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La Chapanay

Pedro Echagüe (1828-1889)

Prefacio

Las siguientes páginas relatan los hechos más pronunciados en la vida deuna mujercuyo natural temperamento y varoniles inclinacionesse desarrollaronen la atmósfera libre de los camposfamiliarizándose asídesde la infanciacon el espectáculo y con las fuerzas de la naturaleza.
La Chapanay fuepersonalmente conocida de muchos hijos distinguidos de la provincia de San Juan;y el relato oral de sus hechos se propagó por toda la República. Encarnabaesta extraordinaria mujerun tipo especialísimoque merece ser recordadonosólo por sus singularidades físicassino también porque se ha incorporado alas leyendas de la región andina; es deciral fondo de esa poesía romancescay popularque refleja en cada país el alma de las multitudes. Por otra partesu actuación se desenvolvió en un medio material y moral que la civilizaciónha ido transformandoy es bueno fijar las características de aquel mediosiquiera para apreciar mejorpor comparaciónen el presente y en el futurolos progresos que va alcanzando la República.
Por últimoel carácterla personalidad de la heroínaes interesante de por sí. En la primera partede su vida no fue precisamente una ladronasino una sometida al bandolero conquien vivía. Cuando se emancipó de élse entregó al bieny hay sin dudauna gran nobleza de ese gaucho-hembra que se convierte en una especie de Quijotede las travesías cuyanasprimero por natural honradezy luego por su afán deredimirse de culpas anteriores. Su historiamezcla tal vez de realidad y deimaginaciónestáde todos modosreferida en este librotal como el autorla recogió de labios de algunos que la conocierony de la tradición local. Nose han formado de otro modo los romances y las gestas de grandes literaturas.
Ha creído el autor que nodebía insistir demasiado en el empleo del lenguaje rústico al escribir estahistoriaa fin de no recargarla con barbarismos idiomáticos. Hacepueshablar convencionalmente a sus personajesun lenguaje que no es el suyointercalando aquí y allá expresiones popularesal solo objeto de agregar devez en cuando una nota pintoresca.

[1]

A poco más de treinta y cuatro leguas de la capital de San Juany endirección al S. E. de la mismahállase situada la primera de las famosaslagunas de Guanacachequecomo se sabeproveen a la ciudad de exquisitopescado. Sobre las movedizas arenas que circundan el cauce de la más importantede aquéllasla llamada "El Rosario"y bajo un techo de totora ybarronació Martina Chapanay el año de 1811.
La sencilla vida de losescasos moradores de aquellos lugaresno convenía a los instintos de lacriatura ansiosa de espacio y movimientosegún más tarde lo demostraría.Aparejar los espineles por la tarde para revisarlos a la auroracampear losasnos y las demás bestias de servicioy sentarse por la noche a la entrada dela cabaña a oír el canto de los saposbajo la claridad de la luna o lasestrellasno eran cosas que pudieran satisfacer el espíritu inquieto yaventurero que se revelaría después en la muchacha.
Juan Chapanaysu padresolía recordar complacido que era un indio puro. Natural del Chacohabía sidoarrebatado de la tribu de los Tobas a la edad de seis añospor indígenas deotra tribucon la que aquélla se encontraba en guerra. Reducido al cautiverioal cabo de dos años pasó al dominio de otro indígena más civilizadoque seocupaba en recorrer las provinciasvendiendo en ellas yerbas y semillastraídas de Bolivia. Dedicado por su nuevo amo al oficio de curandero ambulantevisitó con éste gran parte de la República Argentina. Cuatro años mástardey cuando cumplía doce de edadJuan aburrido de comer maldormir peor ycaminar sin descansoresolvió emanciparse del todoo enajenar sólo en partesu libertadsi así le convenía. Había aprendido a estropear el castellano ycontaba con que esto le facilitaría su propósito. Su amo resolviópor aquelentonceshacer una excursión a las provincias de Cuyo y lo llevó consigo.Allí se le presentó a Juan Chapanay la ocasión de realizar su propósitoyla aprovechó. Se encontraban en San Juana la entrada de Caucetey se habíanalojado en compañía de un lagunerocuando el hambre que lo tenía acosadohizo que el muchacho se echara a llorar amargamente. Curioso el lagunero porsaber la causa de aquel llantolo interrogó aprovechando un descuido de losotros indiosy supo no sólo que aquél estaba poco menos que muerto de hambresino también que abrigaba la firme intención de fugarse. Tuvo el lagunerocompasión del infelizy se ofreció a llevárselo en ancas de su mula. Así sehizo. A media nochecuando los coyas roncabanJuan Chapanay se alejaba con susalvadorrumbo a las Lagunas.
El hombre a quien JuanChapanay había confiado su destinono tenía familia. Se llamaba Aniceto y eraun excelente anciano que no tardó en profesarle un afecto paternal. Como averdadero hijo lo trató y considerósiendo una de sus primeras preocupacionesla de hacerlo bautizar en una iglesia de Mendoza.
El muchacho supocorresponder a los beneficios que su protector le dispensabay ayudóeficazmente a éste en su industria de pescador. Al cabo de algunos años estabacompletamente aclimatado en las Lagunase incorporado a la vida del lugar comosi hubiera nacido en él. El anciano Anicetocon quien había trabajado comosocio en los últimos tiemposmurióy lo dejó dueño de recursos bastantedesahogados.
Llegaba justamente JuanChapanay a la plena juventud y a pesar de que los vecinos vivían allí como enfamiliase sintió demasiado solo en su intimidady pensó en casarse. Susconvecinos lo habían elegido juez de paz del lugarpues los lagunerosconstituían por entonces una especie de minúscula república independienteque elegía sus propias autoridades. La justicia de la provincia sólointervenía en los casos de crímenes o de grandes robospor medio de unoficial de partida que inquiría el hecho y levantaba sumariocuando loreclamaban las circunstancias. El ruido de armas no turbó la tranquilidad deaquellos lugares; y ni cuando el caudillaje trastornó todo el paísdejaron deser los laguneros un pacífico pueblo de pescadores y pastoresaislados delresto del mundo al borde de sus lagunas. La región de las Lagunas de Guanacacheestá hoy lejos de ser lo que antes fue. Se ha convertido en un desierto en elque el fango y los tembladerales alternan con los arenales. El antiguo pueblo hadesaparecido. Los caudillejos locales concluyeron por envenenar el espíritu deaquellos hombres sencillos y primitivosy Jerónimo AgüeroBenavídez yGuayamalos arrastraron al fin a las revueltasperturbando su vida de paz y detrabajo. De las poblaciones de Guanacacheno quedapuesmás que el nombreque está vinculado a algunos episodios de nuestra historia política.
Juan Chapanay comenzó a ira la capital de San Juan con más frecuencia. No se presentaba ahora en ellasolamente como vendedor de pescadosino también como visitante que deseabadivertirse e instruirse un poco en el contacto con la ciudad. Gustaba defrecuentar los templosy después de oír misa con recogimientosolíaquedarse en el atrio mirando salir la concurrencia. Persistía en su propósitode casarsepero la ocasión no se le presentabay él se afligía de que eltiempo corría sin traerle ninguna probabilidad de encontrar la compañera queél soñabay que no debía ser por cierto una lagunera¡Ahno! El teníapretensiones más altas...

[2]

Regresaba cierta vez a sus lagunas de vuelta de la ciudadsiguiendo uncamino que se alargaba entre pedregales y montes de algarroboscuando lepareció oír un quejido. Detuvo su cabalgadura y prestó atención. En efectodel próximo algarrobal salían ayes lastimeros. Se dirigió hacia élmirópor entre las ramasy un cuadro impresionante se presentó a su vista.Suspendida por debajo de los brazosde un grueso algarroboestaba una jovencomo de veinte años de edad. Sus pies tocaban apenas el sueloteníadesgarrado el trajela cabeza doblada sobre el pecho y el rostro ensangrentado.Cercayacían dos cuerpos apuñalados y degolladospercibíanse todavíaendirección opuesta a la que traía Juanlos rastros de varios caballosy unreguero de sangre.
Al ver cerca de sí unhombrela mujer torturada redobló sus lamentos pidiendo socorro. Juandescendió de su montura y corrió a cortar las cuerdas que la teníansuspendida. Cuando lo hubo hechola muchacha cediendo a su propio peso cayó atierra: tenía fracturada una pierna. Aumentaron sus ayesy Juan no atinaba aaliviarla en sus dolores. ¿Qué hacer? No podía alzarla en ancas de su machoni podía en consecuencia transportarla a otro sitio. Mientras se le ocurríaalgo mejordesensilló su cabalgadura e improvisó con su montura una cama enel suelo. Recostó en ella a la heriday la cubrió con su poncho. Luego mirócon inquietud a su alrededor como si temiera la vuelta de los asesinos.
-¡Por Dios! ¡No meabandone usted! - dijo con voz desfallecida.
Juan la tranquilizólaexhortó a tener paciencia mientras él iba en busca de auxilios; la colocó enel precario lecho de la mejor manera que le fue posible para evitar que sufrierademasiadoy diciéndole palabras de esperanza y de consuelosaltó en pelo ensu macho y se alejó al galope con rumbo a las Lagunasde las que lo separabanunas cinco leguas. Cinco mortales horas hubo de pasar abandonada en el desiertola muchachatorturada por sus heridaspor su soledad y por la siniestrapresencia de los cadáveres decapitados. Cuando Juanacompañado de diezlaguneros armados de chuzas y trayendo una tosca angarillareaparecióaquelladeliraba:
-¡Bárbaros! - decía. - ¡Dejadme!¡es Carloses mi marido!
Juan Chapanay le lavó laheridavendó como pudo la pierna y sus amigos cavaron una fosa y dieronsepultura a los cadáveres. En cuanto a las cabezas de los mismosfueronenvueltas y conducidas al pueblito. Alternándosepara llevar la cargaloshombres de la comitiva llegaron a las Lagunas después de una ruda jornada.

[3]

San Juan era por aquellos tiempos una tenencia de la gobernación de Mendoza.Juan Chapanay quiso ocurrir al centro de las autoridades para informarlas delcrimen cometidoy dispusoal efectoque un vecino partiera al día siguientea Mendozallevando las cabezas de las víctimas para entregarlas a la policía.
El indioentretantoleprodigaba a la herida solícitos cuidados. La terapéutica indígena que habíavisto ejercer a su antiguo amoen sus correríasle sirvió en aquellaocasión a maravilla para curar a la muchacha. En la herida del rostro leexprimía el jugo de cierta yerba triturada por sus propios dientesy leaplicaba luego una especie de emplasto de grasa de iguana. En la pierna rota leaplicó también cataplasmas de yerbas misteriosas y sólidos vendajes. Ello esque la herida del rostro mejoró rápidamente; en cuanto al fémur fracturadoconcluyó por soldarse al cabo de largo tiempoen forma defectuosa. Si lasyerbas de Juan Chapanay ayudarono noa esta curaciónes cosa que nopodríamos decir.
El acontecimiento habíaprovocadocomo se supondráuna inmensa impresión en la localidad. Loshábitos mansos y laboriosos de aquellas gentesse vieron perturbados con lanoticia del espantoso crimeny durante largo tiempo perduró el terror queéste vino a despertar. En cuanto a la heridaninguna explicación de loocurrido había dado todavíay Juan Chapanaysu médico y enfermerono seatrevía a interrogarla. En estas circunstancias se presentó la policía deMendoza a practicar investigaciones. La joven tuvopuesque hablar ante laautoridadentre otros motivospara dejar en salvo la responsabilidad de subenefactor.
De las declaraciones deaquéllaasí como de las conversaciones y confidencias que con Juan Chapanaytuvo despuéssurgió bien clara y prolija la historia de su vida. Es la quevamos a resumir a continuación:

[4]

La joven asilada por Juan Chapanay se llamaba Teodora. Era nativa de San Juancontaba veinte añosy hacía diez que quedara huérfana. Fue recogida por unastías que le hicieron pagar cara la hospitalidad que le acordarontratándolacon brusquedadcon desprecio y hasta con crueldad. Una prima de Teodoraquehabitaba la misma casase complacía en humillarla y vejarla de todos modosenrostrándole el pan que allí se le dabay haciéndola sentir a cada paso lainferioridad de su situación. Teodora era bellay esto no se lo perdonaban susparientes; en particular su perversa primacuya nariz exagerada y deforme erala pesadilla de toda la familia.
Cumplía Teodora sus diez yocho añoscuando un gran acontecimiento vino a cambiar su porvenirque tantriste se le había presentado hasta entonces.
Eran aquellos los tiempos dela sencillezla franquezala generosidad y la confianza. Una carta derecomendación valía entonces más que una letra de crédito. En las familiasno había lujopero sí holguray como faltaban hoteleslas puertas de loshogares estaban siempre abiertas para los forasteros que trajesen una carta derecomendación. La hospitalidad practicada asíes propia de los pueblosprimitivos y patriarcales. La civilizacióno más propiamenteel progresotransforma estas costumbres cordiales en relaciones ceremoniosas y egoístasyaleja a los seres humanos entre síen vez de aproximarlos.
En casa de las tías deTeodora se presentó cierta mañana un joven bien parecidode maneras cultas ybizarro continente. Venía recomendado por un hermano de aquéllasresidente enCoquimboy fue recibido en la casa con la debida deferencia. Quedó alojado enla mejor habitacióny Teodora recibió la orden de servirlocon lo cual sebuscaba disminuirla y rebajarla a los ojos del huésped. Las tías habían vistoen el recién llegado un buen candidato a marido para la prima de Teodoraytrataban de suprimir a esta última desde el primer momentocomo rival posible.
Pero el plan dio resultadosopuestos. El semblante y las maneras de Teodora denotaban nobleza desentimientos y natural distincióncosas que no pasaron desapercibidas para elviajeroque se prendó de la muchacha. No comprendió la prima lo que ocurríay siguió alimentando ilusiones de conquista para con el huésped. Sin embargolas cosas se aclararon bien pronto. Colocaba Teodora una mañana flores en elcuarto de aquélcuyo nombre era Carlos Tarragona-cuando fue interrogada entono a la vez tierno y deferente:
-¿Sufre Vd.Teodora? -ledijo Carlos observando que tenía los ojos húmedos.
-¡Oh! síseñor...-respondió Teodora abandonándose a la confianza que Tarragona le inspiraba.
-¿Y no podría remediar yosus penassiquiera en parte?
-¿Usted?
-SíTeodorayo. Y ya queVd. ha sido franca conmigoquiero serlo yo también con Vd. Hace tiempo ya queobservo y comprendo sus padecimientos y sus humillaciones. Yo estoy en mejorsituación que otro cualquiera para darme cuenta de ellospues también yo sélo que es ser huérfanosiéndolo yo mismo desde la infancia. Su desamparo deVd.su bellezasu bondadhasta sus propios sufrimientosme han idoinclinando a Vd. día a día. ¿Y sabe Vd. lo que he pensado más de una vez?...Que si Vd. lo quisierapodría ser mi esposa...
Ante aquella declaracióninesperada y deslumbranteTeodora quedó atónita. No sabía qué contestar.Por último tartamudeó:
-¿Yo esposa de Vd.?...Supongo que no quiere burlarse de mí...
-NoTeodora. Eso sería unaacción indigna. Hablo en serio y le repito mi proposición. ¿Quiere Vd. ser miesposa?
Teodora no contestó sinollorando y reclinando su cabeza en el pecho de Carlos.
Justamente en aquel instanteuna de las tías hizo irrupción en el cuartoy se encontró ante tan expresivocuadro.
Tarragona sin inmutarseledijo:
-Señoralo que acaba Vd.de ver me ahorra mayores explicaciones. Esta señorita y yo pensamos en casarnos...
La decepción y la cólerase pintaron en el rostro de la tía.
-¿Casarse Vd. con Teodora?¿Y se contenta Vd. con eso?
-¡Oh! señora... "eso"es para mí la personificación de la dulzurade la belleza y del sacrificio...
Pareció que a la viejaseñora le iba a dar un síncope de rabia. Dio media vuelta y se fue a poner alcorriente de lo que sucedía al resto de la familia.
No hay para qué describirel despecho que de la otra tía y de la prima se apoderócuando conocieron lanoticia. Quisieron poner a Teodora en la calle inmediatamentey a duras penaspudo conseguir Tarragonaque le acordaran tres días de plazo para encontrardomicilio. Sin pérdida de tiempo se dirigió a la Curiay gracias a la buenavoluntad de un sacerdotea quien le expuso con franqueza y claridad el casopudo contraer enlace con Teodora y encontrar alojamiento para ambosdentro delos tres días que las furiosas tías le habían concedido. Poco tiempo despuéslos recién casados se ausentaban con rumbo a Buenos Airesde donde Carlos eranativoy donde debía entrar en posesión de una herencia. Regresaban a SanJuandespués de dos años de permanencia en aquella ciudadcuando acaeció laaterradora tragedia en cuyo epílogo le había tocado intervenir a Juan Chapanaycomo salvador de Teodora.
Los ladrones de caminosejercían su siniestra industria casi impunemente por aquellos tiempos. Lasgrandes distancias que separaban entre sí los centros pobladoslo primitivo delos medios de transportelimitados a la cabalgadura y a la galeralo desiertode los campos que para trasladarse de pueblo a pueblo y de ciudad a ciudaderanecesario atravesartodo eso facilitaba el salteo y el robo en descampado. Laspolicías bastaban apenas para mantener el orden en los departamentos urbanosylos salteadores podían operar en completa libertadrefugiándose luegocomoen seguras guaridasen los vericuetos de las serraníaso en los montes dealgarrobosy chañares que crecen en las desoladas travesías. Cuando laspoblaciones estaban en extremo aterrorizadas por el sangriento vandalismo de losladronessolían las autoridades organizar expediciones para ir a perseguirlos.Y cuando caían aquéllos en manos de éstasse procedía en forma sumaria eimplacable a ejecutarlos. El terror sólo podía combatirse con el terror.
Una de las bandas deladrones que infestaban la regiónhabía atacado a Carlos Tarragona y a sumujercuando hacían a caballo la última etapa de su viajede Mendoza a SanJuanacompañados por un peón. Asaltados de improvisolos dos hombres sedefendieron como pudierony Carlos consiguió traspasar a uno de los atacantespero su defensa fue dominada por el númeroy sólo sirvió para exasperar lasaña de aquéllosque degollaron a sus víctimas después de acribillarlas apuñaladas. Teodora había querido intervenir en el combatey había recurridoa falta de otra armaa una caldera de agua que hervía en el fuegocuando vioque su esposo se quedaba desarmadodespués de haber descargado su pistola; mastambién ella recibió una cuchillada en la caray fue luego colgada de unárbol en la forma en que Chapanay la encontró. Los ladrones pudieronpueshuir tranquilamentedespués de consumar su crimen bárbarollevándose suheridoy los veinte mil pesos que constituían la herencia que Carlos habíaido a buscar a Buenos Aires.

[5]

La anterior historia debía provocar y provocósegún antes se dijocomentarios y exageraciones de todo género. La imaginación del pueblo esfecunda y bien pronto se crearon mil versiones aumentadasdeformadas y hastafantásticasen torno a la vida y a la sangrienta aventura que había hecho ira parar a Teodora a las Lagunas.
No había imprenta en estasprovincias por aquellos díasy a falta de diariosse ponían en canciones lossucesos cotidianosrecogidos en el mostrador de las pulperíaspara cantarlaspor la noche dando "esquinazos" al pie de las rejas. Esto fue lo queocurrió en el caso de Teodoradel cual se formaron numerosas leyendas. Lajusticia no dio con los asesinoscomo de costumbre. Las cabezas de lasvíctimas fueron a parar al campo santoy Teodora se quedó a morarhasta sumuertesobre las arenas de las Lagunas.
Juan Chapanay seguíacuidando a Teodora con solicitudy cuando estuvo repuestase ofreció paraacompañarla a San Juan si ella lo deseaba. Pero aquélla rehusó elofrecimientocon gran contento del indio que le había cobrado hondo cariño.La herida del rostro se había cicatrizadoy la rotura de la pierna concluyópor soldarsepero dejándola coja. En tales condicionesla idea de presentarseen San Juan debía serle ingrata a la pobre mujerque se decidió a concluir suexistencia en aquel hospitalario rincón.
Para serle agradable aTeodoraJuan Chapanay levantó con sus propias manosayudado por otro Lagunerodos cuartos decentes rodeados de corredoresque luego se fueron ampliando conotras construccionesy quedaron convertidos al finen una vivienda cómoda ybien tenida. El mismo indio había empezado a preocuparse de aliñar su persona.En cuanto a la viudaque cuando fue conducida a las Lagunas contaba apenas consu ensangrentado trajedisponía ahora de un buen equipo. Quiso tener algunoslibros de devociónuna Virgen de Mercedes y algunos textos y cartillas deenseñanza primaria. Todo se lo facilitó el buen Chapanayque gastaba en estogustosolas economías de su vida entera.
¿Qué le faltaba a Juanpara ser completamente dichoso? ¡Ah! él lo sabía ... Había llegado a ser laautoridad del rinconcito del mundo en que moraba; tenía una habitación queparecía un palacio entre las cabañas del vecindario; se le consideraba y se lequería. Sólo le hacía falta esposay su más bello ensueño consistía queTeodora llegase a serlo.
Su ensueño se realizó.Conmovida por la ternura y la adhesión del indiola viuda lo aceptó comomarido. Esto pasaba en 1810justamente cuando el país entero retemblaba aimpulsos de la Revolución desencadenada. Un año despuésy bajo lasauspiciosas auras de la libertadvenía al mundo Martina Chapanay.
Al mismo tiempo que criaba asu hijaTeodora se dedicó a enseñar la doctrina cristiana y las primerasletras a los niños del lugar. Los corredores de la casita levantada por Juanse convirtieron en escuelacon lo cual aumentó la consideraciónel respeto yla gratitud que todo el vecindario le profesaba a los esposos Chapanay. Peropor desgraciano pudo Teodora ejercer largo tiempo su noble y generosa misiónde poner la cartilla y la cruz en manos de los niños de las Lagunas. En 1814muriódejando a su hija en edad demasiado tiernaa Juan Chapanay desesperadoy a la población entera entristecida.

[6]

Cuando Chapanay hubo trasladado a San Juany enterrado lo mejor que pudo losrestos de su esposaquiso reanudar con ahínco su antiguo trabajopero la penaque la pérdida de su compañera le había causadoera tan hondaque undesequilibrio se manifestó desde entonces en él. Se volvió reconcentrado ytaciturno. No tenía yaaquella alegría ni aquella movilidad que parecían serantes los resortes de su caráctery era evidente que en su vida faltaba ahorael contrapeso que habían traído a ella el buen sentido y la nobleza deTeodora. El pobre indio vagaba melancólico alrededor de su casitadurante lashoras que le dejaba libre el trabajoy era fama que hacía frecuentes visitasal árbol de la travesía en que encontró un día a la que luego había de sersu mujer.
Entretanto su hija Martinacrecía casi abandonadasin dirección ni consejosen la vida semisalvaje delas Lagunas. A tan corta edaddenotaba ya un carácter rebelde y varonil. Susjuegos predilectos eran los violentosy tenía a raya a todos los muchachos delpuebloa fuerza de distribuirles pescozones y pedradas. Se trepaba sobre losburros sueltos y los extenuaba a talonazoshaciéndolos galopar sobre losarenales; pialaba terneros y perseguía a cuanto animal encontraba en su camino.Se había tallado una especie de facón de paloy con él se complacía en"canchar" con muchachos de mayor edad que ellaa quienes más de unavez les dejó la cabeza llena de chichones a fuerza de planazos. No fue porcierto la menor de las aficiones que por entonces empezó a demostrarla que lallevaba a sumergirse en el agua. Pasaba largas horas bañándose en las lagunasy aprendió a nadar con la soltura y la resistencia de un pez. Más tardeperfeccionaría esta habilidadque llegó a ser verdaderamente sorprendente enellay que le permitió más de una vez ser útil a sus semejantes durante suaccidentada vida.
Sus correrías y travesurastenían alarmada a la población laguneraque se quejó al padre de lasdiabluras de la hija. Un día vinieron a decirle a Juanque Martina le habíaroto una pata a la potranca de un vecino. Este hecho le trajo contrariedades ydisgustosy lo decidió a salir de su apatía y a preocuparse seriamente decontener los instintos rudos de la muchacha.
Cierta señora de San JuanDoña Clara Sánchezle había hablado repetidas vecescuando él bajaba a laciudad a colocar su pescadode sus deseos de tener en su casa una chica pobredel campoa quien ella educaría en cambio de los servicios que ésta pudieraprestarle. Juan reflexionó que esta colocación podía convenirle a Martinapues la substraería del ambiente selvático de las Lagunasmoderaría susinclinaciones al vagabundeo por los camposy además le daría ocasión deinstruirse en algo. Habló con la señora Sánchezy le propuso traerla a suhija.
Quedó cerrado el tratoyMartina Chapanay dejó sus campos natales para venir a instalarse en la ciudad.
Mucho le costó adaptarse ala existencia encerrada y metódica de la casa de la señora Sánchezacostumbrada como estaba a no reconocer voluntad ni límite que la contuvieseypuede decirse que nunca llegó a identificarse con su nueva vida. Pero sesometió a ella como se someten los pájaros a la jaula: esperando siempre unaocasión de poder tender las alas en pleno espacio.
Al principiosu padre vinoa visitarla con frecuenciapero de pronto dejó de venir. Pasaron cinco añosy Juan Chapanay no daba señales de vida. Martina les pidió informes de él aotros laguneros que bajaban semanalmente a la ciudady éstos le contestaronque nada sabían. El indio había desaparecido sin dejar indicio ninguno delrumbo que hubiera podido tomar. Se hicieron al respecto las suposiciones másdiversashasta que por últimose aceptó la versión de que debía habermuerto envenenado por cierta yerba que le gustaba masticary de la cual abusabaen los últimos tiempos.
Allá por el año 40seencontraron en la travesíaal pie del algarrobo en que Teodora fue martirizaday suspendida por los salteadoresrestos humanos. Eranseguramentelos de JuanChapanay. El indio había ido a buscar la muerte en el mismo sitio en que undía encontró la felicidad.

[7]

Cuando Martina Chapanay se convenció que su padre no volvería nunca másyde que ella había quedado sola en el mundono pensó sino en recobrar sulibertad. En casa de la señora Sánchez había aprendido poca cosa y eratratada con creciente rigor. Se le encargaba de barrer la casallevar laalfombra de su señora cuando ésta iba a la iglesiazurcir ropa y ordeñar lasvacas. Al toque de ánimas debía ir a rezar a los pies de su señora. De todassus ocupacionesla única que a ella le interesaba era ordeñar las vacaspuesle traía a la memoria la vida del campole permitía pisar el pasto delpotrero y oír los relinchos de los caballosque le despertaban punzantesnostalgias de viajes y aventuras a campo abierto. Se decía que ella no podríaya ser nada en la ciudadni siquiera maestra de niños como lo fue su madrepues no se le había enseñado a leeryen tales condicionesera mejorvolverse a las Lagunas. Este deseo trabajaba constantemente su imaginación.
De la finca que la señoraSánchez poseía en uno de los departamentosbajaban con frecuencia a la ciudadpeones ruralesen servicio de aquélla. Había entre dichos peonesuno que leinteresó a Martinaporque tenía fama de cantor y de guapo. Se llamaha Cruzypor sobrenombre lo apellidaban Cuero. Era alto y flacopero musculoso y dueñode robustos puños. Picado de viruelalampiño y con tipo de indiohabía enél un aire de audacia y de ferocidad disimulada que causaba inquietud. Susantecedentes eran pésimoscomo que tenía en su haber seis entradas a lacárcel por robos. La señora Sánchez conocía sus hazañasy si lo guardaba asu servicioera porque no habiéndole robado a ella nadalo utilizaba comoespantajo para los otros ladrones de la campañaque le temían y obedecían.
Las "tonadas" quecantaba en la guitarray su prestigio de varón fuertetenían muyimpresionada a Martinaque escuchaba con gusto sus requiebrosy se veía devez en cuando a solas con él.
Un hecho criminal de Cuerotrajo como consecuencia su fugaacompañado de aquéllaen las siguientescircunstancias:
En una discusión con otropeónCuero le dio una puñalada y tuvo que ponerse a salvo de la autoridad quese echó a buscarlo. Escondido en paraje seguroenvió a Martina un mensajeinvitándola a escaparse con élque iba -le decía- a refugiarse en los camposen donde ambos podrían vivir a su antojolibres y contentos. Ya se ha dichoque de tiempo atrásla muchacha no pensaba sino en esto. Además estabaenamorada de Cueroy por consiguiente aceptó su proposición sin vacilar.
A las doce de la nocheysiguiendo indicaciones transmitidas por MartinaCruz Cuero llegó a las tapiasque circundaban la huerta de la señora Sánchez. Aquélla lo esperabatrayendoconsigo un atado con su ropa y otros efectos. Un poco por travesuray otro pocopor precauciónhabía cerrado con llave todas las puertas de la casay sellevaba las llaves.
Ella era la primera que selevantaba y despertaba a los demás. Como nadie lo haría al día siguientelafamilia se despertaría más tarde que de costumbre y los prófugos tendríanmás tiempo para distanciarse.
Cuero se arrimó a lastapiasy Martina trepó sobre ellaspara dejarse caer sobre el caballo queaquél traía de tiroy ya ensillado.
-¿Vamos?
-¡Vamos!
La noche no era de lunapero estaba clara. Todo San Juan dormíay la pareja pudo alejarsetranquilamente hacia las afueras.
Al vadear el ríoCuero quese había adelantado un tanto a Martina abriendo la marchaoyó detrás de síun ruido metálico. Se volvió alarmado y preguntó:
-¿Qué es eso?
-No te alarmes. Son lasllaves que tiro al agua.
-¿Qué llaves?
-Las de las puertas de lacasa de la patrona. Todo el mundo queda encerrado allá.
Cuero se rio a carcajadas dela ocurrencia de su cómplice.

[8]

El campo de los Papagayos era el sitio que el prófugo había elegido paracuartel de operaciones. Quería estar suficientemente lejos de la ciudadcomopara poder moverse sin temordurante las correrías que proyectabay teniendosiempre a la mano abrigos seguros en que refugiarse en caso de persecución.
-Esta vez -decía- voy anegociar en grande. Nada de merodeos ni raterías. Hay que contentar a losmuchachos y para esto es necesario cazar gordo.
"Los muchachos"eran los que componían la gavilla de salteadores que tenía apalabrados detiempo atrásy a cuyo frente se proponía entrar inmediatamente en campañaatacando caminantes y desvalijando arrieros.
La naturaleza honrada deMartina Chapanayse rebelaba contra la idea del robo y del asalto. El recuerdode lo que sabía de su madrerectamisericordiosa y buenale vino más de unavez a la memoriay sintió remordimientos y vergüenza de la abyección en quela hija iba a caer. Pero había dado ya el primer paso y las circunstancias laarrastraron. Ademásseguía queriendo a Cruz Cuerocuya brutalidad ejercíasobre ella una extraña fascinación.
Dos meses necesitó elforajido para organizar su banda y planear sus "negocios" en grande.Durante este tiempose había asomado a algunos departamentos y dado algunosgolpes de menor cuantíalevantando animales y prendas distintas para iraviándose. Martina estaba ahora vestida y armada como un hombre. Se habíaensayado largamente en el manejo de las armasparticularmente en la dagaquellegó a esgrimir con una agilidad y una destreza superiores a las del mismoCueroy aprendió sin mayores esfuerzos todas las otras actividades campestresdel gauchocomo que su tendencia hombruna la inclinó siempre a ellas.
Este rudo aprendizajeinicialla dejó apta para la existencia que había de llevar después; enadelante no hizo sino perfeccionar su educación de marimacho.
Uno de los espías que CruzCuero había destacado en parajes estratégicosse presentó un día en elcampamento anunciándole una buena presa.
Se trataba de un joven quevenía en dirección a San Juanconduciendo una carga de importanciaen la quese hallaban incluídasjoyas de alto precio. Dos peones lo acompañaban. Segúnla marcha que traían los viajerosera posible salirles al encuentro a laaltura de Monte Grande.
El asalto quedó resueltoinmediatamentey toda la bandaincluso la Chapanayse puso en marcha parasorprender la caravana.
Dos días despuéslagavilla se internaba en la espesura de Monte Grande cuando se ponía el sol.Hacia el nacienteuna negra masa de nubes anunciaba tormenta. Y en efectolanoche se hizo pronto obscura y tempestuosay la lluvia empezó a caer acántaros.
Los salteadores echaron piea tierray bajo la dirección de su jefe tomaron posiciones bajo el follaje delos árbolesque bien pronto les fue inútil para guarecersepues el aguaarreciaba entre truenos que repercutían en el amplio espacioy relámpagos quealumbraban con claridades siniestras la monstruosa soledad.
De pronto se oyó un silbidoentre la tormenta.
-¡A ver ustedes tres!-ordenó Cruz Cuero - ¡ChavoTartamudoJetudo!adelántense con cuidado yvayan a darle una manito a los otros! ¡Cuidado con errar el golpe!
Los designados por estospintorescos sobrenombresmontaron a caballo y avanzaron en la dirección queindicaba el silbido de los vichadores de la bandadirigiendo con cautela suscabalgaduras bajo el aguacero furioso.
Había pasado un cuarto dehoracuando se oyeron voces y risas en el camino próximomezcladas con elruido de las pisadas de animales que se acercaban. Resonó otro silbido queCuero se apresuró a contestary dos de los bandidos destacados antesreaparecieron.
-¿Y? ¿Qué tal? -preguntóel capitán imperiosamente.
-¡Muy bien! -contestó unode ellos. -Ahí traemos al gringo con la carga. La cosa resultó fácilporquelos peones que estaban con éldispararon como gamos en cuanto nos sintieron.El gringo quiso resistirse y echó mano a una de las pistolas que llevaba en lacinturapero mientras yo le amagaba puñaladasel Tartamudode atrásloazonzó de un golpe en la cabeza y le quitó el arma. Los otros compañeros nisiquiera tuvieron que entrar en juego.
-¿Entonces todos ustedessalieron bien?
-¡Toditos! Ahí no másvienen los demás con el gringo...
Lleno de satisfacciónCuero le dio unas palmadas en la espalda a su secuazy canturreó:
En vano es que de mis uñas
te pretendas escapar
porque de día o de noche
si te busco te he de hallar.
-¡Qué bien nos vendríaahora una media docena de chifles de aguardiente! -dijo uno de los bandidoscontagiado por la alegría del capitán.
-¡Y de andepues!-contestó éste.
-¿De ande? ¡De aquípues! -repuso el Jetudo alargando una botella en la obscuridad.
-¿Qué es eso?
-¡Coñaquemi comendantecoñaque! Cuando nosotros llegamosel gringoque estaba con los peones bajouna carpase ocupaba en llenar esta botella sacando licor de un barrilito quetraía en la carga. ¡Yclaro! Yo no me olvidé de la botella en cuanto loamarramos.
-¡A ver!
Después de empinar labotellaCruz Cuero la pasó a su vecino.
-Tomá y pasásela a losotros. ¡Y no sean bárbarosno se la vayan a chupar de una sentada!
La recomendación fueinútil; el cuarto bandido recibió la botella vacíay se quejó amargamentede su suerte.
-¡Pucha que son groseros!-exclamó Cuero indignado. -¡Se encharcan de coñaque sin acordarse de que suscompañeros también tienen guarguero! ¡A que les doy unos rebencazos porsinvergüenzas!
-No se enoje comendante-seapresuró a contestar el Jetudo-el barrilito también vieney alcanzará paraque todos se mojen el gañote...
Se oyó en el camino rumorde pisadas de caballos que se acercabany otra vezde uno y otro ladoresonaron los silbidos que le servían a los salteadores para entenderse a ladistancia. Había cesado la lluvia y los pelotones de nubes que corrían en loaltoempujados por el vientodejaban brillar sobre el campoa intervalosunaluna límpida. Guiados por el silbido de Cuerola escolta y el prisionero seacercaron. La carga robada venía con ellos. El asaltado era un joven de unosventidos añosblancorubiode ojos azulescuya fisonomía fina y noblecontrastaba con los rostros selváticos y patibularios de los asaltantes.
Nunca había visto MartinaChapanay una cara de hombre tan hermosacomo la del extranjero que teníadelante. Más hermosa le pareció aúnpor su palidezque la luz de la lunahacía resaltary se sintió a un mismo tiempo llena de admiración y delástima por el desgraciado cautivo. Pensó en la triste suerte del muchachocondenado a ser la víctima de aquellos bárbaros; comparó la gracia varonil desus facciones con la áspera y repulsiva fealdad de sus cómplicesybruscamente sintió por éstos horror y repugnancia. Desde aquel momento no tuvoojos sino para mirar al extranjerodisimulando sus emocionescada vez que laluna iluminaba el campo.
-¡A ver! ¡Atenme estegringo a cualquier árbol y acerquen el barrilito de coñaque! -ordenó Cuero.
El joven murmuró algunassúplicas que nadie tomó en cuenta. Los bandidos se ocupaban de hacer elinventario del botínen desensillar los caballosy en improvisar sobre latierra mojada un campamento para pasar la noche. La orden de Cuero se cumplió:el muchacho quedó amarrado a un chañary el barril fue colocado en medio dela rueda.
Echados de barriga sobreramas y yuyos que habían traído para preservarse un poco de la humedad delsuelose entregaron los bandidos a las libaciones alrededor del barrilenmedio de brindis y dicharachos. El prisionerotransido de fríoempapado delluvia y con los miembros atormentados por las ligadurasmiraba con indecibleangustia el cuadroy oía los comentarios triunfantes de sus victimarios.
Por mirarlo a élMartinaChapanay no bebía ni tomaba parte en la algazara. Un momento hubo en que lamirada del extranjero se fijó en la suya con una expresión tal de congoja y desúplicaque la conmovió hasta las lágrimas. Decididamenteel fondo generosoy sano que aquella mujer había heredado de su madrese mantenía latenteapesar de la crápula y el delito en que estaba viviendo.
Al finCuero notó ladistracción de su compañeray empezó a observarla con desconfianza ycólera. Llenó un jarro de coñac y se lo alcanzópero Martina se lodevolvió después de probarlo distraídamente.
-¡Bebelo todo! -ordenóaquél.
-¿Todo? Es mucho... Pero melo tomaré por hacerte el gusto. En cambio te voy a pedir una cosa -le dijosuavemente y en voz bajatratando de seducirlo.
-¿Qué cosa?
-Que le salven la vida a esepobre gringuito.
-¡Ahhija de una! -gritóCuero poniéndose en pie con dificultada causa de la embriaguez que empezaba adominarlo. ¡Ya decía yo que ese gringo te estaba gustando! ¿Con que teinteresa que se salveno? ¡Ahora vas a ver!
Con una mano le presentó eltrabuco que tenía cerca de síy con la otra empuñó el rebenque.
-¡Ahora mismo me lo vas abalear al gringo! ¡Ahora mismo!
El joven hizo oír su vozsuplicante:
-Capitán¡téngame ustedlástima!... Todo lo que yo tenía es suyo... Tengo una madre que me espera ysoy su único sostén... ¡Déjeme la vida!...
Pero Cuero borracho dealcohol y de rabiase exasperó más todavía al oír estas suplicaciones.
-¡Tirale ahora mismo!-gritó cada vez más furioso. -¡Ahora mismo!
Arrebató la Chapanay eltrabuco que el bandido le metía por los ojosy lo disparó al aire.
Frenético el facineroso ledescargó el cabo de fierro de su rebenque sobre la cabeza. Martina rodó por elsueloy Cuero cruzó entonces de azotes su cuerpo exánime.
Los gauchos que presenciabaneste espectáculoembrutecidos por el alcohol y la sumisión al capitánno semovieron

[9]

El sol del nuevo día alumbró un cuadro horroroso. El cuerpo del jovenextranjero seguía atado al chañarpero su cabeza había sido destrozada porun trabucazo disparado a boca de jarro. Martina Chapanay seguía desmayadaylos bandidos diseminados por entre los yuyosdormían en actitudes bestiales.
Algunos cuidados hicieronvolver en sí a la mujercuando sus compañeros se hubieron despertado. Seincorporó con dificultadmachucada por los golpes que recibiera la nocheanteriory un movimiento de horror la sacudiócuando vió que el infame Cuerohabía perpetrado por su propia mano el nefando asesinato.
-¡Cobarde! -le dijoencarándose con él. Si anoche me hubieras dado tiempo siquiera para sacar elfacónno serías tú el que se riera ahora de tu crimen ...
Cuero no contestó. Sabíade lo que era capaz Martinay magullada y todo como estabano quiso irritarlamás.
En cuanto a ellaen elfondo de su corazónjuró vengarse del miserable que la había arrastrado a laabyección en que se encontrabay de la que tan difícil le era salir ahora.Hubiera querido separarse de élfugarsepero ¿adónde ir? La policía leecharía la mano encima como cómplice de los salteadoressi se presentaba denuevo en el poblado. Resolvió aguantar todavía algún tiempo a su ladodisimulando el odio que ahora sentía por el que antes amóy aguardando unaocasión de tomar venganza.

[10]

Era el año 1830y gobernaba la provincia de San Juan el coronel donGregorio Quiroga. La capital era todavía una ciudad rudimentaria y casi aisladaen los desiertos circunvecinos. Los departamentos eran caseríos dispersosyCaucetepor ejemploera en su mayor parte un campo incultosombreado porespesos montes de algarrobos y chañaresalternados a veces de praderasespontáneas que el río fecundaba. En Caucete y en la sierra del Pie de Paloera donde se invernaba gran parte de las haciendas de la provincia. Hacia aquelpunto se dirigió Cruz Cuero con su gavilla.
Varios meses habíantranscurrido desde la noche del asalto antes referidoy Martina se aferrabacada vez más a su propósito de abandonar a los ladrones y cambiar de vida. Sudesprecio y su rencor hacia Cuero habían ido aumentandoy mientras esperaba laocasión de dejarlo para siempretrataba de evitaren la mayor medida posiblesu participacíón en los robos que la cuadrilla seguía cometiendo.
Estos robos se habíanmultiplicado de tal modoque la campaña estaba aterrorizaday las quejas ypedidos de protección a la autoridad era cada vez más alarmados y frecuentes.Se mandaron comisiones a perseguir a los bandidospero con resultados siemprenegativospues aquéllas no los encontraban o evitaban encontrarlostemiendoel choque. Picado en su amor propio el gobernador Quirogay comprendiendo queera al fin indispensable acabar con aquella calamidadresolvió ponerse enpersona al frente de una severa expedición contra los salteadores.
Movilizó treinta hombreslos dividió en dos partidasy se lanzó a explorar los parajes que mejorrefugio pudieran ofrecerles a los perseguidosy quesegún noticiaséstospreferían por sus recursos y accidentes geográficos. Al cabo de un mes derecorrer la provinciabatiendo serranías y matorralespudo el coronel Quirogasorprender a Cuero y a su bandacomo a unas catorce leguas de la ciudadentreel Camperito y el Corral de Piedra. Pero bien guarecido el astuto bandido en unahondonada propiciaescapó con otros hombres de la gavillagracias a laobscuridad de la nochedejando en el terreno algunos muertos. Junto con ciertomuchacho incorporado a la bandase entregó a los soldadosdesde el primermomentouno de los ladrones. Llevado a presencia del coronel Quirogaresultóque se trataba de una mujer.
Era la Chapanayqueencompañía del muchacho citadoy de otro de sus cómplices apresado por elsargentoquedaron a buen recaudo.
A la mañana siguientedespués de enterrados los cadáveresordenó el gobernador se trajera a lospresos a su presencia. Martina se presentó ante élsin altaneríapero consoltura.
-Antes de arreglarte lascuentas -le dijo aquél-necesito que me indiques cuáles son las guaridas detus compañerosy el lugar en que acumulan el producto de los robos.
-Estoy dispuesta a servir austed en lo que gusteseñor gobernadory la prueba es que yo misma me heentregado sin resistirme y sin intentar huir.
-Así me lo dijo elsargento. ¿Y qué miras tenías al hacer eso?
-Salir de la vida quellevabaseñory a la cual había sido arrastrada.
El gobernador le dirigióuna mirada escrutadoray continuó su interrogatorio:
-¿Quieres decirentoncesque estás arrepentida?
-Síseñor; de todocorazón.
-¿Y cómo es que reciénahoradespués de haber cometido tanta fechoría con esos bandidoste vienes aarrepentir? ¿Cómo no sentiste ningún escrúpulo para escaparte con Cuero?
-Era una muchacha aturdidaseñor. Estaba enamorada de Cuero que tenía sobre mí un completo dominioy meengañó haciéndome creer que nos casaríamos y nos iríamos a trabajar en lasLagunas en donde yo nací.
-¿Y por qué no te hasseparado antes de la banda?
-Me vigilabanseñoryademás no tenía dónde ir. He aprovechado la primera ocasión que se me hapresentado para hacerlo.
El coronel Quiroga volvió aquedar en silencio un instanteobservando a Martina. Sus palabras le parecíansinceras.
-Está bien -continuó- yahablaremos de todo eso; por lo pronto es necesario que me descubras losescondites de los fugitivos y el lugar en que depositan lo robado. Ademástienes que ayudarme a dar con ellos.
-Repito que así lo haréseñor.
Y después de haberle pedidoque mandara retirar a los otros presos para hablar con él a solasMartinaChapanay le expuso su plan al gobernador.
Hízole saber que el hombrey el muchacho aprisionados con ellala noche anterioreran padre e hijo; queel padre era el baqueano de la gavillay en consecuenciaconocía todos susabrigos y guaridas; que Cuero guardaba al hijo como rehéncada vez que mandabaal padre a vender en otras provincias prendas robadas a fin de que éstequeidolatraba a su hijoregresara con el producto. Le hizo notar que la autoridadpodía emplear igual procedimiento para obligar al baqueano a guiarla en suspersecuciones. Por último se ofreció a servir ella misma como cebo para atraera Cruz Cuero a alguna celadauna vez que se descubriese su paradero.
-Tu plan es bueno -la dijoel gobernador; -y me hace caer en la tentación de creer que hablas de buena fe.
-¡Ah! señor de muy buenafe... ¡Lo juro por las cenizas de mi madre! Hayademásotra cosa queVuecencia ignora. Yo odio a Cueroy creo que tengo el deber de librar al mundode un bandido semejante.
Y le refirió lo que éstehabía hecho con el joven extranjero asaltadola noche que tan ferozmente laazotó a ella mismainerme y aturdida.
Convencióse el coronelQuiroga de la sinceridad de Martina y se ajustó en un todo a sus indicaciones.Ella y el muchacho fueron enviados a San Juan y alojados en el cuartel depolicía en calidad de detenidos. Se llamó al baqueano y se le hizo saber queél y su hijo salvarían la vidasi guiaban a la autoridad hasta el sitio enque se hallaban escondidos los objetos que la banda venía robando desde hacíatiempo. El hombre aceptó sin vacilar y diez horas despuésconducidos por élel gobernador y su tropa se internaban en lo más escabroso de la sierra del Piede Palo.
Adelantaron por una estrechaquebrada de difícil accesocosteando enormes murallas de granito que remedabanfantásticas arquitecturas. Al pie de una especie de columna colosal queparecía sostener extraños amontonamientos de rocasel baqueano se detuvo.
-Aquí es -dijo.
No se veía en derredor másque montañas.
-Hay que mover esta laja-dijo el preso señalando una piedra chata que aparecía junto a la columna.
Así se hizo con el auxiliode cinco gendarmes y quedó al descubierto una caverna naturalresguardada porun cornisón de rocasen cuyo interior se hallaban amontonados los másdiversos y revueltos efectos. Aquella era la cueva del Alí-Babá de lastravesías...
Una verdadera colección debaúles y petacas repletas de ropasarmasjoyaslazosaperos y cuanta prendade uso es posible imaginarfue sacada de la caverna por los soldados y cargadaen animales traídos al objeto.
Hallábanse todos ocupadosen esta operacióncuando el baqueano que había trabajado con ahincoparaganarse la benevolencia del gobernadorse acercó a éste y le dijo:
-¿Su excelencia sabe aquién perteneció en otro tiempo esta cueva?
A la vez curioso ysorprendido por la preguntael coronel Quiroga respondió:
-No: ¿a quién perteneció?
-Al gigante de Pata de Palo.
-¿Al gigante de Pata dePalo?
-Síseñor.
-¿Quién eray adóndeestá ahora ese gigante?
-Dicen que era dueño deesta sierra. Los indios que habitaban los campos vecinosle reconocían como elseñor de toda la comarca y le pagaban tributos.
-¿Y por qué le llamabanPata de Palo?
-Porque dicen que en uncombate con otro giganteque también quería mandar por aquí perdió unapiernaaunque quedó triunfante. El se hizo entonces otra pierna con un troncode algarroboy la usaba como armavolteando cinco hombres de cada golpe... Ydicen también que desde que murió el gigantela pata de palo anda a vecessola por entre estos cerros...
El gobernador sonriódivertido con aquella conseja que no dejaba de tener su parentesco con la deHércules y su clava.
La imaginación de lasgentes sencillas se complace en todas partes en crear estas leyendas que nocarecen de poesía en ciertas ocasionesy en las cuales se manifiesta suinquietud y su respeto por lo sobrenatural.
Triunfante y satisfecho desu batida regresó el gobernador Quiroga a San Juancon su cargamento deefectos rescatadosque se proponía restituir a sus dueños. Durante el caminose entretuvo más de una vez en hacer hablar al baqueano sobre la vidalascostumbres y los propósitos de los bandoleros. Así supo que los que sehallaban bajo las órdenes de Cuerocomenzaban a cansarse ya de su violenciasanguinariay tenían la intención de dejarlopara irsereconociendo comojefe a otro ladrón recién incorporado a la banda. De éste hablaba maravillasel baqueano. Según él se trataba de un hombre de mucha "cencia" aquien llamaban "el doctor".
¿Quién podía ser esedoctor?
Vamos a explicárselo allector haciendo una digresión.

[11]

Entre las familias con las cuales el general San Martín mantuvo algunaintimidad en los días en que su genio laborioso preparaba en Mendoza el paso delos Andesse encontraba la del señor Bustillopersona de gran fortuna yacendrado patriotismo. Teníaeste señorun hijo llamado Eladiodeveintitantos años de edadgallarda figura y regular instrucción adquirida enun colegio de Españaadonde niño todavíalo envió su padre. San Martínque frecuentaba la casa de Bustillole tomó afecto al muchachoy quisoaprovechar ciertas aptitudes que éste demostrabacolocándolo en la Maestranzadel ejército en organizacióny abriéndole así un camino en la carreramilitar. Pero sus esperanzas y buenas intenciones quedaron defraudadas. Bienpronto se supo que Eladio se encontraba bajo el absoluto dominio de la hija deun acérrimo realista españolla cualinducida por su padrepensaba valersedel muchacho para obtener informaciones secretas sobre los preparativos delejército patriota.
Se comprobó luego queenefectoel teniente Eladio Bustillo ensayaba tener al corriente al padre de suamadaresidente en Chiley agente conocido del ejército realistadel estadode nuestro armamentodel grado de nuestra preparación militar y de los planesde nuestro general. Las pruebas que contra el espía se obtuvieron eranabrumadoraspues se trataba nada menos que de cartas de su puño y letrallenade inventariosinformes y pormenores relativos a la Maestranzaes deciralpunto sobre el que convenía guardar más estricto secreto. Felizmenteestacorrespondencia había sido interceptada por las guardias que San Martín teníaapostadas en los pasos de la cordillera.
Presentóse cierta mañanael general San Martín en casa del señor Bustillo. Su aire de gravedad y dereservaimpresionó a la familia que lo había recibido con la afabilidadacostumbrada.
-Vengo -dijo encarándosecon el señor Bustilloy rehusando la silla que se le ofrecía- a hablar conusted de un asunto en extremo delicado.
Una nube de inquietud pasópor el espíritu del padre de Eladio.
-Ante todo -continuó SanMartín- y para evitarme penosas explicacionessírvase leer usted esta carta.
Era una de las que habíansido interceptadasy ponían de manifiesto las terribles responsabilidades deespía en que estaba incurriendo el joven Bustillo.
Quedó el padre herido comodel rayo ante aquella oprobiosa revelaciónque hacía a su hijo pasible de unainmediata pena de muerte con ignominiay la madre presente en la escenaseechó a llorar desesperadamente.
-En homenaje a la amistadque profeso a ustedes -siguió el generaly en homenaje sobre todo alpatriotismo ardiente y abnegado de que tiene ustedseñor Bustillodadastantas y tantas pruebas a la causa de nuestra patriahe querido venir yo mismoa advertirle de la traición de su hijo. He hecho algo más. He mantenido hastaahora en reserva esta correspondenciapara evitarles a ustedes la vergüenzapública. Perosobre mí deber de amigo está mi deber de military voy aordenar la prisión del teniente Eladio Bustillopara someterlo a un Consejo deGuerra.
Hecha esta declaraciónSanMartín estrechó en silencio las dos manos del señor Bustillose inclinó conrespeto ante la señora y se retiró.
No es necesario pintar ladesolación y la angustia de los padres después de esta entrevista. La madre¡madre al fin! no pensó sino en salvar a su hijoy se echó ella misma a lacalle a buscarlo e incitarlo a fugar. Tuvo la suerte de encontrarloy el amormaternal que sabe hacer milagrosdesplegó tal actividadque dos horasdespuésy antes de que la fatal orden del general hubiera sido dadaEladioBustillo salía sigilosamentebien montadobien provisto de dinero yconvenientemente disfrazadocon rumbo a las Sierras de Córdoba.
La noticia de su traiciónno se divulgó en el ejércitopues el general siguió manteniendo en reservalos documentos que la comprobaban. Ella no perjudicópor otra partealejército patriotapues ya se ha dicho que las correspondencias del traidor nollegaron jamás a su destino. En cuanto a la brusca desaparición de éstecausó extrañezapero la febriciente actividad de aquellos díashizo quepronto se la olvidara.
Nunca más volvieron a tenernoticias de su hijo los señores Bustillo. Y cuando vieron que el general SanMartín no tomaba medidas contra el prófugono ordenaba su procesonirevelaba las terribles piezas de acusación que contra él poseíacomprendieron la generosidad y la nobleza de la advertencia que había ido ahacerles la mañana aquella... No queriendo conservar en su ejército unelemento semejante; no queriendo tampoco agobiar de vergüenza la ancianidad yel puro nombre de los señores Bustilloy no habiendo tenido consecuencias latraición del miserabledio el paso que se ha visto ante sus amigosparaconciliarlo todo sin faltar a su deber de militar.
¡Bien sabía él de lo queel amor de la madre sería capaz!

[12]

Refugiado en las Sierras de CórdobaEladio Bustillo llevó una vida devagabundo. Mientras le duró el dinero que teníapudo permanecer quieto en losvillorios serranosentregado al vicio que había adquirido: la bebida. Pero losrecursos se acabarony entonces élincapaz de recurrir al trabajodado elestado de disgregación moral y de abyección en que había ido cayendoseentregó al robo. Ya se ha visto que era un hombre débil y mal inclinado. Elalcohol y la vagancia acabaron de pervertirloy los caminos contaron desdeentonces con un salteador mástemible por la astuciala inteligencia y elingenio que ponía al servicio de su triste actividad.
Catorce años despuéseraun bandido perfectoy hasta en el presidio había podido perfeccionar sus artesde ladrónque siempre ejercía solo. Fue por este tiempo cuando conoció aCruz Cuero y a su bandaen las circunstancias que pasamos a relatar.
Recorría el forajido ciertalejana zona de la provincia de San Luisentregado a su productiva tarea deasaltar a los transeúntescuando divisó un jinete que galopaba a campotraviesacomo si quisiera rehuir todo encuentro. Mandó dos hombres en supersecucióny como aquél iba mal montadopronto fue alcanzadoy conducido apresencia de Cuero queal verlele tomó por un mendigo.
-¿Sabes -le dijo- que medan ganas de mandarte degollar por zonzo? ¿Quién te manda disparar así? Unrotoso como vosno debe tener miedo de que lo desnuden...
-Señor comandante-contestó el prisionero- dice el refrán que bajo una mala capa puede haber unbuen bebedory quién sabe si este rotoso no tiene algo que pueda interesarle aVuecencia más que su cogote... Por lo que veotengo el honor de ser colega deVuecencia.
-¿Cómo colega? ¿Eresladrón?
-De profesiónmi coronel.
-¿Y qué haces de lo querobas?
-Me lo bebomi general.
-¡Eh! no me asciendastanto...
-Es que yo soy así; paralas personas que me caen en gracia nunca hallo tratamiento bastante altoytanto esta disciplinada compañía como su digno jefeme producen la mayoradmiración.
Divertido Cuero con la labiamarrullera y el aplomo de su interlocutorprosiguió:
-¿Conque lo que manoteas telo bebes? Ya se ve que te gusta la buena vida. ¿Y adónde ibas?
-Iba a ver si conseguía porahí algunos realesporque tengo hambre y sed... sed de aguardiente.
Cruz le alcanzó un chiflellenoy aquél lo empinó con deleite. Hizo chasquear la lengua y agregó:
-Señor gobernadoryo soyun hombre agradecido. Usted acaba de aplacarme la sedy yo voy a corresponder asu generosidad como se merece.
Echó mano a sus alforjas decuero de zorroy extrajo de ellas dos hermosas caravanas de brillantesdosmates de platados sahumadores del mismo metalunas vinajeras y un crucifijode oro macizocomo de cuatro pulgadas de largoenclavado con brillantes. CruzCuero y sus secuaces miraron aquel deslumbrante despliegue de piedras y metalespreciososcon ojos codiciosos.
-Pongo todo esto a los piesde Vuecencia-prosiguió nuestro hombre uniendo la acción a la palabra- ysolicito humildemente ser admitido como miembro de esta distinguida compañía.
Cuerofascinado por lasjoyascontestó.
-Bueno. Te admitiremos enobservación por ahora. Después veremos lo que eres capaz de hacery si teportas bienentraremos a repartir beneficios.
Tomó el crucifijosedescubrió y lo besó con uncióngolpeándose el pecho. Y radiante desatisfacción por la presa inesperada que acababa de hacermandó calentar aguapara tomar mate en los mates de plata que estaban delante.
-¿Cómo te llamas? -lepreguntó en seguida al recién incorporado.
-Mi nombre de pila es Juany mi apellido Cadalso.
-¿Cadalso?
-Sí. ¿Significativo elapellidoverdad? Pero respondo con mayor gusto al tratamiento de doctorporqueasí me llamaron desde niño.
-¿De dónde has manoteadoestas prendas tan lindas? Seguro que de alguna catedral.
-No precisamente de unacatedralpero si de una iglesia de Santiago del Esteroque se llama NuestraSeñora de Loreto. ¡Lindo templo!
-¿Y cómo diablos teingeniaste para alzarte con ellos? -preguntó Cuero con curiosidad.
-¡Oh! Muy sencillamente...Pero el cuento es un poco largo. Si la honorable compañía tiene paciencia paraescucharlolo referiré con detalles.
-¡Cuenta! ¡cuenta!
Se acomodaron los bandidosalrededor del fuegoy el doctor comenzó así:

[13]

-Me hallaba yo en Santiago del Esteroy tuve curiosidad por conocer laiglesia aquellacuya Virgen pasa por ser sumamente milagrosa y cuenta coninnumerables devotos. Me trasladépuesa ellay me hallaba contemplando losdetalles decorativos de su interioren medio de la navecuando el cura se meaproximó preguntándome:
-¿Sabe usted ayudar a misami amigo?
-Cuando niño lo hacía muybienseñor Cura -contesté. -Creo que todavía podría hacerlo...
-Entonces le ruego que mehaga el favor: ayúdeme usted a oficiar una misa que debo decir dentro de poco.El sacristán está enfermoy no veo ahora de quien valerme para el caso.
Me presté deferentemente ala solicitación del señor Curay éste fue a ordenar que llamaran a misa.Luego me hizo entrar en la sacristía. Debí desempeñarme correctamente en laayuda que le presté al ministro del Señorporque éste quedó sumamentecomplacido de mis servicios. Quiso recompensarmepero yo rehusé su obsequio.Entonces me dijo:
-¿Podría usted venirdurante algunos díasy hasta que el sacristán se repongaa prestarme lamisma ayuda?
-Yo no soy del lugarseñorCura -le dije. -Vivo un poco lejosen otro pueblopero vendré gustoso aservirle a usted y a Dioscuantas veces sean necesarias. Con madrugar unpoco...
Varios días estuve haciendocomo que venía de lejosal solo objeto de ayudar al cura a decir misa. Laverdad era que me quedaba por las noches en un rancho de los alrededores dellugaren el que me daban alojamiento. Mi conducta ejemplar sedujo al curaqueacabó por ofrecerme en propiedad el puesto de sacristándespués de pedirmealgunos antecedentes sobre mi persona. Yo le di los antecedentes que quisedarley el cura que me había tomado en simpatíano los puso en duda. Mehicepuescargo sin más trámitede la sacristía de Nuestra Señora deLoretocon la cristiana idea de hacer pasar a mis bolsillosen la primeraoportunidadestas alhajas que ustedes ven ahoray cuya existencia en laiglesia tenía yo perfectamente advertida.
Cierto día me hizo saberlleno de satisfacciónel señor Curaque el siguiente era el de sucumpleaños. Sus feligreses vendrían a cumplimentarloy habría fiesta en lacasa parroquial. Y efectivamentelos regalos y los mensajes empezaron a llegardesde la víspera.
Al día siguientemuytempranorecibió el sacerdote un llamado urgente. A uno de sus fieles lohabía picado una víbora; estaba moribundoy fue necesario ir en su auxilioespiritual. Pero nuestra expedición fue inútilpues cuando llegamosaquélhabía dejado de existir. Al regresaroímos desde lejos los alegres repiquescon que mi auxiliarel muchacho campanerocelebraba por su cuenta elcumpleaños del curacomo se celebran las grandes festividades de la iglesia.El resultado fue que al término de los repiquesuna de las campanas sonó enfalso; el muchacho la había roto en su furioso entusiasmo.
Un notable vecino que semuere y una campana que se rompe... Los signos no parecían muy propicios parala comilona en preparación.
A las doce del díalosvecinos de más representacíón con que contaba el curatollenaban la casa.Pavosgallinaspichoneslechoncitos rellenoscarne con cueropasteles debuena masaalojafruta y ricos vinos: todo esto había recibido en profusiónmi buen cura. Se dio comienzo al festín y a las cuatro de la tarde todo elmundo estaba alegre. A las seis no quedaba nadie en su sano estado ni en su sanojuicio. A las diez de la noche los visitantes reventando de comida y de vinodormían tirados a la buena de Dios bajo los corredoresen la más revueltaconfusión. Este era el momento que yo esperaba.
Poco antes de acostarme mehabía presentado en el dormitorio del curaque aún conservaba luz y serevolvía desvelado en la cama. El hombre de ordinario no bebíay como estavez lo había hecho con excesosentíase afiebrado. Cuando me viósuponiéndome también borrachose incorporó sobre las almohadas y me dijogroseramente:
-¡Fuera de aquí! ¡Ameterse al féretro a dormir la tranca!
Yo bamboleabahacía gestosnauseabundos y tartamudeaba palabras sin sentido. Por último me retirégruñendo y tropezandopero no para ir a meterme al féretrosino en lasacristía.
El cura guardaba en su podertodas las llaves. Pero yo tenía ya limado y arreglado en forma de ganzuaungran clavo. La tenue luz de la lamparilla que alumbraba al Sacramentoalumbrótambién mi empresay a su amarillento reflejotrepé las gradas del altar yemprendí mi conquista. Todo estaba en silencio; hasta el mismo cura debíahaber concluído por dormirse. En la sacristía habían quedado por olvido estosdos matesy los incorporé a mi botín. Tentado estuve de respetar al SantoCristopero los gruesos diamantes que le sirven de clavos acallaron misescrúpulosy el crucifijo pasó a mis alforjas de cuero de zorro.
La puerta del templo secerraba por dentro con pasadores que yo tenía de antemano aceitados. La abrípuessin esfuerzoy me hallé respirando el puro aire del campo. Todo estabaprevisto. Había estudiado el terreno en un cuarto de legua a la redondaytenía ya elegido el punto en quellegado el casobuscaría escondite. Fuiderecho a élcavé un hoyodeposité en su fondo la preciosa cargay aplanéluego sobre él la tierra.
Decididamente el cieloestaba de mi parteporque apenas ponía de nuevo mis pies dentro de la iglesiaun formidable aguacero se descargó. Los rastros que yo hubiera podido dejarafuera se borrarían con el agua: en cuanto al interiorno había pisado sinosobre alfombras. Dejé la puerta del templo abiertay la ganzúa arrojada allícercaen lugar visible. Luego me metí en el féretro y me dormíplácidamente.
Cuando al amanecer empezarona moverse los huéspedes del curael muchacho campanero corría azorado de unlado a otro dando cuenta a voces del sacrilegio que se había consumado. Yofingía seguir roncando dentro del féretro.
Los aspavientos delmuchachoexcitaron la curiosidad de los presentesy sobrevinieron loscomentarioslas condenaciones y los lamentos. Todos se horrorizabantodosexponían sus sospechas. Todos inducíandeducíancalculaban y pronosticabanemitiendo suposiciones y juicios disparatados y contradictorios. El curaexaltado y aturdido al mismo tiempohabía recurrido al tono y las actitudesdel púlpitoy anatematizaba o apostrofaba en lenguaje de oratoria sagrada. Elhombre iba y venía como loco de un lado a otro. No era posibleentretantoqueen tales circunstancias y por insignificante que fuera mi personase olvidarande ella. Fue un paisano gordo y cachetudoa quien le daban el título de"señor juez"el primero que extrañó no verme entre los presentes.Púsose el cura a la cabeza de un crecido número de feligreses y la cuadrillase dio a recorrer los departamentos del edificio buscándomecon la idea dequea no hallarmeera yoy no otroel autor del monstruoso robo. Pero heteaquí queal atravesar el pasadizo en que se guardaba el féretrola comitivase detuvo azorada al descubrirme tendido largo a largo en la jaula fúnebre
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-¡Aquí estáseñorJuez! -gritó el cura.
-¿Dónde? ¡A ver!-añadieronagrupándose alrededor del féretrolos demás.
-¡Está muerto! -gritabanalgunos que aun no alcanzaban a distinguirme.
Pero dos gauchones que seinclinaban sobre mídescargaron sobre mis espaldas unos azotes que me hicieronponer de un salto en pieprotestando de aquella brutal manera de despertar alas gentes. La cosa les pareció divertida a los circunstantes.
-¡Duro! -decían algunos.
-¡Por las vinajeras!-decían otros.
-¡Por los sahumadores y lascaravanas de la Virgen!
-¡Por los mates y el SantoCristo!
Un viejecito afirmaba:
-¡No hay duda; él es elladrón! Yo le tomo olor a cera.
-A lo que apesta es aaguardiente -sostenían los más próximos.
-¡Qué olor a aguardienteni qué niño muerto! -vociferaba una vieja. -¡A lo que hiede es a mugre!
Entretanto los azotesseguían lloviendo sobre mis costillas. Yoerguido sobre mi macabro pedestalytratando de atajarme los golpescomo podíaempecé a hablar:
-¡Señor Cura! ¡SeñorJuez! ¡Señores! se está disponiendo de mis lomos con un rigor que no meexplicoy pido que se me escuche!
Vi que los azotes sedetenían y que el público prestaba atención... Entonces continuéelocuentemente mi discurso:
-¡Ni entre los salvajes seanticipa la pena a la comprobación del delitoy yo estoy siendo aquí víctimadel rebenque de todo el mundosin que nadie me diga ni yo sepa por qué! ¡Seme ha dicho que tengo olor a ceraque apesto a difuntoque hiedo a aguardientey que trasudo mugrepero no creo que todos estos olores puedan ser causa de quese me infame y atormente! Mi patrónmi jefe inmediato es aquí el señor Cura.¡Que él diga si es o no verdadque él me ordenó anoche que meacostara adormir en este féretro!
El curacuyo aturdimientoiba en aumentoreconoció queen efectopara castigarme por mi estado deebriedadme había dado esa orden.
De prontoun feligrés seabrió paso por entre los apiñados curiosos que me estrechabany gritójadeanteenseñando la ganzúa:
-¡Aquí está el cuerpo deldelito!
Yo levanté entonces la vozy agregué con dignidad.
-¡Ahí tienen ustedesseñores! Esto puede ser una maquinación diabólica de los mismos que manejanlas llaves del templopara despistar a la justicia. ¿Con qué objeto se haarrojado esa ganzúa a la puerta misma de la iglesiasegún afirma la honorablepersona que la trae? Esto es atrozseñores¡atroz! ¡Perdóneme Dios y suSantísima Madre! pero ¡quién sabe si no va a haber algún maligno que supongaque la inocente acción de despacharme al féretro de mi virtuoso y bien queridocuraha sido una treta estudiada!
Un murmullo cundió en elauditorio.
-¡Caramba con elsacristán!
-¿De dónde habrá salido?
-¡Qué bien habla!
-Debe ser un sabiodisfrazado...
-¡O algún sabio loco!
-Todo puede ser. ¿Por quéestará tan harapiento?
-Pero es que también tienebuena ropa... Yo le vi ayer con ellacuando acompañaba al señor cura.
-Y yo también... Tiene unmachito muy gordoque montaba cuando llegó a la villa.
-Este no puede ser ladrón.
-Nohombre¡qué ha deserlo!... ¿Has visto qué bien parado acaba de dejar a nuestro Párroco?...Porque me parece que la indirecta...
-Síla indirecta no puedeser más directa.
El hombre gordo y cachetudohabló a su vez en tono severo:
-¡Bueno! Aquí no tenemosya nada que hacer. Yo me retiro a mi juzgado a tomar las medidas que mejorconvenga. Los vecinos todos de esta villaentretantodebenpor su partesecundar la acción de la autoridadevitando que el tiempo pase sin resultado.El daño que deploramosno sólo perjudica y burla a la iglesiasino queburlará y perjudicará a todo el vecindario.
El sol empezaba a levantarseanunciando un día de terrible calory el campo se oreaba a gran prisa. Lamayoría de los asistentes a la comilonatanto a pie como a caballose puso enretirada. Pocos fueron los amigos del cura que tuvieron a bien despedirse de ély darle el pésame por el infausto suceso.
La campana trizada empezó allamar con eco triste y destempladocomo si también ella estuviera de duelopor la desgracia acaecida. Debía realizarse una misa de cuerpo presentepor eldescanso del vecino emponzoñadocuyo cadáver había sido conducido a laiglesia a primera hora.
Pero era el caso que la talmisa no podía oficiarse sin mi concursoy el muchacho campanero fue a llamarmea nombre del cura. Dueño del campodespués del rudo ataque que se me llevarahasta la trinchera en que supe convertir el féretroestablecí junto a él misrealesy contesté muy atentamente que si para algo precisaba mi persona elseñor curatuviera la bondad de llegarse adonde yo me encontrabapues estabaresuelto a no moverme de allí hasta la tardehora en que me marcharía de laiglesiaausentándome para siempre de un paraje donde tan ignominiosamente seme había tratado.
Irritado el cura por miexcusación a su llamadovino en persona a dirigirme palabras chocantes yamenazadoras; pero yo me acordé del Santo Job y quise dejar sin réplica sudesahogo. Herido en lo más hondo de su amor propio y elevada su irritabilidad amayor grado con mi silenciocerró sus puños y se lanzó sobre mí... Apenaspude contener los golpes que me dirigió a la cara.
En aquel momento asomó sucabeza el campanero diciendo:
-¡Aquí está el señorJuez!
Efectivamente: el hombregordo y cachetudo interpuso su busto entre nuestras dos personas. Su presenciamoderó un tanto las iras del Párrocomientras yo hacía resaltarestudiosamente mi fingida prudencia.
-Aunque tan escandaloso robo-dijo pavoneándose el robusto y colorado Juez- reclama mi presencia en todasparteshe regresadoal oír la campanapara asistir a la misa que se va adecir por el ánima de mi amigo. Pero he dado ya órdenes para que se lleveadelante la investigación.
-¡A esas órdenesseñorJuez-dijo el cura- debe usted añadirle una indispensable!
-¿Cuál?
-¡La de que se pongainmediatamente preso a este bribonazo!
¿Ha descubierto usted algoque lo comprometa?
-No; pero trata deperjudicarme en mucho.
-¿Cómo así?
-Se niega redondamente asalir de este local hasta la caída de la tardelo que importa negarse aayudarme la misa. ¡Y el pobre viejo a quien por servir a este pícaro despedíen mala horaestá postrado en camatal vez de pena por haber perdido lasacristanía!
-Hago notar al señor curaque yo no la solicité...
-Y bien¿por qué seexcusa usted ahora de... ? díjome el juezal parecer preocupado por secretasconjeturas.
-Por una trinidad de causasseñor Juez.
-Veamos.
-Primera: porque me doy pormuertoy no quiero reaparecer deshonrado. No creo quecomo para Lázarosonará para mí la voz divina de Jesucristo; pero los que han tratado dearrojarme a la fosa del menosprecio y el descréditoestán en el deber devenir a solicitar mi perdóndeclarando en público que no tuvieron razón parainfamarme. Todavía siento en mis pulmones el ardor de los azotesy peno eneste lugarcomo han de penar las ánimas en el purgatorio... Soypuesunaánima en pena; no estoy en condiciones para orar ni prestar ayuda en losoficios divinos.
-¡SofisteríasseñorJuezargucias!
-No son sofismasmirespetable señor Cura. Ya iré luego a apreciaciones más sólidas. Ayer suenande repente las campanas tocando aleluyaen vez de haber sonado un poco antestocando agonía. Un muchacho zonzoque nada sabeporque nada se le haenseñadorompe de repente la mayory mi generoso curaen vez deadministrarle una tundale enseña sus blancos y pulidos dientesen prueba deagradecimiento porque se celebraba su propio natalicio cuando la campana serompió. Este proceder puede demostrar mucha bondad en el fondo del carácterdel señor curao una tolerancia especulativa emanada de la necesidad dehalagar al muchacho. He aquí el dilema: si esa conducta fue obra de su bondaddebió extenderse hasta míno permitiendo el inhumano vapuleo que se meaplicó; pero sí se mostró tolerante por pura especulaciónla causa queprodujo efecto debe ser talque bien podría compararse con la recíprocatolerancia que la complicidad impone a los delincuentes... Ejemploverdaderamente extrañoseñor Juezes el que deja a examen de la fría razóneste estupendo roboúnico acaso por su forma en los anales de la rapiña. Losladrones buscan siempre para darse a sus laboresla sombrael silenciolamayor soledad. En cambiolos de Nuestra Señora de Loreto esperan la noche enque casi todos los habitantes de la villa rodean su templopara venir asaltearlo. Hay un solo hombre que pueda inspirarles recelo y da la casualidadque ese hombre sin relaciones ni valimientos es alejado a gran distancia de lashabitaciones por el señor cura que le impone por cama la de los cadáveres. Alas pocas horas se le viene a buscar allí para achacarle el robo mientras quelas llaves todas del edificio se hallan cuidadosamente guardadas bajo lasalmohadas del Párroco...
-¡Señor Juez!-interrumpió el cura medio sofocado. -Lo que este malvado está exponiendoimporta una inicua y pérfida criminacióny me querello de ser calumniado... ypido el reparo de mi honra. El espantola ofuscación que me produjo la noticiadel robo en el primer momentome impidieron condenar las alusiones insidiosasde este infame: pero ahora...
-Ahoracomo antesseñorCurayo tengo derecho para repeler las imputaciones que usteden silenciohapermitido que se me dirijan. Sobre todoseñoryo no afirmo nada: deduzco.Hablo en hipótesismientras que a mí se me ha gritado ladrón a las clarasyse me ha marcado la espalda como a un galeotesin acusación fundada ni pruebaalguna... Y yaseñor Juezque es prudente precisar esta cuestióndeclarosin ambagesque la causa esencial de mi resistencia a ayudar al señor párrocoen la misa por decirseproviene de los escrúpulos que mortificarían mi puraconciencia sial verificarse el Evangelioel diablo me tentarasugiriéndomela sospecha de que acaso sea el sacerdote sacrificador el que ha consumado elrobo...
Un brusco estremecimientosacudió la persona del curaque perdiendo el equilibriovino a dar con elcuello sobre la cabecera del féretro.
-¡Bárbaro!... -alcanzó aexclamar.
Yo me dije riendointeriormente: -¡A ver cómo sales de ésta!
[14]

La caterva de forajidos escuchaba con profunda atención el relato deldoctor. Como éste se detuvocreyó sin duda el auditorio que el narrador iba ainterrumpir su relación y le pidió que la continuara. Reinaba entre él grancuriosidad por saber cómo se había salvado aquél de su crítica situación.
El doctor prosiguió así:
-El cura fue llevado a lacama y algunas de las personas que esperaban la misa fueron a asistirlo en sulecho. Entretantoel juezindeciso en cuanto a la conducta que conmigodebería seguirse libró al consejo de los vecinos más caracterizados.Mientras este jurado popular deliberabade pie y al aire libreyo me ocupabacon empeño en trazara la ligerauna silueta del cachetudo juez quecolocadofrente a míme presentaba de lleno su colorado rostro.
En la cuadra en donde sealojaba la partida de policía a servicio del juzgadoquedé yo detenido encalidad de incomunicado. No me amilané por eso. Para escapar de la red que ibaenvolviéndomecontaba con dos cosas: con mi astucia y con la incapacidad deljuez. El día transcurrió sin misa y el muerto fue enterrado sin responsos. Eljuez y sus secuaces se entregaron a toda clase de pesquisasregistrandohabitacioneshurgando mi maletarevolviendo mis trapos y explorando hasta elfondo de mis botas.
Llamado a prestar lasdeclaraciones que debían servir de apertura a mi sumario al siguiente díapresté tranquilo el juramento de leygracias a mi impavidez. El cándido deljuez ordenó que se me registraran los bolsillos. Yo esperaba esta formalidad-que hubiera debido llevarse a cabo en el primer momento- y tenía preparado ungolpe de efecto. Me quité el poncho con desembarazoy entregué abiertos losbolsillos de mi chaqueta. El gendarmeencargado de la operaciónextrajo deellos una bolsitaque contenía dos pesos en platauna caja pequeña depinturas a la acuarelay un cuadrado de papel de marquillaque nunca falta enmi maleta. Dichos objetos pasaron a las manos de un joven que desempeñaba lasfunciones de escribiente. Este los examinó prolijamentey se quedósorprendido mirando el papel.
-¡Señor! -dijo porúltimodirigiéndose al juez- ¡éste es usted!...
El juez le quitó el papelde las manos y se quedó tan sorprendido como el escribiente.
-Este es mi retrato-exclamó halagado. ¿De dónde lo ha sacado usted?
-Lo he hecho yo mismoseñor.
-¿Cuándo?
-Ayer.
-¿A qué hora?
-En momentos en que elseñor juez y sus dignos asesoresresolvieron encarcelarme por vago sin arte niciencia.
-¿Y cómo sabe usted hacerestas cosas?
-Porque soy pintor deoficio. En mi juventud me dediqué a este artey no he dejado de rendirleculto. Ahora viajo pobremente por distracción. Huyo del mundoy trato desacudir el terrible imperio de una devorante pasión que trastornó por algúntiempo mi juicio. Me he propuesto distraer la vida ejerciendo cuantasocupaciones me permitan permanecer obscuro. Sé domar un potro. Sé carnear unares. Hasta ayer he sido sacristány si después de reconocida mi inocenciamees posible irme a Boliviasolicitaré allípor algún tiempoel puesto deverdugo...
El juez y el sacristáncambiaron una mirada. Acaso me supusieron un maniático rematadoy abandonarontoda sospecha de participación mía en el robo.
Luego el primero me dijoafablemente:
-Puede usted volverse a lacuadra; este asunto se resolverá pronto.
Al día siguiente elmuchacho campanero se hallaba presoocupando un rincón de la ramada destinadaen el cuartel para depósito de forraje. Dos días despuésse me llamó. Erapara notificarme que estaba en libertad.
El retrato del juez pasó demano en manoprovocando admiraciones y comentarios en todo el villorrio. Talescomentarios resultaron funestos para el curaa quien se miraba ya con ojerizapor lo que yo había dejado entendery que cobraba ahora mayor gravedadporhaber salido de labios de un artista. Ademásel muchacho campanerocaía encontradiccionesde puro ignorante y asustadocada vez que se realizaba uncomparendo. Poco a poco la sospecha se fue convirtiendo en conviccióny porfin se afirmósin embozoque el verdadero salteador de la iglesia no era otroque el mismo cura. El síncope aquel que sufriera mi hombre cuando oyó miprimera acusaciónvino a ser el preámbulo de un ataque cerebral. Juzguéconveniente marcharmeantes que las cosas se enredaran de nuevoy supliqué aljuez me hiciera entregar el macho de mi propiedadque pastaba en campo delcura. Mi súplica fue atendida. Pero mi alejamiento del lugar demandabaprudenciay me fue indispensable presentarme en público a toda horaespiandoel momento que necesitaba. Busqué por alojamiento la cabaña de una familiapobre que se ocupaba en fabricar patay. De éste adquirí una regular facturaque me serviría muy luego para cubrir mi contrabando. Sabiendo el buen hombreen cuya casa me había asiladoque yo viajaría sin rumbo fijome invitó aacompañarle a una feria que iba a efectuarse por aquellos días en la aldea deSalavina. No vacilé en aceptar la invitación.
A las ocho de la mañanahora en que los vecinos de Loreto cruzaban las callecitas de la villao lassendas que los conducían a sus faenas de campoyoel denominado Doctordejaba tranquilo el teatro en que había producido tanto escándaloalarmadiscordia y enredopara seguir avante mi camino con la frente serena y erguida.
A la caída de la tarde mefingí enfermo. Nos hallábamos como a diez leguas de Loreto y frente a laúnica casa de campo que habríamos de hallar en el trayecto.
A mí compañero le urgíano perder tiempo para llegar temprano a la feriay yo no podía desperdiciaresta ocasiónenfermo como estabade alojarme bajo techo. Convinimospuesenque él continuaría su caminoy yo iría a alcanzarlo en la feria.
Hice como que me dirigía ala casa en cuestión; pero apenas mí compañero se hubo perdido entre lo espesode un bosquevolví grupas y emprendí regreso al galopehacia el sitio dondetenía oculto mi tesoro. Cuando el lucero del alba relumbraba en el cieloyoestaba en posesión de aquél.
Refresqué un poco mi machoy dejando el camino real me abrí paso por el monte. Dos días después mehallaba en territorio tucumano. Descansé un tiempo y emprendí viaje hacíaCatamarcaofreciendo en venta a los transeúntes mi factura de patay. Y asíadelantando aquídeteniéndome alláya tocando las fronteras de Córdobayalas de San Luishe pasado tres meses. Los reales que traíay los que meproporcionó la venta del patayme los bebí convertidos en aguardiente.
Calló el Doctor. Cueroquese había divertido con la historiatanto como un chico con un cuentoteníala más viva curiosidad por averiguar cómo había pensado hacer su nuevo sociopara enajenar las prendas de su sacrílego botín.
-¿Y cómo pensabas venderlas vinajeraslos sahumadores y el Santo Cristo? -le preguntó.
-A Dios gracias -respondióel Doctor tengo mis habilidades. Algunos barruntos poseo de ciencias y de artes.Ese Santo Cristo puede ser fundido para darle la forma de un tejo; y en cuanto alas piezas de platapueden convertirse en una piñita..

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Los aplausos que se le tributaron al gobernador don Manuel Gregorio Quirogaa su arribo a la capitalno fueron más que el comienzo de una serie demanifestaciones y obsequios de todo génerocon que sus amigos y gobernadoscelebraban el éxito de su expedición. Gracias a élla confianza y latranquilidad renacieron. Honran todavía su nombrelas medidas que por aqueltiempo tomó el señor Quiroga. Hizo fijar en todos los lugares públicoscarteles que detallaban el número y calidad de las prendas recobradasyofició a los gobiernos de otras provinciaspidiéndoles la reproducción deestos cartelesa fin de facilitarles a los damnificados el rescate de losobjetos que les habían sido robados.
Antes de dar este pasoelgobernador había hecho comparecer a Martina y al gaucho baqueano a la saladonde se exhibían las prendas recuperadas. El Intendente de policíaenrepresentación del gobernadorles sometió a un interrogatorio a fin deaveriguar el lugar de los asaltos y la calidad de las personas asaltadas. Tresmeses despuéslos gobiernos de Buenos Aires y Santiago del Estero contestabanal de San Juan. La oficiosa actividad de este últimopermitió hacer valiosasrestituciones en aquellas provincias.
La anciana madre del jovenextranjero asesinado en el Monte Granderecibió íntegras las valiosasmercaderías de que aquél había sido despojado. El gobierno de Santiago sólodeploraba la falta de un crucifijo de oro y de unas caravanas de la Virgen. Elseñor Quiroga explicó entoncespor notaa su colega santiagueñoquesegún los informes recogidos por élel Santo Cristo se hallaba en poder delcapitán de los bandolerosquien jamás se lo quitaba del pechoy que lascaravanas habían desaparecido. Se supuso que estas últimas estarían en manosde la Chapanaypero un prolijo registro sobre su persona y efectosno dioningún resultado.
Visitada sin cesar porinacabable número de curiososy reducida a moverse dentro de las estrechasparedes de su prisiónla Chapanay empezó a manifestar tristeza. Su existenciano corría peligropero ya se ha dicho que para ella la libertad era la vida.Faltándole aireespacio y accióntodo le faltaba.
Cuatro meses transcurrierony ninguna esperanza de ser puesta en libertad entreveía. Hasta que cierto díael gobernador en persona se presentó en su calabozo.
-Vengo -le dijo- a quecumplas el ofrecimiento que me tienes hecho. Cuero ha vuelto a aparecer en laprovincia cometiendo atrocidades. Tu libertad pende de la captura y muerte deese forajido. ¿Cómo haremos para echarle la mano encima?
-Me felicitoseñorqueV.E. me dispense el honor de ocuparme. Que venga el baqueano a hablar conmigoyyo le explicaré cómo hay que proceder.
Se hizo venir al gaucho yMartina le dió sus instrucciones.
Se pondría ésteinmediatamente en marcha para buscar a Cuero. No le había de ser imposibledescubrir su paraderoconociendo como conocía todos los refugios de losladrones. Una vez que lo encontrasele diría de su parte que ella lo esperabaen Las Tapiecitasen un rancho cercano al paso de Ullún. El gobernadorpor suparteharía esconder previamente fuerzas suficientes en este rancho. Cuerodebía ser informadoademáspor el baqueanode queescapada de la prisióny oculta desde hacía tiempo en el rancho susodichoMartina necesitaba de élurgentemente. Con este procedimientoy con las palabras de consigna que leenseñó al emisarioCuero no tardaría en caer en las garras de la autoridad.
Después de cinco días demarchas y contramarchas por sendas y caminos extraviadosdio al fin el gauchobaqueano con los tupidos carrizales quea inmediaciones de la Laguna Secahabían alojado esta vez a los ladrones. Cuando éstos le vieron llegarsospecharon que pudiera venir guiando alguna partida en su persecución. Pero laalarma se disipó así que saliendo al llano vieron el campo desierto.
Cruz se acercó el primeroal emisario de la Chapanayque avanzaba lentamentesorprendido del escasonúmero a que la antes numerosa banda de salteadores había quedado reducida.
-¿Cómo te vaJetudo?
-Bienmi comandante.
-¿Tu comandante? ¿Y cómoes que si no te mataronrecién ahora te venís a presentar a tu jefe?
-Porque si no me mataron mepelaron la colay me han tenido preso con una barra.
-¿Y cómo si te has juídode la cárcelno has traído a tu hijo?
-¡Ojalá hubiera podido...pero mi hijo ha muerto!
-¿Ha muerto?
-Así esmi comandante; semurió de virgüelas. Por eso me animé a ayudar a Doña Martina a aujerear lastapias para escaparnos.
-¿Y ella ande está?
-Quedó por Ullún.
-¡Ahhijo de una! ¿Y porqué no me la has traído?
-Porque no había más queeste mancarróny yo no sabía el lugar en que la compañía se hallabani eltiempo que gastaría en dar con ella.
-MiráJetudome pareceque me estás engañandoy me están dando tentaciones de hacerte degollar...
-No lo engañomicomandante. La señora Martina espera que usted la vaya a buscar llevándole ungüen flete.
-Y si es verdad que ella mellama¿cómo no te ha dao a conocer ciertas palabras?
El baqueano quecomo se havistono era otro que el Jetudose acercó a Cruz y le dijo en tonomisterioso: "Soy la hija de Teodora".
-¡Ahora sí!... Ahora sí!-exclamó Cuero.
No necesitó más paradecidirse a volar en auxilio de Martina. Y volviéndose a sus secuacesgritó:
-¡Arribamuchachos!
A eso de las seis de latardeya estaba toda la tropa en marcha. Debían recorrer veinte leguasyarreglaron el paso para llegar a Ullún a la madrugada. El paraje que iba a serteatro del nuevo escarmiento que se les tenía preparado a los salteadoresestabapor aquel tiempocubierto de matorrales.
-Allí es - dijo el Jetudocuando se aproximabanseñalando el rancho medio envuelto por la sombratodavía. Voy a avisarle a doña Martina.
Sin esperar respuestaemprendió el galope y se presentó a la puerta.
Dentro de la choza esperabanocho hombres armados de carabinas. Otros dieza caballoestaban ocultos entrelas marañas.
El eco insólito de unclarín turbó de pronto el silencio circundante. Los forajidosatónitosnoatinaron a fugar de inmediato y dieron tiempo para que surgieran entre el montelos jinetes ocultosque cayeron sobre ellos lanza en mano. Aquello no fue uncombatesino una matanza. Tan sólo uno de los ladrones pudo escapar. Losdemás cayeron atravesados.
Del montón de muertossalía la voz entrecortada de un agonizante que gemía:
-¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Queme lo ampare el gobierno y que haga de él un hombre útil!
Era la voz del Jetudo.Confundido con sus antiguos compañeros en la indecisa luz del amanecerhabíasido alcanzado por una lanza.
Se abrió una gran fosaydespués de registrarlosse arrojó a ella a los cadáveres. El que por sutraje parecía ser el capitán de la bandatenía la cabeza despedazada.Mientras volvían los que habían salido en persecución del fugitivoserecogieron las armas y se reunieron los caballos de los muertos.
Vuelta la partida a laciudadse supo bien pronto que los bandidos habían sido exterminadosgraciasa las indicaciones de la Chapanay. Lamentó la autoridad que el crucifijo deLoreto no hubiera sido rescatadopues sobre el cadáver del que se considerócomo jefeno estaba la santa imagen. Pero este contratiempo no disminuyó laimportancia del hechoque libertaba a la provincia de una pesadilla.
Por lo que se refiere alhijo del Jetudoel gobernador lo tomó bajo su protecciónconforme a laspostreras súplicas de aquély según la humanidad lo aconsejaba. El muchachorecibió instrucciónentró en el ejército y se supo más tarde quecomo suinfeliz padre lo anhelara al rendir la vidallegó a ser un hombre útil.
Supo la señora Sánchez quela Chapanay había dado muestras de arrepentimiento desde el instante en que fuecapturaday tuvo lástima de ella. Fue a verla el día que se le notificó sulibertady la dijo:
-Sé que no tienes asilo yvengo a abrirte de nuevo las puertas de mi casa. Quiero ser caritativa y olvidotus acciones pasadasa fin de que puedas volver al buen camino. Aquí tienes unvestido de mujer; deja esos harapos de hombre que te cubreny ven conmigo.
La Chapanay bajó los ojos ysiguió mansamente a su protectora.
[16]

Durante dos añosMartina Chapanay se condujo correctamente en casa de subienhechora. Parecía que su cabeza había recobrado el equilibrio propio de susexoy se evitaba hacer alusión ante ella a su vida y hechos anteriores.
Semanas enteras pasaba laoveja vuelta al redil al lado de su señoraencerrada por propia voluntad yentregada a las labores que ésta le enseñó. Lo único que pedía confrecuencia era que se le enseñase también a leer. Sin que se sepa por quélaseñora Sánchez iba aplazando siempre la satisfacción de este justo reclamo.
Entretanto la mujer parecíapresa de decaimiento. Su semblante ostentaba signos de melancolíay eravisible que una idea o una pasión la trabajaba. Su estado moral no tardó enreflejarse en su físicoy no mostraba ya su aspecto atlético de antes. Suestatura parecía ahora más elevada y su rostro permanecía frío y sinexpresiónmientras que sus ojos se mostraban como enturbiados por el matizamarillento de la ictericia.
Al término del segundo añode reclusiónadvirtiendo la señora Sánchez el desmejoramiento de Martinafue asaltada por profundos escrúpulos.
Ella nada había hechoendefinitiva para redimir de verdad a su pupila. Se había contentado conenseñarle a rezar y darle uno que otro trapo usadopero se había negado aenseñarle a leer. Así puesse decidió a restituirle la libertadsi lainteresada se la pedía. Una mañana la llamó y la dijo:
-Tiempo hace ya que vengoreparando la tristeza que te dominay la flacura que te consume. Como no quieroser yo causa de mayor malestoy dispuesta a complacertesi lo que túnecesitas es independencia. ¿Qué es lo que ansías? ¿En qué puedo servirte?
-Creoseñoraque necesitoaire y libertad... Pero no tengo recursos para irme.
-¿Los recursos a que terefieresserían un caballouna montura y un traje de gaucho?
La cara de Martina seiluminó.
-Así esseñora-contestó.
-¡Al fin te veo alegreMartina! ¿Qué más te hace falta?
-Un lazouna larga dagaunas boleadoras y unas espuelas.
-¿Y adónde irás?
-A los campos. Allí meconvertiré en protectora del viajero extraviadocansado o sediento... harétodo lo contrarío de lo que hacen los salteadoresy seré su peor enemigo.
-¿Por dónde piensasempezar tu campaña?
-Por la tierra en que nací.Tengo hambre de ver el suelo donde me alumbró por primera vez el soly sed delagua que corría junto al rancho de mis padres: tengo en finnecesidad derecordar muchas cosasvagando sobre aquellas arenas.
-Está bien Martina; yo teproporcionaré cuanto necesitas.
Y efectivamenteasí lohizo la señora Sánchez. Poco despuésMartina Chapanay emprendía nuevamenteel camino de los campos. Así la muy cristiana y buena señora doña ClaraSánchezque no se había decidido a enseñarle a su protegida las primerasletrasse resolvía sin vacilaciones a armarla gaucha aventurera...Aberraciones son éstaspropias de nuestra humana condición.
Con las alforjas repletas ymontada en un arrogante caballo obscurola Chapanay fueantes de alejarse dela ciudada presentarse a la policía y declararle sus buenos propósitos. ElIntendente reflexionó que aquella valiente mujer podría servir en adelantesiobraba de buena fecomo vigía y auxiliar de la autoridad en los campos. Ledevolvió puesel trabuco y el facón que le habían pertenecidoy ladespidió con recomendaciones y consejos para que cumpliera honradamente suspromesas.
[17]

Ciertas dulzurascomo ciertos doloresno pueden definirse; embargan nuestraalma inundándola de una emoción serena y honda que no se irradia hacia la vidaexternasino con débiles destellos. A este género pertenecía la queexperimentaba ahora Martina Chapanayal sentirse libre de nuevo en el vastocampocuyas penetrantes emanaciones aspiraba deleitosamente. La margaritasilvestre que salpicaba las arenosas pampas y el espinoso cardo que semultiplicaba en ellas como en una tierra fértille evocaban sencillas peroimborrables impresiones de la niñez. Con aquellas margaritas y aquellos cardoshabía jugado ella en su infanciaaspirando este mismo aire cargado de aromasagrestes...
Hallaríase ya la viajeracomo a un cuarto de legua de la parte más poblada de la Laguna del Rosariocuando se encontró con un individuo de la comarca que pasaba en su jumento.
-¿Se halla muy lejostodavía el rancho que fue de Juan Chapanay? -le preguntó.
El hombre respondiósonriendo:
-Del rancho de Chapanay noquedan más que las tapias. Son aquellas que se ven alláa la izquierday queparecen un montón amarillento a la orilla de la laguna.
Agradeció Martina elinformey continuó su camino. El corazón le palpitaba con violencia mientrasavanzaba reconociendo sitiosplantas y accidentes del terreno que le fueron enotro tiempo familiares. Lo que antes fuera el corral y el patio de su casaestaba convertido en un terraplén alfombrado de maleza. Un gran silencioreinaba en derredory apenas si una cigarra empezó a chirriar entre lasruinascuando la mujer se aproximó. Penetró ésta en los cuadrados de paredessin techo que fueron antaño habitaciones. En un pedazo de corredorapenasapuntalado por el único poste que los vecinos necesitados de leña habíanrespetadoreconociórecordándolo como entre sueñosel ángulo que su madreprefería. En el lugar en que antes se hallaba un cuadro de la Virgen Maríahacia el cual aquélla le mandaba levantar los ojos todas las tardescuando seapagaba el crespúsculosólo halló el muro inclinado y próximo adesplomarsedestruído por la intemperie.
De lo hondo de su pecho sedesprendió un suspiro ahogado. Se puso de rodillas y rezó devotamente sindejar de llorar. Luego desensilló su caballole dio de bebery lo aseguródebajo de unos retamos rodeados de abundante pasto. Volvió a los escombrosyentre ellos se sentó. Su imaginación se dio entonces al recuerdo y alensueñoy toda una crisis moral debió operarse en su espíritu aquella nocheque ella pasó entera en la soledadentregada a la meditacióny rodeada defantasmas familiares. Las lechuzas vinieron más de una vez a graznar sobre sucabezairritadas de ver ocupada su guarida. El canto lejano de los gallos letrajo reminiscencias de veladas infantiles.
Y el día la sorprendiórezando.

[18]

Apenas reflejaba el sol sus plateados rayos sobre la planicie de las Lagunascuando reparó Martina que una comitivacompuesta de ocho hombresavanzabahacia ella.
Detúvose dicha comitiva ala entrada de las ruinas y el que la encabezaba tomó la palabra:
-Aquí venimosmi amigosospechando que usted pueda necesitarnos para algo; toda la noche hemos sentidoel relincho de un caballo que no es del lugar y hemos estado con cuidado por loque pudiera sucederle al forastero alojado en estas ruinas. Porque ha de saberusted que aquí hay almas en pena...
-¿Y cuántas son esasánimas? -preguntó Martina sin inmutarse.
-Dicen que dos: las de JuanChapanay y Teodora Chapanay.
-Les agradezco el interésque se toman ustedes por el forastero; pero yo no les tengo miedo a esas ánimasporque son las de mis padres.
-¿Sus padres de usted?
-Sí; mis padres. Yo soyMartina Chapanay. Diciendo esto se quitó el sombreroy dejó al descubiertosus trenzas lacias y renegridas.
Los laguneros quedaronestupefactos. Examinaron algunos instantes a esta inesperada visitantecuyanombradía exagerada había llegado hasta ellosy luego sin decir palabrasefueron retirando. Con pena y vergüenza comprobó Martina que huían de ellaacausa de su mala fama.
-Algún día me conocerán yme estimarán -pensó. -Yo haré cuanto pueda para conseguirlo.
Pero los laguneros notardaron en reaparecer en mayor número. Venían ahora en actitud hostilhaciendo ostentación de fuerza. El representante del poder público se hallabaentre ellosy todos traíana guisa de armasazadashorquillas y garrotes.
-Volvemos para hacerle sabera usted -dijo a la Chapanay el mismo que había llevado la palabra en la visitaanterior- que debe abandonar inmediatamente este lugar y sus alrededores. Lasgentes de aquí están alarmadas con su presenciay no quieren tener entreellas una ladrona.
Martina buscó el rincóndonde había pasado la noche anteriory se sentó tranquilamente en unosadobes.
-No tengo inconveniente-respondió- en satisfacer el pedido de mis paisanos; pero antes de hacer lavoluntad de ellosharé la mía. Los palos y los fierros que ustedes traennome intimidany si ustedes quieren hacer uso de ellosantes que los dientes deesa horquilla o el filo de esa hacha den conmigo en el sueloyo habré bandeadoa tres o cuatro de estos valientes con los diez y seis confites de a una onzaque contiene mi naranjero.
Apartó sus alforjasacercó su facón y empuñó su trabuco. Luego añadió:
-Yo necesito rezar yhumedecer con mi llanto este montón de tierra que mi desgraciada madre calentócon su cuerpoy nadani nadieme ha de mover de aquíantes de que yo cumplala intención que me ha traído. Al obscurecer me iré espontáneamente. Encuanto a la injuria que ustedes me hacen llamándome ladronase la perdonoporque algún castigo merezco por haber dado motivo para que ustedes crean loque afirman. De mis propósitos para el porvenir no les habloporque ustedes nome creerían. Prefieropuesirme; pero lo repitoha de ser por mi voluntad yen el momento que yo elija.
La intervención armadaconvencida sin duda por la elocuencia de los dobles argumentos de Martinadepalabra y de hecho no insistió y se fue como había venido.
Entraba la noche cuando laChapanay repugnada de su tierra natalemprendió nuevamente la marcha al pasolento de su caballo. ¿Qué haría? ¿Adónde iría? Ella misma lo ignoraba. Ensu propia patria se sentía tan desamparada y tan sola como si estuviera en losdesiertos africanos. Sin embargo era preciso sobreponerse a los contrastes. Sedijo que por algo vestía traje de hombre y que era aquel el momento de poner aprueba sus dotes varoniles de que hacía alarde. ¡Valor! Ya mostraría ellamás tardehasta donde alcanzaban sus buenas intenciones.
Dióse a recorrer losestablecimientos de campo situados en los territorios fronterizos de lasprovincias de Cuyoy bien pronto se acreditó como peón laboriosoenérgico yhonrado. Pedía alojamiento a cambio de útiles serviciosy bien pronto se labuscó empeñosamente para confiarle arreos de hacienda y doma de potroso parautilizarla como baqueano en el paso de los ríos y en el recorrido detravesías.
Un par de años más tardeera conocida y apreciada hasta el río de los Sauces en la provincia deCórdoba. Con su propia mano había levantadodistribuyéndolas en unaextensión de cuarenta leguascuatro ramadas que destinó a servir de refugio yamparo a los viajeros enfermoscansados o extraviados en aquella región áriday desierta. Se sabe que los más terribles yermos se dilatan en ciertas zonas dela comarca andina. Las ramadas de la Chapanay abrigaban tinajas de agua frescay en ellas apagaban la sed y reponían sus fuerzas los viandantes.
No pararon en esto losbeneficios que Martina distribuyó por inhospitalarios campos. Dotó de balsasrústicas ciertos pasos peligrosos de ríos traicionerosy durante lascrecientes ella misma trasladaba a los viajeros de una orilla a la otra. Se lavio con mucha frecuencia en el Zanjónque baja del Nortese une con elBermejo y salva en su derrame la punta del Pie de Palo. Como que provienen dealuvioneslas aguas de aquellos ríos ofrecen particular riesgo a lostranseúntescon sus crecidas bruscas y tormentosas.
Los señores PrecillaJuanAntonio MorenoMartín y Domingo BarbozaZacarías Yanzi y otros respetablesvecinos de San Juanque en sus viajes a la provincia de San Luis o el Litoralhabían oído hablar de la Chapanayse relacionaron con ellapensando quepodía servirlesatenta la naturaleza de sus negocios rurales. Así fue enefecto. Desde entonces las bestias rezagadas y extraviadas de sus arreoseraninvariablemente devueltas a sus dueños por un emisario de la Chapanay: ÑorFélix. Y muchos otros servicios de inestimable precio para los frecuentadoresde travesías de aquellos tiemposles fueron prestados a los señores citadossegún su propio testimonio.

[19]

Entre las relaciones que en su errante vida había contraído Martinasecontaba una campesina de las inmediaciones del Río Secoen Córdoba. Teníaesta mujer varios hijos y poquísimos recursos para mantenerlos. Resolviópuesponer a Félixel mayor de todosbajo la autoridad de la Chapanayenquien declinó todos sus derechos.
Obligóse éstapor supartea dirigir y enseñar a trabajar al mocetóna pesar de su manifiestodespego a las rudas tareas del campo. Con la mira de manifestarse amable haciasu discípulole dio desde el momento en que éste pasó a ser taleltratamiento de "Ñor Féliz". El tratamiento le quedóy con él sele designó siempre en los campos.
No se consolaba Martina deno saber leery quiso que el muchacho confiado a su custodia no tuviera queculparla más tarde a ella de tal ignorancia. Se entendiópuescon un ancianoespañol quepor vocación de maestroenseñaba en un lugar cercano lasprimeras letras a unos cuantos niños en casa del curaa fin de que tomara aÑor Féliz como alumno.
Ambos maestrosel detrabajo material y el de letrascombinaron un singular método pedagógico. Eleducando alternaría sus aprendizajes; por manera que manejaría noventa díasel silabario a las puertas de la sacristíay otros noventa las boleadoras porpedregales y llanuras.
Martina salió al fin con lasuyay al hacerse la primera barbaÑor Féliz descifraba los impresos que lecaían a las manos.
Cuando pasó a dominio de sumaestracontaba diez y ocho años. Era un jastial más largo que un álamovicioso; lindo como un Santo Domingo; pero lindo con todos los signos de laestupidez: boboboquiabiertotardo para comprendery tardo para contestar;medroso como una monja y medio escaso de oído.
A estar a la importancia delejemplo que nos ofrece Ñor Félizno debe ser verdad que los azotes acaban deazonzar a los zonzospues a los cuatro años de aprendizaje en ambas escuelasél se había remontado de zonzo a pillosin otro estimulante que las nutridastundas que de vez en cuando le administraba su maestra. El tímido jastial delos primeros díashacía al poco tiempo primores de equitación en un potroyrendía de cansancio a una mula. Se disparaba expresamente para que su maestrale boleara el pingoa fin de aprender a salir parado de la rodadasin corrermás riesgo que la posibilidad de romperse la crisma. Se convirtiócomo suprofesoraen un gran cazador a la criollay con ella emprendía frecuentescorrerías a caza de venadosliebrescarpinchosavestruces y cuanto animalútil o dañíno se presentase a tiro de bolaso pudiese ser perseguido apezuña de caballo. Aquellas cacerías tenían su término en grandescharqueadasque daban por resultado el aprovechamiento de los cueroslasplumas y las carnes de ciertas piezas.
Es digno de ser referido elprimer acontecimiento que vino a mostrar el discurso que cabía en lainteligencia de Ñor Féliz.
Recorría en cierta ocasiónlas ramadas de la Chapanayproveyendo de agua las tinajas de que hablamosantescuando encontró que la vasija de una de ellas estaba rota. El caso erafrecuentepues los viajeros que de aquéllas se servíanno siempre lastrataban con miramientos después de haberlas utilizado. Ñor Féliz tuvo unaidea. Hizo escribir por su maestro de lecturasobre lajas bruñidas quetrasladó luego a la ramada y en grandes letras al óleola palabra"Aquí". Abrió luego en cada localun hoyo con capacidad para latinaja correspondientey las enterró a todasdejándoles la boca a flor detierra. Una vez llenas de aguacubrió a cada cual con su laja. Las tinajasquedaban así a salvo de ser rotas o robadasy ostentando una inscripciónllamativa en la tapa. Supiesen o no leer los viandantessu atención erasolicitada por el letrero. Levantaban la cubierta y encontraban el agua.
Muy agradable fue a laChapanay el perfeccionamiento que Ñor Féliz había introducido en sucombinación para socorrer en el desierto a los sedientosy para recompensarlole dijo:
-Ñor Félizha obradousted muy cuerdamentey quiero aprovechar esta ocasión para hacerle un favor.
El jastial se puso coloradocomo un tomate. Creyó que iba a ser despedidoy pensó aprovechar la coyunturapara realizar cierta campaña que le andaba dando vueltas en la mollera.
La Chapanay le disparó estaorden a quemarropa:
-Prepárese usted para quenos casemos.
-¿Para que nos casemos?
-Eso mismo.
-¿Ahora salimos con eso? Yocreía que me iba a dejar en libertad...
-A las criaturas de su clasehay que tenerlas siempre sin cadenaspero aseguradas.
-¿Y para qué quiere ustedtenerme asegurado a mí?
-No es cosa fácil hacerlecomprender a un pazguato para qué puede ser útil. El mundo no tiene nada queesperar de ustedÑor Féliz. En cambio a mí me hace usted falta para midivertimiento.
Ñor Féliz guardó silencioy clavando la vista en el suelo se acordó de una moza rollizavecina de supagoque solía detenerse en las ventanas de la escuela para oírle dar sulección...
Por el momentoesteinesperado proyecto matrimonial quedó en suspensovisto el escaso entusiasmocon que lo había recibido el presunto novio. Corrió el tiempo. Ñor Félizhabía cumplido veinticuatro años y hacía seis que tomaba lecciones delviejito español. Era evidente que el cacumen del discípulo había dado yacuanto podía dar; estaba como empedernido en el primer textoy cualquier otroimpreso que se le presentase le parecía poco menos que indescifrable. Susbarbas habían crecido como la malezay el bonito rostro de antes parecíaahora invadido por una verdadera maraña de pelos. Ñor Féliz no se olvidaba dela moza rolliza y ésta le había mandado decir que ella haría con gustode lahilaza de sus barbasun cordón para sujetarse el cabello.
En cuanto a la Chapanayseguía acariciando en silencio su plan de casamiento. Para reducir al rebeldecandidato a maridole regalaba prenditas para el caballo y uno que otro ponchode colores subidos. Cuando llegó el trimestre en que el barbudo alumno debíairse a sus clases a Río Secoella se puso en expedición sobre los camposexternos de San Juan.
Acompañábanla en estaexcursión dos leales servidores que hasta el presente no han sido mencionados:un corpulento perro que obedecía al nombre de "Oso"y que enrealidad se parecía a este animaly un menudo cuzquito ladrador que se llamaba"Niñito".
Sobre la raza y la bravuradel Osopacientemente amaestrado por su amase le habían dadocalurosasrecomendaciones. Los hechos probaron más tarde que éstas no eran exageradas.
[20]

Bastante camino llevaba adelantado ya la Chapanay en dirección a Jachalcuando fue alcanzada por un paisano queexpresamente enviado por don JoséAntonio Morenorecorría desde hacía tiempo las montañas para trasmitirle unmensaje de importancia. Este consistía en lo siguiente: se habían introducidoen la provincia de San Juan dos famosos salteadores apodados "LosRedomones"que venían prófugos de la cárcel de Mendozay andabanmerodeando entre los departamentos de Caucete y Angaco Norte. Se trataba de doscriminales peligrosossegún comunicaciones de la provincia vecinaque traíanla intención de deshacerse de cualquier manera de Martina Chapanaya quienacusaban de espía de la policía y consideraban como un grave estorbo parallevar a cabo su plan de fechorías. Se habían estrenado en la regiónrobándole al señor Moreno dos parejeros de gran precio.
Agradeció efusivamenteMartina tan valioso avisoy sin pérdida de tiempo cambió el rumbo de sumarcha. Dejando para después su expedición a Jachalcontramarchó hacia elSud y se dirigió a Punta del Monte.
Costeaba un soto espesocuando sintiócercanoun ruido de maleza removida. Fijó su atención en elpunto de donde aquél partíay vioentre el montela figura de un hombre queparecía querer ocultarse.
-¡No se asusteseñor! -legritó- ¡no se asuste que ha dado con un cristiano!... ¡Acérquese conconfianza!
El hombre se recobró unpoco. La voz de la Chapanay lo alentó y desenredándose como pudo de lasjarillas entre las que había buscado escondersese llegó al camino. El Oso lomiraba gruñendolisto a saltar sobre él a la menor seña de su dueña. Estacalmó al animal con una palabra cariñosa.
-Buenas tardes -dijo elhombre con acento débil.
Tenía el brazo derecho malenvuelto en su poncho lleno de sangre.
-Buenas tardes -contestó laChapanay. ¿Qué le ha pasadoseñor?
Bajó del caballo y lesirvió medio jarro de vino que llevaba en uno de sus chifles. El hombre bebióy manifestó deseos de sentarse. Martina desprendió de su recado un cojinillo yayudó al herido a acomodarse sobre él. Reanimado éstey persuadido de que lapersona que tan solícitamente procedía con él no pertenecía al gremio de losque habían estado a punto de quitarle la vida la noche anteriorrefirió asísu dramática aventura:
-Marchábamos anoche deregreso hacia la Costa Alta de La Riojade donde somos vecinosyo y un jovensocio con quien habíamos realizado en esta Provincia la venta de unos cuantosnovilloscuando fuimos asaltados a eso de las doce. Habíamos acampado ydormíamos en nuestras monturas. Sentí de pronto ruido y me desperté. Lossalteadores se dejaban caer de sus caballos en aquel momentoa pocos pasos denosotros. Sin tiempo para defendermeme puse de pie de un salto y me escurrípor entre un grupo de árboles. Alcancé a oír un prolongado y angustiosogemido de mi compañero sorprendido y asesinado en pleno sueñomientras yoparaba como podíasea presentando el brazosea cubriéndome con las ramaslos hachazos y las puñaladas con que me perseguía uno de los asesinos. Seoyeron en aquel justo momento voces en la huella. Era que pasaba una tropa dehacienda y los peones que la arreaban venían conversando y cantando. Quisegritar pero no pude. Alcancé a ver a nuestros asesinos que montaban a caballo yse alejaban cautelosamente a campo traviesa. Una nube negra me cegó y caí sinsentido. No sé cuánto tiempo habrá durado mi desmayo. Cuando volví en míestaba nadando en la sangre que había perdido por las heridas del brazopero apesar de mi tremenda debilidadme puse a andar al azar en busca de agua porestos jarillales. Nuestros caballos habían sido alejadossin duda por losbandidosantes de atacarnos.
-Ya me figuro quienes sonlos ladrones -contestó la Chapanay que había escuchado con interés compasivola relación del herido. -¡Ahora se las tendrán que ver conmigo! Pero paratoparme con ellos necesito estar sola.
-¿Sola?
-Sísola. Sé como hay quedarse vuelta en estos asuntos. ¿No ha oído hablar usted de Martina Chapanay?
-¿Es usted? ¡Bendito seaDiosque manda en mi auxilio a la providencia de los caminantes!
Síbendito sea el Señorque así me proporciona la ocasión de ser útil a un semejante. Perovamosarriba... ¡Asíde pie!
Cinchó bien su caballoayudó al herido a trepar en las ancasllamó a sus perros con un silbido yéstos avanzaron al trote largo por el caminoregistrando los flancos.
-A las ocho de la noche-dijo Martina- estaremos en el Albardón. Allí tengo un buen amigo que no sehará violencia en recibirnosa pesar de la hora; y aunque su herida de ustedno me parece de peligroconviene curarla cuanto antes. Ademásdebe ustedreparar sus fuerzasy lo que yo tengo en las alforjas no basta para ello. Porúltimohay que organizar una comisión que salga en busca del cuerpo de susocio.
A la hora indicadalaChapanay entraba en las solitarias avenidas del Albardón. Dejó allíalcuidado de su amigoal herido que llevabay encargó a aquél que mandasebuscar el cuerpo del otro asaltadoque quedara en el campo. Descansó algunashorasy cuando clareó el díamontó de nuevo a caballo y partió campoafueraacompañada de sus perros.

[21]

Tupidos bosques de algarrobos y chañares cubrían el terreno intermedioentre Caucete y el Albardón. Por lo enmarañado de sus arbustos y malezaspropicias a la ocultacióna la sorpresa y al asaltoaquella zona había sidosiempre elegida por los bandoleroscomo campo de operacionesy enconsecuenciase la consideraba peligrosa. Martina Chapanay la había exploradoprolijamente desde mucho antes y la conocía a palmos.
Hacia ella se dirigía ahoraa buena marchaescoltada por sus fieles canesen busca de los asesinos quehabían jurado exterminarla. El sol alumbraba ya el caminoy a su luz percibióMartina frescas pisadas de caballos que llevaban su misma dirección. Lasobservó con atención y vio que a la altura de un espeso monte de chañaressalían del camino y se internaban en aquél. Resueltamente se internó ellatambién tras las huellas. Pero no tuvo que andar mucho. Al entrar en un clarodel montese encontró frente a frente con dos hombres de aspecto patibularioqueadvertidos de su aproximaciónla esperaban desmontadosteniendo suscaballos de la brida. Aquellos dos rostros cobrizoserizados de cerdosos pelostenían una expresión siniestra. Martina dirigió una rápida mirada a suscabalgaduras y vio que llevaban la marca de don José Antonio Moreno. No habíaduda: se encontraba en presencia de "Los Redomones".
-¡Ehamigopárese! -dijoen tono amenazante uno de ellos.
La Chapanay detuvo su bestiay echó pie a tierracuadrándose a cuatro pasos de los bandidos.
-¡Ya estoy parada!-contestó- ¡Y ahoraa defenderse! Supe que ustedes me andaban buscando yaquí me tienen. ¡Yo soy Martina Chapanay!
El Osoadiestrado porMartina para estos lancespor medio de largos y pacientes ejerciciosobservabatodos los movimientos de su ama y se mantenía al lado de ella gruñendo ymostrando los dientes.
-¡ChúmbaleOso! -gritóla Chapanay.
De un salto el animal seechó por detrás sobre uno de los salteadores y quedó suspendido de su nucacon las triturantes mandíbulas cerradas como tenazas.
-¡Ahora sí! ¡Ahora somosuno para cada uno!
La Chapanay se había puestoen guardia y esperaba la acometida de su enemigo. Este cayó sobre ella daga enmano. El asalto fue rápido y terrible. Unos cuantos amagosunos cuantoschasquidos de aceros entrechocadosunos cuantos saltosy el hombre rodó portierra con el vientre abierto. Martina había parado con el cabo de fierro de surebenqueque llevaba en la mano izquierdauna puñalada del contrarioyparalizándole el cuchillo con un rápido y enérgico movimiento envolventeconla mano derecha le sepultó el suyo en el estómago.
Entretantoel otro gauchose debatía por librarse de las mandíbulas del Oso. Los ojos se le saltaban delas órbitasjadeaba angustiosamentela lengua le salía fuera de la boca ylos pómulos empezaban a amoratársele.
-¡FueraOso! ¡Fuera!-gritó la Chapanay.
Dócilmenteel animalsoltó su presa y se quedó gruñendo ferozmente a su ladolisto para saltarotra vez sobre ella.
-Voy a perdonarte la vidacanallapero tendrás que responderme a todo lo que te pregunte.
El bandolero no pudo hablar;antes necesitaba respirar. Martina se apoderó de su puñal y recogió el delmuerto. Luegoaprovechando la semiasfixia de aquélle amarró con las riendasde su propio freno.
-Ahora vas a decirme dóndeestá el dinero de los viajeros que asaltaron ustedes anteanoche.
No repuesto aún del ahogoy atormentado por las heridas que le habían abierto en la nuca los dientes delOsoel interrogado respondió:
-Allídetrás de aquelalgarroboen unas alforjas.
-¿Cuánto es?
-Doscientos pesos en oro.
-¿Y el apero y demásprendas de los viajeros?
-No tuvimos tiempo dealzarlosporque unos arrieros se hicieron sentir cuando casi estaban sobrenosotros.
-¿Y los caballos?
-Los encontramos atados alazo allí cerca y los llevamos más lejospor si los dormidos se despertaban yquerían disparar.
-¿Cuántos días hace querobaron ustedes estos parejeros?
-Quince.
-¿Es aquí donde ustedes ylos caballos han estado ocultos?
-Sí.
-¿Cómo te llamas?
-José.
-¿José de qué?
-Ruda. Pero nos conocen porlos Redomones.
-¿Y cuál de ustedes dosasesinó a uno de los mozos salteados?
-Mi hermano.
-¡Mientesbellaco! ¡Túle echas la culpa al muertosin recordar que hay un testigo que te condena!
-¡Un testigo! -dijo elgaucho sorprendido. -¿Y dónde está?
La Chapanayque ya habíaexaminado el puñalal quitárselole presentó la vaina ensangrentada.
-Así esseñor... Yo lomaté porque al acercarme a su cabeceratropecé con las alforjas que leservían de almohada y el oro sonó...
Un rato despuésMartinaChapanay emprendía la marcha hacia la ciudad de San Juanllevando suprisionero y el botín reconquistado. Había ayudado a montar en uno de losparejeros robados al salteadorque tenía los brazos atados a la espalday leamarró las piernas bajo la panza de la bestia. Tomó de tiro al animal queconducía al preso y al otro parejero del señor Morenoe hizo que losescoltaran el Oso y el Niñito. Así llegó a la plaza de San Juan al anochecer.
Su entrada en la ciudadprodujo sensacióny una multitud la siguió por las calles hasta el extremo deque la intervención de la policía fue necesaria para despejarle el camino. Lafama de su nombreunida a las circunstancias en que ahora se presentabadebíannaturalmenteprovocar en torno suyo la curiosidadla admiración y lasimpatía.
Se presentó a la policíadio cuenta de lo que había hechoentregó prisionero y botíny pidiópermiso para volverse a los campos. Pero el gobernadorque lo era entonces elcoronel Martín Yanzónla retuvo para hacer que informara verbalmente sobrelas condiciones de seguridad de las campañas.
Por su partela policíacumplió con su deber. Devolvió a sus dueños lo rescatado por la Chapanayyentregó a la justicia al "Redomón".
En cuanto a MartinaChapanayfue honrada antes de su partida no sólo con un acto de particulardeferencia del gobernadorsino con las manifestaciones que toda la ciudad leprodigó. El coronel Yanzón quiso hacerle un obsequio en dineropero aquéllalo rehusó.
-Noseñor Gobernador-ledijo. -Yo quiero vindicarme de mis primeros erroresy serle útil a lasociedad. Con eso basta; en eso está mi recompensa.
Como el gobernadorinsistiera en querer hacerle un regaloella contestó:
-Está bien. Aceptaréporcomplacer a V. E.un poco de yerbaazúcarpapel y tabaco. Nada más. Nomerezco nada por haber cumplido con mi deber.
Se hizo lo que la Chapanayqueríay cuando partióencontró atado a la cincha de su caballo un machocargado de provisiones. Ella había adquirido por cuenta propia una cruzrústica. La llevó consigobuscó el sitio de su combate con el bandolerocuyo cuerpo había sido ya sepultado por la autoridad y la clavó sobre latumba. Luego se puso de rodillas y oró largamente...
De las cabañas levantadaspor la Chapanay para el servicio de los caminantesprefería ellapara suresidencia ordinariala que se hallaba situada en la costa de la Laguna deVega. Allí había dado alojamiento a un matrimonio de ancianosquedesempeñaban las funciones de caseros durante sus viajesy allí se dirigíaahoracon la mira de depositar la factura con que había sido obsequiada.
La Chapanay echaba de menosa Ñor Féliz; y si bien éste no le era indispensable para desempeñar susempresasle había tomado afición y le faltaba su compañía.
De la noche a la mañanaMartina resolvió irse a CórdobaÑor Féliz la atraíadecididamente.
Un buen día montópuesacaballo y se puso en viaje para Río Seco. Cuando llegó al puebloquiso antetodo ir a la iglesiapero la encontró cerrada. Preguntó por el maestro deescuelay supo que éste no se encontraba allí ya; el cura había cambiado deparroquia y el viejecito se había ido con él. Sorprendida por esta novedadinesperadase dirigió a la casa de la madre de Ñor Félizy su sorpresa seconvirtió en decepción y pena.
La mujer había muertoy lafamilia se había dispersadodebiendo ser colocados los menores en diferentescasas por la autoridad.
¿Y Ñor Feliz?
¡Ay! Ñor Féliz habíadesaparecido en compañía de aquella muchacha rolliza que se detenía en laventana del local que servía de escuelaa oírle dar sus lecciones...
Un vuelco sintió Martina enel corazón cuando le dieron esta última noticia. ¡Y ellaque no habíarenunciado a la idea de casarse con el ingrato muchachón! ¡Ellaque sólo porverlo había venido atravesando yermos y serranías durante días y días! Sequedó suspensa y como atontada sobre las lomas del lugarejo. Por últimovolvió grupas y comenzó a vagar sin rumbo por el campocomo pidiéndoleconsuelo a su salvaje soledad.
[22]

Se encontróa la mañana siguienteen tierras de exuberante vegetaciónque no conocíay se puso a recorrerlasseducida por el espectáculo deaquellas selvas y de aquellas frondasque tanto contrastaban con los áridosdesiertos cuyanosy que la distraían de su tristeza.
El Oso y el Niñito laacompañaban. Se habían internado en el bosque delante de ellasiguiendo unaestrecha senday retozaban entre el pasto ladrando y persiguiéndose. Atraídapor la frescura del follajeMartina penetró en la selva detrás de sus perrosy avanzaba lentamente por entre arbustos y enredaderas silvestrescuando sucaballo enderezó las orejas y empezó a bufar. Ni el rebenque ni las espuelasconsiguieron hacerlo avanzary pugnabaal contrariopor retroceder ydisparar. Algo habría sentido el animalque lo asustada así. En efectodepronto el Oso y el Niñito aparecieron perseguidos por un corpulento leóncuyos ataques esquivaban con carreras y gambetassin dejar de ladrarle. Lafiera se detuvo al ver a la Chapanay y a su caballobajó la cabeza hasta tocarel sueloy lanzó a los aires un terrible bramido que atronó la espesura. Elmiedo del caballo le imposibilitaba a Martina toda acción montada. Por otrapartefaltaba allí espacio para hacer evolucionar al animal. Las boleadoras yel lazo no tenían aplicación entre los árboles. Y entretantoel leónavanzaba...
La valerosa mujer tomórápida y resueltamente su partido. Echó pie a tierraató su caballo a untroncose envolvió el brazo izquierdo con un grueso poncho que traíaarrollado en las ancas y desnudó el facón. En el trabuco no había que pensar:las corvetas de su cabalgadura asustada lo habían hecho caer unas cincuentavaras más lejosentre los yuyos.
A seis pasos de distancia deMartina estaba el leóndecidido a atacarla descuidando a los perros. Tomó unaactitud rampante y le clavó sus dos ojos inyectados de fuego. Aquéllareconcentró en los suyos toda la fuerza de su atenciónespiando losmovimientos de la fieray esperó el ataque a pie firme. Viendo a su ama enpeligroel Oso recobró coraje y se aproximó ladrando con furia. Cuando elleón se abalanzó sobre su presaésta tuvo tiempo para gritar:
-¡ChúmbaleOso!
Luego dio un salto decostado para evitar el primer zarpazoy cuando la fiera se volvió hacia ellale presentó como un escudo el brazo forrado con el poncho. Una formidabledentellada atravesó poncho y antebrazoy las garras del león hubierancompletado la obrapues a su bárbaro empuje cayó de espaldas Martinasi elOsoobedeciendo a su amano se hubiera prendido de la cola de la fieratirándola hacia atrás. Se volvía ésta para dar cuenta del perrocuando laChapanayincorporándose con la agilidad que prestan los grandes peligroslemetió el puñal en el costillar hasta la empuñadura. Otra y otra puñaladamásy la fieradando un nuevo bramidorodó por el suelo estirándose contemblores de agonía.
La vencedora quedabaextenuada de dolor y de cansancio. Su brazo heridohacíala sentir rudossufrimientos y se reclinó sobre el pasto para reponersemientras los perrosolfateaban la sangre todavía caliente del león. La Chapanay se levantóseacercó a su caballo que tascaba el frenotomó sus chifles ycon el agua queguardaba en ellosapagó su sed y lavó las hondas cisuras con que loscolmillos de la fiera la dejaban marcada para toda la vida. En seguida se vendóel brazo como pudo.
Hubiera deseado llevarse lapiel de su víctima; pero no podía desollarla con una sola mano. Contentósepuescon cortarle la cabeza y amarrarla a los tientos de su montura. Buscó porúltimo las orillas del bosqueen donde en caso de otro evento pudiese al menossaltar a caballo en pelo; encendió fuego con gran dificultad y se echó adormir rodeada de sus tres animales.
A la mañana siguiente lavóde nuevo su herida y se puso en viaje a su choza de San Juanadonde llegó sincontratiempo.
Mal curadas sus heridas nocicatrizaron bien y fueron para ellaen adelantecausa de dolores periódicosque no pocas veces la obligaron a meterse en cama. Pero no por eso se preservóde las lluvias y las intemperiescada vez que necesitó desafiarlas en suáspera y accidentada vida.
¿Y Ñor Féliz? Martina sepropuso olvidarlo; y cuando lo trajo a memoriafue para deplorar no haberpodido administrarle antes de su fugauna de aquellas tundas que en otrostiempos solía propinarle. Felizmente para élnunca se le ocurrió al jastialaparecer por los campos de San Juan.
[23]

Llegó el año 1841 en que el tirano Juan Manuel de Rosasafianzó sudominio en el territorio de la Confederación. Cada pueblo era un feudocadaaldea un grupo de esclavoscada mandón un Bajáy la patria entera unpanteón donde la libertad yacía sepultada. Sólo Corrientesla heroicaluchaba impertérritacongregando a sus hijos junto al asta en que flameaba labandera bendita de San Martín y Belgrano. Las naciones de Europanos juzgabanpor esta proclama estrafalaria que Rosas ostentaba:
Aquí está el grandeamericano
Juan Manuel de Rosas
Héroe del desierto
Restaurador de las leyes
Supremo Director de laConfederación Argentina
y enemigo implacable de losinmundos
salvajes unitarios
contrarios de Dios y de loshombres
vendidos al asqueroso oroextranjero.
Sorprendido el mundo de taninsolente y repulsivo amasijo de títulos y apóstrofesno se detuvo siempre aaveriguar qué significaba el absurdo fárrago. Y sin embargola sangre y loshechos de los proscriptoslos cruentos sacrificios de una generación enteraque bregaba con todas las armas y en todos los campos por la redención de lapatriaestaban acreditando que había aquí un pueblo oprimido y castigadosobre cuyas ruinas se erguíacomo sobre un pedestalsu bárbaro déspota; esdecirun gaucho de perversos instintoscobarde y deslealsin fe ni leyeincapaz de todo lo que no fuera crueldad y bajezascuyo encumbramiento sedebíapor una parte a la anarquíay por otra a su taimada astucia paramanejar las turbas. En vez de restaurar las leyesRosas las conculcólasbefó y las sustituyó por el imperio de la fuerza. Cerró las escuelasy sipermitió que permanecieran abiertos los templosfue para que en los altaresapareciera su propia imagen. Quiso marcar a la sociedad como si fuera unrebañoy fijó violentamente sobre el pecho de los hombres y en la frente delas doncellasun trapo color de sangre. Llamó salvajes unitarios a losmártires y a los apóstoles de la abnegación y del civismoy no dejó noblesentimiento que no escarneciese ni libertad que no pisotease.
Habíase ya dado aquellafamosa batalla de la Punta del Montedigna de los mejores tiempos de la Grecia:el General Acha con cuatrocientos ciudadanos armadoshabía hecho pedazos enAngacoy puesto en dispersiónun ejército de tres mil hombres al serviciodel tirano. Pero los Leónidas y los Epaminondas no sobreviven a la victoriamás que el tiempo necesario para que se les cave el sepulcro. Acha nosobrevivió mucho a la suyay cayó al fincomo un mártirdespués de haberdemostrado que tenía el alma de un héroe.
El Gobernador de San Juancoronel D. Anacleto Burgoaque en carácter de provisorio dejara el General LaMadrid cuando pasó por esta capital en dirección a Mendozafue depuesto ycorrido por un gaucho Atienzoque aprovechándose de la falta de guarnicióncapaz de sostener el ordense alzó y posesionó de la ciudad secundado porunos cuantos ociosos. Pero el omnímodo de esta tierraD. Nazario Benavídezquiso que el coronel Oyuela fuera Gobernador de la Provincia. Lo fue enapariencia. En realidadsólo alcanzó a ser el dócil instrumento delomnímodo.
Para acreditar su adhesióna la Santa Causa de la Federacióndurante la ausencia de Benavídez enMendozadictó Oyuela un decreto declarando criminal a quien continuaraasilando en su casa a algunos jefes u oficiales pertenecientes a la vanguardiadel Ejército Libertador expedicionario al Surque por haber sido heridos en laPunta del Monteo cualquier otra causahubieran quedado en la provincia.
En el art. 28 del decretoaquelse declaraba que los remisos en el cumplimiento de tal disposiciónserían castigados con la pena de quinientos pesos de multao un año deprisión.
Martina Chapanayque a lasazón tenía establecido en Caucete su servicio de balsasfue llamada pororden del Gobernadore impuesta de este decretoa fin de que cooperase a sucumplimiento. Iba ya de regreso hacia el ríocuando la alcanzó un mensajero yen nombre del Prior del Convento de Santo Domingole suplicó que regresase ahablar con éste. El mensaje sorprendió a Martinapero por venir de quienvenía no quiso desatenderloy volvió a la ciudad. Daban las ánimas en elconventocuando ella se presentaba ante los claustros.
Dormía plácidamente laChapanay a la noche siguientejunto al ríoadonde había regresado de laciudadcuando los ladridos del Oso la despertaron. Se levantó y fue a ver loque ocurría. Dos hombres a caballo estaban a pocos pasos de ella.
-Buenas noches -dijo uno deellos apeándose del caballoalargando su mano a la Chapanayy aproximándosea un bien alimentado fuego que allí ardía.
-Buenas nochescaballeros-contestó ella.
-Suponemos que Vd. será...-prosiguió aquéldejando trunca su interrogación...
-Sísoy yo. El señorprior les habrá prevenido que yo les dejaría un fogón como señal.
-Así es. Y por cierto quenos viene a las mil maravillas.
Martina echó mano a susalforjas que se hallaban colgadas de un árbolsacó de ellas una calderalallenó de agua y la colocó al fuego con el propósito de cebar mate
-¿Conque ustedes son lossalvajes unitarios que me ha recomendado el señor Prior?
-Sí señor -contestó unode los jóveneshonrando con el tratamiento el traje masculino que vestía laChapanay.
-Nosotros mismos -agregó elotro-. Hasta ayer hemos permanecido ocultos en el conventodesde el día queentramos en la Capital heridos en la batalla de Angaco; pero el decreto delGobernador nos ha colocado en el caso de aventurarnos a huir antes que continuarcomprometiendo la tranquilidad de los santos varonesbajo cuyos reservadosauspicios hemos podido curar nuestras heridas.
-Aun cuando en mi entrevistacon el señor Prior-repuso Martina-me fueron declarados los nombres deustedesno los recuerdo.
-Yo soy el teniente coronelJacobo Yaquesdijo el más bizarro.
-Yo soy Pablo Butersargento mayor-añadió el otro.
-Los dos porteños¿no esverdad?
-Los dos-contestó Yaques.
Así que el agua hubohervidoMartina empezó a servirles mate a sus visitantesmientras seguíaconversando con ellos.
-No veo aquí la balsa quenos trasladará a la otra orilla-dijo el teniente coronelescrutando losbordes del río.
-Es que está aquí-afirmó la Chapanayseñalando la fogata.
-¿En el fuego?
-Sí señor. El Gobernadorme había llamado justamente para ordenarme que tuviera la balsa listapor siera necesario perseguir a alguien que intentara salir de la capital sin permisode la policíapero unos soldados que recorrían esta tarde la costa del ríome la han destruido a hachazos. Yo la he echado al fuego para evitarme eltrabajo de juntar leña. La autoridad no debe tener mucha confianza en mí paraque la ayude en este caso. Y no se equivoca al sospechar esto. Yo no sé qué eseso de "federales" y de "unitarios"pero veo que todos sonde mi misma tierray que los unos persiguen a los otros. Alguien ha de haberque ruegue por los que caigan en mayor desgracia y los ayude. Esto es lo que yocreo que me corresponde hacer a mí. Justamente hoyal cerrar la nochepaséal otro lado del río a cuatro hombres que fueron soldados del general Acha.
-¿Y de qué medio se valióusted? -preguntó Yaques.
-Del mismo medio que me voya valer para pasarlos a ustedes. Me parece que ya es tiempo. Desensillen ustedesy suelten los caballos al campo.
-¿Y cómo seguiremos luegonuestro viaje?
-De aquella parte del ríotengo yo caballos gordos.
-¿Y nuestra ropa? ¿Ynuestras monturas?
-Todo eso lo llevaremosaquí.
Y la Chapanay presentó alos jóvenes una gran bolsadentro de la cual se pusierondespués de liadaslas monturas. A su indicaciónlos oficiales se habían despojado de susvestidos. Y se tenían al lado del fuego apenas tapados con sus ponchossinhacer nuevas preguntastemiendo que ellas fueran interpretadas como hijas de ladesconfianza o el miedo.
EntretantoMartinavueltade espaldasse desvistió a su vez y se cubrió con un improvisado taparrabosde lona que sacó de su montura. Dejó en libertad a su caballointrodujo en labolsa su ropa y la de los jóvenesy extrajo de entre sus aperos -que fuerontambién a la bolsa- dos amplios cuernos que le servían de chifles. Luegodirigiéndose a sus interlocutoresles dijo:
-Estos chiflesme sirvencomo un elemento de transporte. En cuanto a esta bolsatiene para mí un valorinapreciable. Hace algunos años les salvé la vida a dos extranjeros a quienesunos bandoleros iban a asaltar en una encrucijada. Uno de ellos me obligó a queaceptasecomo recuerdouna hermosísima capa de gomaacaso la única quehubiera por entonces en el paíshaciéndome notar que era impermeable. Como yono le tengo miedo al aguala he convertido en maleta para estos casos.
Llamó a sus perros y montóal Niñito sobre el lomo del Osoatándolo a él con un pañuelo.
-Ahora-continuó- ustedseñor teniente coronelse colocará a la derechaagarrándose con la manoizquierda de mi trenzamientras que con la otra conservará usteddebajo delsobacouno de estos chifles que están vacíos y muy bien tapados. En cuanto austed mi sargento mayorhará lo mismo del otro lado. No tenga ningún temorpor mi pelo que es de una resistencia extraordinariagracias a la parte desangre india que llevo en las venas. La creciente del río es grandey eltirón hasta la otra orilla es más que regular. No se sorprendan de verme comoperdida en el aguapues si llego a dejar la línea rectaserá para cortar lacorriente o dispararle a los remansos. Otra advertencia: cuiden de no soltar loschifles; éstos les servirán de flotadores.
Como se vela incultaChapanay había adquiridoen lidia con el elemento que ahora iba a desafiarembrionarias pero útiles nociones de hidrostática.
Su arrojada empresaa laque por otra parteestaba acostumbradaalcanzó pleno éxito. La barca humanase echó al agua llevando sobre sus espaldas y prendidos de sus trenzas a losdos oficiales. La bolsa con los efectos iba remolcada por sus dientes.
El Oso nadaba a retaguardia.
La Chapanay luchóhábilmente con las aguasque desde su niñez le eran familiaresy nadandocomo un tiburónllegó al borde opuesto.
Una vez en tierrayvestidos todos de nuevooyóse a la distancia el ruido de un cencerro.
-Es el de la yegua madrinade mi tropillaexplicó Martina. La dejé ayer atada para que los caballos nose alejasen.
-¿Y esa confianza-preguntó Yaques-no le da a Vd. malos resultados?
-No; porque el gauchaje deeste pago me conoce y me respeta. Ademásquien halle mis caballosha desuponer que yo no estoy muy lejos...
Tomó los frenossedirigió a lo interior de un bosquecilloy a poco volvió conduciendo tresbuenos caballos. Conmovidos los jóvenes por la generosidad y el arrojo deaquella mujer que acababa de salvarlos de caer en poder de los secuaces deltiranoes decirde ser condenados a muertequisieron demostrarle suagradecimiento y su admiración por las extraordinarias aptitudes de serenidadde resistencia y de tino que acababa de demostrar en su servicio. Ambos leofrecieron sus relojes de oro como obsequio.
-¡Aheso no! -contestóaquella. -La recompensa de mi servicio está en el placer mismo de haberlohecho. Ya el señor Prior quiso darme una gratificacióny recibió esta mismacontestación. Si algún día volviéramos a encontrarnos por el mundoyustedes necesitaran ocuparme como campeadoratendrían que pagarme mi trabajopues de él vivo. Pero lo que llevo a cabo por satisfacción de mi conciencia nolo vendo. Ustedes ignoranpor otra partelos contratiempos que los esperan enel viajey acaso esas alhajas pueden servirles más adelanteen el caso deurgentes necesidades. Ahora me dirán ustedes a qué punto piensan dirigir lamarchaporque no es aquí donde habremos de separarnos.
No sin escrúpuloslosjóvenes aceptaron el ofrecimiento que de acompañarlos hasta más adelante leshacía la Chapanay. Temían abusar de la buena voluntad de su bienhechorasubstrayéndola por tanto tiempo de sus ocupaciones habituales y haciendo que sealejase tanto de su residencia; pero ella les demostró la posibilidad deextraviarsey lo difícil de encontrar recursos de sostenimiento para ellos ysus cabalgadurassi no eran guiados por alguien que conociera a fondo lasserranías circundantes. Ademásla brava mujer ponía una generosidad tanespontánea y evidente en su empeño de dejarlos completamente a salvoque losfugitivos depusieron toda vacilacióny consintieroncada vez másreconocidosen seguir viaje bajo la protección de la Chapanay.
-¿Adónde piensan ustedesdirigirse?
-A la provincia de San Luis- dijo Buter.
-¿A cual departamento?
-Al de Renca-agregó elmismo. -Allí cuento con la protección que habrá de dispensarme el cura dellugar. Es mi tío carnal y me distinguió desde niño. Esademásfederal atoda pruebay no será difícil que sus feligresesque no nos conocennostomen también por buenos federales. Espiaremos la ocasióny cuando ésta sepresentebajaremos al litoral y nos trasladaremos a Montevideo.
Los tresemprendieronpuesmarcha hacia San Luis.
[24]

Quince días despuéshallábase ya la Chapanay de regreso en sus campos. Sehabía separado de sus protegidosdejándolos en salvocon sincera emociónpues el agradecimiento que le habían demostrado aquéllosfue tan afectuoso ytan vehementeque la conmovió.
Quiso volver a ver lastristes tapias de la que fue su casa paternay se dirigió a las Lagunasdespués de haberse tomado un largo descanso. Mujer de una fuerza de voluntadadmirablecomo se ha vistosus proyectos eran inmediatamente seguidos deactos. No había olvidado que los habitantes de los alrededores del Rosariolaarrojaron ignominiosamente de su rincón nativoy esta herida sangraba todavíaen lo íntimo de su ser. A la fechalos que entonces la humillaron y larepudiarondebían saber cómo se había redimido ella de sus antiguas culpasy hasta qué punto se había sacrificadodurante añospor el bien de losdemás. Se le debía un desagravio y quiso recibirlo.
Lo recibió en efectopuesapenas hubo llegado a las Lagunassus coterráneos se apresuraron a saludarla yagasajarla. Ya se conocían allí sus hazañasy ahora los laguneros seenorgullecían de ellamirándola con admiración y respeto. Pusieron a sudisposición una casita de barrode las mejores del lugarpero ella prefirióalojarse entre los escombros de la que fue la vivienda de sus padresen dondepermaneció quince díascon la ilusión de que las sombras de éstosveníanpor las noches a aplaudirla y alentarla.

[25]

Cuarenta y cuatro años pasaron. Martina Chapanay había envejecidopuesyen 1874 cumplía sus sesenta y seis años de edad.
Agobiada por la edadpor eldesgaste que en su organismo había producido la ruda existencia que llevóyatormentada por los dolores de sus viejas heridasMartina fue poco a pocodebilitándose y postrándose. Ya su brazo no podía manejar el lazo ni lasboleadoras como en mejores días; ya no le era dado empuñar las riendas de unpotro indómito; ya no podía entregarse a sus largas correrías por el campoárido y desiertodesafiando el sol y la lluviay durmiendo al aire libre bajolas estrellas. Sus nobles compañeros de aventurasel Oso y el Niñito habíanmuerto hacía ya mucho tiempo. Condenada a la inacciónla inquieta mujer aquien antes el mundo le parecía estrechoveíase ahora reducida a yerbatear enlos fogonesa tejer algunas toscas randas en cuya confección la inició laSra. Sánchezy a vivir recordando.
Todavía montaba a caballode vez en cuandopero no se alejaba casi de los Departamentosa no ser para ira reavivar las luces que mantenía encendidas en ciertos puntospor la paz delas ánimas. Su gran preocupaciónsu gran esperanzaconsistía en recobrarfuerzas suficientes para hacer un largo viaje en cumplimiento de una antiguapromesa.
El invierno de 1874 sepresentó crudoe influyó muy perjudicialmente sobre su salud. A fines dejulio de aquel añopudosin embargotrasladarse a Mogna. Allí residía unaindia de su misma edadcon quien la ligaba una antigua y cariñosa amistad.
-Esta será la última vezque monte a caballoy esta choza mi último asilo-dijoal llegarlaChapanay.
Con esta fiel amiga contabanuestra heroína para cumplir ciertas promesas que se creía en el deber derealizarantes de desaparecer de la tierra. A ella se confió y le pidióayuda. Le dijo que deseaba hablar con el sacerdote que se hallara más próximopara hacerle una importante revelación. Erapuesindispensableque la indiase llegara hasta Jachala suplicarle al cura de aquella villaque se tomase eltrabajo de venir a verla.
-Aparte de este servicioinestimable-concluyó- le pido que Vd.que seguramente cerrará mis ojosse quede con mi caballo y con mi apero. Es lo mejor que tengo...
La buena india asintió alpedido de su amigay aquella misma tarde se puso en camino para Jachal.
Martina quedó sola; tansolacomo cuando escalaba la cumbre de los cerros persiguiendo guanacos.Reflexionaba en su melancólico finque presentía ya próximoy volvía todassus esperanzas hacia Dios. Si había venido a concluir los días en este rincónde la provinciatan lejano de aquel en que nacióera porque no queríaofrecer a sus coterráneoslos lagunerosel espectáculo de su decadencia y desu ancianidady también porque no había podido olvidar ni perdonar del todola humillación injusta que aquéllos le infligieronexpulsándola del pedazode tierra en que vio la luzcuando ella iba a llorara rezar y formar sobreél propósitos generosos y nobles.
Tres días pasaron y laindia no regresaba. La espera se volvía angustiosa para la Chapanayque sedebilitaba cada vez más. Caía la tarde de uno de esos díasy la abandonadamujer se hallaba entregada a una verdadera crisis de tristezabajo la luz delcrespúsculo que siempre fue para ella desconsoladora y oprimentecuando seoyó en la puerta una tosecilla.
-¡Ave María!
-¡Sin pecado concebida!¡Adelante!
Un sacerdote capuchinoentró en el cuartujo. Sus hábitos roídos y sus sandalias desgarradasdenotaban pobreza. Una barba blanca le cubría el rostro.
Pidió permiso paradescansary ante la respuesta afirmativa y deferente de la enfermadepositóen el suelo un saco que llevaba al hombroy un alto báculo en que se apoyaba.Luego preguntó:
-¿Está usted enfermahermana?
-Muy enfermaseñor... Poreso he mandado suplicar a su paternidad que viniese a verme. Necesito su auxilioespiritualy necesito además hablarle de algo que pertenece a la iglesia. ¿Nole ha dicho a su paternidadmi compañeraque yo pagaría el coche en queviniera?
-¡Un coche! ¿Para mí?¿Su compañera de Vd?...
-¿No ha venido ella conusted?
-Vd. se engaña hermana. Yohe venido solo.
-¿Luego su paternidad no esel cura de Jachal?
-Nohermana. Yo soy unperegrino. Cumplo una promesay por eso he pasado la cordillera. Ahora medirijo a Santiago del Esteroy si Dios me presta aliento iré luego a TierraSanta. En mi juventud anduve por estas comarcasy he seguido este camino paravolver a verlas.
-¡Ojalá hubiera yo sabido-repuso Martina-que traía su paternidad esta dirección. No estaría ahorapenando por saber si el cura de Jachal llegará a tiempo o nopara restituirleslas caravanas de la Virgen del Loreto...
-¿Cómo? ¿Las caravanas dela Virgen del Loreto?
El sacerdote se habíainmutadoe hizo la pregunta anterior con tono ansioso.
-Síseñor. Quierodevolvérselas por medio de un sacerdote; y si es posible en acto de confesión.
-¿Y cómo se hallan enpoder de Vd?... ¿ Desde cuándo?-interrogó el capuchino con crecienteansiedad.
-Desde hace cuarenta ytantos años.
El sacerdote se puso pálidoy se quedó mirando a la enferma con ojos anhelantes. De pronto exclamó:
-Vd. es Martina Chapanay...
-Sí señor-respondióMartina sorprendida. ¿Cómo me conoce su paternidad?
-No me atrevo adecírtelo... Adivínalo tú misma... Interroga tu pasado de hace cuarenta ytantos añosrecuerda la noche aquella en que fuimos sorprendidos ainmediaciones del Corral de Piedra. Tú no puedes haber olvidado que allíquedaron muertos varios de los nuestrospero se salvaron Cuero y el Doctor...¿Te acuerdas del Doctor?
-¡Ohsí me acuerdo!
-Pues bienel Doctor fuerodeado en la espesura de un matorral: allí debió morirpues los soldados quelo perseguían lo alcanzaban ya... Pero el Doctorque era un sacrílegoytenía miedo de moririnvocó la Santa Gracia de la Virgen de Loreto... de lamisma virgen que había profanado... Entonces ocurrió un milagro... Parecióque las ramas se inclinaban para ocultar al sacrílego y éste pudo escapar. Elsable de los soldados derribaba hojas y gajoslas balas zumbaban sobre sucabezapero la vida del miserable estaba salva guardada por la Virgen... Lossoldados se retiraron sin descubrirlo. ¿Y de tiqué fue de tiMartina?Porque tú eres Martina Chapanay... Los años te han arrugado el rostro y te hanapagado los ojos. Eres el espectro de lo que fuistepero no hay dudaeresMartina Chapanay...
-¡Señor! Si su paternidadquiere explicacionesdígnese decirme quién es usted...
-¿No lo has sospechado? ¡Ybien! ¡Soy el Doctor!
-¡Ah! ¡Maldito!
[26]

Medió un rato de silencio.
Martinaque al proferir suimprecación había intentado erguirse sobre la camayacía ahora de espaldaspálidainmóvilcon las manos crispadascual si hubiera querido echar garrasobre algo. El sacerdote oraba de rodillashaciéndole aire con una manga de susayal.
Cuando aquélla volvió ensíéste bajó la vista y cruzó humildemente los brazos sobre el pecho.
-¡Perdón padre mío!
Nadie tiene más necesidadde él que yohermana! Comprendo el horror que te he inspirado. Era todonuestro pasado de oprobio y delito el que ante ti aparecía en míjustamentecuando tu alma empezaba a serenarse por la contrición... Y ahoradime cómo sehallan en tu poder las caravanas de la Virgen de Loreto que yo robé. Esnecesario que me ayudes a reparar mi sacrilegio.
Martina le explicó entoncesal franciscanocómo Cruz Cuero le había dado a guardar las caravanasmientras que élpor su partese reservaba el crucifijo; cómo había podidosustraerlas a los registros que se le hicieron cuando cayó presaocultándolasen el interior de un yesquero de cola de quirquincho; cómodesde entoncesnose había separado de ellas ni un sólo instantea través de todas lasvicisitudes de su agitada vidaacariciando el propósito de restituirlas undía a la imagen a la cual le fueron sustraídasy conservándolasentretantocomo el más precioso de los amuletos. Durante largo tiempo había abrigado lacreencia de que una casualidad milagrosa la haría recuperar el crucifijoperoahora esa esperanza se había desvanecidodespués de cuarenta años de muertoCuerosobre cuyo cadáver nada encontró la autoridad.
-Cuero no murió en lasorpresa de Ullúnhermana. Murió mucho despuésen Santiago de Chileadondehuyó. Su astucia lo hizo desconfiar de la cita que tú le dabasy a últimomomento resolvió quedarse en el caminoaguardando el regreso de la banda queavanzó hasta el rancho y cayó en la celada. Conozco éste Y los demás hechosposteriores de Cueropor la mujer con quien éste se casó en Chiley a lacualpor maravillosa casualidadconocí en un trance supremo.
Y el sacerdotea su vez lerefirió a su cómplice de otros tiempossu escapada de la sorpresa de Cruz dePiedraen la quea punto de caer en manos de los gendarmesinvocó laprotección de la Virgen de Loreto y fue salvado; su arrepentimiento sincerocuando se encontró solo otra vez frente a las empinadas cuestas del Tontal; supropósito de renunciar a tan miserable vida y consagrarse a Dios; su viaje aChilevenciendo dificultades sin cuentoy su ingreso al Convento de losFranciscanostras largas penitencias y pruebas que acreditaron su contrición yfe. Le relatópor últimosu encuentro con la mujer de Cruz Cuerocuatroaños más tardecuando ya ordenado sacerdotepasaba por una calle de lossuburbios de Santiago. Solicitado con urgencia para auxiliar a un moribundoseencontró en una pocilga ante un hombre lleno de sangre queen efectoparecíapróximo a expirar. Le explicó lo ocurrido la mujer que lo había llamadoqueera la del moribundo. Cuando éste se emborrachaba tenía la manía de poner demanifiesto un crucifijo de oro que llevaba colgado siempre del cuello. Setrataba de una prenda de gran valorque había despertado la codicia de unoscuantos rotos que con él bebían poco antes y que lo atacaron a mano armadapara quitárselo. Atacado se defendióy aunque muy mal heridopudo llegarhasta su casa sin perder el crucifijo.
-Ya imaginarás hermanaprosiguió el franciscanola emoción que yo experimenté al oír aquello. Elmoribundo no podía ser otro que Cruz Cuero... Me aproximé a él y lo examinéde cerca. ¡Era él! Lo reconocí a pesar de las marcas de destrucción que eltiempoel vicio y las heridashabían impreso en su cara. Sus dos manosestaban crispadas a la altura de la gargantasobre un crucifijo. ¡Sobre elcrucifijo de Nuestra Señora de Loreto! Reconocí la voluntad de la DivinaProvidencia en este encuentroy más todavía cuando la mujer de Cuero meexplicó que él mismo había pedido un sacerdote momentos antesencargando quese le entregara el crucifijo al que vinieray se le rogara devolverlo a laiglesia argentina de donde fue robado. Dios había querido que fuera yoelmismo ladrónel que llevase a cabo la restitución... Auxilié la agonía denuestro antiguo capitánque no recobró el conocimiento. Impuse a mi superiorde lo que ocurríapidiéndole autorización para hacer el viajeprimero aSantiago del Esteroy luego a Tierra Santa. Previa intervención de lasautoridadesel crucifijo fue puesto en mi podery aquí me tieneshermanaencamino para cumplir mi supremo acto de expiación...
Tantas emocionestantasevocaciones dolorosas y siniestrashabían vuelto a postrar a Martinaqueescuchaba la relación del sacerdote con la respiración anhelante yentrecortada.
-¡Padre!-exclamó.-Yosiento que también mi fin se acerca. He sido criminalpero hice cuanto pudepor reparar mis faltas y confío en la misericordia infinita de Dios... Lamensajera que mandé a buscar al cura de Jachal no vuelvey mis fuerzas seacaban... Deseo que su paternidad me oiga en confesión...
Lo hizo así el sacerdoteycuando la enferma hubo cumplido penosamente con el precepto cristianopues suvida se extinguía sin remediole indicó a su confesor un cinturón queguardaba bajo la almohada. Dentro de un bolsillo estaban las caravanas de laVirgen de Loretoy cincuenta onzas de oro.
-LlévelasPadrejunto conel crucifijo-alcanzó a decir la Chapanay con voz apenas perceptible-devuélvaselas a la Santa Virgen... De ese dineroque es adquirido honradamentea fuerza de largas privaciones y trabajosquiero que se le dé una onza a lamujer que me ha alojado aquíy que lo demás se destine a levantarle unaltarcito a la Virgenallá en su iglesia.
-¡Muere en pazMartinaChapanay! -repuso el sacerdote. -¡Dios te perdona...!
Y sacando de entre sushábitos el crucifijo de orolo depositó sobre el pecho de la agonizante. Sepuso en seguida de rodillas a su ladoy empezó a orar con fervoren alta voz.

[27]

Hasta el amanecer veló el franciscanoa la luz de un candil de grasaelcadáver de Martina. Salía el solcuando la dueña del rancho enviada enprocura del cura de Jachalregresaba con la noticia de quepor hallarseenfermoéste no había podido venir. Ayudó al sacerdote a preparar elentierroy entrambossecundados por los vecinos de la aldeaque bien prontoacudierondepositaron los restos de la Chapanay en una sencilla fosa que FrayEladiocubrió con una laja blanca a guisa de lápida.
Aquella tumbaque no hanecesitado inscripción para singularizarsees señalada todavía en Mogna alos transeúntesy en torno suyo han brotadocomo flores silvestresinnumerables leyendas que cuentan las hazañasnunca superadasde la varonilbienhechora de las travesías...

[28]

Seis meses despuésregistraba El Estandarte Apostólico periódicoque se publica en Roma bajo los auspicios de la Iglesiaesta noticia:
"Ha sido encontradopróximo al Santo Sepulcroel cadáver de un anciano sacerdote de la orden delos Franciscanos.
"Se trata de unperegrinoque después de desempeñar en su país misiones piadosas deimportanciavenía a cumplir una promesa en Jerusalén. Al pasar por Romaentregó en el Vaticanopara servicio del cultouna contribución de dineroprocedente de limosnas colectadas por él. Se llamaba Eladio Bustillo".




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