí donde ya setiene preparada la aloja espumantey donde concurren las muchachas engalanadasy donosas como los árboles nuevos. Ya llega el grupo de cantoresanunciandocon suaves sonidoscomo a manera de saludoque van a cantar en su puerta. Eltambor bate entonces el acompañamientoy los dúos quejumbrosos hienden elaire sereno de las noches de estío.

Escucharlos de lejoses gozar de la impresión perfecta; porque la escenaprosaicael conjunto grosero formado en derredory la cercanía de aquellasvoces rudas pero intensasdestruyen el encanto que [36] la distancia sólocreacomo la más admirable orquesta se convierte en un estruendo queensordecesi el observador se sitúa en medio de ella. El espacio purifica lossonidosles separa lo tosco y lo ásperopero para transmitir la esencialanota limpiael tono simplela melodía aérea que vuela sobre la onda livianadejando percibir las palabrasde la dulce poesía campesina por encima de losárboles y las rocas. Le prestan ayuda el silencio de los valleslarepercusión lejana del ecoy esa arrobadora influencia de las noches solemnesen medio de la naturaleza solitaria. Todo allí es armónico y de efectoscombinados: la música es un accidente de la tierra mismaes la expresión desu vidaes una vibración de su espíritu. Por eso la impresión de la bellezaresulta del sitio y de la hora aparentesdel aspecto del cielo que invita aidealizar con aquellos astros como llamascuyos movimientos parecen más vivosy con las mil voces ocultas que parecen un coro lejano de aquel canto.

Hay en el alma de aquellos poetas un veneno lento que va obscureciéndoles lavidanublando sus concepcionesy hace que a medida que dilatan su canciónvaya siendo más dolorida y sollozante: y se ha visto alguna vez un cantor queen medio de su trovala suspendía para sentarse a llorar desesperado;preguntadle por qué: él no lo sabepero siente ansias de llorar; asomanlágrimas y corren [37] por la mejilla tostada ahogando la voz robusta. Por esocuando empieza la extraña serenatabebe con desenfreno el fermentado líquidode la veladaporque la música despierta los sentimientos dormidosque asomancon llanto y le incitan a la embriaguez.

Un poeta nacional ha sentido estos dolores íntimos del corazón argentinoyha dado en versos de fuego la causa general de esta ansia febril de embriagarlos sentidosque devora a nuestros gauchos:

 

Bebo porque en el fondo de mí mismo

 

Tengo algo que matar o adormecer:

y es ese algo desconocidono analizadolo que por sí solo llevaría alfilósofo a descubrimientos sorprendentes. Pero analizarlo es perderse en unanoche sin estrellasen una gruta sin fondo. ¿Quién podrá encontrar laentrada misteriosa de aquel mundo que sólo en rugidos de corajeen lamentos depenao en cantos báquicos se manifiestay se llama el alma del gaucho? ¿Quédisector maravilloso podría percibir las fibras que llevan a aquel obscurolaberinto donde tan raros fenómenos se presienten? No; no turbemos su quietud ysu inconsciente dolory oigamos en las noches de luna[38] con los ojoscerradosmedio adormecidosla armonía errante de su vidalita desgarradoraperdida en los senos ignotos de las montañas; contemplemos la obrasinestudiar al artista; dejemos al filósofo investigando la fuente misteriosa deesas lacrimor rerumy sigamos con el poeta nuestra peregrinación porlos reinos de la belleza. Tiempo hay en la vida para acariciar las ideas que noshacen sufrir... Pasemospues. [39]



 

- VI - El Huaco

El paisaje. -El negro esclavo. -Las novenas de San Isidro. Escenas yrecuerdos de infancia.

Salí de aquel valle delicioso para volver a sumergirme en las hondascortaduras de la sierrasiguiendo el tortuoso camino que conduce al Huaco.Llevaba un cúmulo de impresionesmelancólicas las unas y saturadas de dulcepoesíapintorescas y alegres las otras que continuaban sonriendo en mimemoria. Un torrente nacido en cima ignoradase cruza muchas veces bajonuestros pasoscomo una serpiente doméstica que retozara al tibio sol delinvierno. Rectas son ya las paredes del granitoy su altura y proximidad nodejan penetrar en el fondo [40] sino los rayos del sol en el cenit. GustavoDoré las ha retratado de mano maestra: se cree a cada momento encontrar elgigante que entre sus manos nervudas nos va a levantar a las cumbres dondebrilla la luz plena. Para verlashay que mirar al punto más alto del cielo.Diríase que caminamos bajo una inmensa y maciza bóvedacuyos arcos nohubieran todavía alcanzado a unirse en el punto céntricoy donde la voz serepite y se refleja sin encontrar salida. Mirando hacia las puntas de losmacizosse distingue muchas veces una roca suspendida en el espaciocomoesperando nuestra llegada para desencajarse y rodar sobre nosotros. Se sientecomo un vértigo extraño que desvanece los sentidosy como una presión en elcerebroal imaginar solamente que aquella mole va a desprenderse o vienecayendo.

Así marchamos algunas horasy como si asistiésemos a un nuevo fiatvolvimos al fin a contemplar el horizonte. Era ya el del inmenso vallecircunscrito aún por altas serranías y que se llama el Huaco. Es una cavidadinmensadonde todas las sierras lejanas depositan sus aguas en la estaciónlluviosa. Centro estratégico de la conquista incásicaaquella comarca fuemás tarde el teatro de sucesos sangrientosaunque ignoradosy de escenasconmovedoras durante la predicación del Evangelio.

Los jesuitas plantaron allí por largos años la cruz [41] solitaria de lamisión civilizadoray dejaron los rastros imperecederos de su pasoen lascreenciasen las supersticionesen las costumbres de los moradoresen loscampos que cultivaron y en los altares construídos para sus imágenesviajeraspor todos los climas del mundo.

Cuando he visto a la distancia el techo de la casa paternaedificada derústico adobe encima de una colinay el grupo verdinegro de los álamos querenovaron mis abuelos; cuando he recordado la historia sombría de los primerosaños de mi vidatranscurridos en medio de las peregrinaciones de mis padresperseguidos por la cuchilla y la lanza de los bárbaros en la época dolorosa denuestra anarquía; cuando la primera ráfaga de aire vino a mi encuentro desdeaquel humilde caseríosentí anudarse mi garganta y humedecerse mis ojos; yapartándome de mis compañerosfui a ocultar mis emociones a la sombra de unañoso tala que arrastraba por el suelo su ramaje tupido.

¿Debo contar esa historia en estas páginasdestinadas sólo a despertaramor o simpatía por mi tierra natal? ¿Por qué no? Aquellos parajes memorablespara mí y para mi Provinciaguardan el secreto de muchos acontecimientos queenlutaron hogares en tiempos nefastosy siempre la desgracia ilumina lahistoriacomo la hoguera del incendio deja ver el fondo tenebroso de losbosques donde [42] se guarecen las fieras... No quiero proyectar luz mentidasobre el nombre de mis antepasadospero sí contar los infortunios comunes atodos los argentinos.

Restos dispersos de la soldadesca torpe que fue la cuchilla de Rosaslashordas sin ley y sin disciplinasin más vínculo que la ferocidad de su jefeselváticoinvadían las ciudades y los alberguesdonde las familias cultasiban a buscar refugio y consueloya en el fondo del desiertoya en el seno delas montañas. Pero había una estrella maléfica que guiaba los pasos yalumbraba los senderos de aquellas turbas sabáticasebrias de sangre y debotín. Las anunciaba la nube de polvo rojizo y el tropel de sus caballos depeleala fuga despavorida de las aves y de los ganadosel estruendo de susarmas indicando una inmolaciónal resplandor del incendio del rancho humildeo de la pequeña parva de trigo que cosecharon para el sustento los pobrescampesinos.

Eran los miembros palpitantes desparramados en toda la Repúblicadelmonstruo despedazado por el cañón de Caserosque se revolvían aúnamenazantes en las últimas pero terribles contorsionescomo los fragmentos dela serpiente rota por el puñal del campesino. Resistían todavía con esfuerzossupremos a la ola de la cultura nacienteluchando en desorden con esaestrategia nativa que en los grandes días de la Independencia hizo invencibleslas [43] guerrillas de Güemes y las vanguardias de Arenales; ¡ahpero no eraya para detener las marchas triunfales del enemigo comúnsino para caer comotropillas de tigres dispersados por el de sus selvassobre las aldeas y lasmoradas indefensasdonde las mujeres y los ancianos que han quedado llorando alos queridos muertostenían que perecer en los umbrales de sus hogaresdefendiendo ellos también el sagrado de las virtudes domésticas!

Mi padre y otros patriotas de la provinciadescendientes de las másdistinguidas familias que pudieron escapar a las hordas de Facundotramontandolos Andes en 1828eran el blancola presa codiciada de las turbasdesenfrenadas. Unos volvieron a Chile de nuevootros se asilaron en lasprovincias vecinasy los más infortunados sirvieron que caer exánimes bajo elcuchillo mortífero. Mi familiahuyendo de las agitaciones diarias de lasociedad y de los centros populososfue a buscar descanso en aquella moradaseñorialsin sospechar que hasta allí llegaría el odio de los bárbaros.

No teníamos más custodia que los negros criados en la casadescendientesde los antiguos esclavosquienes por gratitud a la libertad que se les dio enhomenaje a la Revolución de 1810se esclavizaron más por el amor a susantiguos amoshasta dar la vida por defenderlos.

¡Oh ya se extinguieron esos tipos de la lealtad [44] a muertenacida de lacomunidad del sufrimiento entre señores y criadosen cuyas relaciones másparecía obrar el vínculo del amor que el de la servidumbre. Allí se conservala tradición del negro Joaquínesclavo de mi bisabueloque se ponía quejosocuando se lo prohibía servir la brasa en la palma de la manodonde lasostenía sin el menor dolorporque las faenas del campo le habían encallecidola piel. Y erasin embargoun hombre libre que pagaba con abnegación elcariño acendrado de sus amosquieres le llamaban «Tata». En sus brazos secriaron mi abuelomi padre y mis tíos; él les enseñó a montar a caballoenjaezándolo primorosamente con monturitas a la moda criolla; él losentretenía por las tardesen los paseos por las faldas pintorescas o por losarroyos silenciosos de las sierras cercanas; él les trenzaba lacitos para queaprendieran a pealar en la yerra como verdaderos gauchosasimilándolosa la vida campesinay se los prendía al costado del aperomostrándolestambién el arte difícil de enlazar de a caballo en el plano y en el cerroempinado; él les enseñó a no tener miedo a los difuntos ni a los vivosllevándolos a largas expediciones a pasar la noche al rasodurmiendo sobre elsuelo en el fondo de una quebrada obscuradonde se decía que bajaba el diabloy donde las brujas celebraban sus fiestas espeluznantes.

Era el negro Joaquín el maestro de una educación vigorosasana y varonilde que era él mismo la mejor prueba con su estatura gigantescasus brazos comoun gajo de algarrobo sus manos como enguantadas de acero y sus piernas comocolumnas de granito; y así también aquella armadura inquebrantable se animabacon un alma purallena de virtudes y capaz de las emociones más suaves. Comolos indios de la comarca cuentan su historia por las edades del árbol másviejoasí el negro transmitía de hijos a nietos la tradición de la familiay en sus lecciones experimentalessolía sellarcon el ejemplo de losantepasadosla moral de sencillas pero santas doctrinas. Era el geógrafo quetiene el mapa local en la retinael historiador de buena fe que conserva conamor los anales caserosel filósofo de observación y de creencia sincera. Enaquella aldea no había más escuela en las familias que la de la tía o la dela hermana mayorprovistas de omnímodos poderes sobre todos los niños de lacasa y de los ranchos vecinos. Joaquín no sabía leerpero poseía la cienciade la vida y la educación adquirida en el trato prolongado con la gente culta;su inteligencia destellaba claridades de relámpago y esparcía influenciasvivificantescomo esa frescura que viene de los valles montañosos donde crecenlos árboles corpulentosdonde brotan las aguas tranquilas y se mecen lashierbas salvajes saturando el ambiente de perfumes. Patriarca de la aldea y [46]de algunas leguas alrededorera al mismo tiempo consejero y juez de laspendencias familiares de sus paisanosquienes lo revistieron de una autoridadde la cual nunca hubieron de arrepentirse.

Llegaban los novenarios de San Isidroel labrador celestialy el cura novenía a asistir a sus fieles: era el negro viejo quién asumía la dignidadeclesiásticay con puntualidad asombrosa dirigía los rezos de la multitud.¡Oh cuadro sublime aquélque he visto reproducirse todavía muchos años mástardebajo el patrocinio de mi familiarefugiada en la vieja estancia! Quieropintarlo porque lo veo aúniluminado por mis dolorosos recuerdos y los sueñosindelebles de mi primera edad.

Allí está la capillita de adobe crudo y alero de pajade gruesas paredesdonde anidan las palomassilvestres y cuelgan sus panales las abejaslevantadasobre el extremo de una colinamirando al norte; la puerta de madera mediopulidaencaja en un grueso marceo grabadode líneas curvas que parecenenroscarse en su derredor como una hiedra petrificada que hubiera perdido lashojasy en cuya parte superior se lee esta fecha -1664- en el centro deun curioso arabesco de matemática regularidad. Un grupo de algarrobosfrondososque parecen haberse renovado muchas vecespresta sombra al atriodiminuto; y a su frente se extienden las viñas y alfalfares que embalsaman elaire. [47]

El interior impone al espíritu un recogimiento profundo: le recuerda losprimeros templos cristianoslevantados en el corazón de los bosquesgermánicos y en medio de las persecuciones de los emperadores. El altar es deuna extrema sencillez; sólo hay sitio en él para una imagen y para el oficiosagrado; restos de columnas de madera que parecen haber sido doradasselevantan todavíadando idea de la arquitectura de aquel pequeño palaciodestinado a contener el sancta sanctorumy las imágenes del culto y delas misiones jesuíticas.

Suspendida en el alto de la murallarespetada por los siglosmudadescoloridaagrietadase yergue la cátedraencima de un conjunto deescombros informescomo enseñando que en medio del torbellino de las razasdel derrumbamiento de sus obrasde la destrucción del mundoquedarásiemprevibrando en el fondo del caos la palabra que creaque destruyeque fulguraque diviniza. Ellacomo la luzirradia en todos los rincones de la tierra; ytambién allíen el seno de los lejanos valles habitados por el salvajecentelleó la tribunatrono de la palabra que rige la marcha del innumerablerebaño humanoiluminando con resplandores intermitentes los arcanos tenebrososde sus leyes eternas.

Pero asistamos a la ceremonia religiosa a que llama la campana suspendida delárbol vecino. Es la novena de San Isidroy allí está éldetrás de sus[48] bueyecitos de madera uncidos al aradocuya mancera gobierna con laizquierdamientras con la derecha sujeta las riendas de cinta; su cara morena yencendidaestá diciendo que no vive a la sombra de cómodos palaciossino quedesafía los solazos del veranopara aprovechar las lluvias que regaron elcampoantes que nuevos calores evaporen la fecunda humedad de la tierra. Es élel dueño de aquella novenaa la cualenvueltas en sus mantoscontritassilenciosasasisten las mujeres de la aldealos peones de labranzalos mozosde a caballo que viven tras del ganado. Todos se han confundido bajo su amparoy los amos ocupan la cabecera de la congregada feligresía.

Allápor encima de todas las cabezasa la luz débil de un candil de sebose distingue la figura del negro Joaquínarrodillado enfrente del altartiesoinmóvilsolemnecon el rosario en las manoscon los ojosentreabiertosen ferviente contriciónrecitando con voz quejumbrosa ymonótona como el gemido del viento en una gruta subterráneala salutaciónfantástica de Gabriel a la dulcísima Miriam de Nazaret: -«Dios te salveMaríallena eres de gracia...» -Y a cada recitadola multitudmodulando enel mismo tono las vocescontestaba en coro el -«Santa María madre de DiosruegaSeñorapor nosotros»- y aquel corosucediendo al recitado unísonoresuena en el silencio de la nochecomo si una [49] mano sobrenaturalrecorriera de un golpe las cuerdas de un arpa colosal suspendida en el espacio.

Ya se agotaron las cuentas del rosario; y cuando todos han hecho y besado laseñal de la cruzcomienzan a salir de uno en uno con el mismo recogimientoaesperar la luz de la alboradalos labradores para el frescolos camperos paraensillar antes que abrase el sollas mujeres para armar el telar o paraordeñar las vacasy los niños para hacer travesuras a la improvisadapreceptora.

Medio siglo la escena se repetía con la misma respetuosa devoción; pero dosgeneraciones habían pasado y muy distintos eran los personajes. Entonces yo hepodido contemplarlasaunque muy niñoy oír todavía las tradicionesrelativas a la aparición milagrosa de la imagen venerandadentro de unahendedura de la piedrasobre el lecho del arroyo que riega los huertos; loscuentos del negro patriarca transmitidos por sus descendienteslas leyendasfantásticas forjadas en presencia de los fenómenos inexplicables de lanaturalezalas historias de cada uno de mis antepasados y sus hazañas deniños. ¡Ahpero cómo habían cambiado los tiempos! Antes era todo sonrientey una misma ideala de la libertadpreocupaba a los moradores del Huaco; yahora mi madre no hacía más que llorar encerrada en su habitacióno sentadaal caer la tarde en el ancho corredor de la casa solariegacon el corazón [50]sobresaltado y mirando siempre inquieta a todos los caminos. Muy pocas veces hevisto a mi padre durante aquel tiempoy muy tarde supe que aquella ausencia eraporque vivía lejossobre las armasya reclutando los soldados bisoñosparahacer la guerra al caudillajeya huyendo por las montañas lejanasde lapersecución a muerte de la soldadesca triunfante.

Nuestra primera instrucción fue recibida allí; pero ya teníamos cartillascon grandes abecedarios que comenzaban con una cruzde donde nuestros índicesno pasaban nuncaporque no respetábamos a la preceptora de doce añosnuestrahermana mayorque había aprendido a leer en casa por el mismo sistema y quemal disimulaba sus deseos de tirar el «catón» para jugar con nosotros. Ellala pobretambién sufría con la profunda tristeza de nuestra madrey buscabapretextos para engañarse a sí misma; y nosotros aumentábamos sus prematurosmartirioshaciéndola renegar en la escuela que improvisaba debajo de ungalpón de quincha. Bien poco durabapor ciertoaquel tormento comúnporquelas tentaciones eran frecuentes para dar el salto de la silla de vaquetahaciendo volar al techo las cartillas; y muy poco el amor a la ciencia para quepudieran sujetarnos en aquella grave faena. Y hacíamos bienporque mi pobremadre sufría viéndonos reír inconscientes de los peligros que amenazabadiariamente la vida [51] de su esposoy quizá también la nuestra. Entoncesya el negro Melitón tenía preparado nuestro paseo por las lomas de limpias lajasque se divisan desde el corredor como manteles tendidos para una fiestacampestrebordadas de cactus encarnados de menuda espinaque se levantan comoserpientes enroscándose en los arbustosy de flores del aire que endispersión caprichosa salpican los árboles. Mis dos hermanos mayores teníanmonturaponcho y lazoy a nosotroslos chicostenían que enhorquetarnos enlas ancas de sus pacientes bestias.

Admirables los paisajes que se divisan desde la casa: el horizontelimitadoa lo lejos por una alta y afilada sierradeja verno obstanteextensionesplanas o series de lomadas tendidas a su pie como su basamento necesario. Allíestá lo pintorescolo gracioso; la línea curva de las colinas sucesivasforma contraste con la rígida recta y los ángulos uniformes de las altascumbres. Aquí la belleza del detallela pendiente corta y suavela vertientesilenciosa que va formando lagos pequeñísimos en los huecos de las peñashaciendo surgir esas florecillas que tapizanmás bien que bordan susmárgenes; allá arriba la imponente majestad de los colososla gravedadsolemne de los monolitos que parecen brazos alzados al cielo; las hondasquebradas y los profundos precipicios siempre repletos de nubesque bajan areposar el vuelo y a nutrirse de los fluidos [52] terrestres; en el valle losmelodiosos y acordes cantos de zorzales inquietosque se llaman entre sí connotas convenidas; de jilgueros trinadores que se asientan en grupos a tocar susvariaciones de dudosa limpieza: de canarios pequeñitosde negra y lucienteplumaque les cubre como una capa de terciopelo su camisita amarillay vuelanjuntos riéndose con sus voces tiplescomo si huyeran de la abuela que losviniese persiguiendo con la vara de mimbre; de llantas inconsolablesqueocultas en lo más espeso de los talasllaman sin cesar amante ausente: estasrománticas incómodasque en medio de la sonrisa de todo lo creadoestánproduciendo la nota dolorida que no ha de faltar en ninguna alegría de estemundo. Pero alláen la alta región de las nieves y de los rayosno se oyeotra música que los roncos graznidos de las grandes avesque en las nochesresuenan como altercados de orgíacomo órdenes secas de una guardia avanzadaen la obscuridadcomo conversaciones de ancianoscomo voces profundas defrailes rezando un funeralhasta que el nublado despereza sus molesmoviéndose en el fondo del cielo como animales que gruñen cuando sacuden elsueñoo bien comienza a extendersefigurando monstruos extrañoscomo severía el fondo del Océano iluminado por un sol interno; despuésel trueno delas eternas irassacudiendo los seculares cimientosda a todo lo animado laseñal [53] de la plegariade la súplicadel terror. Cuando el trueno estallaencima de las grandes montañashay que caer de rodillas ante esa potencia quehace crujir los ejes del planetasi la chispa de su mirada se cruza entre latierra y el cielo.

Pero volvamos al sendero tortuoso por donde cabalgando apiñados sobre unabestia jubiladahasta de tres en unasalíamos a nuestros frecuentes recreosde tan escasos estudios. Ya los pájaros nos tienen miedo y vuelan a esconderseen las quebradasabandonando a nuestras inicuas devastaciones los nidosdondequedan tiritando de frío los polluelos; nuestras hondas hacen estragoscuandoarrojan silbando las piedras que hemos juntado en la arena: los enlazadores seentretienen en desparramar las majadas que pacen tranquilamente en las hierbastirando inútilmente la lazada inexperta; otrosmás prácticosse apartan delgrupo en silencio y a hurtadillasporque saben el secreto de un panal enformación que descubrieron antesjuramentándose de no revelar el sitiohastaque la impacienciafrustradora de tantos buenos designioslos obliga adelatarse por el humo que hicieron para ahuyentar las abejaso por el gritoindiscreto que lanzaba el explorador sigilosocuando la reina del enjambrequeha quedado la últimale ha clavado su aguijón en el rostro.

La desgracia concilia a los hombresy entonces [54] es fuerza compartir eldulce botín cosechado en lucha abierta con abejas y huanqueros en elhueco de un cardón ancianodentro de un nido abandonado por el caranchoantipáticoo entre la rajadura de una peña que dividieron las conmocionessubterráneas. El festín empieza y acaba en un momentoy sigue la expediciónen busca de huevos de perdices y palomasde chorrillos y piedrecitas decoloresde flores del aire y tunas silvestres-frutos de la infinita variedadde cactus de la comarca- y a buscar la doca suculenta que cuelga de laenredadera tupida dentro de un verde estuche en forma de corazón.

Al caer la tardelos silbidos nos reúnen en un solo puntoy emprendemos lavueltacargados con las sobras del banquete para regalar a los que se quedaronteniendo cuidado de ocultar los excesos cometidos en la comida enciclopédica;pero lo que no falta son los obsequios de flores silvestres y de pichonesdenidos y de plantas; como que todo eso no se puede comer y sirve para adornar lacasao para entretener un minuto a la niña traviesa. Mi madre venía luego apasar revista a la tropa expedicionariaen busca de las heridasde los golpesy de las espinasde las roturas de pantalones y botinesremendados sobre elcampo de batalla con espinas de pencacuando por razón de lo apuradodel tranceo por hacerse de nocheno resolvíamos volvernos asícon lasropas desgarradas o con una pierna menos [55] del pantalónque se quedóenredada en un garabatopara espantajo de cotorras bullangueras y de tordosdañinos.

Melitónel noble negro que durante las prolongadas ausencias de mi padreytoda su vidafue el fiel guardián de nuestra hacienda y protector de nuestrohogarvenía entonces a llenarnos de caricias y a incitarnos a contar hazañasimposiblesque le hacían risotear como un niñomostrando las hileras dedientes blancos que contrastaban con su negra y lustrosa piel. Caíamos rendidospor el sueño después de tanta fatigay recuerdo que pocas veces alcanzábamosa concluir el rezoque de rodillas y alineados sobre nuestras camas tendidas enel suelo nos enseñaba mi madre todas las nochescon su voz siempreentrecortada por sollozos que en vano pretendía ahogar en su garganta.

Nada comprendía yo del drama que se desarrollaba en la estanciani menosque mi padre fuese en él un actor. Esa tristeza de todos los semblantesesemutismo impenetrable y sombríoesas miradas inquietasa cada momentodirigidas al camino de la ciudadese ir y venir de hombres a caballo a todogalopetres veces por díacomo a llevar y traer mensajes que se daban yrecibían en secretofueron lentamente llamándonos la atenciónhastainfundirnos miedo y retraernos de nuestras habituales excursiones a la montaña.He sabido después que se [56] perseguía a mi padrequien se hallaba oculto enuna gruta conocida solamente de los viejos del lugar. Estaba a precio su vida yse le buscaba con orden de llevarle vivo o muerto. No era él sólo: muchosotros huían también por esos mismos cerrosmientras sus familias lloraban susuerte sin poder auxiliarlos en los desiertos escondites que ocupaban.

¡Oh tiempos dolorosos! ¡Cuánta amargura vertieron en mi corazón quedespertaba! ¡Cuanta sombra en mi imaginaciónque ensayaba sus vuelos en mediode una naturaleza tan rica y tan fecunda! Un día nos dijeron que debíamosmarchar a la ciudad a visitar a mi padre; pero que todostodos marcharíamos.¿Por qué no venía a visitarnos a nosotrosque le esperábamos todos losdías y salíamos a encontrarlocreyendo que a él anunciaba la lejana nube depolvo? ¿Por qué no venía nuncay nos volvíamos tristes después de habervisto desvanecerse esos locos remolinos que el viento nada más levantaba con latierra cernida de los caminos? Era que ya mi padre estaba presoy sus enemigospor atormentar a mi madrea quien no pudieron arrancarle ni con amenazasbrutales el secreto de su esconditele mandaron decir que estaba condenado amuertey que se apresurase a verlo antes de su fusilamiento. Eran las torturasrefinadascaracterísticas del tirano de ciudada quien la educación le sirvesólo para afilar y pulir la hoja con que hiere a su adversario. [57]

No quiero ni puedo describir las escenas de aquel día. Partimos en largaprocesión siguiendo a mi madreque marchaba a la cabezay no recuerdo haberlavisto sonreír una sola vez mientras duró el viaje por aquella vía dolorosa.Alzamos nuestro hogar para no volver a verlo más en aquel sitio consagrado portantos recuerdosy fuimos a vivir a la capitalmientras duraba la prisión demi padre.

Era un verano abrasadorcomo lo es en aquella tierra sedienta; el puebloestaba fúnebrecon las puertas cerradas casi todo el díaya porque eltránsito fuese imposibleya porque el temor a la soldadesca obligase a lasfamilias a vivir en clausura perpetua. Las delacioneslas infidenciassesucedíancomo acontece en las sociedades donde impera el terror al poder. Elcriado que sirve dentro de casa espía los menores movimientos; el pariente queva de visita a informarse de la salud de la familialleva la intención delespionaje; la tía mojigataenvuelta hasta la nariz en su manto negro demerinoentra a cada momento con esa francachela provincianapara la cual nohay puerta ni conversación prohibidasy mientras toma el matepasea los ojosescudriñadores por los rincones de la habitacióny entrecorta sus charlasinsulsas con preguntillas de políticacomo quien busca uno de su opinióndiciendo: -«Peri ¿qué piensan ustedes de este atentado que acaban decometer?»- y la respuesta imprudente vuela a los oídos [58] del tiranueloadvenedizoque tiene la suerte de hallar una sociedad que lo adule y lo auxilieen sus pesquisas vengativas.

La atmósfera parece saturarse de flúidos de infamiade ráfagasdescompuestasde perversiones y sutilezas increíblescuando los pueblos hanperdido su cohesión y la anarquía ha penetrado en su sangreen su criterioen sus sentidos. La opinión sin imprenta tiene sus vehículos admirables en lasagrupaciones pequeñasasediadas por el mal político: son las mujeres sin amory sin trabajo domésticoson los hombres pusilánimes que pululan allí dondese vive de los gobiernosquienes forjanacrecientan y transmiten esa noticiaque naciendo de una sospecha malignallega a producir la catástrofe socialcomo la bola de nieve. [59]



 

- VII - El niño alcalde

Las fiestas del patrono. -La dinastía Nina. -El Niño Alcalde. Laprocesión.

Durante aquella permanenciapude observar y grabar en mi memoria lascostumbres populares transmitidas por la religiosa educación colonialmantenida aún con sello primitivosin que los progresos recientes de laenseñanza hayan podido todavía borrarlas del todo. No ha habido tiempo para laevolución transformistaporque el orden de las instituciones puede decirsecimentado sólo desde 1870aunque hubiere cortos períodos de gobiernos cultosantes de esta fecha.

Las fuerzas de las leyes sociológicaslas influencias [60] de la historia yde la naturalezaobran con vigor intenso todavía en aquella pequeña sociedadque crece lentamenteen medio de un aislamiento relativo. El elemento criolloapenas ha recibido una mínima porción de mezcla desde su nacimiento;mantiénense vivas las huellas de la antigua culturacon sus ideassushábitos y sus tradicionesque se traducen en sus fiestasy en los diversosaspectos exteriores de su vida. Ésta refleja el pasadoen cuya fisonomía seve la influencia profunda que ejerció en ese pedazo de nuestro territorio laconquista religiosa.

Resto curiosísimoreliquia viviente de aquellos tiempos nebulososseconserva una fiesta popular semi-bárbarapero conmovedora a la vezque consingular entusiasmo celébrase un día del año. Es la rememoración tradicionaldel suceso que más interesó el espíritu infantil de los nativoslaconversión de las tribus que disputaban a las armas españolas el dominio delvalledonde habían levantado la primera muralla de la futura ciudad de Todoslos Santos de la Nueva Rioja. Siempre tras del general venía el sacerdotetrasde la espada la cruztras del estruendo de los combates el rumor suave de lapalabra del misioneroque trueca en dócil esclavo al guerrero de piel desnuday de instintos indomables.

Las expediciones militares de los generales Ramírez de Velazco y Luis deCabrerafundaron los [61] muros de una ciudad; pero sólo el auxilio de lapredicación despejó los peligros que mantuvieron en perpetua agitación a susmoradoresreduciendo a la obediencia a los bravos diaguitas que los combatíandesde la llanuray a los feroces calchaquíes que los aterraban desde lasmontañas.

¿Quién y cómo obró el prodigio de la conversión en masa de esaspuebladas nómadascuyas artes guerreras tenían tantos recursos dedestrucción? Allí están todavía palpitantes los recuerdos en la memoria delos ancianosque colora con relatos pintorescos y con fiestas llenas deanimación las descarnadas páginas de las historias doctas de los Lozano y losGuevara.

Existe en la ciudad una institución que recuerda y explica aquellos sucesoslejanos: es la dinastía político-religiosa de los Ninaquienes conservan elderecho de celebrar la gran solemnidad de la conversión realizada por SanNicolás de Bariauxiliado milagrosamente por el Niño Jesús en un momentosupremo. Los padres jesuitas dieron forma litúrgica y social al hechohistóricoorganizando una cofradía de indígenas devotos al milagrosoapóstol y a su divino protector. Eligieron el más respetable de los indiosconvertidosy lo cubrieron con la regia de los Incas; diéronle el gobiernoinmediato de todas las tribus sometidas y el carácter de gran sacerdote de lainstitucióncomo un trasunto del que [62] revestía el emperador del Cuzco.Los caciques obtuvieron el nombre y oficio de alféreceso caballeros dela improvisada ordenespecie de guardia montada que obedece idealmente alPatriarca conquistador.

Doce ancianos llamados cofradesforman el Consejo de aquella majestadextrañacomo el Colegio de los Sacerdotesque asistía a los del Perú. Vieneen seguida la clase popular de los allisu hombres buenosque son losquereconociendo la dignidad real del Incay adictos a la festividad delSantodedícase al culto y a la devoción del Niño Dioserigidosegún latradiciónen Alcalde del mundo». Se le llama el Niño Alcaldey SanNicolás es su lugarteniente en la tierra.

Cuentan los archivos orales de aquella curiosa monarquíaque los Caciquesfueron convertidos por San Nicolás en sus peregrinaciones por los cerros delOestey quesublevadas las masas de indiospor no consentir en aquelsometimiento de los jefeshubo de producirse tremenda catástrofecuandoempuñando una vara de alcaldevestido con el traje e insignias de este títuloen aquella épocadestellando luces celestialesirradiando sus ojillos azulesy brillando su cabellera rubiase apareció en medio el Niño Jesúscomo lahistoria lo representa cuando predicaba entre los doctores incrédulos. Lafascinación fue repentinael encanto deslumbradory como [63] fierasmagnetizadas cayeron de rodillas los rebeldes ante aquella varitalevantada enalto por un alcalde de doce años.

El hermoso Niño bendijo aquel concurso que le adora con terror y emoción:el atribulado apóstol le besó los piesporque la aparición sublime einesperada le dejó atónito y transportado de divino fervor. El maravillosoAlcalde le tocó con su mano cubriéndole de gracia; y de pedir para sí loscaciques y de cederle la chusma innumerablecomo un premio por su heroísmo yuna confirmación de su valimientodesapareció en el espaciodejando en elambiente un suavísimo perfume como de vaso sagradoy una estela luminosa comola de una estrella que rueda en la noche. La belicosa asamblea cambió elaspecto tosco y gruñidor por el de la más sumisa devocióny fue a deponersus furores y sus armasa los pies del Patriarcaante cuyo poder de hacerprodigios hubieron de convencerse de que la lucha era inútily que sus propiosdioses le protegían de manera tan visible.

Los jesuitashe dichorecogieron aquel suceso para darle forma tangible ypráctica en el gobierno y en la religión; para combinar los elementos salvajescon los cultos de aquella leyenday para hacer entrar en la obscura concienciade los indios la idea de las dos potestades que gobiernan las sociedadeshumanas. La idea del Niño Jesús convertido en Alcalde [64] del mundo es algoque sale de los límites de la invención vulgar y sencilla; despiertatrascendentales raciociniosproyectando desarrollos vastísimos en el orden delas reflexiones filosóficas.

El municipio fue la primera forma de gobierno civilizado que conocieron laspoblaciones aborígenes; fue la que encontraron sus descendientes mestizos y enla que se educaron los hijos de los conquistadoresnacidos en la tierraconquistada. Unir el pensamiento religioso con el pensamiento políticoenaquella fórmula material del Redentor de los hombresalma única de laIglesiaera plantear ya el secular problema del gobierno católicotrasplantado a la América en medio de la efervescencia de la lucha del viejomundo; y era sentar las baseslos puntos de partida de los futuros gobiernoshispano-americanos.

Pero vamos a la fiestaa contemplar la obra de la fe y de la tradición quela transmite y la vigoriza a través del tiempo. Mucho antes del primer día deEnerolas señorasse ocupan de los adornos de la imagen de San Nicoláselsanto de tez morena que atestigua sus largasperegrinaciones por los desiertos.Colocado bajo un dosel de flores doradas y blancas de reluciente esmalteostenta sus vestiduras de rasola túnica y la capa bordadas primorosamente yrodeadas de flecos de oro; la corona de plata y la vara que termina en una florcomo un lirioy los [65] encajes finísimos que muestran sus orillas sobre lospies de madera pintados de negro. La ciudad comienza a animarse porque vanllegando los visitadoresdevotos y promesantes de todas partes de la Provinciay de fuera de ellaa asistir a la festividad legendariaen la que todosesperan conseguir los dones suspirados para sus hogares y haciendasy paraalivio de las dolencias que no pudieron curar con la medicina de ellos conocidani con el auxilio de brebajes consagrados con rezos y con signos de unacabalística extraña. En otra casa se prepara y se viste al Niño Alcalde sobresu pedestal sin doselporque tiene el inmensoel inconmensurable del cielodonde domina como dueño absoluto.

Alláen un rancho miserableel Inca descuelga el tambor tradicionalycomienza a dar fuertes golpes llamando a su corteque congrega sólo una vez enel año; y llegan a acompañarlo los cofrades vestidos con lo mejoradornadoscon diademas o huinchas de las cuales suspenden cintas de coloresy llevandopendiente del cuellosobre el pechoun colgajo en donde han colocado espejitosde varios tamañoscomo queriendo significar que por allí se ve el corazón.

La imagen del santo se halla expuesta en una saladonde el Incaseguido desu corte pintorreadacomo esos coros de óperas representadas por artistasfamélicos en un lugarejo de provinciapenetra [66] por primera vez a presentarel anual homenaje. Los cofradeslos allis y los promesantesson los que hacenséquitotodos vestidos con trapos de colorescon papeles de esmalte y conpiezas de vidrio quesegún he deducidollevan como reliquias imaginarias. Losalféreces han ido a formar la guardia de honor al pequeño Alcaldeque pasasus vísperas en la Iglesia Matriz. El día siguienteel primero del añoesel de las grandes emociones; el gentío comienza a agolparse en el atrio deltemplo donde está el Niñodonde se celebra la misa solemne con asistencia detodas las personas realescon cantos escritos en lengua quichuacuya letra esconservada y transmitida por el Inca a sus sucesores legítimos. Allí tienen unsitio preferente y una parte designada en el ceremonial. Cuando ha sonado lahora meridianase ve asomar a la plaza mayor dos grandes grupos de gente: unosale de la iglesia tras de la imagen del Niño Alcaldey otro detrás del SantoPatronoy ambos se dirigen a un mismo puntoa encontrarse enfrente de la casadel gobierno de la Provincia.

El sol abrasa la tierray del fondo de aquella masa de gente surgen llamasde fuego impregnadas de ese olor peculiar a las grandes agrupaciones. ¡Quéhermosoqué risueñoqué majestuoso viene el Niñohaciendo vibrar losflecos de oro de su casaca de terciopelo negro! ¡Qué bien lleva y con cuántagracia [67] la gorra con plumas de color del azabacheencima de su cabecitadorada como un manojo de espigas! ¡Con qué donaire cuelga la capita sobre susespaldasy con cuánta majestad e imperio empuña aquella vara con que a loshombres señala el derrotero de la vidaa los reyes obliga a inclinar lacabezaa los mares serena y a los truenos impone silencio!

Las mujeres del pueblo se apresuranse aprietanse apiñan y estiran elcuello para verle mejor alzan en brazos a sus hijos para que reciban un destellode esos ojos celestesde donde creenen su inocencia primitivaque van aobtener la divina unción y la salud del alma y del cuerpo. Y aquellos ojitospintados en la madera pulidarodeados de negras pestañasestán inmóviles ynada dicen en verdad; pero ese pueblo fascinado por la belleza de la graciosaimagense figura verlos movedizosrepartiendo miradas que son bendicionesycree ver sonreír sus labios encarnadoscomo si se sintiera satisfecho de lapiedad de los devotos. Una música de violín y tamboriles rústicosejecutadapor artistas criollosmarca el pausado compás de la marcha con sonidosapagados e intermitentesque más bien parecen el acompañamiento de unajusticiado; pero en medio del singular conjunto no serían reemplazados conmejor efecto.

«Gravesolemnepausado» -como dice el poeta- [68] sobre sus andassostenidas por cuatro indios morrudosse encamina San Nicolás al encuentro desu protector. La masa del pueblo le sigue el Inca va detrás en medio de doscofrades que sostienen sobre su cabezaa modo de doselun arco forrado detules de color abullonados y entrecruzados por cintas de las cuales penden lasreliquiascomo solían hacerlo en los tiempos antiguos el Inca verdadero y susmujeres. Impone una vaga tristeza aquel aire de majestad que se toma el pobreInca cuando ejerce su grave ministerio y sacerdocio envuelto en una atmósferade sueño y beatitudcon los ojos cerradoscomo contemplando un mundo idealque no quisiera ver disiparse con la luz del sol de Eneroentonando con vozahuecada y fatigosa por la edad y los achaquesha canción consagradaal sonmonótono de su tamboril hereditariosigue paso a paso las andas tardías delSanto Patrono. De rato en ratolos diáconos que le acompañan inclinan delantede él por tres veces consecutivas el arco de las reliquiasmientras repite laspalabras de la adoración quichua a que hacen coro los demás:

 

Santullay santullay

 

Yayhuariscu yayhuariscu

 

Achallay mi santu

 

Chaimin canqui

 

Achallay mi Virgen etc.

El momento solemne llega: las dos procesiones se encuentran delante delCabildo de la ciudady [69] se detienen para que el divino Alcalde reciba latriple salutación de su generaldel que acaudilló en los tiempos de pruebaslas huestes indígenas sometidas por el poder de sus milagros. Las andas delSanto Patriarca se inclinan tres veces delante del Niñoque ha quedadoinmóvilimponiendo silencio a la multitudcon la faz risueña y los ojosserenos fijos en actitud de bendición sobre su puebloel cual le adora derodillas en aquel mientras el Incaque conduce la ceremoniaentona con un corode voces graves las estrofas del himno de alabanzaalusivas a aquel punto delritual. Concluidas las salutacioneslos dos grupos dan vuelta con la mismalentituddesandando el camino hasta volver a sus sitiales.

La fiesta religiosaha terminadopero empieza la fiesta popularelregocijo callejero que se manifiesta en formas desbordadas y silenciosas. ElInca entonces se toma unas horas de recreoyendo a presentar sus saludosoficiales al Gobernador de la provinciaquién le recibe con respetoy lehabla de su dinastíay del buen derecho que lo asiste contra los que ledisputan la legitimidad de la corona. La visita se anuncia por unos levessonidos del tamborily en seguida canta con la misma gravedad religiosa «lacanción de los allis»como se llama popularmenteque lo mismo se emplea enaras de las imágenes que en las visitas a las personas principales [70] de laciudad. Haciendo demostración de acatamiento a la autoridadpide permiso paraque su gente corra a caballo por las calles que se determinanencaballos compuestos y adornados al estilo que lo está ella misma. Laconcurrencia se dispersa en gruposluciendo con inocente vanidad sus colgajosde colores; y cuando por vez primera presencié la fiestasalían los salíanlos gigantes mezclados con la multitudhaciendo chillar de miedo a los niños yhuir despavoridoshasta soterrarse en el último rincón de sus casas.

Aquellos gigantes eran hombres añadidos con enormes máscaras deproporciones colosalesde colores hirientes y de expresivos de viveza o deestupidezpero formando un conjunto desagradablecomo sucedería si al travésde una lento de grandes dimensiones viésemos el rostro humano aumentado entodos sus detalles: la cabeza como una peña cubierta de troncosla frente comouna ladera de gredalas cejas como colinas erizadas de espinaslos ojos comoquebradas donde hay dos grutas sin fondola boca como una hendedura bordada derocas calcáreasvistas detrás del bosque que la circunda.

Vestidos de hombre y de mujerrecorrían esos figurones las callesbailandoy mostrando a uno y otro lado sus caretas estereotípicasque parecen a laimaginación como teniendo vida y movimiento; [71] haciendo contorsiones y dandosaltos a la carrera con cierto compáscomo si siguieran una música que nadieoye; pero todo con tal desabrimientoque no puede evitarse una conmoción dedisgusto mezclado con cierto supersticioso temor de que vayan a aproximarse. Yesos gigantescuyo simbolismo no he podido penetrarasistían a la misa yseguían con toda reverencia a la procesión. Creodespués de haber oído lasingenuas interpretaciones popularesque aquella exhibición tan curiosa nosignificaba sino un medio inventado para llamar la atención de los indígenasamigos entusiastas de todos esos aparatos y mojigangas; pero se sabe que sólolos que habían hecho una promesa al santopodían vestirse con aquellosextraños disfraces. Hoy ese detalle ya no existeprohibido por lasautoridadescivil y eclesiásticapor razón del abuso a que llegaron lasmáscaras y los movimientos de su grosera danza por las callesal amparo deldisfraz conductor de la licencia.

Yo he contemplado hace muy pococon la más profunda tristezaesa fiestaindígena celebrada por gentes que en los días ordinarios trabajan y seconducen como seres razonables; pero aquel día parecen desenterrar de susepulcro de tres siglos toda una época de barbariepara presentarla como en unteatro de raras exhibiciones. Hay en ella como una vaga reminiscencia de esasprocesiones báquicas [72] que precedieron a la formación de la tragediahelénica; una mezcla informe de ritos idólatras y católicosen la cualapenas puede percibirse la línea divisoriael pensamiento civilizador quepresidió a su invencióny el sentido del simbolismo encerrado en cada uno desus detalles. Pero es indudable que en su origen fue claro y visible elsignificadoy que la transmisión consuetudinaria de sus ritosentre gentessin la menor cultura intelectualfue mutilando las formas y suprimiendo muchasde las ceremoniashasta quedar sin unidad de accióncomo esos manuscritos enlos cuales el tiempo ha borrado palabras y conceptoshaciendo imposible larestauración del período.

Asítengo en mi poderrecogida de los labios del Inca actualEustoquioNinala letra de la célebre canción quichua quecomenzada la vísperasigueen las salutaciones al Niño Jesúsal año nuevo y a la Virgen Madre;continúa en la gran procesión y termina con un himno de gracias por lascosechas de la tierray una especie de brindis a la salud de los concurrentes;pero toda ellaescrita seguramente en el quichua docto de los jesuitasfueadulterada por la tradición oralpasándola maquinalmente de unos a otros sincomprender ya su sentidocomo si se quisiera reproducir en palabras los milruidos nocturnos de una selvay conservar en la memoria el conjunto demonosílabos muertos e [73] incoherentes que resultarían de semejanteoperación mental. Restituir hoy esa canción a su primitiva forma y lenguajees trabajo de paciencia y prolijo estudio; pues habría que remontar por elanálisis hasta la formación del idioma mismo.

Debe notarse que el clero no les presta su auxilio; la procesión espuramente populary su sacerdote único el Incaseguido de sus cofrades yalféreces: pero está de tal manera arraigada en la costumbreque han sidovanas e impotentes las tentativas para suprimirla. Gobernador hubo que queriendoprohibirlaprovocó un motín que puso su vida en peligro; y citando uno de losvicarios de aquella iglesia impidió la entrada al templo a la procesión delNiño Alcaldesuscitó en tal grado las iras de la muchedumbrey tal lluvia deimproperios y obscenos insultos se atrajo de los hombres y de las mujeres-siempreeso sísalvo la corona y el hábito- que llegaron algunas de esasprofetisas a augurarle una muerte desesperante y horrible.

La fatalidad se encarga muchas veces de confirmar las supersticiones y lasvagas profecías del vulgonacidas sin origen visiblea no ser en ese pequeñotinte de venganza que colora las almas más inofensivas. El Vicario cayóenfermo de una parálisis que le dejó mudo y tullido hasta la muerte. «¡Ah!sí -rugía la plebeiluminada por aquella prueba de la ira celeste- no en vanose prohíbe a [74] nuestras queridas imágenes entrar al templo que pertenece atodos los creyentes! Dios le ha castigado; ¡loado sea Dios!» Hace pocofallecía un benemérito y austero sacerdote de aquella provinciafrayLaurencio Torresy el pueblo dijo también que había allí un castigo de Diosporque intentó suprimir la festividad de Enero.

¡Pobres creyentes! dejémoslos pasar con sus ilusiones y su feque al finellos no sienten la oleada que va sepultando sus costumbres primitivasnodándoles tiempo para preocuparse de ellas con exceso. Dejemos al pobre Ninaadornarse puerilmente cada añosoñando quizá que es un rey desterrado dentrode su tierraencima de su tronoapenas vislumbrado en su ignorancia unascuantas horas. Allí está para perdonarlos aquella hermosa creación del NiñoAlcaldeque no puede mirarse sin sentir conmovido el corazón porreminiscencias tristes de un pasado sombríoy lleno a la vez de martirios yabnegaciones sin límite. Síél es todoes el detalle poético de laprosaica fiestay se sobrepone al conjunto grosero como una música tiernaencima de un desordenado y confuso griteríocomo una flor solitaria sobre laselva desvestida por el incendiocomo un rayo de luz en medio de una multitudde esqueletos que danzan con sus muecas horrendas.

Impresión indecible produce aquella procesión [75] sin sacerdotes y sinhimnos sagradossin incienso y sin vestiduras relucientes; diríase que es unpueblo maldito que marcha al destierrollevando sus dioses tutelares al rumorde los cantos dolientes de la despedidaa buscar en climas remotos una tierrahospitalaria y una roca donde reconstruir los altares. Sídejémoslos gozar desu sueño fugitivo y al pobre Inca esperar la muerte envuelto en el raído mantode su grandeza sepultada. Los años corren velocesy ya la llama que va aquemar sus andrajosos adornos se ciernesobre sus cabezas. [77]



 

- VIII - La misión de San Francisco Solano

Quede para los historiadores de severo estilo y frase comprobaday para loscronistas místicosla narración de los sucesos políticos y las vidas de lossantos y de los mártires; yo quiero reflejar en estas páginas los caracteressociológicos de mi pueblosu fisonomía y su almaarrancando su secreto a losdespojos del tiempo y de la naturalezaa las obras mutiladas de los hombres y alas huellas medio ocultas de los que levantaron los primeros cimientos de laciudad civilizada.

La ciudad de la Rioja presenta todavía signos elocuentes de antigüedad; sustemplos de piedra descubierta y de murallas ennegrecidasle dan el [78] aspectode la tristeza y la meditación; sus huertos de naranjos secularesdespiden enprimavera el incienso invisibleque sube a lo alto en las ráfagas tibias desus nobles clarísimasinvitando a soñar en fantásticosparaísos; sus casasde gruesas paredes de adobede techos de teja y puertas que rechinan con todoel peso de sus dos siglosencierran los majestuosos salones donde el estradotapizado de chuseinvita todavía a la conversación y a la sencilla etiquetade las antiguas y patriarcales costumbres coloniales. Allí esta la alcobaclásicadonde la madre de la familiade hábitos reservados y severosreúnesus hijas y sus criadas para las costuraslos bordados y los tejidosprimorososy en la noche para arrodillarse delante del gran Cristo hereditarioque pende de la pared cubierto con un velo transparentea rezar la oracióncotidiana por la salud de los vivospor el descanso de los muertos amadosypara enseñar a los niños las primeras oraciones; allí el grande y espaciosopatiosombreado por el naranjo de amplia coparodeado del corredor donde serecibe las visitas familiares y se hace la rueda amante del mateque incita ala confianzadespierta el buen humor y consuela el cuerpomientras llega lahora de la comida casera y de gustar el vino inocente de la finca señorial.

Los conventos se mantienen todavía en pie con [79] la ayuda de puntales yremiendos; impávidoscon las fachadas terrosas y carcomidasdesafían aúnotro siglo; al interior se extienden sus largos y estrechos corredoresa dondedan las puertas de las celdas pavimentadas de ladrillohabitadas por muy pocosveteranoscomo una guardia vieja dejada en el cuartel de un ejército enmarcha: uno que otro cuadro donde más se ve lienzo que pinturay donde apenaspuede adivinarse una forma de las que trazó el pinceladornan las murallasencuyas grietas han hecho sus viviendas los millares de murciélagos que por lanoche azotan el rostro del fraile y del visitante. ¡Y cuánta reliquiaencierran esos retiros como sepulcros! ¡Cuánto árbol que puede contar lahistoria de la orden! Allí están los naranjos plantados por el fundadorvolviendo hacia la tierra de donde surgieron un día lozanos y esbeltoshastatramontar con sus gajos los techos

San Francisco Solano ha dejado en el convento de su nombre recuerdos queduran ya más de dos siglos: la celdael naranjo favorito... Pero hablemos deeste inmortal misioneroque logró alcanzar un nombre ilustreentre todos losapóstoles del Evangelio en América. Su misión ha sido grandiosasu heroísmoimponderabley su abnegación la ha valido ya la corona de luz de los elegidos.Él hizo el árido camino del Perú por el centro del continente: su sandalia deperegrino ha recogido el polvo de los [80] caminos que se extienden desde elEcuador al corazón de la llanura argentinasiempre solo y siguiendo lainspiración de su apostoladotras las huellas que los ejércitos iban dejandoy muchas veces abriéndose el paso con su denuedoquea no ser el de unmártirsería el de un estoico. SantiagoTucumánCórdobala Riojaguardan la memoria de este infatigable viajero; pero es alláen el foco de laresistencia calchaquíen la cual ya algunos sacerdotes habían sufrido elmartirio de manos de los salvajesdonde pasa quizá el período másinteresante de su vida.

La opinión vulgarque viene de muy antiguoseñala las ruinas de la casade San Francisco a la entrada de la montaña; son dos habitaciones de tapiassuperpuestasy cuyos techos han desaparecidopero cuyos muros de tierraapisonada se sostienen en pie; un inmenso algarrobo la cubre casi por enteroabrigando su desnuda vejez con una capa verde y tupida por donde no penetra elsol. Allí tuvo un altar de madera construido por él mismoque fue después alconvento y en seguida al poder de un coleccionista; bajo el ramaje de aquelárbol solía sentarse a tocar su mágico violíncon el cual atraía laspuebladas de indiosfascinados por los sonidos de una música que para ellostan inclinados a todo lo que venía de la región incógnita del cielodebíaser sobrenatural. No de otra manera el «rey de los [81] pajaritos»esa ave depoder sugestivose pone a dar gritos encima de un árbol para apresar despuésa todos los demás que fatalmente acuden a su llamamiento imperioso. La místicadesarma el furor del bárbarollegar al alcance de la palabra del misionero; elartista domaba con sonidos lastimeros a la fiera de la selva primitivaquecorría a echarse a sus pies para recibir la caricia de la mano que pasabadulcemente por su cabellera hirsuta: la flecha duerme en el carcaj; el arcoestá tendido en el suelo; la honda terciada sobre la espalda curtida y anudadossus extremos sobre el pecho velludo; los ojos ávidos y el oído encantadoestán fijos sobre el instrumento maravillosode cuyas cuerdas brotan lamentosjeremíacos bajo la presión del arcoque recorre lentamente los tonos y lasintensidades del sonido. Primero es la infantil curiosidadluego la influenciade la melodíaobrando sobre el organismo del salvajecomo sobre el de laserpientey después la idealización instintiva del poder que talesarrobamientos produce: y como más allá de lo conocido no concibe sino ladivinidad omniscientees ellasíla que habla por intermedio del hombre detupida barba y de túnica talara cuya cintura se enrosca un cordón decáñamoy cuyos pies desnudos sólo defiende de las espinas con la usuta quele es conocida. Sídebe ser ese Dios de los cristianos quien ha mandado a este[82] hombre extraordinario dotado de arte tan sublime; deben ya los diosesnativoseInti Pachacamakhaber rendido sus armas fulgurantes ante el Diosinvisible del invasorentregándole sus palacios y el dominio de las nubesdelas nieves y de los vientos.

Hay que obedecer y adorar el portento que ha podido vencerlos; aquellamúsica es su vozaquel hombre es su mensajero: -adorémosle. Y el salvajeconcurso clava la rodilla en tierray juntando con ella las manos y la caraespera la bendición de la deidad triunfante. El músico habla su idioma y lesdice que asícon tan dulces acentoshabla también el Dios que le envíalomismo al indio desnudo que maneja la flechaque al rey orgulloso que se vistede oro y de púrpura: y todos se deleitan en él.

Ha comenzado la plática de concepto claro y de lenguaje primitivollena decomparaciones reales y de narraciones prodigiosasde imágenes poéticas que elindígena ve diariamente en la hoja que se mueveen el torrente que saltaenel águila que hiende el azulen el rayo que incendiaen el amor que inflamalas almasen el heroísmo que lleva al sacrificioen el combate que defiendela tierra nativa; todo lo pasado -la creaciónla muerte de Cristolafundación de la Iglesia- va deslizándose nuevamente en los oídos y en elcorazón de aquella asamblea de fieras domesticadascon el mismo arrobamientode [83] la músicacon la misma dulzura y fascinación de un sueñofantásticocon la misma variedad y coloración progresiva de una alborada trasde las cumbres vecinas; y cuando el ferviente apóstol ha levantado en alto lacruz que empuña su diestracayendo de rodillascon los ojosclavados en elfirmamento y con lágrimas que riegan su mejilla tostadaprorrumpe en un himnode alabanzas al Omnipotenteal Ser que anima el Universoy le pide con vozsollozante e impregnadade sincero entusiasmohaga descender un destello de lagracia infinita a las tinieblas de aquellas almascomo un rayo de luna seinfiltra en el fondo de una cueva. El fiat ha irradiado al impulso delverbo; la plática saturada de unción y de fuego ha hecho amanecer en la nochede la barbarie. La conversión por el arte del sonido y de la palabra es la obradel misionero que la historia y la tradición han consagrado con este nombre:«el portentoso apóstol del Reino del Perú».

Construíase entonces el templo de la Orden franciscana pero el discípulo deFrancisco de Asís levantó su altar al pie del monte donde los indígenastenían las viviendas. Sus visitas a la obra eran frecuentesy ya trabajaba conla predicaciónconvirtiendo a los fieles y a los indios en obrerosyaponiéndose él mismo en la faena. Se le dio después una celda en el conventoy trasladó a ella su morada y su constante penitencia. Existe un naranjoconsagrado [84] por sus oraciones y por sus martirios cotidianos; los siglos lohan obligado a inclinar la copay el troncopor donde circuló la saviajuvenilhoy está hueco como un nichoy hondas cuevas horadan sus gajos.

La tradición es a veces obscura e incomprensibley ella cuenta que el santomisionero practicó esa excavación para martirizarsemanteniéndose largashoras incrustado en aquella hendeduracon los brazos aprisionados tambiéndentro de dos agujeros cavados hacia arriba en el mismo tronco. Asíel«Naranjo de San Francisco» es hoy la reliquia viviente de su misión enaquella ciudad; él lo consagró con sus penitenciaslo santificó con sufervor y lo dotó de cualidades medicinalescomunicándole la gracia con lacual obró los milagros que cuentan sus biógrafosdurante su paso por losreinos del Perú.

Uno de esos biógrafos dice que obró prodigios innumerables en lasprovincias del Tucumány que de tal manera se avergonzaba después de lapropia famaque se sentía impulsado a abandonar los lugares que habían sidotestigos de sus maravillas. Yo he escuchado esos relatos inocentes con verdaderacuriosidady he estudiado las fuentes de la creencia ingenua del pueblo que elvaliente misionero visitó en los primeros tiempos de la conquistay que halegado sin examen a la posteridadpor ese instinto innato de fantaseardepoetizar todo cuanto no tiene [85] una solución inmediata. En aquellas épocaslos milagros eran frecuentes; las conciencias no meditaban sobre los grandesproblemas que la filosofía ha planteado a la humanidad contemporánea.

El ilustre Esquiú decía en una plática memorableque escuché bajo lasbóvedas de la catedral de Córdoba: -«¿Sabéis por qué ya no hay milagros?Porque ya no hay fe». -Y mucho tiempo he meditado sobre el sentido profundo deesta frasequeinvoluntariamenteen el proceso mental yo invertía. Sí; yano hay milagrosporque ya no hay fe; y las multitudes de hoy como las queseguían a Jesús en sus predicaciones ambulantespiden siempre milagros paratener fe: ¡eterno dilema de la razón rebelde!

Pero el pueblo no raciocina cuando intervienen sus creencias seculares;sienteimaginaidealiza los sucesos cuya causa no puede penetrar a priopricon su criterio casi siempre empíricoy la ilusión de uno solo se convierteen una verdad indiscutible para muchosy sobre ella se levantan religiones ycostumbresritos e instituciones: son el elemento poético que perfuma laspáginas graves de la historiaen las cuales la línea recta marca lainflexibilidad de las leyes generales del desarrollo humano; son la poesía y latradiciónentrelazadas con el desnudo y árido relatocon la misma gracia ysuaves curvas que la enredadera se trepaenroscándoseen la columnasobreviviente del templo derruido; son las [86] brisas del oasis cargadas dearomas virginales que vienen a dar alivio al viajero del desiertofatigado derecorrer sin reposo este camino de la vidaque hemos de andar hasta vislumbrarel abismo en donde se difunde como un torrente en las arenas de la llanura. [87]



 

- IX - La vuelta al hogar

¡Cuánta alegría en el lugar después de tan largos días de terriblesdudas! Mi madre ya no es la misma dolorosaque en muda peregrinación recorríacon su servidumbre los desfiladeros de la montaña. Se oyen risas y carreras delos niños en los patios espaciosospalmoteos locosanunciadores de una buenanoticiamovimiento de peones que aprestan mulas y caballos para nuestro viajede vuelta a la casa maternaabandonada hace tanto tiempo.

Mi padre ha salido en libertady vamos a partir para nuestra aldea deNonogastadonde nuestros abuelos han quedado llorando nuestra ausencia ynuestro bulliciodonde los parrones cuajados de racimos [88] multicoloresnosesperan bamboleantes del peso de la cosecha; donde el olivo centenario de lahuerta sombrea el baño al aire libre formado por el arroyo que atraviesa lafinca: donde nuestras primas nos aguardan ansiosas para sus paseos y para queconstruyamos los palacios de las muñecasque vestidas de toda gala están sintener donde recibir dignamente las visitas de etiqueta; donde las mujeres delpueblo ya preparan los dulces y las primicias del añopara obsequiarnos a lallegada.

Comienzo a sentir el rumor de los sauces llorones y de los álamos de hojasbulliciosasalineados a lo largo de la calle del puebloteatro de nuestrascorrerías a pie en las noches de luna; oigo los cantos de la vendimia queempiezalos tañidos de la campana colgada de un travesaño rústico y lospreludios del clarinete de Franciscoque ensaya su repertorio olvidado por lainacción y la tristeza.

¡Oh día venturoso de mi vida en que vi de nuevo las rocas del caminolosprecipicios y los mogotes que limitan las vertientes de la sierra de Velazco!Ellos me separan de mi valle nativo y me ocultan la visión espléndida delFamatinade ese centinela inconmovible de los Andesque desde su torre denieve insoluble está vigilando el sueño de la llanura. Ruta cruzada mil vecessiempre nueva y de impresiones inesperadases aquella que recorrimos entoncesen son de fiestaen busca del nido abandonado. [89] Mi corazón se abría conavidez a las ráfagas andinasa la sensación de los paisajes y de los cuadrosque mi imaginación animaba con vida y colorido nuevos; mis miradas retozaban depiedra en piedrade cima en cimaya siguiendo el vuelo de un pájaro degrandes alasalarmado del estrépito de nuestros gritos y de nuestros cantosya la carrera del huanacoespía de la tropilla lejanaque ha venido a pararsesobre la rocaencima de nuestras cabezaspara dar la señal del peligro; yaasistiendo a los movimientos de la nubecilla solitaria que se pliega y sedespliega sobre un pico como una niña juguetona que ensayase mil formas deadorno con un tul diáfano sobre la cabeza de un anciano; ya descubriendo lassendas que surcan las laderas como hilos desparramados por el vientoy porúltimobuscando en los grupos de las peñas esas figuras caprichosas decúpulas atrevidasarcos majestuososventanas ojivales y grutas sombrías quela naturaleza construye y desmorona en incesante labor.

Apurábamos la marcha con frenesísin piedad para las bestias ni paranuestros cuerposespantando el sueño de la noche pasada al raso en la cumbrepara no interrumpir el pensamiento febril de las cercanas alegríasy la seriede proyectos fantásticos discutidos en ruedaencima de la arena donde hemosimprovisado nuestras camas de viaje.

A cada momento preguntamos impacientes por la [90] distancia que nos faltala hora de la llegadael estado en que encontraremos nuestros árboles ynuestras cepas favoritas. Y asíen esta agitación sin treguahacemos nuestrocamino por quebradas y desfiladerosfaldas escarpadas y espirales sin términohasta que llegamos al llano y emprendemos el galopesin que sean fuerza paradetenernos las órdenes imperiosas de mi padrequien al fin tiene que consentiren perdernos de vistapor el recto y ancho carril que remata en la plaza delpueblo.

Las mujeres y los muchachos salen en grupos a darnos la bienvenida cariñosay los perros en jaurías asaltan y encabritan nuestros caballos; pero ya estamosen los gruesos portales de la casay desde allí se divisan la cabeza blanca dela abuelita sentada en el corredorhilando su interminable madejacomo otraPenélope; ahí es el correr a quién se desmonta primero y gana la primeracaricia de la ancianaque tiene los ojos enrojecidos y sombreados de tantollorar los sufrimientos de sus hijos; a quién da primero el abrazo a lasprimitas ya crecidasy que ruborosas se han escondido en la alcobay si he dehablar lo ciertoa quién aventaja la mejor sandía y las uvas más doradasdela mesa de frutas preparada para recibirnos. [91]



 

- X - Las cosechas

Era la época de la vendimia y de la cosecha de todos los cultivoscuando elpueblecito se pone alegre y bulliciosoporque vuelven muchos ausentesy porquelos labradores festejan alborozados los dones opimos que premian sus fatigas.¡Cuánta algazara al despertar el díade mozos que enganchan los carrosouncen los bueyes a la carreta tradicionalo ensillan las mulaso cargan loscestos al hombro para marchar a las viñas a recoger la uvaque se cae de purosazonaday traerla a los lagares! Las mujeres y los niños siguen la caravanade los trabajadores llevando los avíosporque volverán a la noche y la fincaestá distante; van también escondidas [92] algunas guitarraspara armar elbaile durante el descanso de la siestabajo los árboles coposos que rodean laviña; y los muchachos tienen preparadas flautas de caña con las cuales tanbien se toca el triste y la vidalitacomo se florea un gatoun escondidounamariquita o un vals de esos que oyó una vez «tocar por papel» al clarinetedel pueblo.

Cuando el sol ha asomadoya han ido y vuelto dos veces los carros llenoshasta el tope de racimos negros y dorados; por toda la viña no se oye sinocantos; silbidos musicalesgritos que se llamanrisas que se desbordanexclamaciones que se fugany de vez en cuando palabrotas que se escapancuandoel cosechero ha caído preso en un bosque de cadillos que se pegan como agujasen el cuerpo; aquello parece una colmena en la cual todos tienen su tarea queejecutan con gozo y que mil incidentes cómicos amenizanarrancando risotadas atodo pulmón.

Alláen medio de mi tupido grupo de árbolesuna muchacha monta sobre lacepa para cortar el racimo más altoy al bajarse enrédase el vestido enpresencia del festejanteque la buscaagazapándose bajo las parraspor silogra un momento de hablarla a solaso por lo menoscon su poquillo depicardíapor si sorprende algo de eso que enciende más la pasión naciente.«¡Qué pierna... para una cueca!» grita el maligno perseguidory la niñatoda encendidabaja los ojos sin decir nada. [93]

Las mujeresque esta vez no fueron por curiosasandan también por ahíperdidas entre los yuyos y las malezascharlando como catas en elnido y cuidando sus niñas de las imprevisionesentre tanto mocetón como se veocupado en la misma obra; los chiquillosque han ido a estorbar a los grandesno hacen más que comer y cosechar pichones o huevos de tórtolas en los nidosdescubiertos en medio de las parras hojosas; y aquí ríe uno de una caídaallá llora otro picado por una avispa o claveteado por las rosetas y losamorsecos que crecen ocultos entre los matorrales.

Nosotros también -los niñoscomo nos decían las gentes de faena- ávidosde aquellas emocionesnos mezclábamos en ellasechándolas de guaposcuandoapenas duraba nuestro brío el tiempo necesario para empalagarnos con el jugoazucarado de la uva. ¡Fuera botinessaco y sombrero! Todos somos lo mismo aesa edad en que se hace daño en las plantas y se estorba a los demás con elpretexto de trabajar; sífuera todo ese ropaje de amos que incomoday vengael bochinchey luego las insolacionesy los rasguñosy las roturaspara darque hacer a las tías que se encargaban de nosotros en vacaciones.

A las oncetodos se han reunido a la sombra del tala gigantesco a tomardescanso y almuerzo. El costillar chirría en la parrilla de fierroy despide[94] ese humo perfumado que se aspira con deleiteproducido por las gotas deljugo caído sobre la brasa; las teteras están despidiendo como locomotorasbocanadas de vaporhaciendo dar saltitos a la tapapor debajo de la cual seescurren las burbujas de la ebulliciónporque ya va a comenzar a dar vueltasel mateque se acomoda lo mismo antes que después de la comida; las guitarrasse hacen las que duermen suspendidas de un gajo del árboly las mozas de lavendimia las miran de reojomientras sirven a sus hermanos y amigos el asadosuculento; el locro hierve a borbotones dentro de la olla tapada con una piedrachatadejando salir la espuma blanca por debajo hasta que vaciado en la granfuente de maderalos campesinos forman círculo y la dejan limpia. Un racimo depostreun vaso de vino del año pasadoy comida hecha. Ahora se extienden losponchos sobre la hierba y se pestañea un poco para decir que se ha dormidohasta que la orquesta de guitarra y flauta comienza a preludiar esos aires queponen los huesos de punta y hacen tararearsin quererlouna letrilla picante.

Las caras de los concurrentes se animan con luz repentinalos ojos chispeany los labios sonríeny todos sentados en rueda sobre el suelocruzando laspiernasse tiran y se retrucan los dichos que se entreveran como fuegograneado. La pareja más [95] joven sale al medio; la niña de larga trenza y demoño encarnado sobre la cabezacon un ramito de albahacas sobre el pechoy elmocetón de barba nueva y renegrida y de ojos obscurosestán frente a frentecomiéndose a miradas y diciéndose galanteríashasta que los músicos rompenen alegres rasgueosentre los bravos de los asistentes que los acompañan conpalmoteos acompasados y castañuelas imitadas con los dedos. Les sirve dealfombra la gramilla verde y de cortinado y techo el ramaje del árbol de sombraespaciosa. Las vueltas ágileslos movimientos graciosos del cuerpolaexpresión de los rostrosla novedad de los zapateados y la precisión en elcompásarrancan exclamaciones entusiastas de los espectadores.

-«¡Una sin otra no vale! ¡Un trago para el cantor!» Una salva de aplausosresuena al final del bailey antes que se siente la heroínaotro mozoque haestado brincando por echar su escobilladala invita diciendo:

- «¡Baratola niña!»

Cada uno muestra así su sistema en ese baile curiosísimoque tanta graciapresta a las jóvenes desenvueltas y bonitasy el cual consiste en dar vueltascomo siguiendo el mozo a la niñaya intentando pasar sin que ella se lopermitaformándole un atajo con el vestido y corriendo siempre en frente paraestorbarle el pasohasta que el joven [96] se pone a zapatear como paraconquistar a su enemigaquien concluye por dejarle libre el sitio yendo aocupar el de su compañero; y así se repite dos veces hasta que se termina conalguna figura de reverencia o adoración de parte del rendido galánentre losvivas y dicharachos dirigidos a la brava pareja. El guitarrero le endereza unacopla sentidauna declaración de amor a la cual ella contesta con una sonrisapero sin hacerle más casoson licencias de que goza el cantorsin comprometernada seriamente.

Ahí está el tío Jonásgran bailarín en sus mocedadesy que se alborotatodavía viendo la danza. Una chinita despejada sale a darle la mano paraobligarlo a bailar una zamacueca chilenaporque aún el viejo sabe quebrarsegraciosamente y mover las piernas con agilidad. Todos le hacen círculometiéndole una bulla infernaly el anciano reverdecidohasta se toma lalibertad de dar un abrazo a la compañeraal terminar la tandacuyarepetición obligada se le dispensa en razón de sus achaques.

-«Ehdiablosque bailen mis nietos; yo ya no estoy para dar brincos»-dice secándose el sudor de la frente con un gran pañuelo de algodón; porqueel calor del sol produce bajo la sombra esa irradiación que los paisanos llamanresolanacargada de los perfumes calientes de los pastos y del hinojoabundante. [97]

La animación decrece al influjo adormecedor de la alta temperaturay poco apoco van cayendo estirados sobre sus mantas los bailarines y los espectadoreshasta que el silencio más profundo reina en la asamblea. Y aquí de laschicharrasque durante el alboroto han estado calladitas sobre el gajo de talay ahora rascan todas a un tiempo sus guitarritas en el mismo tonoproduciendouna somnolencia irresistible. Diríase que en las siestas ardientescuando todose adormece en la creaciónellas son la música del silencioporque no secansan de imponerlo con su chirrrrrrrr prolongado y narcótico.

Cuando el sol ha caído y dejan de ser temidos sus flechazosla gente vuelveal oficiohasta que el astro se oculta tras de la sierra; la bullaranga sedesvanece como por encantamiento y comienzan a volver todos a los ranchos; lanoche se va acercando y empiezan a encenderse los fogonesen la planiciealmismo tiempo que las estrellas en el cielo. Mirado desde la alturadonde estála casa de mis abuelosaquel conjunto de luces dispersas sin orden en el arenalde enfrentehace el efecto de una bahía silenciosa y en calmadonde arden losfarolillos de las embarcaciones.

Pero alláen el seno de las familias propietariasla escena es diferente;la alegría repercute en el vasto corredordonde se ha armado la charla con[98] todos los que han venido de visita trayendo criaturas y sirvientes. Ningunose sentía desgraciadoporque un vínculo amoroso los reunía en una solaambición noble y pura. Los ancianos estaban allí para reflejar su severavirtud sobre los hijos y los nietoscongregados cuotidianamentey paramantener la atmósfera serena de aquel hogar que ya no existe. Nosotroshacíamos reunión aparte; mejor dichonos mandaban a jugary a peleartambiénsin peligro de lastimarnos sobre la arena espesa de la gran playa quese junta con el campo. Formábamos numerosas comitivasy prendidos todos de lasmanosíbamos en corporación a hacer visitas a las viejas mamás que teníamosen los ranchosporquecual máscual menostodas habían sido nodrizas denuestros padres.

Allílo recuerdo bienvivía «mamá Ubalda»o Waldaque murió cuandoiba a cumplir un sigloya perdidos la razónla vista y el gustoy a quieninconsideradamente le hacíamos las travesuras de Lazarillo de Tormesdándolea beber menjurjes inofensivospero no usadosque a ella se le antojabansabrosas bebidas y refrescos deliciosos.

En seguida la pandilla marchaba a dar un malón a los ranchosdonde teníanaloja fresca en los grandes naques de cuero que le sirven de vasijao entinajas de barro cocido tapadas con ramas de sauce llorón; o biencuandooíamos sonar el tambor chayero[99] en anuncio de diversión criollaéramosseguros a formar la mosqueteríaa gritara reír y a ensayar también losbailes nacionales. Todo esto mientras los viejos de casacon la gran rueda devisitas de la misma familiapero que vivían en sus fincasdepartían sobretodos los temas serios de la políticatraídos por los diarios de Buenos Airesy de Chilesobre los intereses comunes de la localidady por fin de todocuanto nosotros no entendíamos y menos nos importaba.

En aquellas reuniones se proyectaba los paseos a los sembrados y a lashuertas distantes. Al día siguientetodo mi ejército marchaba a caballo: lasseñoras con sus sombrerosy vestidos de campoy los caballerosacompañándolas devotos y enamorados. A las abuelitas las llevaban en carruajey a nosotros nos metían en un carro de la cosechay nos dábamos por muy bienservidos con tal de no perder el banquete preparado bajo un inmenso algarroboyen el cual se hacía un gran derroche de frutascon el pretexto de probar laproducción del año y comparar la de una finca con otra.

No me olvido nunca de aquellas montañas de sandías y melones olorosos deextraordinario volumen; de aquellas tipadas de higos de toda especiedesde el uñigalde color violetahasta el cuello-de-dama de piel blanca y de corazón encarnadocomo sangre joven; de aquellas canastas de uvas finas [100] elegidas de losparrones reservadoscontrastando en colores y rivalizando en lo exuberantes yen lo transparentes. Se daba un paseo a pie para hacer apetitoy luego sedividían señoras y caballeros para ir a los baños de las grandes acequiascubiertas por impenetrables bóvedas de sarmientos entretejidos y arqueados porel peso de los racimos. Nosotroslos niñosquedábamos dueños del arsenalycuando volvían todos al almuerzo campestreya habían disminuido notablementelas provisiones. No podíamos resistir a la tentacióncuando estábamos libresdel deber moral de la continencia; partir una sandía era descubrir un tesoro deemocionesporque su corazón del color del fuegodespertaba ansias dedevorarlo de un sorboy así lo practicábamos sin tener en cuenta la cienciaintuitiva del ahorro.

A esa edad no se piensa sino en que las plantas dan el fruto y en que éstees hecho para gustarlo; la idea del trabajo y del sudor de la frentetodo esonos sabía a sermón y a cosa incomprensible. Nuestra ilustración no pasabatodavía de unas cuantas letras del abecedario y de una marcada aversión por laescuela. Esto no impedía que para reírse de nosotrosnos creyeran los viejoscapaces de pronunciar discursos en el banquete. Mi primer ensayo oratorio tuyoaquel escenarioy por señalar el corazón para expresar que lo tenía henchidode no sé [101] qué-el discurso era soplado- tuve vergüenzay mi mano sequedó a la altura del estómago: la acción oratoria resultó truncapero elefecto que el auditorio se prometíanada dejó por desear.

¡Qué quintas aquellasy cómo el trabajo unido de toda una generación eracoronado por la tierra fecunda! ¡Cómo reinaban el bullicio y la vida enaquella aldea habitada por una aristocracia de limpio pergaminopor familiasque habían ilustrado su nombre en la historia localy habían fundado su hogarcomún con la noble y asidua labor agrícola! Todos los años rebosaban losgranerosextendíanse los cultivoslas bodegas multiplicaban sus vasijasaumentábanse en la casa los depósitosensanchábanse los cercos para lahacienday en la época de las cosechas resonaba sin interrupción el rumor deltrabajocomo un himno de la tierra agradecida al cuidado del hombre. ¡Concuánta animación la gente labradora asistía a sus tareas diariasal son demúsicas y de cantos de alegría! Allí el tronco venerable de todas lasfamilias propietariasel anciano coronel D. Nicolás Dávilaveía crecer suprole numerosacomo el olivo secularalimentando con su presencia el amor y laayuda recíprocosque aplicados al cultivo de la tierrahacíanla rebosar enfrutos.

La tierra tiene un alma sensibley es dócil a las caricias de sus hijos yal riego regenerador de sus [102] torrentes; ella se viste de gala y despideperfumes cuando los hombres se aman y santifican con su amor el hogar; ella serejuvenece cuando siente el calor de las dulces afecciones domésticasy el deese otro grande y sublime sentimiento que nace de sus entrañas para encender elfuego creador de las naciones; ella guarda en sus recónditos abismos la patriadel hombreque comienza en el árbol solitariosigue en la cabaña rústicadonde arde ya la llama simbólica del hogary se difunde en las agrupaciones.Entonces los valles se alfombran de verduralos llanos crían las selvasgiganteslas montañas albergan el metal precioso y útily por encima de todaella discurren una armoníauna frescuraun aromaque van derramando en loscorazones anhelos de grandezas desconocidasfervores purísimos de las virtudesfundamentalesansias irresistibles de un puro idealerigiendo templos que nopudiendo llegar hasta Dioslo hacen bajar hasta ellos en la forma plásticarodeado de todos los esplendores con que lo forjan los sueños y las fantasías.

Pero ¡cómo palidece y se descolora la tierra cuando sus habitantesolvidando las leyes comunes del origendejan penetrar en el santuario de lasfamilias las pasiones egoístaslas ambiciones sórdidasla llama rojiza delas rivalidades y de los odios! Un soplo caliente del desierto cruza por losbosques[103] cubriendo de amarillo ropaje los árboles; las hojas que formarondosel al arroyodespréndense una a una sobre la corriente tardíaporque vanagotándose los manantiales que le dieron su caudal; los frutos jugosos de otrotiempo nacen y mueren en el talloporque les faltan el riego y la sombra; lasaves que fueron música de los huertos y sembradíosemigran de la comarcainhospitalariaporque no tienen ramas para sus nidos ni brotes para sualimento; en los ranchos del labrador no se encienden los fuegosni crecen enlos techos pajizos la verdolaga y las margaritas silvestres del color del oroni resuenan los tambores ni las guitarras en las horas del descanso: una ráfagade hielo parece deslizarse por todo lo creadoy ha enmudecido y muerto.

Es la discordia que ha invadido con sus alas espinosas los hogaresynublando los ojosenfriando las almasdesgarrando los corazonesha sembradoal pasar la desolación y la miseria...[105]



 

- XI - El coronel Don Dávila

Todo esto lo sabe el veterano que vigila aúndesde su humilde huertolapaz de sus hijoshace esfuerzos para vivir y tramontar la valla del siglo quese acercacon aquella fortaleza de ánimo que fue la virtud de su generacióncon aquella experiencia de la vida que adquirió en luchas incesantes y ensufrimientos infinitos. Era el patriarca que gobernaba la grey con el derechoinnegable de la sangrey con el poder temido de un carácter que no doblaronjamás los reyesni los déspotas de cuchilloya se llamaran Fernando VIIyaFacundo Quiroga.

Duroinflexible y áspero como las montañas que le vieron nacerteníatambién su espíritu las ternuras[106] las suavidades y las dulcesconmociones de una naturaleza delicada y poética. Fue el nervio del municipioriojano cuando el cabildo regía la ciudad y sus lejanos términosacaudillandoel sentimiento de libertad cuando nació al influjo de la revolución; fueguerrero cuando se le mandó traspasar los Andes; fue estadista cuando hubo deregirse el pueblo por sí mismo; y fue mártir cuando la barbarie criollalevantó lanzas y sablespara devastar y ahogar en embrión la obra de laIndependencia. Muchas veces su cuello estuvo bajo la cuchilla del bárbarosuspies encadenados y su hogar invadido por el fuego y el pillaje; y cuando al finla causa civilizadora alzó en señal de triunfo su bandera acribillada en loscombatesvolvió a la aldeacubierto de gloriosas cicatricesa empuñar laazadaa derramar la semilla en el surco y a decorar el templo del hogardondedespués de tan amargas odiseaspudo agrupar en torno de la misma llama susvástagos dispersos por el infortunio.

Yo he alcanzado a conocerle cuando iba a cumplir un siglo de existencia;todos los biznietos le mirábamos con ese temor que inspira una imagen veneraday solitaria dentro del templo silencioso; allíen su casa-quinta de largoscorredores que dominaban un patio como plazale veo todavía sentado por lastardes en su sillón de suelamedio encorvado apenasempuñando un gruesobastón de membrillo [107] y cubierta su cabeza con un gorrito de terciopelocelestecon un sencillo bordado de oro.

Su huerta era nuestra codicia; tenía las uvas y las naranjas más sabrosasno sé si por la calidad o por la prohibición que pesaba sobre nosotros detocarlas. Nuestras viñas y nuestras huertas las tenían también: pero unplacer delicioso sentíamos al penetrar a hurtadillas en la de nuestrobisabuelopracticando portillos en los cercos de ramaso saltando las tapiasvetustas que la separaban de las nuestras. Había allí una atracciónmisteriosay algo como esos jardines guardados por gigantescon los ojosabiertos cuando duermen y cerrados cuando velande que nos hablan los cuentosde viejas. Solíamos arrastrarnos por las malezasbajo los parrones y losnaranjospara espiar si el anciano podría descubrirnossi el gigante fabulosocreado por nuestra fantasía estaba despierto o dormido.

Era yo entonces un mocito de siete añosy andaba ardiendo en amoroso fuegopor una de mis primasquiensegún mis recuerdosme daba a creer que mecorrespondía; no nos separábamos nunca en las horas del recreo y vagabundajepor los huertosy sentía como ráfagas de gloria cuando le entregaba nidos yramos de floreso cuando trepándome sobre un manzanoun naranjo o una parraencaramada sobre un durazno corpulentopodía tirarle desde arribao traerlecon mis propias manosla fruta o el racimo codiciados[108]

Nuestras familias fueron una tarde a casa del ancianoy mientras hacían suvisitami prima y yo nos escapamos a la huerta a nuestras habitualescorrerías. Hallábame colgado de una gruesa viga del parrónforcejeando porarrancar un apretado racimo con el cual se había encaprichado mi primitaqueenfrente de mí observaba la operación con ojos de deseocuando sentimos caera nuestros pies el bastón de membrillo del abuelitoquien con todo silencionos venía atisbando y poniéndonos al alcance del garrotazo. Oímos un gritocascado y roncoque nos pareció el rugido de una fieray corrimosdespavoridoscayendo y levantandohasta las faldas de nuestras mamásqueapenas pudieron contener la risa al saber la causa de nuestro espanto.

El anciano tenía la grave ocupación de cuidar sus árbolesy en la épocade la podaveíasele con la tijeracortando los sarmientos y los gajosarrastrados por el suelo; sus leyes eran crueles y las penas terribles para losvioladores; y para darles el debido cumplimientoestaba allí el garrote de lajusticiay aun podía cimbrarlo por nuestras piernassin queno obstantellegara a escarmentarnos jamás.

Recordaba él sin duda que un tiempo empuñó la vara de alcaldealla porlos años de la Revoluciónmanteniendo tiesos y en compostura al pueblo ycabildantesy al mismo orgulloso Teniente de Gobernadorquien revestía elmando militar en toda la [109] Provincia; pero es fuerza confesar que con labandada de sus biznietos no las tenía todas consigoporque se le escabullíanpor debajo de la sillale daban vueltas al pilar o al tronco del naranjoocorrían tan veloces que sus piernas no podían másy forzábanle a quedarserefunfuñando y enarbolando el bastón entre juramentos y amenazas estériles. Asus hijosque eran nuestros abueloslos trataba como niños y los reprendíacon durezacuando en su vida pública vislumbraba algún asomo de debilidad ovacilación. Vivía con la mente siempre en el pasadocomo si esa época deheroísmo se hubiese estereotipado en cerebro; y con sus hombrescaracteres ysucesoseran todas sus comparaciones de los acontecimientos contemporáneos.[111]



 

- XII - ¡Viva la patria!

Quiero referir un sencillo episodio de la vida de este patriota ignoradoqueduerme hoy el último sueño en el pobrísimo cementerio de su aldeaen mediode sus hijos y de algunos de sus nietos. El año 1810en el mes de junioatravesaba con su familia las montañaspor el camino que he descrito; la nochele sorprendió lóbregaazotada por un viento fríoen una de las profundasgargantas que bordan la impracticable senda de entonces. Había en el aire comoanuncio de algo siniestroporque el viento silbaba con aullidos funerarios. Lasseñoras dormían alrededor de una grande hoguera; [112] solo él velabapresade inquietudes y de zozobras inexplicablespero que hacía tiempo lepreocupaban intensamente.

Aplica el oído a ambas direcciones del camino: nada más que choques deramasbramidos del viento imitando vocesgraznidosy llantos en la tinieblaprofunda. Monta sobre una roca del senderoy cree escuchar el rumor de unjinete que se acercaba haciendo chillar las rodajas de las espuelas como siviniera con mucha prisa. Su ansiedad ha encontrado una prueba; síalgo graveocurrealgo muy grande o siniestroy ese hombre no puede ser sino una víctimaescapada o un mensajero de órdenes o noticias que lo explican todo. Cuandollega a su ladosiente un impulso nerviosoirresistibley sin pensar que seasemejaba a un bandido de caminosle grita desde la obscuridad con vozimperiosa:

-¡Alto! ¿Quién es usted? ¿Para dónde va?

-Señorsoy chasque y llevo órdenes de estar esta misma noche en Nonogasta.

-¿Por qué tanta prisa? ¿Qué sucede?

-Son mis órdenes; debe haber sucedido alguna cosa muy grande para abajoporque el Comandante General me mandó ensillar inmediatamente y llevar unoficio para D. Nicolás Dávila.

-¡Para D. Nicolás Dávila! ¡Soy yodeme pronto ese oficio!

Toma el sobrey casi sin atinar a abrirlocorre [113] al fogón y lee en uninstante aquel misterioso pliego.

Su rostro se iluminó con un resplandor de alegría tan extraordinariosusojos se dilataron de tal modosu pecho respiró con tanta fuerzasus manos sealzaron al cielo en actitud tan ferviente e inquietaque habríasele tomadocomo poseído de un acceso de locura religiosaen la cual hubiese visto cercanala transfiguración. Corre a donde su esposa y sus hermanas descansabanlassacudelas gritalas levanta de los brazosllama a los criadosa los peonesbalbuce palabras incomprensibles y se mueve sin tino de un lado a otrogolpeando con la mano derecha el pliego extrañocomo si allí tuviera unarevelación tremendagrandiosaesperada mucho tiempo con ansia. Al fin seserenanormaliza la respiraciónsosiega los pies inquietos y tranquiliza a lafamiliaabismada ante esas manifestaciones de una alegría rayana a laexageración.

¡No saben ustedes lo que es esto! ¡Alégrense como yo! ¡La patria ya eslibre! ¡Ha estallado la revolución! ¡Viva la patria! ¡Viva la patria!

Y volviendo de nuevo a su paroxismocorría gritando cual si quisiesedespertar a los muertoscomo buscando un pueblo que repitiera sus aclamacionescomo pretendiendo conmover las rocas inmóviles. El viento tronaba con furiarugía como un tigre al chocar con los árboles seculares: y el primer grito[114] de «¡viva la patria!» que oyeron los Andesse alejó por aquellastinieblasen medio del fragor pavoroso del vendavalvibrando con proféticaconmoción por encima de las cumbres eternas.

Era lo que esperaba en sus alucinaciones: era lo que envolvía en sombras suespíritu desde mucho tiempo; era lo que le agitaba sin tregua y lo queprovidencialmente guiaba sus pasos hacia la ciudad. Cayó rendido sobre la camay durante el sueño se le oían palabras incoherentesgritos de entusiasmorisas de una alegría neuróticamovimientos bruscos como si hablara en unatribunacomo si marchase a la cabeza de una multitud pidiendo libertadescomosi asistiese a una batalla al frente de una legión de héroes. El estruendo dela tempestad que parecía desencajar las moles de granitoamenazandoarrebatarlas en sus torbellinos incendiados por el relámpagoresonaba en sucerebro como el de las multitudes amotinadas para derribar el trono dominador dela América; y así pasó aquella nochehasta que el siguiente sol aplacó consus primeras claridades el furor de los vientos desencadenados.

Corrió a la ciudad a poner la vida al servicio de la causa nacionaly desdeentonces su cuerpo no reposó un momentohasta ver a la patria reconocida porlas naciones civilizadas y libre de la barbarie de los caudillos; hasta quedoblegado por los añosfue [115] a encerrar los últimos en la finca denaranjos y de viñedoscultivados con sus propias manos; hasta que la máshumilde de las tumbas se abrió en el terruño nativo para sus reliquiasbeneméritas.

¡Oh tiempos y hombres aquellos! ¡Que tristesqué terriblesqué amargasmeditaciones sugiere la vista de esos panteones miserablesrepletos de cenizasvenerandasexpuestos a la voracidad de las aves carnicerasy la contemplaciónde los palacios que la vanidad y la fortuna erigen cada día para los felicesdespojos de los favoritos!

Sombras densas envuelven todavía las leyes que rigen el desarrollo humano.El vínculo de una edad con otra edad se pierde en el espacio como hilofinísimoimperceptible al más profundo observadory las generacionesparecenasídesligadas de las que las engendraronborrados los sentimientosinstintivos del origen y del amornacidos de una fuente común. Un cementerioes una muralla que divide a los padres de los hijosenterrando con los huesosla historia bajo el mismo sudario. El estrépito de las pasiones contemporáneasensordece la voz de los recuerdos con que surge del fondo de los sepulcros conla dulce melodía de un arpa escondida entre el follaje; y mientras la locamultitud se aleja al son de cantares de orgía o de himnos de triunfodeshojando las coronas de hiedrase ve en otro lugar del cuadrode fondosombrío y teñido del rojo de los [116] crepúsculosuna bella imagen de mujeragonizantepero sonriendo con esa sublime poesía de la muertecuando el almaque se va no ha manchado las alas en el lodo. Síla turba ebria de placeres ode victorias báquicas ensordece la selva al pasar; pero sobre la tumba que seabre bajo sus danzas grotescascae una piedra fúnebre. La imagen de la patriase encierra en ella; hay en su estertor postrero un resplandor de esperanzacomo la tenue vislumbre del astro que se pierde tras de la cima.

El hijo de la aldea inocentearrastrado por las corrientes mundanasvuelveun díadespués de recios golpes y desengaños sangrientosa buscar en elhogar el amor que le fortalece; el árbol carcomido dobla la última ramaviviente hacia la tierradonde absorbe de nuevo la savia primitiva para renacercon formas espléndidas: el ave emigrada a climas remotosdonde ha perdido elbrillo de su plumaje y el timbre de su vozretorna a la selva nativa a beber enel manantial y a reconstruir el nido donde sus padres murieron de soledad; asílos pueblos olvidados de su origende su tradiciónde su historia y de susdestinoslanzados al vértigo de las vanidades y de las falsas gloriassientenun día la voz secreta que les habla del pasadocomo Jehová del fondo de lanubey entoncescomo el peregrino al hogarcomo las ramas a la tierracomoel ave a su bosquedescienden a los sepulcros de sus glorias a impregnarse[117] de virtudes invulnerablesde abnegación y de heroísmo; reanúdase lahistoria interrumpida por la locuraresucita ceñida de flores inmortales lavisión de la patriaal rumor de himnos juveniles que bendicen el hogar comúnconsagrado por la santa religión del amor... [119]



 

- XIII - La trilla. -Los novios

Pero volvamos a los recuerdos de color sonrosadoque tienen el encanto delalba y las gracias de la niñez; dejemos a los muertos dormir tranquilos en susfosasguardando esa obscura filosofía con la cual no quiero nublar estaspáginas. Todavía resuenan a lo lejos voces de júbilo y estrépito de fiestala cosecha no ha terminadoy pintorescas escenas se suceden allí donde lasparvas de trigoa distancia semejantes a pirámides de oroesperan la trilla.Los hombres de a caballo conducen por los largos callejones de la hacienda latropa de mulas briosas e indómitasimpelidas por los golpes de la azoterasobre el duro guardamonteabierto en dos [120] alas sobre la cabecera de lamontura; llegan al cerco de palos atravesados que rodea la parvase agolpanpara entrar todas a un tiempo por la pequeña puertaasustadas de los gritos delos peonesque agitando sus ponchos y corriendo a todos lados les impiden lafuga.

La pista está alfombrada de espigasporque de lo alto de la parva las echancon la ayuda de rústicos tridentes formados de la rama de un árbol. El picadorazuza a la tropa con golpes de guardamonte y gritos estentóreosobligándola adar vueltas en torno de la parvaarrojando bufidos como si huyeran de un tigreque las persiguiese de cerca.

El vértigo de la furiosa ronda despierta en el arreador un entusiasmofrenéticoalimentado por la algazara que levantan de afuera los curiososapiñados alrededor de la palizaday para quienes es deleite la vista delespectáculo. En breve ya no se ve sino una nube de polvo amarilloenvolviendoel cuadroy adentro resuenan en concierto satánico los resoplidos de las mulasaterrorizadaslos desacordes y aullidos de la multitudy por encima de todovibra sin interrupción el harrharrharr...! con que el arreadordesespera en la fuga a la tropa endemoniada.

De pronto cesa el tumulto: el silencio lo sucede y el polvo se disipalentamentedejando ver los animales amontonadosdespidiendo sudor a chorros y[120] respirando con movimientos bruscos; el jinete fatigado ha hecho cama sobrelas pajas y reposa de espaldascon los brazos abiertosal lado de la bestia.Acuden después las mujeres con grandes tipas tejidas de cañaa recoger eltrigo desprendido de su envolturapara acumularlo en otro sitio barrido conprimordonde luego han de cernerlo con ayuda del viento.

Cada una de estas escenas se convierte en fiesta por la reunión de parientesy amigos viejospor la necesidad de pasar el día fuera de los hogares y porese contento íntimo del hombre cuyas fatigas son recompensadas por frutosabundantes. Siempre han de acudir las morenas de ojos retintossombreados porpestañas tupidas y arqueadascomo para dar paso libre a las miradas de fuego;y así ¿cómo no ha de llenarse la faena de gauchos lucidosque más tardan enoír la señal del descansoque en estrechar la blanda cintura de las morochassiempre alcance de sus brazos como si los estuvieran esperando?

El baile se arma en cualquier partea la luz del sol y sobre el suelotapizado de yuyoscomo a los exiguos resplandores de un farol y sobre el chusecriollo. Ellos nada tienen que ocultarsey prefieren la tertulia de sobretardedonde por más que se arrimen unos a otrosnunca han de hallar esplendoresfalsos ni mentidos colores. [122]

Aquellas cejas negras de las muchachas provincianas tienen las raíceshondasy son regadas por una savia virginal que da brillo y aureola a loscabellosa la simpa exuberante que envuelve su cuerpo cuando la dejanchacotear en libertad sobre la espalda. Los rayos del sol alumbran hasta elfondo de aquellas pupilasde las cuales surgen las miradas tímidasasomándose cautelosas por entre los hilos del cerco de ébanocomo teniendomiedo de ser sorprendidas por el amante en acecho; el joven inclinado parahablar cerca del oídolas obliga a levantarseruborizando la mejilla tostaday escudriñando la fuente recóndita de los sentimientos en breves palabrasconfesados.

Un clavel rojizo se marchita y ennegreceprendido en medio del pechoallídonde se cruzan las puntas del pañuelo de sedadejando ver apenas las orillasdel encaje tejido por ella misma bajo la sombra de su rancho; el enamoradocampesino clava en él los ojos tristes y humedecidoscomo fascinados por unpunto de fuego que marcase el resorte de un tesoro oculto; el compás de ladanza se ha perdidolos pies se mueven sin impulsolos brazos se estrechan sinsaber por quéla morenita deja caer la cabeza sobre el hombro de sucompañerosin advertirloy mientras sigue el perezoso bailehay una sonrisaen su boca rosada y el velo de una lágrima se extiende sobre sus pupilasentreabiertas. Nada [123] se dicen con palabras; las miradas dormidas sonsúplicas que se entiendenpromesas que se correspondenreflejos mortecinosdel mundo ideal en que se creen transportados. Muchas veces no han advertido elsilencio de la músicay siguen la prolongación del último compásmientrasel concurso los contempla con esa burla piadosa que inspiran los enamoradoscuando han perdido la noción de lo externo.

Son los novios de la aldeay esperan la venida del párroco para cumplir losvotos jurados en primaveracuando florecían los duraznales y las cepasdestilaban su llanto cristalino: y entretanto se devoran sus almas y se ahondansus ojos. Él es el payador de la comarcael de las décimas llorosas y deromances melancólicos; sabe la historia de las aves y de las floresy su voztrémula canta los idilios de los bosqueslos amores primitivoslas poesíasde las puestas del sol y de las noches de lunacuando el genio del Famatinaasoma entre llamaradas sobre los campos de hielo de la alturaoprimiendo elcorazón de cuantos oyen el profundo gemido que trae el viento a los valles; ysólo muy rara vezy a escondidas de la genteentona la canción de su amorcuando sentado en el patiecito del ranchoal lado de su noviaella se la pidecon tono de ruego. Entonces¡cómo vibra su voz juvenil y cómo brillan susojos insomneslevantados al cielo [124] para recordar la poesíay parapresentar el rostro árabe a la luz plena de la luna dormida en el firmamento!

Cuando el último verso y la última pulsación de la bordona han quedadorepercutiendo en la noche mudaya no pueden esperar más tiempoy haciendo unheroico esfuerzoél se desprende de su bancosalta sobre el caballo que lellama con resoplidosy se aleja al galope... La guitarra ha caído sobre lasfaldas de la noviacomo para decir lo que calló su dueño en la extrañadespediday después de una larga meditación que atrae muchas veces a sugarganta empujes de sollozosla pobre enamorada se va tambiénacariciando conla punta de los dedos las cuerdascomo llamando la canción que se ausentósobre la brisa errante.

El gaucho argentino es siempre el mismobajo todas las latitudes de nuestroinmenso territorio; la tristeza es el fondo de su serporque se la infunden lasoledad de la llanura y sus lúgubres crepúsculosy se la vierten la sombríamajestad de las montañas y los recónditos bramidos del viento aprisionado enlas quebradas profundas. Ama siempre con vehemenciaponiendo en el amor lavidaya a la campesina de tez morena en cuyos ojos arde el fuego del climayaa la tierra de su nacimientoregada en los combates y en los infortunios con lasangre de sus padres. Él sabe la historiaporque allí está[125] clavada altronco del algarrobo del caminola cruz negruzca en cuyos brazos se lee lafecha de la viudez de su anciana madre: allía la salida de la aldease veaún manchada la piedra que sirvió de banquillo a los defensores de la patriay allímuy cercael campo santo donde se enterró a montones los cadáveresde sus amigosde sus compañeros.

Es siempre el mismo gaucho nacionalsusceptible de lo bello y de lo grandehay en sus amores purezas infantiles dignas del idiliorespetos del caballeromedioevalque desnuda la espada y provoca a duelo al osado insultador de ladueña y de la honra. Los desdenes del amor le acibaran la vida y enervan elvigor nativoconvirtiéndolo en dócil instrumento de sus sensacionesdolorosas; pero el rival le trueca en héroedespertando los instintos noblesy no es ya el dulce cantar la voz de sus sueñossino el rugido ahogado en elpecho el que [...] la sublevación de las pasiones que hacen chispear laspupilas y armar el brazo. Su alma es como el árbol en cuyo tronco vive elenjambre elaborando su miel y susurrando como cuerdas de arpas invisibles; peroel leñador ha dado el golpe formidabley entonces la multitud de esos obrerosque trabajan cantandosurge furiosa y armada de terribles púas contra el queviene a amenazar la paz del taller y la vivienda. [127]



 

- XIV - El vaticinio de un cigarro

Veinte años hace que el pueblo señorial de Nonogasta presentaba el alegreaspecto de la abundancia y de la unión fraternal de los hogaresque no eransino ramas de uno solo. Vivían entonces todos sus aristocráticos propietarioshombres de notoriedad política y altas virtudes cívicas; las mujeresparticipaban de esa educación desenvuelta entre las luchaslas agitacioneslos sobresaltos de la guerra civilde la montonera nómade que caía en buscade botín y de las cabezas de los hombres cultosaguijoneada por los interesesanarquistas en derrota. Extinguida la lucha entre las antiguas familias deOcampo y Dávilapor un matrimonio célebre [128] concertado por mi bisabueloestos últimos quedaron tranquilos en sus linderosyendo los otros a ocupar lossuyos entre las sierras de Famatina.

Tres hombres distinguidos de aquel tronco casi secular; eran los hermanosDáviladon MaximilianoD. Guillermo y D. Cesáreo. El último dejó deexistir después de haber desempeñado un papel principal en la políticainternaen épocas de convulsiones y desórdenes. Los dos primeros quedarontodavía mucho tiempososteniendo la autoridad paternal que hacía la dicha detodas las familias. La más estrecha intimidad los uníase visitaban todas lasnochesy siempre apartados de la gran rueda formada de hijosnietos ybiznietosconversaban sin interrupción hasta las docehora en que la tertuliase disolvíadespués del clásico té de las familias provincianas.

Una de esas noches departían tranquilamente en sus sillonespreparados enel patio sobre un chuse cuadradoal claro de una luna llena que iluminaba losmás lejanos accidentes de la planicie. Don Guillermo tenía un espíritu vivazy penetrante y una gran ilustración en cienciaspolítica y literatura: ydurante los años que fue senador de la Repúblicahabía tratado a los hombresmás eminentes. Su conversación eraasíinteresantísimaatrayente y muchasveces poética. Mi abuelo D. Maximiliano no ocupó altas posicionesperoalimentaba sin cesar [129] su inteligenciacon las serias y escogidas lecturasde su rica bibliotecala primera que despertó en mí la curiosidad de lasletras.

Estaban de buen humory llamaron a su lado la reunión con gran sorpresa deseñoras y caballeroshabituados ya a ver esos dos filósofosindiferentes enapariencia a las alegrías y juegos de la familia. Don Guillermo saca delbolsillo dos grandes cigarrosy ofreciendo uno a su hermanole dice como unaocurrencia súbita:

-«Maximilianoya sabes que soy supersticioso y vamos a poner a prueba a lafatalidad: aquel de nosotros que concluya antes su cigarrofumándolo con lalentitud acostumbradamorirá primero.»

Poco se festejóy en indecisas frasesla salida inesperada; y olvidadospronto del incidentesiguió la charla hasta más allá de la hora habitualhasta retirarse todossin fijar siquiera la atención en que mi abuelo arrojóantes que su hermano el resto del cigarro puro. Al separarse los doséste ledijo riendo:

-«BuenoGuillermopuedes ir preparándote para mi entierro. Me ha tocadola bolilla negra.»

Allí todos esos viejos despreocupados del mundo y del trabajo personalselevantaban a los primeros anuncios del solcuando dora los cogollos delos álamos del huerto de enfrente. El corredor donde él [130] dormía eraabierto al nacientey aquella mañana viéronse en el caso de colgar cortinasal lado de su camaporque el sol ya lanzaba sobre ella punzantes rayos.Llegaron las nueve entre las zozobraslas conjeturas siniestras y las dudasentre si debían o no despertarle de tan profundo e inusitado sueño. Laviejecita su esposa no pudo resistir másy fue despavorida a sacudirle. Estabaduro y frío como un témpanoy ni una arruga había en la sábanaa no ser ladepresión formada por el peso del cuerpo.

Bien pronto se cumplió el funesto vaticinio pronunciado en un momento debuen humor; pero no tardó mucho tiempo su hermano en seguir sus huellasy enapagarse ya la llama de aquel santuario conservado por la presencia de losancianos y por el religioso respeto que inspiraban a sus hijosreflejándosesobre el hogar y sus relaciones domésticas.

Cuando después de veinte años de ausencia he vuelto a visitar aquellossitiosconsagrados por la poesía y los ensueños de mi infancialo confiesohe llorado a solas sin poderlo resistir. Estaban los sauceslos álamos y losnaranjos tan descoloridos; había tanta desnudez en los parrones predilectos ytanto mutismo en aquellas inmensas viviendasllenas en otro tiempo debendiciones y de inocente bullicioque tuve necesidad de imponer silencio a micerebroy de ahogar el corazón bajo la presión de mis manos. [131]



 

- XV - En el Famatina

Por finy después de tantas correrías y ostracismos dolorososmi padreconsiguió levantar las paredes de nuestra casaen la que debíamos pasar elresto de la vida. Está en el antiguo pueblo minero de Chilecitoasentado alpie del Famatina novelescocon sus viñasalfalfaresnaranjos y saucesllorones. El hogar nuevo y definitivo hallábase rodeado de huertas deabundantes frutasdonde crecían dos olivos centenarios; los rosales quecubrían por largos espacios las rústicas tapiasy la acacia de flor violeta.No bien nos instalamosmis hermanos y yo salimos a reconocer el teatro deproezas futuras. La viña que se dilataba al fondonos ofrecía brillantes[132] perspectivas; hallábase entonces cargada de frutos en sazóny losárbolesdiseminados en todo el circuitose tronchaban al peso de unaproducción exuberantecasi excesiva.

Comenzó mi madre a formar la hortaliza y el jardín; a levantar encatradospara los parrones y los rosales frondosos de la multiflorde esa rosita pálidapero traviesaque vive asomándose sobre las paredes para curiosear en lossitios vecinos; a construir las melgas y los canales de riego; a bordar loscercos grotescos de la heredad con álamos y rosas ordinariaspero con lavirtud de crecer deprisa y cubrir de apretado follaje los muros limítrofes.Nosotros éramos sus peonesarmados de palas y azadasy ella nos dirigíaseñalándonos la línea del surco y del bordoindicándonos con crucesmarcadas en el suelo las excavaciones para las plantas nuevasque ya teníansus raíces en humedad. En seguida ella mismaatacando la tierra con suspropias manosenterraba los gajos de álamode rosade naranjo y de losolivos desprendidos de sus abuelosy ella misma distribuía las semillas en laszanjas abiertas por nuestras herramientas.

Veíamos retozar el contento en aquel rostrosombreado por tantosinfortunios y tantos soles; sentíamos la influencia de su dicha íntima ytrabajábamos sin fatiga desde la mañana a la noche; la oíamos reír a menudode nuestras torpezascomo si la pobre no [133] advirtiera que nos improvisabahortelanosjardineros y labradores.

Allí andábamos todos con los pantalones arremangados hasta las rodillaslos pies descalzosy en mangas de camisapaleando como jornalerosempedernidossin confesar cansancioya porque la alegría de mi madre noscomunicara un febril entusiasmoya porque rivalizáramos en fortaleza y enmaestríayafinalmenteporque sabíamos que la recompensa era de todonuestro agrado. Mi padre iba a vernos trabajar cuando volvía de susocupacionessentábase debajo de un árbol a reír también y a decirnos bromasque nos estimulaban con más ardor a la tareapicando nuestro amor propio condudas acerca de nuestras fuerzasy apostando a que más podía la raíz de lamaleza que el filo de nuestras palas.

No obstantesalió vencido en sus apuestasporque en poco tiempo lahortalizala huerta y el jardín quedaron sin una planta estérilllenos devarillas de todo árbolde semillas y de obras de arte accesorias. No restabasino la atención del riegoy para esto nos turnaron por semana. Así seesperó el tiempo de los brotesdefendiendo todo el invierno nuestrassementeras y plantíos contra las heladas y las nieves.

Cuando llegaba la primaveranuestro júbilo rayaba en locura. Todos losdías y a cada momento corríamos [134] a ver cómo asomaban entre los terronesde la melga las primeras hojasy de los tallos rudimentarios los botoncitosverdes que encierran la futura rama del árbol corpulento. Premió la naturalezacon abundancia los azares de nuestra viday bendijo con frutos desbordantes elnuevo hogar planteado en la villa pintoresca que vela el Famatinacomo un signode la paz conquistada por los sacrificios de algunas generaciones.

Amplio panorama se divisa desde el patio: hacia el ponientemuy por arribade los olivos gigantescos que cierran el horizontese contemplan las cimasblancas del nevadounas veces coronadas de un penacho de rayos de solreflejados en sus cristales indisolublesotras pobladas de nubes movedizas einquietasformando figuras fantásticas en sus evoluciones múltiplescomobailarinas de vaporosas telas y relucientes joyas sobre el escenario de uninmenso teatro bañado de luz. Al frente la vista se detiene en los filoslejanos de la sierra de Velazcoque sólo se presenta como una masa uniforme decolor azulveteada de rosa y de oro por los reflejos del sol en ocaso; pero lavisual pasa encima de un extenso paisaje: colinas onduladas queal parecerapenas se levantan del nivel de los árboles; puntas de álamos erguidos enmedio de una selva uniforme de fondo verde obscuro; copas de naranjospugnandopor elevarse sobre los algarrobos seculares y coloreados [135] de suaveamarillo; multitudes de cardones esbeltos de las lomas vecinas que forman partedel conjuntoy por ahíasomándose por entre los claros del follajevértices de rocas salientes de las masas graníticas.

Mirada de lo alto de una de las colinas graciosas que la circundan alnacientela villita ofrece el cuadro más pintorescocon todos los detallesdescubiertos: los grupos de casascada una con su huerta florecienteseparadaspor anchos espacios ocupados por las viñas; las calles rectas y limitadas portapiaspor cercos de álamos o de pirca coronada de pencas espinosas como unafortaleza: los alrededoresque son cauces secos de ríos accidentales formadospor las crecientes bravías; y levantando más los ojos en todas direccionesvese a grandes distanciascomo pequeños oasis en medio de esos inmensospedregaleslos pueblecillos vecinos y los trapichesapenas como unaeflorescencia repentinao como caprichos de pintor sobre una tela inmensurableextendida en el valle y pendiente de las faldas del colosodonde muere elhorizonte y dura largas horas el crepúsculo.

Hay que observar este último fenómeno para tener idea de lo grande y losublime en la naturaleza. Las nubes no se alejan sino rara vez de las cumbresamontonándose y moviéndose incesantemente para ocultar los picos nevadosypara dar las grandes [136] sorpresas con sus figuras de inconcebible variedad.El sol va acercándose para transponerlasy ellas a su paso se aprietansecondensanse separanse bifurcanle abren calles inmensasle formancírculos como para encerrarlolo velan breves instantesle cubren los ojoscon vendasle prenden diademasle ponen penachos y plumas de oroledespliegan banderas multicoloresle levantan doselesle colocan pedestalesnegrosle cuelgan cortinas transparentesle queman incienso en altísimascolumnasle alzan y bajan telones fantasmagóricosle dibujan paisajesmaravillososle desarrollan mapas de países idealesle construyen palacios ytemploscastillos y puentes de torreones ciclópeos y de arcos inverisímiles;le extienden mareslagos y ríossurcados por buques de velas desplegadas yrodeados de montañas y grandes bosques; le hacen desfilar ejércitos degigantesrebaños de animales apocalípticosbandadas de aves desconocidas quele azotan el rostrofantasmas de blancas y flotantes túnicaslegiones dedemonios rojos y espeluznantes en contorsiones grotescasdespidiendo llamas ylluvias de polvoángeles del paraíso que cruzan el espacio con trompetasestandartesespadas y ramas de olivocarros de guerra de la Iliada tirados pormonstruosos corceles o dragones de fauces enormesy montados por hombresinmensos; procesiones solemnes de cíclopesque ya marchan lentosya searrodillan a intervalos; [137] le remedan la forma de los vértices del cerrolas grietas y los torrentesagrupándosesuperponiéndoserasgándose yestirándose sin cesar; le hacen correr a sus pies arroyos de plata y orofundidoslo engarzan como un brillante en marcos con relieves colosaleslovisten de mantos imperiales de púrpurale tienden lechos mullidos concolgaduras de encajes como espumahaciéndole sombra para que duerma yabriéndole ventanas y celosías para que entren colores de alborada; le danzanen tornolo besan y lo acarician como niñas traviesas vestidas de gasasdiáfanas: todo esto con la rapidez de los sueños y las transicionesinesperadas de una linterna mágicaque estuviera proyectando sus imágenessobre un lienzodando apenas tiempo para percibirlasy mientras el astromajestuosorey de los mundosva llegando y apagándose tras de la eminentecima de la montaña. Las nubes lo siguen hasta el límite del cielo y delgranitose apiñan todas a despedirloy él las baña de un resplandor rojizoque va obscureciéndose lentamentehasta que la noche ha velado el escenarioinfinito donde han de dormitar los planetaslas constelaciones y los ríos deastros que surcan el firmamento como arenas luminosas.

La distancia no permite percibir los rumoreslos estrépitoslas marchasguerreraslos himnos triunfaleslos acordes religiososlos cantos y lasmúsicas a cuyo compás se desenvuelve aquel fantástico [138] cuadro; sólollega a los valles un rumor sordo y profundosin soluciones ni modalidadescomo se oye a lo lejos el eco de campanas echadas a vueloo de truenosprolongados de una tempestad ahogada en los precipicios de una cordillera; perola imaginación reemplaza a la vistay puede forjarse las armonías y los tonoscorrespondientes a cada escenaa cada movimiento del grandioso espectáculoenel cual parece como si un mago escondido entre las nieves hiciera aparecer en ellienzo celeste del firmamento toda una mitología ignoradaepopeyas ideales yhumanidades habitadoras de otros mundos.

Cuando todo esto se ha perdido bajo la capa uniforme de la nochey las nubesdescansan de sus juegos olímpicosacurrucadas en una hendedura del macizo odetrás del horizonteuna vagatenue y casi imperceptible claridad comienza abañar el espacio desde el Orientedondeseparada del Famatina por un valle dediez leguasse extiende la sierra de Velazco. La vista se vuelve a esperar lasnuevas sorpresas anunciadas con esa luz difusa y suavepero que va avivándosey coloreándose de oro a medida que el foco se acerca a la cima.

De súbito revienta sobre un negro pico del monte un punto centelleante; seagrandase elevasalta desprenderse pronto de las tinieblasy es la lunallenagrandedorada a fuegoenvuelta en aureola de irisque ha venidoespiando cautelosavelada por [139] brumasla puesta del solhasta quearrojándolas de un golpe a sus piesha irradiado en toda la plenitud de subelleza. Esta súbita aparición de la luna en el Océano azul de los cielosrecuerda la virgen tímidaque entre el follaje del bosque se interna paso apasomirando con recelo a todos lados y temiendo hasta del rayo de luz que sefiltró por las hojasporque no la vea desnudala cabellera sueltalos piesde rosa hollando el césped y envuelta apenas en una rica túnica que vela lascurvas griegas; pero cuando ha llegado a la margen del torrentedonde tiene subaño de espumasy segura de hallarse sin testigosarroja al suelo la nítidaenvolturala selva se estremece ante la irradiación repentina de la virgen demármol coloreada por rosas primaverales.

Así el astro sereno de las noches se aparece sobre el valleque enmudece deamory luego canta con todas las voces de sus músicos silvestres el himnoadormecedor de su arrobamientomientras ella recorre el camino marcado por lasestrellas que amortiguan su luz para mirarla pasarsoñando y vertiendoinadvertida sobre la tierra el tesoro de sus bendiciones y de sus encantos.¡Cómo ha cambiado la escena en las cumbres del Famatina! ¡Con cuánta dulzuray placidez reverberan ahora sus láminas blancasy cuántas visiones deincomparable poesía se ven cruzar de cima en cima sobre el terso tapiz [140]fosforescenteenvueltas en lampos de luz y con fulgores de astros errantes!

Imaginad un inmenso pedestal de nieve cuya cúpula rasga el azul del cieloyen cuyas caras el escultor ha bordado relieves colosales que la luz anima ymueve. ¿Cuál es el Dios que va a erguirse sobre su cima centelleante?

El genio habitador de las grutasque reina en las vastas soledades de lasalturasha detenido el paso; y en éxtasis sublime contempla a la dormida reinade sus amoresque se acerca como impelida por un sueño divino a reposar delviaje sideral entre sus brazossobre la cúspide del pedestal de nieve. Ya sedieron el abrazo resplandeciente; la luna ha posado la dorada cabeza en laalmohada de blancos capullos; el genio solitario de América ha dado la señaldel canto a todo su reino alado y lucíferoy el arrullo solemne empieza alunísonomientras millares de seres de formas impalpables llevan en marchacadenciosa a la reina de los cielos dormida sobre un lecho de témpanos. [141]



 

- XVI - La escuela

Era tiempo de abrir las cartillasabandonadas tantas veces a mediodeletrear: la escuela nos llamaba a aprovechar la tranquilidad y la paz en sus[...] humildes. Nuestra madre nos hizo trajes nuevos y nos puso corbatas parapresentarnos al maestrohombre de semblante duro y tercopero de alma sensibley cariñosalo propio para hacerse respetar y querer de su enjambre incultopues no éramos otra cosa los flamantísimos escolares. En tantas tentativascontra el primer libroalgo había conseguido yo aprender: cada una de mismaestras dejó en mi inteligencia una letra del abecedarioy allísometido almétodo y a la disciplinapronto [142] pude leer de corrido y hacerme elpredilecto de mi preceptor. -Es claro -decían mis compañeros- si ha entradosabiendo la cartilla porque la estudió en otra partey no es hazañaaventajarnos. Si hubieran conocido mi historiano habrían sido tan injustos.Yo no les llevaba más ventaja que unas cuantas letras y muchos catones rotosagujereados siempre en el Cristopunto en que se armaba la camorra entre lamaestra y los discípulosbajo los corredores de la estancia del Huaco. Amedida que avanzaban mis conocimientosla escuela iba siéndome mássimpática; apostábamos entre mis hermanos y yo a quién se levantaba mástempranoy recuerdo haber ido algunas veces a dormir el último sueñosentadoen el umbral del aulamucho antes de amanecer esperando que se abriera lapuerta. Aguijoneábannos el interés de los premios finaleslas recomendacionesdel maestro a mi padrelos elogios tributados en la clase y la esperanza detener pronto en nuestras manos unos libros con láminas de coloren que leíanlos más adelantados; y sentíame rebosante de orgullo cuando por encima de sushombros podía leerlos yo tambiénaunque estaban en letras más pequeñas quelas del mío.

Pocos años más tarde cambiamos de maestroy estudiábamos ramos dememoria; la escuela se trasladó a un espacioso edificio situado en la plazuelade la iglesia. El nuevo profesor sabía mucho y halagaba [143] nuestroentusiasmo con fiestas frecuentesen las cuales pronunciábamos discursosescritos por algún amigo de la familiasin hacer de la trampa gran misterio.Mucho eraen efectoconseguir que recitáramos aquello delante de la genteyyo delante de mi padrea quien le tenía miedo porque luegoen casaseburlaba de mis actitudes oratorias. No sabía cómo mover los brazosni paraqué servía esto; los sentía pegadosmetía las manos en los bolsillos oentre los botones del chalecome tiraba las puntas de la chaquetacruzaba lospies y encogía una piernay todo esto mientras recitaba como una exhalaciónel trozo aprendidoalusivo casi siempre al término de nuestras fatigasanualesa la confraternidad entre condiscípulos y al respeto al maestro y alos padresquienes se sacrificaban para sacarnos de las «tinieblas de laignorancia:»- así solían decir mis discursos.

Era de verse la clase de lectura -nuestro desahogo- porque el profesor nosseñalaba largas páginas de La conciencia de un niñopara tener tiempode almorzar cómodamente en las piezas interiores donde vivía. Quedábamossolosentregados a nosotros mismossin rey ni Roquesin miramientos y sinrespetos para nadieni siquiera para los bancos del gobiernoque pagaban lafiesta. Tan pronto conveníamos en leer todos a un tiempo la misma cosacomo aquién gritaba más fuerte. La lectura comenzaba [144] en tono moderadoperoiba aumentando en intensidad y rapidez hasta que hacíamos un solo borrónsinque el diablo pudiera entendernos; allá saltaba uno sobre una banca paradominar desde arribapor lo menosa los otrosya que no pudiera con la voz;aquí se encaramaba otro sobre la mesa del maestroy revistiendo su autoridad motupropiae imitando su gestogritaba como un clarinete destemplado:

-¡Sileeeencioooo!...

El entusiasmoel vértigomejor dichosubían de punto; y ya volabancuadernoslibrospuñados de papellápicestinteros llenos y vacíossobreel usurpador osado que se permitía representarsiquiera fuese en caricaturala menor idea de orden en aquella asamblea de demonios sueltos. Otros setrababan en pugilato sobre los asientosy rodaban trenzados como Aniel y laserpientepor el suelo polvoroso y aventadizo de la clasepisoteado todos losdías por más de cien muchachos; otros mal inclinados abrían el oyitoen el piso y se ocupaban de jugar a la quema con bolitas de cristalpintorreadas por dentroo de piedraque eran las más estimadas porque conestas se rompía las otras: y de repente salía bramando un trompoque luego sudiestro lo hacía bailar en la palma de la manoo lo tiraba sobre la cátedramuda e impávida ante tamaños ultrajespara que escribiera sobre lospapeles [145] del maestro. La baraúnda era diabólicade golpesrisotadascarreras y gritos de orden y de respetoque eran los más sensatos que seoían. De pronto llegaba un muchacho despavorido y con los ojos porreventárseley gritaba en la puerta: -¡El maestro!- y entonces era un encantoel vernos a todos quietecitos en nuestras bancas leyendo en voz bajapero sinadvertir que los despojos dispersoslas roturasla tinta derramada y las carasencendidas y empapadas en sudorestaban delatando el infernal barullo.

Inútiles eran las inquisiciones y las pruebas para descubrir a lospromotores del escándalo; las conspiraciones comienzan desde allí a tener esecarácter sombríoque les vale el éxito contra los gobiernos buenos o malos;las autoridades subordinadas se conjuraban tambiénpor lo menos para callar oabstenerse; de lo contrarionada bueno las esperaba a la salida: toda la arenade la plaza era insuficiente para llover sobre ellos como arma de venganza.Ademáscomo todos negaban su participaciónhabía que condenar a todos; yaquí el problema grave que después en la políticahe visto reproducirse:cuando todo el pueblo se uniforma para producir un hecho contra la autoridadaislada¿quién tiene la razón? Nosotros la teníamos siempreeso sídespués de una amonestaciónmás bien cariñosa que duraporquea decirverdadexcepción hecha [146] de esos momentos de holganzasiempre nosportábamos bienhaciendo lucir al profesor en los exámenespara los cualesinvitaba a todo lo mejor de la villa.

Cuando llegaron a mis manos la historia argentinala geografía y lagramáticame contaba dichosodesbordante de alegría y de amor propiohalagado. Doña Juana MansoAsa Smith y Herrans y Quirozno sabían que yo melos devoraba todas las tardes sobre la tapia de la villarecorriéndola depunta a cabo; y era raro el caso de que hubiera ido y vuelto las tres cuadrassin tener bien sabido de memoria el párrafo más estirado. Ese era mi gabinetede estudioy la hora la del crepúsculo. En todo lo largo de la pared de tierraapisonadaseguía por entre una avenida de rosales que derramaban sus flores enmi caminoestimulando mi imaginación y mi inteligencia con ese aroma suave delas rosas comunes que servían de ropaje a la tapia.

Siento no poder contar iguales proezas de la aritmética: toda mi vida fueella el nudo de donde no paséy la causa de las sombras que cayeron muchasveces sobre mi reputación de estudiante. Así hay organizaciones refractariasal númeroy la mía es de esasno lo puedo negaren cambio mi espírituvuela cuando sale de esas marañas de fórmulas y de signoshechos para queunos sumen y multipliqueny otros resten y dividan. Así es la ley [147] humanadel trabajode la acumulación y de la herencia. Tal vez fue providencial miaversión a las cuatro reglas originarias de las ciencias exactasporque nuncatuve en qué aplicarlas; y cuando he podido mostrar mis conocimientosmatemáticosno hallé elementos ni para la operación más simple. ¡Benditosea Dios que no me puso esa afición a sumar y multiplicarporque me he libradoen este mundo de impulsiones irresistibles que tantas felicidades procuran a losmortales!

Pero debo decir quién era el maestro. Algunos han de leer estos recuerdosyquiero que esos sepan que debo a ese hombre una gratitud inmensa. Me enseñómuchome hizo comprender cuál era el destino del hombre que estudiay esobastaaunque de su escuela hubiese salido sin saber siquiera cuánto hacen 3más 2. Tenía -tieneporque aún vive- unos ojos pequeñosmovedizos ychispeantesfrente abultadalabios gruesos y barba escasaalta estaturadelgado de cuerpotemperamento nerviososigno casi siempre de vivezaintelectualhablaba rápidomedio confusocon voz aguda y estriada como la deuna flauta rota. Ejercía dominio sobre nosotrosporque nos gritaba fuerte y nose equivocaba en las explicaciones; amaba nuestra tierra hospitalariay cada 25de mayo y 9 de julio nos hacía fiestas que nunca he de olvidar.

Tenía este hombre la facultad extraordinaria de [148] entusiasmarnos portodoy las fiestas patrias celebrábanse con ardoraun en medio del másriguroso invierno. Con algún tiempo de anticipación nos ordenaba mandar cosernuestros trajes de chaqueta celeste y pantalón blancopara asistir a la plazaa saludar al sol naciente. Ensayábamos todos los días en coro el HimnoNacionalpreparábamos discursos y algunas veces nos ejercitaban en el manejode las armas. La víspera nadie dormía; pasábamos la noche en clarorevolviendo la ropa de la fiestay por temor de dormirnos y faltar a la llamadadel cuartel general -la plaza de la escuela. Ya estamos de pieel agua estácongeladahace un frío «de cortar las carnes»no amanece y están cayendogruesos capullos de nieve. No importavamos: ya ha sonado la llamada y nopodemos ser los últimos.

Al asomar a la calleel suelo está alfombrado de tapiz blancotersofinísimocomo que está cayendo del cieloy nuestros pies se hunden en élmientras corremos a la formación y mientras nuestros corazones laten con laansiedad de la expectativa. El tambor toca asamblea sin cesarhasta que elúltimo soldado ocupa su claro en la filay entonces la llamada termina con unredoble vigorosodigno del veterano que sólo empuña los palillos los días dela patria. Ya estamos todos: la guardia nacional armada de fusiles grandesdechispaocupa la cabecera [149] de la columna; en seguida nosotroselbatalloncito blanco y celestealineado correctamentede manera que nuestrostrajes uniformes parecen una bandera estiradatiritando de frío y dando dientecon dientelas manos insensibles y los pies como si fuesen de hielo. Noimportael pequeño batallón no defecciona: está firmerectificando lalínea de formación y atento a la voz del jefeel maestroque también tiritacomo nosotrosy por eso le queremos y le obedecemos.

-¡Armas al hombro! ¡Media vuelta! ¡Paso redoblado! ¡Mar...!

Una banda de músicosaficionados nos precedetocando trozos marciales quenos encienden en bélico entusiasmo; las piernas se mueven con perfectasimultaneidad; no se altera la formación por el fríoni por tropiezos; detodas las bocas salen columnas de vapor como de calderas hirvientesmientras amarchas forzadas el ejército se dirige a la plaza. El sol de inviernodespuésde una noche de intenso fríose levanta con sus lumbreras apagadasdejandover solamente un inmenso globo rojocomo masa de hierro encandeciday seanuncia con un leve destello que va a dorar la cúspide del Famatina. Lasnubecillas madrugadoras que han ido a agruparse por verlo salirse tiñen deoro pálido y se ribetean de fuego. Ellas nos anuncian la aparición majestuosacuando su tinte se convierte en llama; nuestros [150] pechos se agitan comofraguas; ya aparece el punto rojizo sobre la sierra que lo vela a nuestra vista;el viejo tambor siente correr una lágrima por las mejillas y ahoga el llantocon un redoble frenéticouna diana que conmueve y electriza a la tropalabanda de música empieza la introducción solemney nuestras cien gargantas leenvían el saludo armoniosoal mismo tiempo que las descargas de la fusileríarecuerdan las primeras de la Independencia.

¡Oh sol de mi patriacon cuánta grandeza y sublimidad apareces sobre lasaltas cumbres de la Américade cuyos habitantes primitivos fuiste Dios y Genioprotectorfuente purísima de sacrificiosde heroísmos y de amoresinmortales! ¡Cuán imponente y avasalladora es tu presenciaallí donde reinala madre naturalezadonde son templos las selvas vírgenesdonde los cóndoresparecen símbolos de destinos idealesobscurecidos por nubes sangrientas! Te hevisto tantas veces asomar la faz centelleante al rumor de los himnos infantilessobre el valle humilde y el hogar bendito de mis padresque hoy núblanse mispupilas recordando que en todo aquel cuadro que iluminabas entoncessólo hayun lugar vacíocomo nido abandonadoy es la casa paterna donde aprendí aamartedonde ensayé mis cantos de Mayodonde me vestía de blanco y celestepara correr a arrodillarme a tu salida. Núblansesímis ojoscuando enmedio de días amargos [151] te he visto aparecer sobre una tierra muda eindiferente a tu belleza y a tu historiapero saludado por los acordes de lamontaña y de la llanurade armoníasde palabras y sentimientos eternos.Séame dado volver a descubrir mi cabeza sobre la cima de la montaña quesombrea mi terruño nativoante tu aparición fantásticael día de la gloriaargentina. Y pueda también tu luz colorear el follaje del sauce que cubra mishuesosen el pobre cementerio de mi aldea.

Es imposible borrar de la memoria aquel cuadro: el viejo tambor al frenteallado del jefe; el maestro delante de nosotros; el pueblo rodeándonos;centenares de cabezas descubiertas y de rostros bañados de sol nacientemientras el redoblantela música y nuestras gargantas entonabancada uno ensu lenguajela estrofa gloriosa:

 

Oídmortalesel grito sagrado:

 

Libertadlibertadlibertad.

 

Oídel ruido de rotas cadenas...

Cuando la canción concluía y el viejo tambor seguía bordando flores en elparche con sus manos rejuvenecidasel sol ya empezaba a templar la atmósferaa derretir la nieve de las calles y de los árbolesy sentíamos restauradonuestro calor normal. Había que hacer callar al veteranoporque era hombre deredoblar todo el día 25hasta ponerse el [152] astro de la patria. Entonces sedaba la voz de marcha y de vuelta a la escueladonde el maestro nos obsequiabacon chocolateo cuando los tiempos eran malosnos enviaba a tomarlo ennuestras casas y a descansar hasta la hora de las fiestas escolares y de ladespedida del solque se hacía repitiendo el canto y las descargas. ¡Quéhermosa era la fatiga de aquel día! Nuestros padres no podían conseguir quecambiásemos de ropa; queríamos seguir vestidos de Mayo los tres días queduraban en las casasen los ranchos y en los árboles las banderas de lafiestaflotando incesantemente como bandadas de aves azules que revoloteasensobre la viña. [153]



 

- XVII - La Chaya

Asistamos ahora a una de las fiestas más originales de estos pueblosmontañeses. Pero antes quiero trazar la historia de sus preparativosya en loscentros habitadosya en la soledad de las selvas de algarrobos secularestantomás fecundos en frutos cuanto más gruesa y agrietada es la cáscara que losreviste. Los primeros calores del estío han despertado de su amodorramiento alas chicharras y al coyoyolos cuales empiezan a rascar sus chirriadorasguitarrillasy a adormecer los llanos intermedios con su grito prolongado ytriste. Son los anuncios de la madurez de las frutas silvestres; los ranchoscomienzan a animarse después de un año de mutismo [154] y holganzadurante elcual los moradores no se ocuparon sino de esperar el veranoconsumiendo lapasada cosechaentregados a muy escasas laboreso refiriéndose cuentos a laluz del fogóncon la indolencia del árabe fatalista y soñador.

Síya ha cantado el coyoyo entre los árbolesy las noches se narcotizancon el rumor de sus conciertos monótonos; es preciso ir a buscar a los asnosque pacen en el campo o en las faldas de la sierra próximapara emprender lacruzada en busca del sustento: hay que pensar en las provisiones para largosdías de vida errabunda y nómadeporque ¿quién sabe cuántas leguas de campohabrá que recorrer para lograr una abundante cosecha de algarroba? El campoencerrado entre las dos primeras cadenas andinases vasto y sediento; el cieloha sido mezquino en lluvias y la vegetación es escasa; pero Dios provee a suscriaturas y no las abandona.

En aquel extenso valletributario de dos sierras eminentesse asientanpoblaciones antiguasde base indígenay dotadas de privilegios reales paraaprovechar los productos del campo común. MalligastaAnguinánNonogastaVichigastatodos del misino origen y culturason esos pueblecitos sometidospor la expedición de D. Jerónimo Luis de Cabreragobernador de Córdoba delTucumánenviado en misión pacificadora del rebelde gentío delFamatina-huayo: en premio y como base de poblaciónse les [155] dio el uso encomún del llano que limita al Este la sierra de Velazco. De aquellos caseríosparten en diciembre numerosas caravanas de hombresmujeres y niñosseguidosde sus perrosllevándose sus trastos y sus haberescomo si fuesen a fundarotros pueblos en parajes remotos. Van a la recolección de la algarrobanegra yblancacada familia para síen la cantidad que puedahasta dejar talados losárboles.

Allí a su sombratomando cada grupo una región del bosquese improvisanaldeas de chozasque son cobertizos de ramas sobre cuatro horconesentre cuyosespacios se teje la «quincha» protectora contra los vientos. Las noches seaniman entonces en aquellas soledades con la luz de los fuegos encendidos entrecuatro grandes piedrascon los ladridos de los perros de uno y otro campamentorespondiéndose a lo lejos con toreos y aullidos incesantes; con los gritos delos muchachos cuidadores de las bestias en los lugares pastososcon los cantosy los ecos de la «chingana» improvisada para amenizar las horas de reposoyabajo la techumbre del árbolya al aire libre -lo que es más frecuente- encualquier abertura de la selva. Allá es donde se ensaya las vidalitas para la chayapróximadejando volar las notas agudas de sus cantares por el espacio sombríode la llanura antes dormida; y allí tambiénla presencia de la naturalezalalejanía de la población y la intimidad [156] de la vivienda nómadeenciendenlos amores salvajesreproduciendo las escenas que la estación cálidadesarrolla en los ramajes entre las aves nativas. Aquí los gajos se pueblan denidos nuevosfabricados por palomasjilgueros y loroscon trocitos de pajaocon fragmentos de ramas; y allá en la choza del campesinose verifican losmisterios inexplicables cuya solución es la vida humanarenovada eternamentebajo todos los climas.

Desiertos quedaron los pobres ranchos del pueblocon las puertas de eneroseco amarradas con lazos al marco burdo: la pequeña campana de la capilla nosuena más hasta que vuelven los feligresesy las avispas han construidopanales en el fondoal lado del badajo de hierro: el pozo cercado deenredaderas silvestres se purifica en el abandonoaumenta sus aguas y se cubrede verdes capas de hierbas espontáneas; los senderos que unen las viviendas sellenan de arbustosy ni una sombra se cruza por la desierta plaza. Sólo haquedado alguna vez un ancianoimpedido por la edad o los achaques de seguir laexpedición de sus vecinoso el propietario relativamente ricoque no necesitade aquel sacrificioporque ha formado su huerta y tienea espaldas de la casasembrados y árboles frutales que le aseguran sustento y holganza: pero haedificado su morada lejos del núcleo indígenay muchas veces no sabe que enel centro de la ranchería silenciosacomo una [157] momia insepulta en unpueblo destruidovive el viejo centenariosin poder asomarse siquiera adivisar los remolinos de polvoo el nublado espeso y amenazante que asoma trasde las cumbres. Diríase que es el genio solitario de una raza muerta odesterradaque ha quedado guardando las cenizas del hogar malditoo bien unode esos seres diabólicossentado en actitud de ídolo antiguoatisbando desdesu retiro la aproximación del viajero incauto para atraparlo entre sus redesmaléficas.

Los sapos que habitan el pozo entonan con voz plena sus recitados solemnescomo rezos oídos bajo las bóvedas de una catacumba; los cuervosatraídos porlos despojos de los ausentesgraznan en coro sobre el techo mismo del ranchooliendo a los chilicoteso grillossalpican el silencio con sus gritoscomo ruidos de espuelas: las lechuzas llaman a los muertosparadas sobre lascruces del cementerio contiguo a la iglesiao vienen a anunciar al viejoabandonadosu cercana muerte; la serpiente de cascabelenroscada en el troncodel árbol que sombrea el techo de la chozao acurrucada en acecho entre losintersticios del muro de ramasagita los anillos de la colahasta hacerlesproducir ese sonido que horroriza y estremece; el ucultucu de colorinvisible y de rastros de niñolanza sus quejidos lúgubres desde el fondo delas galerías que construye para ir a devorar a los difuntosy el zorrocauteloso y burlón[158] se aventura hasta la puerta del ranchoen busca de tientosojotas y zapatos viejos del muladar contiguo; y al volverse cargado delbotín de su rapacidad insaciablese ríe del viejo inútil con gritos ásperose irritantes -huachuachuac- como que no hay gallinas que lodenuncienni perros que lo tarasqueenni mujeres que animen a la caza delladrón audaz. Todo esto es la música a cuyos arrullos se duerme la aldea enlas noches tranquilas y en las siestas reverberantes.

Han pasado dos meses de abandono; el carnaval se acerca con el semblantepintorreado y hendido por arrugas de risas retozonasya se escucha el rumor delas caravanas que vuelven; llega el perro puestero a olfatear por los agujerosde la «quincha» de la cerrada viviendatodo lo que dejó al partircomo unmiembro de la familia que hubiese regresado al hogar después de una largaausencia; luego los viajeros montados en los burros engordados en el campoysobre los costales de algarroba balanceados sobre los ijares de la sufridabestia; después la vidala animación y el bullicio de siempre; ábrese laspuertasbárrese los patiossacúdese los trastos guardadosy los insectoshuyen a sus cuevasabandonando a sus dueños el campo que ya creyeron suyo; lacosecha se apila bajo la enramada abiertahasta que se hace la división: unaparte va a las pirhuas de jarilla levantadas en altodonde se conserva[159] para el invierno; otra queda en tinajas de barro enterradas en el suelopara el consumo diario; se enciende de nuevo los fogonesse pueblan de avesdomésticas los árboles caserosextiéndense las sogas para asolear la carnede los huanacos cazados en el campo y obtener el charqui tradicional; átase enmanojos las plumas de avestruzque cazaron gracias a la ligereza de los galgospara venderlas después en la villa: y por fin sale todo el producto de aquellaexpedición fructífera a formar el capital del año. El pueblo torna a su serpasadoy toda la comarca siente el beneficio de la cosechapor el comerciorecíproco de sus habitantes.

Ya están todos instalados y empieza la vida nueva; en todos los pueblos delvalle -la villa aristocrática inclusive- se oyen los rumores del carnavalquellega saltando de contento a derrocharlo todo y a enloquecer a las gentes; seinvitan hombres y mujeres a formar comparsasy se aprende verlos decidores parala vidalita chayera; los paisanos atusan el caballo querido y lo cuidan en elcorral de la casa unos días antes; las muchachas del pueblo almidonan susropasorean sus mantos y trajes guardadosy visitan el jardín donde lasalbahacas echan sus hojas aromáticas; los cantores conocidos están preparadoscon coplas inéditas y tambores reforzados; debajo de las higueraslos naranjoso los parronesya está repleto el noque de la aloja espumante con [160] que seliba al Baco montañés durante las fiestas anuales. Sin ella no hay alegríani cantosni reuniones; es la vida de la chaya; es la fiesta mismaporqueenciende los corazonesdespierta las gracias y el entusiasmoda ligereza a loscuerposalegría inusitada a los espíritus y alas a la musa de los poetascriollospara improvisar y modular canciones que sacan de quicio a loscaracteres más torvos y uraños.

También en todas las ventas de la villa y pueblecitos circunvecinosse vegrandes acopios de almidón perfumado con clavo de oloren cartuchos de papelcuidadosamente envueltos: es el otro distintivo del carnaval de mi tierra.Hombres y mujeresprovistos de esos paquetesse toman la libertad de arrojarsea la cara el contenidoo bien de vaciarlo sobre la cabeza para que corra por elcuerpoblanqueándolo por entero; y no habría palabras para pintar el íntimocontento que embarga a aquellos paisanos al verse cubiertos de polvo blanco porla mano delicada de la chinita embestidoraque no abandona la presa hasta queha logrado refregarle la cara y cegarle los ojosdejándola convertida en unamáscara. ¡Y cuidado con limpiarse el rostroporque es el honor del juegomostrarse todo el día y en todas partes con ese disfraz curiosísimoqueatestigua sus batallas con las mozas del lugar! Se traban verdaderos combates aalmidónmientras se balancea una habanera[161] o se brinca una polcalomismo en el cuarto estrecho de la pulperíaque en el baile armado debajo de unárbol.

Las comparsas a caballo se cruzan por las calles y recorren los lugarejos agran galopedeteniéndose en todas las casas donde se las espera en son deguerra a resistir el formidable ataque. Una lluvia de almidón baña a loscombatientes de uno y otro bando durante algunos momentoshasta que vienen laspaceslas dulces paces selladas con vasos de aloja con que la dueña de casainvita a los visitantesy con ramos de albahacas que van a adornar lossombreros de los galanesel pecho de las damasy cuando ya no hay sitiohastalas cabezas de las cabalgaduras.

Todo esto se sucede mientras los cantores de la comparsaseparados en grupodel tumultosin apearsecantan la vidalita en el tono de los «tristes»dedicada a la más donosa de las niñas presenteso al más enamorado de losjóvenes. Cada copla es saludada por ellos mismos con exclamaciones o gritosestentóreosy con ladeos de cuerpo sobre las monturascomo imitando ohaciéndose los borrachoshasta terminar siéndolo de veras con las repetidasinvitaciones de la aloja fermentada.

En seguida se marchan de nuevo a dar el asalto en otra partesiempre con loscantores a la cabezapero ahora acompañados por todosporque cantan lavidalita del carnavalcon alegre compás de candombe[162] al son de lostamboriles que nunca caen de las manos. Durante la marchalos jinetes hacenproezas sobre los caballos vivaces y espantadizosazuzados por la espuela y porla bulla: corren carreras desenfrenadasarremeten contra los cercossaltan lasacequias y queman debajo de sus patas millares de cohetillos que los enfurecen yencabritan hasta la desesperaciónhaciendo crujir las coscojas del freno«peñaflor»que no pueden vencer ni quebrary haciéndoles arrojar gruesoscopos de espuma. Las mujeres no se quedan cortas en piruetascaracoleos yembestidas al centro de la masa compacta de jinetesa donde se cuelan a fuerzade empujones y de mañasya azotando su caballoya a los demás para «abrirsecancha» como ellas diceno gritando con voz tiple y chillona:

-«¡Abran campo y anchura para que pase la hermosura!»

Y allí son los apretoneslos estrujamientoslos abrazos con todo elcuerpolas palabras libreslos cariños sin reparo y las coronas de sauceechadas al cuello de las valientes amazonas. Cada rasgo de esa especie les valegran prestigio y celebridady los vivas estruendosos aumentan el infernalbullicio de la muchedumbre endemoniadatanto más salida de juicio cuanto másse agita y entusiasma con las carreras y el olor a la pólvora de los cohetesque los envuelve en una espesa nube de humo. [163]

Casi siempre los paseos a caballo concluyen en un gran baile en casa dealguna señorona con niñas; la comparsa se desmontay asícon las ropasblanqueadas de almidón y las caras como de payasoso como de peones de molinoadornados con las flores y con las cintas obtenidas en las luchas galantes deldíacalzados los hombres con botas y espuelascomienza la danza con unencarnizamiento que no se para en límites. Las parejas se prenden una vez parano separarseporque son amores viejosretraídos por las consideracionessocialesque encuentran en el carnaval licencioso una libertad casi absoluta.También no es para menos el haber vivido un año enteroviéndose de tarde entardea hurtadillasy asomándose por el cerco del fondo que da a la huerta oal camino público. Asíno es extraño que se estrechen con fruiciónquebailen toda la tarde y la nocheque no se suelten las manosque se distraigana vecesse prendan flores en el pecho y se aproximen las caras al amparo de laconfusión y del desorden; de todos modos la madre no puede protestarporquetambién se entretienepues es señora que ama la sociedad en su salón y gastacumplimientos y habla en términos pulcros.

Prolónganse estos bailes hasta muy entrada la nochehora en que elcansancio del díalos licores convidados y el natural hastío de todo loapurado hasta las hecesempiezan a dar flacidez a las piernas[164] pesoinvencible a los párpadosy frialdad al humor; la niña enamorada ya no puedecon su cruzy de vez en cuando se le sale un bostezo que en vano pretendeocultar con el abanico o el pañuelo; el compañerotambién rendido por elexceso de sensaciones reprimidas y de «obligos» y «correspondencias»buscaya un pretexto para salir al fresco a desperezarse; los músicos -clarinetetriángulo y bombo- ofrecen un espectáculo curiosísimo; las mazurcas o lashabaneras van cada vez alargando sus compases y dejándose interrumpir porsoluciones de continuidado intervalos de silencio involuntarios peroinevitables; el clarinete ya no suenasino berreaporque al músico apenas lehan quedado fuerzas para el do naturala causa de los repetidos agasajosde la dueña de casaque a cada instante ordena: -dénles algo a los músicosno descuiden a los músicos;- del bombo no se diga: tiempo ha que clavó lacabeza sobre un borde de la cajay sólo allácuando en sueños se acuerda deque está tocando en un bailese despierta sobresaltadoy atraca contra elparche unos recios golpes repicados como zamacuecaaunque se estuviese bailandopolca.

Noya no es posible continuarpor más ferviente que sea el culto a lachaya; cuando el cuerpo no quierees en vanohay que irse y esperar el nuevosol. Los novios quieren hacer el último esfuerzo [165] para decirse la postrerapalabra; murmurandisimulando el sueñounas pocas frases conocidas en esoscasosy el barrio queda en sosiego definitivoexclusión hecha de lascomparsas nocturnas de cantores de vidalitasporque esos no duermen sino cuandoel fermento de la algarroba da en tierra con ellos; entoncescomo los héroesde Homerose desplomanhaciendo encima de sus cuerpos siniestro ruido lostamboriles. Todo queda en silencio en la villa y pueblos adyacentes; sólo a muylargos intermedios llega a oírse el lejano eco de una vidalita lloronaquealgún gaucho solitario extraviado por el alcohol en un bosqueentona con todala fuerza de su garganta.

Vuelven al día siguiente las comparsas callejerasa cantar en frente de lascasas de las personas notables del pueblodedicándoles coplas y dirigiéndolesbromas de tinte subido; de las puertas y de los techos les tiran agua abaldadasla gente chayera sale en montones a quemar cohetecillos debajo de loscaballos y a espolvorear de almidón a los jinetespero más a los cantoresimpasibles ante el ataque e inertes para la defensa; ellos no atienden sino a laletra y al cantoimportándoles poco o nada que arda la tierra en derredor yque los briosos «pingos» se estremezcan de ganas de arrancarse del tumulto; suvidalita vale más que todo esoy por nada de este mundo se dispersa aquelgrupo de [166] tres voces simpáticasdestacándose tristes sobre el torbellinode risasgritos y estruendos de cohetescomo personificando la ilusión de lavida en medio del desenfrenado sainete carnavalesco.

Otras escenas de carácter indígenay cuyo significado es ya imposiblecomprenderse desarrollan en los ranchos de las orillasentre la gente mástorpeque no tiene otra manera de manifestar las alegrías ni los pesaresquela embriaguez. Los actores de ellas son los descendientes más directos de losantiguos pobladoresraza intermediadegeneradallena de preocupacionespropias de la barbariey de costumbres que parecen ritos de alguna religiónperdidade la cual sólo restasen vagas nociones o recuerdos imperceptibles. Elcarnaval o «la Chaya» es para el indígena una instituciónuna orden conrituales y preceptos extrañoscon prácticas tradicionalescon jerarquíascon relaciones curiosas a la historia y a la naturaleza de la regiónemparentada por vinculaciones singularísimas con la sociología de todas lasrazas de su mismo nivel de culturay en las cuales una observación profundadescubriría tal vez tenues vislumbres de la civilización conquistadoraenmedio de los nebulosos hábitos de la edad prehistórica.

Cuando empieza a prepararse la gran fiesta; cuando los algarrobos principiana madurar el frutoalláen el seno de los valles del Norteun personaje[167] raroque es como el pontífice de aquella comunión indefiniblese ponea componer la letra oficial de la vidalita del añoque ha de ser cantada porlas comparsasen todos los pueblos montañeses cuyo alimento esencial es laalgarroba de los campos comunescosechada en pleno verano por las expedicionesque he descrito. La canción se difunde por toda la montañacon la músicacorrespondiente; muchos días antes del de la fiestase oye en el interior delos ranchos murmullos de voces que la ensayanacompañadas por el tamborilcampestre; pero bajomuy bajoy sin que nadie pueda percibir las palabrasniel tononi el compás. Un recogimiento casi religioso reina durante ese ensayoo aprendizajehasta que llega el día y atruena los aires la canciónmisteriosaimpregnada de alabanzas al carnavalde frases burdasamorosas osentimentalesy alguna vez con alusiones a los gobiernos y a los sucesos quemás impresionaron sus espíritus en la época.

He penetrado en el fondo de la sociabilidad de esos pueblos; he estudiado losritoslas costumbres y las ideas embrionarias; pero una sombra impenetrableenvuelve la filiación sociológica de aquella institución y de las ceremoniascarnavalescas quo voy a relataren las cuales parece aquella masa semisalvajepugnando por volver al punto de partidaa la existencia selvática de la edadincultaimpelida [168] por alguna fuerza latente de atavismoo por lasinfluencias todavía vigorosas de la tierra que la sustenta.

Una de esas noches de carnavalen que por todas partes se oye rumor deorgía y concierto de tamborilespude presenciar una escena que ha quedado enmi memoria como una incrustaciónaunque velada por la niebla de veinte años.Era en el patio de un rancho de las orillas del pueblo. Circundábalo una filade bancos de maderasobre los cualesen alegre y cortesano bulliciosesentaban hombres y mujeres entremezcladosguardando al principio ciertamoderación y compostura respetuosa; todos ellos ostentaban gruesos ramos dealbahacay mostraban todavía en el rostroen la cabeza y en los vestidos lasseñales del almidón y del agua con que jugaron en el día. A un ladoysiempre en grupoestán los músicos con los tambores colgados del brazoizquierdoesperando que empiece la fiesta; se nota el cansancio y la fatiga enlas voces roncas que apenas se oyen entre sí; es el último día de la Chayayellos han cantado los tres sin reposo. La reunión se advierte fríadesabridacomo trabada por algo que falta y que no vienehasta que alguno reclama músicay bebidalos dos auxiliares poderosos del hombre cuando quiere combatir elhastíoo provocar una animación que no existe. Los tambores obedecen ytambién los dueños de casa; y [169] pronto unos cuantos mocetones fornidosentran cargados con una enorme tinaja llena del líquido tradicional de losfestivales criollos; la depositan en el centro del círculo de concurrentesycomo si en su fondo se guardase la alegríaestalla de súbitocuando empiezana dar vueltas los jarroso los mates más preferidos por más familiares.

Se bebe con avidezcon sed desesperadacomo que es la última noche y hayque hacer a la Chaya una digna despedida. Los vapores del fermento se suben alas cabezas; va aumentando la algazara y desatándose el humor encogido; ya seven abrazos sin retraimiento y esfuerzos por evitarlos; empieza otra vez confuria y con saña la pelea a puñados de almidóny de harina tambiéndecontrabandohasta convertirse la reunión en un entrevero informeen medio delcual no se advierte caras ni se distinguen unos de otros. Alguien llama al ordencon dificultadporque la bulla ensordecey los tamboriles y las vidalitasenronquecidosen los que ya no hay tonosni compasesni palabrasno dejanpercibir el llamamiento. Luego se apartan en medio del concurso todos loshombres; las mujeres quedan en los asientos. Uno de los músicosque ya nopuede articular una sílaba inteligibleocupa un banco en el centro de larueda; los demás empiezan a dar vueltas con lentitud en torno suyocantando alcompás del tamboril del desgraciado una especie de candombe [170] o de rondabáquicade la que aquel fuese el Dios figuradollevando todos levantado en laderecha un jarro de aloja; llegan en frente del ídolo ebrioy cada uno bebe lamitadarrojándole el resto a la cara; la ronda sigue impasibleacelerando elcompásy repitiendo en cada vuelta la extraña abluciónque es saludada cadavez por las risas destempladas de los borrachos y por los chillidos ásperos delas mujeresque permanecen quietas en los bancos. El dios improvisado de laceremonia tiene que beber casi todo el líquido que le arrojan a la bocapuesla mantiene abierta para esopara que se la llenen los que pasan danzandoalrededor. Así se mantiene el tiempo que le permite la borrachera crecientesin interrumpir el compás de su tambora pesar de los chorros que lo ahoganque le dejan ciego y que le bañan de pies a cabeza. Pero la bestia al fin se varindiendo al alcoholel tamboril ya ha perdido el compás y los golpes vansiendo muy lentoshasta que rueda por tierraporque el brazo que lo sosteníaha caído rígidojunto con el cuerpoque también se desploma como un troncoderribado por el hacha. Una salva de alaridos salvajes festeja el derrumbe deesa masa de carne vestida de andrajoscubierta de coágulos formados por elagua y el almidónla aloja y el polvo; los que pueden tenerse de pie lorodeanlo arrastran por el suelolo pisan y dan vueltapero en vano: nunca labestia [171] humana ha merecido como entonces que su sueño estúpido seconfundiera con la muerte. Los demás llevan también el veneno en las entrañasy en la cabezay unos más próximosotros más distantestodos van cayendodormidos sobre el sueloen medio de los arbustos o sobre las piedras de loscaminos...

Ya pasó la Chaya. En el espacio inquieto de las montañas han quedadovibrando los cantares y los ecos del tamboril melancólicode la flautacampestre de caña y cerade las risas femeninas y los gritos desacordes de laturba frenética. Todo ha tenido una repercusión en las rocas; todo ha dejadoun rastro: en la tierralas danzas y las correríasdesenfrenadas; en el airelas músicas y las palabrasretozando en una libertad de tres días.

Pasó la Chaya montañesay allácomo en las ciudadestodo se haconfundido: la más alta y etérea poesía de la naturaleza y de las almasinocentes con la prosa descarnadacon la barbarie impúdicacon las desnudecesy las groserías de la bestia. Yo lo recuerdo todolo escucho aún comoarmonía nocturna que se alejay endulzan mi alma las cadencias moribundaslasvidalitas llorosaslas danzas campestres y el bullicio de las comparsasquecomo procesiones de bacantespasan poblando las selvas de risasdespertandolos ecos dormidos en las grutasmientras en andasal son de rústicos tambores[172] y flautas pastorilesse conduce a su templo solitario al ídolosonrientede mejillas rojasde ojos chispeantesde cabellera desordenadapero entretejida de hiedraespigas y pámpanos. Pero en medio de este conjuntodeslumbranteque veo reproducido con resplandores de luz a través de veinteañosse me aparece sin tregua la escena brutal de la noche postrera: veotendido en el polvocon rigidez de cadáveral indio ebriodesfigurado por ellodoembrutecido por el vino; y a su ladomudo y rotoal tamboril de lasvidalitas de mis montañas.

XVIII - Escenas de invierno

Pasado el primer tercio del añoel invierno estaba de bienvenida en losvalles andinos; de bienvenida porque los niños lo esperábamos con ansiacomoal tío viejo cuando llega de otros pueblostrayendo juguetes y contandomaravillas. No sonará el bullicio callejeroni circularán perfumes deviñedos por el aireni pasarán alegres bandadas de avesasentándose acantar en cada huerta de la villa; ni las nubes darán representacionesfantásticas sobre los picos del Famatina: los pájaros cantores buscan el calordel nido fabricado en la estación benignacuando todos los obreros trabajan alson de sus músicasestimulados por las promesas del amor; las eminentes [174]cumbres de la montaña fabulosa sólo aparecen rara vez al Mediodíacomodescubriéndose para absorber un rayo de sol; las nieblas permanentesdensascasi inmóvileslas ocultan por largo tiempo a la contemplación del valle.

Parece un santuario velado durante la ausencia de los sacerdotes que loguardansin himnos que se oigan a lo lejossin luces que broten de losaltaressin columnas de incienso que surjan al través de altas claraboyassinmurmullos de plegariasni estrépitos de acordes repercutiendo como truenosbajo los arcos atrevidos; y cuando aquel denso y uniforme ropaje ceniciento abresus pliegues un instantesólo se percibe tras la profunda rasgadura un fondoblancopurísimo pero impenetrable. Creeríase que un escultor maravillosooculto detrás del velo de la nubeestuviese cincelando una estatua colosal delcolor de la nieve en capullopara dar a la naturaleza y al hombre de los vallesla sorpresa sublimeuna súbita revelación del arte inconsciente peroinimitable de la inteligencia ignotacreadora de la belleza originaria. Cuandola obra está terminadael artífice elige la hora propicia en que ha deexponerla a la contemplación del mundoy combina las leyes ópticaspreparando la vista de los espectadores. Primero la noche envuelve todo el cieloy la tierra en la más negraen la más caótica obscuridad; y en eseintermedio la retina ha perdido la noción del color[175] la imaginación hasoñado con la aparición portentosael mundo sensible ha cesado de latir paraconcentrarse todo en la expectativa de aquel génesis del arte increado.

La aurora se acercay se siente esa honda agitación precursora de lasgrandes emociones esperadas. Sutilísima es ya la neblina que vela las formasdel colosocomo para que una brisa la desvanezca; y cuando ha llegado elinstante supremoy se cree ver la mano de luz que va a descorrer la telaelsol se presenta de un salto sobre las cimas del Orientebañando de súbito elescenario descubierto con la rapidez de una miradapara que todo se asombre yse prosterne ante la obra invisible del genio de las alturas. ¡Qué solemnesilencio ante aquella escena! ¡Qué sagrado recogimiento se advierte en todo loanimadocunado el haz de oro del sol devela al fin la obra tanto tiempo forjadaen el secreto inviolable de las nubes! Cincelado por cíclopes de mitologíasdesconocidasy levantado por arquitectos fantásticosel Famatina aparecesobre el fondo azul del firmamento como palacio de nieve de proporcionesinmensurablesde formas inconcebiblesdejando ver cúpulas deslumbrantes defuego y oro; pórticos y arcadas de vuelo inaudito; galerías caprichosas quedesaparecen por la altura y la distancia; escaleras colosalesya rectasyacurvasya en espirales y ziszás surcando como serpientes el inmenso cuerpo de[176] la fábricacomunicando entre sí los templos griegos con los castillosgóticoslos coliseos romanos con las fortalezas germánicas; columnas enormessosteniendo bóvedas inverisímiles; pirámides egipcias y monolitos incásicos;muros como llanosdonde se ha dejado de relieve la historia y las fiestasatléticas de los habitantes fabulosos; y las secciones del colosoarquitectónicoseparadas por abismos comunicados entre sí por subterráneostitánicosa los que se imagina horadando los senos del granito revestido demármol.

Todo esto se contempla por breves horashasta que el sol trasmonta la cimade un blanco reverberante y uniformematizado solamente por los reflejosirisados de la luz en los cristales de hielo; y a medida que la fantasía vaencontrando las semejanzas con los monumentos construídos por la naturaleza enotras regiones del globoo con las creaciones inmortales del arte en lasépocas y en los pueblos que han destellado en la historia del género humano.Cuando alguna vez la luna puede iluminar el cuadrola impresión esindescriptibley confieso mi impotencia para pintarla. Hay que pasar loslímites de la vida realpara ver un mundo de fantasía donde tienenrealización escultural las más etéreas concepciones de las mitologías griegay germánica. Imaginemos un Olimpo resplandeciente de luz doraday sobre suspalaciostemplosgrutas y jardines aéreos[177] pululando en torbellinosradiantesla alada multitud de los diosesque las razas madres de la poesía yde las religiones han forjado en sus sueños seculares.

Pero ¡cuán breves son esos estados del alma y cuán hermosas también lasescenas de la realidad! El cerebro tiene instantes de irradiación en que seaparta de las formas visiblespara concebirlas incorpóreasmoviéndose en unespacio abierto por la expansión del pensamiento dentro de su propia cárceleiluminado por esa luz interna que no tiene representación por los coloresconocidos. Las formas ideadas durante el éxtasis psicológicono puedenperpetuarse en la memoriani trasladarse a la tela; son leves vislumbres de unmundo remotodonde parece que nunca ha de penetrar de lleno el alma del hombredestinado por las leyes de la vida a mantenerse amarrado a las formas de lascosas y de los seres que le rodean: puede levantar hasta lo sublime el diapasónde los sonidospuede pulir hasta lo divino las líneas fijas o reflejas de lamateriapero no sería ya el artedesprendiéndose de la esfera real en donderespira y donde encuentra los tesoros inagotables de sus creaciones.

Reanudemospueslos recuerdosy vamos a contemplar la alegría íntima deun hogar sencillodonde debajo de un corredor espaciosode techo pajizo[178]de horcones rústicosennegrecidos por el humo del fogóny de paredes debarro agrietadas hasta ver la luz del lado opuestoarde una hoguera ruidosa ymovedizacircundada de un concurso de mujeres y hombres de servicioentre loscuales nosotroslos niños de la casaocupamos también un banco. Afuera se vecaer los capullos de nieve como plumas de cisnes derramadas al pasar volandosobre la villacual si de propósito quisieran alfombrarla. Ha nevado toda lanochey no se ve un solo objetoni un árbolni un edificio que no esténvestidos de blanco y de una tela tan suaveque dan tentaciones de rozar conella la cara y las manos; y nosotros lo hacíamos desafiando el frío:apostábamos siempre a cual marcaba primero el rastro de sus pies sobre la tersasuperficie de la calle.

Era una sensación intensa de gloria y de placer la queyo al menosexperimentaba cuando podía aventajar a mis hermanos en aquella profanacióndiré asíde la inviolada tersura de la nieve recién caídatan levetanpuratan deleznableque parece cada copo una flor nacida de un rayo de luna...Después que correteábamos hasta destruir el encantoya la vieja cocineratenía encendido el fuego cotidianocompañero del que trae el día; pero estavezensanchábase el circuito de piedras que detiene las cenizasaumentábasela carga de combustibley pronto se rodeaba de gente que ama y busca su calor[179] que ha nacido y ha fraternizado al resplandor de sus llamas reparadorasque ve en él como el símbolo de un sentimiento eternogenerador de virtud yde fuerzay de una religión informemanifiesta sólo en ese deseo de nosepararse y de verse morir calentado por sus mismos reflejos.

Todos eran criados o peones antiguos de la familiaque la habían seguido atodas partescompartiendo miserias y prosperidadesy tenían una madre común-la reconocíamos como tal mis padres y nosotros- a la anciana Leonitadescendiente de caciques montañesesy como ellos inflexible a las fatigas y alos años: allí tenía su sitio invariable que era la primera en ocupar. Antesde amanecery cuando todavía no se distinguen bien las formasya se levantabade su ligera cama de chuse y de puyos tejidos en el pueblocon un pasitolentosin hacer ruidoe iba al depósito de leñaque empezaba a despedazardando golpes sobre las piedras del fogónen cuyo centrobajo un montón decenizas que ella apartaba con un trozo de maderavivía aún la última brasade la víspera para encender el fuego de hoy; y la pobre vieja no pensó jamásen la semejanza que había con su propio corazónlleno de amor y de ternurapero encerrado sin aparentes irradiaciones bajo la fría corteza de sus ochentaaños.

Encima de aquella brasa resucitada ardía en breve la hogueraen cuyoalrededor se congregaba luego [180] la servidumbrey donde hervían las teterasde agua para el mate del desayuno. Después todos tomaban el camino del trabajoy nosotros el de la escuela: y cuando caía mucha nieve y nos dispensaban laasistenciaa organizar las expediciones por las huertas a caza de pájarosentumecidos sobre los árboles donde los sorprendió la noche. Ya se ve que nosentíamos pena de andar toda la mañana sobre el hieloy no obstanteelpreceptor creía que nos haría daño salir de nuestras casas para ir a laescuela. Armados de largas picas preparadas con tiempoenvueltos bien laspiernas y los piesy después de meterlos varias veces en el fuego palahacernos la ilusión de que almacenábamos calor por algunas horaspartíamosde carrera y a saltosinternándonos entre los zarzales de la viñadescuidaday sin desherbar durante el rigor del invierno.

Sobre los deshojados sarmientoso entre los gajos de los duraznos y losmanzanos desnudosy aun debajo de las bóvedas formadas por los arbustostupidosencontrábamos grupos de pajarillosde palomas llantas y torcacesacurrucados en apretados racimoscomo queriendo abrigarse y comunicarse unos aotros un resto de calor de sus miembros ateridostiritandopiando casi ensecreto y metiendo la cabeza debajo de las alas: nos acercábamos sinprecaucionesporque no tenían fuerza ni movimiento para volary losaprisionábamos con las manos [181] sin hacerles dañopara llevarlos acalentar en el fogón de la cocina.

¡Y cuántas veces al tocarlos se desprendían de las ramas al suelocomohojas secas que el simple tacto arrancapues estaban exánimes hacía muchashorasmanteniéndose de pie con la inmovilidad y la actitud en que lossorprendió la ráfaga mortífera! Al pie de los grandes árboles y alrededor delos troncosel suelo se hallaba sembrado de cadáveres de los que no pudieronsiquiera prolongar la vida al amparo de una techumbre de zarzasy el viento losderribó de las copas donde hallaron tumba a la intemperie.

Para descubrir a muchos de ellosteníamos que entrar todo el brazo en losagujeros que abrieron al caer sus cuerpos dentro de la blanda pero espesa capade nieve que tapizaba la tierrasin más mortaja que su propio plumajemulticolor y levísimocomo el soplo de vida que animó sus formas diminutas.Algunoslos que pudieron salvarseantes de huir de nuestra presenciavolabana posarse sobre nuestras cabezas y nuestros hombroscomo implorándonos unabrigoaun a riesgo de encontrar una muerte más dolorosacomo esas vírgenesindefensasasediadas por el seductor tenazque se arrojan en sus brazoslibrando a su propia inspiración la guardia de su pudor y su inocencia.

Así caían sobre nosotrosdesarmados por la compasiónlos cubríamos connuestras ropasy ellos se [182] escurrían por entre los pliegues y seapretaban dentro de los bolsillos. Ninguno fue sacrificadopor más quenosotros salíamos a esoy la única crueldad era para los más hermososparalos que sabían cantar: reducirlos a prisión perpetua dentro de una jauladonde si bien gozaban de calor y de cuidadossufrían la muerte lenta de lanostalgia de los bosques nativos; así la libertad es el ambiente de lanaturalezay todos los seres nacidos para ser libres se sienten dichosos demorir bajo el furor de sus inclemenciasantes que vivir esclavosaun dentro demansiones de oro y pedreríay envueltos en dorados ropajes y en atmósfera deperfumes.

Por eso nosotrosque sin saberlo nos parecíamos a las aves de nuestrasselvasno podíamos darles la muertey después de volverles el calor cerca dela llama del hogary cuando ya el sol había templado el aire y derretido lanievelas lanzábamos de nuevo al espacio para que fuesen a continuar susamoressus trabajos y sus destinos. También nos quedábamos tristes despuésque se ibanporque ya empezábamos a amarlas con el interés de un parentescoextrañoy las pobrecillasal alejarseparecían decirnos adiós con trinosde una infinita tristeza.

Luego el sol empieza a declinarperdiéndose de vista detrás de lamontañay la neblina espesacargada de nievecomienza a tupirse otra vez y acorrer el viento helado de las cumbres ocultas. Pronto llega [183] la nochelanoche interminabledurante la cual se consumen las pilas de leña en el fuego;los peones han vuelto muertos de fríocon las ropas destilando agua que secandentro de las llamas avivadas por la viejecita cocineraquien con un tizón enla manorevuelve las brasas para cada uno que vienecomo para aumentar laintensidad del calorhaciendo levantar hasta el techo un chisporroteo vivaz.Una olla grandellena de maíz molidohierve a borbotones en medio de larueda; la anciana la retira cuando está en sazón el suculento granoy enbreve queda vacía y los jornaleros contentos; arman en seguida sus cigarros detabaco criollo en la chala de la mazorcay los devoran con deleite durante losprimeros momentos de somnolenciaprecursores de una digestión potente yprovechosa.

Hay que pasar el tiempo hasta la hora del sueño y no se puede dar un pasofuera del corredorporque la niebla es compacta y no se ve ni las manos.Nosotrosque en la mesa hemos estado saltando para ir a engrosar la rueda delos peones bajo el galpón de la cocinay por escapar a las reprensionessomoslos iniciadores del entretenimiento; «la mamá Leonita»como la llamábamossabía muchos cuentos de los tiempos antiguosde cuando imperaban los Incas yde cuando había rey; conocía los secretos de esa montaña fabulosay elsentido de los rumores que llegan al valle desde sus negras quebradas [184] einaccesibles llanuras; recordabacomo si fuesen de ayerlas peleas de lossalvajes entre síy con el invasor y dominador de sus tierras; descifraba yexplicaba la historia de ciertas aves llorosas que andan por esas faldas y esasselvasenterneciéndolas con cantos lastimeros; y más de una vez hemos dejadocorrer nuestras lágrimasy las hemos visto relumbrar a la luz de las llamassobre las mejillas rudas de los hombres de trabajocuando la pobre vieja noscontaba la triste leyenda de Crespínque dejó sola en el mundo a sucompañerala cualde tanto llorar y llamarle por los camposcorriendo conlas ropas desgarradas o trepando sobre las grandes piedras de las colinasconvirtiose al finpor compasión del cieloen un pájaro pequeñitodeplumaje gris que le hace invisible: y así continúa volando de árbol enárbolsiempre gritando con voz doliente: -«¡CrespínCrespín!»- sin queel novio vuelva más a consolarla de su eterna viudez.

Ella lo sabe todoporque ha vivido mucho y nunca salió de los límites delvalle nataly porque sus padres le transmitieron el relato de sus abuelosempapado en el sentimiento de la razaen los dolores de la esclavitud y en laintensa fantasía nacida de los espectáculos y obscuros fenómenos de lamontaña. Aquellos ruidos nocturnos de origen inexplicableque en medio de laneblina llegaban como gemidos de prisioneros en torres del hambre; esas [185]risas estridentes que rompían la espesura de las nubeshaciéndonos helar dedoble frío y clavar los ojos espantados en la tiniebla; los monumentos depiedra brutaerigidos entre las quebradas o sobre las laderasunos coronadosde pencas de doradas espinasotros de cruces solitarias donde se han enredadolas trepadoras silvestres: todo eso que se escucha con atención o terroro secontempla con poético interésy cuyos orígenes nadie ni signo algunoaciertan a iluminar con un rayo de luzera lo que daba tema inagotable a lasveladas junto al fogón de la casalo que ahuyentaba el sueño de mis párpadosy lo que después cuando he sido hombre sumergido mi pensamiento en las másprofundas cavilaciones¡Cuánto pesan en el destino de las sociedades humanasesas fuerzas ocultasesos fenómenos inexplicablesesos imperceptiblesimpulsos nacidos de la tensión de un nervio por un sonido destempladopor unasombra que pasa por una lumbre que surge y se apaga en el fondo de la noche!

Pero volvamos al relato de la ancianapersonaje saliente un en aquel cuadrooriginal donde un grupo de seres sencillos hasta la inocenciarodeando el fuegoy con los rostros bañados por el reflejo rojizo de las llamasla escucha condevocióncomo que está evocando un pasado de grandezas desvanecidascon todoel estoico dolor de aquella raza cuya [186] sangre animaba la mitad de su vida.Entonces he sabido que en las alturas del Famatinavedadas a los hombres desdedonde empiezan las nieveshabitadesde que los reyes indígenas entregaron lacoronaun genio solitariocondenado a llorar eternamente la pérdida de lavirgen tierra del sol. Síes el genio o el dios sobreviviente del Olimpodestruidoel que desterrado de todas las comarcas conquistadas por susemperadoresfue a refugiarse en esa inexpugnable fortaleza.

Defiéndenla los vientos como leones de estentóreos rugidos; ellos guardanla frontera sagraday ¡ay! del viajero que se atreve a franquear la líneadivisoria entre la región de los mortales y la región de los diosesporque elvendaval se desata derribando rocas y témpanos inmensosque le arrastran a losabismosen medio del estrépito más pavoroso que se haya escuchado sobre latierra. Yo he visto a los ancianos del pueblo caer de rodillas y cubrirse lacara con las manosgritando: -¡Misericordia!- cada vez que oían desde elvalle el rumor de la cólera divinay sentían estremecerse el suelo bajo suspies. Ya fuera aquel espanto producido por el temor de un cataclismo inminenteo por el cúmulo de supersticiones de esas almas sensibleses de rigurosaverdad el hechoque nunca supieron explicarme sino como lo he referido.

Los cuentos duraban todo el inviernoy la inocente [187] narradora muy lejosse hallaba de pensar que algún día pudieran servir de base para reconstruiruna sociologíapara restaurar un pasado remotopara hacer resucitar el almade la raza que pobló la región del Famatina-Huayoy la historia de losesfuerzos que soldados y misioneros realizaron para someterla al yugo de lacivilización; pues para ella presentábase como tiranía sangrientao comodespojo inhumano de los más queridos tesoros.

Después¡cómo gozábamos todosy la naturaleza con nosotroscuandohacia un día de sol! Era como himno de júbilo el que se levantaba de todaspartesy aquel calorcillo suave del mediodíadifundiéndose por las selvasdesnudaspor los nidos silenciosos por encima de los arroyos congeladosibadespertando rumores de todas las intensidadesdesde los cantos de las avesquese creían en primaverahasta el casi imperceptible crujido de las capas dehieloque empezaban a romperse en radiaciones caprichosas como cristalesexpuestos al fuego.

El lecho de piedras de las corrientes que alimentan la villase distingue altravés de las losas transparentescon todos sus detallescomo paisajes enminiaturadonde brillan chispas de talco fosforescentedonde relumbran escamasdoradas de pececillos arrastrados por las aguas y donde finísimas hierbasacuáticasde un verde claroforman el elemento decorativo de esos múltiplescuadros; y cuando [188] la influencia del sol ha llegado al seno de aquellasurnasse ve deslizarse unas tras otras las gotas de agua desprendidas deltémpanosemejando reflejos de globos luminosos e irisadosque discurriesenpor un firmamento reproducido dentro de diminutas cámaras fotográficas.

No puede idear la fantasía nada que no encuentre realizado en los accidentesde la montaña: desde las escenas de proporciones grandiosasdonde losproscenios son colosaleslos personajes gigantescos y las decoraciones nubladosrepletos de sombras y rasgados por rayos repentinoshasta las visiones delsueñode formascoloridos y actores imposiblespero que viven un instante enla menteasomándose a ella como resplandores de luz interna; que tienen lavirtud de idealizar la vidade hacernos sonreír con deleitey luego pasancomo exhalacionesdejando borradas las huellas en la memoriapara que elpincel no pueda copiarlosni el verso fulgurar con la irradiación que lasenvuelve al cruzar por los espacios del cerebro. Esos pequeños cuadros queviven y se mueven dentro del hueco de una peñaen el fondo del arroyotransparentese me figuran los que ven los niños cuando duermenpor esosonríen y agitan sus manecitas creyendo atrapar la reina alada del enjambrecuando pasa envuelta en lampos de luzarrastrada por corceles radiantes en lacarroza de Maby seguida por [189] apiñada corte de damas y pajesdanzando alson de músicas sólo por ellos oídas.

Una de aquellas tardes incoloras y glacialesmi padre y yo mirábamos a lolejossobre la cima de la sierra de Velazcoun nublado denso en cuyo senofosforecían a largos intervalos relámpagos difusos e indecisos; parecíanoshasta oír el eco moribundo de los truenoscomo son en la época de los fríosdébileslánguidosdestemplados como tambores fúnebrescual si brotasen delas nubes entumecidosenvueltos en pesados ropajes donde se apagan al nacer lasvoces.

Representábame una batalla cuyo campo los dioses hubieran velado paraocultar horroresy de la cual el estampido de los cañones sólo llegaba anosotros al extinguirse en las ondas; sentía toda esa agitación profunda delos que a distancia contemplan un combate realdel que no distinguen sino losrumores y la gigantesca agrupación de los torbellinos del humo que cubre losejércitos. -¿Habrá algún hombrepreguntéque haya llegado en medio deesas nubes?- Sírespondió mi padreyo estuve allí muchas veceslos rayoshan cruzado por encima de mi cabeza y los truenos han reventado cerca de mí. Lemiré como a un ser extraordinariocon asombrocon terrory más aún cuandome dijo que yo también iba a escalar esas mismas alturas. Eso me parecía unsueño: espantábame la idea de excursión [190] semejantepero una fuerzamisteriosa me hacía desearla para muy pronto.

A los pocos días nuestras mulas se detenían al pie de la montañaen elfondo de una quebrada hondacubierta por una selva erizada de espinasentretejida por lazos de enredaderas deshojadascomo cadenas de acero queligasen unos con otros los árboles; se me figuraba el cordaje de un colosalnavío encajado entre las rocas de una montaña submarina que hubiesen dejado endescubierto las aguas; o bienla imaginación hacíame ver serpientesdescomunales enlazadasretorciéndose unas sobre otras en juegos perezosos o encombates hercúleos. La senda apenas cruzaba aquel laberinto infernalparaencaramarse en seguida por las abruptas y empinadas faldasdonde a cada paso seabren cortaduras y grietasque dan a los cerros el aspecto de cráneos partidospor el hacha en una batalla de cíclopes. Las bestias que nos conducen asoman lacabeza a las bocas de los precipiciosrespiran con fuertes resoplidos y levestemblores sacuden sus músculos infatigables. Sienten ellas también el horrorde aquella naturaleza primitivay cuando en los momentos de descanso miranhacia las cumbreslanzan relinchos ahogados como sollozos que hielan lascarnes.

Las tinieblas se adelantan a la nochehaciéndola presentir preñada decatástrofes y de visiones terroríficas; [191] la neblina nos cierra ellimitado horizonte que dejan entre sí las laderas próximas y luego ya no se vemás allá del espacio que ocupa cada uno de nosotros. Las ráfagas cruzanrozándonos la cara como manos de espectros que pasasen en ronda invisibledejándonos solamente la impresión de sus caricias de hieloy se alejan y sedesvanecen en los abismos los ecos de sus risas ásperascomo ruido de vocesque se chocancomo crujido de secos troncos que raja el rayocomo graznidos deaves nocturnashuyendo despavoridas del vendaval inminente.

No puede seguir adelante la pequeña caravanaporque los baqueanos hanperdido los rumbosy el viento ha borrado la senda que serpea entre rocaspuntiagudas y arbustos enmarañados como reptiles interminables; a cada pasoenla profunda obscuridadsentimos garras que nos detienen y rasgan los vestidos ylas carnessuperficies erizadas de muros graníticos que nos estrechan y nosrechazan. Los cardones salvajescual colosales momias alineadas en desordenrevestidos de su cota de malla de impenetrables espinassilban con siniestros yagudos chirridos al cimbrarlos el vientoy nos amenazan desde sus pedestales;los pedruscos que nuestras bestias remueven al costear los precipicioslanzándose al fondoarrastran otros mil a su pasoy por largo espacio sepercibenprimero el rumor creciente[192] y luego el estruendo formidable deuna avalancha que se derrumba hacia los abismos invisibles. De tiempo en tiempolevísimas claridades inundan los senos repletos de nubesy se percibecomoviniendo de muy lejosel eco difuso y grave de un trueno perezososemejante algruñido de un monstruo que soñara en la selva.

Ya es imposible continuar la marcha: echamos pie a tierraobedeciendo alconsejo del guíaextraviado y sin salida en aquel infierno de rocas apiñadasde selvas desgarradoras y de grietas como fauces abiertas a nuestros piespordonde nos conduce a tientasindicándonos las direcciones con gritos queresuenan en la tiniebla como gemidos dolorosos de alma errante que implorasemisericordia. En breve el resplandor de una hoguera se abre difícil paso através de la neblina que nos envuelve; los peones la alimentan con brazadas dehierbas y gajos de árboles arrancados con estrépito; y entoncesen ellimitado espacio que iluminan las llamasaparecen de súbito con sus formasreales los seres fantásticoslos reptiles gigantescoslos sepulcroslasbocas famélicaslos esqueletos danzanteslas garras afiladas y los monstruosque nos amenazaron en las alucinaciones del miedo.

Pero hay algo de extraordinario y de sublime en aquella súbita iluminaciónde la cerrada selvapor las rojas llamaradas de una hogueray en latransición [193] repentina de ese estado de sobreexcitación terroríficaa lavisión clara y perfecta de las cosas que trastornaron nuestro criterio en losmomentos de la fiebre.

Hay siempre un estado intermedioaquél en que se realiza la transformaciónde las visiones en objetos conocidosy en que no bien definidos unas y otrasse produce en la mente esa informe confusión de lo real y lo fantásticode loverdadero y lo soñado. Asípuesel primer cuadro que se contempla provocalas sensaciones más extrañas: las gruesas raíces de los talas añosostorcidos en espirales alrededor de grandes peñascosse nos figuran lasserpientes fabulosas sorprendidas por la luz y haciendo las contorsiones de lafugapara meterse en sus profundas cuevas; las grietas y ángulos de las peñasnos parecen caras deformes que se contraen de súbito para ponerse inmóvilesyen cuyas cavidades relumbran las láminas de talcosemejando pupilasencendidas; las capas de escarcha que caen de las ramas sacudidas por el vientoparecen las blancas vestiduras de nuestros fantasmas arrojadas al emprender lahuida; los árboles raquíticos secados por el incendioson los esqueletos dela fiesta macabrapresos por las marañas y las espinaso rendidos por laagitación de la ronda frenética: se ve a los pájaros volar a esconderse en lomás tupido de los ramajeslanzando graznidos de sorpresa al batir las [194]enredaderas que obstruyen las aberturas; y los esbeltos cactusdispersos comosoldados en guerrilla sobre las faldas empinadasaparecenen efectoalresplandor de la fogataviniendo a calentarse en las llamas del vivac; cruzanen todas direcciones lagartos veloceshuyendo del fuego que invade losescondrijos y las hendeduras de las piedras o de los troncos huecos; losinsectos y las pequeñas avesacurrucados de frío en intersticios invisiblessalen zumbando en bandadasdesalojados por las espesas nubes de humo que surgende la hoguera; y todos estos múltiples detallesobservados en el cortoinstante que la mirada emplea para abarcar el cuadroproducidos en el espacioque ilumina la roja lumbrehieren la imaginación con mayor intensidad que lasextravagantes creaciones del espantoenriqueciendo nuestra memoria conimágenes y coloridosformas y tonos originalesque más tarde hacen suaparición deslumbradora sobre la tela que el pincel animao en el poema que lainspiración corona de luces y satura de armonías. [196]



 

- XIX - El cóndor

Viene ahora a mi memoria -y ¡cómo he de olvidarlo!- el episodio másinteresante de mis viajesel que más hondas sensaciones de la naturaleza haproducido en mi viday el último que hice en compañía de mi padre por lamontaña consagrada en las tradiciones de la familia. Quiero hablar -ya estiempo- de esa ave soberana que tiene en las cumbres su vivienda misteriosayes como el espíritu errante de esas moles en apariencia mudaspero que en lassoledades de la noche como en las del medio díasemejantes por su solemnesilenciotienenno obstantevoz y lenguajerevelaciones y confidencias queel viajero escuchasiente y traducesin poder definir el órgano que lasexterioriza. [196]

Sí; la montaña tiene un alma sensible difundida entre sus infinitosaccidentes; ella da rumor cadencioso y melódico a los árboles; vibraciónsonora a las aristas agudas de las cimas; repercusión cromática a los ecosfugitivos; resonancia de acorde sagrado al viento que roza la abertura de lascavernas; fragor pavoroso al trueno encerrado en las gargantas impenetrables;profundos y majestuosos tonos a las corrientes subterráneasque circulan comoríos de sangre precipitados por colosales arterias; dulzura de somnolientesarrullos a los cantos de las aves menores; formas vivientes a las nubesa lasrocas y a sus sombras fugaces; perfume de incienso místico o de profanosparaísos a las flores silvestres: colorido artístico a las laderasa losbosques y a las brumas que velan los abismosy efectos fantásticos de escenasde magia a los haces de luna caídos al través del follaje sobre las rocas ylos torrentes.

Esto es el alma de la montaña; son las personificaciones que el hombre creasiemprepara dotar de vida a lo inanimado cuando éste tiene la virtud deconmoverlede despertar los sentimientos y excitar la fantasía. No se puedeconcebir cómo aquel arrobador conjunto de sonidos y de visionesno sea larevelación de un algo viviente que anime las rocaslos árboles empinadossobre ellaslos manantiales que surgen de sus cimientos en filtracionesincesantes. Y en verdadla naturaleza tiene siempre consigo[197] formandoparte de su serun signo visible que la personificaya sea el hombreautóctono nacido de la piedraya un pájaro que ostenta su vigor y su fuerzaya una flor que guarda su perfume. Las montañas de mi tierra -los Andes- tienenel cóndorel morador amante de las alturasel ave inmortalque por losecreto de su vida y lo inconocible de sus hábitos domésticosparece unsímbolo indescifrable de la muda pero grandiosa historia de los montesamericanos. Él lleva marcada en la pupila la huella de un perenne insomniocomo en un momento de inspiración lo adivinó un poeta nacionalsin haberlecontemplado de cercay los nerviosos e inquietos movimientos de su cabezacalvapara mirar a las profundidades y a los horizontes lejanossugieren lacreencia de que algo más que la pesquisa de la presa le preocupay puede serel temor de un acontecimiento presentidoque vendrá de ignoradas regionesendía incierto y en son de exterminio.

Expongo en estas páginas las impresiones reales que me causó la naturalezay lo que ellas han elaborado despuéslentamenteen mi cerebro; y deboconfesar que sentí un extraño temor al aproximarse a los parajes donde elcóndor habita. Veíalo recorrer serenocon lal grandes alas abiertaselespacio bañado del soldescribiendo círculos inmensos que parecían no tenerun términocomo esas parábolas en que circulan los cometas que no han devolver jamás [198] a nuestro cielo; su sombra gigantescaproyectada desde laalturarodaba como la de una nube sobre las faldaslos abismoslas cumbres ylos valles. Contemplarlo en el fondo azul del firmamento era lanzarmás quelos ojosel pensamiento por la ruta etérea de su vuelo olímpico. Lo heseguido por largo tiempo con la mirada: hallábame sobre una rocadistante detodo objeto que pudiera impedirme la plenitud de la visióny a la hora en queel soloculto por elevada sierrailuminaba el espacio sin herir la pupila;parecíame hallarme en el mundo del sueñocuando una quimera vanacon formade ángelde mujerde ave o de llama intangiblescruza por los espaciosmentalesy nosotros nos arrojamos tras ella; persiguiéndola lo mismo que en elmundo realsin noción de lugar ni de tiempohasta desvanecersedifundirseya en la sombraya en esas irradiaciones esplendentes que vemos al soñaryque nos despiertan sobresaltados cual si un globo luminoso hubiese estalladodentro del cráneo. Yo no veía más que el azul inconmensurabley sobre latela infinita donde los astros son chispas de fuegomis ojosmi pensamientomi fantasíaseguían fascinados al ave majestuosasemejante a una estrellaapagada que fuese por última vez surcando el firmamentopara sepultarse en elmisterio de las sombras eternas. Por la imperceptible abstracción de mí mismoabsorbido por la idealidadperdí bien pronto la [199] conciencia de la vidayera ya un espíritu alado flotante en el vacíopero fascinado por la visióndel pájaro enigmáticoviajero infatigable que yo seguía sin saber a dóndeni darme cuenta de su derrotero ni de su destino. Cuando el punto sombrío seconfundió con la tinta azulada del éterel fenómeno psíquico convirtiose enalgo que apenas acierto a definir: sentí como si el ser ideal que vivía pormíse hubiese diluido también en el vacíocomo la luz del día se diluye enla media claridad del crepúsculoel aroma de las selvas en el aireo como seapaga la nota musical con las últimas de las oscilaciones de la onda sonora.

Bien pronto las estrellas comenzaron a encenderse en diversos puntos de laesferacomo las luces de un gran templosorprendiendo los ojos; empezaron aacallarse los ruidos y a venir ese susurrante silencio del crepúsculoprimerodulcementecomo zumbido de mariposa incorpóreay después sonoro y límpidocomo voces de flautas campestresde notas interminablesescuchadas a lo lejosen diversas direcciones. El colorido del cielo interiorreflejo del externosetorna por grados en nebuloso y melancólicocomo si entrasen velos finísimossembrados también de luces vagasa apagar los resplandores de la mente;reprodúcese en el alma el crepúsculo del espaciocon sus colores indefinidos;cantos que mueren y murmullos que nacen; ruidos desacordes [200] que se apagan ymelodías somnolientas que surgen; paisajes de la montaña cuyos contornos seborrany cuadros celestes cuyas formasno bien acentuadasaparecen en ellienzo obscuro de la nochemás bien como evocación de nuestra fantasíaqueno dibujadas en verdad por la luz de las estrellas.

Cuando descendí de mi observatorio rústicomis compañeros rodeaban lahoguera que alumbra y reconfortavuelve el vigor al cuerpo y enciende alegríaen el espíritudespués de aquellas ásperas y riscosas jornadas por lossenderos montañeses. De un lado se levantaba una muralla de ciclópeas masasgraníticas y cavidades profundasrematando en un cono cuyo vértice apenas seadvertía en el fondo del cielo sin lana; las llamasavivadas a menudodejábanme ver la puerta irregular de una enorme grutaque hoy recuerdosemejante a la que daba entrada en el reino doloroso al viajero florentino;sentí al mirarla una vaga impresión de frío en todo mi sery volviendo losojos al lado opuestola pendiente tenebrosael horizonte estrelladoaundebajo de nosotrosme sugerían la más perfecta ilusión de encontrarnossuspendidos en el espacio.

El arriero de la tropaun negro de los muchos descendientes de los esclavosdel Huacorefirió después un cuento fantásticode esos que nunca se olvidansi se oyeron en la niñezy en los cuales aparecen gigantesbrujas y hadashabitando cavernas [201] lóbregaspero en cuyo interior poseen palaciosencantadosverdaderos mundos ocultos donde la luz es deslumbrantelas aromasembriagadoraslas músicas de infinita dulzuralas mujeres prodigio debellezadotadas de maravilloso poder para transformarse en floresen humo y enaves de plumajes y cantos desconocidos. A medida que el cuento se acercaba altérminolas llamas de la hoguera languidecían; estrechábase el círculo desu reflejo luminosoy el sueño cerraba mis ojos gradualmente. Recuerdo que lasúltimas palabras del narrador referían cómo el gigante de su historiadespués de encerrar en un cofre de oro la nubecilla en que había convertido ala beldad robada -la hija del rey cercano- emprendió el camino de la montañay sumergiose en la negra boca de la cueva ignoradaen cuyo fondo hallábase sumagnífica viviendaservida por genios que él forjabaque brotaban del techode los [...] y del airepronunciando palabras mágicas... Cerré los ojosnosin dirigirlos por instinto a la profunda cavidad del murodonde se rompíanlas ráfagas con bramidos extrañoscomo la fiera perseguida que embiste a lacuevay retrocede rugiendo si ve al perro heroico a la entrada del inexpugnablerefugio.

Bien poco duró mi sueñoporque la fatiga de tan violentas sensaciones másbien lo ahuyenta que lo procura; a lo cual se añadía la influencia de laobscuridad [202] con sus vagos terrores y sus voceríos interminables; el fríointenso de ese vientecillo de las noches límpidas de inviernoen que lasestrellas brillan sobre el profundo azul como pupilas húmedas de lágrimasnacientesy en que el rocío se palpa y se congela sobre las rocasel céspedy los árbolescual si todos hubiesen amanecido llorando por causa de un sueñotriste. Vinieron a interesar mi atención unos rumores para mi desconocidosquellegaban del lado de la gruta: parecía como si en el fondo habitasen gentes desiniestra vidao seres sobrenaturales que celebrasen asambleas tumultuosasconferencias a media vozpláticas entrecortadasceremonias de cultos secretosen los cuales desfilasen numerosos concursos al son de cantos graves y roncossin modalidades ni gradaciones de notas largas y solemnescomo coro de monjesen un subterráneoo biende súbito representábame la imaginación una Salamancadesconocida de los hombres de la comarcay esos ruidos eran los ecos lejanos delas fiestas horripilantes de brujas y brujos asquerososentremezclados condemonios en vacacionesconcurrentes con permiso del rey del abismo: se oía losestruendos de las danzas grotescas y brutalesse adivinaba los trajes y lasactitudes obscenaslas rondas desordenadaslas risotadas estrepitosascombinadas con una música de sonidos sin resonancia ni vibracionescomo si setocara para que bailasen condenados a [203] muerteen el mismo tambor de laejecución; luego un hondo silencioy después una ilusión diversa; oíase conclaridad casi indudablepalabras de timbre solemnecomo de general que dieseórdenes terminantes a secas en una avanzada nocturna; chasquidos de alasinmensas que se baten con fuerza para emprender un vuelo precipitadosilbandoen seguida al cortar el aire; crujir de huesos roídos por dientes de aceroyaplicando con mayor intensidad el oídose percibía muy levepero distintoel piar de polluelos que se aprietan debajo del ala materna para abrigarse todosa un tiempo.

Este conjunto y sucesión de imágenessuscitadas por tan extraños ruidosfueron de tal manera sobreexcitando mi imaginaciónque llegué a sentirverdadero terrorhasta figurarme que esa gruta era realmente la guarida dealguna legión infernalque deliberase el modo de arrastrarme a sus cuevasinmundas y despedazarme en un festínen el cual mi sangre sería el licorservido en cráneos de víctimas antiguas. No me atrevía a respirarpor miedode que al mover mis ropasadvirtiese algún espía de la endemoniada turba mipresenciay hasta los latidos de mi corazón me parecían repercutir conestrépito en aquella soledad y en esas alturasdonde los ecos son tansusceptibles y fugacesque no pueden guardar secreto de la caída de una hojani de la levísima inclinación de la flor donde se posa una luciérnagaerrante. [204]

Hice un supremo esfuerzo de valor y abrí los ojos. El alba sonrosadadibujábase ya en el horizontelos astros palidecíanlos vapores acuosos delrocío recogíanse en las hondas quebradasen masas densas coloreadas de casiimperceptible rubor. Sobre el agudo pico de un cerro próximo asomó radiantecomo una explosión de luzel astro de la aurorael planeta que viene delOriente derramando torrentes de amor. Volvime ansioso a ver la gruta de losrumores nocturnosy lo que en ella contempléno ha de ser pintado en unafraseporque es un poema de primitiva grandezadonde lo nuevolo virginal ylo sublime hacen que la mirada se suspenday el alma se sujete a lacontemplación de sus cuadros y escenas sucesivasimpregnadas de solemnidad yde religioso misterio. Era el despertar de la gruta de los cóndores a lasprimeras claridades del díay en medio del himno naciente que saludaen todala tierra y en todos los climasla vuelta victoriosa del padre de la vida.

Silencioso y con paso mesuradopero solemneun enorme cóndor de plumajegris obscuroasomó de la cueva y se detuvo en un ángulo saliente de la roca;movió el cuello para probar sus músculosabrió las alas en toda su amplituddesperezándose de la inacción de la nochey sacudiendo con violencia lacabezalanzó un poderoso graznidoque voló a confundirse con los cantos quede todas partes surgían [205] en honor de la mañana. Era el himno informe yrudo de su garganta de aceroentonado en pleno espacio; era el grito de alertaenviado a las cumbres altísimasescuetas y desoladasa las nubes que lascoronaban aún porque reposaron sobre ellasa las selvas profundas y a losvalles distantes; era la voz del soberanoadvirtiéndoles que iba a emprenderel viaje cotidiano por encima de todas las alturashasta que el sol se ocultasede nuevo tras las cordilleras inaccesibles.

¡Cómo resonó en mi oído aquel eco ronco y fúnebre! Yo pensaba en laatronadora canción que él habría entonado en ese instante a la naturaleza y alos cielos abiertossi Dios no lo hubiese privado para siempre del supremopoder de la armoníaal dotarlo de la fuerza y darle por dominio lo ilimitadolo invisiblelo insuperable. Se advierteen su concentrado y siniestrograznidola desesperación de esa terrible condena. ¡Ahcómo repercutierande cumbre en cumbre el ¡salve! gigantesco a la alboradadesde las solitariasregiones de las nubes; el heráldico anuncio de sus paseos triunfales; el salmograndioso de su culto al astro que enciende las antorchas del mundoy eltitánico himno de victoriacuando suspendido como un punto en las alturasdivisa cual una leve sombra las montañas seculares! ¡Y con qué sublimes yproféticos acordes haría a la América la revelación de sus secretosguardados por tantos siglos[206] y destinados a perecer con el últimovástago de su raza! Él también cantaría sus amores ignoradostranscurridosen el fondo de las grutas al calor del nidoo en la región de las nubes alcalor del sol; los sueños de grandeza y los vértigos de lo altoque lo acosancuando se cierneinvisible a la tierray creyéndose muy cerca de otrosmundos...

Largo rato permaneció de pie sobre la aislada piedracon los ojos fijos enel Oriente por donde el día se acercaba con rapidez. De pronto batió las alasvoló un corto espacio hacia adelanterozando con las garras las copas de losárboles y las aristas de las rocasy entonces se remontó vigorosode un soloimpulsohasta una inmensa alturadesde la cual emprendió su peregrinaciónpor las desconocidas y remotas rutas del firmamento.

Pero en seguida el cuadro de la gruta se ofrece más animadomás risueñomás gracioso. Empiezan a salir uno a unocon aire grave y pensativoloshabitadores de la sombría viviendahasta formar bien pronto un enjambremovedizo y bulliciosocon sus medias voces de tonos y modulacionesincalificablesretozando a pequeños saltos sobre una ancha terraza de piedralajapersiguiéndose unos a otrosgirando en reducidos círculosyendo aposarse en una piedra muy próximao en la copa de un árbol de la que erafuerza levantarse antes de asentar todo el pesoporque la rama se encorvabacrujiendo; [207] entrelazándose los arqueados picoslos cuellos sin plumas ylas garras negras; jugaban como niñoslocos de contentoal sentir losprimeros tibios rayos del sol de invierno que se levantaba disipando las brumasmientras dos o tres viejos patriarcasinmóvilessoñolientosdesveladosloscontemplaban impasiblescomo abuelos rodeados de sus nietosindiferentes enapariencia a los encantos del nuevo día que lentamente volvía el vigor a susalas entumecidas. Los polluelos salieron también a ensayarse en los primerosejercicios atléticos; emprendían vuelos cortos seguidos de un cóndor viejocomo para adiestrarlos y protegerlos en cualquier desfallecimientoy regresabandespués a la terraza de la grutadonde los esperaban otros que a su turnopartían a los mismos paseos.

Era el espectáculo de una familia numerosa y felizen la cual lasocupaciones se comparten con método y se ejecutan con matemática uniformidad.Luegocualquier ruido extrañoel relincho de un huanaco asustadizoelderrumbe de una piedra desquiciadael grito de un campesino que pastorea suganadotraen súbita alarma al seno del pintoresco cuadro; todosmenos loschicuelostoman la fuga por las sendas aéreasen direcciones distintashundiéndose los unos en vuelos oblicuosen abismos insondablesdesapareciendolos más entre las serranías lateraleso perdidos de vista por la distancia.[208]

Desierta quedó la granítica vivienday ni un leve ruido salía de susentrañas. Sentí viva curiosidad de penetrar en ellay descubrir por mispropios ojos el secreto de aquello que yo creí una guarida de brujaso unsalón subterráneo de la corte universal de Luzbel. Seguido del criadotraspasé el dinteltan alto que no me fue preciso inclinar la cabeza; marchabasobre un pavimento de grandes rocas encarnadasy por debajo de una bóvedacuyos troncos y arcos no se derrumbarán sino por el sacudimiento terrestre quederribe la montaña misma; porque el admirable arquitecto que la construyera nohizo más que horadar una mole compacta con el más sutil y poderoso de losinstrumentos -el agua - experimentándola con la más irrefutable de las pruebas-los siglos.

A cada palmo que adelantabala obscuridad se hacía más profundaynuestras voces repercutían con esa resonancia propia de los subterráneos; peroluego fuimos sorprendidos por una claridad que parecía venir de una altaclaraboya abierta en la parte superior del cerro: y al llegar adonde el haz deluz hería el fondo de la cuevamiré hacia arribay muy altoa través de laabertura por donde respira el pulmón de la montañapude ver el azul delcieloy algunas aves cruzar por delante de élcomo se ven pasar loscorpúsculos errantes de la atmósfera por el campo de un telescopio. Reinaba elsilencio; [209] ni una respiraciónni un graznidoni un murmullo quedenunciasen la presencia de seres animados. Los cóndores habitadores de lacaverna la habían abandonadopara volver a la noche a ocupar sus nidos cavadosen el granito por las filtraciones incesanteso por las férreas garras enalguna blanda masa de greda o arcilla; y tambiénformado de ramas de árbolesde la comarcaen la época de los amorescuando todas las aves circulan por elespacio llevando en los picos gajitos secosmanojos de paja mullida yamarillentahojarasca desprendida por el vientopara preparar los lechos delas futuras madresy al mismo tiempo las cunas en que han de abrigar a suspequeñuelos. Hacia arriba la gruta se extendía en graderías imperfectas peropracticablesy en los muros veíase amplias cornisasnichos de imágenesausenteshendeduras y cavidades que parecían otras tantas grutas lateralescuyos fondos quedarán ignorados para siempre de los hombres.

A la media luz de la inaccesible boca de la cuevavi lo que puede llamarseel nido del cóndor: y en verdadinvitan a la reflexión más gravela rígidadesnudez y la pobreza estoica del lecho en que descansa de sus viajesimponderables el rey del mundo alado de América. Él impera sobre las cumbresdomina las más altas tempestadesasiste a los ventisqueros aterradores y a laserupciones [210] volcánicas; preside a la formación de las nieves en la nube yen la rocalucha victorioso con las más bravas corrientes atmosféricasrompiéndolas con el borde de las alassin alterar la serena majestad de suvuelo; sacrifica para su alimento multitud de seres vivientesy conoce tesorosocultos por los cuales la humanidad promovería guerras exterminadoras: y noobstantesu vivienda es una gruta fría y desnudaque el viento azotael rayocalcina y la lluvia anega; su nido es el hueco de la piedra donde rara vezdescansa su cuerpomanteniéndose de piecubierto con su propio plumajecuando no pasa las noches a la intemperiesolo como un espíritu malditosobrela última roca de una cima ennegrecida por el rayo contemplando el eterno ymudo rodar de los mundos luminososy a sus pies la sombra de la tierrainmensay difusa como el vacío en que resonó por vez primera la palabra de Dios.Problema impenetrable es esesin duda: la vanidad de nuestra miserablenaturaleza humana no se sacia jamás de poderíode esplendores y de fugitivasgrandezas terrenalesmientras hay seres que repudiando lo que ella adorainsomnes eternos del pensamiento y de la hermosuraluchan sin reposo contra lasleyes de la vidacon la única esperanza de alcanzar la región de la luzsempiternade la contemplación infinita de la belleza originaria eimperecedera! [211]

Sí; el cóndor es un ave simbólicade esas en cuyas formas y hábitos lospueblos sintetizan los más altos ideales; el fénix mitológico era laencarnación de un estado del espíritu; el águila representa otra tendenciadel alma humana; el cóndorhijo de la Américatan antiguo por lo menos comosu edad históricaes la más altala más grandiosa representación de susdestinos en la vida y de los caracteres predominantes de su naturaleza; ylimitando la extensión de la ideapuede decirse que él sería un emblemaperfecto de las inteligencias superioresde los que iluminan la marcha de lahistoria desde las alturas del pensamiento purolibreimpecableque noabandona la órbita invisible pero real en la cual ejercita su fuerza increaday desde la cual envía a los hombresen forma de creaciones y de dogmaslasverdades sucesivasarrancadas de misteriosas y primitivas fuentes.

¿Dónde están esos focos de luzque de tiempo en tiempode siglo en sigloenvían a la humanidad sus rayos salvadoresencendidos como fanales paraalumbrar senderos desconocidosen la tiniebla donde se descamina y desorientaconturbada y desviada de los caminos rectos? ¿Por qué cada uno de los queconstituyen la peregrina grey de Adán no ve la misma antorchani oye la mismavozni siente la misma inspiración en medio de la selva obscura? Cuando elhombreel pueblola multitud de los pueblos [212] vagan extraviados en eldesierto de las pasionesde los errores o de los instintos rebeladosenciéndese una nube en el Sinaíy hablan los relámpagos con la voz deltruenolevántanse las miradas a la cumbrey una sublime visiónun hombreanciano como la sabiduríaenseña los ígneos caracteres reveladores delmisterio que perturba los sentidoslos afectoslas inteligencias. Avanza enfilas ordenadas y al son de cantos marciales por la ruta abiertadurante otrossiglosy la intrincada selva cierra nuevamente el pasoy los gritos dedesesperación y de angustias llegan a las alturas envueltos en densas sombras.Pero arde de súbito el incendio; al resplandor de las llamas que iluminanespacio aparece una mano fulguranteseñalando el derroteroy se oye unapalabra profética: los pueblos la escuchanla obedecen y resuenan de nuevo loshimnos marciales. Pero los que no alzaron la cabeza para contemplar la nubeencendida por el rayoni la aparición celeste al rojo fulgor de la hogueraquedaron aprisionados para siempre entre las zarzas y las breñas del bosquetenebroso; y ya no repercuten sus gritos de dolor o de furiani se despejan lasnieblasni voz alguna les habla desde el firmamento.

La historia es una inmensa llanura donde alternan a vastos intervalos losdesiertos inconmensurables con los oasis regeneradoreslos laberintos sin [213]salida con los valles de verdor eterno y corrientes de cristaly la razahumanaviajera sin reposono tiene otros guías que los astroslas cumbreslos relámpagos y los incendiospero siempre la luz y las alturas. Por eso lospueblos que se salvanmarchan con la mirada fija en las cimas y el pensamientoen el idealy en todos los tiempos hicieron de las grandes aves emblema de eseinstintode ese anhelo insaciable de lo altode lo desconocidode losobrenatural. ¡Ohsi mi patria no olvidase que hacia el occidente se levantanlas cumbres más elevadas de Américay que más arriba de ellas tiene suregión soberana el cóndor de los Andes; que por ellas cruzaron las legionesheroicas de otro tiempollevando una gran luz como signo de redención y unpensamiento como arma invencible con cuánta claridad aparecería sobre el fondoazul del firmamento la visión del porvenirque en vano busca hoy en horizontesnebulosos e indecisos! Allísin apartarse nunca de sus montañas amadaselcóndor espera sin cesarinquietosilenciosoora perdiéndose en alturasinfinitas para divisar más lejosora emprendiendo viajes a regiones remotasla hora de entonar su primero y último cantoel canto de la glorialevantandoentre su corvo pico hasta los astros un jirón de esa bandera que tiene el azulde su cielo y la nieve de sus cumbrespara ungirla con luz de sol a la vista dedos mares! [214]

Desierta está la guarida de los cóndores; el esplendor del día los seduce;la ignota ley de su destino los impele a errar por los airesy a ellos selanzan todosdispersossin más consigna que escudriñar lo recóndito yemplear la potente garra para alimentarfortalecer y prolongar la vida. Lamadre asiste a los hijos jóvenes en los trances peligrososvuela lo que ellospueden volary cuando los rinde la fatigareposan sobre una rocaparaemprender de nuevo la peregrinación. Muchas vecesno obstantese los verevolotear en enjambre a grandes alturasen círculos concéntricosalrededorde un solo puntoy sin que su ronda parezca tener fin; todos miran hacia latierraal fondo de un valle o al interior de una selva. ¿Quién ha tocado lallamada que los congrega desde tan remotas distancias? Uno de ellos olfateó odivisó la presa al pasary levantándose a enorme alturapara que lo vieranlos más lejanoscomenzó a girar sobre aquel parajedonde una víctimaolvidada del cazadorla mula viajera caída de cansancioo la cría abandonadaal nacerpor el ganado o el rebañoofrecen alimento a todos los cóndores dela comarca. Aquella es la señal convenida de reunióny uno a uno van llegandoy siguiendo al primero en sus círculos interminableshasta hacer imposiblecontar el númeroy hasta nublar levemente el solcomo una negra tela que elviento removiese sin cesar; y parecen acometidos [215] de vértigosebrios dedar vuelta por la misma órbita; la vista se fatiga en vano siguiéndolosporque ninguno desciende al plano mientras un vago peligrola presencia de unobservadorun viajero que costea a lo lejos una falda del monteuna nubecillade humo que anuncia vivienda humanales advierten que el festín va a serinterrumpidoo que tal vez ha mediado el ardid del hombre para darles caza.

He observado mil veces esta escenaya durante mis viajesya desde el viejocorredor de un rancho de la haciendaperdido entre los valles de la montañaoentre las rocas de una ladera pastosa. Mas quiero situarme en lugar solitariopara transmitir lo primitivolo salvajelo grandioso. El día se ausentabayel enjambre de los cóndoresseguía girando con la misma estoica serenidad enremolinos innumerables; repercute de súbito el eco de un ruido extrañoquelas ráfagas conducen de muy lejosel relincho del potro indómito que pace yretoza en sitio distanteo una piedra que se desquicia y se estrella conestrépito detrás de un cerro vecinoy se ve entonces a uno de los buitresdesprenderse solo de la ronday volar hasta el punto donde resonaron elrelincho o el derrumbevolviendo en seguida a continuar la gira. Si durante eldía no han desaparecido sus temoresno abandonarán la regiónaunque lanoche los sorprenda; antes bienla esperan[217] porque a su amparoy cuandotodo descansaellos descenderán al fin a gozar tranquilos de la ansiada cenaen la cual la res exánime se rodea y se cubre de aquellos voraces y silenciososconvidadosque la desgarranla mutilanla descuartizanla desmenuzanarrancándole jirones de carneabriéndole el vientre con sus cuádruplespuñalesque luego son garfios para extraer cada uno una víscera: el corazóndesprendido de sus profundas raíces; el hígado chorreando sangre negra; losintestinos dispersos o enredados como cuerdas entre aquel laberinto de plumosasy calludas patasque se los disputanestirándolos para cortarlos en pedazos.Allá uno ha enterrado sus férreos ganchos en la cuenca del ojo inmóvil de lavíctimay apoyado en la pata izquierda tira con fuerza hercúlea; óyese unseco estridor de fibras y músculos que se rompeny el corvo pico rasgadespués la suplicante pupila.

El cuadro se desarrolla en un rincón tenebroso de la selva; la hambrientabanda ejecuta la fúnebre tareasin darse reposo; sólo desprenden del conjuntolos fatigosos resoplidos le la horrible y trágica faenay de tiempo en tiempogruñen y graznanahogados por los trozos engullidos a prisapara volver máspronto a renovar la ración sangrienta. Cuando ya no queda sino el desnudoesqueletoy en torno suyo los grumos de Sangre amasados en el polvo[217]formando un charco infecto y nauseabundo; cuando cada comensal se aparta de lamesa por sentirse hartoo porque antes se agotara la provisiónempiezan alevantarsecomo a escondidasvolando a las rocas próximasdonde limpian lospicos frotándolos como cuchillos contra la piedra. Entonces comienza aadormecerlos ese vago sopor de las digestiones lentasencogen el cuellohundenla cabeza entre los arcos superiores de las alasy por breves instantes secierran esos rugosos párpados que por tanto tiempo no se juntaronni en lasdeslumbrantes irradiaciones de los soles estivalesni en las tinieblas de lasnoches pasadas de centinelas sobre las cimas estremecidas por el trueno o porlas convulsiones internas... Despuésun gigantesco rumor de alas que azotan elaire y las ramas en medio del abismoy a desparramarse de nuevo más arriba delos altos dorsos de piedraen el espacio estrelladopor donde sus sombras sedesbandan como nubes de tormenta que el viento dispersa de súbito. Ya pagó sutributo a la miseria de la carne el señor ideal de las etéreas comarcas; elmisteriola obscuridadvelaron el acto salvajeel momento prosaico del rey delos dominios inmensurables de la luz!

Para apresar a este osado ocupante de la hacienda ajenasólo en virtud deese derecho inventado por los fuertes y los poderososel hombre ha debidorecurrir a la astucia y al venenoporque se siente incapaz [218] de perseguirloen su vueloy porque sólo así la humanidad ha podido vencer a los grandesrebeldes a sus leyes y a sus dogmas. Yo he visto también al indomable cóndorcaer en manos del campesino montañés. Cuandoconduciendo el ganado por losdesfiladeros y las agudas cuchillas de los montesalguna res se derrumba yqueda entregada a la voracidad de las aves carnicerasél espera la noche paratender la celada a los convidados del banquete próximoque ya se ciernen sobrela víctima a alturas increíblespara descender sobre ella en el silencio delas sombras; impregna de mortífero ungüento la carne muertay escondido alarga distanciadentro de una piedra socavada por las aguaso en parajecerrado por tupidas e impenetrables ramasaguarda la catástrofe. El hambrecongrega a la negra multitud sobre la presa; comenengullendevoran con ansiacon desesperación e inquietud por marcharse prontoy con la avidez de unaprolongada abstinencia; y cuando llega el instante de emprender la fuga desospechados peligrossienten que sus alas no tienen vigorque los músculospotentes que los agitan y los sostienen sobre los vientos y las calmas de laatmósfera se vuelven flácidos y débilesy ya no pueden siquiera levantar elpeso de las plumas que los visten; desmayoaniquilamientoagoníainvaden suscuerpos antes invulnerables; se esfuerzan por huiry se revuelcan como ebrios;abren los picos[219] untados aún en el cebo de la carney los resoplidos dela angustia resuenan ahogadospavorososhorribles; uno tras otroenconfusiónlanzando postreros graznidos que retuercen el alma y erizan elcabellovan cayendo en espantosa lucha con la muertemordiendo la tierra conira satánicaazotándola con aletazos ferocesrasgándola en hondos surcoscon sus garfios aceradoscomo queriendo arrancarle las entrañashasta quepor últimodespués de un estertor de intraducible resonanciaabandonan sucuerpo al polvoextienden el rugoso cuelloy abriendo en toda su extensiónlas gigantescas alasexpiran... [221]



 

- XX - Una cacería

Debíamos en breve tiempo abandonar por muchos años la tierra nativaparair al célebre colegio de Monserrat a emprender nuestros estudios superiores; mipadre mantenía el secretoy aquella visita a las montañasdonde tenía lahacienda hereditariaera la de despedida. Nada nos dijo entoncespor temor deentristecernosy sólo ponía todo su cuidado en hacernos gozar con hartura delos espectáculos de la naturaleza y con las escenas de la vida campestreenlas cuales tantas veces fuimos actores durante la infancia. Yo sorprendí suconversación con el capataz una nochea la hora en que todos dormían sobresus camas de viaje tendidas en el suelo[222] dentro del patio del rancho depircalimitado por un cerco de largas vigas amarradas en doble hilera sobregruesos troncoscomo para resistir al empuje de los toroscuando embistenencolerizados o luchando entre sí.

«Estos pobres muchachos -decía mi padrecon profunda melancolía- ¡quiénsabe cuándo volverán a estos lugares en que han sido tan dichosos! Yo mesiento viejoy una enfermedad incurable va consumiendo mi vida: hasta tengomiedo de separarlos de míporque quizá no vuelva a verlos... Mañanaalsalir el soldisponga la gente de la estanciay los perros y todo; nospondremos en marchaporque quiero mostrarles los límites de lo que ha de sersuyo cuando yo mueray para entretenerloshágalos ver una corrida dehuanacos.»

Yo lo oíy cubriéndome hasta la cabezame puse a llorar convulsivamente.La partida a Córdobaen marzoera para mi una separación eterna; y ya pudeexplicarme la tristeza de nuestro pobre viejoy por qué se quedaba siempresolo detrás de la caravana cuando marchábamos; por qué guardaba silencios tanprolongados y por qué se esforzaba para reír y darnos bromasmostrando unbuen humor excesivo y extemporáneo.

Pero muy pronto vino a distraerme el movimiento de los aprestos para elviajelas llamadas a los campesinos para mandarlos a traer las bestiaslas[223] órdenes minuciosas del capatazlos fuegos encendidos para hacer luz ypara preparar el desayuno de los expedicionarioslos cantos y los silbidos delos peonescuando en medio de la obscuridad se internaban en las quebradasdonde pacían las mulaslos bramidos del ganado en todas direccionesmultiplicados al infinito por los ecos de tantas serranías.

Entretanto venía el albaasomándose como muchacha enclaustrada por lasrendijas abiertas entre unos y otros picos de la sierra vecinay empezaba acorrer ese airecillo helado de las mañanas montañosasquedado como unamemoria del invierno que se vay un anuncio de la primavera que llega: pero queviene a verter en nuestro ambiente todos los aromas de otros valles distantesya levantar ese olor peculiar de las aglomeraciones de ganadoque hace abrir lasfauces con avidezen vez de cerrarlas con repugnancia. Centenares de ternerosencerrados por la nocheclaman casi con acento humanotodos a un tiempoporla ubre maternaalzando un vocerío aturdidor. Las mujeres de la hacienda salenluego con grandes cántaros y tinasasentados en la cabeza sobre el pachiquilhecho de hojas de retamillo o de algarrobos nuevosy arrollados en los desnudospero fornidos brazos los tientos para amarrar las crías impacientesmientras ordeñan. Corremos a presenciar esta faena y a aprovechar la lecherecién salidacaliente [224] confortante y coronados los vasos de espumaquesorbemos a todo pulmón.

En otro sitio se sacrifica una vaca para el avíorecogiéndose en bateas lasangre para los galgos y los «bulldogs» de presalos amigos de cuyacompañía y auxilio no es posible prescindiry en aquella época gozaban defama y de respeto en toda la comarca dos de ellos: Humaitáel rey de lajauríacorpulento y membrudo como un leóny a cuya fuerza no hubo novilloembravecido ni venado gigantesco que resistiesen; y Curupaytímenudo comoardillapero astuto sin rival para elegir la parte donde había de morder a lapresa cuando se apartaba del rodeopromoviendo el desbande de lasdemásy asídejábala sin movimientoo entre todos la derribaban.Respetábamos a Humaitáasí como a un semidios de la fuerza; queríamos aCurupaytí porque era travieso y cariñoso con los amitosmientras en elprimero veíamos un señor terco y gravegruñidor y déspotaquesi bien nonos ofendíanos trataba con cierto desdén. Mi padre lo amaba con locura;confiaba en él la vidacomo en una potencia sobrehumanay por el eco de susbramidos huecos y estentóreosy por el vigor de su férrea musculaturalobautizó con el nombre de la fortaleza paraguayadonde tan alto resplandecierael heroísmo argentino. Manteníase a su lado cuando dormía en las soledadesdesiertas del montecon la cabeza erguida [225] sobre el robusto pechoextendidas las manos en actitud de emprender un súbito ataque y con los ojosabiertosbrillando como carbones incandescentes a la sola claridad de lasestrellasy aun en el seno insondable de las neblinas.

Alegre y bulliciosa emprendiose la marcha por un amplio y pastoso valle conondulaciones de ola mansa al principioy luego con asperezas y sinuosidadesángulos y desfiladeros propios de esa región salvaje y primitivadonde sólotransitan los ágiles huanacos y las cabras monteses. Marchaba a la cabeza lajauría capitaneada por Humaitácon su lugarteniente el festivo Curupaytíalcostado; el primero grave y silenciosocon aire de portaestandarte realelsegundo movedizo y desordenadosalíendose a cada instante del grupo paradisolver alguna reunión de caranchos o de cuervoso perseguir una llantasolitariao un yacopolloque bebía a pequeños sorbos el agua dealgún agujero horadado por las lluvias sobre las piedras de los torrentes.Humaitá lo mira de reojoentornando las pupilas enrojecidas con gesto dereprensión más bien paternal que de dominioy sólo se permite una variante ala monótona regularidad de su trotecuando en los espesos matorrales de garabatoentre los olorosos bosques de chilcaso las verdes selvas que en lasmárgenes de los arroyos forma el palanchide grandes y aterciopeladashojasasoma la cabeza altanera algún torito [226] retozón y engreídoamenazándolo con su aspecto bravíocomo de mozo pendenciero. ¡Eso sí queHumaitá no lo tolera! y lanzando su ladrido formidableque repercute de cumbreen cumbrede un salto se precipita sobre el osado provocadora quien elsúbito espanto pone en fuga hacia arriba por las empinadas pendienteshastaque el noble perrosatisfecho su legítimo orgullovuelvecomo sonriendo deuna travesuraa recobrar su puesto en la columna viajera.

Plácido está el día y lleno de sol otoñal que no deslumbra ni quemaperoaclara la atmósfera hasta hacer perceptibles los menores accidentes del cielo yde la tierraya fuese en las más lejanas serraníasya en los valles vistosde tiempo en tiempo por alguna abertura repentinaentre dos conos eminentes;porque los senderosora buscan el lecho arenoso de las corrientesora costeany ascienden en ziszás los planos inclinados de las cuchillaserizados depeñascos y de zarzaso remontando hasta las cumbres mismasnos permitenpasear la mirada por los cuatro vientosdominando horizontes remotos en cuyosfondos turbios o azulados se dibujan al occidente los Andes limítrofesaloriente la llanura inmensaque sólo termina allí donde los anchos ríosconel caudal inagotable de sus vastos senosvierten en el océano el limo fecundode la tierra argentina. Allí hay que suspender la marchaporque los ojos sedifunden [227] en el espacio abiertolas almas sienten impulsos de alasgigantescas por lanzarse más arriba de los más altos vérticesy los pechosdetienen su batir incesante para absorber en un diástole prolongado la infinitaplenitud de los aires... Sacuden el espíritu ansias de dar un gritoinarticulado y salvajeque fuese como el estridor de un clarín del empíreoevocador de mundos extintosque llegase a sacudir las aristas esfumadas de losvolcanes más remotos y a sublevar las olas de los mares invisibles.

Alegre y bulliciosa sigue la partida; los ecos multiplican en diversos tonoslos ladridos de los perros y los gritos y las risotadas de los peonespuestosde buen humor por la perspectiva de la fiesta; las mulascontagiadas delgeneral contentorelinchan tambiény con las narices abiertas al aire plenolanzan resoplidos formidablescomo a media nochecuando presienten al león enlas proximidades del paraje donde pastany cuando retozan sueltas de su carga yservidumbre. Pero ya nos acercamos al valle amplio y dilatadodonde loshuanacos acostumbran congregarse a tomar el sola revolcarse y desflorar lahierba nacientesiempre en grupos capitaneados por el relincho de alto yredondo cuelloel cualal propio tiempo que gobierna la tropillase encargade vigilar los caminos y dar la primera señal de alarmaapenas ha divisado elpolvo sutil que levantan [228] las cabalgaduraso ha percibido con oídofinísimo sus pasos cautelososmientras descienden las cuestas o marchanocultas entre los matorrales de las quebradas.

Cuando la entrada al valle se acercahay que combinar el plan de ataqueporque las tropas de huanacosdescuidadas y en abandonopacen o descansansobre las blandas arenas que las crecientes dejaron aglomeradasformando eltapiz mullido de las vegas. Distribúyese la gente según el plan estratégicopara cerrar las salidas a las ágiles manadaspara evitar su fuga del círculode cazadoresy para facilitar la carrera y el funcionamiento del lazo y de las bolcadorasen terreno abiertoo bien para obligarlas a pasar por parajes estrechosdondeserán aprisionadas sin más recurso. Cuando cada uno ha ocupado la posiciónseñaladalas cinchas están bien seguraslos lazos armados y fuertementefijos por la presilla del extremolos perroslos héroes del combategruñende impacienciasujetos del collaresperando el grito de guerra.

Hay un momento de solemne agitación en todos los pechosy de pensar en lospeligros que antes el entusiasmo no dejó calcular ni prever. Nosotrosmi padrey mis hermanosapostados sobre una colina dominantepresenciamos con lasemociones más profundas y diversas el cuadro que comienzala escena de corteépicoiniciada con espantoso estrépito [229] de relinchos de furoraullidosde peleagritos desesperados y desacordestropel de angustiosas carrerascrujidos de ramas rotasalaridos feroces o dolientes de lucha a muertey todoreproducido por los ecos y cubierto por nubarrones de polvo.

Humaitácontenido con gran esfuerzo por los gritos de su amo y por la manoférrea de un negro atléticono pudo esperar más tiempoy lanzando unladrido que estremeció las serraníascual un toque de carga en trompaguerreradio la señal de la lidy de un solo saltoun salto inverosímilcayó de improviso en medio de la tropacomo desde el follaje de un árbol caede súbito el tigre sobre el rebaño que pasa. Un relincho agudísimo ydolientemezcla de furor y de espantole respondey levantando un torbellinode arena la manada emprende desesperada fuga.

Los galgos de cuerpo flexible y elásticodescuélganse a la vez desde susescondrijosy cual si obedeciesen una orden militarcada uno elige la presaque ha de perseguir y aprehender; el viejoel hercúleo Humaitácomo esosreyes de los tiempos heroicos que combatían a la cabeza de sus soldadosbuscaentre el tumulto al padreal jefe de la tropa enemigaun enorme huanaco dealto y musculoso cuellode corpulencia colosal y de carrera tan velozqueapenas puede distinguirse su contacto con la tierra; el noble perro le sigue decercasin pararse [230] en breñasni en rocasni en hendedurassobre lascuales salta como si tuviese alas invisiblesy de tiempo en tiempo interrumpeel terrible silencio de aquella persecución a muerte con ladridos de furia y deamenazaque redoblan el espanto y la desesperación de la gigantesca presaydifunden por el aire presentimientos fúnebres.

Pero el valle no tiene salida salvadoray así que el huanaco perseguidoembiste a la boca de la quebrada espinosa y profunda para escapar por sus sendasimpracticablesasoman los cazadoresapostados para cerrarle el pasoamenazándoloaterrorizándoloaturdiéndolo con boleadoras lanzadas a lospiescon golpes secos sobre el guardamontey gritería infernal repetida ymultiplicada por la repercusión; el huanacoque aún no ha vencido el horrorde la primera sorpresaal estrellarse en nuevos y mayores peligros no yarelinchasino ruge con estridentes vocesy para huir a otros rumbosparasalir ileso de la emboscada y del ataque del perropronto a saltar sobre sugrupatiene que atacar a su vez con tanta fuerzaque más de un jinete ruedaderribado por su empujelogrando inutilizarlo mientras desvía el salto deHumaitápara precipitarse de nuevo en busca de otra senda accesible ytramontar los muros de aquel campo de batalla; hasta que convencido de susinútiles estratagemasespera extraviar al encarnizado agresory conducirlo aparaje [231] propicio para librarle combate singulary morir luchando con lafuerza postreraque suele ser irresistible.

De prontoel grupo fantástico de Humaitá y su presadesaparece de nuestravista detrás de un espeso bosque de arbustos y de piedrashacinadas comocolumnas en ruinasy sólo oímos el eco de los ladridos y de los relinchos quese alejan. Han tramontado una cuchilla del cerro y se han lanzado por sitiosdonde nuestro viejo Humaitá se pone en peligro inminente de caer en precipiciosignoradoso rodar por los despeñaderos. Mi padre no puede contener laansiedady montando a caballo corre detrás de sus huellasllevando consigootros jinetes; nosotros le seguimos tambiéntrepando al galope por lassubidas: escabrosasrasgando los matorrales al abrigo de nuestros guardamontescosteando abismossaltando sobre anchas y hondas aberturas del terreno.

Después de una fatigosa y agitada carrerallegamos a contemplar la últimaescena de un drama lúgubre; en un paraje solitario y abruptocubierto de talasy molles gigantescoHumaitá logró dar caza al infatigable relinchoelcualconvertido en héroe por su propia desesperaciónha vuelto el frente asu enemigoy luchan cuerpo a cuerpoentrelazados como dos serpientesjadeantesrendidosy próximos a caer exánimes. Nuestra presenciaaunque a[232] larga distanciapareció infundir nuevos alientos al pobre perroporquele vimos incorporarse de súbito hundir sus dientes en la garganta deladversarioque cayó a sus pies con todo el peso de la extenuación y lafatiga. Humaitá mantúvose asísin soltar la presahasta que lasdificultades del camino permitiéronnos llegar hasta él.

Encontrámoslo ya más bien como un amigo que guardase el cadáver de uncompañero caído en una jornada comúnen la misma clásica actitud de susguardias nocturnassentado sobre las patas y con la cabeza inclinadamirandotristemente en los grandes y negros ojos de su víctima los últimos reflejos dela vida que se ausentaba. Tenía el cuerpo acribillado de heridasla cabezaabierta como a golpes de mazay cuando mi padre puso sobre su cuello la manocariñosael noble guardián de su sueño se recostó a sus pies lloriqueando ycomo pidiéndole que no se apartase de su lado. Rodeámoslo todos con ciertoreligioso respeto. Imponíanos silencio el aspecto del cuadro: la sangre corríade su cuerpovertía de sus plantas desolladaspor las asperezas del granitoy chorreaba de algunas venas abiertas por las espinas o por los dientes de lavíctima durante la lucha. Resolvimos permanecer en aquel sitio hasta que elbravoel leal Humaitá recobrase alientos para la vuelta.

Del otro lado de la cuesta llegaban todavía los [233] gritos de loscazadores y los ladridos de los galgos. La lucha continuabay vamos pronto aasistir a otros episodios que no deben dejar de aparecer en estas páginasdondepor lo menoshan de adivinarse las costumbres y el temple de la gentemontañesa. El resto de la manadaperseguida ha perdido ya la esperanza de lafugay entre el terrorla fatiga y la cólerasólo atina a correr y correrhasta caer rendidao extraviar a sus perseguidores entre el laberinto de lamontaña.

Aseguradas las salidas del valle con los adiestrados y sumisos perrosque noabandonan la guardiaaunque sean ardientes los impulsos de lanzarse a lacarrera para lucir la ligereza y el vigor los forzudos jinetes dispónense aemplear el lazo tradicional del argentino. Uno de los mozos de la estanciainvencible en la maestría con que lo manejaha tomado por ayudante al veloz yflexible Curupaytíel cual sabe a maravilla y con ardides sólo de élconocidosobligar a la presa a pasar por el sitio conveniente; y cuando a todavelocidaddando saltos y relinchos desesperadoscruza al alcance del tirosiempre certeroagita el brazo robustoy el lazo vuela en ondulacioneselegantesllevando abierto en su extremidad el círculo opresorcomo si unatleta arrojase el arco en juegos olímpicosa envolver el cuello de un huanacogigantesco; es el momento de la ansiosa expectativaque dura un instante[234]mientras el lazo se desarrolla en toda su longitud; porque la presaal sentirsobre el cuerpo el anillo que ya a estrangularlaredobla la rapidez de lacarrerapara cortar de la estirada el lazoarrancar las cinchas que losujetan a la monturao derribar del golpe a caballo y caballero. Pero no: yaaquel lazo tiene glorias conquistadas en las duras jornadas de la hierra;resistió la fuerza de toros tanto más bravíos y rebeldes al bramaderocuanto por más tiempo vivieron entre las serraníasentregados a los placeresde la libertad y de la lucha con sus rivales.

¡Sítirá con ganas -gritaba el mozo con orgullo- este lazo no se cortanunca porque es de tu propio cuero! El huanacoal llegar el instante supremoinclinó la cabeza para forcejear mejor; pero todo fue inútil; aquella cuerdaque más bien parecía de acerocrujió con un sonido de fibras pulsadas en sumáxima tensiónpenetró el anillo en el tronco del fornido y velludo cuellooyose un ronco estertory el animaldetenido de súbito por la contracciónviolenta del lazocayó de espaldas con sordo estrépito y desgarrador gemido.-¡Hola!- gritaba el mozo envanecido -¡mi lazo no se corta nunca! Y era porquelo había construido con piel de huanacola cualsegún los estancieros de mitierraresiste las más formidables pruebas.

Curupaytí ya estaba al lado de la victima caída[235] caracoleando yhaciendo piruetas para mostrar que se le debía la mitad de la gloria.Asemejábase a esos valientes llegados a última horadesnuda la espadajadeantesencendidos los rostroslamentando no haber sido ellos los quehubiesen expuesto la vida en la peleacorrió en seguida hacia nosotroszarandeándose como una coquetuelalamiéndonos las manosentre gimoteos degozopara decirnos que había sido él el vencedor. Curupaytí era el clown dela partida; sus prodigios de velocidad y de astuciaeran siempre celebrados porsí mismo con gracias infantiles y zalamerías provocadoras de aplausos.

El hombre de la montaña todo lo poetizacon esa fecunda imaginaciónacostumbrada a volar con la libertad de las aves; y esa facultadnutridaademás por las infinitas supersticiones a que vive sujeto su espírituhace decada fenómeno o accidenteajenos a la vida cuotidianamotivo para un cantotristepara una leyenda fantásticapara una tradición perdurable. Aunquepálida y descolorida esta descripción de la caza primitivaella constituye enla vida montañesauno de los espectáculos más sorprendentes e interesantesno ya sólo para el paisano habituado a sus emociones de actorsinoen másalto grado para el observadorajeno a las influencias de aquel medio.

Cada uno de los detalles de esos cuadros es una [236] fuente de hondasimpresiones artísticasdifíciles de concebir si no se las ha recogido por laexperienciay más arduas aún de pintarsi no se llega a imprimir al lenguajela misma rapidez y la misma infinita riqueza de tonos y de elementos salvajesdiré asílos cualesno por haber quedado fuera de la cultura modernasonmenos ricos en coloresen imágenes y en asuntos. La magnitud del teatrolasproporciones inmensurables de los obstáculos a la acción humanala rudezanativa de los actoresesa inconsciencia estoica del peligro para jugar con lavida como los niños con sus muñecasson agentes que antes ofuscan y ciegan elcriterioque lo conducen y lo iluminan. En aquella cacería he visto episodiosde eterna impresiónpor lo inverisímiles al simple entendimientoy por elterror que me causaron al verlos realizados por seres de mi especie.

Uno de los jinetes de la partidamontado en diestro caballo montañésprovisto del guardamonte y del lazo tradicionalesseguía con aturdidoentusiasmopor dar alcance a uno de los huanacos de la manadael cual corríasin que lo detuviesen las selvas espinosas ni las afiladas cumbres. Pronto elgrupo parecía diminuto a nuestros ojosy oíase el estrépito con que rodabanal fondo de los abismos las piedras derribadas a su paso. A veces ocultábanse ala vistacual si ambos se hubiesen derrumbado juntos [237] en un precipicioyluegocon nuevo asombrovolvíamos a verlos asomar sobre alguna eminenciaelhuanaco dando saltos fantásticosel jinete revoleando su lazosiempre a laespera de tomarlo a tiroazuzando a su caballo y desesperando a la presa congritos agudosdestempladoshorriblesque llegaban a nosotrostraídos por elecocomo si fuesen de un demonio sanguinario que persiguiese por las serraníasun alma fugada del infierno; levantábanse a su paso bandadas de cóndoressorprendidos en sus festines ocultosy ávidos de ver el fin de aquellaatrevida ascensiónadivinando una nueva víctima; los relinchos del fugitivonos llegaban unas veces como carcajadas siniestras que anunciasen la muerte delcazador temerarioy otras como sollozos de desesperación o de angustiadeimpotencia o de fatiga. Luego los perdimos de vista por completo: no venía eleco a revelarnos nada; los cóndores desaparecieron del espacio; una bruma opacase extendía sobre el sobre el teatro de aquella escenaen la cualvislumbrábamos un sombrío desenlacey todos guardamos silencio como siorásemos por el alma del esforzado campesino. Mi padrecon voz temblorosa porla emociónordenó marchar en su auxilioaunque no volviesen nunca si no lehallaban. Todos partieron seguidos de los perrosy cuando la noche empezó aencender sobre nuestras cabezas los astrosla tristeza de nuestros corazonesera más fúnebre. [238] Los ruidos nocturnos venían y pasaban sin una noticia.Encendimos el fuego de aquel rodeo melancólicoy a sus resplandoresrojizos veíase el cuadro que formábamosmi padre sumido en el más cavilososilencioa su lado Humaitá en su actitud escultórica de mastín medioevaldespidiendo de las pupilas chorros de luz al reflejo de los tizonesy nosotrosposeídos de un vago terroren el cual habíalo recuerdo muy bienmucho delas supersticiones recogidas en los cuentos del fogóny de la creencia en elDiablohabitador de aquellos fantásticos laberintos.

De pronto y vivamente irguiose el noble perro; miró a mi padre y corrióhasta el límite de los reflejos de las llamas: volvió en seguida lleno dejúbiloy miraba hacia la obscuridad como diciéndonos: ahí vienen. Notardamos en sentir el tropel de las cabalgadurasy luego los ecos de lasconversaciones de los jinetes. Humaitá retozaba y se daba vueltas sobre laarena: quería decir que el cazador volvía salvo y sano de la peligrosajornada. Nuestro grupo tornose bullicioso y alegre: los perros de caza eranrecibidos por el viejo mastínquien parecía hablarlos en secretoo recibirde cada uno el parte de la misión cumplida. Curupaytí esquivaba el saludo a suvenerable jefey todo por no dejar de inferirle un agravioo porque sesintiese ya satisfecho y orgulloso de alguna proeza realizada en la [239]expedición; vino hacia nosotros e hízonos algunas morisquetascomo paraadvertirnos de la broma que jugaba al rey de la jauría; pero éste ya no podíatolerarloy acercándoselele puso sobre el cuello una de sus manos de leóny un gruñido tosco y mal humorado bastó al travieso Curupaytíparacomprender que el viejo Humaitá no estaba para juguetesni para permitir quese le faltase al respeto.

Toda nuestra ansiedad -pasadas las escenas peculiares de esas llegadas decampesinos a un fogón de la montañay sus mil pequeños incidentes vistos alrojo resplandor del fuego siempre vivo- se contrajo a inquirir del cazadorrescatado el relato de su brava expediciónde los peligrosde los accidentesde la suerte del huanaco perseguido. El mozoentre avergonzado y creyentenosconfesó que tal vez a esa misma hora iría aún corriendo tras élporque sehabía encarnizado con la cazay propuesto no volver al campamento sin unaseñalpor lo menosde su triunfo; pero cuando llevaba más terrenoadelantadoy quizá a punto de alcanzar la presaéstade improvisointrodújose en la Quebrada del Diablo. Recobró élentoncesporprimera vez la conciencia de sí mismorecordó la historia de ese parajemisteriosode donde no vuelve cazador algunoy comprendió que aquel huanacoapartado de la tropillasin que los obstáculosni los ardides de los galgos[240] ni la fatiga lo detuviesenera el mismo Diabloque hacía tanto tiempoconvertido en venadohabía conducido al infierno al pobre perro Yankeey hubode lograr igual cosa con el campero enviado en su auxiliosi un pensamientoparecido al suyo no le hubiese advertido el riesgo irremisible.

Interesome ardientemente la historiaapenas esbozada en el relato delcampesinoy prometió referírmela esa misma nocheasí que reposara de lafatigay mientras el fuego ardiese y el sueño tardase en sellar nuestrospárpadosnuestros oídos y nuestros labios.

Hacía muchos añosmi padre viajaba por uno de los ásperos senderos de esamontañaseguido de algunos peones y llevando consigo al perro favoritodenombre Yankeecazador invencible de los venados más corpulentos. Descendíanpor una falda montuosacortándola al sesgoen líneas quebradas mil vecespara disminuir las pendientes y bordear los abismoscon ese tardo paso de lasmulas serranasque cuidan de su jinete cual si conociesen los peligros delvértigo en esas alturas y perspectivasatrayentes como el vacíodonde losojos pierden la libertadpara no mirar sino las lejanas y microscópicassinuosidades de un arroyo que brilla en el fondo como serpiente luminosaosinolas trémulas palpitaciones de la brumaamontonada en los profundos [241]senosabiertos entre unos y otros de los inmensos macizos escalonados sintérmino. Aquellas espirales del camino son eternas; el viajero vasumergiéndose sin sentirlocomo en cráteres apagados de volcanes que hubiesenantes abortado moles inmensasy a medida que se acerca el vértice de esosángulos invertidossiento ansias de volver la vista hacia las cumbresy vercómo van desvaneciéndose en el azul del cielolas rocas admiradas antes porsus colosales proporciones. La fatiga viene prontoa cada momentoa exigirdescanso; las bestias detiénense a respirar asfixiadas; el espíritusacudidopor emociones no comprendidassiente también el peso de un mundo de sombrasapagadas las fuerzas expansivas y como amarradas las alas entre sí.

Era más de mediodía cuando los viajeros hicieron alto en mi desván delplano inclinadosobre el cual deslizábanse con sordo tropel de herradoscascosresbalando sobre la senda pedregosa. Todos formaron círculoacostadossobre las mantas de viajey en medio del silencio y de la quietud de la siesta:sólo Yankeeel bravo cazador e inseparable compañerono reposaba uninstante. Iba y venía de carreracorría hasta encaramarse en altos conosdonde divisaba con mirada fija hacia uno de los ángulos de la montaña;diríase que presentía algo sobrenaturalporque sus movimientos eran bruscoscomo si sintiese deseos de comunicar graves presentimientos[242] y renegasedesesperado por no tener palabra. Comenzaban todos a preocuparse y a temer delacecho de alguna fieraagazapada entre los matorrales; pero el bravo mastínlanzó de pronto un ladridoque estremeció con impresión extraña a losviajerosy cuyos ecos alejáronse por encima de las cumbresy abalanzose enson de ataque sobre un venado de inmensa corpulenciade piel primorosadecornamenta extraordinariaque acababa de levantarse de entre un agrietadomontículomirándolo con ojos de desafío. Emprendieron ambos hacia el fondode los despeñaderos la carrerala persecución a muerte; y no pudiendoseguirlos la vistaoíase el estrépito a lo lejoscomo el de una tempestadque se fuese deprisabatiendo marchas fúnebres con el redoble pavoroso de sustruenos...

Toda señal era inútil para que el pobre perro volviese. El sol se ocultódetrás de una cumbrey la noche anunciaba ya su llegada con difusas oleadas desombrasque caían a apiñarse en la quebradaa hacer más densa cada vez laobscuridad. Cuando se lograba un momento de silenciomi padre disparaba susarmas de fuegopara que los ecos llevasen a Yankee la señal; y si a esallamada no respondíapues le llegabade seguroasí se hallase en el parajemás remotoera porque ya no volvería más el noble amigoo porqueherido omuertoestaría abandonado de los suyosperdida la esperanza de socorroo[243] próximo a entregar su cuerpo atlético a la glotonería de los cuervos.Fue forzoso enviar en su auxilio. La noche era negra yamuy negray hacia elfondo de la quebrada no se percibía sino tinieblasrepercusiones sepulcralesmurmullos terroríficosy sólo alzábanse de ella visiones demoníacas ennimbos de rojiza vislumbre.

La noche fue de horribles ansiedades en el campamento; nadie hablaba sinopara recordar hazañas del perro amadodel cazador sin rivaldel guardiánceloso e insomne en los peligros nocturnosy del auxilio irreemplazable en lashoméricas faenas de la hierracuando había que derribar los novillossalvajeso reducirlos a prisión dentro de los corrales de la hacienda delHuaco. Entonces Yankee hacía la tarea de muchos hombresvencía con fuerza yastucia los toros enfurecidosasí lo atacasen bramando para despedazarlo consus afilados cuernoso ya corriesen por entre las marañas de los talaresespinosos a buscar refugio en las cumbres.

El nuevo día alumbró los senderos del precipicioy entonces pudo verse alcampesinovolviendo en silenciocon la cabeza inclinada sobre el pecho yescalando apenassobre la fatigada mulalas arduas pendientes. Venía solo ytriste.

-¡Yankee ha muertoYankee se ha perdido para siempre!- fue el gritoíntimoel pensamiento de todos al ver al jinetecuya marcha parecía [244]tanto más lenta cuanto más acelerados eran los latidos de los corazones queesperaban sus nuevas. Cuando el pobre paisano pudo llegar al campamentomipadre le interrogó impacientey el campesinotodavía agitado y con visiblesmuestras de terror en las facciones de bronceno tuvo sino pocas palabrasreveladoras de una psicología y creadoras de una leyenda:

-«Señorllegué hasta el fin de la quebraday he visto a Yankee seguircorriendo al venado por una cueva sin fondodonde ardían árboles y piedrasybrotaban llamaradas de azufre: el perro y el venado seguían corriendo uno trasotro sin darse cazay los dosarrojando chorros de fuego por los ojosseperdieron en la grutapasando por medio de las llamas. Oí unos ruidosextrañossentí que los cerros se estremecíany unas voces desde el fondo dela tierra me amenazabany he visto al Diablo sentado en la puerta de la cueva;le mostré la cruz de mi cuchillorecé unas oraciones y di la vuelta; la mulahuía espantada; no podía contenerla; y vi que me seguían unos animalesdesconocidosarrojándome chispaspero sin acercársemeporque les mostrabapor encima del hombro la señal de la cruz. Sólo cuando asomó la mañanadejaron de perseguirme los demonios. Era uno de los diablosseñorese venadoque ha venido a llevar a los infiernos al pobre perro!...»

Cuando en su lenguaje rudopero sensiblemente [245] conmovidoel jovenpaisano concluyó su relatoyo no podía mantenerme serenoni mis ojos dejabande clavarse con nerviosa impulsión en la obscuridadhacia donde se extendíala misteriosa Quebrada del Diablotumba del perro legendario de laestancia de mis padresy objeto de íntimos temores de parte de las gentes quetransitan con los ganados por las sinuosidades de la montañosa comarca.

Los tizones de la hoguera iban apagándose bajo la capa de sus cenizascomolas pupilas de un moribundo cuando va ausentándose la vida; y con el fuego quese extinguíaempezaron a llegar las ráfagas de la nocheempapadas en rocíocomo para borrar de un golpe los últimos átomos de calor de las cenizasamontonadas. No pude dormir; volvieron a mi cerebro las ideas de la partidadela ausencia de mis montañasde gentes y pueblos desconocidos y distantesdela enfermedad de mi padrela soledad en que quedaría el huerto plantado deolivosnaranjos y rosales en nuestro hogar de Famatina; la escuela donde tantascosas me habían sido reveladasy por últimoviniéronme amagos de sollozoscuando presentí ese porvenir inciertovelado y sombríoese vacíoindefinible que empieza desde la separación del hogardesde que se entra en laadolescenciadesde que se comienza a ver la vidaa sentir sus realidades y aprofundizar sus inmensurables abismos... [247]



 

- XXI - La flor del aire

Antes de abandonar el terruño nativoquiero llamar de la flor del aireel adorno y el orgullo de mis montañascomo quien buscase embriagar el alma enel momento de la partidacon un perfume favorito que mantuviese durante laausencia vivos los recuerdos. Yo me alejaba sin término conocidoconinquietudes indefinidas y con tristezas vagas en el fondo de mi ser; por esoabsorbía con ansia la naturalezasin darme cuenta del anhelo íntimo porcondensar en esos últimos coloquios muchos de aquellos años futurosinciertosincolorosque en vano trataba de sondear.

Si alguien lee este librosalvando riscosmatorrales[248] cumbres yprecipiciosoyendo sólo rumores gigantescoscantos extrañosalaridossalvajes y estrépitos ensordecedores; si ha llegado a concebira través desus informes páginasla grandeza de la montañadebe también saber que ellatiene escondida en medio de los peñascos y de las marañasen sus laderas y ensus abismos -como fuente misteriosa de la poesía tierna y sentimentalde esapoesía de las almas enamoradas de la belleza pura e ideal- una flor diminuta yblancacomparable solamente a lo más suave e incorpóreo que es posibleimaginar dotado de formas materiales.

Los que no han nacido en las montañas de mi tierrao en la selva incultaque las viste como de una coraza erizada de garfiosy llegan a contemplarlas decercaimagínanlas desnudas de ornamentación riente y coloridade tonossuaves y blandosde efectos acariciadores y somnolientesde flores aromáticasy de avecillas de canto refinado. ¡Oh! yo no quiero dejar viviente esacalumniosa opinióny en nombre de la belleza olvidadade la virgen poesíadesconociday del alma de la patria errante en la vasta región de las cumbreshe de contar sus maravillassus peregrinacionessus soledades: he de decir loque ella dice en las noches de lunadesde el borde invisible del témpano dehielopor el dulce rumor de la ráfaga serena; desde la copa del árbolatalaya del valle risueñopor la canción de zorzales[249]

jilgueros y calandriastrovadores enamorados y vagabundosposeídos deldivino mal de la armoníaimitadores adorables de los tonos secretos delgranitodesde el fondo de las quebradaspor la juguetona y embrolladapalabrería de los torrentesmientras corretean y saltancon algazara delocuelas desnudas en bailes ocultos; y he de hablar ¡oh sí! de esas floresmontañesasnacidas y renovadas en generación incesante sobre las grandespeñasen las ramas del bosquesobre el lecho de las vertientes silenciosasen la estrecha abertura de las grietasen las planicies elevadasen las faldasde los macizoscomo para bordar sobre sus rostros adustos filigrana graciosaencaje ligero o sonrisas infantiles; he de hablar de todas ellasporque son lasuntuosa corte de la reina de las flores americanasporque son la inagotablecorriente con la cual ella enamora y adormecesatura y embriaga de inmaculadapoesía a la tierra y al cielo.

La flor del aire no tiene hogar limitado; nace sobre la roca escuetacomo sobre el árbol centenariosobre la corona rubia del cardón gigantelomismo que entre los espinosos follajes de los talas; su región es el espaciosu alimento un soplo de savia y de frescura comunicado por las otras plantasopor la ráfaga mensajera; porque ella no tiende a descender a la tierrasino alevantarsea desvanecerse como su perfume mismo en el éter sutil; porque es[250] antes que una florun rayo de luz modelado en la formaen la forma delos lirios místicoscon tres pétalos de suavísimo y casi volátil tejidocon la blancura y el aroma de la virginidad seráfica; porque es el alma de latierray encarnada en tan delicioso cuerpo vive encima de ellaimpregnándolade su alientoque es gracia y amor. Pero no siempre se ostenta a la mirada y altacto de la naturalezaporque la brisa del otoño y el frío del inviernoconvertiríanla en gota de agua y en grano de nieve; por eso cuando ellos reinansobre la comarcase oculta dentro de sus verdes urnaspara reabrir los albosbroches a los cariños de la primaveray multiplicarse y brindarse a loshombres y a las avesfecundada por misterioso connubio con la luz radiante yencendida del estío.

Si no fuese un alma y no tuviese vida extraterrenano podría vivir máslozana y rica de su aroma cuando más arde la tierra bajo los candentes solesestivales. El fuego que caldea la atmósferaapenas la obliga a replegarse ensí mismapara ocultar adentro del cofrecillo de sus hojas la esenciariquísimapara conservarla y verterla luego sobre los valleso enviarla hacialas eminencias de la montañasobre el ala microscópica de las mariposas o delos vientecillos errantes. La selva que borda los caminos se cubre con susfloresreproducidas con pródiga profusióny en las horas deldesfallecimiento [251] y de la fatigaaspira el viajero con deleite inefable elperfume regeneradordifundido en el airecomo si hadas invisibles de las cimasestuviesen vaciando a escondidas todas las esencias que su reina guarda en lasgrutas encantadas. Y luegocuando el largo crepúsculo montañés empieza adibujar sobre el cielocon nubes de mil coloressus paisajes prodigiososy lapenumbra de las serranías cubre la planicie lejana¡con cuánta esplendidez ymagnificencia abren las flores del aire sus cálices blancos! Diríase que unenjambre de vírgenes aladas aparecía sobre las selvas inmensastoda ladeslumbrante desnudez de sus cuerpos de nieve.

Tesoro infinito de fantasías y de sueños reserva aún para el amante de lamontañacuando viene la noche y las estrellas brotan sobre el fondo obscurocomo lampos de fuego arrojados al azar desde el abismo. A su débil claridadlaflor del aireerguida entoncesarrogante y amorosa sobre su talloparecedespedir reflejos luminososy encender la tenue vislumbre a cuya vista acudencon levísimo rumor miríadas de seres animadosseducidos por la magia de suhermosuray formando su ejército innumerableesparcido por toda la comarca; yal amparo de la nochevuelven de sus correrías y expediciones al llamadomisterioso de la divina emperatrizla cualsentada sobre su trono de verdefollajelos espera [252] sonriente y perfumadavestida para la regia audienciacon intangible manto de luz. Observemos desde la piedra del torrente vecinomientras la espuma salpica nuestras sienesy el rumor de las pequeñas cascadasnos convida a la fantasía y al deliriotodo el aparato de aquella corteimperialabierta al aire pleno bajo un dosel de estrellas y sobre tapiz deflores tributarias.

Rápidosy como apresurando el vuelo por la tardanzaempiezan a llegar loscaballeros de la reinavestidos de fuerte armadura y coronados por dos focos deverde y radiosa luzque alumbra su ruta por las tinieblas a través de loszarzales y de las hendeduras graníticas. Son los generales de la inmensamultitud de luciérnagas de foco intermitentedifundidas por los ámbitos delimperioa conquistar en parajes distantescon el beso de las flores de otrasregionesel néctar escondido entre sus senos virginales; al llegar al pie delsolioadelántanse los jefesy van a posarse sobre uno de los pétalos de la flordel aireenvolviéndola en sus luces sideralescual una corona de astrosy liban un átomo de miel de sus labiosmás frescos y más puros que la gotade rocío; y asentándose sobre las hojas del árbol que les sirve de alcázaresperan la llegada de sus infinitos ejércitoscaballeros y damasque vienenlos unos con ese grave rumrumrum de la flecha que va cortando elairemontados los otros sobre [253] corceles alados -las ráfagas veloces- ylas últimasbulliciosas y entonando en coros apenas perceptiblescantos dealegríareflejando a la incierta claridad de las estrellas el brillo de susjoyasdones de la madre naturalezaque las adorna con los encantos de esosmundos microscópicos despiertos sólo por la nochey en las horas placidas dela primavera y del estío.

¡Cómo bulle y hormiguea en torno de la sede real todo aquel maravillosouniverso! Pero para percibir sus rumoreses preciso que el oído se concentresólo en ellosy para contemplar todo el esplendor de esa nocturnacongregaciónsería necesario que una magia ideal bañase el cuadrocon ungolpe de luz intensay entonces aparecería en esplendente apoteosis la másbella de las flores: apoteosis tributada por todo un mundo desconocidodiminutocasi invisibleporque es esa alma de la montañaesparciendo suefluvio por todas las regiones vecinasya en forma de llamitas vivarachas yfugacesya sobre el ala de mil insectos que vuelan desparramando por toda laregión las esencias de las floresyapor finsobre vientecillos errantesconductores de acentos vagosde notas perdidas y de diálogos melodiosossostenidos a media voz con los astros inmóviles. Y mientras este extrañoespectáculo bulle y rumorea en tornoel aroma de la floresparcido por elambienteremuevesacude en el [254] fondo del cerebro los ensueñosdesvanecidosevoca en ese espacio infinito idealizaciones nunca presentidascuadros fantásticos bañados de luces y colores intensosy en cuyo fondo seagitan personajes y objetos esplendorososprofusión de todo lo que maravilla yofuscaenjambre movedizo de visiones que aparecen en formas indefinidasporquesus contornos se desvanecen en la luz y viniendo a posarse sobre la frente o loslabiosa hacernos sentir el tacto de sus alitas perfumadas y frescas como elbeso de un niño recibido en sueños.

¡Qué sublimequé plácida inconsciencia del mundo exteriory qué amor alo grandelo supremolo divinoen medio de ese éxtasisen el seno íntimode la montañaallíjunto a su corazónsintiendo su latido internooyendosus secretas confidencias traídas por los millares de mensajeros de su almadifusa! Os creéissin duday con toda la sensación de la realidadreclinados sobre el seno de la mujer queridaausente o deseada; sentís caersobre vosotros los reflejos de sus miradasla onda embriagadora de su alientoescapado entre las dulces palabras de la pasióny la caricia casi impalpablede su manoposándose tímida sobre el cabelloasí como ese airecilloperezoso de las noches de estíocuando encantada la naturaleza de su propiahermosurani siquiera se estremece una hojani se altera la cadencia de lamúsica nocturna ni rielan los [255] astrosinmóviles por temor dedespertarla. ¡Ah! daríais la vidatoda la vidaporque no se desvanecieseaquel encantopor pasar sin sentirlo de la existencia material a ese otro mundode la imaginaciónde la ideaen el cual seríais uno de tantos geniecillosaladosincorpóreospero radiantes de sobrehumana belleza. Yo no quierotransmitir en estas páginasque llevan mi almaimpresiones engañosas nimentidos sentimientos; pero he de decir que en esas horas de contemplación y desoledaden medio de la montañay sobre la roca enhiesta bañada apenas por lavislumbre de las estrellashe sentido fuerzas e impulsos extrañosque meaislaban de la tierra y de sus gentesincitándome a abandonarlaa difundirmeen el cielo entrevisto en la meditación; he sentido llegar a mi pensamientocomo un torbellino de nubes tormentosastodas mis afecciones humanaslosvínculos y las leyes que atan al hombre sobre el planetapidiéndomerevoltosos y encolerizados la libertad absolutay allítan cerca de losastrosde la sombra infinitade la nada pavorosa y absorbentehe deseado milveces tender los brazos y arrojarme inerme en el vacío.

Tiene la flor del aire entre las avecillas nativas una compañeraunser como ellablanco con su misma blancuray de plumaje suave como sus hojas.Llámanle en mi tierra la monjaporque siempre vive tristepiando tanbajo como si orase en secreto[256] y porque nunca se ha sabido de cierto lanovela de sus amores ni de su nido; diríase que es también otro espírituhuérfanoerranteen busca de una redención prometidao condenada a llorarpor las selvas del mundo la perdida ventura. Ella no huye de los hombressinocuando se acercan a tocarlay entonces parece en su fuga una hoja secaunapluma de cisne levantada por el aire pasajero. El alma de la gente montañesa espoéticasensibley ha indagado la historia del pajarillo melancólico. Sabeque fue una jovenenamorada de un imposiblede un caballero del bosquede unLohengrín de ignorado y quizá celestial origen; vivieron mucho tiempo solosamándose y cantando juntos las canciones más apasionadaspero de un amorideal y místico que nunca debía convertirse en fuego de [...]. Su idilio eraasítan delicioso como íntimo; deslizábase a la orilla de las silenciosasvertientesa la sombra de los aromas; alimentábanse de las plantassilvestres y bebían el licor de las flores en la hora del albacuando en elfondo de los cálices aparece depositado como en copitas de cristales decolores. Empezó un día el caballero a ponerse triste y pensativocallaron ensu garganta los cantaresy ina sombra tenaz obscurecía sus ojos transparentes.Y una tardefue en la primaveramientras encima de una roca contemplaban eljuego de las nubes alrededor del sol ponienteoyó el caballero misterioso[257] una nota penetrantecomo de música religiosa que brotase de un temploaéreo; sintió un mágico fluido correr por su sangrey durante un brevesueño que nubló los ojos de la amigaconvirtiose en un pájaro de pintadasplumasy emprendió el vuelo hacia donde parecía surgir la música extraña...Despertó la virgen de su sueñoy viéndose solapúsose a llorardesesperadalocadelirante; luego corría hasta el borde de los precipicioshasta las cimas desde donde pudiese divisar horizontes remotos; llamaballamabasin cesarsin oír otra respuesta que la del eco burlón y que la engañabasiemprerepitiéndole cien veces sus llamamientos quejumbrosos e inútiles.Cuando había pasado la nocherecorrido las cumbresimplorado a los astros y alos vientosse sintió desfallecerapagarse su vozy cual si se evaporase sucarne de rosa entre los perfumes de la alboradacayó su cuerpo extenuado sobreun tapiz de flores rústicas... Y de allí surgió después una avecilla blancacomo la virginidady ceñía su cuello impalpable una cinta negracomosímbolo de una eterna despedida. ¡Ah! desde entonces vaga y vaga por todas lascomarcasasentándose en los árboles a mirar hacía el fondo de los llanossobre la flor de los empinados cardones que coronan las últimas rocas delcerroy así vivirá sin términollorando en secreto su dolor hasta queconvertida en rayo de luzse desvanezca en la irradiación del astro del día.[258]

Sílos pueblos de la montaña son inocentesinfantiles y amigos desímbolos poéticos; sus amores son idilios tiernísimoscuya historia secondensa en una flor guardada sobre el corazón hasta secarseen un ave cuidadacon solicitud religiosaen una estrella contemplada a solas mientras conversanmudas las almas; ¿y cómo no ha de ser la flor del aire el símbolo deliciosode esos amores primitivosllenos de rubores y delicadezasde esos sentimientostan virginales y candorosossi ella tiene todas las cualidades del amor ideal?La joven adolescente que empieza a soñar con las primeras visiones del amorasentir cómo nacen en su corazón esos anhelos vagos de adorar y de consagrarsus caricias a otro serapenas se aproxima la primaveracomienza a recoger delos árboles de la selvay a tejer con ellas una coronalas plantas de la flordel aireeligiendo las más frondosas y ricas de saviapara queadheridas almuro de piedra o de quincha de su viviendaden allímuy cerca de sulecho humildesu florescenciacuando les llega el tiempo a todas las flores deabrir los broches ocultos y de embalsamar todo el ambiente. Diríase queentonces la naturaleza se ha vuelto loca de pasióny a manos llenascantandoalborozadaarroja esencias y perfumes para que todo ame y cante como ella elhimno eterno del amor victorioso. ¡Cuánta gracia y donosura prestan al ranchosolitario de la ladera floridaaquellas coronas [259] salpicadas de alboscapullos! El viajero que pasaescalando los caminospuede decir entonces:«allí palpita un amor nacienteansioso por asomar a los ojos y a loslabios.» ¡Felizfeliz mil veces el que recoja la primera miradala primerapromesa de esas almasabiertas al mismo tiempo que se abren a la luz las floresdel aire!

También allí en medio de las montañasforja el amor poemas inagotables;son sus heroínas las muchachas nacidas entre los esplendores de la primaveraen el corazón de los bosques entretejidos de marañas y trepadorasal rumordel follaje del árbol protectoro los cantos de las aves selváticas. Se amanallí los corazones como se juntan dos zorzales a anidar en un solo gajo; y secuentan sus cuitas y sus deseos en un lenguaje sin palabraspero desbordante deadivinaciones maravillosasde fulgores tropicalesde cadencias agrestes. Elamante se esclaviza en redes tendidas por la más inconsciente magia femeninaporque los torrentes son espejos y las flores adorno de gracia y de bellezaseductoras. Las flores del airetan blancastan cristalinascomo diadema debrillantes sobre la cabeza de ébanoo prendidas en desorden sobre la trenzarenegrida y abundosa; y cuando el pacto íntimo de la pasión se ha sellado porfinjunto al arroyo cercanoy ocultos por las tupidas enredaderas del bosque¡con cuánta emoción la mano de la [260] joven campesina las desprende de suscabellos para darlas en prenda de la fe juradamientras las pestañas negrasvelan sus pupilasy una ráfaga de fuego enciende la mejilla morena!-«Guárdalas sobre tu corazónámalas como a míporque llevan mi alma y mivida»- son las palabras que alláen lo más hondo de su sersusurran sinasomar a los labiospero que el amante escucha como transmitidas por el fluidomisterioso que ha confundido sus dos vidas. Pero ese talismán sagrado ha devolver a su dueñael día en que el juramento se cumpla al pie de la imagen dela Virgenen el pueblo vecinoy cuando entre músicas y cortejos nupcialesvayan a ocupar el nido de los amores suspirados. ¡Cuántas veces he contempladoen esos albergues escondidos entre las altas serraníasescenas como aquélla![...] del arpa del Cantar de los cantarescon todo su colorido bíblicosu intensidad salvaje y su místico perfume! Son en vano allí la ciencia de lavida y el refinamiento de la culturaque nos hacen percibir ante todo yrepudiar lo grotesco y lo prosaico; la naturaleza nos absorbe las facultadesnos transforma los sentidosnos disipa las nociones adquiridasnos embriaga ynos convierte en instrumentos dóciles de sus influencias y hechizos. Volvemossin pensarlo a la infanciasintiéndonos capaces de las purezas y de lasternuras de niños; vuelvencomo evocados de súbitolos inocentes placeres deaquella [261] edad en la cual nos conmueve una tórtola que gimenos regocijauna flor arrebatada a la corrientey nos dormimos para soñar con los nidoscon los cantos y con las visiones de la noche. ¡Oh vosotros los sabios y losdoctoresque buscáis inquietos los caminos de la dichaentregad vuestrosenfermos innumerables a la sagradaa la augusta naturaleza; ella arranca lasimpurezas y las sombras de la vidadespoja al espíritu de la ciencia que loconturbalo purifica en el cristal de los torrenteslo corona de floresinmaculadasle ensueña a seguir la ruta de las aves y a volar hasta lascumbresdesde donde se ve a las miserias humanas desvanecersediluirse entrela densa bruma de los llanos!

El escritor que ha comparado la llanura de mi provincia con la Palestinahatenido una visión local y por ella ha calumniado al conjunto. Cuando el viajeroabandona a La Rioja para ascender la montañacruza por un campo desolado ydesnudo de vegetación decorativapero cubierto de cardones gigantesdeslustrados y tristescual si fuesen columnas de una ciudad derruidalevantándose sobre los escombros desaparecidos. Todo a su lado se cubre de sumisma melancolía; parece llorar con ellos la perdida opulencia; pero en elfondo del cuadro se alza la montañaallímuy cercaofreciendo abrigofrescura y recreo. Los soles del estío abrasan el airey sus [262] rayosdevoran los brotes de la tierrala hierba espontánea de los campos y toda esavida que forma el matiz y el colorido de las campañas dichosas. Ahpero lospintores de la Naturalezasi no la aman y el amor no mueve el pincel o laplumasuelen recibir de ella el justo castigo por su irrespetuosa profanaciónporque tiene también sus caprichosy a veces ocultacomo orgullosa de supobrezasus mejores y más bellos adornos. ¿Quiénsi no ha vivido en suintimidad y su privanzapodría sorprenderla en los momentos de desplegar lostesoros de su hermosura esquiva? Aquellos cactus macilentos y tétricosque aveces parecen candelabros abandonados de una procesión de cíclopes invisiblestienen una época de transfiguración y una hora de esplendidez y de gracia: esla época en la cual sus grandes flores empiezan a abrir los cálices blancosyla hora en la cual vierte por elloscomo brindis nupcial a la primaveraunagota de su aromacomo si fuera un soplo de su vida. Es la hora del alba; y debeser ella la amada preferidaporque apenas pasa su reino fugitivola inmensaflor del cardón corpulento se encogese contrista y esconde el riquísimoperfume de un instante. Durante la nochela flor se atavía para la citacautelosa; van y vienen servidores alados por todas direccionesunos a traerdel arroyo una gota de aguaotros un grano color de rosa o de oro para matizarsu excesiva blancuray yo he podido contemplar [263] alguna vez un detalle deimperecedera impresiónal pie de uno de esos gigantes espinosos y en medio deuna obscuridad profunda: en la cima del cardón abríase una de sus floresyllegaron en rápido vuelo dos luciérnagas de grandes focos; asentáronse en losbordes de aquel cáliz de nievey luego penetraron en su interiorcual si lohubiesen elegido por lecho nupcial. En el fondo negro de las rocasla florfulguraba como una copa llena de licor luminosoque imitase a un festín a losgenios de la noche. Luego vinieron ese silencio y esa brisa precursores de laalboraday en cuyo intervalo se cruzan la noche y el día: parece que hubieraemoción en todas las plantasmovimientos de expectativa y de acomodo en lasflorescomo si diesen el último toque al vaporoso traje de la solemneceremonia. Cuando la primera franja rosada del horizonte dio la señalsentídescender una onda de deleitoso perfumecomo si aquella flor de lúcido mármolse hubiese inclinado para hacerme libar de su licor celestial a sus bodas con eldía naciente. Pero apenas el primer rayo de sol colora las aristas del montela esencia de la flor evapórase en el espacioo sumérgese en el corazón deltallo colosaldonde no llegan los punzantes dardos; apenas se ostenta yadurante el pasaje del astro por el firmamentocomo uno de esos ornamentos quehan quedado solos en un fragmento del capitel desmoronado. [264]

Símbolo sencillo y puro de las almas rústicasesa aroma sólo semanifiesta al observador amante que sabe arrancar la revelaciónasí como elsentimiento de aquellas jóvenes campesinasapenas perceptible al mundoperoque derraman los tesoros de sus corazones incultos cuando se les habla ellenguaje conocidoel quecomo nota unísonadespierta en ellas la armoníahermana; es la voz de la naturaleza semejante a la de los grandes templosdondeel esfuerzo material no bastasi de lo íntimo del ser no brota al mismo tiempoel sentimiento religiosoel arrebato místico. Entonces el canto tieneresonancias y matices que conmueven y vibran bajo las bóvedascomo si llevaseen sus ondas fluidos del espíritu del artista. La naturaleza no es otra cosaque un templo -ya lo dijeron los poetas- donde debe penetrarse lleno de uncióny de fepara recibir de ella las revelaciones íntimaslos dones de susriquezas ocultas; tonos y ritmos nuevos para las arpascolores y cuadrosdesconocidos para el pincel que quiera reproducirlapara la poesía toda sualma y todos sus solemnes misterios!

Para mostrar a los profanos y a los incrédulosa esos que no ven y notraducen lo que vive debajo de las formas rudasásperas o salvajesque tienetambién las galas comunes de toda la tierrala flor del aire puede llenar susmanos de mil floresde las que tejen el tapiz donde levanta su aéreo trono;todas [265] ellas la siguenescalando los troncoo los peñascosarrastrándose a la margen de las corrientesestirándose y cubriendo deenredaderas los árboles en cuya copa se yerguecomo para embriagarse de luz;todas quieren abrazarse a su pedestalaspirar un átomo de la savia que le dabellezablancura y esplendor extraordinarios. Y todo ese conjunto deslumbrantela pompa de los colores y de las formasla gracia de los movimientos y lasactitudes; ¿qué son sino el atavío realel decorado suntuoso de la montañaque apareceno obstantecomo un hacinamiento desmedido e informe de rocassobre rocasde cumbres sobre cumbresde abrumadoras alturasde aniquilantepesantez y de espantoso y brutal aspecto? Si al ascender los flancos sombríosos asustan el alma las rígidas formas asomadas sobre el abismocomo enormesendriagos forjados por el vino de la bacanalen cambio ¿por qué noagradecéis con una sonrisa el regalo gentil de la flor levísimaque parecesaltar de la caverna medrosa para acercarse a vuestros labios o acariciaros elrostro? Si os hace estremecer el estruendo de las moles desencajadaso deltruenoreventando en las entrañas obscurasen cambio ¡con cuánta dulzura deacordes y embriaguez de melodíasos invita después a reposar el almafatigadasobre el césped de sus manantialesenviando alredor de vosotros todala corte de sus trovadoresy la corriente apacible de sus ráfagas[266]conductoras de frescuras y de aromas! ¡Así como la esencia de la poesíaalienta y late en lo íntimo de nuestra armazón humanaun alma invisiblelafuente de toda armoníacolor y perfumevive y se agita con impulsoscreadoresen el seno profundo e inexplorable de la montaña!

Cuando después de muchos añosya convertido en hombrecubierta de sombrasel almallena de dudas la mente y de heridas el corazónhe vuelto a lacomarca montañosa de aquellos tiempos de mis memorias felices ¡cómo hebendecido la aparición risueña de esas floresde esos paisajes coloreados porsus tintas frescasinalterables y siempre nuevascon que los bordan y animan!¿Cómo hacer sentir a los que lean estas páginas sin reflejos y sin perfumetoda la intensa emoción de mi espíritu al aspirar otra vezcon la hondaansiedad atizada por los recuerdosaquella atmósfera impregnada de aromassemejantes a la inocencia de la primera edad?

Todo un poema inenarrable de venturatodo un paraíso sepultado parasiempretodo un cielo de memorias dichosasse iluminaban ante mis ojosrecobraban vida en mi cerebrocontornos visiblespalabramurmullos y cantos;veía cruzarmedio envueltas en radiante neblinalas imágenes de los seresamadosy todo el suave rumor de aquella vida. Es que tienen las nochesestivalescuando se abren [267] las flores y se aquietan los insectosy lospájaros y los astros parecen como adormecidos por un sueño amorosoun poderinvencible de evocar el pasadoel porvenir y lo ignoto; circulan por el airefluidos que trastornan la visión realencienden de súbito luces extrañassobre escenarios de prodigiosy en el alma una sed voraz de ver trocado encertidumbre aquello que más fulgor despideque más lejos se halla en eltiempolo más absurdo y lo único que nos haría dichosos; y sueña y sueñasiempre la imaginaciónhasta advertir que es ahondar el dolor acercarse a lapercepción de la felicidad...

Pero digamos ya nuestro adiós a la montaña; cesen los encantos y losdeleitessi han de ser pasajerosfugitivosy en breve sólo un recuerdo más;si con ellos sólo aumentamos esta ansiedad sombría que devora los corazoneshasta apagarse en la noche final. Yo no puedo ir más alláporque sientodesbordar en lo interior de mi seren el fondo de mi mentepalabras que no sepronuncianestallidos que deben ahogarsevotos solemnes que sólo se formulasin sonidosanhelos que no se expresan sino en la confidencia solitariaallísobre la roca aislada de la cimadonde el grito desgarrador se desvanece en elazuly el alma de la Naturaleza y la sublime majestad de los mandos errantespuedan sólo escucharlo y responderle en su idioma. Adióspues; al alejarme[268] de esas montañas que sombrean los escombros de mi hogary velan elsueño de mis mayoresllevo un recuerdo inmortal: he desprendido de la másabrupta de sus cumbres la más hermosaetérea y virginal de sus floresparaofrecerla a los poetas de mi patria como símbolo del artenacional y prendasagrada de un himeneo fecundo!




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