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Fingal

Fantasía dramática en cinco actos.

Antonio García Gutiérrez.

PERSONAS


RINO, rey de Caledonia.

FINGAL, su hijo.

BOSMINA.

DUTCARON.

SORGLAN.

Guerreros.

Bardos.

Espíritu I.º

Espíritu 2.º


La época pertenece a la historia antigua de los pueblos celtas. La acción pasa en un bosque inmediato a Selma, cuyos muros se dejan ver a lo lejos. Algunas tumbas esparcidas sin orden, y una de ellas más hacia el proscenio, delante de la cual aparece arrodillada BOSMINA.



 

 

Acto primero


ESCENA I

 

BOSMINA

¡Ya no más te veré, querida madre

 

de Bosmina infeliz! Nunca tu seno

 

a estrechar volveré; ni más la calma

 

veré dichosa en tu regazo ledo.

 

Por siempre te perdí: sola, aquejada

 

de cruda pena y de dolor acerbo,

 

sobre la tumba que tus restos guarda,

 

amargo llanto de ternura vierto.

 

Aquí en el seno de la huesa fría

 

te escondes por mi mal: ya no te veo

 

por la selva vagar. Tu vida oculta

 

velo espantoso de eternal misterio.

 

Salud y gloria en el celeste espacio

 

por siempre goces y descanso eterno:

 

Salud, querida madre, mientras lloro

 

sobre esta losa de presagio horrendo.

   

ESCENA II

 

DICHA, SORGLAN

 

SORGLAN

Hija de Morna: si en tu mal la suerte

 

su vida te robó, no en llanto eterno

 

estén tus ojos sin cesar bañados:

 

abre a la paz tu desolado pecho.

 

Ella goza la dicha inalterable,

 

la gloria inmensa concedida, al bueno,

 

y en nube celestial sobre ti vaga

 

de luz cercada y esplendor risueño.

BOSMINA

¡Ay! Dejadme llorar: el hado impío

 

me privó del apoyo, del consuelo

 

que pudo hacer mi dicha: abandonada

 

en mísera orfandad, ¿a dónde vuelvo

 

mis ojos tristes que el horror no encuentre?

 

Dejad que llore mi dolor acerbo.

 

Sola en la tierra, ignoro todavía,

 

¡ay!, quién mi padre fue: ¡pudiera al menos

 

estrecharle en mis brazos; tributarle

 

de padre el nombre en amoroso acento!

 

¿Y cuándo, cuándo romperán mis ansias

 

ese tenaz y misterioso velo

 

que oculta mi nacer? Mi madre acaso

 

mil veces intentó de este misterio

 

el secreto romper; mas la palabra

 

quedaba helada entre sus labios yertos.

SORGLAN

¿Nada, nada aclaró?

BOSMINA

Cuando la muerte

 

languidecía con eterno sueño

 

sus ojos ya eclipsados, «¡Hija mía!»,

 

dijo con triste voz..., «guárdete el cielo

 

a ser más venturosa que esta madre,

 

víctima triste del destino adverso.

 

No nací en Selma, que en Loclín he visto

 

de mis mayores el alcázar regio,

 

y su diadema altiva y poderosa

 

la frente esclareció de tus abuelos.

 

¡Ay! ¡Cuántos males tus serenos días

 

vendrán a envenenar! ¡Cuántos tormentos!

 

Ven a la tumba, ven; allí se goza

 

sólo la paz en el eterno sueño.»

 

Entonces, con sus manos me estrechaba,

 

cual si quisiera en su afanoso anhelo

 

arrastrarme al sepulcro... para siempre...

 

¡Allí!..., exclamaba en dolorido acento...

 

¡Allí!..., sus ojos espantados brillan.

 

Vuelve a mirarme con dolor gimiendo;

 

el rostro torna, y por sus venas frías

 

rápido corre de la muerte el hielo.

 

Exánime la vi, pálida, yerta...

 

Y vivo yo..., ¡infeliz! Y el hado al menos

 

piadoso a mis pesares, no me arranca

 

a esta vida execrable que aborrezco.

SORGLAN

Modera tu dolor: quizá la dicha

 

tiende su mano a tu destino adverso.

 

Corren tus días por la amarga senda

 

del llanto y del dolor, desvaneciendo

 

esa belleza celestial...

BOSMINA

¡Amigo!

 

¿De qué me sirve recibir del cielo

 

estos encantos, ¡ay!, cuando me roban

 

de mi cariño el amoroso objeto?

 

Yo le amaba, Sorglan, yo le adoraba,

 

y él, ¡infeliz!, de mi presencia huyendo,

 

en vez de mis caricias inocentes

 

buscó la guerra en extranjero suelo.

 

Mil y mil veces demandé llorosa

 

mi suspirado amor, y mil corriendo

 

allí del Morven por la opaca cima,

 

dominando los mares turbulentos,

 

esperaba su vuelta; pero en vano:

 

él desoyó mis angustiados ecos

 

y nueva pena atribuló mi alma,

 

dando mi bien y mi esperanza al viento.

SORGLAN

¿Ves cuán sin causa tu dolor aumentas?

 

El pronto va a volver.

BOSMINA

No lisonjero

 

halagues mi dolor: sé que no es dado

 

alivio alguno a mi fatal tormento.

SORGLAN

No lo debes dudar; la infanda guerra

 

alza iracundo su estandarte fiero

 

delante de Inistor. Quizá la fama

 

llevó ligera de la patria el riesgo

 

a los valientes que en Loclín combaten,

 

y a libertarla del romano acero

 

ansiosos corren, y Fingal los sigue,

 

y viene a mitigar tu llanto acerbo.

BOSMINA

¡Quién sabe!... Acaso en la tremenda lucha...

 

¡Qué presagio fatídico y funesto!

 

¡Ay, Sorglan! No me es dado imaginarlo

 

sin que se llene de terror mi pecho.

 

¿Qué me queda, por fin..., abandonada?

 

Di, ¿qué me resta si Fingal ha muerto?

SORGLAN

Tú aumentas tu dolor, con esa imagen,

 

ilusorio y falaz. ¿Por qué tu pecho

 

sólo busca el horror?

BOSMINA

Porque en él hallo

 

toda mi dicha, todo mi consuelo.

 

La tristeza me es dulce, y aquí busco,

 

en mustia soledad, mi bien supremo.

 

Aquí lloro la paz que ya he perdido,

 

y mi antiguo placer demando al cielo.

SORGLAN

¿Mas qué rumor...?

BOSMINA

¡Sorglan, son los valientes,

 

los hijos de Inistor!

SORGLAN

Ellos son, ellos.

 

Los fuertes, los magnánimos... De gozo

 

quiere salirse el corazón del pecho.

   

ESCENA III

 

Dichos, RINO y guerreros que se ven desfilar por el monte. Queda RINO en la escena.

 

RINO

Suelo donde nací, yo te saludo:

 

tras largos años a pisarte vuelvo.

 

Tras largos años que en defensa tuya

 

sangrientas lides excitar me vieron.

 

¡Belleza angelical! Así era hermosa

 

la prenda de mi amor: así en un tiempo

 

en su amoroso y celestial semblante

 

brilló la gracia del pacer risueño.

 

¡Hija querida!... ¿Sí, tu amante padre

 

a verte tornará...? ¡Qué miro!... ¿Es cierto?...

 

¡Sorglan!...

SORGLAN

Mi rey.

RINO

¡Bosmina! ¡Amigos míos!

 

¡Mis hijos, mi placer! ¡Al fin os veo!

 

Al fin en vuestros brazos estrechado

 

piadoso atiende a mi querer el cielo.

 

Gracias os doy, espíritus divinos,

 

que vuestro brazo sobre mí extendiendo

 

y escuchando mis súplicas ardientes

 

hacéis mi dicha en tan feliz momento.

 

Hoy que la patria mi favor demanda

 

su grito escucho, y a su ayuda vuelo

 

en la mano el laurel de la victoria,

 

pero de sangre y de dolor cubierto

 

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

 

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

 

¡Cuántos hijos y madres desoladas

 

hoy llorarán en abandono eterno

 

la pérdida del padre y del esposo

 

que allá en los campos de Loclín cayeron!

 

¡Cuántos que apenas la risueña aurora

 

vieron de su existir! Cayó el guerrero:

 

de sus huellas en vez se advierten sólo

 

tristeza y luto en el hogar desierto.

 

Hoy otra lucha negra se prepara

 

quizá de más horror. ¡Y también debo

 

a la lid conducirlos, a la muerte!

 

¡Triste deber de ingrato ministerio!

 

Mas... ¿qué miro? ¡Tus ojos inundados

 

en lágrimas están!... Tu rostro bello.

 

ya pálido y marchito... ¿Cuál congoja

 

puede afligir tu lastimado pecho?

BOSMINA

Negro pesar oprime el alma mía:

 

dejad que llore con dolor acerbo.

RINO

¿Y Morna?

BOSMINA

¡Por piedad!

RINO

¿Lloras? ¿Te agitas?

 

¿Qué fue de la infeliz? ¡Este misterio,

 

el sitio, tu pesar!...

BOSMINA

Allí reposa

 

y no más se alzará.

RINO

Su tumba, ¡oh cielos!

BOSMINA

Murió, murió, pero en la huesa fría

 

aún vive para mí; y este silencio

 

de muerte precursor, esta tristeza

 

halaga dulce mi afligido pecho.

 

Aquí la imploro, y aunque muda y fría

 

yo la escucho pedir con triste acento

 

mi llanto y compasión, y yo demando

 

aquí postrada por su paz al cielo.

SORGLAN

V. dla., señor, de pena enajenada,

 

sin auxilio, sin gloria y sin consuelo,

 

huérfana y sola...

RINO

No, no abandonada

 

en la tierra estarás. Aquí en mi seno

 

desahoga tu llanto. Como a un padre

 

ya me debes mirar: yo serlo quiero.

BOSMINA

Mi padre... Sedlo pues. Pero en el mundo

 

nadie borrar podrá de mi recuerdo

 

a mi madre infeliz.

SORGLAN

Otra esperanza,

 

Señor, halaga su inocente pecho.

BOSMINA

¡Quizá cayó en Loclín!

RINO

No. Victorioso,

 

de lauro ornado y de contento lleno,

 

ya presto tornará... Quizá saluda

 

ora las playas del nativo suelo.

SORGLAN

Y... ¿no sabéis su amor?

RINO

¡Qué osas decirme!...

SORGLAN

No se mancilla vuestro nombre excelso,

 

vuestro regio esplendor: corre en sus venas

 

la sangre de Esnivan.

RINO

¿Qué...? ¡Será cierto!...

SORGLAN

Su madre misma al expirar...

RINO

Acaba.

 

¡Insensata! ¡Rompió nuestro secreto!

BOSMINA

¿Qué secreto, señor?

RINO

¡Ah, nada, nada!..;

 

Déjanos solos... Sí... Yo te lo ruego.

   

ESCENA IV

 

Dichos, menos BOSMINA

 

RINO

No me es dado acceder: tú bien lo sabes

 

cuál es mi corazón, cuál mi deseo,

 

y cuál amo a los dos; pero Bosmina...

 

No, yo sus males mitigar no puedo.

SORGLAN

¿Cuál motivo, señor?

RINO

El hijo mío,

 

mil y mil veces con amante ruego

 

mi piedad imploró; pero ignoraba

 

todo el horror de tan fatal misterio.

 

Sus angustiadas súplicas, sus quejas

 

tal vez llenaron mi afligido pecho

 

de congoja mortal, y no podía

 

sus negros males mitigar al menos.

 

Mil veces le encontré pálido, mustio,

 

en la margen del Loda turbulento

 

al peso de sus ansias agobiado:

 

y mil y mil los montes recorriendo,

 

con espantosos ayes, sus congojas,

 

sus negras ansias explicaba al viento.

SORGLAN

¿No hay un medio, señor?

RINO

No... Su destino

 

es horrible quizá... Su mal es cierto.

 

No es tiempo de ocultarlo: en largos años

 

guardé en mi pecho tan fatal misterio

 

por su amor, por su bien. Ora que yace

 

de la tumba en el lóbrego silencio

 

para siempre jamás, debo explicarte

 

todo el horror de mi destino adverso.

 

Ha largos años que la infanda guerra

 

alzó en Loclín el estandarte fiero,

 

de Inistor amagando las riberas.

 

Fiera y terrible cual la voz del trueno,

 

la voz de destrucción salva los mares

 

y a la lid se aperciben mis guerreros.

 

Vencí las huestes de Esnivan: persigo

 

hasta Loclín sus miserables restos,

 

que allá llevaron llanto y exterminio

 

si acá la guerra y el furor trajeron.

 

Allí la bella Morna residía,

 

la hija de Esnivan. ¡Yo quedé ciego

 

al contemplar sus gracias! ¡Si la vieses

 

bañada en llanto, triste y sin consuelo,

 

por su padre y su patria demandando

 

la dulce paz con ayes lastimeros!

 

Sublime y bella me robó la calma:

 

yo la paz la otorgué. De Morna empero

 

probé la gratitud, y sus caricias,

 

su dulce amor, mi recompensa fueron.

 

Ven -la dije- a mi patria: allí te esperan

 

la ventura, el amor: un lazo eterno

 

me estrechaba a la tierna Eviralina,

 

pero nada miré. Mi error funesto

 

condujo a Morna al hondo precipicio,

 

y huyó por siempre del hogar paterno.

 

Así ha vivido dilatados años,

 

mi seducción y engaños maldiciendo,

 

y arrastrando a la tumba silenciosa

 

su deshonor y eterno vilipendio.

SORGLAN

¿Y Bosmina?...

RINO

Es el fruto desgraciado

 

de un insensato amor.

SORGLAN

Nunca pudieron

 

saber los de Loclín...

RINO

Nunca. Mi amada,

 

en su penar hasta la luz huyendo,

 

de su padre burló la vigilancia.

 

¿Cómo tornar de su familia al seno,

 

tras del funesto crimen, y cubierta

 

de oprobio y deshonor? ¿Donde el desprecio

 

o la muerte quizá le guardaría

 

el fiero orgullo de Esnivan soberbio?

 

Tú lo sabes: los valles solitarios

 

fieles testigos de su llanto fueron:

 

la triste soledad, más apacible

 

era a sus ojos que el rumor del pueblo.

 

Así escondió su vergonzosa afrenta...

SORGLAN

Mas no pueden saber...

RINO

Sorglan, muy presto.

 

Yo la arranqué del seno venturoso

 

donde sus días plácidos corrieron,

 

donde la paz, la dicha inalterable,

 

¡ay!, halagaron su inocente pecho.

 

De su dulce virtud desposeída

 

cubrí de flores el abismo horrendo

 

donde sus ojos, de terror pasmados,

 

el negro engaño, pero tarde, vieron.

SORGLAN

Pero el pueblo quizá vuestra presencia

 

anhelando estará. Tras tanto tiempo,

 

tras de seis años de gloriosa lucha,

 

os espera, señor.

RINO

Dignos son ellos

 

de otro rey más feliz...

SORGLAN

Cese el quebranto,

 

cese vuestro dolor...

RINO

Sorglan..., marchemos.

FIN DEL ACTO PRIMERO

 

 

Acto segundo


ESCENA I

 

BOSMINA, con un ramo de flores, que deja sobre la tumba.

 

BOSMINA

¡No os marchitéis, oh flores venturosas!

 

Ornad la tumba del objeto amado

 

con dulce placidez. Tributo puro

 

que previno amoroso mi conato.

 

¿Quién sufrió como yo? Por todas partes

 

tristes me cercan confusión y llanto.

 

¡Madre mía! ¿Por qué me abandonaste?

 

¿Por qué en triste orfandad y desamparo

 

dejas sumida a la infeliz Bosmina?

 

Ven a mi voz, consuela mi quebranto.

   

ESCENA II

 

Dicha, DUTCARON

 

DUTCARON

¡Allí está: gime... de su tierna madre

 

abandonada la infeliz... En vano

 

Hora su muerte, que jamás la tumba

 

el bien le tornará que le ha robado.

 

¡Qué apacible es su rostro! ¡Cómo brilla

 

muy más sublime en su apenado llanto!

 

Hija de Morna...

BOSMINA

Dutcaron...

DUTCARON

¿Tú temes?

BOSMINA

¿Sois vos?... Idos de aquí... No importunando

 

con vuestras quejas mi afligido pecho

 

dobléis mi pena y mi tormento amargo.

DUTCARON

¡Ingrata siempre!

BOSMINA

En tan funesto sitio,

 

llorosa cumplo mi deber sagrado.

 

Dejadme, por piedad..., en esa tumba...

 

allí descansa. ¿En días tan aciagos,

 

de amor habláis a la infeliz Bosmina?

DUTCARON

Tan respetable sitio no profano.

 

Puro es mi amor, cual tu virtud es pura;

 

pero aunque ciego amante te idolatro,

 

de tu orgullosa obstinación recibo

 

negras repulsas de mi amor en pago.

BOSMINA

¿Qué pretendéis en fin?... De mis amores

 

y de mi corazón ya no me es dado

 

árbitra disponer. Ya mis promesas

 

de amor al yugo mi cerviz ataron.

 

Yo no debo ocultarlo por más tiempo.

 

¿Qué podéis esperar? Hoy ya tornando

 

con dulce afán tras de horrorosa lucha,

 

tal vez saluda los hogares patrios.

DUTCARON

Otro objeto, otro amor..., por eso, ingrata,

 

por eso desdeñaste mis halagos.

 

¡Y qué! ¿Un feliz rival ha merecido

 

gozar la dicha que esperaba en vano?

 

Un rival... ¡Oh baldón! Y tú infelice...

BOSMINA

¡Ah! ¡Qué extraño furor!...

DUTCARON

¡Yo despreciado!

 

No más sufrir. Si en días más felices

 

pude esperar de tu desdén ingrato

 

la saña mitigar, si yo anhelaba

 

gozar tu amor en plácido descanso,

 

mi esperanza voló. Sólo me resta,

 

en premio de mi afán, eterno llanto.

 

No..., llanto no... Y a mi pesar..., ¡Bosmina!,

 

a mi pesar, te admiro y te idolatro.

 

¿Y he de mirar tranquilo que se goza

 

un rival insolente y temerario

 

en las gracias que adoro, y yo suspire

 

lejos de ti, sus glorias envidiando?

 

No, no será: primero ha de arrancarme

 

tu imagen adorada y tus encantos

 

que aquí fijos están. Antes me vea

 

yerto en la tumba que me alzó su mano.

 

Tema, tema mi cólera: el impío

 

que así tu corazón ha fascinado

 

no gozará de su maldad el fruto.

BOSMINA

¡Dutcaron! ¡Dutcaron!

DUTCARON

¿Temes acaso

 

por su vida? ¿El audaz que me provoca

 

su impuro amor defenderá esforzado?

BOSMINA

Fuerte es su brazo en la tremenda lucha,

 

fiero y terrible como el negro rayo.

 

Con dulce afán hoy torna victorioso

 

en ardua lid, del enemigo campo...

 

No turbéis su placer... Cuando descubra

 

las altas rocas de los montes patrios,

 

lleno de amor y plácida esperanza,

 

¿podrá pensar que vuestro ardor insano

 

el exterminio, la aflicción y lloro

 

le guarda en vez de fraternales brazos?

 

Tras largos años de la patria lejos,

 

por su salud su sangre derramando,

 

debe esperar...

DUTCARON

¡Ah, calla! Tus palabras

 

irritan más mi enojo. Lo he jurado.

 

¿Quién es el infeliz? No me lo ocultes.

BOSMINA

Nunca su nombre sonará en mi labio.

 

Amadle como yo..., sí..., y os prometo

 

fiel gratitud de vuestro amor en pago.

DUTCARON

¡Fiel gratitud cuando en funesta llama

 

arde mi pecho y en furor me abraso!

 

O su muerte o tu amor. Decide luego,

 

o tiembla mi venganza: demasiado

 

pesó en mi corazón por largo tiempo

 

todo el horror de tu desdén ingrato.

   

ESCENA III

 

BOSMINA

¡Qué amenazas! ¡Oh Dios! ¿Será posible?

 

¿Yo le ofrecí mi corazón acaso,

 

o debo ver mi cuello por ventura

 

de extraño amor a la coyunda atado?

 

Alza tu frente, ¡oh madre desgraciada!

 

Alza tu frente, y la amorosa mano

 

tiende por fin a la infeliz Bosmina,

 

y a tu asilo la lleva solitario.

 

Allí mis ojos en eterna noche

 

por siempre dormirán; y el negro espanto

 

que hoy circunda mis ojos, a lo menos

 

no turbarán en la tumba mi descanso.

 

¡Hermosa paz, mi bien y mi esperanza!

 

Tú aquí sentada en el sepulcro helado,

 

convidas con la calma deliciosa

 

que triste está mi corazón ansiando.

   

ESCENA IV

 

Dicha. FINGAL, por el monte, dice los primeros versos antes de bajar. Vendrá seguido de algunos guerreros, que a una señal suya marcharán por la derecha.

 

FINGAL

Al fin te vuelvo a ver, ¡oh patria mía!,

 

suelo de paz donde mis verdes años

 

en plácida quietud y regocijo

 

viera correr cual fugitivo rayo.

 

Al fin te vuelvo a ver... ¡Pero Bosmina!

BOSMINA

Él es, él es Fingal...

FINGAL

(A los soldados.) Mi bien... Marchaos...

 

¿Y es verdad?... ¿Y es verdad?... ¿Y yo dichoso

 

ora te estrecho en mis amantes brazos?

BOSMINA

No extrañes mi dolor.

FINGAL

Ya a mis oídos

 

llegó la causa de tu amargo llanto.

 

Al fin te veo: al fin a mis pesares

 

el término llegó tan deseado.

 

¡Cuántas veces en medio de las lides,

 

en medio de la muerte y sus estragos!

 

Fingal ansió este día: al contemplarme

 

lejos de ti, privado de tus brazos,

 

se marchitó el laurel de mis victorias,

 

se oscureció la pompa de mis lauros!

BOSMINA

¡Ay! Que tu padre inexorable intenta

 

separarme de ti. Yo lo he notado...

 

Al hablarle Sorglan de mi cariño,

 

fue repelido, y... le rogaba en vano.

FINGAL

Mi padre, es cierto, a mi querer se opone:

 

mas nadie, nadie del objeto amado

 

me podrá separar. Lance la guerra

 

segunda vez su fulminante rayo,

 

que en muelle paz reposará tu amante

 

lejos por siempre de la pompa y lauros.

 

Pompa ficticia, lauros que los hombres

 

con sangre, ruina y destrucción compraron.

 

¡Ay, lejos de mis ojos! Mayor dicha,

 

mayor felicidad entre tus brazos

 

me reservaba amor, y yo te juro

 

nunca jamás volver a abandonarlos.

 

Oigan los cielos mi alto juramento,

 

y el rayo eterno con furor vibrando,

 

si olvidare tu amor me hundan por siempre

 

allá en el seno del sepulcro helado.

 

Vague en la tierra, si perjuro fuese,

 

de asombro lleno, de aflicción y espanto,

 

y huyan de mí los hombres y me nieguen

 

con odio eterno su piedad y amparo.

 

¿Tras de tanto anhelar yo fuera impío?

 

Mil veces en la margen reposando

 

del undoso Gormal, odiaba el sueño

 

en tu memoria absorto, enajenado.

 

Si con estruendo rápido la muerte

 

veloz corría en el confuso campo,

 

en medio de la lucha tu memoria

 

era todo mi bien. Ella mi brazo

 

teñido en sangre al triunfo dirigía.

 

¡Cuántas veces tornar al suelo patrio

 

ansió mi corazón! En la ribera

 

absorto vi los mares dilatados

 

que en días para siempre dolorosos

 

de mi prenda de amor me separaron.

 

Allí está, me decía, allí demanda

 

por su amante infeliz, y pide en vano:

 

quizá no tornará. Tal vez descubra

 

la parda nube en el oscuro ocaso

 

allá de Cromla en la empinada cima,

 

y fascinada, mi ligera nao

 

la juzgue con placer; pero deshecha

 

cual pronta luz en el espacio vano,

 

la agradable ilusión se desvanece,

 

el corazón desmaya atribulado

 

y torna a su pesar. Por fin nos llama

 

la cruda guerra al suelo que anhelando

 

estuve en mi dolor: amenazada

 

la patria nuestra del feroz romano,

 

¡oh!, con cuánto placer a libertarla

 

Fingal corrió por disfrutar tu lado.

BOSMINA

El cielo cada vez más implacable,

 

más duro cada vez, por largos años

 

se obstinó en perseguirnos; pero nada

 

puede ya ser bastante a separarnos.

 

Nada.

FINGAL

¡Bosmina!

BOSMINA

De la dura suerte

 

la incertidumbre odiosa he superado;

 

pero mi corazón, ¡cuánto ha sufrido!

 

Yo mil veces temí: funesto llanto

 

a tu incierta fortuna dirigía,

 

a mis amores y a tu fin aciago.

 

Cuántas veces en sueños te ofreciste

 

a mis ojos herido y expirando,

 

la palidez pintada en tu semblante.

 

¡Bosmina!, me dijiste atribulado:

 

yo a tus caricias preferí la muerte...

 

¿Por qué tu seno abandoné insensato?

FINGAL

Ya no debes temer.

BOSMINA

¡Pluguiese al cielo!

 

Hoy más que nunca con mi horror batallo:

 

ni aquí seguro estás.

FINGAL

Pero qué causa...

 

Di..., ¿quién osará?...

BOSMINA

De tu dicha, acaso

 

hay alguno envidioso y te amenaza.

 

Teme, Fingal...

FINGAL

¿Quién es el temerario?

 

Di... ¿Quién osado mi furor provoca?...

 

Yo lo quiero saber.

BOSMINA

Es en tu daño.

 

¡Yo tu muerte causar! Por mis amores...

 

Pero tu padre... ¡Adiós!...

FINGAL

Oye...

BOSMINA

Es en vano.

FINGAL

Yo lo sabré: su temerario orgullo

 

pronto verás ante mis pies postrado.

   

ESCENA V

 

FINGAL, RINO

 

FINGAL

Padre mío...

RINO

Fingal. Al fin tus ansias

 

de tu pesar el término encontraron;

 

tras larga lucha, el cielo nos concede

 

tornar a ver nuestros hogares patrios.

FINGAL

Salud a los espíritus... Piadosos

 

tender quisieron su celeste brazo

 

sobre las huestes de Inisfel, que ansiosas

 

ora saludan los nativos campos.

 

Este del hijo las caricias tiernas

 

disfruta alegre entre sus juegos gratos,

 

aquél de amor concibe las delicias

 

de su querida en el regazo blando.

 

¡Ay! Yo también. Apenas presuroso

 

salto en las playas y la cumbre salvo

 

del árido Morven, me ofrece el cielo

 

la dulce vista del objeto amado.

 

¡Cuán bella, más que nunca, se ostentaba

 

sobre esa tumba de fatal presagio,

 

abatida, llorosa, y de su madre

 

la dulce vida al cielo demandando!

RINO

La has visto. ¿Y en tu pecho aún se alimenta

 

ese funesto amor?

FINGAL

Yo la idolatro.

 

¿Y quién sin adorarla contemplara

 

su dulce risa, su apacible encanto?

 

¿Funesto amor decís?

RINO

¡Oh! ¡Si pudieras

 

el fondo ver de tan terrible arcano!

 

Temblaras con horror. Pero el destino

 

guarda tu suerte en su abismoso caos,

 

donde nunca, a pesar de sus deseos,

 

las miradas del hombre penetraron.

 

Yo... soy quizá de tan fatal misterio...

 

No... Nunca sepas más. Sabe que el hado

 

te guarda negro horror, y que en tus días

 

eterna maldición está pesando.

 

¡Maldición, maldición!... ¡Oh! Nunca llegue

 

el momento fatal en que irritado

 

rasgue ya el cielo el velo misterioso,

 

¡ay!, con tu error tu paz arrebatando.

FINGAL

Rómpase ya: de la inconstante suerte

 

los males con valor he superado,

 

y antes que tan cruel incertidumbre,

 

quiero el horror de mi destino aciago.

RINO

¡Teme, teme, infeliz!... Teme la lucha

 

que el cielo adverso te prepara acaso;

 

yo velaré sobre tu suerte infausta,

 

y... yo feliz, si puede mi conato

 

salvar tus días del fatal abismo

 

a que un culpable amor te está arrastrando.

FINGAL

¡Conque hasta el cielo mismo se conjura

 

contra mi amor, y el plácido descanso

 

robándome en la noche, me intimida,

 

con negro horror mis males anunciando!

RINO

¡Fingal!

FINGAL

Escucha, ¡oh padre!, y compadece

 

a este infeliz en su mortal quebranto.

 

El mundo estaba en calma: de las sombras

 

sólo el gemido se escuchaba acaso,

 

y con vuelo sonante se ofrecían

 

ante mis ojos, sin cesar girando.

 

De mis abuelos los ilustres hechos

 

el arpa celebraba de mis bardos,

 

y con dulce clamor se difundía

 

en la callada selva el eco grato.

 

De repente un gemido doloroso

 

hiere mi oído: con horror pasmado

 

alzo la vista atónito, y me ciega

 

vivo esplendor de misterioso rayo.

 

Una belleza celestial brillaba

 

hermosa cual la luz: su seno casto

 

era cual nieve del Gormal, empero

 

marchito el rostro y del dolor sellado.

 

Su faz entonces con pavor contemplo,

 

y era mi madre, ¡ay Dios!, que en su conato,

 

por salvar de Fingal los tristes días,

 

así abandona su eternal descanso.

 

Y lo abandona por mi amor..., ¡oh padre!

 

Centelleaban sus ojos como el astro

 

que a la noche preside, mas su brillo

 

triste eclipsaba con amargo llanto.

 

Gime, suspira, y hacia mí extendiendo

 

llena de horror sus tremebundas manos,

 

¡hijo!, ..., me dice, en sepulcral gemido,

 

y expira el eco entre sus yertos labios.

 

Giraba triste en derredor, sus ojos

 

en mí con ansia y con dolor fijando,

 

cual si de algún peligro pretendiese

 

salvar al hijo a sus amores caro.

 

Mas... súbito sus ojos centellean,

 

y un grito agudo con furor lanzando,

 

muerte..., me dice, y muerte repitiendo

 

huye deshecha en el espacio vano.

RINO

Ya lo ves: ese anuncio misterioso

 

quizá es preludio de tu fin aciago,

 

y el cielo aún, de tu error compadecido,

 

quiere salvar tus inocentes años.

FINGAL

Padre mío...

RINO

Fingal, no así te aflijas.

 

No te abatas así... Tu tierno llanto

 

baja a mi corazón cual fuego ardiente,

 

mis dichas con dolor acibarando.

 

Al cielo teme: con tremendo ceño

 

ora ya vibra el iracundo rayo

 

que suena en derredor: con ruego humilde

 

quizá desarmes su potente brazo.

 

Al hombre miserable en su flaqueza

 

sólo implorarle con temor le es dado

 

y la frente humillar.

FINGAL

Padre...

RINO

Hijo mío...

 

Deja este sitio, ven.

FINGAL

¡A Selma!... ¡Vamos!

FIN DEL ACTO SEGUNDO

 

 

Acto tercero


ESCENA I

 

BOSMINA, SORGLAN

 

SORGLAN

¿Por qué tanto gemir? ¿Por qué ese llanto?

 

Tu rostro hermoso con dolor marchito,

 

en lágrimas tus ojos inundados

 

tristes explican tu fatal martirio.

 

Cuando hoy un padre te destina el hado

 

en las virtudes del excelso Rino,

 

cuando halagüeña tu esperanza brilla,

 

¿gime aún tu pecho del tormento herido?

BOSMINA

Nada calma mi angustia. Esta es mi suerte:

 

llorar mi pena y sollozar contino.

 

No me abandona mi dolor. la muerte

 

aquí me acoge en su regazo amigo,

 

y me ofrece la paz imperturbable

 

que allá se goza en el sepulcro frío.

 

Tiende la calma su apacible mano

 

en este triste y lóbrego recinto,

 

y enajenado el corazón palpita

 

de pena y gozo a un tiempo combatido.

 

¡Ay! Sólo de mi bien, de mis amores,

 

algún consuelo en mi penar recibo

 

en tanto y tanto afán; y esperar puedo

 

dulce contento hallar en su cariño.

SORGLAN

¡Oh! ¡Cuál te engañas! Nunca, nunca veas

 

esos deseos por tu mal cumplidos.

 

Ese insensato amor quizá te arrastra

 

a un insondable y negro precipicio.

BOSMINA

¡Por piedad, explicaos!...

SORGLAN

No, no debo...

BOSMINA

¿Cuál a lo menos mi delito ha sido?

 

No acrecentéis mi horror. ¿Por qué no debo

 

en mi pecho abrigar el dulce alivio,

 

el sólo bien que en días tan aciagos

 

fue la delicia y el contento mío?

 

Dulce el amor sostuvo mi esperanza,

 

y acá en mi corazón desfallecido

 

borraba a veces el dolor amargo

 

que en negro cáliz me ofreció el destino.

 

Él ocupó mi pecho hasta aquel día

 

en que pluguiera al hado vengativo

 

de mi madre los días venturosos

 

arrebatar de su guadaña al filo.

 

Entonces de mi amor nunca olvidado,

 

y de mis días el placer tranquilo

 

vino a turbar la paz otra memoria,

 

memoria llena de dolor activo.

 

El llanto y la tristeza de mis ojos

 

ya marchitaron el risueño brillo,

 

y recuerdos funestos y espantosos

 

turbar pudieron mi placer antiguo.

 

¿Y tras de tanto afán, aún no me es dado

 

la ventura gozar? ¿Habré perdido

 

mi postrera esperanza? Demostradme

 

el fondo al menos de tan negro abismo.

SORGLAN

¿Yo pudiera tal vez?... Quizá se oculta

 

con velo eterno tu fatal destino.

 

Y... ¡ay de ti si la nube del misterio

 

rasgada al fin, con tenebroso brillo

 

deja ver a tus ojos espantados

 

su negro centro con horror sombrío!

BOSMINA

¿Pues para qué nací? ¿Por qué la muerte

 

no me hirió fiera en el momento mismo

 

en que mis ojos a la luz se abrieron,

 

a esta luz horrorosa que abomino?

 

¿Por qué la suerte de engañosas flores

 

cubrió mi amor con pérfido artificio

 

en mis días de paz, y ora destroza

 

mi triste pecho con rencor impío?

 

Mi amor, mis esperanzas, mi consuelo,

 

ya todo lo perdí: ya no respiro

 

sino para llorar eternamente

 

sobre esta tumba de fatal indicio.

SORGLAN

Tú lo quieres así.

BOSMINA

Tal es mi suerte.

SORGLAN

Ven... Abandona el lúgubre recinto

 

que aumenta tu dolor: tú misma buscas

 

su negro espanto con fatal ahínco.

BOSMINA

No..., que aquí está la calma: aquí buscando

 

algún consuelo en los pesares míos,

 

esta dulce tristeza, este silencio,

 

tal vez me halagan con placer divino.

 

Tal vez el llanto... No, no es comparable

 

del pueblo inmenso el eternal bullicio,

 

a la risueña paz que se derrama

 

en este mustio y pavoroso sitio.

 

Y... ¡oh, si me hallase en su sagrado seno

 

el negro instante de mi fin prescrito,

 

y pudiese en la tumba de mi madre

 

triste exhalar el último suspiro!

SORGLAN

¡Calla! Viene Fingal: ocultar debes

 

tu llanto, tu pesar.

BOSMINA

Él es testigo

 

de mi invencible afán: él es la causa,

 

caro Sorglan, de mi cruel martirio.

 

Mírale, como yo, triste y doliente

 

de funestos pesares combatido,

 

inundados sus ojos con el llanto

 

y en sus facciones su dolor escrito.

   

ESCENA II

 

Dichos, FINGAL

 

FINGAL

Allí la encontraré..., junto al sepulcro.

 

Es ella... Te buscaba.

SORGLAN

Ven, amigo,

 

a consolar su pena: ve su rostro

 

por el negro dolor entristecido.

 

En vano la recuerdo sus deberes:

 

siempre abatida en hórrido conflicto,

 

desoye mis consejos, se abandona

 

con pecho inerme a su dolor esquivo.

 

Y tú también... ¿Te atreverás acaso

 

a abrigar en tu pecho ni aun indicios

 

de un insensato amor?

FINGAL

Aun todavía

 

tan dulce llama en mi interior abrigo,

 

y aquí deberá arder eternamente

 

hasta que lance el postrimer gemido.

 

¿Por qué quieren robarme la esperanza

 

de gozar tanto bien? ¿Con qué motivo

 

me arrancarán de los amantes brazos

 

de la prenda de amor por quien suspiro?

 

Si débil fuese, si consiente acaso

 

que la arrebaten de los brazos míos,

 

todos los males me circundan fieros,

 

el rayo descendiendo en mi castigo.

 

Y que mi sombra en la callada noche

 

triste vagando con errante giro

 

sin consuelo ni paz gima en los cielos

 

nuncio de mal, con espantoso aullido.

SORGLAN

¡Juramento horroroso! ¡Y tú, insensato,

 

te atreves a ofrecer al cielo mismo

 

tu escándalo, tu horror! ¡Y tú pudieras

 

entregado a un frenético delirio

 

la desgracia causar del bien que adoras

 

con tu culpable y criminal designio?

 

¿Vieras con ojos de placer sus días

 

abandonados en fatal martirio

 

al llanto y al dolor, y hasta en su frente

 

el negro oprobio y maldición escritos?

 

¿Cuál nuestra culpa fue, cuál nuestra afrenta?,

 

pasado el tiempo clamarán tus hijos.

 

¿Por qué agobian mi frente desdichada

 

de un obcecado padre los delitos?

 

Nosotros en la tierra condenados,

 

tristes vagando con incierto giro,

 

de nuestros padres el alcázar vemos

 

cuando somos por ellos maldecidos.

 

¿Y quién la causa fue de tanta pena?

 

¿Responderás entonces a sus gritos?

 

Tú les dirás... Yo fuí, yo el insensato

 

que vuestro mal causé: de mis caprichos

 

sois víctimas vosotros, inocentes,

 

y vuestra maldición viene conmigo.

BOSMINA

Perspectiva de horror. Con tus palabras

 

siento mi corazón estremecido.

 

¡Qué! Sólo maldición...

SORGLAN

Tú así lo quieres.

FINGAL

¡Basta, basta, Sorglan! Ve su martirio,

 

no la acongojes más.

SORGLAN

Pues bien, rehúsa

 

escuchar mis consejos. Lo repito,

 

será tu mal eterno: el alto cielo

 

prevendrá con espanto tu castigo.

   

ESCENA III

 

BOSMINA, FINGAL

 

BOSMINA

¡Funesta predicción! Nunca se cumpla

 

por tu mal tan horrendo vaticinio.

FINGAL

Quieren intimidarme, pero en vano.

 

Alce en buen hora el brazo vengativo

 

la suerte contra mí: vencer sabremos

 

del hado adverso el prepotente brío.

BOSMINA

Sí, vencerle sabré; mas en mi pecho

 

en vano, triste, la esperanza animo,

 

y al verte por mi amor. tan desgraciado

 

mis ojos baño en lágrimas contino.

FINGAL

No, no temas por mí.

BOSMINA

¡Cuántos dolores

 

te reserva mi amor! ¡Y tú has podido

 

amar a esta infeliz, cuando la cercan

 

por dondequiera males inauditos?

 

Abandóname, olvida hasta la imagen

 

de esta desventurada.

FINGAL

¿Qué has pedido?

BOSMINA

Si no puedo ser tuya, si te asedian

 

por todas partes hórridos peligros,

 

¿por qué te obstinas, di? Pueda yo al menos

 

saber que eres dichoso: en mi destino

 

no me queda por fin otra esperanza

 

que halagar pueda los pesares míos.

FINGAL

No te abandonaré: toda mi gloria,

 

todo mi bien en adorarte cifro,

 

y sin tu amor ni dicha ni consuelo

 

puede halagar mi corazón herido.

 

Tú eres sola en la tierra mi esperanza,

 

cuanto puedo anhelar. Por ti suspiro,

 

y tú difundes plácida en mi pecho

 

la dulce calma en que contento vivo.

BOSMINA

Y yo juro a la vez idolatrarte,

 

y hasta que lance el último gemido

 

aquí en mi pecho conservar tu imagen.

 

Pero..., tu padre... ¡Adiós!

   

ESCENA IV

 

FINGAL, RINO

 

FINGAL

¡Oh padre mío!

RINO

Te buscaba, Fingal: ya nuestras playas

 

los guerreros de Roma han invadido.

 

La amenazada patria hoy deposita

 

su libertad en nuestro fuerte brío.

 

Ya a la lucha terrible se preparan

 

los hijos de Inistor: en nuestro auxilio

 

pronto alzarán los pueblos de Inisfela

 

de cruda guerra el espantoso grito.

 

Tú empero debes de la paz risueña

 

o de lucha fatal el negro signo

 

al romano llevar, cuando la noche

 

del sol eclipse el esplendente brillo.

 

Sé la estrella de paz. Dile al romano

 

que aquí le espera en nuestro hogar tranquilo

 

la calma leda; mas si guerra eligen,

 

muerte hallarán, aceros y exterminio.

 

Ondee el viento de la infanda guerra

 

el funesto pendón, que en ti confío,

 

o a mi pueblo salvar de sus horrores,

 

o las huestes vencer de su enemigo.

 

¿Dudas quizá?

FINGAL

No, padre: tus mandatos

 

leyes son... Yo no dudo, no vacilo.

 

¿Mas así abandonar la patria amada

 

cuando hoy apenas su esplendor admiro?...

 

Concede, por piedad...

RINO

No. Tu obediencia

 

hoy más que nunca de tu amor exijo.

 

La nave está en la playa: cien guerreros

 

te acompañan en ella.

FINGAL

¡Oh padre mío!

RINO

¿Qué pretendes?

FINGAL

Señor..., de tus soldados

 

hay mil y mil de tu esperanza dignos,

 

y llenarla sabrán.

RINO

¿Cuál es la causa

 

de ese dolor que en tu semblante miro?

 

Lo conozco, infeliz... Huye, abandona

 

los deberes más santos, mi cariño

 

y aun tu sagrado honor: huye en buen hora

 

de tu misma vergüenza confundido.

 

¡Cuando la patria desolada fía

 

en ti su salvación, por un delirio,

 

por un amor insano y execrable

 

desoyes tú su lastimado grito!

 

No..., jamás: ese error que te fascina

 

sacude de una vez: el hondo abismo

 

ya abierto ante tus pies eludir sabe.

 

¡Misterio horrible que quizá el destino

 

oculta para siempre! No..., no rompas

 

con mano audaz su velo denegrido.

 

No le rompas, Fingal. La voz de un padre

 

que ansía sólo tu bien...

FINGAL

Al pecho mío

 

no hay bien, ¡oh padre!, ni placer, ni gloria,

 

sino el ansiado amor. Dulce y benigno,

 

con bálsamo de paz mi vida halaga.

 

Rompa en buen hora el hado vengativo

 

ese velo fatal que negro oculta

 

mi mal eterno con terror sombrío.

RINO

¡Te obstinas, infeliz!... Pues bien, desoye

 

de un padre triste el lastimado grito.

 

Desoye mis consejos... Para siempre

 

desgraciado serás. ¡Yo te maldigo!

FINGAL

¡Ah, por piedad!

RINO

¡Aparta para siempre!...

 

Ya no eres hijo del excelso Rino.

FINGAL

¡Por piedad, no merezco vuestro enojo

 

ni tan negro baldón!

RINO

Yo te abomino:

 

huye, que tu presencia me horroriza.

FINGAL

¿Y en qué vuestro rencor he merecido?

 

Amar tan sólo de Bosmina hermosa

 

la dulce risa, el celestial hechizo...

 

Ese es todo mi mal.

RINO

Ese es tu crimen.

 

Sí, Fingal... Es un crimen tu delirio.

 

Abandona ese amor.

FINGAL

¡Mis esperanzas!

RINO

Sólo esta prueba de Fingal exijo;

 

única prueba... Ven... jura al momento

 

olvidar para siempre ese cariño,

 

por las sombras errantes de tus padres:

 

el rayo invoca si con labio inicuo

 

te oyesen perjurar, o si algún día...

FINGAL

Si jurara Fingal, sabría cumplirlo.

 

Mas no esperes de mí tales promesas.

 

Por siempre amar, idolatrar contino,

 

de Bosmina las gracias, y su imagen

 

aquí llevar hasta el sepulcro frío,

 

esto sí juraré. Si a mi promesa

 

faltare alguna vez, en mi castigo

 

me aborrezca la hermosa que en mi pecho

 

tanto fuego encendió. Sí..., lo repito:

 

Suyo mi amor será.

RINO

Pues bien, ingrato,

 

te obceca en tu furor: rompe atrevido

 

los lazos más sagrados; desde ahora

 

huyo de ti: desde ahora te abomino.

 

Mas oye... Si la diestra formidable

 

de la justicia celestial ha visto

 

tu insolente furor en leda calma,

 

no impune quedará. Yo tu castigo

 

pues, cual padre y cual señor de Selma

 

severo decretar, pero el destino

 

te guarda más horror: hierve en el seno

 

de tu mísero amor endurecido

 

la confusión del crimen que algún día

 

te arrastrará espantoso al precipicio.

 

Y tu pecho, aunque tarde, anonadado,

 

demandará con angustiado grito

 

a la santa virtud... Y en vano, en vano,

 

que ya serás del cielo aborrecido... (Se va.)

FINGAL

Llegue ese porvenir tan espantoso

 

mis males a colmar: enfurecidos

 

tu imprecación los cielos satisfagan:

 

yo tanto horror afrontaré con brío.

FIN DEL ACTO TERCERO

 

 

Acto cuarto


ESCENA I

 

RINO, SORGLAN

 

RINO

Aquí yace, Sorglan, aquí descansa

 

la que en mi pecho inextinguible hoguera

 

de puro amor prendió: la que en un día

 

fue todo mi placer y hoy es mi pena.

 

Buscando lejos de engañosa pompa

 

la plácida quietud, su tumba yerta

 

vengo a regar con lágrimas amargas.

 

Aquí invocando la piedad suprema

 

por su bien eternal, la dulce sombra

 

de Morna triste con dolor me vea.

 

Era mi amor, mi bien... ¡Oh, cuál suspira

 

aquí la hermosa paz!... ¡Dulce tristeza!

 

¡Silencio pavoroso! Ven, amigo...

 

Más que el bullicio y esplendor de Selma

 

me halaga este recinto pavoroso;

 

aún más mi triste pecho lisonjea.

 

Aquí mora sin dolo ni artificio

 

la cándida verdad: aquí risueña

 

su luz esparce inalterable y pura,

 

y el audaz crimen confundido tiembla.

SORGLAN

Volved, señor, el triunfo que os prepara

 

un pueblo inmenso; de la pompa regia

 

el grandioso esplendor quizá mitiguen

 

de tantos males la memoria acerba.

RINO

Esa pompa falaz es a mi pecho

 

enojosa, Sorglan: huyendo de ella

 

los muros abandono, y aquí busco

 

el sólo triunfo que mi afán desea.

 

Ya sin testigos importunos, puedo

 

explicar mi dolor: ya no me cerca

 

de aduladores la enfadosa turba,

 

testigos de mi llanto y mi flaqueza.

 

De la amistad en el augusto seno

 

y de la muerte en la mansión eterna

 

la dicha buscaré, si acaso es dado

 

que yo un instante venturoso sea.

 

Luego del pueblo al cuidadoso anhelo

 

me prestaré, y entre la pompa regia

 

ocultaré el pesar que me devora,

 

que es en el solio, crimen la flaqueza.

SORGLAN

¡Ah!, cuán en vano lo ocultáis: el llanto,

 

el acerbo dolor y amarga pena,

 

es como el fuego que ocultar no es dado.

 

Todos preguntan, todos se desvelan

 

en sondear los íntimos arcanos

 

que causa son de la desgracia vuestra.

RINO

¡Oh propensión terrible de un monarca!

 

Un pueblo inmenso en su conducta vela.

 

Yo desgraciado si seguir quisiese

 

de sus caprichos la espinosa senda.

 

Mas... me ha enseñado a despreciar los hombres

 

la adversidad y mi desgracia mesma.

 

¿Qué conseguí cuando halagué su orgullo?

 

Con crudo ceño devastar la tierra

 

en execranda lid; llevar al seno

 

de otro pueblo feliz lucha sangrienta.

 

¡Cuántos maldecirán mi nombre horrible!

 

El huérfano infeliz, la madre tierna

 

demandarán la sangre que he vertido,

 

y al cielo, alzando sus ardientes quejas,

 

exclamarán de rabia penetrados,

 

maldición a los hijos de Inisfela.

 

¡Y tú..., no me abomines, Morna mía!

 

Si he desolado con audacia ciega

 

tu patria cara, tu perdón imploro.

 

¡Oh espíritus del cielo! En faz risueña

 

mis votos acoged: goce mi amada

 

en alto solio de la paz eterna

 

que allá a los justos la virtud concede.

 

Brille en su frente celestial diadema,

 

y en la mansión de paz afable ría,

 

¡ay!, más dichosa que lo fue en la tierra.

SORGLAN

Calmad vuestro dolor... Si vuestros hijos

 

os sorprenden así...

RINO

¡Qué me recuerdas!

 

Mis hijos... Hoy acabarán mis males

 

y su insensato amor. Cuando a la tierra

 

bajen las sombras, con la noche fría

 

tristes vagando en la callada esfera,

 

mi hija será de Dutcaron esposa.

SORGLAN

¿Hoy mismo?

RINO

Sí: su obstinación me fuerza

 

a usar de tal rigor.

SORGLAN

¡Oh, plegue al cielo

 

que ese rigor su perdición no sea!

RINO

¡Qué! Juzgas tú...

SORGLAN

Su amor es invencible.

 

¡Y cuántos males dondequier le cercan

 

si a Fingal arrancáis de entre sus brazos!

RINO

Él va a partir: la nave ya le espera.

 

Huya el ingrato del regazo mío,

 

y no mis ojos con espanto vean

 

el crimen en su faz, y no maldiga

 

nunca mi labio su pasión funesta.

 

¡Cuál fuera mi dolor! Jamás le mire

 

triste grabar la maldecida huella

 

del cielo aborrecido y de los hombres.

 

Nunca, caro Sorglan: que antes fenezca.

 

¡Oh, si el sepulcro a mis cansados años

 

por fin abriese la mansión eterna

 

bajo mis pies helados! ¡Oh, si nunca

 

fuese yo padre para ver mi afrenta!

 

Fue necesario al fin, al hijo mío,

 

hacer patente la verdad funesta.

 

¡Ay, el cielo, Sorglan, ha decretado

 

que todo el orbe mis delitos sepa!

   

ESCENA II

 

Dichos, DUTCARON

 

SORGLAN

¡Dutcaron!

RINO

Le esperaba. Ven, amigo.

 

El respeto depón: no me rodea

 

de la engañosa pompa el brillo vano.

DUTCARON

¿Qué pretendéis, en fin? De mi sorpresa

 

aún no vuelvo, señor. Este misterio...

RINO

Sólo tu bien mi corazón desea.

 

Tu angustia consolar, y el eco triste

 

hoy acallar de tus dolientes quejas

 

es mi anhelo.

DUTCARON

Señor...

RINO

Sé tus amores

 

y tu mísero afán. Sola en la tierra,

 

huérfana y triste llorará Bosmina

 

el fin aciago de su madre tierna.

 

Tú su amparo serás.

DUTCARON

¡Oh, si algún día

 

hacer mi dicha con su amor pudiera!

 

Sí, señor... Esto es sólo mi deseo.

 

¡Y cuántas veces con mortal querella

 

fatigaba los vientos en el Morven,

 

o allá en la margen del ondoso Lena!

 

Pero en vano, señor, que siempre ingrata

 

mis ayes desdeñó; y en tanta pena,

 

ya la esperanza de mi bien futuro

 

se disipó como engañosa niebla.

RINO

Desde hoy acabe tu angustiado llanto.

 

Mitiga tu dolor. Que tuya sea,

 

antes que de la noche el negro velo

 

pálido enlute la callada esfera.

DUTCARON

Premio es debido a mi afanar. ¡Oh padre!

 

Que así desde hoy te llamará mi lengua.

 

Tú diste nuevo ser a un desdichado

 

que hoy su fortuna a contemplar no acierta.

 

Dejad que a vuestros pies...

RINO

Alza: dichoso

 

goces por siempre tu pasión risueña.

 

Sé feliz en los brazos de Bosmina.

 

Marchemos ya, Sorglan... Vamos a Selma

 

a cumplir con mi ingrato ministerio,

 

a seguir otra vez por la ardua senda

 

que el hado me mostró. ¡Pluguiese al cielo

 

arrancar de mis sienes la diadema!

   

ESCENA III

 

DUTCARON

Ya soy feliz. En vano de la ingrata

 

el eterno desdén y la aspereza

 

hieren mi corazón; y va a ser mía,

 

a pesar de su orgullo, la altanera

 

¡Bosmina ingrata! Ya lucir se mira

 

con luz opaca la inflamada tea,

 

triste, execrable a tu alma desdeñosa,

 

como a mis ojos refulgente y bella.

   

ESCENA IV

 

DICHO, FINGAL

 

DUTCARON

Pero Fingal... Ven, ven: de mi contento

 

partícipe serás. No hay en la tierra

 

más dichoso mortal. Cuando Bosmina

 

de amor atada a la coyunda estrecha...

FINGAL

¿Bosmina dices?...

DUTCARON

Sí..., la hija de Morna.

 

Ahora mismo tu padre me lo ordena

 

sabiendo mi pasión, y va a ser mía.

 

¡Pero qué turbación! Cuando debieras

 

tu corazón llenar...

FINGAL

¡Ah!, calla, calla.

 

No me atormentes más: no de mi pena

 

redobles, ¡ay!, el punzador tormento.

 

Ese placer que a ti te lisonjea,

 

ese es todo mi mal.

DUTCARON

¿Qué dices?

FINGAL

Basta

 

Basta..., mi angustia, mi dolor respeta.

   

ESCENA V

 

FINGAL

¿Quién mi brazo contuvo? ¿Por qué airado

 

no abrí su corazón? ¡Verdad funesta,

 

que hoy arrancando el engañoso velo

 

negros abismos entrever me dejas!

 

Mas... tuya no será: yo te lo juro

 

por esa tumba que mi amor respeta,

 

por ese cielo donde triste vagan

 

las sombras que ya fueron en la tierra.

 

Ella es mi hermana... Sí... De amor impuro

 

arde en mi pecho inextinguible hoguera

 

que no puedo calmar. Pero aún ignora

 

esta triste verdad... Mi hermana... es ella.

   

ESCENA VI

 

DICHO, BOSMINA

 

FINGAL

Bosmina...

BOSMINA

Amigo... Nuestro mal es cierto.

FINGAL

¿Qué me dices?

BOSMINA

Fingal, tu padre ordena

 

que Bosmina a otros lazos estrechada

 

tu amor por siempre y tus caricias pierda.

FINGAL

Lo sé, lo sé. ¿Pero podrás acaso

 

mi cariño olvidar?

BOSMINA

¿Qué es lo que intentas?

 

¿Cuál deseo es el tuyo? En largos años

 

de triste llanto y de fatal ausencia

 

nunca olvidé que es tuya el alma mía.

 

Siempre tu imagen en mi pecho impresa

 

fue el ídolo feliz a quien Bosmina

 

sus dulces votos dedicaba tierna.

 

Tuya soy.

FINGAL

¡Eres mía! Si pretendes

 

enlazarte a Fingal, huye de Selma.

BOSMINA

¿Yo... de mi patria... huir...?

FINGAL

No hay otro medio:

 

o abandonarme a mi horrorosa pena

 

o dejar este suelo desdichado

 

donde la suerte nuestro mal intenta.

 

¿Y después de tan gratas esperanzas,

 

después de tanto amor, veré deshechas

 

cual humo vano nuestras dichas todas?

 

Jamás, jamás: aun mi pasión penetra

 

en medio de tan bárbaros rigores

 

un rayo hermoso de esperanza cierta.

 

Sigue a los mares a tu caro amante,

 

a tu caro Fingal: ven a otras selvas,

 

do gozaremos nuestra unión dichosa

 

en dulce afán y placidez eterna.

 

¿Dudas? ¿Vacilas? ¿En tu pecho amante

 

la llama celestial, pura y suprema

 

de aquel sincero amor, no arde incesante?

BOSMINA

No se ha apagado su inexhausta hoguera:

 

cada vez más activa y deliciosa

 

mi pecho agita con dulzura extrema.

 

Pero... ¿debo partir? Estrechos nudos

 

a este suelo querido me sujetan.

 

Mi madre exige el doloroso llanto

 

de triste compasión: mi madre tierna

 

que en esa tumba helada y horrorosa

 

ayer cayó para calmar mi pena.

FINGAL

Al lado de Fingal, dulce tributo

 

también la prestarás. En pura ofrenda

 

consagrarán nuestros amantes pechos

 

himnos de paz a su memoria eterna.

BOSMINA

¡Ah! No acongojes la infeliz Bosmina.

 

Aquí debo quedar: así lo ordena

 

mi desdicha fatal en este día,

 

y mi inocente corazón lacera.

FINGAL

¿Quieres mi muerte? ¿Quieres que a tus ojos

 

me acabe mi dolor?... ¿Hay en la tierra

 

ni bien ni dicha que a Fingal halaguen

 

sino tu amor y tu pasión sincera?

 

Después, la muerte sólo es agradable

 

a tu amante infeliz: en tu presencia,

 

a tu lado gozar le es dado sólo

 

la triste vida que sin ti detesta.

 

Pero tú no me amaste... Tú, inhumana,

 

me juraste un amor que no alimentas,

 

y al crédulo Fingal has fascinado.

 

¡Ingrata! ¡Ingrata! Si mi fin deseas,

 

no más puñal que tu rigor me basta

 

para acabar tan mísera existencia.

 

¡Me abandonas, cruel! ¿Y tú me amabas?

 

¿Y tú el objeto de mis ansias eras?...

 

¿Tú..., tú la más ingrata? No, Bosmina,

 

no me amaste jamás, y aun me detestas.

BOSMINA

¿Yo aborrecerte?... ¡Por piedad!... ¡Ah! ¡Nunca!

 

Siempre en mi pecho la inflamada tea

 

del delicioso amor ardió inexhausta:

 

pero me oprime obligación severa,

 

y cerca de esta tumba dolorosa

 

con vínculos estrechos me sujeta.

 

¿Pérfida pude ser? ¡Oh, cuál me ultrajas!

 

Pérfida nunca fue tu amante tierna.

 

Demasiado te quise.

FINGAL

¿Pues qué aguardas?

 

Sígueme... Ven, donde el amor te espera.

BOSMINA

¡Qué hacer!... Tu labio vence mis temores.

 

Yo seguiré tus amorosas huellas,

 

y donde quiera que la planta guíes,

 

ésa será de mi elección la senda.

 

¿Mas qué dolor funesto, impetuoso,

 

de mi sensible pecho se apodera?

 

Huyamos ya de aquí: suelo de espanto

 

es ya para Bosmina, que desea

 

gloria inefable hallar en tu cariño.

 

Contigo partiré: la tumba yerta

 

donde yacen los restos de mi madre

 

aun quiero saludar por vez postrera.

 

¡Adiós, madre infeliz!... De ti me alejo

 

para siempre jamás... Ausencia eterna

 

que Bosmina, culpable ante tus ojos,

 

por seguir otro amor, infiel desea.

 

Morna querida, ¿si tu vaga sombra

 

de mí se ofenderá? ¿Si en noche inmensa

 

de amargura y dolor irá a sumirte

 

de tu Bosmina la fatal ausencia?

 

Recibe el postrer llanto de tu hija.

ESPÍRITU 2.º

¡Hija!

BOSMINA

¿Lo escuchas? Mi pasión reprueba...

 

A su lado me llama cuando parto,

 

y a su sepulcro helado me encadena.

FINGAL

Y qué..., ¿el acento de tu voz tan sólo

 

al devolverle la espantosa huesa

 

tus sobresaltos y temores causa?

BOSMINA

Sí, era su voz..., de Morna... Morna tierna...

 

Madre del corazón... ¿Y yo te dejo?

FINGAL

¡Ah, por piedad, partamos!

BOSMINA

¿Estas eran

 

las pruebas del amor que yo en un tiempo

 

falaz la daba con mentida lengua?

 

Ella me observará, Fingal querido,

 

vagando triste en la callada esfera,

 

y viéndome partir..., «¡Ingrata, ingrata!»,

 

entre sollozos me dirá en su pena:

 

e ingrata sólo pronunciar le es dado.

 

Pocas horas habrá que con fiereza

 

la parca horrible me robó mi madre,

 

y ya abandono su mansión postrera.

 

Es ella... Mira... Con sañuda frente

 

en la tumba levanta su cabeza.

 

Y me llama... ¡Qué horror! Vuelo a sus brazos

 

y vuelve a hundirse en su morada eterna.

FINGAL

No más dolor, Bosmina. Ya la noche

 

tiende en el cielo su espantosa niebla.

 

Saludemos los restos de tu madre,

 

besemos ya su veneranda huesa,

 

y pidámosle en ella cariñosos

 

perdón y bendición.

BOSMINA

¡Ay! ¡Así sea!

 

¡Perdón y bendición!... ¡Siempre me amaste

 

y no me olvidarás en tu clemencia!

 

¡Protege mi cariño desgraciado:

 

tú eres feliz: en la mansión risueña

 

de la gloria eternal plácida ríes;

 

el astro de la noche te rodea

 

con su rayo de plata! ¡Oh madre mía!

 

Por siempre goza de la paz suprema.

(Vanse.)

 

ESPÍRITU 1.º

¡Ay! ¡Genios de las tumbas!

 

¡En alas de los vientos

 

la atmósfera cruzad!

 

Con trémulos gemidos

 

de lúgubres acentos,

 

los aires agitad.

 

¡Volad!... Del hijo mío

 

los negros pensamientos

 

piadosos disipad.

ESPÍRITU 2.º

¡Ay, sombras tenebrosas

 

que con opaco velo

 

vestís el aire!... ¡Oíd!...

 

Mis lúgubres canciones

 

por el callado cielo

 

mil veces repetid.

 

¡Volad, que la hija mía

 

conozca mi desvelo!...

 

¡Id, negras sombras, id!

FIN DEL ACTO CUARTO

 

 

Acto quinto


ESCENA I

 

FINGAL, SORGLAN

 

SORGLAN

Modera tu dolor: vuelve la vista

 

al abismo fatal que ante tus plantas

 

abrió espantoso el hado inexorable:

 

sálvate de su horror.

FINGAL

En vano osara

 

al torrente fatal de mis pasiones

 

oponer animoso mi constancia.

 

Me vence este frenético delirio.

 

¡Ah! Tú sabes mi mal: cuando en la playa

 

ya tocaba el momento de mi dicha,

 

apenas en mis brazos estrechada

 

iba a pisar la nave..., para siempre,

 

sí..., para siempre de mi amor la arrancan.

 

¿Dónde estaba mi acero?... Los inicuos

 

mis brazos indefensos sujetaban,

 

mientras Bosmina, en lastimosos ayes,

 

de su negro furor se lamentaba.

 

¡Desde entonces frenética mi mente

 

con sangrientas imágenes batalla!

 

Pero no es ilusión, no es sueño vano.

 

¡Qué tropel horroroso de fantasmas!

 

¡Qué visiones fatídicas me acosan

 

y mi agitado pecho despedazan!

SORGLAN

¿Qué hacéis, Fingal? Calmad vuestros furores.

FINGAL

Bosmina... ¿Donde está?

SORGLAN

Pronto en las aras...

 

¿No lo sabes?

FINGAL

¡Hoy mismo!... Demasiado

 

lo sé para mi mal. Pero la ingrata

 

¿se ha olvidado de mí?

SORGLAN

Siempre recuerda

 

a su hermano Fingal.

FINGAL

¡Y qué!... ¡Mi hermana!...

 

Ese nombre fatal que en daño mío

 

truena en mi pecho y me destroza el alma,

 

¿siempre en tu labio sonará funesto?

 

¡Ah, no lo digas más!

SORGLAN

Así tú agravas

 

pena tan horrorosa, alimentando

 

tristes recuerdos y memorias vanas.

 

Un guerrero, un magnánimo caudillo,

 

¿el lustre eclipsará de sus hazañas

 

con un amor tan criminal y horrible?

FINGAL

¿Y qué quieres de mí? La negra carga

 

del infando delito, ya en mis hombros

 

pesa ominosa y mi aflicción agrava.

 

Todos los males me circundan fieros.

 

¡Míralos..., sí..., me cercan, me amenazan!

SORGLAN

¡Tú deliras!

FINGAL

¡Sorglan, vamos, evita

 

un crimen a Fingal!

SORGLAN

¿A dónde marchas?

FINGAL

Este negro aparato, ¿qué me anuncia?

 

Esas antorchas fúnebres, opacas...

 

¡Qué turbia luz!

SORGLAN

¡Fingal!

FINGAL

¡Huye, infelice...,

 

huye!... Estas sombras que a Fingal amagan

 

sombras de muerte son.

SORGLAN

¡Ah! ¡Me horrorizas!

FINGAL

Ven, ven Sorglan. En vano me amenazan...,

 

arrostraremos su furia. ¡Titubeas!

SORGLAN

¡Qué negro frenesí!

FINGAL

No era un fantasma.

 

Yo lo vi, yo lo vi... Sombras y espectros

 

las aras conyugales preparaban,

 

flores marchitas y hórridos emblemas.

 

¡Mira, mira!... Esas teas venerandas

 

signos de sangre son: signos de muerte.

 

No respondo de mí... ¡Funesta llama!

 

No..., no es posible que apagarse pueda:

 

no es posible, Sorglan.

SORGLAN

Y tú así ultrajas

 

a la Naturaleza que te grita,

 

a un padre que te adora...

FINGAL

¡Calla..., calla...

 

no le nombres!...

SORGLAN

¡Fingal!

FINGAL

Es mi verdugo.

 

Pero le adoro aún más. Él me separa

 

de este suelo de paz, para robarme

 

mi caro bien, mi prenda idolatrada.

 

Mas... no será. Esta noche... ¡Fatal noche!

 

Nada, nada sabrás... Me atormentaban

 

ideas espantosas... Un delirio,

 

un ciego frenesí turbaba mi alma.

 

Mas... ¡desgraciado! ¡Adiós!

SORGLAN

¿Qué es lo que intentas?

FINGAL

A Selma parto... En el paterno alcázar

 

mis males quizá el sueño concilie

 

con bálsamo de paz.

SORGLAN

No, tú me engañas;

 

tú ocultas en tu pecho los furores.

 

El espanto brillando en tus miradas...

 

¿Dónde vas, insensato?...

FINGAL

¡Deja..., deja

 

que de una vez acaben mis desgracias!

(Se va precipitadamente.)

 
   

ESCENA II

 

SORGLAN, después RINO, DUTCARON

 

SORGLAN

¡Infeliz! Su frenético delirio

 

quizá a la muerte con furor le arrastra.

 

Mas su padre...

RINO

Sorglan. El hijo mío...

 

¡Qué frenesí tan ciego le arrebata!

 

Y qué..., ¿aún se obstina en contrastar los hados

 

que allá en las nubes su cabeza amagan?

SORGLAN

Vanas fueron mis súplicas.

RINO

Su suerte

 

por el cielo tal vez está fijada.

 

¡Infeliz! Su destino me estremece,

 

su funesto dolor pesa en mi alma,

 

y esta duda cruel que me atormenta,

 

con duro ceño el corazón me embarga.

 

¡Oh padre sin ventura! ¡Quién me diera

 

gozar por siempre de la eterna calma,

 

y lanzar en el lóbrego sepulcro

 

el grave peso que mis pies arrastran.

 

¡Oh, cuántos años de infortunio y llanto

 

pesaron sobre mí! ¡Y en pena tanta,

 

un solo instante de quietud y dicha

 

en vano esperaré! ¡Todo desgracias!

 

Mis hijos, mi placer, son mis verdugos;

 

ellos mi pena y mi tormento causan.

 

Mis hijos..., ¡ay!, en quien mi amor ufano

 

su eterna dicha y su quietud cifraba.

 

¿Por qué? ¿Por qué? Y así. ¡desventurado!

 

¿Así mi amor y mis caricias pagan?

 

¡Oh, no será, Sorglan!... Aún en su pecho

 

de la santa virtud arde la llama.

 

Esta noche Bosmina, en este sitio,

 

con sacrosantos nudos estrechada,

 

será de Dutcaron. Así contengo

 

de mi hijo acaso la funesta audacia.

DUTCARON

Ella será feliz en mi cariño.

 

Aun no viene, señor... ¡Oh, cómo tarda

 

a mi amante deseo! Ella se niega

 

quizá a cumplir mis dulces esperanzas.

 

¡Momento apetecido! Mas escucho

 

pasos allí... Y un bulto se adelanta.

   

ESCENA III

 

BOSMINA, RINO, DUTCARON

 

RINO

¡Hija mía!...

BOSMINA

Señor, en este sitio,

 

¿qué pretendes de mí? ¿Por qué me llamas

 

a este sitio de horror, cuando la noche

 

sus negras sombras por el cielo arrastra?

RINO

No temas, no. Tu padre desgraciado

 

premio debido a tu virtud prepara,

 

y por siempre su amor. Hacer tu dicha

 

es, Bosmina, el objeto de mis ansias.

 

Que tus días serenos y apacibles

 

tranquilos corran en eterna calma,

 

sin que mis ojos miren en tu frente

 

del negro crimen la funesta mancha.

 

Tal es mi anhelo, sí... Mas de ti exijo

 

un sacrificio...

BOSMINA

¿Cuál? Vuestras palabras

 

preceptos son, señor..., y nunca, nunca,

 

será Bosmina a vuestro amor ingrata.

RINO

Pues bien... Y si tu padre en este instante

 

un compañero eterno te prepara,

 

¿osarás vacilar?

BOSMINA

Entiendo, ¡oh padre!

 

¡Dutcaron!... ¡Dutcaron!

RINO

¿Tú no le amas?

 

¿Le aborreces quizá?

BOSMINA

No..., el pecho mío

 

no sabe aborrecer. Yo, ¡desgraciada!,

 

para querer nací; pero tampoco

 

ardió en mi pecho de su amor la llama.

DUTCARON

¿Cuál mi delito fue? Si en vano un tiempo

 

abrigaba en mi pecho la esperanza,

 

si mi amor importuno en largos días

 

con ayes mil tu pecho fatigaba,

 

¿pude ofenderte con mi amor sincero,

 

o fue a tu pecho mi pasión ingrata?

BOSMINA

Respetad mi dolor: llanto y tristeza

 

sólo pedidme en hora tan infausta.

 

¿Qué pretendéis de mí, cuando me veo

 

sola en la tierra y de mi bien privada?

 

¿Amor? Jamás. Si el infeliz respira,

 

¡ay!, me dirá: ¿Qué fue de tu constancia?

 

¿Por qué la fe que me juraste un día

 

entregas al rival que yo execraba?

RINO

¿Qué osas decir?

BOSMINA

Lo sé... Yo no debía...

 

Mas nada, ¡ay padre!, mi pasión contrasta

DUTCARON

¿Por qué tanta altivez? Goce en buen hora

 

de su funesto amor. Abandonada

 

llore por siempre a par de su infortunio

 

la maldición que tu furor le guarda.

 

¿Yo humillado implorar? No... Vamos, vamos,

 

que no se goce en mi dolor la ingrata;

 

que no escuche mis quejas.

RINO

Tú la afliges...

 

Dutcaron..., respetemos su desgracia.

 

¡Ay! Evita el horror, el negro crimen,

(A Bosmina.)

 
 

que ese amor desgraciado te prepara:

 

también evita mi dolor eterno.

 

¡Ah! ¿Y eres tú quien mi tormento causa?

 

Acércate, infeliz: mira esa tumba

 

que el cuerpo helado de tu madre guarda.

 

Contempla su silencio. ¿Qué te dice

 

esa losa fatal? «¡Bosmina ingrata!»

 

Una voz misteriosa te repite...

 

«Oye el acento de tu madre cara;

 

de aquella madre que te amé en un día:

 

a Rino escucha que por mí te habla.»

 

¿Quieres con nuevo horror, con negro crimen

 

hoy estampar incestuosa mancha

 

en ese corazón siempre inocente,

 

en ese pecho de virtud morada?

 

¿Desobedecerás a un padre tierno?

BOSMINA

¡Qué horror! ¡Jamás! ¡Sofóquese mi llama!

 

Disponed de Bosmina, conducidla

 

víctima triste a las tremendas aras.

RINO

Ve, Dutcaron, entre las tristes sombras

 

la misteriosa unión quede afirmada;

 

conduce el bardo.

DUTCARON

¡Oh padre! Que aún no fío

 

cumplidas ver mis dulces esperanzas.

RINO

Tú su esposo serás, yo te lo juro,

 

antes que el sol a iluminamos salga.

   

ESCENA IV

 

RINO, BOSMINA

 

BOSMINA

Ya mi bien acabó: desfallecido

 

mi espíritu se niega a la esperanza.

 

¡Ay malogrado amor! ¡Todo en el mundo

 

su aspecto muda en hora tan infausta!

RINO

No aumentes el pesar de un tierno padre.

 

Ven. A mi pecho ven... En mí descansa.

 

¿No sientes un consuelo, una dulzura

 

que con placer el corazón te halaga?

 

¿Lloras?... ¿Lloras?... Bosmina, algún remedio

 

aun resta a tu pesar. Presto borradas

 

por el tiempo verás y la fortuna

 

esas memorias que tu mal agravan.

BOSMINA

No me queda otro bien. Ya yo he apurado

 

de mi negro dolor la copa infausta.

 

No me queda otro bien... Númenes sacros,

 

sombras de execración que conjuradas

 

agraváis mi tormento... ¿Qué delito

 

cometió esta mujer desventurada?

 

¿Para qué vi la luz? ¡Oh, nunca fuera!

 

¿Por qué me disteis mi existencia amarga,

 

númenes de crueldad? ¿O allá vosotros

 

reís a mis tormentos y plegarias,

 

y os gozáis en mis males, prolongando

 

con horrores sin fin mi vida aciaga?

 

Mira esa tumba que los tristes restos

 

de Morna tierna silenciosa guarda.

 

¿No dice mi tormento? Triste y sola

 

en el suelo me deja abandonada.

 

Padre...

RINO

¡Hija mía!

BOSMINA

Condoled mi suerte

 

y el negro horror que me destroza el alma.

 

Si todo lo perdí, si no le resta

 

a mi amor otro bien, otra esperanza

 

que el sepulcro...

RINO

¿Qué dices?

BOSMINA

¡Padre mío!...

 

¿Por qué la muerte mi dolor no acaba?

(Apoyándose en el sepulcro.)

 
 

Todo su amor y su delicia toda

 

faltaron a Bosmina desgraciada,

 

agótese este cáliz de amargura...

 

¡Ah! ¡Si la muerte con su sombra vaga

 

ocultase a mis ojos para siempre

 

mi antigua dicha y mi fatal desgracia!

RINO

No atormentes, Bosmina, a un tierno padre,

 

que tu bien sólo y tus delicias ansia.

 

El que ha arrancado a tu obcecada vista

 

el velo que tu crimen ocultaba.

 

Fingal al fin.

BOSMINA

¡Fingal! ¿Y dónde, dónde

 

se oculta el infeliz? Quizá su audacia,

 

su desesperación, le han conducido

 

al término fatal...

RINO

¡Ah! Calla, calla.

 

No quieras con tan hórrido presagio

 

romper mi corazón.

BOSMINA

¿Y qué esperabas?

 

¿Qué otra cosa que llanto, qué otra cosa

 

que sangre y muerte de su furia aguardas?

RINO

¿Y lo crees?

BOSMINA

¡La muerte..., único efugio

 

que el hado a mi infortunio reservaba!

 

Ella es sola mi dicha y mis placeres.

 

¡Ah! Lo dije..., la muerte. ¿Por qué tarda?

RINO

Calla... Mi pecho de terror se llena

 

al fatídico son de tus palabras.

 

Bosmina...

DUTCARON

(Dentro.)¡Por piedad!... (Con voz desfallecida.)

BOSMINA

¿Lo has escuchado?

 

La voz de Dutcaron, voz execrada,

 

nuncio de males.

DUTCARON

¡Por piedad!... (Más desfallecido.)

BOSMINA

Escucha

 

Muere, y allá mi imprecación le alcanza.

RINO

¡Qué horror!

   

ESCENA V

 

Dichos, SORGLAN

 

SORGLAN

Llegad, al infeliz prestadle

 

auxilio en el horror de su desgracia.

RINO

¡Dutcaron!...

SORGLAN

Dutcaron, al pie del muro

 

ensangrentado moribundo clama.

RINO

¿Quién le mató?

SORGLAN

Venid a socorrerle:

 

no queráis más saber.

   

ESCENA VI

 

Dichos. FINGAL, despavorido, con la espada ensangrentada y como huyendo de alguno que le acosa.

 

FINGAL

Negro fantasma...

 

¡Huye, no clames más!

BOSMINA

¡Fingal!...

FINGAL

¡Qué acento!

 

¡Eco consolador!... ¡Aquí aguardaba!...

 

¿Eres Bosmina tú?

RINO

¡Fiero homicida!

 

¿Qué sangre es ésa que tu diestra baña?

FINGAL

La de un monstruo, de un bárbaro inhumano

 

que robarme mis dichas intentaba.

BOSMINA

¡Infeliz!

FINGAL

¡Descendió sobre mi frente

 

la eterna maldición!... Sombras airadas

 

me cercan, y mis crímenes pregonan...

RINO

¡Huye, monstruo fatal! Funesta causa

 

de cuantos infortunios martirizan

 

con negro ceño mi alma atormentada.

 

Esa sangre inocente en que teñido

 

estás por tu mal, pide venganza

 

con eco atronador al alto cielo.

 

Mira, mira, infeliz, cuál te anonada

 

la imagen de tu crimen espantoso.

 

Mírale ya... Siguiendo tus pisadas

 

y amagándote a par.

FINGAL

¡No más!... ¡Te escucho,

 

sombra de mi delito! Tu venganza

 

satisfecha será... ¡Calla!... Mi sangre...

 

¡Ah! Mi sangre... Bosmina..., sí.... mi hermana...

(En acción de herirse.)

 

RINO

¡Fingal! ¡Fingal!

BOSMINA

¡Hermano!...

FINGAL

Mis delitos

 

morir me ordenan... Sin tu amor... ¡Oh rabia!...

(Se hiere.)

 

FIN DE LA FANTASÍA