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Peregrinación de la vida del hombre

Pedro Hernández de Villaumbrales


Libro intitulado

Peregrinación de la vida del hombre, puesta en batalla debajo de los trabajos que sufrió el Caballero del Sol, en defensa de la Razón Natural. Dirigido al Ilustrísimo Señor Don Pedro Fernández de Velasco, Condestable de Castilla, Duque de Frías, Conde de Haro, Señor de la casa de Lara, etc.


Con privilegio imperial.


En Medina del Campo por Guillermo de Millis.


Está tassado en 20 maravedís.


EL REY

Por cuanto de parte de vos, Pero Hernández de Villalumbrales, vecino de la villa de Villalumbrales, me fue fecha relación diciendo que vos habíades compuesto un libro intitulado Peregrinación de la vida del hombre, en lengua castellana, el cual era cosa de muy buena doctrina cristiana y ejemplos, suplicándonos, atento el trabajo que en ello habíades puesto, le mandásemos ver y datos licencia para que vos o quien vuestro poder hubiese lo pudiésedes imprimir y vender en estos nuestros reinos y no otra persona alguna por el tiempo que fuésemos servidos. Tasásemos el precio a como habíades de vender cada pliego de molde o como la nuestra merced fuese. El cual dicho libro visto y examinado por los del nuestro consejo, acatando lo susodicho y por os hacer bien y merced, túvelo por bien y por la presente vos doy licencia y facultad o a quien vuestro poder hubiere para que podáis imprimir y vender por tiempo de diez años primeros siguientes, que corren y se cuentan desde el día de la data de esta cédula en adelante, el dicho libro que de suso se hace mención, durante el cual dicho tiempo mando que persona alguna sin vuestra licencia lo pueda imprimir ni vender so pena que el que lo imprimiere y vendiere haya perdido y pierda todos y cualesquier moldes y libros que de él hubiere imprimido o trajere a vender en estos nuestros reinos. La cual dicha merced hacemos con tanto que, después de impreso el dicho libro, antes que lo vendáis, lo traigáis y presentéis ante los de nuestro consejo para que se tase el precio a como habéis de vender cada pliego y que en el principio vaya impresa esta nuestra cédula y junto cabe ella la dicha tassa que por los del nuestro consejo fuere hecha. Y mandamos a los del nuestro consejo, presidentes y oidores de las nuestras audiencias, alcaldes, alguaciles de la nuestra casa y corte y chancillería y a todos los corregidores, asistentes gobernadores, alcaldes mayores, alguaciles y otros jueces y justicias cualquiera de todas las ciudades, villas y lugares de los nuestros reinos y señoríos, así a los que agora son como a los que serán de aquí adelante, que vos guarden y cumplan esta mi cédula y merced que ansí vos hago y contra el tenor y forma de ella no vos vayan, ni pasen, ni consientan ir ni pasar por alguna manera so pena de la nuestra merced y de diez mil maravedís para la nuestra cámara. Fecha en la villa de Valladolid a veinte y dos días del mes de setiembre de mil y quinientos y cincuenta años.


Maximiliano La Reina


Por mandado de su Magestad sus Altezas en su nombre Juan Vásquez.



 

 

Prólogo

Prólogo dirigido al Ilustrísimo Señor Don Pedro Fernández de Velasco,

Condestable de Castilla y de León, Duque de Frías, Conde de Haro, Señor de la casa de Lara y de las villas de Villalpando y Pedraza de la Sierra, Camarero mayor de su Magestad y Justicia mayor de Castilla la Vieja.

La cantora calandria, muy Ilustrísimo Señor, despierta con la nueva luz del sereno día, y alegre con los pálidos rayos de la hermosa mañana, saliendo de su pequeño nido y sacudiendo sus voladoras alas, con crecida alegría vuela sobre el sereno y templado aire, y con no pensado regocijo, moviendo su polida lengua, comienza una doble y sabrosa música, variando en diversas y sonoras voces su apacible y sonoro canto. El gavilán, su mortal enemigo, hambriento con el transcurso de la noche, despierto con las voces de la pequeña pajarica, saliendo de la espesa floresta, siguiendo al trino de la concertada voz y enderezando su aguda vista contra la temerosa calandria, sigue contra ella su no conocido camino y, moviendo su rápido vuelo, la persigue con crecida saña por los serenos aires. La indefensa pájara, conociendo su mortal enemigo y temiendo sus crueles uñas, aprovechándose de sus ligeras plumas, dando diversas vueltas y haciendo varios círculos, se baja contra la tierra. Pero en fin, viéndose muy acosada, temiendo la cruel muerte, y sintiendo su fin ser llegado, confiando en la bondad acogida y conveniente defensa contra su viejo enemigo y esperando de él libertad para su pequeño cuerpo, se pone en sus manos y se entrega en su poder, pidiendo con sus tristes y temerosos meneos misericordia y socorro. El piadoso hombre, sintiendo la cuita de la mísera pajarica y la maldad del hambriento gavilán, usando de su grandeza y mandándoselo la razón, con piadosas entrañas recibe a la triste pájara y con grande ira y crecida saña y grandes voces persigue a su hambriento y robador enemigo. Después que el perseguidor de la pequeña ave, con temor del defensor, se encerró en la espesa silva y sombrosa floresta, el generoso hombre, usando de su liberalidad, pone en entera libertad a la cantora calandria, prometiéndola continua defensa y perpetua acogida. Con el cual favor y conocida ayuda, la libertada avecita con mayor alegría hace diversas vueltas y señales de eran regocijo, y como de nuevo sin algún temor pública su sonora voz y derrama por el sereno aire su dulce y concertada cantilena.

No de otra manera esta pequeña obra despierta con la clara mañana de la juventud y alumbrada con los claros rayos del entendimiento, salió del pequeño nido de la memoria y sacudiendo las voladoras alas de la lengua y escritora pluma, comenzando con no creído regocijo una suave música de la materia de su decir, procuró subir sobre el revoltoso aire de las opiniones de los hombres, no digo de los sabios varones y de perfección, a cuya corrección yo la sujeto, sino de los imprudentes y cavilosos, los cuales, pasando y olvidando lo que es de notar, siempre andan buscando qué reprehender y calumniar. De tal manera que el hambriento gavilán, que es el mordace maldiciente, despierto con la publicación de esta escritura, saliendo de la floresta de su encubierta malicia, sacudiendo las dañosas alas de su envidia, moverá el rápido vuelo de su maldecir contra la indefensa obra, la cual conociendo su mortal enemigo, dando vueltas de una parte a otra, de una ciudad en otra, de una provincia en otra, temiendo su desastrado fin, no halló otro mayor ni mejor defensor que a Vuestra Ilustrísima Señoría; por lo cual, y con cierta esperanza de haber mejor que en otra alguna parte entera defensa y perpetua libertad para libremente andar por toda la redondez de la tierra, se pone debajo del amparo de Vuestra Ilustrísima Señoría, de cuyas manos espera salir, después de huido y temorizado su malévolo enemigo, tan limada, tan corregida, con tanto favor y tan conocida esperanza de defensa, que jamás salida por todo el espacioso orbe de la tierra, publicando la voz de su escritura, hallará quien la contradiga ni perturbe. Tanta será la autoridad que, de tocarla Vuestra Ilustrísima Señoría, la quedará, cuyo ilustrísimo estado prospere quien hasta aquí lo ha hecho tan próspero con acrecentamiento de mayores señoríos.





 

 

Argumento

Argumento hecho por el mismo autor sobre la peregrinación y continua batalla de la vida del hombre.

Ser el hombre nacido para trabajo, discreto lector, afírmalo la Sagrada Escritura. Nace el hombre turbia la memoria, ofuscado el entendimiento y turbada la voluntad y sin el uso de la razón. Ve con los ojos y no conoce. Nace sordo de los oídos, mudo de la lengua, finalmente, atado de los pies y ligado de las manos. Nace desnudo, pobre y rodeado de toda miseria; y, por tanto, lo primero que hace después de la entrada que ha hecho en este mundo es llorar su nacimiento, su flaqueza y los trabajos que le esperan. Y con razón, porque los otros animales fieros, domésticos, ganados, pescados y aves nacen vestidos de gruesos cueros de pelos, cerdas, lanas, conchas o escamas. Nacen callados y muchos armados. En saliendo del vientre de la madre, o del casco del huevo, andan, maman, buscan su mantenimiento y aun siguen a sus propias madres y las aman y conocen. Por el contrario; es tanta la miseria y flaqueza del hombre que si no le reciben del vientre de su madre, no le apiadan, no le limpian, no le empañan, no le traen entre brazos, y no le llegan y dan la teta, no solamente no anda, no conoce a su madre, no la sigue, pero ni procura, ni atina a mamar, ni busca otro manjar, ni sabe otra cosa sino gemir y llorar y, como una cosa sin poder y sin provecho, se dejaría morir.

Pues a quien tantos trabajos acompañan en su nacimiento, en el proceso de la vida ¿quien los contará? Cuántas desgracias, cuántos infortunios, cuántas enfermedades, cuántas pérdidas, cuántas contiendas, cuántas afrentas y cuántos azotes de la adversa fortuna le esperan. De la muerte y sus trabajos no quiero decir más de que es la cosa más terribilísima y espantable que hay en la vida; para probar esto, basta decir que es privación de la misma vida. Allí huyen los amigos y le desamparan los parientes, y si al uno le regala es más por heredarle lo que deja que no para ayudarle a sufrir el dolor de que se queja.

Después que el hombre ha pasado y atravesado la edad de la inocencia y llegado a los años de la discreción, cuando ya comienzan las potencias del alma a despertar, la razón a discernir y conocer el bien y el mal, los ojos a ver, las orejas a oír, y la lengua con discreción a hablar, llega por la posta otro mayor trabajo, que es una continua batalla con los desordenados deseos de la carne, una guerra con las tentaciones del demonio y una contienda con los vicios, engaños y trabajos del mundo. Considerando esto, decía Job, VII capítulo, que la vida del hombre es una continua guerra y un tener siempre asentado real sobre la tierra. De manera que, a este real que el hombre tiene asentado sobre la tierra, tres mortales enemigos le dan continua batería noche y día. La carne le lombardea con los continuos aguijones de la inmunda lujuria, convidándole, si se rinde, con placeres, comeres, regalos y fingido descanso. El demonio está en celada y le acecha siempre con turbados y malos pensamientos, le saltea con soberbias y aun le aflige con grandes tentaciones. El mundo le corre el campo, le combate y llega a manos y puñadas con pundonores, bandolerías, honrras, trajes y riquezas. Aunque con todo esto el hombre no está sin defensa contra tres tan mortales enemigos, porque le armó Dios de prudencia, sitióle y fortalecióle con consejo y diole por capitán y defensor a la razón. Armóle la cabeza de un yelmo de la memoria de la muerte para se defender del pecado y del demonio. Armóle de un arnés de temperancia para se amparar de las inmundicias y regalos de la carne. Fortalecióle de un escudo de paciencia para sufrir los encuentros de los trabajos, adversidades y casos desastrados de la fortuna. Guarnecióle de una espada del olvido de la vida para cortar las honras, vanaglorias, trajes, regalos y riquezas del mundo.

Viniendo pues al propósito, digo que el Caballero del Sol, considerando todas estas cosas y más que con el trabajo se alcanza la prez y la honra de la caballería del hombre y la virtud y renombre de bueno en esta vida y la deseada bienaventuranza en la otra, y de la ociosidad, que es madre de todos los vicios, madrasta de la virtud y arma a dos manos del enemigo, nacen todos los males, determino de se partir de la corte y propia tierra, de desechar el regalo y la holganza y ociosidad e ir desterrado de su voluntad a buscar la prez honra de la cristiana caballería y no cansar hasta hallar y seguir el camino de la virtud. Debajo de lo cual el autor representa a los lectores la peregrinación de toda la vida del hombre, la caballería cristiana y la continua batalla con los vicios, y enseña el estrecho camino de la virtud poniendo dos caminos, el de la perdición, que es el de los placeres, regalos y riquezas de este mundo y vida y su desastrado y lloroso fin, después del cual se sigue la eterna pena; el de la vida, que es el de la virtud, de los trabajos y continua batalla de los vicios y su glorioso fin, después del cual sigue la perpetua holganza. Debe advertir el lector que en aquellos capítulos que se ponen en estilo que parece profano, hasta que Pelio Roseo sale a buscar al Caballero del Sol perdido, ha de considerar más que la letra, porque tienen encubierta su moralidad y debajo del casco está la médula del sabroso manjar, porque todo lo demás va harto entendido aunque también lleva sus maneras de figuras y pasos que van representando cosas que acontecen al hombre en la peregrinación y proceso de su vida, los cuales conviene que sean muy bien entendidos. Y puesto que alguno tome hastío en lo primero, hasta llegar al buscar de Pelio Roseo, no se canse, porque hallara adelante una tan sabrosa historia y tan provechosa que leyendola le dará, como la buena fruta, sabor y olor; pensándola, mirándola le acrecentara la virtud y le huyentará el vicio, le traerá memoria de la muerte, le dará olvido de la vida, le enseñará el camino de la virtud y trabajosa contienda de la vida del hombre, y le hará menospreciar el mundo y sus vanas promesas y huir del camino de la perdición, y finalmente le enseñará a bien vivir y le dirá cómo mejor sepa y pueda acabar y morir en el Señor.

 

Peregrinación de la vida del hombre

Yo la Prudencia, a instancia y ruego de la Natural Razón, este pequeño libro escribí de los trabajos que el Caballero del Sol sufrió en defensa de la misma Razón.


Proverb. c.VIII: Nunquid non sapientia clamitat et prudentiam dat vocem suam in summis excelsisque verticibus supremam et mediis semitis trans iuxta portas civitatis in ipsis foribus loquitur dicens: O viri ad vos clamito et vox mea ad filios hominum.



 

 

Capítulo I

Del nacimiento y criança del Caballero del Sol.

Dice la Prudencia: nació en España un doncel bello en el rostro y bien proporcionado en los miembros, de noble y claro linaje engendrado, cuyos padres, propia patria y nombre, de ruego del mismo, la Prudencia calla.

Fue criado a los pechos y en el regaço de su propia madre hasta la edad de los siete años, donde fue tomado y entregado de la mano de su propio padre a un sabio y discreto varón para ser enseñado en las artes liberales. Valieron tanto la buena diligencia del maestro y la aplicación y trabajo del discípulo, que en otros siete años alcançó gran parte de la gramática, retorica filosofía. Pero como el principal intento del padre fuese ensayarle y enseñarle en el arte militar, en el cual él había gastado la mayor parte de su vida, llevólo después de los catorce años a la corte del muy alto y poderoso Don Carlos, quinto de este nombre, Emperador de Roma, Rey de las Españas, etc., del cual no poco fue amado de los grandes y altos hombres de su corte muy mirado y estimado. Pero como la variable fortuna, cansa de dar vueltas a su rueda, mudó la quietud, sosiego y reposo de este caballero en destierro, desasosiego y trabajo, con mayor virtud de su persona y mayor gloria de su fama. Pues como en este caballero ya hiciese fin la edad de la adolescencia y la de la juventud floridamente començase su principio, y como en este tiempo los hombres sean dotados de mayor seso, su entendimiento fue irradiando su ánimo de nuevo pensamiento cercado y su coraçón de grande congoja combatido, representábasele en la imaginación que le sería bueno dejar la corte y peregrinar por los campos buscando su ventura, dejar el bullicio y tantas conversaciones y escoger la soledad, olvidar los pasatiempos y el regalo y hallar los trabajos y aspereza, desechar los delicados paños de brocado y sedas y vestir las fuertes armas, dejar la renta ganada e ir a buscar la fama perdida, desamparar la ociosidad donde nace el vicio e ir a buscar el trabajo y afán que engendran la virtud, según dice el Eccle XXXI: Multam malitiam docuit otiositas c, nisi cum priden de terum.

Juntamente con esto, una noche, pensando en muchas cosas a estas semejantes, de muy desvelado se adormió; donde le fue representado cómo habiendo de su propia voluntad desterrádose de la corte, después de largos trabajos y peligros, había venido en una tierra montuosa llena de silvas de arboles diversos de grandes espesuras y matas cerrada, poblada de fieras y otros tímidos y silvestres animales, hermoseada de muchas fuentes que con sus corrientes hacían dulce sonido, rodeada de un gran río donde se criaba abundancia de pescados, de manera que no faltaban fieras con que pelear, animales que caçar, aves que volar, peces que enredar. En lo más alto de estas montañas le parecía que hallaba un castillo, donde, habiendo reposado de los trabajos pasados, salía por reconocer la tierra, y entraba en una cueva que en lo más escondido de las montañas, entre gran maleza y unas hondas quiebras, se hacia, cuya puerta le parecía estar labrada estremadamente de cantería con figuras de talla muy al natural, en la cual se le representaba ver y hallar cosas tan altas, tan subidas, tan estrañas que le parecía que no eran cosas para comunicar con los hombres. A esta hora por un amigo fue con sobresalto despertado, ca ya gran rato era entrado del día, pero no por eso lo apartaba de su pensamiento, mas antes de día lo pensaba y de noche lo soñaba; tanto que, en esta batalla de sus pensamientos y en esta contienda de sus cuidados, determinó de poner fin con determinarse de se desterrar de la corte y seguir sus pensamientos e incierto viaje donde Dios y su ventura lo guiasen.

Capítulo II

De lo que avino al Caballero del Sol con los dos caballeros que llevaban un caballero en un carro preso.

Ya las tinieblas de la pasada noche con la venida de los pálidos rayos de la hermosa mañana desaparecían, cuando el novel caballero, habiéndose despedido de sus amigos, armado de fuertes armas y sobre un negro y gran caballo, con sólo un escudero, al camino se pone, tomando por aquella parte que más le aplacía, y a las veces por donde su caballo lo guiaba. De las armas vos digo que eran blancas, partidas con unas rayas de oro, sembradas entre unos manojos de doradas saetas y unas medias y pequeñas lunas azules. De su cuello pendía un fuerte y bien compasado escudo, el campo azul con un dorado sol que en medio de él resplandecía. De esta manera seguía su voluntario destierro y su incierto camino del Caballero del Sol, que así lo llamaron por el sol que traía en el escudo, aunque él quería llamarse el Caballero Desterrado porque de su patria se había de su propia voluntad desterrado.

Por espacio de diez días caminó el Caballero del Sol que cosa que de contar sea no le avino. Ya el undécimo día con el encumbrado sol su mayor hervor mostraba, cuando, caminando por una pequeña senda de una espesa floresta, llegando a un camino que de través se hacía, sintió ruido de caballos y voces de gentes que con prisa caminaban. A poco rato vio cómo diez villanos guarnidos de capellinas y coraças y hachas delante un encubierto carro venían, al cual dos armados caballeros seguían. Pero como el Caballero del Sol atendiese con deseo de saber o que en el carro venía, el mayor de los caballeros de esta manera sus palabras le embía:

-Caballero, ¿por ventura tenéis vos cuidado de registrar los que pasan por esta floresta o cogéis vos el pasaje de esta vía? ¿Por qué no seguís vuestro camino, y dejad de estar en atalaya para dar cuenta de lo que pasa? Yo pienso que la priesa que nosotros llevamos debéis vos de tener de vagar y espacio, pues tan asegurado estáis.

-Por cierto, dijo el Caballero del Sol, según vuestras desmesuradas palabras, lo que yo por cortesía de vos quería saber ya lo tengo entendido, ca algún preso debéis llevar en el cubierto carro, pues vos no queréis naide lo vea, porque siempre veo los que malhacen aborrecer la luz y la compañía y amar la soledad y la tiniebla. Por ende, o me descubrid y dad razón de lo que va en el carro, o conmigo, aunque descuidado, sois en la batalla.

-Andad adelante con el carro, hermano, dijo el Caballero de la Floresta, ca presto entiendo librar este pleito y seguiros.

Sin más aguardar, tomando del campo lo que les pareció, al más correr de los caballos, las lanças fueron partidas en muchas pieças. Pero el Caballero de la Floresta huyó falsado el escudo y la loriga, y fue herido en los pechos de una mortal herida, aunque no vino a tierra, pero hubo perdido los estribos. El Caballero del Sol pasó por él sin hacer algún revés; pero, como aquél que tenía muchos enemigos adelante, viendo que le hacía menester poner toda diligencia y esfuerço por vencer, en un punto vuelve sobre el Caballero de la Floresta y, antes que en su entero acuerdo tornase, le hiere de dos tan pesados golpes por cima del yelmo que del todo sin acuerdo vino a tierra, donde en breve espacio fue muerto. Ya el otro caballero en la fuerça de su caballo, la lança baja, contra el Caballero del Sol venía. Pero como aquél en quien no había punto de cobardía, lo sale a recibir, el escudo embraçado y la espada alta. El Caballero de la Floresta encontró al Caballero del Sol en soslayo del escudo y la lança no prendió y el golpe salió vacío, pero topándose de los cuerpos el Caballero el Sol le hirió de su espada por encima del hombro izquierdo y le cortó las embraçaduras del escudo y lo hirió de una pequeña herida. El Caballero del Sol, con la presteza de su caballo, volvió sobre él y le començó de cargar de duros y espesos golpes, porque el Caballero de la Floresta, como el escudo hubiese perdido, poca defensa hacía, que así se revolvía de unas partes a otras como la oveja que huye del lobo. En tal manera lo començó de herir el Caballero del Sol que en pequeña piaça lo traía tan cansado que a pocas cayera del caballo; lo cual, como bien sintiese el Caballero del Sol, alçándose sobre los estribos y echando el escudo a las espaldas, tomando la espada a dos manos lo hirió por cima del yelmo de tal golpe que armadura ninguna le prestó que no fuese mortalmente herido y viniese a tierra.

Capítulo III

De cómo después de haberse el Caballero del Sol desembaraçado de los villanos vio y supo quién era el caballero que iba preso en el carro.

A esta hora ya los villanos, viendo a sus señores tan maltratados, desamparando el carro, pensando que aún fuesen vivos, a más andar, las hachas altas, se vienen contra el Caballero del Sol, el cual como cerca de sí los viese arremetió con la furia de su caballo y, hallando los dos delante, hiriéndolos de los pechos del caballo, los os puso por tierra tan maltrechos que no bullían pie ni mano. También vos digo que al pasar hirió a otro por cima de la capellina en tal manera que malherido vino a tierra; pero conociendo que volver a ellos aventuraba perder el caballo, haciéndose hacia donde su escudero estaba, en un punto saltó en tierra y, dando su caballo a su escudero, el escudo embraçado, la espada alta, se va contra los villanos, que no eran perezosos en lo salir a recibir, donde se començó una reñida y desigual batalla. Unos le acometían y otros huían, unos le herían y otros se desviaban; pero qué les aprovecha, que aquél que a derecho golpe alcançaba no le prestaba armadura. De tres pequeñas heridas andaba el Caballero del Sol herido, por lo cual andaba tan corajoso que como bravo león de unas partes a otras los seguía y los buscaba y los hería, tanto que en media hora que la riña había durado, los seis estaban por tierra malheridos y los cuatro, huyendo, procuraban el remedio para salvar sus vidas.

Pues como el Caballero del Sol vio el campo desembaraçado y que ahí no había más que hacer, allegándose al carro, tales palabras dice:

-¿Quién es el que yace allá dentro?

-Yo soy, dijo una dolorosa voz que del triste carro salía, el sin ventura que en la cumbre de mi felicidad soy puesto en las manos y prisión de mis enemigos.

A esta hora llegando Silvio, que así había nombre el escudero del Caballero del Sol, y descubriendo el carro, pudo ser visto un caballero herido y ligado y aprisionado, el cual, como viese al Caballero del Sol y a sus enemigos por el campo tendidos, conociendo que por aquel caballero había sido librado, en la mejor manera que pudo, levantando la cabeça, dijo así:

-Bendito el criador del cielo y de la tierra que tanta bondad y esfuerço puso en un solo caballero, para que de tantos enemigos me haya librado. A él doy yo muchas gracias y a vos, señor caballero, espero yo de agradecerlo con servicios.

-Yo pienso, dijo el Caballero del Sol, que la poca razón que aquellos Caballeros tuvieron en vuestra prisión quitó a ellos las fuerças y dio a mí osadía para a ellos vencer y a vos, señor, librar. Así que a Dios se deben los servicios, en cuya mano está la victoria, pero yo os ruego me contéis la causa y hecho de vuestra prisión.

-Ya habrá tiempo de lo contar, dijo el caballero preso. Agora conviene proveer a la mayor necesidad. Estamos en tierra de enemigos y conviene que yo sea desligado y armado, para que, si algunos enemigos vienen, pueda serviros con mi ayuda algo de las mercedes recibidas.

Con gran prisa fue desatado y suelto por manos de Silvio y tornándole a ligar unas pequeñas heridas que mal ligadas tenía, lo començó de armar de las armas de uno de los dos muertos hermanos. No estaba bien armado, cuando el Caballero del Sol llega con un caballo que de los sueltos había tomado, en el cual el caballero preso cabalgando tomaron al través la vía que a la morada de un florastero se endereçaba, guiando el caballero preso que la tierra bien sabía y al florastero bien conocía, para ahí dar reposo a sus personas y curar de sus heridas.

Continuando pues los dos caballeros la senda que a la casa del florastero guiaba, el caballero preso de esta manera començó de decir: -Habéis de saber, buen caballero, que a mí llaman Eulesio de Monte Pesula y hacia esta parte de Oriente, a quince millas de aquí, tengo cinco castillos, los cuales ha poco que yo poseo por la muerte de mi padre, de quien los heredé. Y estos dos caballeros se llamaban Pinato el Valiente y Rieso el Desdichado. Eran señores de tres castillos que a esta otra banda están a tres millas. Entre su padre el mío hubo siempre gran contienda. Y muchas veces el padre de los dos por el mío fue requerido con la paz y con partido y concordia de ciertos heredamientos sobre que era la diferencia, y jamás quiso recibir algún partido hasta que en una batalla murió, del cual quedaron estos dos hijos no menos soberbios que el padre. Agora, muerto mi padre, estos dos caballeros van procurando tomar enmienda de la muerte de su padre y pusiéronse en acecho y celada, como los habéis visto, en una floresta donde yo continuaba la caça. Y como los días pasados yo me apartase de mis servidores en seguimiento de un ciervo, fui acometido de sobresalto de ellos y de su gente. De manera que, como yo estuviese desarmado y mi caballo cansado, en mí hubo poca defensa, y siendo herido de estas dos pequeñas heridas y preso y atado me pusieron en aquel carro donde me sacastes, con pensamiento que, teniéndome en perpetua cárcel, me darían vida peor que muerte y poco a poco me tomarían la tierra, pero Dios lo ordenó de otra manera,

Capítulo IV

Cómo el Caballero del Sol halló un caballero malherido y cómo tomó la vengança por él.

Hablando en estas y otras cosas de la batalla pasada, los dos caballeros llegaron a casa del florastero, donde fueron bien recibidos y servidos de lo que habían menester, y después puestos en sendos lechos y curados de sus pequeñas heridas, Tres días estuvieron ahí reposando. Al cuarto día el Caballero del Sol, despidiéndose de Elesio de Monte Pesulano, aunque con mucho pesar del mesmo por no querer ir a sus castillos con él a recibir algún servicio, y despidiéndose del florastero, tornó a continuar su incierto camino guiando por donde el caballo lo llevaba . Todo aquel día caminó sin que algún poblado hallar pudiese. Y como la obscura noche con sus ciegas tinieblas las tierras ocupase, hallándose cerca de unos pocos y espesos robles que en torno de una dulce fuente parecían, determinó de albergar ahí esa noche.

Otro día por la mañana, como començase de entrar por una floresta que cerca parecía, a pequeño rato que por ella había caminado, hacia la diestra mano, oyó una dolorosa voz que en esta manera decía: -¡Oh muerte, cuánta injuria me has hecho en mi tierna edad con la primera batalla quisiste dar fin a mis tiernos años! ¡Oh Fortuna ciega, que me diste buen caballo para que por robármele, me robasen la vida! Y lo que peor es que no hay aquí persona que procure el remedio de mi ánima, pues me falta el remedio del cuerpo. Ve presto, Corinto, mi leal escudero, busca si por esta floresta hay algún hermitaño, para que, dando a Dios cuenta de mi vida; perdone mis pecados y reciba mi ánima. ¡Ay!, ¡Ay! No te vayas que tardarás y moriré.

El Caballero del Sol, al tino de las palabras, asomó entre las ramas y en esta manera començó de decir: -Esforçaos, caballero, pues en las necesidades se parecen los esforçados coraçones. Aquí está quien no os desamparará hasta dar remedio a vuestro cuerpo o esperar y esforçaros y ayudaros y consolaros hasta que del cuerpo se aparte el ánima.

-Muchas gracias, caballero, por tan gran merced, dijo el herido caballero. Dios os envíe consuelo al tiempo que vos estéis más desconsolado y ayuda cuando más desfavorecido.

Diciendo estas palabras, los dos escuderos, por mandado del Caballero del Sol, lo ligaron las heridas como mejor supieron, y poniéndole sobre el caballo de Silvio, cavalgando él a las ancas por le tener, començaron de caminar hacia una torre que en un valle, en lo más espeso de la floresta, parecía por buscar ahí remedio para el herido caballero.

 

Capítulo V

De la batalla que hubo el Caballero del Sol con los Caballeros de la Torre.

No estaban el Caballero del Sol y su compaña dos tiros de piedra de la torre, cuando pudieron ver dos caballeros armados de todas armas que, saliendo de la morada a mucha priesa, sobre dos caballos cabalgan, y siendo conocidos por el escudero del herido caballero, en altavoz dijo: ¡Válame el alto Dios! Estos son los matadores de mi señor y robadores de nuestros caballos. ¡Oh Caballero del Sol, cuánto valdría aquí vuestro esfuerço, porque, vengando a mi señor, quitarías dos robadores de esta floresta! No les temas, que traidores son. Guárdate de ellos. Uno acomete y el otro hiere; el uno huye y el otro sigue. La razón está de nuestra parte. Dios te dé victoria.

Estas palabras no eran bien acabadas cuando, llegando los dos Caballeros de la Torre, el más anciano con una soberbia voz dio principio a tales palabras:

-Caballero de las Lunetas , ¿por ventura tráenos esos dos caballos por pensar de con ellos rescatar los que tomamos a ese caballero? Mal pensamiento traes. A ti, ni a él, ni a vuestros escuderos no queremos, pero danos esos caballos y esas tus armas, que ricas y buenas me parecen, y dejaros hemos a todos ir en paz. En otra manera, si emprender quieres batalla, pagando con la vida tu atrevimiento, así como así dejarás el despojo del campo.

-¡Oh, soberbio y sin razón caballero!, dijo el Caballero del Sol, ¿tomaste tú por ventura la orden de caballería para mantener robo o para matar [a] los robadores, para mantener a cada uno su derecho o para tomar a cada uno a tuerto su hacienda, para defender justicia y razón o para hacer sin justicia y hacer sin razón? Gran villanía cometiste maltratar un caballero por robarle un caballo, y sobre esta razón no te aguardo más palabras, sino conmigo ven a la batalla.

Con estas palabras embravecido, el Caballero de la Torre andaba por el campo braveando y, tomando de él lo que le pareció, contra el Caballero del Sol endereça, dejándose venir el uno contra el otro al más correr de los caballos, las lanças bajas, se encontraron en medio de aquel campo. Pero como los Caballeros de la Torre el uno viniese tras el otro, recibiendo el Caballero del Sol el encuentro del primero en soslayo del escudo, levantó su lança e hiriendo de ella al segundo, que más descuidado venía en descubierto del escudo, falsándole el arnés y loriga con un troço de lança por un costado en soslayo, lo lançó por tierra malherido, y fue tal la caída que quedó tan quebrantado que no pudo mas volver a la batalla aunque la herida no era mortal. Pues ver la braveza del anciano caballero cuando vio al hijo por tierra tendido, pensando que muerto fuese, no hubiera caballero que no espantara. Acometía y hería tan bravamente y tan sin piedad que apenas daba lugar al Caballero del Sol a se revolver. Pero como conociese que bien le era menester su esfuerço, porque el Caballero de la Torre era membrudo y orgulloso, poniendo mano por su espada, le començó de dar la respuesta, heriéndole de tantos y tan espesos golpes que, mal de su grado, lo hacía revolver por el campo de unas partes a otras. Bien había una hora que la batalla duraba, cuando siendo los escudos despedaçados y las lorigas falsadas, ya sus carnes començaban de sentir los filos de sus espadas. Tanto era en este punto el Caballero de la Torre cansado, que desfalleciendo por la mucha sangre que de él salía, en él no había defensa. Lo cual, como bien sintiese el Caballero del Sol, alçando su espada, le hiere de tres pesados golpes por cima del yelmo, uno tras otro, de tal manera que sin sentido vino a tierra. No fue perezoso el Caballero del Sol, ca saltando de su caballo vino sobre él y, como conoció que no fuese mortal, esperando que en su acuerdo volviese, de esta manera le dice: -Di, anciano caballero, ¿qué te aprovechan tus años, qué te aprovecha tu discreción, pues viniste a robar [a] los caballeros? Tus soberbias y malas obras te han traído a este desastrado fin. O yo te cortaré la cabeça, o te otorga por vencido, a tal condición, que, satisfaciendo lo mal llevado, has de hacer y jurar lo que yo te mandare.

-A punto soy, dijo el Caballero de la Torre, de conocer mi maldad y soberbia y el castigo que por ello Dios me ha dado. Yo lo he hecho como malo. Yo lo emendaré como bueno. Dios ha sido conmigo misericordioso, pues, siendo yo pecador, me ha dado conocimiento de mi pecado y me ha dejado tiempo para hacer de él penitencia. Yo otorgo lo que dices y haré y juraré todo lo que me pides juntamente con mi hijo, si vivo es.

Diciendo estas palabras, el Caballero del Sol por las manos lo levanta y juntamente se van todos a la morada de la Torre, donde para todos fueron parados lechos, y, siendo de lo necesario proveídos, de sus heridas fueron curados.

 

Capítulo VI

En que se cuenta quien era el caballero herido y quiénes eran los Caballeros de la Torre y Floresta.

Ya vos dijimos cómo los Caballeros de la Torre, por tomar el hermoso caballo del caballero que el Caballero del Sol halló herido en la floresta, lo maltrataron en tal manera que si no fuera por el Caballero del Sol, de su vida había poca esperança. Agora vos diremos quién era el caballero y quiénes eran los Caballeros de la Torre que lo maltrataron.

Habéis de saber que este caballero había nombre Perseo, el galán señor del Valle de las Tres Riberas. Había de niño heredado el estado y, como llegase a los diez y ocho años, salió de su tierra por se probar y ejercitar en las armas. Pero no fue bien salido que, en la primera batalla, le aconteció lo que habéis oído, no por falta de esfuerço, sino por ser contraria ventura y ser contra un novel caballero dos caballeros membrudos y esforçados, aunque perversos en condición. Ya vos dijimos cómo los Caballeros de la Torre eran padre e hijo. Al anciano padre llamaban Silvano el valiente y a su hijo Sotelo de la Torre. Estos caballeros eran señores de aquella torre y morada y de aquella floresta donde criaban muchos ganados y labraban grandes posesiones. Así que el gran vicio y no tener en qué entender les trajo a tan mala costumbre, que por su pasatiempo solían por las floresta y maltrataban [a] los caballeros andantes y les robaban los caballos y esto tenían ellos por vicio y salían a ello como quien sale a caça. Pero el Caballero del Sol con su batalla, y después con sus buenas palabras, los apartó de tan malos hechos y mala costumbre.

Ya después de quince días que la batalla era pasada, los tres caballeros, Silvano y Sotelo, queriendo cumplir lo que habían prometido al Caballero del Sol, se van a él y, siendo presente Perseo, señor del Valle de las Tres Riberas, hicieron homenaje de jamás emprender batalla con algún caballero a tuerto o sin razón, ni tomar cosa alguna a los andantes caballeros o a otra persona alguna, mas antes los favorecer y recibir y hospedar en su morada, haciéndoles el tratamiento que de caballero a caballero se debe hacer y más de su voluntad prometieron de dar favor y ayuda con sus personas a Perseo, el galán señor del Valle de las Tres Riberas, como a vecino, en todas sus necesidades, en satisfación del mal y daño que le habían hecho en su persona.

Contento el Caballero del Sol de su nueva bondad, les agradeció el favor y ayuda que prometían a Perseo y así tuvo por cierto que lo cumplirían y guardarían porque en aquellos pocos de días que juntos estuvieron entró entre ellos tanta amistad que no se hallaban el uno sin el otro, así que ya Perseo estaba tan bien hallado con ellos que se le hacía caro de se apartar porque, en la verdad, eran buenos caballeros, sino por aquella mala costumbre que poco habían tomado.

El Caballero del Sol, reprehendiendo su tardança, no con poco pesar de los caballeros de la morada de la Torre y con muchas lágrimas de Perseo, que muy caramente lo amaba, tornó a su començado camino y, habiendo caminado tres jornadas, sin que cosa de contar sea le aviniese, a la puesta del sol, a la falda de una peña sobre una ribera entre unos frondosos árboles donde albergó esa noche.

Capítulo VII

De la batalla que pasó entre el Caballero del Sol y el gigante Brutano, usurpador del castillo y Roca de Tres Cabeças.

Otro día, que los collados de la Cretense ínsula con los rayos de los esparcidos cabellos del hijo de Latona resplandecían, en lo alto de la roca, fue dada una señal de bocina a la cual, levantando sus ojos el Caballero del Sol, pudo ver un hermoso y muy fuerte castillo bien murado, almenado y torreado, el cual estaba encasado en un pequeño espacio que entre tres puntos, o collados de la roca, se hacía, y, como las cabeças de la roca estuviesen una a medio día y otra a poniente y otra a septentrión, y hacia oriente estuviese desembaraçado, el hermoso castillo, herido de los nuevos rayos del sol, daba de sí tan hermoso parecer que a la vista otro más hermoso en el mundo no parecía haber.

Pues como el Caballero del Sol, por la seña que había oído, pensase que de ahí no le convenía partir sin batalla, o sin saber cuyo era aquel castillo, armándose de sus fuertes y ricas armas, sobre su caballo, a la falda de la peña se acerca, donde halló una gruesa columna de piedra, alta de un estado. Sobre ella estaba un grande escudo de piedra tan blanca que transparente parecía, en el cual estaba entretallado un gigante anciano armado, salvo de manos y cara, como que del caballo caído hubiese, un troço de lança por los pechos, tan al natural que el espíritu parecía en aquella hora rendir, con una letra en torno que decía: No te llegues, caballero, a mirar esta figura, que será tu sepultura.

No tardó mucho que, en tanto que el Caballero del Sol estas cosas notaba, del alto castillo un fiero y desemejado gigante abaja, armado de unas fuertes y ricas armas a cuarteles con fino oro partidas, sobre un grande y fiero caballo. Pues como al llano de la columna hubo llegado, con alta y soberbia voz, al Caballero del Sol en esta manera dice:

-Di, desdichado caballero, ¿cuál desventura te trajo aquí [donde] tu mísera vida en mis manos cuitadamente acabase? Vente luego a mi castillo. Ternás compañía al que injusto señor de él era, el cual muy solo está en la prisión. Pero yo le daré presto asaz de compañeros y tú serás el primero, si de grado lo quieres hacer, porque de otra manera no pagarás menos de que con muy cruel muerte.

-Di, soberbia bestia, bruto animal en los hechos, dijo el Caballero del Sol, ¿cómo pudiste cometer tan gran maldad y traición que no te bastase privarlo de su propio castillo sino meterle en tu cruel prisión? ¿No te bastaba hacer una crueldad, sino dos? Yo te juro, por la orden de caballería, que yo muera en tus crueles manos o yo vengaré ese caballero, el cual yo no conozco, ni jamás oí decir, aunque bien creo que debe ser muy mejor que tú.

-¡Oh hombre de poco valor!, dijo el bruto jayán, en mi presencia osaste ultrajarme de tal manera, Aguárdame, que yo te mostraré cómo se tratan los caballeros como yo.

A esa hora, sin mas aguardar, se apartaron el uno del otro cuanto convenía y, las lanças bajas, al más correr de los caballos, se vinieron a encontrar en medio del llano de la columna. Pero como el Caballero del Sol conoció que la fuerça del desemejado jayán era muy aventajada y su lança muy gruesa, quiso más usar y aprovecharse de la destreza que no tentar la enemiga fortuna, y, en aquel punto que se vinieron a juntar, el Caballero del Sol hurtó el cuerpo y volvió el escudo hacia la mano izquierda y así la lança del bestial jayán pasó en soslayo del escudo. En aquella hora el Caballero del Sol encontró al fiero gigante por la visera, que algún tanto era grande de tal manera que aunque el hierro de la lança no le faltase, por su gran fortaleza, pero, como la lança se rajó, una astilla delgada acertó por la visera y le hirió sobre los ojos, de tal manera que la mucha sangre que perdía, la vista le cegaba y su muy feroz caballo, como el gigante perdiese la rienda, espantado con el juntar y ruido de los golpes, corrió con él por el campo hasta que el gigante tornó más en su acuerdo. Pero el Caballero del Sol siempre iba en su alcance, pensando poderle acabar de derribar. Al tiempo que paró el caballo del bestial gigante, el Caballero del Sol llegó y lo hirió de dos muy pesados golpes sobre el acerado yelmo, pero ni el yelmo ni el caballero hicieron por eso algún sentimiento, pues como el gigante, después que fue vuelto en su entero acuerdo, se vio ciego y la lança perdida y que el Caballero del Sol le hería tan de coraçón, començó a bramar y, meneando su braço con gran furia, echó mano a la descompasada porra de acero que al arçón de la silla traía y fuese hacia donde sintió que los pasos del caballo del Caballero del Sol sonaban, el cual, esperándole en el campo, con viril coraçón, así dijo: -Mira, bestia fiera, como Dios amansa los soberbios como tú.

Al tino de estas palabras, llegó donde el Caballero del Sol estaba atendiendo y, como tan cerca se vio que con su descompasada porra le podía alcançar, arrojó un fuerte golpe, pero como la vista, con la sangre turbada casi ciego estuviese, por herir al Caballero del Sol, dio a su caballo tan grande golpe sobre la testera que, partiéndole la cabeça, vino a tierra con su señor. Fue la caída tan grande que el ciego gigante dio, que tal como muerto quedó tendido sobre las verdes hierbas juntamente con su caballo. Pues como el Caballero del Sol en tal punto le viese, con grande ligereza saltó de la silla en el campo y, yendo sobre él, quitóle el yelmo y vio como perdía mucha sangre por aquel lugar que la raja de la lança estaba metida, la cual luego fue por el Caballero del Sol sacada, por ver si tornaría en su acuerdo, pero, no fue bien acabada de sacar, cuando, con un grande estremecido, la ánima cruel se apartó de aquellas salvajinas carnes.

A esa hora, dentro en el castillo se había començado una muy reñida batalla, tanto que abajo en lo llano se oían los golpes de espada y el ruido y meneo de las armas. Y como el Caballero del Sol no pudiese alcançar qué cosa fuese, no se osaba determinar a subir, pensando que hubiese alguna traición arriba en el castillo. Estando en esta duda, vínole a la memoria lo que era obligado a hacer por librar al caballero preso y no mirando algún peligro de los que venir le pudiesen, acordó de tomar la senda y subir a saber qué contienda era y a poner su persona en deliberación del señor natural del castillo, si quien se lo defendiese hallase, y así como hubo mirado la columna y el cristalino escudo, leyó las letras que en él estaban escritas. Y así, a pie como estaba, començó de subir hasta lo más alto de la peña, no con poco trabajo de los fatigados miembros por el peso de las armas. Pero como en el patio del castillo entrase, donde era la vuelta de la ferida y muy trabada contienda, vio cuatro caballeros estar malheridos, tendidos por tierra, y doce caballeros en una desigual batalla, ocho contra cuatro, los cuales, acogidos y retraídos, estaban a un callejón que al canto del patio se hacía, porque los ocho, como fuesen dos para uno, ya los traían muy acosados. Pero como el Caballero del Sol de los cuatro fue visto, cobrándole mucho ánimo y nuevo esfuerço, començaron a salir de aquel lugar en que retraídos estaban, diciendo: -A ellos, buen caballero, que tus enemigos son, servidores del muy soberbio y alevoso gigante que tú mataste. Socórrenos, por cortesía, contra estos traidores que a nuestro señor tienen en áspera prisión.

Movido a piedad con estas palabras, el Caballero del Sol arremetió furiosamente contra los caballeros del jayán, defensores de la maldad y traición, y en poco rato, con el favor de los cuatro caballeros, los venció y desbarató, y, quitándoles las armas, los enviaron malheridos de la batalla pasada

Capítulo VIII

En que se cuenta quién era el señor del Castillo de la Roca de Tres Cabeças y por cuál razón el gigante le había preso.

Acabada que fue esta tan brava lid, los caballeros del castillo, veniéndose para el Caballero del Sol, se hincaban de hinojos ante él, rindiéndole muchas gracias por el socorro que les había hecho y principalmente porque a ellos y a su señor había librado del duro y áspero cautiverio del bravo y cruel jayán; pero el Caballero del Sol no lo consentía, ante[s], tomándolos por las manos, los alçaba y hacía toda la mesura y cortesía que un caballero debe hacer a otro y los recibía con tanta criança como si cada uno fuera señor del castillo.

Pasadas estas cortesías, el Caballero del Sol les preguntó por cuál razón habían tomado la contienda con los caballeros del gigante. El uno de ellos, que más anciano parecía, en esta manera respondió: -Debes saber, venturoso caballero, que, después de la prisión de nuestro señor Licionio, no escapamos con las vidas de mano del gigante y sus malos caballeros más de seis caballeros de los del castillo, los cuales el gigante aherrojados nos tenía para servicio de casa. Y, como por nosotros fue vista la batalla que entre la vuestra merced y el gigante pasaba, después que los diez caballeros del gigante fueron armados y salían para ir a ayudar a su señor, nosotros, entrando en la sala de las armas, nos cerramos; y como los caballeros del gigante de esto fueron avisados, volvieron por nos matar; pero, entretanto que quebrantaban las puertas, nos desaferramos y, armados, salimos con tanto esfuerço que, aunque seis eramos contra diez, los llevamos hasta el patio, donde nos hallaste llevando lo peor de la batalla, y fue la causa porque los dos que más esfuerço nos ponían ya estaban por tierra caídos y malheridos, según la vuestra merced bien vio.

Alabando su bondad y esfuerço, el Caballero del Sol demandó por las llaves y prisión del señor del castillo, el cual ya por uno de los servidores del castillo estaba suelto, y como de la obscura tiniebla a la clara y deseada luz saliese, pudo ver al Caballero del Sol, y, conociendo por el dicho de aquél que le había suelto, ser aquél el caballero que le había restituido la libertad de la persona y el señorío del castillo, quiso arrojarse por tierra, pero el Caballero del Sol, que asimismo fue avisado de quien era, arremetió y le tomó entre sus armados braços, donde el buen caballero Licionio le rindió muchas gracias, ofreciendole la persona y el castillo con todo su estado y haber por los beneficios recibidos. Después de pasadas muchas cortesías de la una parte a la otra y hablando de la peligrosa batalla del gigante y en cuánto debía Licionio a aquellos pocos servidores que en el castillo le habían quedado, se entraron en una gran sala donde, después de ser servidos de lo que habían menester y haber curado de los heridos, las tablas fueron puestas, donde fueron tan altamente servidos como en casa de un gran señor lo pudieran ser. Después que las tablas fueron alçadas, el Caballero del Sol rogó a Licionio le contase y dijese cómo se llamaba aquel castillo y cómo se llamaba el jayán y todo su hecho.

-Pláceme, dijo el buen caballero Licionio. Este castillo se llama el castillo de la Roca de Tres Cabeças porque, como la vuestra merced bien ve, tiene esta roca tres puntas que llamamos cabeças de la roca y el gigante se llamaba Brutano, hijo de Brutaneo, señor del castillo de la Peña Partida, que es en el reino de Persia, donde fue nacido y criado este Brutano. La causa porque este Brutano vino a este castillo a me hacer traición fue que como mi padre, llamado Liciano, siendo mancebo, andando a buscar las aventuras por el reino de Persia oyese decir que Brutaneo, señor de la Peña Partida, hacía grandes crueldades en las dueñas y doncellas y prendía alevosa y traidoramente los caballeros andantes, poniéndolos en muy áspera y tenebrosa cárcel, ya que llegaba a tres millas de la Peña Partida, donde el cruel gigante Brutaneo hacía su habitación y hacía todo género de maldad y traición, vínole al encuentro una doncella que poco había se había de sus manos escapado y huía a buscar algún caballero que con Brutaneo hiciese batalla sobre razón que esa mañana a gran tuerto hubiese preso dos hermanas suyas y ella se había escapado por una floresta entre unas espesas matas. Pues como la llorosa doncella le contase por orden, no con poco dolor y pasión, la villanía que Brutaneo había cometido contra sus hermanas, en grande manera creció a mi padre Liciano la voluntad de con él se ver ya en el campo. Luego aceptó la batalla, y, continuando su camino, acompañado de un escudero y de la triste y temerosa doncella, llegaron a vista del castillo en aquella hora que el sol con su ausencia las tierras entristecía; por lo cual, albergaron esa noche en aquella floresta [de la] que la doncella, por la mañana, se había escapado de las manos del cruel gigante.

Venida la mañana del siguiente día, Liciano y su escudero, quedando la doncella en la floresta, se van al castillo de la Peña Partida y, hiriendo las aldavas de las puertas, un feo hombre a una ventana se paró diciendo: -¿Quién es el desdichado caballero que tan de mañana viene en busca de su muerte?

-Ábreme, dijo Liciano, que tengo que hablar con el señor de este castillo sobre la prisión de las doncellas que a sinrazón robó anoche.

-Aguarda un poco, dijo el feo hombre, que mi señor te meterá acá, aunque tú no quieras y así se cumplirá lo que agora pides.

Diciendo estas palabras, el feo hombre se va para dentro y en poco espacio salió el bravo gigante bien armado, donde hubieron su batalla en un campo que ante la puerta del castillo se hacía en manera que el gigante fue muerto y las doncellas puestas en su libertad, juntamente con otros muchos presos que en el castillo había.

Esto así pasó, siendo este Brutano niño de diez años, al cual mi padre Liciano dejó por señor del castillo de la Peña Partida. Pues como este Brutano bien se acordase de este hecho, y como en edad se vido que podía bien vengar la muerte de su padre, acordó de dejar su castillo y venir a buscar el mío, ca ya, según él contaba, sabía que mí padre era muerto y yo le había sucedido; y como a dos leguas de este castillo estubiese, envió cuatro de sus servidores en hábito de andantes caballeros a este mi castillo con cartas contrahechas de mi hermano Lineo, el cual ha dos años que busca su ventura por reinos estraños, avisandoles de todo lo que habían de hacer y decir. Los cuales, venidos a este mi castillo, fueron por mí bien recibidos y honradamente hospedados por causa de las cartas que por mi muy deseadas eran, las cuales venían también contrahechas, y ellos eran tan sagaces en responder a lo que yo les preguntaba, que por muy ciertas las tenía y a ellos por fieles amigos y ciertos mensajeros. Pero todo era al revés, que las cartas eran falsas y ellos alevosos y mortales enemigos. Y fue así que, venida la medianoche, en aquel tiempo que todas las cosas tienen callado silencio, los cuatro malos y desleales caballeros, poniendo por obra la pensada traición, levantándose de sus lechos y armándose de sus armas, sin hacer algún bullicio, se fueron por las puertas de este castillo y, matando las dormidas guardas y salendo fuera, llamaron y dieron seña a su señor Brutano, que a la falda de la peña estaba en celada, aguardando la seña con veinte caballeros. El cual, sin más aguardar, començó de subir la roca y, entrando sin alguna resistencia en el castillo, y como en tal tiempo nos tomase a todos durmiendo y desarmados, fácilmente fue señor de nuestras personas y del castillo y, por bien se vengar de la muerte de su perverso padre, a mí puso en tan áspera prisión que por peor la tenía que sufrir la oscura muerte, y a mis servidores de ellos mató y a los cuatro maltrató, según la vuestra merced bien ha visto. Pero el verdadero Dios, que es socorro de los atribulados y remedio de los afligidos, lo ha ordenado de otra manera que el bestial gigante pensaba, por lo cual, le doy infinitos loores y a la vuestra merced muchas gracias.

Acabado que hubo de decir estas palabras, mano a mano el Caballero del Sol y Licionio se bajaron la roca abajo por ver el muerto gigante y holgar por la verde ribera donde gastaron el tiempo hasta hora de cena que se recogieron al castillo por reposar del trabajo pasado.

Capítulo IX

De cómo el Caballero del Sol, estando en el castillo de Licionio, soñó que le era mandado que de allí partiese y de lo que en aquel viaje le avino.

Quince días estuvo el Caballero del Sol, por importunación de Licionio, en el castillo de la Roca de las Tres Cabeças. Cuando estaban en el castillo, cuando abajo en la ribera de una rica tienda, cuando barqueaban por el hondo río mirando cómo los criados de Licionio paraban redes a los peces, cuando iban a caça a las florestas que en torno de aquella roca había, cuando volaban garças por la ribera. De esta manera pasaron aquel poco tiempo con gran placer.

La última noche de los quince días, en aquella hora que las cosas animadas tienen silencio en este valle de lágrimas y miseria, estando el Caballero del Sol reposando en su lecho, le pareció que un hombre anciano, su cabeça cubierta de blancas canas, le tocó la cara con sus rugosas manos diciendo estas palabras:

-Levántate, Caballero del Sol, pues te reprehendo de perezoso y descuidado. Torna a seguir tu començado viaje. Despide de tu compañía la holgança y busca trabajo. Mira que ya no es tiempo de estar encastillado, sino de andar por los campos buscando tu ventura.

A estas palabras, el Caballero del Sol despertó muy fatigado del sueño, y puesto que ante sí no viese a nadie pero bien tenía en la memoria las palabras que oído había y, como de todo bien se acordase, levantóse luego, ca ya la luz del nuevo día andaba peleando con las hórridas tinieblas de la oscura noche, y yéndose para donde el buen caballero Licionio en su lecho yacía, en esta manera le dice:

-Licionio, mi caro amigo, luego me conviene partir de tu castillo. Por tanto, dame licencia, ca no puedo ende hacer al porque mi descuido ha seído grande y a ello soy forçado.

Mucho le pesó a Licionio por ser la partida tan breve y no pensada, pero como conoció aquélla ser la voluntad del Caballero del Sol, mostrando alegre cara, le rogó que, cuando diese vuelta de aquella jornada, la vuelta fuese por aquel castillo. El Caballero del Sol se lo prometió, si otra aventura no se lo estorbase.

De esta manera el Caballero del Sol, despedido de Licionio, acompañado de su escudero, tomó la senda que antes traía, la cual endereçaba su camino hacia oriente por una espesa floresta, por la cual caminó cuatro días que no le avino cosa que de contar sea; al cabo de los cuales, albergó una noche entre unas espesas matas junto a una clara y dulce fuente, pero temiéndose que en aquellas montañas hubiese algunas fieras, mandó a su escudero que velase una pieça, en tanto que dormía y reposaba del trabajo del camino y peso de las armas.

Poco rato de la noche era pasado, cuando dos bravos osos los acometieron tan sin pensar que, si no fuera por la vela, la cual como sintió ruido dio voces, gran daño recibiera el Caballero del Sol porque estaba desarmado de manos y cara y, como estuviese durmiendo, lo pudieran haber maltratado; mas, como a las voces de su escudero muy despavorido se levantase, tomó el yelmo y enlazólo y, echando el escudo al cuello, acudió a la parte del ruido y, como con la clara luna pudo ver lo que era, poniendo mano a su espada, arremetió con toda furia y entrando con ellos sin algún temor tal golpe dio al primero con su buena y cortadora espada, que el braço derecho con parte de la espalda le puso por tierra, de tal manera que le hizo caer sobre el otro braço y sin tardar le acudió con una

punta de espada atravesándole por la parte que herido estaba hasta la otra espalda, con el cual golpe lo acabó de matar. A esa hora, el otro oso hacía muy gran contienda con su escudero, aunque ya le tenía herido de un gran golpe de lança en una pierna, lo cual muy grande estorbo le hacía porque con el gran dolor no se podía levantar sobre los dos pies, aunque todavía Silvio lo pasara mal, sino por la llegada del Caballero del Sol con cuya venida el escudero, recobrando nuevo ánimo, arremetió y lo hirió de su lança por medio de la boca y el Caballero del Sol entró sin pavor e hiriéndole de mortales golpes con su llegada luego fue muerto. En esta contienda paso gran parte de la noche.

Otro día por la mañana, el Caballero del Sol tornó a su començado camino por aquel desierto lugar, bien poblado de sierras y árboles y solo de gente, pero ya que había caminado la mayor parte del día, llegó sobre unas ásperas montañas a vista de un muy hondo río que por un valle de gran hondura corría. Por la una parte el valle era algún tanto espacioso, pero por la parte de la derecha mano estaban las peñas de la una parte del río y de la otra tan altas y tan tajadas que casi por cima del hondo río tocarse querían. En lo más bajo, por donde el hondo río corría, había entre las dos peñas tanta hondura y sus sonoras y rápidas aguas hacían tanto ruido que no parecía sino un muy profundo infierno. Pero como fuese necesario al Caballero del Sol bajar allá para su viaje seguir, desechando la pereza, començó de bajar por una senda no muy trillada y, descendiendo poco a poco, vino en lo más profundo de aquel valle en par del sonoro río, en aquella hora que las hórridas tinieblas, con su apresurada venida, obscurecían la clara luz del día.

Capítulo X

De lo que avino al Caballero del Sol con el salvaje Nigromato de las obscuras letras.

Venida la luz del siguiente día, saliendo el Caballero del Sol entre los árboles de la honda ribera, quiso tornar a su començado camino, pero no hallaba puente para pasar el muy vasto y rápido río, ni barca para le navegar; y, ya que pasado lo hubiera, le parecía cosa imposible poder subir la peña que estaba de la otra parte del río porque, ultra de ser falsada, era tan alta que la vista cansaba mirando arriba. Pues como muy triste anduviese de unas partes a otras por ver si algún paso o vado hubiese, volviendo los ojos hacia aquella parte por donde las cumbres de las peñas se acercaban, pudo ver una muy alta y hermosa puente, por lo cual su animo fue lleno de entero gozo, ca bien pensó que, pues había puente, que había desembaraçado camino, hacia la que él luego endereça sus pasos. Y como a ella hubo llegado, pudo claramente ver que la puente era la más rica que jamás hubiese visto; toda losada de piedras blancas y negras en tal manera que su suelo todo parecía ser hecho a modo de tablero de ajedrez. Cosa era ver su ancho y su largo, ca tenía de ancho cincuenta pies y de largo doscientos pasos. En medio de esta puente estaba una columna de piedra negra. Sobre ella estaba una tabla de cedro, asaz grande y pesada. Estaba encajada sobre la columna en tal manera que fácilmente se podía quitar y poner, porque la columna no tenía de alto más de cuatro pies. En esta tabla estaban escritas y entretalladas unas letras plomadas que así decían: El venturoso o desventurado caballero que a esta tabla y columna llegare ayúdese de las letras que en esta cedrina tabla están escritas, porque de otra manera mal podrá pasar por la puerta de los marcos. En la mesma tabla, en bajo de estas letras, estaban otras de la mesma forma, salvo que eran griegas y serían dos versos que tenían hasta cuarenta sílabas, las cuales el Caballero del Sol jamás pudo leer ni entender. Pero, como hubo leído las muy claras de arriba, bien entendió que tenía necesidad de las obscuras de abajo para pasar el peligroso paso de la puente. Parándose, pues, el Caballero del Sol a pensar en ellas, ni alcançaba a entender si le era necesario entenderlas para hacer lo en ellas contenido, o si tomarlas en la memoria para las ir rezando, o si de otra manera de ellas se había de ayudar. Estando así pensativo y dudoso, viendo que [ni] leer[las] ni entenderlas podía, acordó de tomar la tabla y llevarla consigo, por probar si así de ella se podría ayudar. La cual luego quitó con ayuda de su escudero, porque tanto era pesada que a grande afán un caballero la podiera llevar de una parte de la puente a la otra, así que poniéndola sobre el caballo de su escudero pasó la puente adelante hasta llegar al cabo, donde pudo conocer que no había por donde pasar adelante porque la puente firmaba en la peña tajada, sino era por una entrada de gruta que sobre la puente se hacía en la tajada peña, la cual era cercada de cuatro tablas de fino acero bien anchas y largas gruesas en manera que en la boca de la cueva estaban por umbrales y hacían una puerta cuadrada. Estas tablas estaban sutil y fuertemente encajadas con la viva piedra de la tajada peña y reciamente plomadas, y puesto que esta puerta no tuviese con qué se cerrar, tenía cuatro descompasados maços de acero, los cabos de los dos estaban fuertemente asidos y engoznados en la tabla de la mano derecha y los otros dos en la de la mano izquierda. Estos maços se movían como los del batán, aunque más apriesa y con más crecida furia. Cuando los dos herían en la tabla del suelo de la entrada, los otros dos daban sus desmesurados golpes en la tabla de lo alto de la mesma puerta, de manera que nadie podía entrar que no le desmenuzasen con sus apresurados golpes, ni hubiera armadura tan fuerte que escusara de no ser muerto el que lo tal tentara hacer.

Viendo al Caballero del Sol una tan estraña aventura, estuvo una gran pieça espantado y atónito, pensando que cosa podían traer aquellos maços o por cuál arte o manera cosa tan pesada con tanta ligereza, moverse podía; pero ya que hubo tornado de su desacuerdo, conoció que porfiar a pasar por entre los bravos golpes de los maços era tomar voluntariamente la muerte. A vuelta de estos pensamientos, consideró que volver atrás y haber de tornar a pasar las ásperas y despobladas montañas, especialmente que ya la provisión les faltaba, era asímesmo como gustar la amarga muerte.

De esta manera, dudoso de lo que debía hacer, tornó a pensar en las obscuras letras de la cedrina tabla, ca bien tenía entendido que le eran menester las griegas letras para pasar por la peligrosa puerta, y, como una pieça estuvo mirando por ver si algo de ellas entendería, poco le aprovechaba, que cuanto más las miraba menos entendía. En este punto el coraçón, que a las veces adivina lo que sale verdad, se le representó una imaginación de poner la cedrina tabla en el lugar que los maços herían. No lo hubo bien pasado por el pensamiento, cuando tomando la cedrina tabla juntamente con su escudero y llegando a la puerta de la tajada peña, poco a poco, la metió sobre la tabla que en lo bajo de la entrada estaba, diciendo estas palabras: Tomad vuestra tabla. Despedaçalda, pues para vosotros está hecha; o la despedaçad, o nos dejaréis la entrada desocupada.

No fue bien acabada de poner donde los golpes se daban, cuando los descompasados maços se alçaron y pegaron con la acerada tabla de lo alto de la entrada y esto por la grande virtud de las obscuras letras de la cedrina tabla, que para aquello era hecha, y juntamente cesó un gran ruido que en lo bajo de la puente se hacía. Grandemente fue maravillado el Caballero del Sol viendo que por la virtud de tan pocas letras, habían cesado los fuertes golpes de los pesados maços. Pero, porque no le sucediese algún peligro en la tardança, con grande presteza pasó por cima de la cedrina tabla y siguiéndole su escudero; no estaban bien dentro en las obscuras entrañas de la peña, cuando un desemejado salvaje salió al más correr de una cámara que a la una parte de la cueva se hacía y endereçando su correr derecho a la puerta de los maços, saliendo fuera, quitó la tabla de las obscuras letras y, echándola a sus cuestas, la llevó hasta ponerla en la columna como antes estaba. La tabla no fue bien quitada, cuando el ruido se començó en lo hondo del río, en lo bajo de la puente, y los maços se començaron a mover en la manera y con la furia que solían, por tal manera que nadie fuera podía salir. Y el Caballero del Sol fue muy triste por haber tan mal guardado la tabla, pensando que no había otra salida, sino por la puerta de los maços, porque la mina parecía estar tan obscura que parecía no haber en ella alguna salida.

Pero con toda su fatiga allegándose cerca de los maços por ver si podría ver por cuál arte se moviesen, vio cómo por un labrado pozo abajo descendían unas cadenas y unas barras de hierro, las cuales con furor subían unas veces hacia arriba y otras bajaban abajo; y, según el ruido [que] con su continuo movimiento hacían, bien entendió que en bajo de la puente andaba alguna rueda que todo aquello movía.

Ya el fuerte salvaje volvía a la puerta de los malos y, subiendo en el antepecho de la puente, por unas pequeñas gradas se baja y por un secreto lugar pareció dentro en la cueva. Atónito y embobecido el Caballero del Sol de las cosas que veía hacer al salvaje ni sabía qué le hablase ni le ocurría qué preguntarle pudiese. En este medio, el peloso salvaje, con apresurados pasos, a la cámara se va, y como el Caballero del Sol le siguiese por se informar de él de aquellos secretos y del camino, si le había, para pasar adelante, no pudo tanto que no se le encerrase; pero no tardó mucho que no salió armado de muy fuertes pieles y de un acerado yelmo con un escudo de nervios tejidos en su izquierdo braço embraçado y, sin hablar palabra, poniendo mano a un descompasado cuchillo, contra el Caballero del Sol se va, el cual, temiéndose de semejantes acometimientos, siempre andaba a punto y como aquél que en semejantes casos no era perezoso, poniendo mano por su espada y embraçando su escudo, lo sale a recibir, donde tuvo con él una brava contienda ca bien se defendía. Pero como los caballeros y armas fuesen desiguales y la espada del Caballero del Sol muy buena, cortaba en aquellos cueros y nervios tanto que ya casi nada había quedado del nervoso escudo en el belloso braço del fiero salvaje; el cual, como se vido perdido y sin escudo, sus armas despedaçadas y rotas por muchos lugares, fuese retrayendo de poco en poco, disimuladamente, hasta la cámara y, entrándose dentro, con gran presteza cerró la puerta, en tal manera que por mucho que el Caballero del Sol se apresuró, no pudo entrar con él.

Muy enojado fue de sí mesmo por le haber así dejado encerrar, y no cesaba de se reprehender de cuantos descuidos en aquella cueva había cometido y con gran furia, poniendo toda su fuerça, trabajaba por le quebrantar la puerta, pero poco le aprovechaba porque era muy fuerte y bien barrada de gruesas barras de hierro.

Pues como el peloso salvaje conociese que el Caballero del Sol se trabajaba por quebrantarle la cerrada puerta, en esta manera le dice: -Bástete, buen caballero, la mucha honra que aquí has ganado. Conténtate, ca en balde te trabajas que jamás podrás abrir mi puerta, si yo no quiero. Sigue tu camino que ya te digo que en esta cueva no hallarás impedimento alguno, salvo la puerta que está en fin de esta gruta, la cual está fuertemente cerrada. Pero si tú me das la fe de seguro, como buen caballero, yo te acompañaré hasta en el cabo y te la abriré.

El Caballero del Sol, muy contento de la nueva amistad, le prometió el seguro, y el peloso salvaje, desarmándose de sus pieles, salió de la camara y saludó cortesmente al Caballero del Sol y él le tornó las saludes, preguntándole juntamente cómo se llamaba y cuál era el hecho de aquella aventura y por cuál arte los acerados maços se meneaban.

El desfigurado salvaje, mostrando rostro alegre, començó de esta manera: -Sabrás, buen caballero, que yo me llamo Nigromato de las obscuras letras y mi nacimiento fue en una ciudad que ha nombre Polistona, la cual está cabo las montañas, por donde tú pasaste a esta cueva, y como yo fuese de mi nacimiento aficionado a las cosas del campo continuamente me venía a estas montañas a caça de venados y fieras, y, un día, permitiéndolo así mi ventura, [me] encontré en las entrañas de los montes con una vieja mujer, gran sabidora en las mágicas artes, la cual tenía su morada en una cueva que ahí había, y, por ella rogado e importunado, acepté de la tener compañía en su soledad, en pago de lo cual me enseñó cosas maravillosas en su arte. Pues, como esta sabidora en lo último de su vejez fuese arrebatada por la cruel muerte, yo determiné de me volver a mi ciudad y hacer allí mi morada según solía. Mas, como fuese acostumbrado a la soledad, no podía asegurar en la ciudad y, así, vendí lo que tenía y, tornándome a estas montañas, determiné de hacer esto que veis con mi mucho saber y haber, porque quedase alguna memoria de mí y también porque, si a caso alguno bajase por estas montañas, hallase por donde pudiese pasar adelante. Este artificio, que aquí veis, de los maços se rodea con una gran rueda que anda embajo de la puente en lo hondo de este gran río, la cual, movida con la rápida agua, hace menear los maços con gran violencia y fuerça. Pues, como en este puente yo hubiese gastado todo lo que tenía, pareciéndome que sería bien que, pues a mí tanto me había costado, que también sería justo que el que por ella hubiese de pasar pusiese algún trabajo y algo de su entender, acordé de hacer este artificio de maços y poner aquella tabla con aquellas griegas letras con tanta virtud que por ella se hiciese lo que tú has experimentado, aunque mi voluntad es que, si alguno viene y no lo acaba de entender, al fin yo le doy libre el paso y así lo he usado y acostumbrado hacer, y, si con la vuestra merced he tomado esta poca de cuestión, fue por probarme en lo que yo tenía olvidado. Esta es toda la verdad de este hecho, dijo Nigromato.

Hablando en esta sabrosa historia, caminaron el Caballero del Sol y el salvaje, no con mucho trabajo por ser espaciosa y llana aunque con alguna pena por su obscuridad, por aquella cueva hasta que pudieron ver a poco rato la salida por la cual asaz claridad entraba, porque la puerta era de gruesa red de hierro. A la cual llegando, Nigromato con una gruesa llave abrió, la cual salía entre unas ásperas penas de unas deshabitadas sierras.

Despidiéndose el Caballero del Sol del peloso salvaje y rindiéndole muchas gracias por el trabajo de le haber acompañado, tomo el áspero camino sin camino, acompañado de su escudero; por el cual no anduvo mucho, cuando se hallo en un llano, donde estaban unos árboles puestos por buen concierto entre los cuales estaba una muy clara fuente de dulce agua. Allí reposó el Caballero del Sol lo poco que quedaba del día y la siguiente noche, ca bien lo había menester, según el trabajo [que] había pasado en las desiertas montañas.

Capítulo XI

De lo que avino al Caballero del Sol en la plaça de la fuente salvajina con Epirón de la fuente.

Otro día por la mañana, en aquella hora que la clara luz del día con las obscuras tinieblas de la noche traía batalla, el Caballero del Sol continuó el començado viaje por el cual anduvo tanto que, una hora ante[s] de la siguiente noche, llegó a una muy verde y sombrosa floresta, por la cual, como poco hubiese caminado, vino a dar en una espaciosa plaça que en medio de la floresta había, bien cercada de espesos árboles con espinas y çarças entretejidos en tal manera que de fuerte muro parecía estar cercada, en la cual había dos puertas muy estraña y polidamente hechas, no de otra cosa, sino de los mesmos árboles que en manera de un redondo arco, los de la una parte con los de la otra, tejidos y torcidos, estaban. De los torcidos árboles estaba colgado un morado escudo con un verde cordón, con una letra que en esta manera decía:

El amor que está pendiente

con el cordón de esperança

no permite ni consiente

que mi esfuerço muy valiente

tenga quietud ni holgança.

Un poco más abajo, en el mesmo escudo, estaba otro letrero que en esta manera decía:

Si en la plaça defendida,

caballero, entrar quisieres,

perderás lo que trajeres.

Luego que el Caballero del Sol hubo leído los letreros del morado escudo, como gran deseo tuviese de saber las tales cosas y de probar las semejantes aventuras, entró por la puerta de los torcidos árboles en la plaça, cuya entrada las letras del morado escudo defendían.

En medio de ella estaba una cuadrada piedra de claro mármol, de ocho pies de largo y tantos de ancho y alta hasta la rodilla, allanada sobre el verde campo. Sobre esta piedra estaban dos pelosos salvajes de piedra parda, bien al natural tallados, de mediana grandeza, trabados cada uno de los largos cabellos del otro tirando con gran porfía, las cabeças muy inclinadas hacia la mesma piedra donde los pies tenían. Por sus abiertas bocas salían dos caños de muy dulce y clara agua, la cual caía en la marmórea piedra en un espacio que entre los dos en medio estaba cavado a manera de una gran bacía, en cuyo medio había un sumidero por donde la salvajina agua, por un secreto lugar, tornaba a salir de la cercada plaça con un sonoro ruido que en su despedida hacía.

Como todas estas cosas el Caballero del Sol hubiese mirado, descabalgando de su caballo, a una parte de la plaça con su escudero se recoge por reposar y dar descanso a los trabajados miembros. Otro día, al tiempo que el alba rompía, el Caballero del Sol despertó del sabroso sueño con el dulce canto de las aves, ca muchas y diversas había en aquella floresta, así por gozar de aquella suave armonía como por gozar del frescor de la mañana. Con espaciosos pasos el Caballero del Sol va para la salvajina fuente, ca gran sabor había de mirar su estraña hechura, y cuán bien y al propio los dos salvajes se estaban mesando. Estando de esta manera embebecido, oyendo las pajaricas y mirando la muy hermosa fuente, oyó pasos de caballo, y, como la cabeça volviese hacia aquella parte, vio cómo en la plaça había entrado un caballero grande de cuerpo, armado de unas armas pardas sembradas por ellas unas tocas pequeñas. Traía sobre el yelmo una rica toca atada. Venteávasela el muy sabroso aire de la mañana, volviéndola a unas partes y a otras en tal manera que a su gentil continente, meneo y grande apostura mucha gracia ponía. De su cuello pendía un fuerte escudo, el campo pardo, pintada en él la salvajina fuente y una hermosa doncella acostada sobre la mesma fuente, sobre el codo y la mano en la mejilla; el cual, como hubo llegado, en alta voz, contra el Caballero del Sol, en esta manera dice:

-Caballero quebrantador de la ley del morado escudo, deja todo lo que has metido en esta plaça, ca lo tienes perdido, y vete luego tú y tu escudero, si no conmigo eres en la batalla, porque forçadamente has de hacer una de las dos cosas, o irte vergonçosamente dejándolo, o defenderlo venciendo.

-Por cierto, dijo el Caballero del Sol, no sé yo qué razón tenéis de me pedir lo que yo he menester para mi viaje, pues no he cometido algún yerro contra vos. Mas como sea caballero que peregrino por el mundo, tomándome aquí la noche, me fue forçado albergar esta pasada noche en esta plaça.

-Gastar palabras es porfiar otra cosa, dijo el Caballero de la Fuente, porque si tu eres caballero andante y tenías necesidad de tus armas y caballo no debieras entrar en esta plaça, pues por la ley del morado escudo lo tienes perdido, y, pues la quebrantaste, justo es que pagues la pena por ella puesta. Deja ya de perecear y dame tu caballo y esas armas, que muy preciadas parecen, y más, si otra cosa tienes dentro en esta plaça, o ve a cabalgar en tu caballo, que si de grado no lo quieres hacer yo te lo haré dejar en esta plaça por fuerça.

-No dejaré de lo que yo tanta necesidad tengo, dijo el Caballero del Sol, ca grande afrenta y peligro me sería caminar a pie y desarmado por tierras estrañas. Pero, pues tanto deseas la batalla, aguárdame un poco que prestamente seré contigo en el campo.

Diciendo estas palabras el Caballero del Sol, enlaçando su yelmo, cabalgó en su caballo, y, tomando su lança, se va para el Caballero de la Fuente preguntándole por cuál razón le pedía su caballo y armas y le desafiaba a mortal batalla.

-Pláceme de te lo decir, dijo el Caballero de la Fuente, aunque a ello no me mueve necesidad; pero porque sepas que tengo razón de te lo pedir. Sabrás, buen caballero, que, como yo sea señor de esta tierra, muchas veces acostumbro venir a caça a esta floresta, agora y antes que esta plaça y fuente se hiciesen, y conteció que, como un día padeciese gran sed, vine como el corrido ciervo a esta fuente, en la cual hallé una muy bella y apuesta doncella, hija del duque Ditreo, gran señor y mi vecino en la tierra, la cual aquí fue traída por una muy estraña aventura que dejo de contar por no ser prolijo, de cuyos amores yo fui luego preso, y jamás me quiso otorgar su amor debajo de casto matrimonio, ni aun recibirme por su caballero, hasta que hiciese esta plaça y fuente como agora la veis y en la mesma forma ella la pidió, porque de su venida a este lugar quedase memoria, y con tanto que por espacio de un año la guardase, quitando a todos los caballeros todo lo que en esta plaça metiesen. Y pues tú eres caballero, y habrás gustado el veneno del amor y sabes cuánta razón tengo de te lo pedir, déjame tus armas y caballo, ca diez meses ha que guardo esta salvajina plaça y no he visto en ella otro más apuesto caballero ni otras mas galanes armas, y, sino [fuera] por lo que traigo prometido, yo te dejaría ir en paz.

-Pues las mejores armas que has tomado son estas, dijo el Caballero del Sol, razón es que más caro las compres que las otras que no eran de tanto valor. Por tanto, pues tú no me quieres dejar en paz, yo quiero que en la batalla las ganes.

Capítulo XII

De la batalla que hubo el Caballero del Sol con Epirón de la fuente de los salvajes.

Dejando las palabras, los caballeros vinieron a las armas, y tomando de aquella plaça cuanto les pareció que era menester, las lanças bajas, al más correr, se vinieron a encontrar en medio de aquella plaça, de tal poder que las lanças volaron por el aire en menudas pieças, tales y de tanta fuerça fueron los encuentros que, por poco entrambos los caballeros vinieran a tierra. Pero luego que fueron vueltos de los encuentros y afirmados en las sillas, metiendo manos a las espadas, se van el uno para el otro, dándose tales y tan pesados golpes que entre si parecían hacer la música de los herreros. Así anduvieron una gran pieça que jamás tomaron algún descanso, tanto que los caballos andaban tan lasos y cansados que apenas contornearlos podían. En esta hora, sin hablar palabra, se apartaron por dar descanso a los braços, ca muy atormentados de dar y recebir golpes los tenían. No pasó mucho que començaron a mover el uno contra el otro, pero los caballos estaban tan cansados que apenas moverlos podían, así que les fue forçado hacer de ahí adelante su batalla a pie. Descabalgando, pues, a mucha priesa de los caballos, los escudos embraçados, las espadas altas, tornaron a la començada batalla no con menos esfuerço y rigor que al principio, antes como ya el uno del otro estuviesen gravemente enojados, se herían de tan duros y espesos golpes que los escudos eran cortados y las lorigas por muchas partes falsadas. En tal manera que ya los desarmados miembros padecían gran detrimento, sintiendo los acerados filos de las espadas en sus carnes.

Andando en esta porfiosa batalla, no cansando de dar y recibir golpes, el Caballero del Sol miraba cómo podría dar cabo a aquella contienda, ca bien entendía que le era menester su esfuerço, según el caballero de las armas pardas era valiente y esforçado. Echando los ojos contra su enemigo, pudo ver cómo por el muslo izquierdo tenía las armas rotas. Pensando poderlo por allí herir, alçando muy alta la espada, hizo semblante de lo herir sobre el yelmo, y, como el Caballero de la Fuente alçase el escudo por en él recibir el duro golpe, el Caballero del Sol bajó con un mañoso tajo y alcançándole en lo descubierto del muslo le hizo una peligrosa herida, tal que a pocas cayera en tierra.

A esa hora, por la puerta de la salvajina plaça, entró una hermosa doncella, ricamente guarnida y bien acompañada. No [apenas] fue bien vista de los dos caballeros, cuando cada uno se apartó a su parte hasta saber lo que tan alta señora quería mandar. La cual, como hubo llegado, viendo al caballero de las armas pardas, al cual ella por marido esperaba, tan malherido, dijo en esta manera:

-Caballero del Sol, que hayáis ventura, yo soy la que tengo puestas las leyes porque es vuestra batalla, y, pues yo las hice, yo las puedo deshacer. Yo os ruego que dejéis la batalla y os doy licencia que estéis en esta salvajina plaça todo lo que fuere vuestra voluntad, y yo creo que el caballero de las armas pardas ,por mi amor, dejará también la batalla y os dará por libre lo que os tiene pedido.

-Gran yerro haría, dijo el Caballero del Sol, el caballero que no obedeciese mandamiento de tan alta y hermosa doncella, yo soy contento de hacer lo que me es mandado, con tanto que la vuestra merced soltéis la palabra a este caballero que conmigo hace batalla, en tal manera que él no sea tenido a pedir a algún caballero que en esta plaga entrare, cosa alguna, ni lo desafíe. Pero si todavía quisiere guardarla hasta que el año sea cumplido, sea a tal condición que pida solamente justa y no forçada, si no a la voluntad del caballero que en esta plaça entrare y no en otra manera.

-Yo soy contenta de lo así hacer, dijo la noble doncella. Desde agora suelto al caballero la palabra y revoco las condiciones puestas en esta plaça.

El caballero de las armas pardas lo confirmó y prometió de lo ansí guardar y cumplir. Y con importunación rogó al Caballero del Sol que él mantuviese la justa, en tanto que él guarecía de sus heridas y así mesmo se fuese con él a un su castillo que de ahí se parecía por reposar y ser curado de dos pequeñas heridas que tenía.

El Caballero del Sol aceptó su ruego y tomó el cuidado de la guarda de la plaça, y después de haber v apretado la herida al caballero de la plaça salvajina, ayudándolo a cabalgar en su caballo, se van mano a mano al castillo, preguntando el Caballero del Sol al Caballero de la Fuente Salvajina su nombre y el de aquella plaça, pues la causa de su principio ya la sabía.

-Mucho me place, dijo el Caballero de las Armas Pardas, de lo decir. Yo me llamo Epirón de la Salvajina Fuente. Soy hijo de Rieso de la Gran Fama, si algún tiempo oíste decir.

Hablando en estas cosas llegaron al fuerte y hermoso castillo donde, siendo Epirón de la Fuente puesto en un rico lecho, después de ser curado de sus heridas, las tablas fueron puestas a tanto contento del Caballero del Sol por haber cobrado un tal amigo de mortal enemigo, que puesto que muy altamente fue servido, mucho más le parecía a él por haber conocido un caballero tan noble y tan bien acondicionado, ca así parecía que lo amaba como si propio hermano fuera.

De esta manera y con mucho contento estuvo el Caballero del Sol seis días en el castillo de Epirón de la Fuente Salvajina que no vino alguna aventura a la fuente de los salvajes.

Capítulo XIII

De una justa que mantuvo el Caballero del Sol a unos caballeros que vinieron a la plaça de los salvajes.

Ya el sexto día después que el Caballero del Sol hubo la batalla con Epirón de la Fuente era pasado y el séptimo con su nueva luz los campos alumbraba, cuando Silvio, habiendo salido hacia la plaça de los salvajes por tomar el frescor de la mañana, con mucha prisa volvía. Y el Caballero del Sol codiciando saber a qué tan presto volvía, en esta manera le habla.

-¿Qué prisa es esa, Silvio, mi fiel escudero? Señor, dijo Silvio, cuatro caballeros han venido a la fuente de los salvajes, los cuales me demandaron cúya era aquella plaça, y cómo estaba ahí aquella huella de caballos. Esta plaça, dije yo, es de Epirón de la Fuente Salvajina. En ella mantiene justa un caballero estraño a los caballeros que por su voluntad la quisieren, y si las vuestras mercedes quieren, yo lo iré a llamar que en aquel castillo, que de aquí se parece, está.

-En eso nos haréis placer, dijeron los cuatro caballeros.

-Luego yo con la priesa que, señor, veis, me vine para este castillo. La vuestra merced haga como sea servido.

Oído que hubo el Caballero del Sol a su escudero, con mucha priesa se comiença de armar, y tomando licencia de Epirón de la Salvajina Fuente, cabalgando en su caballo, el derecho camino de la salvajina plaça tomó, y, como hubo llegado, yéndose para los caballeros que en torno de la fuente estaban, en esta manera los saluda:

-Dios os salve, caballeros. Perdonad mi tardança, ca si yo supiera de la vuestra venida, yo fuera luego aquí. Si os place de ejercitar la justa, cabalgad en vuestros caballos y ensayarnos hemos un rato.

-Gentil caballero, dijo el que entre ellos principal y señor parecía, vuestras corteses y bien criadas palabras a toda amistad nos convidan, la cual nosotros ganamos en la tener con un tal caballero, pero pues la justa, según me parece, no es forçada entre amigos se puede ejercitar. Por lo cual, yo por mí y por estos caballeros acepto la justa. Pero, decidme, que hayáis ventura, ¿cuántas lanças ha de correr cada uno?

-Tres o cuatro, dijo el Caballero del Sol, más o menos, como quisiere el que la justa pide.

Como estas palabras fueron acabadas, los cuatro caballeros cabalgaron en sus caballos y el primero, que de los otros señor parecía, se va al puesto, el cual era armado de unas armas saldes , ricas a marabilla, partidas con oro. Traía en el escudo una torre y un preso caballero en ella, puesto en una ventana con una gruesa cadena de hierro al cuello. Alançando pues la voz el Caballero de la Torre, dijo:

-Vente para mí, Caballero de las Lunetas, y verás una hermosa justa.

A esa hora, los dos esforçados caballeros se vinieron el uno contra el otro al más correr de los caballos, y topándose en medio de aquella plaça, las lanças fueron partidas en muchas pieças, quedando cada uno en la silla sin hacer revés alguno, y, volviendo con gentil continente, tomaron otras lanças y las pasaron como las primeras; por lo cual, en mucho tuvo el Caballero del Sol al Caballero de la Torre, ca muy diestramente justaba. Así como las segundas lanças fueron quebradas, fueron de las terceras servidos, porque Epirón había ya muchas ahí enviado. Las terceras lanças bajas, se vinieron los dos caballeros el uno contra el otro en la fuerça de sus caballos, y encontrándose en medio de aquel campo, las lanças fueron partidas en menudas rajas y el Caballero de la Torre encontró al Caballero del Sol en el escudo de tal poder que le hizo perder la una estribera, pero el escudo no fue falsado por su gran fortaleza. El Caballero del Sol encontró al Caballero de la Torre de tal poder que le hizo otra ventana en la torre de su escudo, pero el arnés no fue falsado y el caballero hubo perdidos los estribos y el escudo hubo quebradas las embraçaduras y vino a tierra; pero, como el caballero fuese muy diestro, afirmándose presto en la silla y volviéndose contra el Caballero del Sol, en alta voz dijo:

-Fuerte y hermoso caballero, vos habéis justado como uno de los mejores caballeros del mundo y como a tal yo os doy la gloria de ello.

-Puesto, señor caballero, dijo el Caballero del Sol, que la justa esté bien partida, vos señor merecéis el premio de ella.

Y diciendo esto el Caballero del Sol se tornó al puesto, porque ya otro caballero movía para salir a la justa. Sus armas eran blancas, sembrados por ellas unos manojos de oro. En el escudo traía dos enanos de estraña figura con gruesos correones en las manos, con un caballero en medio, desnudo, atado a una columna como que con los açotes los enanos lo herían.

-Guárdate de mi lança, dijo el Caballero de los Enanos al Caballero del Sol, que hiere con cuchilla tajante.

-Guarda bien tus enanos, dijo el Caballero del Sol, porque no te los castigue la mía en pago de la crueldad que cometen contra el caballero atado.

Acabadas estas palabras, movieron el uno contra el otro cuanto los caballos llevarlos podían, y viniéndose a juntar en medio del campo, las lanças fueron quebradas y el Caballero de los Enanos vino a tierra con el arçón de la silla trasero, que fue causa de su caída, así que luego cesó la justa con el Caballero de los Enanos, reyendo mucho sus compañeros de las palabras que había dicho y de cómo le había sucedido.

El tercero, que las mesmas armas que el segundo y cuarto traía, començó de pasar hacia aquella parte donde sus compañeros tenían el puesto, diciendo estas palabras:

-Caballero cortés, no uséis de tanto rigor conmigo ca yo mansamente me quiero haber con la vuestra merced.

-¿Cómo?, dijo el Caballero del Sol, así os responderé.

Diciendo esto y dando de las espuelas a los caballos se vinieron a encontrar en medio del campo, de tal manera que las lanças fueron quebradas y, tomando otras, pasaron como las primeras. Luego fueron servidos de las terceras, con las cuales movieron al más correr de los caballos y, topándose de muy fuertes encuentros, el Caballero de los Enanos hubo el escudo falsado y apenas hubiera caído del caballo, sino fuera socorrido de uno de sus compañeros.

El Caballero del Sol pasó muy recio por él con muy gentil continente.

El cuarto caballero sin hablar palabra se va al puesto y la lança baja, se vino contra el Caballero del Sol, que ya asimesmo iba contra él, y topándose en medio de la salvajina plaça las lanças volaron partidas por el aire. Pero con la gran fuerça de los rigurosos encuentros, los caballos se hicieron atrás tres o cuatro pasos. Tornando pues a la començada justa tomaron otras lanças, y corriendo el uno contra el otro cuanto los caballos llevarlos podían, el Caballero de los Enanos encontró al Caballero del Sol en soslayo del escudo y su lança no fue quebrada. El Caballero del Sol le encontró entre los dos enanos del escudo de tal poder que el Caballero de los Enanos viniera a tierra, sino se abraçara con el cuello del caballo. Vueltos que fueron los caballeros del duro encuentro, tomaron las terceras lanças y movieron el uno para el otro al más correr de los caballos. El Caballero del Sol encontró al Caballero de los Enanos sobre el yelmo y la lança no prendió y quedó sana y el Caballero de los Enanos perdió el encuentro por un corcobo que hizo su caballo en medio de la carrera.

De esta manera se partió la justa con los cuatro caballeros, diciendo el Caballero de los Enanos: Bien lo hemos hecho, Caballero del Sol, por no echar en costa a Epirón de la Salvajina Fuente. De lo cual todos muchos rieron. Luego los cuatro caballeros se querían partir de la Plaça de la Fuente Salvajina, mas el Caballero del Sol les rogó se desarmasen y reposasen y comiesen con él, ca bien menester lo habían todos, lo cual ellos de voluntad aceptaron por hacer placer al Caballero del Sol y dar descanso a sus trabajados cuerpos. Los caballeros fueron desarmados y las mesas fueron paradas sobre el herboso campo, donde fueron bien servidos de lo que Epirón de la Fuente había enviado. Las tablas fueron alçadas y el Caballero del Sol rogó al caballero de las armas saldes le dijese por cuál razón traían aquella divisa de la torre y enanos, ca ganoso era de saber tales y semejantes cosas.

-Pláceme, hermoso caballero, de te lo decir, dijo el Caballero de la Torre. Yo traigo la torre con el caballero preso y estos tres caballeros, que mis primos son, los enanos con el caballero desnudo porque yo tengo un solo hermano el cual como saliese a buscar sus aventuras acertó a llegar en esta tierra, en la cual oyó decir que en el Castillo del Hondo Valle, que XXX millas está de aquí, había dos jayanes, el uno llamado Zuaço y el otro Crozoneo, los cuales mantenían toda soberbia, cautivando los andantes caballeros y forçando las honestas doncellas, y como su intención fuese quitar las tales fuerças y vengar los semejantes agravios, tomó el derecho camino para el Castillo del Hondo Valle, y como muy cerca llegase, siendo visto de los hombres del castillo, fueron los gigantes avisados de su venida y salió el mayor, que Zuaço había por nombre, con el cual después de haber pasado muchas palabras hubo su batalla, en la cual acabó su miserable vida el soberbio y desemejado jayán, quedando mi hermano muy laso y cansado de la batalla y con dos pequeñas heridas. No había bien mi hermano levantándose sobre el muerto gigante Zuaço, cuando llegó el otro, que Crozoneo había por nombre, y lo acometió tan bravamente que, como muy fatigado de la pasada batalla estuviese, después de se haber contra él por más de una hora mantenido en campo en porfiosa contienda, fue vencido por el bravo y sin piedad Crozoneo, el cual mandó a cuatro caballeros de los suyos lo llevasen a la muy fuerte torre del castillo y lo echasen prisiones a los pies y a la garganta, porque muchas muertes muriese en pago de la que al desemejado Zuaço había dado. De aquella torre le sacan cada ocho días al lugar donde fue la batalla en el cual el valiente Crozoneo hizo poner una columna a la cual le atan y con duros correones dos enanos fuertemente le açotan. Por la cual causa que has oído, Caballero del Sol, yo traigo la torre con el caballero preso y estos caballeros los enanos. Después que este hecho vino a nuestros oídos, haciendo estas armas y de ellas armados, salimos de nuestra tierra con propósito de no dejar la demanda ni la divisa hasta sacarle de poder de aquel soberbio gigante o morir en ella.

Gran sabor había el Caballero del Sol de se lo ver contar, ca cuerdo y gracioso caballero era y no con menos gracia sabía decir que en el campo bien justar, aunque mucho le pesó que un tan buen caballero así encarcelado y maltratado por un cruel jayán fuese y sino por lo que había prometido a Epirón de la Fuente Salvajina los acompañara en la demanda y fuera en la deliberación.

Los cuatro caballeros se lo agradecieron mucho, ca eran tan buenos y tan diestros en batallar que no les hacía menester otra ayuda para destruir al gigante y a sus caballeros.

Luego que hubo puesto fin a su hablar el Caballero de la Torre, todos cuatro se despidieron cortésmente, tomando el derecho camino para el Castillo del Hondo Valle.

De esta manera estuvo el Caballero del Sol en la plaça y castillo de Epirón de la Salvajina Fuente por espacio de veinte días, en los cuales hubo muy hermosas justas de buenos caballeros y hermosas invenciones, que aquí se dejan de contar por evitar prolijidad, en cabo de los cuales Epirón de la Fuente fue sano de su herida y recio para tomar armas.

 

Capítulo XIV

De la batalla que hubo entre el Caballero del Sol y Atilonio del Río Sangriento.

Ya que Epirón de la Salvajina Fuente fue bien sano de sus heridas y en disposición de sufrir y ejercitar las armas, el Caballero del Sol, ganoso de continuar su viaje, cada día daba priesa porque Epirón de la Fuente le dejase partir; pero como en aquellos pocos días grande amistad entre los dos hubiese entrado, muy grave se le hacía a Epirón de la Fuente su partida. Ya esta causa de día en día lo dilataba y detenía por tenerlo consigo, pero ya vencido de importunación vino a consentir en la partida.

Después que con mucho pesar del uno y del otro se partió, el Caballero del Sol tornó a su incierto camino. Tres días eran pasados que no le avino cosa que de contar sea. Ya el cuarto, con el encumbrado sol mediaba, cuando el Caballero del Sol començó de entrar y subir por unas muy altas sierras de muy gran maleza por las cuales camino dos días, cuando se hallaba en valles tan hondos, que mirar las altas peñas la vista turbaba, cuando subía tan alto por aquellas altas y arriscadas sierras, que mirar a los hondos valles, la cabeça enflaquecía. Los caballos iban tan cansados y molidos del áspero camino que apenas podían andar adelante. De esta manera el Caballero del Sol, con gran trabajo, pasó por muchos peligros de ríos y de fieros animales que en aquellas montañas había, los cuales, así pasados, se halló cerca de un espacioso valle por el cual pasaba un gran río, y, así como el que con muchos peligros ha navegado con gran deseo y placer de se ver de ellos libre salta en tierra, así el Caballero del Sol, descabalgando de su caballo, se tiende en la herbosa ribera por tomar algún tanto de reposo del trabajo pasado lo que restaba del día, y la siguiente noche albergó ahí a la sombra de unos frescos arboles.

Otro día, ya el sol tornaba por su acostumbrado camino, el Caballero del Sol, cabalgando en su caballo, acompañado de su escudero, començó de andar por el río arriba, y cuando fue alongado un poco de su estancia, vio una hermosa y fuerte fortaleza, cual otra mejor él no había visto, la cual hirmaba sobre la punta de una gran puente que en el gran río había. Y como más cerca llegase, pudo ver un caballero que por la otra parte de la puente llegaba a la fortaleza. El Caballero del Sol, entendiendo que podría ser aquél algún paso defendido, porque el otro caballero no le ganase por la mano, dando de la espuela al caballo, llegó a las puertas de la fortaleza y començó de herir las aldabas fuertemente, pidiendo le dejasen pasar. A esa hora, un bravo gigante, que señor de la casa era, se paró a una gran ventana, que sobre la puerta parecía, al cual el Caballero del Sol, de esta manera dice: -Caballero que hayas ventura, mándame abrir la puerta y dame paso por tu rica puente, ca mucho tengo que hacer de esa otra parte.

Luego la gran bestia, con su ronca voz, dio principio a tales palabras: -di, vil hombre, ¿por qué quiebras esas puertas con tu porfioso golpear, no sabiendo quién está en la fortaleza que te pida estrecha cuenta? Vuelve a leer la letra de aquellas columnas, yo te doy licencia, porque no peques de ignorante, ca yo te digo que si las ves que no tornarás a dar más golpes en las puertas que no te lo han merecido.

-Mándame abrir, gigante, dijo el Caballero del Sol, que poco me aprovecha leer la letra de las columnas para lo que yo de esa parte tengo de hacer.

-Espera, no huyas, con espantoso semblante dijo el desemejado gigante, que pues tu quieres pasar por mi puente, yo te bajaré a abrir a puerta.

A esa hora llegó al gigante uno de sus hombres, diciendo cómo otro caballero llamaba a la puerta de la otra parte de la fortaleza. -De habla vienen hechos estos falsos caballeros, dijo el valiente ante. Piensan que ya me tienen en el lazo, como si yo no bastase hacer pedaços de una docena tales como ellos. Anda, dile que atienda un poco, que no hallas la llave, mientras yo traigo este otro a la prisión.

Diciendo esto, se fue para dentro y en breve salió de la fortaleza armado de muy lucientes hojas de acero. Sobre ellas vestía un muy fuerte y acerado peto. En su cabeça traía un luciente yelmo con un descompasado escudo echado a las espaldas. De esta manera, cabalgando sobre un gran caballo, el fiero gigante de su fortaleza al campo sale.

El Caballero del Sol, que algún tanto afuera se había tirado, yéndose para el gigante, de esta manera le dice: -Paréceme, gigante, que no me quieres dejar pasar sin batalla.

-¡Oh, cuitado caballero!, dijo el bravo jayán, bien te podrás loar si algún tiempo de mi prisión salieres, que, estando en campo con Atilonio del Río Sangriento, osaste delante de él hablar. Vente para mí, que yo te haré volar sin alas.

Estas palabras acabadas, tomando del campo lo que les pareció, se fueron el uno contra el otro en la furia y fuerça de los caballos, las lanças bajas. Pero el bravo gigante perdió el encuentro porque su caballo, premiado con el peso del disforme gigante, tropeçó en medio de la carrera y por poco vinieran entrambos a tierra, mas el jayán como era muy diestro, hirmando la lança en tierra, escusando su caída juntamente con la del caballo, la lança fue quebrada en dos partes.

A esa hora, el Caballero del Sol no estaba despacio, ca, llegando, lo encontró entre el peto y las fuertes fojas de azero en descubierto del escudo de tal poder que malamente lo llagó en el costado izquierdo y, si la lança no quebrara, Atilonio no esperara otro encuentro en campo. Pues como aquella fiera se sintió malherida, bramando con gran furia, se volvió contra el Caballero del Sol, dando grandes palos a su caballo con lo que de la lança le había quedado. Y como el Caballero del Sol viese que mucha sangre perdía, andábase guardando de sus duros golpes, hiriéndole de su espada cuando a su salvo hacerlo podía, porque, vertiendo la sangre, perdiese la fuerça. En poco espacio andaba el gigante tan laso por la mucha sangre que había perdido que a pocas cayera del caballo. Como el Caballero del Sol bien conociese su flaqueza, yéndose contra él, lo hirió de dos grandes golpes, tanto que lo hizo caer sobre el cuello del caballo y, arremetiendo de presto, lo empujo y dio con él del caballo abajo tan desacordado como si muerto fuese. No fue perezoso, que, saltando de la silla en el verde campo, fue sobre él y, quitándole el yelmo, vio en la color ser mortal y, mirándole la herida, pudo ver cómo le pasaba a lo hueco por bajo de la tetilla izquierda, por la cual reciamente soplaba, echando borbollones de negra sangre, en tal manera que en breve espacio fue muerto.

Gran placer mostraban los [del] castillo por la muerte de Atilonio del Río Sangriento, ca todos lo servían contra su voluntad por ser él follón y cruel.

Luego que la batalla fue partida, por la muerte de Atilonio, acordándose el Caballero del Sol de las columnas, fue a ver lo que en ella[s] estaba escrito, y, como a ellas hubo llegado, vio eran doce columnas delgadas hasta los hombros. Encima de ellas estaba una piedra de llano, redonda como una gran rueda. Sobre ésta estaba Atilonio, hecho de una piedra vermeja, desarmando a un caballero que en bajo de sus rodillas tenía. En torno de la redonda piedra estaban escritas unas letras que decían: Guárdate, caballero, de llamar a esta fortaleza, porque en ella está Atilonio del Río Sangriento que hará de ti sacrificio a sus dioses. Luego que las letras hubo leído, fuese contra la fortaleza, y, como de los servidores del gigante fue visto, las puertas fueron abiertas con grandes vozes que daban, diciendo: Bien venga el esforçado Caballero del Sol que nos ha librado del cautiverio del muy soberbio Atilonio del Río Sangriento.

No fue bien dentro en la fortaleza el Caballero del Sol, cuando los caballeros de la fortaleza, que de la Puente Vedada había nombre, veniéndose para él, le entregaron las llaves, recibiéndolo por señor con aquella reverencia que a Atilonio solían hacer, pero como el Caballero del Sol no hubiese olvidado al caballero que a la otra puerta estaba cansado de dar vozes, mando que luego fuese abierto y que de allí adelante libremente dejasen pasar a cuántos fuesen y viniesen, con tanto que, si caballeros fuesen, pasasen uno a uno o dos a dos, porque podrían venir algunos parientes del jayán y cometer alguna traición.

Capítulo XV

De la batalla que hubieron el Caballero del Sol y el caballero que llamaba de la parte de la puente.

Luego que la puerta de la torre que estaba sobre la puente fue abierta, entrando por la puerta el caballero que ahí esperaba, fue para el Caballero del Sol, armado de unas armas celestes con un muy fuerte escudo blanco, entallados en él dos caballeros del color de sus armas, armados y trabados de las manos. Tenían un letrero que por cima de las cabeças estaba escrito, cuyas palabras eran éstas:

Los bienes que la fortuna

a ojos ciegos suele dar

los que fueron de la cuna

dos cuerpos y alma una

entre sí han comunicar.

Sobre sus pechos tenían escritos sus propios nombres, cubiertos con unas sutiles portecicas. El cual, como ante el Caballero del Sol llegase, dijo así:

-Caballero, bien sabes que, ante que llegases a esta fortaleza, yo había llamado a la puerta de la torre, y, pues yo primero pedí el paso y la batalla, a mí convenía tomarla primero con el jayán, porque según disponen las leyes, el que es primero en tiempo es primero en derecho, y cuando yo faltara, o muriera en ella, quedara asaz tiempo para hacer la vuestra, y, pues así no lo habéis querido guardar, yo os desafío mortalmente y os doy este guante en señal y gaje. Diciendo esto el caballero estraño, sin aguardar respuesta, se salió al campo donde había sido la batalla entre el Caballero del Sol y el gigante Atilonio.

Pues como el Caballero del Sol viese que no podía escusar la batalla, puesto que conociese que el caballero estraño no tenía razón para le desafiar, tornó otra vez al campo, aunque bien cansado de la batalla pasada y, yéndose para el caballero estraño, estas palabras le dice:

-Caballero que hayáis ventura, id vuestro camino, pues el paso que os doy desembaraçado, y dejad la batalla, pues os falta razón para la pedir y a mi no me faltan fuerças para me defender y, aunque me faltasen, no me falta ánimo para morir.

Muy rebelde estaba con todo esto el caballero estraño, diciendo al Caballero del Sol:

-Aparéjate de yelmo y escudo y lança, sino así como estás te acometeré.

No fueron bien oídas estas palabras por el Caballero del Sol, cuando, pidiendo su escudo y lança y enlazando su yelmo, tomó del campo lo que le pareció ca ya su enemigo su parte tenía. Sin más hablar palabras, se vinieron el uno contra el otro, las lanças bajas, con la furia de los caballos, dándose tales encuentros que, desacordados, cayeron sobre los arçones de las sillas y por poco vinieran entrambos a tierra, pero como los caballos eran muy diestros, como pasaron los encuentros, estuvieron quedos, tanto que hubo espacio de volver en su acuerdo.

Muy maravillado fue el Caballero del Sol de ver tan fuerte encuentro como había recibido, pensando qué caballero podría ser aquél que tan diestramente hería de la lança. Y parecióle que podría ser el valiente Floramante, agora nuevamente nombrado, o el bastardo animal, Vitoraldo por nombre, su hermano.

Pensando que estaba en esto el Caballero del Sol, ya el caballero de las armas azules venía, la espada alta, por le herir sobre el yelmo, pero, dando de la espuela al caballo, le hizo perder el golpe y, poniendo mano a su espada, volvió contra él, donde se començaron de herir de tantos y tan grandes y espesos golpes que, haciéndose inclinar las cabeças hasta los arçones delanteros, vivo fuego sacaban de los acerados yelmos. Gran rato anduvieron en esta porfiosa batalla que no se conocía mejoría de la una parte a la otra.

A esa hora el Caballero de las Armas Azules dijo al Caballero del Sol:

-Esforçado caballero, si os place hagamos nuestra batalla a pie, pues a caballo no la podemos dar cima.

-A mí place de hacer lo que pedís, dijo el Caballero del Sol.

Diciendo esto, los dos saltaron en tierra y, apretadas las espadas en las manos, los escudos embraçados, se va el uno para el otro, donde se començó otra lid no menos peligrosa que la pasada, hiriéndose de tan fuertes y grandes golpes que si no [fuera] por las armas, que muy buenas eran, padecieran gran daño en las personas. Pero, con todo eso, el Caballero de las Azules Armas estaba herido de dos pequeñas heridas y el Caballero del Sol de una. Muy enojado el Caballero del Sol de ver que la batalla tanto duraba, echó el escudo a las espaldas y tomando la espada a dos manos fue contra el Caballero de las Armas Azules por le herir sobre el luciente y resplandeciente yelmo, el cual de aquel golpe fuera falsado si el Caballero de las Armas Azules, viéndole venir, no se cubriera de su muy recio y fuerte escudo, y fue tal que, quebrantados los gonces de las portecicas de los secretos nombres, cayeron en tierra y los nombres quedaron descubiertos.

Como el Caballero del Sol viese aquel secreto abierto y el caballero estuviese algo aturdido del pesado golpe, deseando saber lo que se contenía en las letras, llegándose a él, leyó su propio nombre y el del caballero que con él hacía batalla, de lo cual mucho fue maravillado, ca era el mayor amigo que él jamás había tenido, y no se pudo tanto sufrir que no entrase con él y lo tomase entre sus armados braços. Y a todo esto el Caballero de las Azules Armas estuvo quedo porque bien sentía que su contrario había leído los secretos de su escudo. Ni el Caballero del Sol, con la crecida alegría, sabía qué le preguntar, ni el de las Armas Azules qué le decir. Ya que el sobresaltado gozo dio lugar a la lengua que hablase, el Caballero del Sol así dijo: -Oh, mi señor y amigo Pelio Roseo, qué yerro ha sido éste tan grande que yo no os conociese siquiera en el herir de la lança. Perdonad a este vuestro amigo que gravamente tiene errado contra vos.

-Yo soy el que he pecado, dijo Pelio Roseo, porque, conociéndoos por mi señor, he querido probar vuestra gran caballería, por lo cual yo pido el perdón.

Hablando en estas y otras cortesías se fueron mano a mano, como estaban en el escudo del Caballero de las Azules Armas, a la fortaleza, preguntándole el Caballero del Sol de su camino y por cuál razón traía aquellas figuras en su escudo.

-Bien sabéis, señor caballero, que ha cuatro años que partí de la corte de España a buscar mi ventura. Pues como en esta tierra llegase, enamoréme de una doncella que de gran tierra era señora, por la cual pasé mucha fatiga y grandes trabajos de armas por la defender su tierra. Pero al fin, en pago de mis servicios, me escogió por marido, así que me fue forçado amar esta tierra y dejar la de España, aunque, acordándome de nuestra estrecha amistad, cada día me crecía mayor deseo de os ir a visitar y continuamente importunaba a mi mujer me diese licencia para me ir algunos días a España, la cual, puesto que muchos días me detuviese, pero al fin, conociendo mi deseo, me la dio; luego hice hacer estas armas en las cuales hice poner aquél que yo por verdadero amigo amaba e iba a buscar, y ha sido tal mi ventura, que tan presto yo os haya hallado donde yo quise confirmar con batalla la amistad que la antigua conversación y experiencia había aprobado, y pues yo no buscaba otra [persona en] España sino a la vuestra merced. De aquí nos vamos a un mi castillo que treinta millas está de aquí, donde os deseo hacer el servicio que yo esperaba recibir, como merced de vuestra mano, en España.

Hablando en estas cosas entraron en la fortaleza de la Puente Vedada, donde fueron puestos en ricos lechos, no tanto para ser curados cuanto para descansar del trabajo pasado. Y ahí fueron curados de las pequeñas heridas y servidos cumplidamente de todo lo necesario.

Como el Caballero del Sol entendió que aquella fortaleza convenía para Pelio Roseo, por estar cerca de su tierra y porque él la podría bien sustentar, hizo a los caballeros que lo tomasen por señor, de lo cual ellos muchos se holgaron porque ya tenían en aquella tierra conocida su bondad y su grande esfuerço.

Ya que los dos caballeros estaban en disposición de sufrir el peso y trabajo de las armas, poniendo Pelio Roseo un alcaide que de sus vasallos había embiado a llamar, se partieron los dos amigos para un su Castillo que del Miradero se llamaba, y el Caballero del Sol holgó de hacer aquella jornada por ver la tierra de Pelio Roseo y holgarse con él y darle placer y contento, pues él tan de voluntad le iba a buscar, y así mesmo porque el pensamiento le decía que aquélla era la solitaria tierra que para su descanso y ventura buscaba.

 

Capítulo XVI

Cómo el Caballero del Sol halló la solitaria tierra que en su imaginación y sueño se le había representado.

Dejando proveído todo lo necesario para la guarda de la fortaleza de la Puente Vedada, o del Río Sangriento, que así se llamaba, porque el agua que por él corría parecía sangre, no porque ella fuese de tal color, salvo porque la tierra por do corría era vermeja y hacía la agua a su color, y sacada de allí era buena y clara, y por esto se llamaba el Río Sangriento, y el gigante, Atilonio del Río Sangriento.

El Caballero del Sol y Pelio Roseo se partieron para el Castillo del Miradero a hora de tercia y anduvieron tanto que fueron a albergar esa noche en una floresta, cabo una fuente de muy clara y dulce agua. Otro día, al tiempo que el dorado sol sus nuevos rayos por la espaciosa tierra tendía, tornando a su començado camino, llegaron a vista del Castillo del Miradero a las tres horas del día, el cual tan hermoso parecía, por ser muy bien obrado de muy buena cantería, con los claros rayos del ferviente sol, que de frente le daban, que otra cosa mejor ni más obrada el Caballero del Sol jamás había visto. Su asiento era sobre unas peñas tan altas que los ojos desfallecían mirando cosa tan arriscada. En torno había, sobre aquellas peñas, grande espesura de muy buenos, fructíferos olorosos árboles de muy estraña manera. En torno de la muy alta peña del castillo había tantos riscos y montes y quiebras, derrumiadas y cuevas, unos pegados con otros y todos con la peña del castillo y tan llenas de maleza y espesura que, los que largo tiempo habían habitado el castillo, no podían acabar de saber tantas particularidades, cuevas y escondrijos, enramadas como en aquellas peñas había y muchas veces se perdían por ellas, dado que muy continuadas las tuviesen.

Por bajo de aquellas peñas pasaba un gran río en el cual había dos puentes por donde pasaban a la parte del castillo. En las puentes había dos fuertes torres, las cuales guardaban dos caballeros por mandado de Pelio Roseo, ca por ninguna parte podían pasar a os altos montes del castillo sino por ellas. Y estando las puentes guardadas, el castillo estaba seguro. Ribera del gran río había grandes florestas y muchas espesuras en las cuales había todo género de caça de fieras en las florestas y de peces en el río.

Mirando el Caballero del Sol y notando todas estas cosas, los dos caballos subieron por una senda con algo de trabajo porque la subida iba contorneando alrededor de la peña del castillo. Pero, como el Caballero del Sol fuese embebecido viendo tan deleitosa tierra tan sola de hombres y poblada de aves y fieras, con otros tímidos animales, cuando no pensó, se halló ante las puertas del castillo, de cuya estrañeza y fortaleza tanto fue maravillado que gran sabor había de le mirar. Entrando, pues, en el castillo, lo primero que el Caballero hizo en descabalgando, después de haber visitado y hablado a la muger de Pelio Roseo, fue subir a la muy alta torre del miradero y como de allí mirase todo el castillo y viese las peñas y conociese los árboles y contemplase las espesuras y quiebras y muchas cuevas y el río y las florestas, los montes y las malezas, claramente conoció ser aquella la tierra y soledad por él deseada y buscada, cuya traça y retrato él traía en su entendimiento. De lo cual, tanto fue alegre, por saber que ya sus trabajos eran llegados al medio, que de placer tomó un laúd y començó de cantar esta nueva canción.

Afloja ya la congoja

que cansaba los sentidos

deseando,

pues la vida trabajosa

rodeando mil caminos

y buscando

el lugar soñado y solo,

el orbe todo cercando

con cuidado

sin alguna fraude y dolo

mi proprio cuerpo domando

he hallado.

Capítulo XVII

Cómo el Caballero del Sol buscaba la Cueva de la Puerta Labrada y cómo por no la hallar era muy triste.

Muchos días estuvo el Caballero del Sol en aquel deleitoso castillo que en otra cosa no entendía sino en pasear por aquellas peñas y mirar los sombrosos árboles, rodear las espesuras y entrar en las cuevas, ca muchas y de muchas maneras había. Pero en todas hallaba presto el cabo. Unas veces salía armado de sus fuertes armas, otras veces salía de caça con frecha y aljaba. Muchas veces, solo por aquellos campos, se paraba a pensar si sería aquella la tierra por él imaginada y soñada, y le parecía que solamente en una cosa se diferenciaba aquella solitaria tierra de la que a él se le había representado y era que en ella no hallaba una cueva cuya puerta era labrada de estraña cantería de diversas figuras, en que había de hallar y acabar muchas cosas maravillosas y en que había de sufrir grandes trabajos, según a él, como por sueños, le había sido revelado, y cuanto más él se trabajaba en la buscar entre aquellas espesuras, tanto más se le alejaba la esperança de la hallar. Por la cual, era tan triste, que jamás entraba alegría en su pensativo coraçón.

Pues como Pelio Roseo en tal manera viese triste al Caballero del Sol no sabía qué pasatiempos le buscar para quitarle la tristeza y no cesaba de le preguntar e importunar por cuál razón andaba tan pensativo y por qué era tan amigo de la tristeza, pues que hasta allí no lo solía ser. El Caballero del Sol, deseándose encubrir, decía que no era otra cosa sino que le tentaba la tierra; y con esto no cesaba de salir continuamente solo, todo armado, por aquellas monstruosas peñas a buscar la muy deseada cueva.

Pero como muchos días hubiese gastado en la buscar y no la pudiese hallar, muchas vezes pensaba que no era aquella tierra verdaderamente la soledad que él buscaba, puesto que mucho la pareciese, y por esto se quiso partir de ella en busca de la otra. Todavía quiso primero preguntar a Pelio Roseo si sabía de aquella cueva o si de ella había oído decir, y un día, paseando por delante del castillo, començó de hablar en los secretos de aquellas montañas, porque cuando le viniese a preguntar por la Cueva de la Labrada Puerta no entendiese por cuál razón lo preguntaba. Después de le haber Pelio Roseo descubierto grandes maravillas y secretos que de cada día hallaban por aquellas espesuras, el Caballero del Sol de esta manera començó de decir:

-Señor Pelio Roseo, ¿es verdad que en estas montañas hay una cueva muy escondida, cuya entrada es muy bien obrada de cantería de muchas figuras?

-Jamás vi tal cueva, dijo Pelio Roseo, ni de ella oí decir. Una cosa es cierta, que de cada día se descubren cuevas no vistas y, al más viejo, en ellas le acontecen más novedades.

Con estas palabras la tristeza se dobló al Caballero del Sol, aunque todavía le quedó una esperança por saber que aún había cuevas que a los muy antiguos en el castillo no estaban descubiertas, y pensó entre sí que podría él, con trabajo, hallar lo que los otros con descuido no buscaban. Así que, con más confiança que de antes, salía el Caballero del Sol cada día por aquellos cerros y por aquellas quebrantadas y enramadas bien armado, trabajándose mucho por entrar en aquellos secretos lugares do era lo más espeso y nunca andado, ni rompido, y con todo eso no podía hallar aquella labrada puerta y tampoco se maravillaba, porque conocía haber tanta maleza que, no los pocos días que él había trabajado eran menester para la hallar, pero aún muchos meses y aún años.

Un día, como algo tarde el Caballero del Sol muy fatigado viniese al castillo, Pelio Roseo, saliéndole a recibir, los braços abiertos, le dice en esta manera: -¿Dónde venís y qué buscáis, mi grande amigo, por estas montañas cada día? ¿Por qué no me queréis llevar en vuestra compañía?

-No busco otra cosa sino soledad, dijo el Caballero del Sol, y, por tanto, voy solo, ca el deseo de saber si hay algún secreto en estas espesuras me hace salir cada día armado a andar por ellas.

Conociendo Pelio Roseo la gran soledad y tristeza del Caballero del Sol, por le dar algún solaz, concertó otro día caça para la floresta de esa parte del río, y rogó al Caballero del Sol fuese en ella, y él lo acepto.

Capítulo XVIII

De una caça que concertó Pelio Roseo por dar placer al Caballero del Sol.

Otro día, cuando la hermosa y fresca aurora su pálido gesto al mundo mostraba, salieron cabalgando del Castillo del Miradero el Caballero del Sol y Pelio Roseo bien acompañados de monteros, con armas y hábitos de monte, llevando muchas redes y perros sabuesos, lebreles y otros de rastro, ca muchos y muy buenos los había en el castillo, porque Pelio Roseo en otra cosa no pasaba tiempo en aquel desierto sino en correr ciervos, pelear con los leones, matar osos, caçar fieras. Cuando de este género de caça estaba enojado, iba a volar aves a la ribera. De esto había allí gran pasatiempo, ca bien proveídas estaban las espesuras de fieros animales, las florestas de aves y el río de pescado. Tanto que hubieron pasado la puente, las redes estaban paradas. Començaron de soltar los perros y, como por el bosque començaron de andar, un caçador, que primero había salido, vino adelante y guió al Caballero del Sol y a Pelio Roseo hacia la parte donde había la caça, porque otro día ante la había ojeado. Y como hubieron llegado a aquel lugar, donde la caça la noche ante se había recogido, los monteros se pusieron en sus aradas con sus lebreles y venablos. Esto así ordenado, los de caballo entraron en aquel lugar donde la caça estaba encerrada y, como soltaron los perros de rastro, prestamente levantaron de entre unas espesas matas un bravo león, el cual hizo su huida hacia aquella parte donde Pelio Roseo andaba y, como diestro fuese en la caça, paróse a la senda que el león había tomado y atendiéndole hasta que cerca llegó, como vido tiempo, arrojóle el venablo de tal poder que por la una espalda a la otra le atravesó, de lo cual el Caballero del Sol fue muy espantado viendo tan estraño golpe y tan cierto tiro. No había Pelio Roseo bien sacado el venablo del muerto león, cuando los perros de una espesura levantaron tres osos, de los cuales uno siguió Pelio Roseo y el otro el Caballero del Sol. El tercero, que pequeño y nuevo era, presto fue muerto de los monteros y perros. Con gran priesa fue el Caballero del Sol en seguimiento del grande oso, que a su parada había venido, hasta llegar a las redes que por aquel estrecho tendidas estaban. Pero, como el bravo oso conoció que adelante no podía pasar, con gran furia volvió contra el Caballero del Sol, ca en tal estrecho estaban que no se podían pasar sin encuentro, y el Caballero del Sol, puesto en tal necesidad corrió a su esforçado coraçón y arremetió a toda furia contra el oso por le derribar con los pechos del caballo y lo herir con su venablo, y puesto que entre los pechos le hiriese, pero el caballo se embaraçó en él de tal manera que arrodilló sobre el oso y cayó, así que fue forçado el Caballero del Sol [a] salir de él y defenderse a pie de su enemigo. Pues como el oso a pie lo vido, vase contra él, mas el Caballero del Sol lo recibe atravesándole con el venablo por los pechos y poniendo mano por un alfanje, le hiere de un gran golpe sobre los ojos, de modo que luego vino a tierra muerto. Estando sacando su venablo y limpiando su preciado alfanje, llegó su escudero, que el caballo le traía y, tornando a cabalgar, fue en busca de Pelio Roseo, y como le hubo hallado, preguntóle qué se había hecho del oso que había seguido. Perdióseme, dijo Pelio Roseo, en una maleza donde no pudo entrar mi caballo.

A esa hora ya un criado traía sobre una azémila el oso que el Caballero del Sol había muerto. Pelio Roseo se maravilló de ver tan gran cosa, con el león y dos jabalíes que los monteros y perros habían muerto. Esto era ya a hora que la obscura noche con sus hórridas tinieblas los amenazaba. Con mucha alegría tomaron el camino del Castillo del Miradero, donde las mesas fueron puestas y, tanto que las tablas fueron alçadas, cada uno se recogió a su aposento por dar descanso a los trabajados cuerpos.

Otro día adelante salieron a la ribera, donde volaron muchas garças y otras aves muy diversas, y no fue de menos placer y regocijo esta caça que la del monte o floresta. De esta manera pasó el Caballero del Sol algunos días, ca unas veces iban a caçar fieras, otras a volar aves, otras barqueaban por el hondo río, mirando cómo los criados pescaban muchos peces con diversas redes que para ello había en el castillo. Pero con todo esto el Caballero del Sol no ponía en olvido de buscar la escondida cueva.

Capítulo XIX

Cómo el Caballero del Sol halló la escondida Cueva de la Labrada Puerta que tantos trabajos le había costado.

Muchos días había que el Caballero del Sol estaba en el Castillo del Miradero que en otra cosa no se ejercitaban él y Pelio Roseo, sino en matar osos, pelear con los muy bravos leones, correr javalinas, caçar ciervos, corços y gamos y en salir a la ribera y volar garças y otras aves; cuando, tornando sobre sí, el Caballero del Sol conoció que, olvidado de lo que debía hacer, había quince días que con estos pasatiempos y otras ocupaciones que en el castillo tenía no había salido a buscar la deseada cueva; por lo cual, reprehendiendo su negligencia, de su descuido muy enojado, acordó de salir armado de sus armas a buscar la muy buscada y no hallada cueva con propósito de no dejar la demanda hasta la hallar o haber rodeado y penetrado todas las espesuras y secretos lugares de aquella montaña, aunque, por ser aquel día tarde, lo dejó para el siguiente día, quedando con tanta voluntad de salir a rodear aquellas peñas que, pensando en semejantes cosas y tornando a la memoria todo lo que hasta aquel tiempo por él había pasado, y rogando al alto Dador de las cosas le mostrase la muy secreta Cueva de la Labrada Puerta, por toda la noche ni asosegó, ni durmió sueño; antes cada hora estaba esperando la clara luz de la mañana con gran deseo de se ver ya en la demanda. Reprehendía al reloj porque tan espaciosos hacia sus puntos y curso y tan largas y prolijas sus horas. Increpaba al sol, porque tanto tardaba en salir a alumbrar las obscuras tinieblas. Rogaba a la luna y a las estrellas que con presteza y velocidad cumpliesen y acabasen su acostumbrado curso, dando lugar a la deseada luz diurna.

Luego que la deseada mañana començó a extender por el vasto cielo sus pálidos rayos, con el insaciable deseo que el Caballero del Sol tenía, dio voces a su escudero, pidiéndole con mucha priesa le diese de vestir y le aparejase las armas, lo cual luego fue hecho y siendo de ellas armado, tomo dos bocados de conserva y, envolviendo un gran pedaço en un pañizuelo, salió así armado a pie del castillo solo como lo tenía de costumbre, y tomando entre unas espesas matas hacia aquella parte que los dorados rayos del muy claro sol venían.

Anduvo tanto, buscando a unas partes y a otras, pasando por cuevas grandes y pequeñas que en ninguna quería entrar, conociendo que no había en ellas la que él buscaba, que de muy cansado a hora de medio día se sentó entre unas espesas matas por dar descanso a los trabajados miembros, ca muy fatigado andaba con el peso de las armas, donde tomó un poco de la conserva que traía por recobrar el esfuerço y desechar el cansancio y trabajo.

Luego que hubo reposado, tornando con no vencido ánimo a lo començado y entrando por entre unas muy espesas matas, tanta era la maleza que de ahí adelante había y tan enredadas y tejidas estaban unas matas con otras y unos árboles con otros, que con mucho trabajo apartando ramas y cortando con su espada, porfiando por pasar adelante, a veces rastrando, a veces las manos por tierra, hizo tanto y pudo tanto que vino a salir a una quiebra hecha a manera de mina, el suelo pedrado de piedras grandes y no labradas con unos esmanaderos hacia la una parte por donde el agua llovediza se colaba. De la una parte a la otra había unos riscos y peñascos altos, sobre las cumbres de ellos y entre ellos había tantos árboles y espesura que, como muy juntos los de la una parte con los de la otra estuviesen, los unos se abraçaban con los otros y las unas ramas de los de la una parte se torcían con las ramas de los de la otra parte por encima de la quiebra, en tal manera que a penas la luz del muy claro día podía penetrar y pasar a lo más bajo de la honda quiebra.

Aunque muy trabajado, a la boca de esta empedrada quiebra llégase el Caballero del Sol, pero con el gran deseo que llevaba de saber los secretos que ahí había, anduvo tanto por ella que en poco espacio llegó a una clara y dulce fuente que por dos bocas de leones de azófar salía, las cuales estaban encajadas y plomadas en una gran piedra que en la viva peña bien asentada y labrada estaba. De ahí caía la dulce agua en otra piedra, que en sí una oquedad contenía con un secreto sumidero por el cual el agua se despedía haciendo un sonoroso ruido a manera del cantar de la rana.

Pues como el Caballero del Sol a la deseada fuente hubiese llegado, arrimándose a ella por descansar del trabajo, quitó el yelmo y lavó las manos y cara, como una pieça hubo reposado, luego que començó de tender los pasos y ojos adelante por la encerrada quiebra, pudo ver una puerta en lo último de la quiebra, asaz grande y maravillosamente obrada de una muy blanca y excelente piedra. En esta gran portada había muchas figuras de media talla, así de salvajes como de fieras. Los salvajes peleaban con las fieras y las fieras luchaban con los salvajes. Era cosa tan estraña de ver, la mucha diversidad de animales y su gran fiereza y la postura de los pelosos salvajes que, como atónito, estuvo una pieça el Caballero del Sol mirando su mucha perfección y la sutileza y claro ingenio del maestro que lo labró. Las puertas con que se cerraba eran de dos colores. La de la mano derecha era toda blanca y sus clavos verdes y ricamente labrados. La de la mano izquierda era amarilla y sus clavos negros. Sobre la muy excelente portada estaba un letrero que decía:

La lucha muy porfiosa

entre el salvaje y la fiera

no da a entender otra cosa

sino la lid peligrosa

que al vicio y virtud encierra.

En las puertas había otra letra que decía en esta manera:


Las dos puertas bien labradas

declaran con su color

las dos vidas señaladas

de los humanos usadas,

la muy buena y la peor.

 

Capítulo XX

De lo que avino al Caballero del Sol con el Príncipe del Sueño.

Tanto estuvo embobecido el Caballero del Sol notando estas cosas, que ya las obscuras tinieblas de la cercana noche las tierras rodeaban. Lo cual como viese, después que de su desacuerdo hubo tornado, acordó de no probar esa noche a abrir las cerradas puertas; ante, dejándolo para el siguiente día, cortó con su espada rama de aquellos árboles, que con sus frutas mantenimiento le habían dado, con la cual hizo un lecho entre la labrada puerta y la clara fuente en el cual estuvo gran pieça de la noche pensando cómo se había movido a seguir su incierta imaginación y cómo, trabajando y buscando, había salido verdadera. juntamente con esto, volvía en su pensamiento por cuál manera podría abrir las muy fuertes y cerradas puertas y qué podría ser lo que había en aquella deseada cueva, ca, según la apariencia de fuera, maravillosas cosas y grandes aventuras había de haber dentro. Pero como la pasada noche no hubiese dormido, con semejantes pensamientos desvelado, vencido del sueño, de sus armas blancas de las lunas y el sol armado, quedó sobre aquellas muy verdes y frescas ramas adormido.

No fue bien del trabajado sueño vencido, cuando le pareció como que oía entre aquellas espesas y altas ramas una muy suave música de muchas y diversas aves conocidas y no conocidas. Luego que las aves volaron en diversas partes, se començó otra música de instrumentos tan dulce y tan suave que gran sabor era de la oír. Y como los instrumentos cesaron de hacer su muy suave y dulce son, se començó una tan dulce y acordada melodía de voces que, no humanas, mas divinas parecían. Al tiempo que más atento estaba el Caballero del Sol oyendo aquella tan dulce suavidad de las concertadas voces, se començó un terremoto tan grande que, cesando aquella tan dulce y suave música, la quiebra, juntamente con la Labrada Puerta, se querían hundir, y con todo esto el Caballero del Sol no despertaba, tan pesado sueño le había rodeado.

Rato había que el terremoto duraba, cuando, con muy grande estampido, las muy hermosas puertas de la labrada cueva fueron abiertas, por las cuales salió un pequeño carro, que cuatro hacaneas bayas le tiraban, bien atoldado a manera de una rica cama de campo con sus cuatro columnas a las cuatro esquinas de muy preciada madera y muy ricas cortinas de fina grana, bordadas, por ellas de seda amarilla, muchos hombres dormidos, unos sobre los libros, otros sobre los yelmos, otros escribiendo, otros sobre las mieses del campo y otros en ricos lechos y de otras muchas y diversas maneras. Sobre todo, en lo más alto, tenía un pequeño pendón de raso, colorado y amarillo, con una letra que ansí decía:

El señor de aqueste carro

se llama por propio nombre

sueño del humano hombre.

Sobre este carro, en medio de las preciadas cortinas, venía un pequeño y gordo niño, su rostro amarillo, los ojos hinchados, la cabeça tocada, y sobre la toca una corona de flores amarillas. Su vestir era de unas ricas ropas amarillas, su sentamiento una silla verde. Venía acostado sobre la silla, puesta la siniestra palma a la mejilla, a manera de hombre del sueño vencido. En la derecha mano traía unas floridas dormideras. De la siniestra, sobre que iba acostado, le colgaba un letrero. En esta forma decía:

Yo soy Príncipe del Sueño

de tal suerte

que soy imagen de muerte.

A la derecha mano del niño dormido, venía un mancebo de poca edad, vestido de morado, la gorra negra con unas plumas verdes, las calças amarillas, los çapatos negros. Cabalgaba en un caballo tostado, tendiendo los ojos por alto, como hombre ventanero. En la derecha mano tenía una varica, en la siniestra traía una piña de muy odoríferas flores con una letra, por bordadura a su vestir, que de esta manera decía:

Ocio es mi propio nombre

muy dañoso

aquel que busca el reposo.

A la izquierda mano del Príncipe del Sueño venía otro mancebo de la mesma edad, vestido de unas muy ricas ropas claras aunque mal hechas y peor adereçadas, el cabello crespo, mal peinado, la frente angosta, los ojos y barba hundidos. Pues los vestidos traía polidamente adereçados, los botones sueltos, mal ceñido, la camisa sucia, colgando sobre el cuello del sayo, las calças todas arrugadas, la capa mal cubierta y tan llena de pelos, que parecía que entonces acababa de limpiar el caballo. Cabalgaba sobre un caballo rucio, muy mal curado, y sobre el braço izquierdo traía una letra en esta manera:

Descuido es mi propio nombre

sin me oír

conoceldo en el vestir.

También acompañaban al príncipe, ya dicho, dos dueñas de mediana edad y estatura. La una de ellas traía las manos metidas en el seno. Tenía también los ojos hundidos y las narices muy romas. Su vestido era de terciopelo pardo muy raído y desdicho en la color, más largo del un lado que del otro, lleno de rabos, y poco limpio y muy mal adereçado. Venía sobre un rocín bayo con un mote por las espaldas que de esta manera decía:

Yo me llamo Negligencia

toda hora

del sueño muy servidora.

La otra, puesto que de mejor gesto fuese, pero venía mal adereçada y peor compuesta, mal tocada, la media cara tapada con las arrebujadas tocas, el cabello negro y muy mal peinado, ca le parecía entre las tocas por las traer tan mal concertadas; los pechos de fuera. Sus ropas eran de terciopelo leonado, aunque estaban tan sucias y desagraciadas que peor que rotas y despedaçadas parecían. Cabalgaba sobre un palafrén remendado de blanco y negro. De la una mano a la otra traía un mote que ansí decía:

Yo me llamo la Pereza

que contino

amo mucho a este niño.

Con esta tal compañía salió el niño, llamado Príncipe del Sueño, por aquella tan Labrada Puerta, y, veniéndose hacia donde estaba el Caballero del Sol, con pasos muy espaciosos y con muy gran reposo, començó a descender y bajar de su muy soñoliento carro, siendo ayudado de todos sus servidores. Y luego, como hubo bajado se fue derecho para el enramado lecho adonde el Caballero del Sol estaba echado durmiendo, y, tocándole con sus dormideras, trájole sus blandas manos por sus dormidos ojos. Luego que esto hubo hecho, quedando el Caballero del Sol de nuevo sueño vencido, el Príncipe del Sueño cabal o en su polido carro y con apresurada corrida de sus bayos caballos, acompañado de sus servidores, caminó por la quiebra adelante, tanto que en breve desapareció, quedando las hermosas puertas de la Labrada Puerta abiertas.

Donde dejaremos al Caballero del Sol, por decir lo que aconteció a Pelio Roseo andando en su busca.

 

CapítuloXXI

Cómo Pelio Roseo sintió la ausencia del Caballero del Sol y cómo luego salió en su busca acompañado de Silvio y de otros dos escuderos.

Muy con congojado estaba Pelio Roseo viendo que la noche oscurecía y el Caballero del Sol no venía. Y llamando a Silvio, escudero del Caballero del Sol, de esta manera le dice: -No me contenta la tardança de tu señor, porque él no solía a estas horas estar fuera del castillo. ¿Por ventura tú sabes dónde fue, o dónde está, o por ventura díjote cuándo vendría?

-En verdad, dijo Silvio, esta mañana, al tiempo que el alba rompía, con gran prisa me llamó y pidió el vestido y las armas y, como por mí fue armado, luego salió fuera del castillo, y yo lo acompañé hasta la salida con gran deseo de le hacer compañía y servicio. Pero por mucho que yo porfié poco aprovechó mi trabajo, porque me hizo volver al castillo sin me decir dónde ni a qué iba, para qué, o a qué, o cuándo volvería. De esta manera, solo, començó con alguna prisa de bajar por la peña hacia la parte que a oriente se endereça. Yo, volviéndome al castillo, lo estuve mirando una pieça por ver qué camino llevaba, y a poco rato se metió por lo más espeso de las espesuras de esta montaña y le perdí de vista, y así me recogí a mi aposento.

-Razón tengo yo, dijo Pelio Roseo, de me querellar de tu señor, porque cuantas veces ha salido armado y solo de este castillo, no solamente no me ha querido por compañero, pero aun no me ha querido dar más parte de su salida siendo por mí preguntado, de decirme que no lo hacía sino porque es amigo de la soledad y, por tanto, no quería compañía. Yo cierto de esta tardança me recelo y el coraçón no me asegura. Temo que haya venido en algún peligro, porque hay muchos en estas montañas para los que no saben la tierra, así de fieras como de riscos y peñascos y quebrantadas, donde podría haber caído y estar muerto despeñado o mal quebrantado. Y si está lisiado de alguna caída puede ser socorrido y será bien que le demos el socorro luego, porque de noche mejor nos oirá y le oiremos si por ventura se está quejando, aunque peor y menos le veremos.

Diciendo estas palabras, començó a priesa de demandar sus armas. Y puesto que su mujer con muchas palabras y halagos se lo impidiese, vencido de la amistad del Caballero del Sol, con blandas y halagueras palabras la contentó, diciendo que con presteza volvería. Y armándose a gran prisa de sus armas, con dos blandones delante, que dos escuderos llevaban y una corneta echada al cuello, acompañado de Silvio, salió del castillo, mandando a un músico que se subiese a lo más alto del castillo y tocase un clarín de poco en poco, hasta que él volviese, para que, aunque se perdiese en la espesura, al son del clarín atinase al castillo; y para que si por ventura el Caballero del Sol, sobreviniendo la obscura noche se había perdido, al mesmo sonido viniese atinando al camino perdido.

De esta manera salió Pelio Roseo, guiando Silvio hacia la parte que había visto andar a su señor. Pelio Roseo de rato en rato tocaba su corneta por ver si el Caballero del Sol, oyéndole, le respondiese o atinase adonde él andaba. Gran parte de la noche anduvo Pelio Roseo por lo más espeso de la montaña, a unas partes y a otras con gran congoja buscando, lançando grandes suspiros de coraçón y aun vertiendo secretas lagrimas de sus ojos, aunque poco le aprovechaba fatigarse, porque mal podía hallar lo que buscaba. Pues ver los solloços y gemidos que Silvio iba dando no podían tanto los dos escuderos que no le acompañasen con un encubierto y secreto llanto.

Viendo, pues, Pelio Roseo que su trabajo era perdido, y que se levantaba un templado aire y cada hora más se embravecía que podría matar los blandones y, muertos, se perderían, por ser la noche muy obscura y la floresta muy espesa, començó de se volver al castillo, mas al tino y son del clarín que no siguiendo su descaminado camino. Y no con poco trabajo, pasada la media noche, llegó con su compañía al castillo, donde pasó lo poco que de la noche le quedaba, más ocupado su coraçón de varios pensamientos que sus ojos de sueño.

Pues de Silvio vos di o que, como se hubo recogido al aposento de su señor, sintiendo la soledad de aquel que él tanto amaba y en cuyo servicio en tantos peligros se había visto, lançándose sobre la cama, después de haber estado un rato fuera de su acuerdo con el gran dolor que su triste y solo coraçón sentía, como en sí hubo vuelto, recobrando el sentido, recogió nuevo dolor, y vertiendo lágrimas de ojos solemnizó un templado llanto toda la noche por no ser sentido, ca en otra manera según sentía la ausencia y pérdida de su señor, con voces rompiera el cielo, aunque mucho se consolaba pensando de le cobrar por la mañana. Y con esta congoja cada hora salía a las ventanas pensando que ya era de día. De manera que, luego que la clara mañana con su venida començó de despedir y ahuyentar las tinieblas de la noche, como bravo animal encerrado andaba por todo el castillo, subiendo a los muros y asomándose a las ventanas y corriendo a la torre del homenaje, mirando a todas partes por ver si vería venir al Caballero del Sol que él tanto amaba. Y como así anduviese de unas partes a otras, fue sentido de Pelio Roseo, el cual con presteza se levantó y, entre tanto que se vestía y armava, mandó a Silvio que atendiese y a dos escuderos que cada uno fuese a una de las puentes y torres de las dos guardas que estaban sobre el río a saber si el Caballero del Sol había salido de las cercadas montañas, porque por otra parte él no podía salir, salvo si en algún barco de los que estaban en el río parados a la pesca que había pasado. Los cuales dentro de dos horas vinieron; por relación de los cuales Pelio Roseo fue cierto que el Caballero del Sol no había salido por ninguna de las dos puentes. De lo cual mucho fue maravillado y de mayor tristeza combatido, porque pensó que pues dentro de la montaña estaba, que toda ella se extendía poco más de dos millas en torno del castillo, que no sin haberle avenido algún açote de la fortuna había quedado esa noche fuera del castillo. Y para más cierto estar, si por alguna aventura había sido forçado a se partir de ahí y, por no dar parte de su ida, había pasado en algún barco, mandó andar toda la ribera en torno de la montaña a la parte que los barcos estaban amarrados, porque todos los acostumbraban a amarrar hacia la parte del castillo, porque no pasase alguno de noche a hacer mal a la montaña, porque si algún barco estaba pasado de la parte del río, por ahí se podía ver si el Caballero de Sol era salido del cerco de las montañas. Y juntamente Pelio Roseo, armado de sus acostumbradas armas, acompañado de Silvio, determinó de lo salir a buscar, mandando a algunos de sus caballeros que así mesmo hiciesen y nadie saliese fuera de la montaña, ni pasase el río hasta que otra cosa los fuese mandado, porque buscando muchos por muchas partes más presto lo hallasen.

Capítulo XXII

Cómo Pelio Roseo y sus caballeros salieron a buscar al Caballero del Sol y de la batalla que hizo con la guarda de la Olvidada Puerta.

De esta manera Pelio Roseo, acompañado de Silvio, salió del castillo a buscar el Caballero del Sol; así mesmo hicieron sus caballeros, tomando cada uno diverso camino; el cual, tomando por la senda que a las puentes bajaba, a poco rato la dejó y tomó a mano derecha por lo más espeso y escabroso de la montaña, donde anduvo con grande afán de unas partes a otras atravesando quiebras, subiendo peñascos, rompiendo espesas matas, y aun a veces cortando algunas ramas, así para no se perder como para poder pasar.

De esta manera anduvo Pelio Roseo hasta hora de tercia, que llegó ante una viva fuente que de una quebrantada entre unas piçarras salía, donde se asentó por tomar algún reposo, y pidió a Silvio si había traído algo que comer. Un paño revuelto, dijo Silvio, me fue dado en el castillo. Yo no sé lo que en él está. Y luego començó de descoger, y halló cuatro panecicos y dos perdices y una pequeña caja de conserva. De lo cual comieron los dos y recobraron el esfuerço bebiendo juntamente de la clara fuente.

Prestamente Pelio Roseo se levantó, porque el coraçón no le aseguraba, tanto era lo que al Caballero del Sol amaba, y començó de entrar por otra más espesa y cerrada espesura. Y con mucho trabajo, pasando por unas quiebras y coladeros de agua, a veces las manos por el suelo, vino a hallarse debajo de unos recuestos entre unas ásperas y grandes piçarras debajo de las cuales había un largo socavón. Y con viril coraçón, pospuesto todo temor, sin mirar que podrían ahí estar acogidos algunos fieros animales, tal morada y acogida parecía, començó de entrar por él. Y a poco rato, pasando el socavón, vino a salir a un ancho espacio lleno de frescos árboles que entre unos altos peñascos se hacía. A la una parte, en uno de los tajados peñascos, se parecía una abierta puerta que la Olvidada Puerta de las Siete Cuadras se llamaba. Y aguardando más, diciendo a Silvio que ahí le atendiese, porque algún peligro por estar desarmado no le viniese, començó de tender sus pasos hacia la Olvidada Puerta por en ella entrar a saber si ahí estaba detenido el Caballero del Sol, y por saber lo que había ahí dentro, aunque no le aconteció [como] pensaba porque, aunque la puerta estaba abierta, no era muy fácil de ganar la entrada, ca le salió al encuentro en su llegada un grande caballero de mayor grandeza que a caballero convenía. Y en su salida de esta manera contra Pelio Roseo dice:

-Di, caballero, ¿quién te ha recordado la Olvidada Puerta? Yo te digo que si por ella porfiares a entrar, que te aprovechará el acuerdo para olvidar la vida, y por la buscar podrías hallar y ganar la muerte. Por tanto, vuélvete por donde viniste y avisa de no te acordar de lo que todos tienen olvidado.

-Mala cuenta, dijo Pelio Roseo, daría yo de la orden de caballería y aun gran flaqueza mostraría de coraçón juntamente con cobardía, si yo tu consejo tomase y de aquí me partiese sin saber si allá tienes al Caballero del Sol y lo que hay allá dentro de esa puerta, porque yo te ruego que con paz me lo dejes ver y saber, dándome al Caballero del Sol, al cual, yo pienso debes allá tener porque en otra manera no me entiendo de ti partir sin hacer todo mi poder por le cobrar y saber los secretos que guardas allá dentro.

-Pues tanta gana tienes de entrar acá, dijo la guarda de la Olvidada Puerta, entra, que yo no quiero salir allá, y entrando verás cómo te irá.

No fueron bien dichas estas palabras por el gran caballero, cuando Pelio Roseo, levantando el braço y haciendo la cruz en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, cubierto de su escudo, puso mano por su espada, y con concertados pasos començó de entrar por la puerta contra aquél que la guardaba.

Con furioso meneo arremetió y, començando de le herir de espesos golpes, lo hizo retraer tres pasos atrás, aunque no fue sin respuesta, porque Pelio Roseo le hirió de dos golpes sobre el acerado yelmo con tanta fortaleza que la una rodilla le hizo hincar en tierra. De esta manera anduvieron en su porfiosa batalla por espacio de una hora que [no] se conocía mejoría de la una parte a la otra.

Pues como el esforçado Pelio Roseo vio que su enemigo en las fuerças no menguaba, mucho temió esta batalla. Y, retrayéndose afuera de la puerta, de esta manera le dice:

-Esforçado caballero, si a ti place sal acá fuera porque con el mayor espacio y más luz que acá hay más presto y con menos trabajo podremos dar fin a nuestra començada batalla.

-Ya te he dicho, dijo la guarda de la Olvidada Puerta, que si quieres batalla entres acá, porque yo no quiero, ni puedo salir allá. Por tanto, o te contenta con lo hecho, pues no has hecho poco en escaparte de mis manos, y te vuelve, o entra, y daremos fin a lo començado, ca bien veis que yo no rehúso la batalla por cansado. En alguna manera, entendió y coligió Pelio Roseo, de las palabras del gran caballero, que si fuera de la puerta le sacase que, o perdería la fuerça, o, dejando la batalla, le dejaría libre la entrada en su morada. No podía ser vencido, tanto era ahí su esfuerço y valentía. Y queriendo experimentar lo que la imaginación le representaba, entró y començó a herir al gran caballero que la puerta guardaba, tan fuertemente y tan a menudo que de unas partes a otras le hacía revolver. Y como ansí andando lo llegase hacia la puerta, estando a la parte de dentro, arremetió y tomándole entre sus braços lo sacó fuera de la puerta. Y como aún ahí Pelio Roseo en la lucha contendiese, la guarda de la Olvidada Puerta en esta manera le dice:

-Tú venciste en la manera que podías vencer. Por tanto, entra en las Siete Cuadras de la Olvidada Puerta ca yo te dejo libre la entrada y velas a tu voluntad, porque no hallarás ahí otro que te lo defienda. Y yo atenderé aquí, porque no puedo entrar ni volver allá hasta que tu salgas. Al presente yo no quiero contender más contigo ni defenderte de la entrada, pues por haberme sacado y echado fuera lo has ganado.

-Yo acostumbro guardar la paz, dijo Pelio Roseo, con quien me la ofrece y no quiere romper en batalla. Y pues tú con ella me convidas y me dejas desembaraçada la entrada, ya no tengo por qué más contigo contender, salvo que tú me digas, si tienes acá al Caballero del Sol. Y si le tienes me le des vivo, y sin alguna lesión. Porque en otra manera yo no suelto la batalla.

-Si el Caballero del Sol allá está, tú le veras, dijo el gran caballero, y allá te darán la cuenta que me pides, yo no tengo, ni sé más qué te decir, sino que si algún tuerto yo tengo hecho a ti o al Caballero del Sol, aquí te atiendo y a la salida daré derecho de ello.

-Bien dices, dijo Pelio Roseo; y diciendo esto, le soltó de entre sus armados braços y el gran caballero se fue a arrimar a un tronco de un envejecido árbol y Pelio Roseo se lançó por la puerta adentro, porque no veía la hora de entrar, pensando que había de hallar al Caballero del Sol.

Capítulo XXIII

De lo que vio Pelio Roseo en la primera y segunda cuadra de la Olvidada Puerta y lo que oyó de boca de un filósofo, ayo de un pequeño niño.

Según que habéis oído, entró Pelio Roseo por la Puerta Olvidada. Y andando por la primera cuadra, que morada era del aguardador de la Olvidada Puerta, con la claridad que en ella había, la cual toda entraba por la puerta, porque en ella no había otra ventana, ni lucera, ni pudo ver cómo la cuadra era ricamente labrada de cantería. El cielo tenía ornado de unos cóncavos cuadrados, los cercos dorados con unos florones azules en cada uno de los cóncavos metidos. Las paredes eran todas estrañamente obradas a manera de portadas con sus pilares sobresalientes y sueltos, con hermosos embasamientos y galanos capiteles, architraves, fresos y cornijas con lindos remates y frontispicios, en tal manera estaban hechas que Pelio Roseo todas pensaba que eran puertas y así lo juzgaba ser como otro laberinto de Creta. Y él se engañaba, porque todas estaban pintadas y molduradas con sus cerrojos, tiradores y aldabas como si verdaderamente fueran puertas cerradas. Y con tal pensamiento llegó a algunas de ellas a tentar y llamar. Y con la experiencia conoció ser fingidas puertas y no verdaderas.

Con este engaño anduvo de una [puerta] en otra hasta que llegó a una frontera, en la cual debajo de un arco que en ella ricamente labrado estaba, halló una triste imagen; el rostro amarillo como hombre temorizado, el ropaje negro, los cabellos blancos, la barba larga y cana, los pies descalços, la cabeça descubierta, los ojos puestos en una sepultura que ante sí tenía, con un letrero sobre la cabeça que así decía: Oh, muerte, cuán triste y amarga es tu memoria. Cabe sí tenía un dorado candelero con una vela encendida. Con la siniestra mano tenía unas estopas haciendo semblante de las poner al fuego de la vela, con su letrero en torno de las estopas que decía de esta manera: Así se pasa la vida del hombre y se va y desvanece de entre las manos, como se queman estas estopas. Con la diestra mano mostraba y señalaba la sepultura, señalando con el dedo con una letra que sobre ella tenía, en esta manera: lo que buscas aquí lo hallarás.

Después que Pelio Roseo hubo notado todas estas cosas, pensó que en aquella sepultura yacía el Caballero del Sol muerto, pues que la triste imagen, señalando, decía que allí hallaría lo que buscaba, y él buscaba al Caballero del Sol. Por lo cual, sacando un profundo suspiro de lo más secreto de sus entrañas, con lágrimas que de sus ojos vertía, entró presto en la abierta sepultura. Y viéndola toda vacía, tentando con las manos por todas partes, halló una tabla de piedra en esta manera escrita: Caballero que Dios ha permitido que vinieses en este secreto lugar, porque todas las veces que venciste sin matar y contentándote con la victoria, a los vencidos no solamente dejaste con la vida pero aún te dolías de su caída, debes notar que todas las puertas que hay en esta cuadra son engañosas y fingidas y en señal de esto tienen sobre sus aldabas lagartos enrroscados según has visto. Sola una es verdadera y en señal de esta verdad tiene sobre su aldaba una cruz. Por esta puerta te conviene entrar. Y como hieres la aldaba te responderán: ¿quién llama? y tú debes decir: llama el caballero de paz que venció sin matar. Y luego te abrirán, y si respondes en otra manera, no. Asimesmo debes hacer a todas las otras puertas, y allá delante sabrás lo que deseas.

Algún tanto consolado Pelio Roseo con estas palabras, poniendo fin a sus secretos suspiros, salió de la sepultura, y, andando por las puertas de la cuadra, vino a hallar en el medio la puerta de la cruz. Y como tocó la aldaba, de la parte de dentro le respondió una sosegada voz que ansí dijo: ¿Quién llama a la cruzada puerta?

-El caballero de paz, dijo Pelio Roseo, que venció sin matar.

Luego que estas palabras fueron entendidas por el que dentro había respondido, las puertas fueron abiertas. Por las cuales entrando, Pelio Roseo pudo ver, con una resplandeciente claridad que por una finiestra entraba, una hermosa cuadra en la cual solamente había un anciano viejo y de grande autoridad, coronado de laurel, vestido de ropas filosofales, sentado en una silla. En la una mano tenía unas correas y una letra: Ne subtrahas a puero flagelum, no alces de sobre el niño el açote, porque si le açotas no morirá, antes castigándole, librarás su alma del infierno. En la otra mano tenía un libro. Sobre él estaba escrito: Inicium sapientiae timor domini, el temor de Dios es principio de toda sabiduría. De su boca así decía: Beatus vir qui timet dominum, bienaventurado es el varón que teme al Señor y todos sus deseos emplea en sus mandamientos. Poderosa será sobre la tierra su simiente y la generación de los justos será bendita. Delante sí tenía un niño quien decía y enseñaba estas cosas y el niño le respondió: Sedit menti mee tua evangelica doctrina, en mi ánima tengo asentada tu cristiana y evangélica doctrina.

Después de haber estado atento Pelio Roseo a lo que el filósofo enseñaba y el niño respondía, llegóse más y, con detenida reverencia, en esta manera començó de decir:

-La paz del Señor sea con el cristiano maestro. Yo te ruego que me digas qué haces en este secreto lugar.

-Yo te lo diré, caballero de paz, dijo el filósofo. Este lugar es solo y así apropiado a mi deseo y a lo que yo quiero y enseño. Yo soy amador de la ciencia, la cual se alcança estando reposado, quieto y solo, y por alcançar y entender algo de ella amo esta soledad. Y porque de la soledad y encerramiento se siguen muchos bienes y con ella se alcança gran claridad de entendimiento y de seguir las plaças, lugares públicos y la conversación de las gentes y de la libertad y soltura de las personas se ganan y aprenden muchos vicios; asimesmo he buscado de mi propia voluntad este encerramiento, porque yo enseño el camino de la salvación y aborrezco el de la perdición, el cual es el más alto oficio que hay sobre la tierra y más agradable a Dios. Y porque comúnmente allá en la tierra todos aborrecen el saberse salvar y todos aprenden para saberse enriquecer, he querido huir de tan erradas gentes, porque a los que yo enseñare ellos no me los estraguen. No te puedo decir más, pasa delante.

Capítulo XXIV

De lo que pasó Pelio Roseo en la tercera y cuarta cuadra con un reverendo abad y un juez.

Aunque Pelio Roseo estaba a gran sabor oyendo lo que el divino filósofo razonaba, pero conociendo por sus graves palabras que no le era dado decirle más, haciendo su mesura, se va para un canto de la sala, donde vio una puerta. Y començando de herir las aldabas, como en la primera puerta, le fue respondido:

-¿Quién llama?

-Llama, dijo Pelio Roseo, el caballero de paz que venció sin matar. A la cual respuesta fueron abiertas, y como el caballero de paz començase a entrar a la una parte de una cuadra, que en la manera de la pasada ahí había, vio un reverendo abad que a un mancebo el hábito de religión vestía, diciéndole juntamente estas palabras: Beatus vir qui non abiit in consilio impiorum. Bienaventurado es el varón que no se ayuntó a consejo con los malos. Y en cátedra de pestilencia, digo, de errónea doctrina, no se asentó, pero ante[s] toda su voluntad fue puesta en la ley del Señor, y en esta divina ley piensa de día y de noche. El mancebo respondió al abad: Elegi abiectus esse in domo domini. Más quiero vestir pobres paños y con ellos, siendo del mundo menospreciado, vivir en la casa y ley del Señor, que morar diez mil años con honra, vicio y riqueza y regalo en las casas de los pecadores.

Al tiempo que estas palabras acabó de decir, con concertados pasos Pelio Roseo comenzó de se allegar hacia aquella parte donde estaba el reverendo abad, y con una humilde reverencia le dice:

-Reverendo padre, la vuestra persona Dios en su gracia conserve.

Bien sé que los hermitaños son amigos de la soledad, pero yo no los he visto en las entrañas de la tierra. De los vivos dije, porque los cuerpos de los muertos bien sé que están en las entrañas de la tierra en depósito hasta que Dios los llame al final juicio. Por lo cual, habría yo gran sabor de saber qué es la causa por la cual vuestra paternidad ha escogido este tan apartado y secreto lugar para su habitación.

El reverendo abad con grave rostro y alegre semblante en esta manera respondió: -No te maravilles, caballero de paz, por qué yo me he acogido a las entrañas de la tierra; porque, como tú dices, los muertos santos y virtuosos están en ella, y los malos y viciosos viven hoy sobre ella. Y ansí yo, por huir la compañía de los injustos, soberbios, bulliciosos, tratantes, trafagones y mentirosos, blasfemos, perjurios y revoltosos, carnales desvergonçados y lujuriosos, enemigos de Dios y amigos del mundo, me he huido de su compañía, de sobre la tierra me partiendo y me he metido y ascondido en las entrañas de ella por estar en compañía de los muertos que fueron y vivieron humildes, pacíficos y justos, quietos, recogidos y verdaderos, castos, honestos y vergonçosos, amando la verdad y virtud, y persiguiendo los vicios. Fueron amigos de Dios y enemigos del engaño y vanidad del mundo. Y porque vivieron bien y acabaron mejor, busco yo y quiero su compañía. También he yo escogido este escondido lugar y secreta morada, aparejada para contemplar, pensar y leer en las escrituras sagradas, porque cuanto más el hombre se aparta de los hombres, tanto más se allega a Dios. Y no te maravilles que me acojo a las entrañas de la tierra con los muertos, pues los religiosos por la profesión son dichos ser muertos cuanto al mundo; y pues yo soy religioso, por el mesmo caso soy muerto Y siendo muerto, no tengas por mucho que me venga con los muertos y comunique con los muertos y tenga una morada con los muertos. Y aún, según está escrito en los Decretos, monachus es vocablo griego, y quiere decir solo, porque ha de estar solo sentado en la soledad llorando sus pecados y los del pueblo.

Algo quedó turbado Pelio Roseo oyendo las palabras del monje, pero volviendo sobre sí de esta manera dice:

-Hasme dado a entender y conocer, reverendo padre, en cuánto peligro estamos los hombres que vivimos en el mundo, y tenemos hecho contrato y liga con el mundo, olvidando el homenaje que hicimos a Dios en el bautismo cuando nos allegamos a Dios por gracia, y renunciamos a Satanás y al mundo con sus pompas. Por lo cual te ruego que me digas alguna consolación para el ánima.

-Teme a Dios, dijo el abad, y guarda sus mandamientos. Así vive como si luego te hubieses de morir y no permanezcas ni vivas. Agnus non decet in eo statu vivere in quo non licet mori, ni estés en el estado en el cual no querrías que te tomase la muerte. Y pues tienes vida y tiempo para salvar tu ánima y salir de pecado y hacer penitencia y restituir lo mal ganado, no esperes a encomendar en la hora de la muerte tu alma a tus amigos, porque pues en la vida tu no fuiste bueno para ti, ni hubiste piedad de ti, ¿cómo esperas que en la muerte se acuerden y apiaden de ti? Y pues está escrito que a muertos y a idos no hay amigos, no esperes a la hora postrera a hacer penitencia. Porque te digo que este punto que agora tienes de vida te ha dado Dios para emendar la vida pasada que, sin lo sentir, sin hacer fruto de penitencia, se te ha ido de entre las manos. Y pues de este punto y hora gozas y estás cierto, y de lo porvenir digo que has de vivir y de la hora de morir, estás incierto, no aguardes a más largas. Porque el que hoy no está aparejado podrá ser que menos lo esté mañana, y no quieras saber de mí más, sino pasa adelante.

Oídas estas palabras por Pelio Roseo, no curó de preguntar más. Ante[s] despidiéndose cortésmente, comenzó de andar por la cuadra por saber lo que ahí había. Y como a una parte y a otra anduviese no vio otra cosa más de una puerta cerrada, a la cual començó de llamar, hiriendo las aldabas. Y luego le fue respondido como solía: ¿Quién llama?

-Llama el caballero de paz, dijo Pelio Roseo, que venció sin matar.

Sin tardança las cerradas puertas fueron abiertas y, como dentro en la cuarta cuadra entrase, vio como la cuadra estaba ricamente labrada y haciéndose hacia la una parte vio un rico trono en el cual estaba sentado un juez de honestas vestiduras vestido, con un secretario a sus pies en el estrado del trono sentado.

En esa hora que Pelio Roseo entró llegaron con una honesta mesura ante el juez dos hombres, el uno en su manera y traje parecía ser rico y el otro pobre. Cada uno de ellos traía tras sí tres hombres, los cuales presentaron por testigos.

Luego llegó Pelio Roseo y con debido acatamiento començó de hablar de esta manera contra el juez que en el trono sentado estaba:

-Dios te salve, en tu compañía. Porque yo no hierre contra tu merecer, te pido me digas qué oficio ejercitas en este apartado lugar.

Tornándole el juez las saludes, así dijo:

-Yo soy juez y hago justicia. Y éste que está a mis pies es mi secretario. Estos dos hombres vienen a juicio. Este pobre pide a este rico una heredad que dice tenerle tomado y usurpada. Este otro niega. Traía agora los testigos y son éstos que vienen en su compañía. Yo hago justicia en esta manera. Oyo al que pide por la presencia de su persona y no en otra manera. Llamo al adversario y mándole que niegue o confiese lo que le es pedido. A todos hago hablar por su propia boca y no los consiento traer demandas ni respuestas muy afitadas ni muy compuestas. Y al secretario hago que sin añadir, quitar, ni poner, ponga y escriba las formales palabras que cada una de las partes dice. Puesta así la demanda, y vista la respuesta, luego los mando para un señalado día que tra[ig]an las escrituras y testigos al derecho de cada uno perteneciente. Y yo mesmo veo las escrituras y examino por su parte cada testigo. Hago escribir sus dichos tan llanos y claros como ellos los dicen y por las mesmas palabras, sin las pulir ni hermosear, sin quitar nada, ni añadir, no consiento al secretario poner arengas, ni henchir papeles, ni dorar o colorear los dichos, sino, si rústicamente habla el testigo, rústicamente se asienta su dicho. Y si polida y cortesanamente habla, polida y cortesanamente se escribe. Si obscuro, mándole que se aclare; y si claro habla, más no le replico. Mírole al gesto, amonéstole que diga verdad, amenáçole con pena si me dice mentira. De esta manera, sabida la verdad, sin dar lugar a dilaciones, escritos, réplicas, ni malicias, al que pide, si pidió maliciosamente lo que no era suyo, castígole. Y al que se defiende, si niega lo que le piden, teniéndolo mal tenido y no siendo suyo, despójole de ello por sentencia y doylo a cuyo es. Y allende de esto, ásperamente le trato con palabras y castígole conforme a la calidad del negocio y su malicia con obras. De esta manera doy a cada uno lo suyo, acorto los pleitos, escarmiento a otros para que no vengan a ellos, y de esta manera, con este temor, cada uno es juez de sí mesmo. Porque nadie osa pedir lo que no es suyo y cada uno restituye, sin venir a juicio, lo ajeno. Quito cohechos de procuradores, relievo a las partes de los salarios de los letrados, alívioles de pesadumbres de escribanos, excuso muchos perjuros, quito muchas mentiras y aclaro muchas verdades. Si hay ley para decir, sentencio por la ley. Y si no, corro al mi arbitrio y buen juicio. Y si en algo dudo, consulto a algún hombre o hombres buenos cristianos y de buen entendimiento y lo que ellos determinan con sus naturales juicios, eso sentencio yo. No curo de los que glosaron las leyes, porque [hay] tan varios caminos en los entendimientos de ellas, que ellos son toda la causa de los pleitos. Por donde, tendría por bueno poner a un rincón a todos los que sobre las leyes positivas escribieron y ahí olvidallos. Y que dejados a ellos a parte, las leyes así como claro hablan, claro se entendiesen, sin más las retorcer ni sacar de su camino. Porque para cosas las apropian y retorcidamente por sofísticos argumentos las hacen decir las cuales los jurisconsultos nunca pensaron y para lo que ellos nunca las estatuyeron. Y cuando alguna duda en ellas ocurriese, sería yo de parecer que recurriesen los jueces, no a los letrados sutiles, sino a hombres prudentes y de buenos juicios y limpios cristianos y, sobre todo a los príncipes, los cuales, como tienen poder de hacer las leyes, le tienen para las declarar y tendrían por mejor habiéndose de usar en las audiencias lo que agora se usa, que se dejasen estar las haciendas y heredamientos en poder ajeno que no, pidiéndolas por pleito, perder el trabajo de la persona, el tiempo, asolar la hacienda y meter en el infierno el ánima. Porque en nuestros tiempos no se saca otra cosa, sino estas pérdidas; por donde, yo tengo por mejor dejar la hacienda, o heredad, enajenada, que no, por haberla, perder la otra que tiene el que pide y el ánima. Porque al fin, de gastado y cansado, deja el pleito y se queda sin nada.

-Pues tanta justicia haces, dijo Pelio Roseo, ¿por qué no dejas este secreto lugar y te sales a la tierra a juzgar? Porque los juicios se suelen hacer en público en claridad, y no en escondido ni en tinieblas.

-Porque he miedo, dijo el juez, que no me quieran a mí allá. Porque a muchos estorbaría de ganar de comer y aun de se enriquecer. Y las universidades se vaciaran, porque hoy día los más de los que estudian, estudian por valer y no por merecer, para aprender a ganar de comer y a trampear, y no para decir verdad ni para saberse salvar.

-Pues para ser tú un juez, dijo Pelio Roseo, tan justiciero y tan grave como eres, ¿por qué vistes esos paños que, aunque son honestos, más parecen de pobre filósofo que no de juez rico? Deberíaste de autorizar con otros que fuesen muy más preciados.

-Porque alcançando pocos dineros, dijo el juez, y porque llevo pocos derechos y recibo algunos cohechos, y porque pocos hay que quieran venir a mi audiencia. Porque como todos sean en estos tiempos amigos de trampas y mentiras, malicias, cautelas enredos, aborrécenme a mí que amo la verdad, la simplicidad, la claridad y la justicia. Y no quieras de mí más saber, sino pasa adelante. Porque la persona da autoridad a las ropas, que no las ropas a la persona.

Pues como Pelio Roseo vio serle mandado ir adelante, no curando de más preguntar y, haciendo su mesura, se despidió del grave juez y su compañía.

 

 

 

 

Capítulo XXV

De lo que vio Pelio Roseo en la quinta cuadra de la Olvidada Puerta, y lo que aprendió de un desnudo hombre.

De manera que Pelio Roseo, obedeciendo el mandamiento que le era hecho por el juez, de que vos hemos contado, se va contra una puerta que al andar de la cuadra se hacía, y tocando las aldabas començó de llamar. Fuele respondido: ¿quién llama?

-Llama, dijo Pelio Roseo, el caballero de paz que venció sin matar.

Luego que estas palabras fueron acabadas de decir, las puertas fueron abiertas y Pelio Roseo entró por ellas, donde vio otra más pequeña cuadra que las pasadas, de tosca piedra labrada, en la cual no halló otra cosa más de un desnudo hombre, cuyas carnes un largo vello cubría. Y en su manera hombre por largo tiempo criado en desierto y gran soledad parecía, el cual estaba s rodillas hincadas en tierra, las manos juntas, los pulgares cruzados y llegados a la boca, con la cual, la cruz hecha de sus dedos besaba y de los ojos lágrimas vertía. Estaba tan arrebatado y embebido en lo que contemplaba, que aunque Pelio Roseo le rodeaba por ver si era hombre o estatua y figura de hombre, ni le miraba, ni le hablaba, ni algún movimiento hacía.

Pues como ya Pelio Roseo por verdadero hombre le hubiese reconocido, en esta forma le començó de decir:

-Di, hombre, que Dios te salve, desigual y más estraño que los otros hombres en los pensamientos, soledad y hábito, si a ti place ¿qué haces en este tan apartado y secreto lugar?

El desnudo y peloso hombre, como aquél que despierta de algún profundo sueño, casi como maravillado de ver a Pelio Roseo, así le dice:

-A mí place, armado caballero, que Dios te ame, de te responder a lo que preguntas. Yo no sé cómo he sido traído aquí. Pienso que por amor de ti, porque, en verdad te digo, que yo moro y habito veinte años ha en los desiertos de Egipto.

-¿Por cuál razón, dijo Pelio Roseo, dejaste la compañía de los hombres y las ciudades y poblados y te fuiste a los desiertos a tomar la amistad y compañía de los animales brutos?

-Porque comúnmente, dijo el desnudo hombre, los hombres sirven al mundo y a los vicios, y en olvidando el camino de la virtud, menospreciando la adoración y obediencia que deben a su criador y la guarda de sus divinos mandamientos. Y con ser hombres de razón, han olvidado la razón y siguieron la sensualidad. Y los brutos, con ser brutos, guardan y conservan las condiciones y moradas y lugares y reglas con que Dios los crió y en que Dios los puso. Y por tanto, porque viviendo en el mundo y en lo poblado y entre los hombres no se me apegasen los engaños del mundo, las cautelas, malicias, mentiras, blasfemias, perjuros, pleitos, tráfagos y engaños de los hombres, he escogido huir de lo poblado y apartarme de los hombres e irme a vivir en los desiertos con los brutos animales que me enseñan a contentarme con una cueva donde me acojo, con el manjar de los árboles y hierba que el campo cría, con la clara agua que [de] las fuentes mana, con la pobreza, con la desnudez, con la soledad, con la simplicidad, con que Dios me crió y los crió.

-Pues ¿por qué andas desnudo? dijo Pelio Roseo. ¿No tienes por ventura en ese desierto algo de hacienda con que te sustentes y algunas heredades de que te mantengas, y algo de ganado con cuya lana te vistas?

-Yo desnudo entré en el mundo, dijo el velloso hombre, desnudo quiero vivir y, pues desnudo tengo de morir, yo no tengo posesiones aunque está a mi mano todo el desierto. Ni tengo dinero, ni riquezas, ni ganados, ni alguna granjería, porque, como conozco al mundo, el cual no da nada a ninguno, si primero no lo toma y despoja a otro, ni hereda al sobrino sino en la muerte del tío, ni al hijo sino con la muerte del padre, no quiero que tome a otros lo que me ha de dar a mí. Y porque, en fin, sé cuándo me lo ha de tornar a tomar en el fin de mis días, cuando por algún desastrado caso ante[s] no me lo tome. Pues si me lo ha de tornar a tomar y tampoco lo tengo de gozar, y de esta vida no lo puedo llevar, ¿para qué quiero de ello encargar? pues tengo entendido que la vida del hombre es como una flor, que hoy sale hermosa y mañana se marchita y afea y huye como la sombra y nunca en el mesmo estado permanece. Yo aborrezco el mundo, las sus riquezas, haciendas y tesoros por hacer lo que me aconseja El que me crió, ganó y libró y redimió con su propia muerte y preciosa sangre de las manos y poder del demonio, cuando dijo [a] aquel mancebo que le preguntó, que qué haría para salvarse y le respondió: guarda los mandamientos de Dios; y si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, quedándote despojado y desnudo. Porque si tú te desnudas de todo lo del mundo y niegas al mundo, no sirves al mundo, sino al Criador del mundo, que nació de la siempre virgen María desnudo, vivió pobre en el mundo y murió desnudo enclavado en la cruz en el medio del mundo. Bien sabes tú, ¡oh caballero del mundo!, que acontece a los ricos como a los que, siendo pobres, sueñan que tienen grandes tesoros, y como despiertan del engañoso sueño, hállanse burlados y vacíos y como de ante pobres.

De esta manera, los varones de las riquezas sueñan el sueño de esta mísera vida, y cuando despiertan con el despertador de la muerte para la otra vida, que a los buenos es eterna y verdadera vida, y a los malos es eterna y continua muerte, hallan sus almas vacías del cuerpo, privados de las posesiones, casas, tesoros, riquezas, y llenas de pecados. Y lo que peor es, pasan esos pocos de días que viven en placer y regocijo, y en un punto descienden al infierno. Pues porque a mí así no me acontezca, vivo en el mundo fuera del mundo en sus enredos y engaños. No quiero nada del mundo por no ser pagado del mundo; quiero vivir desnudo y no tomar a las ovejas sus lanas, descubriéndolas, para cubrir a mí. Porque mi Salvador desnudo estuvo en la cruz por salvarme a mí, y pues él estuvo desnudo, siendo Dios y hombre, por mí, no es mucho que yo siendo pobre y muy pecador hombre, viva desnudo por a mi Dios servir. Yo quiero vivir desnudo y servir a Dios desnudo y no servir al mundo, porque me pague Dios a mí y no me pague el mundo, cuya paga [de Dios] yo quiero, a quien amo y sirvo y en quien espero. Tú, caballero, no quieras saber de mí más, sino pasa adelante y anda debajo de la mano de Dios, el cual te dé su gracia y en ella te conserve.

-Así haga a ti, dijo Pelio Roseo, y te embíe celestial consuelo, porque así me has enseñado y consolado.

Capítulo XXVI

De lo que Pelio Roseo pasó en la sexta cuadra con un hombre que estando en lo extremo de la vida llegaba a las puertas de la muerte.

Así como Pelio Roseo se hubo despedido del solitario y desnudo hombre, para una puerta que de frente estaba se va. Y començando de tocar las puertas le fue respondido: ¿Quién llama?

-Llama, Pelio Roseo, el caballero de paz que venció sin matar.

A estas palabras, las puertas fueron abiertas y Pelio Roseo començó de entrar por una cuadra algo obscura, porque las finiestras que a lo alto de la peña salían eran tan largas por la altura de la peña, que a esta causa adentro poca claridad el sol repartía. Y como a unas partes y a otras anduviese, no pudo hallar cosa alguna, hasta que, llegando a un rincón, en un pobre lecho, halló un hombre de una intensa congoja y mortal calentura fatigado y cuasi de la vida despedaçado y de la muerte convidado. Y como por le hablar Pelio Roseo llegase, vio cómo con una baja y triste voz decía: Mis amigos y mis conocidos me han dejado. Y en tan angustioso paso y punto me han menospreciado, pero el Señor y Criador de las cosas todas del universo me ha recibido y amparado, por lo cual de un entrañable gozo soy lleno por ser olvidado de las criaturas y acordarse de mí el Criador con cuyo favor ni a la carne, ni al mundo, ni aun al demonio, ni a la misma muerte temo. Pues sé que es preciosa la muerte de los buenos en el acatamiento del Señor . Y puesto que yo no pongo toda mi esperança en mis obras, que son pocas, poco virtuosas y de poco valor, póngola toda entera, firme y que verdaderamente creo que no me puede faltar, en ellas, referidas a la pasión de mi Señor Jesucristo, la cual, aunque mis obras son pocas y tibiamente por su servicio obradas, la misma pasión las hace de tanto valor que por ellas y su pasión yo pediré a mi Dios con justicia me haga cortesano del cielo y me ponga en su eterna morada. Pues para esto Dios me crio, y para esto Dios me redimió, con su sangre preciosa del poder del demonio y de las puertas del infierno me libró.

A estas palabras, Pelio Roseo llegó saludándole y esforçándole y començado de le decir así:

-La paz del Señor sea contigo y la paciencia de Job te acompañe. No tengas en poco, cristiano, estar tan al cabo de la vida y tan cercano a las puertas de la muerte, tan fuera de este engañoso mundo y tan cercano a la eterna morada en la cual con inmensa gloria reina el Criador del humano linaje con quien viven, a quien sirven los hombres que al mundo aborrecieron y a Él amaron, a Él honraron y en Él acabaron. Porque esto mesmo era lo que San Pablo tanto deseaba. Deseo, decía él ser desatado de este cuerpo y ser suelto de la cárcel y mesón de este mundo y ser ya y estar con Jesucristo.

-La mesma paz y paciencia sean contigo, dijo el enfermo cristiano. Alegrado me has en decirme, como dijo el salmista a la casa y morada del Señor iremos, estantes están mis pies en las entradas y salas de Hierusalem. Mis pies, que es el cabo de mi vida, en el cual yo agora estoy, fuertes y fundados están en la fe de mi Señor Jesucristo, firmes y ciertos están en la esperança que tengo de ir a las salas de Hierusalem, digo a la eterna morada de mi Salvador, y cercados y encendidos están en el fuego del amor y caridad de mi Dios. Y así como Job creía, yo creo, y como Job esperaba, yo espero, y como Job decía, yo digo, que creo que mi Criador y mi Redentor, vive, y en el postrero día me tengo de levantar y tengo de resucitar de la tierra, al cual Señor y Redentor mío tengo de ver yo mesmo y no otro por mí, y mis ojos le han de ver, y en estos mis propios huesos y en esta mi propia carne veré a mi Salvador.

-Aunque veo, dijo Pelio Roseo, que hablas con mucha pena y trabajo, porque van desfalleciendo en ti los instrumentos que Dios dio al hombre para hablar, pero siento que resplandece en ti la prudencia del ánima, y como la centella, al tiempo que se quiere morir, da mayor claridad, porque lança fuera de sí toda la lumbre y lançándola resplandece y se muere, así en ti en esta postrera hora de tu vivir está mas resplandeciente tu entendimiento más clara y entera tu prudencia y más concertada la razón. Por lo cual, yo te ruego que, aunque pases trabajo, me digas qué es ese tránsito en que estás de la vida a la muerte.

-Este tránsito del vivir al morir, dijo el cristiano enfermo, es un terribilísimo momento, después del cual se sigue la eternidad. Es el cabo de la vida, es la entrada de la muerte, es un remate y cabo de la jornada, es una entrada de la patria, es una salida de este triste mundo, es una entrada de la eterna y celestial tierra, es una huida que huimos de los mortales hombres, es un ir a buscar la compañía de los celestiales bienaventurados, es un fin de destierro, es un principio de libertad, es un remate de continuos trabajos, y es un principio de continuo

reposo, es un término donde se acaban todas las enfermedades, y es un principio de eterna salud; y, finalmente, la vida de los hombres es como los pasajeros que en nao caminaban por la mar, partiendo de las estrañas tierras por venir a la propia patria, y en este viaje, después de haber corrido toda la mar padeciendo grandes naufragios, sufriendo grandes trabajos, y escapado de muy diversos peligros, ya que están a vista de su natural tierra, ante el deseado puerto, se levanta una no pensada y perversa fortuna, la cual partiendo la nao en muchos pedaços, los unos de los pasajeros y marineros se van a lo profundo de la mar sin poder ser socorridos, y los otros, acertando a tomar tablas y pedaços de la nao, nadando juntamente, llegan con gran placer, aunque con peligro, a su deseada patria. De esta manera los hombres caminan en la mar de estos tristes cuerpos de este mundo, que es tierra estraña y vida prestada, a la celestial y propia patria, con varios peligros y muchos infortunios por la mar de esta triste vida. Y después que llegan a vista del puerto, digo, a la vejez, y con ella a la enfermedad y puerta de la muerte, quebrántase la nao del cuerpo con la inopinada fortuna de la enfermedad, y deshecha la nao, digo, la compañía del cuerpo y del alma, con la sobrevenida de la no pensada muerte, los pasajeros, digo, los que son y fueron malos y mal vivieron, vanse a la hondura de la mar, siquiera la profundidad del infierno, sin poder ser socorridos de parientes ni amigos. Y los buenos, quiero decir los que se arriman a algún pedaço de la nao, que es la cruz de Cristo, y se arriman a alguna tabla de penitencia y buenas obras, después de ella, con ella pasan con placer y gozo, y aunque con alguna manera de temor, por no tener en esta vida certeza de justificación, a la natural y celestial y deseada patria del cielo. Y pues yo estoy en este golfo y a vista de la tierra y puerto, con la fortuna de esta mortal calentura, la nao de este mi cuerpo se me deshace, querría aprovecharme del pedaço de la nao en que Dios padeció y de la tabla de la penitencia. Y por tanto digo: Habe misericordia de mí, Dios mío, según tu gran misericordia y según la muchedumbre de tus miseraciones borra mi maldad;: y no me reprehendas en tu furor ni me castigues en tu ira;ni entres en juicio y justicia conmigo, siervo tuyo, porque no será ningún viviente ante tu divino acatamiento justificado; mas ante[s], Señor, en tus manos encomendo yo mi spíritu; Señor Dios, tú eres mi lumbre, mi claridad y mi salud ¿a quién temeré yo? Dios es defensor de mi vida, ¿de quien me recelaré?.

-Vete, vete, caballero, que se me va la vida del cuerpo y se me acerca la vida del alma. Solo quiero morir, pues que el hijo de Dios y mi Salvador solo y desamparado de todo favor murió en la cruz por mí, y porque espero ganar mas peleando, venciendo y muriendo solo que no con ayuda y compañía. Quiero la soledad y quiero que te vayas y quiero pelear solo y morir solo.

Diciendo estas palabras le començó el rostro a resplandecer y el aliento y habla a desfallecer. Y como Pelio Roseo vio que le era mandado de ahí partir, bien pensó que ahí no era más menester, ni convenía más estar. Y haciéndole la señal de la cruz y encomendándole a Dios que le crió, pasó adelante.

 

Capítulo XXVII

De las maravillas que vio Pelio Roseo en la séptima sala, y como ahí le fue dicho que no buscase al Caballero del Sol.

Después que Pelio Roseo fue despedido de la cama del enfermo cristiano, llegóse a una puerta que al otro canto de la cuadra estaba. Y tocando la aldaba començó de llamar, a los cuales golpes le fue respondido: ¿Quién llama?

-Llama el caballero de paz, dijo Pelio Roseo, que venció sin matar.

Luego que Pelio Roseo habló estas palabras, las puertas fueron abiertas y començó de tender sus pasos por la abierta puerta. Y derramando la lumbre de sus ojos por la espaciosa sala, fue muy maravillado de su grandeza y estrañeza, porque todo lo alto de la sala era hecho a manera de un azul y cóncavo cielo lleno de doradas y resplandecientes estrellas. A la una parte de este estraño y gran cielo, estaba figurado el Sol, hermoseado de muchos rubíes y algunos carbuncos, con los cuales lançaba de sí tanta claridad que bastaba para alumbrar y aclarar toda la sala. De la otra parte, en la falda del estrellado cielo, estaba, en contra del Sol, la Luna, hecha de un grande y luciente espejo de acero, la cual estaba tan tersa, que recibiendo en sí los rayos del adverso sol, que en el cóncavo cielo de frente estaba, revolvía y reverberaba unas sombras por la espaciosa sala, que hacía parecer que el cielo se añublaba y el sol, como en nublado día, se oscurecía. En torno de las paredes, que hermosa y ricamente estaban labradas, había un alto estrado que toda la sala rodeaba, sobre el cual estaban, en ricas sillas de vulto ,figurados todos los reyes de España, de ellos armados, salvo de manos y cara, y todos ricamente vestidos y todos con reales coronas en sus cabeças y ricos y reales cetros de fino oro en sus manos. Cada uno tenía sobre su cabeça su nombre, sus armas y un pendiente pendón que sobre las armas se tendía.

Todas estas cosas andaba Pelio Roseo mirando y notando, hasta que de uno en otro vino a la cabecera de la sala, donde en el más eminente lugar halló un rey y con él una sola reina, porque en toda la sala otra no había, cuyos nombres eran decorados con renombre de Católicos, de lucientes armas entrambos estaban armados, de ricas coronas hermoseados, de estraños cetros acompañados, y de sus muchos pendones rodeados. Estaban los dos algún tanto de todos los otros apartados. En medio tenían dos estrañas y vacías sillas.

Pues como todo esto viese Pelio Roseo y no pudiese alcançar el secreto de las vacías sillas, y como embelesado, mirando en qué podían ser estubiese, començóse un gran ruido por el cielo de la espaciosa sala, tal que romper parece que se quería. Y dando un gran tronido, haciéndose algo atrás, Pelio Roseo vio cómo començó de romper una nube que del alto cielo caía y cercando los dos, rey y reina, juntamente con las vacías sillas, un prudente varón con potente persona y rostro de gran majestad, vestido de imperiales ropas y ornado de imperial cetro y corona, cuyo nombre contiene seis letras, las dos vocales, la primera y penúltima, y es tantos en número de los emperadores de su nombre como tiene letras, quitando una. De éste se hará otra vez mención adelante en esta historia. Asimesmo pareció un hermoso doncel acompañado de dos noveles caballeros que el escudo yelmo le traían, que ante él de hinojos estaba, armado de unas blancas y muy ricas y fuertes armas. El cual contra el de las imperiales insignias con mesuradas palabras en esta manera decía: Muy alto y muy poderoso emperador, pues por divina permisión me engendraste, ármame caballero, porque yo de otra persona alguna no entiendo recebir tan alta orden. Este gran don pido a la vuestra magestad y grandeza, porque querría que con otorgarme lo pedido, y armarme caballero, me traspasase algo de su proeza, esfuerço y bondad.

-El don, amado hijo, dijo el de las imperiales insignias, yo os le otorgo, y armaros caballero quiero.

Diciendo esto, se levantó y, dándole una palmada sobre el hombro derecho, le tomó en sus braços y le levantó y, dándole paz en su rostro, así le dice: El Señor que nos libró de las infernales puertas, venciendo en el madero, te haga buen caballero, y dé orgullo y esfuerço para que venças y quebrantes los enemigos de su santa fe y poseas sus umbrales y puertas, campos y poblados.

Luego que estas palabras fueron dichas, los dos noveles caballeros le pusieron y enlazaron un hermoso yelmo, el cual una real águila por cimera tenía, y a su cuello echaron un fuerte y acerado escudo que un fiero León en su campo se mostraba. Esto no era bien acabado, cuando a gran paso entraron por las puertas de la gran sala dos grandes caballeros armados. De las manos trabados, el uno por nombre Rodrigo y el otro Hernando, las viseras alçadas, las barbas blancas. Los cuales, yéndose para aquella parte donde el de las imperiales insignias y novel caballero estaban, después de haber hecho su mesura, Rodrigo se levantó y, desatando su espada, la ceñió al novel caballero, diciéndole juntamente: Dios de los altos cielos junte en ti todo esfuerço y virtud que hubo en los antiguos caballeros. Luego, Hernando, descalçándose su derecha espuela, calçó al novel caballero, acompañando su trabajo con estas palabras: Dios te dé la ventura y tú te ayuda.

Sin mas aguardar, los dos ancianos caballeros salieron a gran paso de la sala, y a la hora se començó otro ruido como el primero, y con un trueno bajó otra nube a la otra parte de la sala, de la cual salió un venerando varón, blanco en el cabello y barba, la cabeça descubierta, vestido de largas y honestas ropas. Y llegando ante el de las imperiales ropas y su compañía, haciendo el debido acatamiento, de esta manera habla al de las imperiales insignias: Muchos trabajos has sufrido, serenísimo emperador, con los cuales has ahuyentado los lobos que mordiscaban y las serpientes que emponçoñavan las ovejas del rebaño del Salvador. No [te] canses, que aun más afán has de pasar, y más hechos has de acabar. Y toma por principio de galardón que están todos tus trabajos escritos en un libro que no los podrá jamás borrar el olvido. Como esto hubo dicho, el que de la nube había salido, volvió su habla contra el novel caballero y así le dice: Oh tú, cristiano príncipe y novel caballero, confórtate y sey robusto, porque te digo que tú te defenderás y aumentarás la infalible verdad en que fuiste renacido, y correrás los asertores y defensores de la maldad y engaño Mahomético, y en sus propios campos huirán de ti como las ovejas del lobo, y en sus moradas no estarán seguros, que ahí los alcançarás y destruirás.

Después que esto hubo dicho el venerando varón, volviendo el rostro a Pelio Roseo, que apartado al través estaba mirando lo que pasaba, le dice estas palabras: Tú, caballero que viniste por testigo de mis palabras y estás como atónito y fuera de ti, vuélvete luego, que no tienes más que hacer aquí, ni puedes pasar adelante. Vuélvete a tu morada y no [te] canses, buscando al Caballero del Sol, porque no le hallarás. Descansa, que el tiempo le tornará a tu morada donde le oirás otras cosas mayores que éstas. Pero ante que te vayas, quiero que sepas que las seis cuadras por las cuales a esta séptima sala has venido te dan a entender los estados de los vivientes hombres. Y debajo de los pocos que en ellas has visto, has de entender todos los que bien virtuosa cristianamente viven, los cuales después del acérrimo tránsito de muerte son premiados y pagados por Dios de los trabajos que en esta vida pasaron con un esencial premio de eterna gloria y perpetuo descanso, haciéndolos moradores de las celestiales moradas y compañeros de las angélicas y bienaventuradas criaturas. Y no solamente con esta eternidad de beata vida son premiados, pero aun también son galardonados acá en la tierra con un premio accidental de una recordación y buena fama, que de su bueno y virtuoso vivir entre los moradores de este suelo queda. Lo cual esta última sala te representa, y por esto se llama la Sala de la Recordación de la buena fama de los que justa y santamente vivieron y en el Señor murieron y acabaron sus breves días en su cristiana ley y servicio.

Dichas estas palabras, el venerado varón, hecho su despedimiento, se volvió para la nube y, como en ella entró no pareció más. Pero la nube, atravesando por la espaciosa sala, se vino a los dos caudillos cristianos y recibiéndolos en sí con un tronido, ellos y su compaña juntamente desaparecieron de los ojos de Pelio Roseo. El cual muy consolado por las cosas maravillosas vistas y las palabras del Caballero del Sol oídas, se volvió por el camino que ahí había venido, aunque, como de la gran sala donde había abundancia de luz saliese y en la sexta cuadra entrase, por la tiniebla que en ella había, conosció ser de noche. Por lo cual, volviéndose a la gran sala, sobre el estrado, a los pies de los reyes albergó esa noche. Y como vino la clara mañana, por cumplir lo que le era mandado, torno a salir por las ya andadas cuadras sin ahí algo se detener, porque así le fue mandado.

Aunque, como a la primera cuadra de la salida y muchas puertas llegase, siendo visto y sentido del gran caballero que ante la guardaba y todavía sobre el horcajo del envejecido árbol estaba, levantándose con presteza, ante la puerta se le pone y en esta manera le dice:

-Así os conviene, caballero, salir como entrastes. Y no penséis de tan ligeramente vos ir, porque os conviene quedar en guarda de las siete cuadras o, para vos ir, venciéndome, tornarme a la guarda de ellas.

-Mucho quisiera, dijo Pelio Roseo, que me dejaras ir en paz y tú te volvieras a tu antigua morada sin contienda. Y si tú lo quieres y puedes hacer sin batala, yo lo tomaré por gran don.

-Ni puedo ni quiero, dijo el caballero de la guarda, ca yo, estoy harto de las guardas. Si tú no me prometes de quedar en esta defensa hasta que venga otro que quiera, o tú le fuerces a lo hacer.

-Eso no haré yo, dijo Pelio Roseo, porque de mejor grado aceptaré la batalla que no quedar en la guarda.

-Pues aparéjate a ella, dijo el gran caballero.

Y diciendo esto, poniendo mano a las espadas, embraçados los escudos, se començaron de herir de duros golpes, punando el uno por salir y el otro por le defender la salida. Aunque esta contienda duró poco, porque vino al pensamiento de Pelio Roseo que, así como no pudo vencer para entrar hasta que echó fuera a aquel caballero, que guarda de las siete cuadras era, así no podría salir ni de él se librar si no lo tornaba por fuerça adentro. Y como lo pensó así lo puso por obra, porque echando el escudo a las espaldas y haciendo semblante de le herir, arremetió, y tomándole entre sus armados braços, cuando el gran caballero quiso poner fuerças, ya Pelio Roseo le tenía dentro en su antigua morada. El cual como dentro se vio, soltándole Pelio Roseo, se fue para una silla que ahí él de ante parada tenía. Y, sentándose, envainando su espada, colgó el escudo cabe sí y de esta manera a Pelio Roseo dijo: Vete, caballero de paz, a la buena ventura, pues has sabido tan bien aprovecharte de los secretos que hay para entrar y salir en estas cuadras.

Luego Pelio Roseo, despidiéndose cortésmente de la guarda de las siete cuadras, se salió de ellas. Y como Silvio ya estuviese con gran deseo de ver el fin de la batalla, corrió contra Pelio Roseo y, poniendose ante él, la rodilla por el suelo, con lágrimas que de los ojos le caían, le rogaba le dijese si había allá visto o sabido algo de su señor.

-Vamos a reposar, dijo Pelio Roseo, y limpia tus ojos y alégrate porque tu señor no es muerto ni perdido ni tampoco nos aprovecha cansar[nos] buscándole, porque no está en arte que le podamos hallar, mas el tiempo le traerá a nuestro castillo y de esto no dudes. Y alegrate que yo lo sé por muy cierto. Diciendo esto, pidió a Silvio si había algo que comer, ca menester lo había. El cual le puso lo que del día antes había quedado, porque con la angustia de la pérdida de su señor y la ausencia de Pelio Roseo, no había comido bocado. Y los dos comieron y recobraron el esfuerço. Y Pelio Roseo se confortó y los dos començaron de caminar hacia lo alto del castillo, en el cual fueron acabo de una pieça que con afán, por ser áspero el camino, habían caminado, donde dieron reposo y descanso a sus trabajados cuerpos. Donde Pelio Roseo dio entera cuenta a su muger y a sus caballeros de lo que habla sabido del Caballero del Sol. Los cuales ya todos eran vueltos, y no habían hallado alguna nueva de lo que les había mandado buscar. Donde los dejaremos por volver a la principal historia del Caballero del Sol, que adormido lo dejamos con el sueño que sobre las verdes ramas, ante la entrada de la Labrada Puerta, el Príncipe del Sueño le había infundido.

Capítulo XXVIII

Cómo el Caballero del Sol entró en la Cueva de la Labrada Puerta y de lo que le aconteció en la primera sala.

Luego que el adormido niño con su apresurada huida desapareció, el Caballero del Sol començó a sentir gran pasión en su secreto pecho, tanto quedando vueltas en su hojoso lecho con la novedad del sueño, le parecía que alguna venenosa ponçoña le había infundido el Príncipe del Sueño con sus blandas manos y floridas dormideras. Después de esta congoja, tornando con sosiego al nuevo y profundo sueño, començó de soñar y, como por representación, ver todas aquellas cosas que adelante en la historia se contarán. En este sueño estuvo adormido el Caballero del Sol hasta que el Sol con sus resplandecientes rayos por entre las espesas ramas le hirió en el descubierto rostro, con los cuales despertado, despavorida y prestamente se levanto en pie, y enlazando su yelmo y embraçando su escudo, poniendo mano por su espada, con apresurados pasos contra la Cueva de la Labrada Puerta se va. Y como porfiase por entrar, reciamente era alançado y empujado, no sabiendo ni viendo de quien. Ni le aprovechaba esgrimir fuertemente su espada, ni açotar el aire, tirando fuertes golpes a una parte y a otra. Antes, cuanto de esta manera más se trabajaba por entrar, tanto con mayor ímpetu y más crecida furia fuera era alançado. Pues como el Caballero del Sol conociese que era trabajo perdido querer entrar por fuerça, determinó de envainar su espada y pedir con paz lo que le era negado con guerra. Lo cual luego puso por obra y metiendo su espada en la vaina, echó el escudo a las espaldas y entró por la Puerta Labrada libremente sin algún estorbo.

Pero como el Caballero del Sol en la cueva se viese, mirando a todas partes, pudo ver cómo ahí no había más de una gran sala sin puerta alguna por donde pudiese pasar adelante. Por lo cual gran tristeza ocupó su muy pensativo coraçón, creyendo no ser aquella la cueva que él, con tanto trabajo y afán, había buscado. Estando, pues, de este pensamiento ocupado su triste coraçón, quiso ver y saber todo lo que en la grande y muy espaciosa sala había. Así que tendiendo sus espaciosos pasos por la rica sala adelante, llegó en medio de ella, donde estaba una preciada columna de luciente jaspe sobre la cual estaba asentada otra piedra blanca, muy clara, cuadrada y llana, poco mayor que una tabla de ajedrez, en la cual estaban escritas unas letras verdes que así decían: Venturoso caballero, que tu ventura y grandes trabajos te han traído a este secreto y encubierto lugar, ve a las dos sepulturas y toca con tus manos las imágenes que encima de ellas están y, después, métete por el gran Sansón, ca allí darás principio a lo que tanto deseas. Como el Caballero del Sol hubo leído estas palabras y las viese tan obscuras en gran duda y confusión fue puesto y, como no las acabase de entender, esperando que la obra le diría lo que había de hacer, endereçó sus pasos hacia la una parte de la sala, a la diestra mano, por saber lo que ahí había. Y como al cabo de la larga sala llegase, vio un superbo sepulcro de muy rico jaspe y preciado alabastro, tan grande y bien obrado que cosa estraña era de lo mirar. Tenía por as muy preciadas piedras esculpidos grandes salvajes y fieros animales de muy espantosas y diformes figuras. Sobre el muy grande y superbo sepulcro estaba de pies una grande imagen de muy claro cristal, la cabeça descubierta, los cabellos canos, el semblante triste, los ojos puestos en el cielo, las ropas largas de color verde obscuro, los braços altos, las palmas abiertas. En su pecho tenía un letrero que así decía:

Si tu buen deseo quiere

seguir esta recta vía

de olvidar te conviene

la vida que te sostiene

tocando la imagen mía.

Luego que el Caballero del Sol hubo leído las letras de la imagen, aunque bien las entendiese, puso duda en aceptar la condición que el letrero ponía, pensando no olvidase la vida tomando la amarga muerte. Una pieça estuvo en esta duda, pero mirando que para acabar y dar cima a todo lo que ahí hallase era venido o morir, y que la variable fortuna no reparte cosa alguna entre los vivientes sin mezclarla de trabajo, acordó de ponerse al peligro por salir con la presa, y quiso aventurar la persona por saber los secretos de la buscada cueva. Con determinación de no dejar de probar cosa que en aquella cueva le aviniese hasta que la vida le dejase.

Subiendo en aquel momento por el superbo sepulcro y invocando el favor del Criador de las cosas, con mucha veneración y reverencia tocó el Caballero del Sol con sus manos la muy clara y triste imagen. No fue por él bien tocada, cuando puso en olvido la vida, no temiendo por la virtud ofrecerse a todo peligro de muerte, viniéndole nueva voluntad y ardiente deseo de probar y tentar todo lo que en aquella cueva avenir le pudiese, no se detuvo ahí mucho ca luego tornó a doblar los pasos, yéndose al otro canto de la espaciosa sala, en el cual halló otro no menos grande y bien obrado sepulcro, de muy preciada piedra negra bien entretallado de hombres muertos, sus pechos atravesados de muy crueles flechas. Sobre el negro sepulcro estaba en pie una diforme y grande imagen de color mortal y amarilla. Su cuerpo desnudo sin ropa alguna, tan flaca y descoyuntada, que todos los huesos y coyunturas se le parecían. La cabeça tenía pelada, los ojos turbados, las narices comidas, la boca rasgada, la quijada de abajo muy colgada. En su boca no había más de dos o tres dientes en la mejilla alta y otros tantos en la de abajo. El pescueço tenía largo, los braços descoyuntados, el cuerpo desmembrado, las costillas de fuera, las piernas muy largas con solos los nervios y huesos. En sus desosadas manos tenía una cruel flecha con una ponçoñosa saeta, y por tal arte la meneaba, que a cualquiera parte que el Caballero del Sol iba, volvía contra él. Lo cual grande espanto y temor le ponía, pensando cuándo soltaría y atravesándole con su cruel y mortal saeta, le llevaría a triste sepultura. En sus pechos tenía una letra de esta forma escrita:

Si quieres alcançar gloria

tocándome con tus manos

de la muerte ten memoria

ca la vida es transitoria

en que viven los humanos.

Bien entendió el Caballero del Sol que aquella imagen era la memoria de la muerte y que si la tocase que siempre de ella se acordaría; pero poníale tanto temor y espanto su aguda saeta, y ver por su negro sepulcro muchos atravesados de la mesma flecha, que pensaba que pues donde quiera que iba la volvía contra él, que lo hacía para, en tocándola, soltar luego y, privándole de la vida, hacerle acordar para siempre de la mesma muerte.

Con este gran pavor que cogido tenía, pensó el Caballero del Sol que aquél había de ser el fin de su destierro, el deseado fin que el buscaba. Pero, tornando sobre sí, començó de leer las letras de la imagen y halló que prometían memoria y gloria y consideró que el Eclesiástico dice que la memoria de la muerte excusaba de pecar y no pecando se alcançaba la eterna gloria, y como conociese haber salido verdadero el letrero de la otra imagen que olvido de la vida se llamaba, no temiendo el peligro, acordó de la tocar por acordarse de la muerte y desechar el pecado, porque agora dándole la descoyuntada imagen luego la muerte, le prometía eterna gloria; agora, perdonándole la vida con la memoria de la muerte le daba cierta esperança de ella. Por cualquiera vía era ganancioso.

Con este bueno y sano acuerdo, el Caballero del Sol, subiendo por el sepulcro arriba, se va para la imagen y, con gran reverencia, invocando el favor del omnipotente Dios, començó de la tocar con sus manos. No la había bien tocado, cuando, olvidando su coraçón el temor que de la imagen tenía, fue lleno de memoria y recordación de la muerte. Y la desosada imagen començó de bajar la saeta y aflojar la tendida flecha para darle a entender que, para los que de la muerte no se acuerdan, tiene siempre su arco tendido y flechado y la mortal saeta puesta en la batalla, volviéndola contra ellos por dondequiera que van y andan. Y para los que de la muerte han memoria tiene el arco flojo y bajado y la saeta quitada.

Luego el Caballero del Sol, con la memoria de la espantosa muerte y el olvido de la vida, bajó del muy alto sepulcro y yéndose derecho a la muy preciada columna que en medio de la sala estaba por ver si podría entender la última parte de su letrero, como una pieça ahí estubiese pensando en su entendimiento y dónde podría hallar a Sansón para rogar le diese el paso desembaraçado, volviendo los ojos contra la pared, que de frente de la clara columna estaba, vio al gran Sansón pintado, que se estaba trabajando por descarrillar al muy bravo León.

Luego que por él fue visto, con gran regocijo endereçó contra él sus pasos, y estaba tan al natural figurado que gran sabor había el Caballero del Sol de le mirar con cuánta fuerça y diligencia procuraba desquijar al León. Pero como el Caballero del Sol entendiese que las letras de la columna le mandaban entrar por el fuerte Sansón, no podía alcançar cómo lo pudiese hacer. Y más mirando en ello, vio un pequeño tirador que de tal manera colgaba de la interior quijada del fiero león que parecía estar ahí pintado y no ser de verdadero hierro. Pues como atentamente le estuviese mirando, echóle mano y la experiencia le mostró cómo era verdadero tirador y no pintura. Lo cual como viese, echándole otra mano tiró fuertemente por él, tanto que abrió una gran puerta, la cual toda ocupaba el pintado Sansón. Y puesto que la puerta fuese abierta, lo estaba tan desembaraçada la entrada que fácilmente por ella pudiese pasar, ca en ella estaba un torno tan grande como todo el hueco de la puerta, sobre el cual estaban unas letras que en esta manera decían:

Comiença a desenvainar

tu espada, caballero,

porque tienes de pasar

mil trabajos sin dudar:

sube presto en mi tablero.

Luego que el Caballero del Sol hubo leído estas letras, poniendo mano por su espada, començó de la esgrimir, ca mucho holgó con el letrero, porque no era otro su deseo sino verse metido en todo afán y trabajo.

Capítulo XXIX

De lo que avino al Caballero del Sol con el Apetito en la segunda sala.

El Caballero del Sol, desechando toda pereza, su espada alta, su escudo embraçado, subió en el gran torno, el cual dando prestamente la vuelta, le puso en otra sala tan grande como la primera, de cuya tiniebla y oscuridad no fue poco maravillado. Luego que començó a mover sus pasos para ir adelante, oyó un muy doloroso suspiro y tras él una aquejada voz que dijo: Ay, ay, ay, ¿cómo es posible que yo sea salteado dentro en mi morada, donde ha gran tiempo que jamás para hacer tal fuerça entró hombre humano?

El que la quejosa voz había dado, haciendo gran ruido con sus armas, començó de tirar por unos cordeles, de lo cual más el ruido de las poleas que no la vista de los ojos hacían cierto al Caballero del Sol, con los cuales abrió dos luceras que a lo alto de la peña salían, por las cuales entraba claridad, aunque no mucha, por ser la peña alta. Pero bien bastó para que el Caballero del Sol pudiese ver un tan gran caballero, bien armado de todas armas, con un alfanje desnudo en la derecha mano y en la siniestra un escudo fuerte y grande de muy luciente azero embraçado. En medio del fuerte escudo tenía esculpido un muy preciado pece, con una letra en torno a él, que así decía:

Con este pece provoco

a seguir mis viejas leyes.

Prometo mucho y do poco,

el placer en pesar troco

con estas armas que veis.

Con gran gravedad estaba sentado el armado caballero en un rico trono. Sobre el mesmo trono, a la derecha mano, tenía un cetro de metal mezclado tan luciente que de fino oro parecía y, a la siniestra, una corona de lo mesmo. En medio de la obscura sala estaba una sepultura.

Luego que el Caballero del Sol hubo notado todas estas cosas, fuese contra el armado caballero que en su silla estaba y, con una baja voz, de esta manera le dice:

-Gran caballero, porque la ignorancia es madre de todos errores, y porque no peque contra tu merecer, dime quién eres y por cuál razón moras en estas horribles tinieblas.

-Yo te lo diré, dijo el gran caballero, no porque tú lo demandas, mas porque sepas contra quién has errado y cuán merecida tienes la cruel pena que yo te daré.

Como esto hubo dicho, tiró un pequeño dosel que a sus espaldas sobre su cabeça estaba, debajo del cual parecieron unas letras bermejas que en esta forma decían:

Esta casa y cárcel negra

es morada muy contina

del Apetito que guerra

hace contino a la tierra

y a la mar y a su marina.

-Ya has leído mi nombre y cuánto yo puedo; pero porque mi noble condición y mi piadoso ánimo me fuerçan a que yo te perdone, y tu inocencia excusa tu culpa, yo te quiero dar mas entera cuenta de lo que pides, porque pidiéndome perdón de tu delito y atrevimiento y, reconociéndome por señor y por quien yo soy yo perdone tu yerro y te reciba por uno de mis privados. Ya sabes que yo soy el Desordenado Apetito, a quien agora los mortales hombres reconocen por rey y señor y a cuyas leyes todos están sujetos. Y por esta causa tengo corona y cetro de rey como universal señor de los vivientes, como bien veis por las mercedes que les hago y lo bien que los trato. Yo les doy el sabor en los manjares y el que tengo fuerça en la lujuria. Yo proveo abundosamente de todo género de pasatiempos a todos los que obedecen a mis leyes, y por el contrario, a los que me son rebeldes con este acerado alfanje doy la temida muerte, metiéndolos en esa sepultura, donde para siempre les hago quedar en perpetua tristeza. Vei agora cuán mansamente me quiero haber contigo, que no solamente perdono tu yerro, pero aun te quiero hacer mi privado, haciéndote participante de mis placeres, mis riquezas y abundancia de manjares, por falta de los cuales parece que vienes descolorido con hambre.

Mucho fue alegre el Caballero del Sol, sabiendo que con el Desordenado Apetito le convenía tener contienda y, con voz airada, en esta manera le responde: Si tanta vergüença tú tuvieses para no te alabar de tus malos hechos y perversas y malas condiciones, como yo tengo olvido de la vida y memoria de la muerte para resistir a tus melosas palabras y encubiertos engaños, ni tú hablarías tantas soberbias, ni yo debería dilatar tanto tu castigo; pero todavía te quiero satisfacer con palabras, no olvidando de tomar la enmienda con las obras. Tú eres no rey sino tirano, ca si algún señorío tienes sobre los hombres hasle usurpado con engaño y cautela, y el señorío que tienes es sobre los viciosos, glotones, lujuriosos, y éstos ya no se pueden llamar hombres sino brutos animales. Así lo dice David: El que sigue su desordenado apetito, pecando, es comparado a las bestias sin saber y es hecho semejante a ellas. Y es la razón porque, siguiendo aquél tan perverso y desordenado apetito, dejan de usar de razón y usar de razón es ser hombre. Tú no eres sino aguijón de animales brutos y espuela de viciosos, causa del pecado y principio de todo mal. Tú, por un breve sabor y gusto que pones en el manjar, das perpetuo lloro y tristeza. Por un punto de deleite que mezclas en la sucia lujuria, metes a tus servidores viciosos en todo trabajo y eterna pena. Para mí no son tus promesas, tus cautelosos consejos; dalos a otros que los reciban de mejor voluntad que yo, ca no soy venido a este tenebroso lugar para otra cosa sino para te abajar tu soberbia. Por tanto, baja acá. Tomaré en tu persona el debido castigo de tus perversas obras y de tus desconcertadas y atrevidas palabras.

-Gran compasión tengo de ti, dijo el Desordenado Apetito, porque aconsejándote yo lo que te cumple, pudiéndome de ti vengar, como rey de su vasallo, no sólo no quieres recibir mis sanos consejos pero aun con gran locura y atrevimiento me desafías en mi casa y reino propio.

-Baja acá, dijo el Caballero del Sol, ca yo no te reconozco por rey. Ante te tengo por mi esclavo. Yo te prometo que ante que vaya de aquí te haga confesar que eres esclavo de todos los racionales hombres, en cuanto usan de la razón. Pero como hoy día el caballo desea arar y el buey desea el freno y la silla, dejan muchos de usar de la razón y sujétanse a tus injustas leyes. Lo cual ha dado ocasión a que, siendo tú esclavo, te nombres señor, y siendo vasallo usurpes el nombre de rey.

Con gesto muy airado y espantosa voz, el bestial Apetito así dijo:

-¡Oh mísero hombre, atrevido más que otro! Yo te juro por mi gran poder, que yo te haga conocer lo que yo puedo. Aguarda, no huyas, que mucho me pesa, porque no hay en tu miserable cuerpo en qué pueda tomar entera vengança de las muchas blasfemias que contra mi imperio y gran señorío has dicho.

Diciendo estas palabras, començó a bajar de su trono, volviendo los ojos con fiero semblante y meneando con gran fuerça su pesado alfanje.

-Abaja ya, dijo el Caballero del Sol, que antes pienso yo que tú huyas la batalla, según bajas con espaciosos pasos, que no yo que aquí estoy atendiendo. Ya creo que querrías que te convidase con la paz, pues muy lejos está de mi pensamiento, porque no dejaría la batalla por la cosa más preciada que hay entre los mortales, ca más enojado me tienes ya con tus perezosos pasos que con tus fieras palabras.

Ya el postrero escalón había bajado el gran caballero, Apetito Desordenado llamado, cuando respondió:

-Pues tanta voluntad tienes de hacer batalla conmigo, defiéndete que bien te hará menester.

Diciendo esto, descargó sobre el Caballero del Sol un pesado golpe, tal que si en aquella hora de su fuerte escudo no se cubriera, mal lo hubiera pasado, aunque no fue sin respuesta, porque, alçando su cortadora espada, le hirió de un pesado golpe en descubierto del escudo en tal manera que por poco el Desordenado Apetito no vino a tierra. El cual, endereçando su luciente yelmo, que del golpe torcido tenía, con gran coraje contra el Cablero del Sol va. Donde se començó entre los dos una no menos fiera que peligrosa batalla. Tanto anduvieron los dos en la trabada contienda que ya los braços eran cansados y las armas eran maltratadas, pero como el Caballero del Sol viese que un bestial apetito tanto en el campo le duraba, echando a las espaldas el escudo del deseo, tomó a dos manos la espada de la templança y, trayendo a la memoria el olvido de la vida y la memoria de la muerte, començó de herir al Desordenado Apetito de tan duros y espesos golpes que, sin haber en él resistencia, le hacía revolver de unas partes a otras por la espaciosa sala. El cual, como muy acosado se viese, retrájose a las gradas de su soberbio trono y, subiéndose cuanto tres grados, en esta manera començó a decir:

-Esforçado caballero, si a ti place, quédese nuestra batalla, pues asaz hemos trabajado y hasta agora no se conoce alguna mejoría. Y por tu buen esfuerço yo repartiré contigo mis deleites más abundosamente que con otro al uno de los mortales y cumpliré tus deseosos apetitos a toda tu voluntad.

Oyendo aquellas desconcertadas palabras, el Caballero del Sol fue tan enojado que apenas podía hablar. Y como fue aplacando la pasión que en su pecho había engendrado, estas palabras respondió:

-Piensas, Desordenado Apetito, de me dar el anzuelo en el manjar. No te excusarás de la començada batalla con blandas palabras, ca primero que de aquí parta te quebraré esa cabeça en que ponías la usurpada corona.

Diciendo esto, començó el Caballero del Sol a subir por las gradas del trono y, arremetiendo contra el bestial Apetito, tómole con la izquierda mano por el tiracol del yelmo y dio con él de las gradas abajo de tal caída que tal como muerto quedó en tierra tendido. Y con presteza yendo sobre él, le quitó el descompasado alfanje y una pequeña daga y desenlazándole el fuerte yelmo lo arrojó por la sala adelante.

Como el Desordenado Apetito se vido en punto de muerte, luego que tornó en su entero acuerdo, no con tanta soberbia como tenía al principio de la començada batalla, pidió merced de la vida.

-Puesto que de los caballeros sea vencer, dijo el Caballero del Sol, y de los crueles matar y que a los vencidos de quien sea la victoria se debe dar la vida, pero se entiende de aquéllos de quien se presume que con ella no serán rebeldes ni traidores; mas si es tal el caballero vencido que, no le dando la muerte será rebelde y hará tanto mal como de antes con la vida, no se debe de dejar de darle la muerte ni se le debe en manera alguna otorgar la vida, en especial a los tiranos como tú, ca, si agora yo te dejase, no por ser de mí perdonado dejarías de usar de tus engaños y de sembrar cizaña entre los vivientes hombres.

-Bien dices, dijo el Desordenado Apetito, si Dios no hubiera dado esfuerço a los valientes y virtuosos caballeros para tornar a sujetar y vencer a los que se han rebelado, no les perdonando la vida por haber segunda vez pecado. La otra razón que dices no ha lugar, porque si me matas como a rey tirano no me podrás dejar por esclavo, lo cual será gran mal dejarlo de hacer, porque si no me dejas por esclavo no habrá apetito desordenado entre los vivientes, y así su virtud no sería perfecta, pues no tendrían a quien resistir, ni de quien se guardar. Y dando agora tú la muerte al Apetito Desordenado, que es vicio, cesaría el nombre de la virtud que se llama Templança, pues son tan correlativos que no se podría llamar virtud si no hubiese vicio. Así que, matando tú el vicio, juntamente destruyes la virtud. No me quites de ser aguijón de los brutos animales, ni esclavo de los racionales hombres. Bástete quitarme el mando y señorío que tenía tiranizado. Mira que excederás en el castigo y serás tenido por cruel. Conténtate con quitarme el trono, cetro y corona y no me quites mi sepultura, que es propia casa mía. Perdóname la vida y quítame el mando. No me quites las armas y quítame el poder.

Muy espantado quedó el Caballero del Sol, oyendo que un tan bruto y bestial apetito tan profunda y sutilmente había hablado toda la verdad, allegándose a la razón, lo cual era muy ajeno de su antigua costumbre.

Viendo pues que justa y razonable cosa pedía y que matándole sería privar a los hombres de un estímulo que a los buenos, por le resistir con templança, los torna mejores, o a lo menos les da causa para lo ser, y a los malos no los hace usar más maldad de la que aman y hay en ellos, tomándole juramento que no usaría más del trono, corona y cetro y que, olvidando el nombre de rey, se llamaría esclavo de los hombres, el Caballero del Sol le perdonó la vida, partiendo y menuzando la corona y despedaçando el dorado cetro.

Capítulo XXX

Cómo el Caballero del Sol pasó a la tercera sala.

Luego que la batalla fue partida de la manera que habéis oído, aquel bestial caballero, Desordenado Apetito llamado, se encerró en la grande sepultura, en la cual propiamente debía tener su morada.

Viéndose el Caballero del Sol solo en aquella gran sala buscó si había ahí más que hacer y, como paseando fuese hacia un canto de la obscura sala, vio ahí una mesa llena de muchos y preciados manjares, con los cuales aquel Desordenado Apetito a su sujeción y imperio atraía a los tibios ánimos de los míseros hombres, sujetándolos a sus desordenadas y injustas leyes. Por lo cual, el Caballero del Sol no quiso comer de ellos, puesto que de comer tenía necesidad porque ya la conserva se le había acabado; aunque con la grande alegría, juntamente con el arrebatimiento de espíritu que tenía, viendo que para aquello que entre manos tenía había rodeado muchas provincias y sufrido grandes trabajos, no sentía tanto la hambre, ni obraba tanto la digestiva en el estómago, ni gastaba tanto la calor natural que le hubiese enflaquecido para que le faltase esfuerço para sujetar otros tres y cuatro monstruos como el pasado. Antes, como conociese ser aquellos manjares con que el bestial Apetito todo el mundo conquistaba, dando la mesa del pie, puso todos los manjares por el suelo y los pisó, venciendo con ayuno y hambre [a] aquél que [a] otros con abundancia y hartura vencía.

Esto así hecho, el Caballero del Sol tornó a andar por la gran sala por ver si hallaría por dónde pasar adelante. Y como toda la anduviese, no hallando otra puerta más de la del torno por donde había entrado, fue muy triste, y con grande enojo, yéndose para el trono del bestial Apetito, dio con él de las gradas abajo, donde se hizo muchos pedaços, quedando descubiertas unas doradas letras talladas en una negra piedra. Lo que en ellas decía era esto: Caballero que tu dichosa ventura te guió a esta segunda sala, ayudándote a vencer y sobrepujar las grandes fuerças y cautelas del señor de ella, hiere con tu derecho braço la superba sierpe de tres golpes de espada sobre la escamosa cabeça y ella abrirá camino por donde vayas adelante.

Con la grande alegría que había recibido el Caballero del Sol leyendo las doradas letras y sabiendo por ellas que había más que andar y hacer adelante, bajó de las gradas y, rodeando otra vez la sala, como no hallase ahí alguna sierpe ni pintada ni de otra manera, su ánimo fue cubierto de nueva tristeza, aunque todavía tenía esperança que la había de hallar, porque no sin causa estaban escritas ahí aquellas letras. Y lo que mayor confiança le ponía era saber que todo lo que en aquella cueva había hallado escrito había salido verdad.

Estando ocupado en estos pensamientos, el Caballero del Sol fuese para la gran sepultura para a ella se arrimar por descansar algo del trabajo. Y como cerca llegase, pudo ver de cerca lo que de lejos por la obscura claridad se le encubría. Así que como a ella se arrimase pudo ver que la sepultura estaba hecha a manera de una muy fiera serpiente y, yéndose para aquella parte donde tenía su escamosa cabeça, halló que tenía la descompasada boca cerrada y sus agudos dientes cruzados. Sin más aguardar, poniendo mano por su espada, la hirió de tres muy pesados golpes sobre su gran cabeça. Esto aun no era bien hecho, cuando la espantosa serpiente començó de abrir su grande boca. Dentro en la cual se començó de mover una espaciosa rueda [con] contadas y espaciosas vueltas. Y como por el Caballero del Sol fue vista, conociendo que por allí le convenía pasar, travóse fuertemente a la espaciosa rueda; la cual, con una muy perezosa vuelta, le puso en una muy tenebrosa cueva, estrecha, hecha a manera de mina, con unos labrados escalones de piedra, lo cual mejor determinaba por el tiento de las manos que no por la vista de los ojos; por los cuales descendió hasta tanto que llegó por aquel obscuro lugar hasta una pequeña puerta de hierro en la cual hirió reciamente con el pomo de su espada y, viendo que nadie le respondía, empujóla tan reciamente que, quebrantando las aldabas con que cerrada estaba, la abrió con muy gran ruido.

Esto no era bien acabado, cuando el Caballero del Sol entró por otra sala, no menos grande y obscura que la pasada. Pero como fue sentido, y el estruendo y ruido de la quebrantada puerta oído, así sonó una voz que decía: ¿Quién es el que ha quebrantado mi puerta y, no bastando esto, entra por mi morada contra mi voluntad? Algún robador debe ser. Violador de las sacras moradas. Pues muy engañado viene, ca yo le juro, por mi poder, que yo le castigue de tal manera que no pague su atrevimiento menos de con la propia vida. Diciendo esto, con un sordo ruido se abrieron unas pequeñas luceras que arriba de la tierra salían, por las cuales entraba una turbia luz.

Tendiendo por la rica sala los desplegados ojos, el Caballero del Sol pudo ver un feo y fiero salvaje que en tierra tendido estaba. Sus armas eran de gruesas y fuertes pieles de fieras. En su derecha mano tenía un descompasado cuchillo y en la siniestra un acerado escudo en el cual estaba pinto un cieno, y en él un enlodado jabalín. En torno del grande escudo tenía tina letra que decía:

Yo soy como javalín,

enemigo de lo bueno,

que si entra en un jardín

no curando del jazmín,

se va a meter en el cieno.

 

Capítulo XXXI

De la batalla que hizo el Caballero del Sol contra el salvaje Vicio Bruto.

Pues como el Caballero del Sol le viese por tierra tendido, començó de le hablar tales palabras: Levanta de ahí, bruto salvaje. Dime tu nombre y por cuál razón estás en este tenebroso lugar. Sino yo juro, por la orden de caballería, que yo te haga levantar a mal de tu grado.

Con voz ronca, que más de fiera que de hombre humano parecía, el desemejado salvaje respondió tales palabras: Vil caballero, bien pareces de poca prez y valía, pues sin me conocer hablas tan desmesurado. Yo te quiero decir lo que me preguntas, no por responder a lo que tú mal hablaste, sino porque oyendo mis palabras conozcas haber errado. Yo me llamo Vicio Bruto, muy amado y muy querido de los mortales hombres, tanto que ya de otra cosa no se habla en ellos sino de mí. Soy muy temido y dudado de todos estados, ca naidie me la hace que no me la pague. Ya tú sabes que en el mundo no hay otro deleite, ni se busca otro pasatiempo, ni se usa otro placer sino tener conmigo trato y compañía. Yo me hallo en los regocijos, yo voy a las romerías, de mí se habla en los sagrados templos y en mi se piensa en los sermones. Desde el Papa hasta el pastor, desde el Emperador hasta el labrador están sujetos a mis leyes y obedecen a mi mandado. Mira, desconcertado caballero, contra quien has hablado tus desconcertadas palabras. Conoce a quién tienes enojado con tu venida. Piensa cuya puerta has quebrantado. Vei cuya casa y morada has salteado, ¿qué te parece que mereces? Sei tu juez. ¿Qué vengança tomaré de ti? Dilo ya. Hora mira cuán piadoso quiero ser para contigo. Reconóceme por superior y sujétate a mis largas y justas leyes, pidiéndome perdón de la fuerça que has hecho a mi morada y de las mal criadas palabras que has dicho a mi persona y no solamente te perdonaré el yerro pasado, pero aún repartiré contigo de mis bienes, haciéndote vivir toda la vida en holgança, vicio y placer, dejándote andar a suelta rienda por los placeres, deleites y vicios mundanos cuyo tesorero soy, ca si de otra manera lo entiendes hacer, yo haré en ti un tan cruel castigo que sea escarmiento para otros.

Bien pensaba aquel bruto Bestial Vicio que ya tenía espantado y temorizado al Caballero del Sol con sus blasones y soberbias palabras. Pero, no hubo bien acabado, cuando el Caballero del Sol respondió, diciendo:

-Con justa razón te llamas Vicio Bruto, y así tu nombre da a entender que entre los brutos animales debes conversar y no entre los racionales hombres. Ya aun así lo muestran tus abominables hechos, pues estás en ese suelo tendido como los sucios puercos lo suelen hacer. Yo te digo que si tú eres estimado entre los hombres, que es entre los perversos y malos y aun aquellos señoreas porque los tienes tiranizados y engañados, entrándote en sus ánimos, prometiéndoles lo que no les puedes dar. Tú les prometes placer y les das perpetuo pesar. Prométesles alegría y dasles tristeza continua. Prométesles gloria finita y vana y haciéndoles perder la perpetua, les das eterna pena. Los buenos te temen, conociendo tus perversas condiciones y viendo tus injustas leyes, huyen de tus malas obras y aborrecen tu presencia; y los malos, mal las entendiendo te aman y las siguen. Sabe que yo soy venido a quebrantar tu soberbia y a te quitar de tu tiranizado señorío porque no hagas tanto mal a los insipientes hombres que tus desordenadas leyes y tus injustos mandamientos siguen. Y pues Vicio Bruto te llamas, contentarte debieras con señorear los animales brutos, con lo cual tu nombre se cumple y contenta y dejarás los racionales que deben reconocer a la virtud por señora, la cual justamente de ellos debe ser amada y temida y reverenciada. Pero ya tus sobrados y grandes yerros serán causa para que yo te quite del imperio y mando que tienes usurpado y tú, así, privado de tu poder. Yo creo que los viciosos hombres, conociendo su error, tornarán a recibir a la virtud por señora, la cual por tu causa está desterrada del mundo. Levántate y ven conmigo a la batalla, ca yo te juro, por la orden de caballería, de no te perdonar hasta la muerte o, vencido, ponerte el freno que tú mereces.

-¡Oh cuidado caballero!, respondió el salvaje Vicio Bruto. No sé si diga que estás loco, ca bien pensé que querías ya seguir mis sanos consejos. Y ante es al revés, que tú aborreces a mí, que todos aman y desamas lo que todos buscan, quieren y desean. No te querría maltratar por ser de aquéllos que me obedecen como a señor. Toma mi consejo, yo te daré, si me obedeces, muy preciado lecho y te haré alcançar abundancia de hermosas mujeres y te enriqueceré con señorío y abundancia de tesoros con que puedas vedar y mandar y tener descansada vida a tu sabor. Bien sabes tú que todo esto yo lo puedo muy bien hacer, porque la fortuna me hizo despensero de vicios y regalos y riquezas y descanso y, porque reparto de estas cosas con los vivientes hombres, me aman tanto. Y mira que si no lo quieres hacer, que para los tales, a mis consejos y mandamientos rebeldes, estoy armado de estas fuertes armas y tengo este descompasado cuchillo para con él les dar cruda muerte. Tan grande ira sembraron las desconcertadas palabras en el pecho del Caballero del Sol que apenas se pudo contener de no le herir de su espada. Pero sufrióse por no le herir así echado como estaba, diciendo: Levanta de ahí, Vicio Bruto, ca yo por la más suez y vil criatura de las criadas te tengo y no por rey ni señor. Levanta presto, comencemos la batalla, no me hagas promesas vanas; ca yo bien sé que tu prometer es como el del mundo, el cual promete mucho y no solamente no da nada pero aún no da lo prometido; y si algo ha de dar, primero lo ha de quitar a otro, porque, si uno hereda, otro muere y lo pierde. Y eso que da[s] es perecedero, y que al cabo ha de dejar burlado y engañado [a] aquel que lo recibe, porque a las veces por lo temporal que el mundo le da, pierde lo eterno que Dios le tiene prometido. Por ende, combidarme tú con el vicio de soberbia, mando o señorío, lujuria y sus pasatiempos, avaricia y sus tesoros, no te aprovecha, porque estos son vicios brutos como tú, de los cuales yo huyo, buscando con crecidos trabajos la real virtud, a la cual tengo por señora y entiendo servir seguir. Ca en la primera sala olvido de la vida y la memoria de la muerte me enseñaron a conocer y seguir lo bueno y a huir y aborrecer lo malo. Por tanto, deja ya de açotar el aire con vanas palabras y levántate de ahí y en la batalla te diré si quiero seguir tus locos y vanos consejos.

Enojado con estas palabras, el salvaje Vicio Bruto, con brava catadura y espantoso semblante, los ojos encendidos con crecida saña, al Caballero del Sol miraba, dando vueltas por el suelo de la espaciosa sala con crecido coraje.

Y como el Caballero del Sol viese que no se quería levantar de su polvorienta cama, yéndose contra él, haciendo semblante de le herir, le dijo: Levántate y ven a la batalla, pues te desafío hasta la muerte, si no así como estás te acometeré.

Muy embravecido, con ronca voz el salvaje Vicio Bruto así dijo: Mucho me pesa porque no vienes acompañado con otros diez, porque pudiera en todos tomar entera vengança de tus yerros; ca vergüença tengo de me levantar a hacer batalla con tan vil cosa.

No fueron por el feo salvaje bien acabadas estas palabras, cuando el Caballero del Sol saltó sobre él de pies, dándole tan crueles coces, a vuelta de aquellos pellejos que por armas vestía, que las tripas le hacía sonar en el cuerpo; ca le parecía al Caballero del Sol que cometía gran villanía si contra aquel feo salvaje, estando así echado, moviera su espada. El cual, como así se vido tratar, poniendo mano por su descompasado cuchillo, quiso herir al Caballero del Sol por las armadas piernas. Y como él lo viese, saltando un salto, se apartó afuera. Y poniendo mano por su espada, embraçando su escudo, hizo semblante de lo herir. Pero con todo esto el bestial salvaje, viendo que le había dejado, no se quiso levantar del polvoriento lecho. En lo cual claramente daba a entender que los viciosos hombres, teniendo el alma celestial y el cuerpo de tierra, siguiendo el vicio, se llegan a la parte del cuerpo, sujetándose por tal vía a su desconcertada voluntad, que no hay quien de la tierra los levante para que sigan la parte del ánima siguiendo la virtud celestial.

Viendo, pues, el Caballero del Sol que aquel salvaje Vicio Bruto no se quería desapegar del duro suelo, antes volteaba a unas partes y a otras reciamente bramando y sus dientes crujiendo, esgrimiendo fuertemente su acerado cuchillo por no se ver otra vez acoceado, yendose, pues, el Caballero del Sol contra él, viendo que en ninguna manera se quería levantar, de puro coraje ciego començó de le herir de tan duros y fuertes golpes de su espada, que si bien de su acerado escudo no se aprovechara sus salvajinas armas fueran fácilmente falsadas y sus brutas carnes cortadas.

A esa hora, como aquel bruto salvaje se viese tan malamente herir, levantándose con presteza del suelo, dio principio a tales palabras:

-¡Oh vil criatura!, ¡Oh mal aconsejado caballero! ¿quién te trajo a morir a tan tenebroso y espantoso lugar por manos de quién de tu mísero vivir ninguna piedad habrá?

-¡Oh Vicio Bruto!, ¿qué es de tu gran poder? ¿Por qué no tomas cruel vengança de este atrevido y desmesurado caballero, al cual no le ha bastado saltear tu casa sino acocear tu persona? No solías tú ser tan manso y sufrido que te pusieses a dar consejos a quien te había de maltratar. Desecha, braço derecho, la pereza, usa de tu gran fortaleza, sacude, coraçón, la dañosa misericordia y enciéndete en cruda saña, tomando debida vengança del menospreciador de tu persona.

Diciendo esto, començó de menear con gran furia su pesado cuchillo, mezclando tales palabras: Aguarda, aguarda, quebrantador de mi puerta, ca no te perdonarán los agudos y acerados filos de mi tajante cuchillo. Sin piedad te quiero luego entregar a la obscura muerte.

No hubo bien acabado el bestial salvaje, cuando cubierto de su luciente escudo, se vino para el Caballero del Sol, el cual ya iba contra él con gran voluntad que tenía de se ver envuelto con él en igual batalla.

A esa hora se començó entre los dos una brava y cruel batalla, en que había mucho que mirar y más que temer, porque se acometían tan bravamente, hiriéndose de tantos tan duros golpes, que las cabeças se hacían inclinar hasta los armados pechos, y aun a veces por la fuerça de los derechos braços hincaban las rodillas por el suelo. Media hora duró esta brava lid, que mejoría no se sentía ni ventaja de la una parte a la otra. Ni el Caballero del Sol había podido herir al bruto salvaje, ca sus armas de pieles dobladas y gruesas más fortaleza tenían de lo que parecía y mayor defensa hacían que él pensaba. En este punto, sin se hablar palabra, cada uno se apartó a su parte por dar descanso a los atormentados cuerpos. No holgaron mucho cuando movieron el uno contra el otro, ca gran sabor habían de dar fin a la començada contienda tomándose a herir hetan desmesurados golpes como si nada en aquel día hubieran hecho. Grande ánimo ponía al Caballero del Sol el olvido de la vida y la memoria de la muerte, ca de otra manera, según era valiente y acometedor el bestial salvaje, y como el Caballero del Sol muy cansado anduviese, no pudiera sufrir mucho sus pesados golpes. Pero luego que esto traía a la memoria, de nuevo era vuelto en sus enteras fuerças en tal manera que a otros salvajes bastara vencer.

Con esfuerço que de la primera sala le venía, el Caballero del Sol acometió al salvaje tan bravamente que con los renovados golpes las salvajinas pieles començaron a andar en pieças partidas por el suelo de la gran sala. En este tiempo el feo salvaje bravamente se quejaba porque ya en sus bestiales carnes los agudos filos de la espada de su contrario sentía. Pero ni aún por eso dejaba de, con continuos golpes, acometer, de tal manera que si grande esfuerço en aquella hora el coraçón del Caballero del Sol no acompañara, pudiera ser vencido de aquella desemejada bestia.

Pues como así el Caballero del Sol se viese maltratar, echando el escudo a las espaldas, tomó la espada a dos manos y yéndose contra él por le herir, descargó sobre el salvaje un tan pesado golpe que si bien no se cubriera de su fuerte escudo, con aquel golpe desamparara la ánima salvajina las bestiales carnes, aunque no hizo tanta defensa el luciente escudo que resvalando de él la espada no fuese herido el jayán Vicio Bruto de una gran herida en el derecho hombro tal que le hizo perder el acerado cuchillo.

Pues como el Caballero del Sol en tal estado le viese, entrando con él, anduvieron un poco a los braços, porque como el salvaje desfalleciese en las fuerças por la mucha sangre que perdía, en poco rato vino a tierra. Sin tardar, el Caballero del Sol, desenlazándole el fuerte yelmo, le dijo estas palabras:

-Di, Vicio Bruto, que tan lejos está tu vida o tu muerte de los filos de mi espada ¿en qué han parado tus fieros y tus soberbias palabras? ¿Parécete que tengo lugar de tomar en tu cabeça entera enmienda de tus errores y en tus salvajinas carnes castigo cumplido de tus desconcertadas palabras?

-Sí tienes, dijo el salvaje Vicio Bruto, pero no la debes tomar, porque bien vengado estás pues tu enemigo se te rinde. Y porque es más loada en los buenos caballeros como tú la clemencia que no la crueldad, asimismo porque harías gran daño a los vivientes en el mundo en me matar, pensando que los aprovechabas, quitándoles un gran enemigo, matando un tanto su contrario, quitándoles de la vía que hacen con gran peligro. Lo cual es al contrario de como tú lo piensas, porque mal se conocería la virtud si yo, su contrario, Vicio Bruto llamado, agora en tus manos muriese.

-Verdad dices, dijo el Caballero del Sol, de que mucho me maravillo porque es ajeno de tu condición. No por tú lo pedir, sino por yo lo querer, con tal concierto te haré merced de la vida y ha de ser que perpetuamente andes desterrado y ausente de la compañía de los racionales hombres, comunicando solamente con los brutos animales como tú, cesando de molestar [a] los virtuosos hombres y dejando de engañar con viciosas palabras y falsas promesas [a] los viciosos.

El desemejado salvaje, jurando de cumplir lo por el Caballero del Sol pedido, y en la manera que él lo había demandado, se tornó al sucio lugar en que estar solía.

Capítulo XXXII

Cómo el Caballero del Sol pasó a la cuarta sala y de lo que en ella le avino con el gigante llamado Pecado Monstruoso.

Siendo vencido de la manera que habéis oído aquel desemejante salvaje, llamado Vicio Bruto, començó el Caballero del Sol de andar por aquella espaciosa sala por saber lo que ahí había, y como llegase hacia la una parte, vio una cama tan ricamente atoldada y tan olorosa que cosa era muy estraña de ver, por lo cual fue muy espantado, considerando cómo aquel Vicio Bruto hacía su morada en el más sucio suelo de la obscura sala, teniendo un tan rico y preciado lecho en el cual podía sin que nadie se lo impidiese holgar y descansar a su placer, ca toda la sala era ladrillada con algunas labores de azulejos que en partes tenía, salvo en aquel lugar donde el salvaje yacía, el cual él tenía desempedrado por se colo[c]ar y revolver en el sucio polvo. En lo cual claramente daba a entender ser vicio bestial, mostrando con los hechos lo que su nombre significaba.

Y es así que el hombre vicioso es como el sucio puerco, el cual entrando en un vicioso jardín, donde hay muchas y muy diversas y olorosas flores, dejando y menospreciando aquéllas, va a buscar donde hay algún cieno para en él se meter y volcar y ensuciar. De esta manera el hombre vicioso, entrando en el jardín de este mundo, donde hay muchas y diversas virtudes, por todas ellas pasa como gato por brasas, menospreciándolas, sin hacer alguna cuenta o caso de ellas, y va a buscar un cieno de soberbia, avaricia o lujuria en que se meter, ensuciando su limpia ánima.

Pues como el Caballero del Sol conociese que aquel bruto animal tenía aquella muy olorosa cama no para sí sino para caçar y ensuciar y meter en sus hediondos vicios [a] los míseros hombres, derribólo todo por el suelo y, poniendo los pies así a las cortinas y sábanas como a todo lo otro, lo hizo en muchos pedaços, y lançándolo por el suelo, al otro canto de la sala se va, donde halló una pequeña columna de una piedra muy clara con una letra que decía: Vencedor caballero, no canses, pues la ventura no está cansada de te prometer grandes y maravillosas cosas. Vuelve a aquella parte donde estaba el rico lecho y hallarás en el suelo de la sala una puerta con dos tiradores. Tira de ellos fuertemente, ca luego abrirás camino por donde puedas seguir lo començado.

No fueron por el Caballero del Sol bien acabadas de leer las deseadas letras, cuando se fue hacia aquella parte donde el oloroso lecho estar solía, y mirando en lo bajo de ella vio los tiradores por los cuales con crecida alegría tiró fuertemente de tal manera que abriendo una puerta, quedó camino abierto para bajar por una estrecha escalera de piedra, por la cual, andando cuanto cuarenta pasos, llegó a una fuerte puerta en la cual començó de herir con mucha prisa con el pomo de su espada. Pero como a sus apresurados golpes nadie respondiese, empujóla con tanta fuerça que saliendo de sus quicios la puerta vino a tierra. Y como la entrada quedase desocupada, el Caballero del Sol començó a tender sus espaciosos pasos por la cuarta sala, no menos tenebrosa y grande que las pasadas.

Pero luego que començó de andar oyó una quejosa voz que más bramido de fiero animal que voz de humano hombre parecía, cuyas palabras en esta manera se oían: ¡Ay, Ay de ti, cuitado! ¿Es posible que en estas tus tinieblas has de ser acometido de robadores, salteadores y violadores de tu sacra morada? ¿Qué es de tu poder? ¿Qué es de tu imperio? ¿Quién es el que entrando en mi espantosa casa con grande atrevimiento, procurando enojar a quien no pagará menos de con la propia cabeça? Por cierto en gran menosprecio son venidas mis poderosas fuerças, pues un solo caballero ha osado saltearme en mi natural casa.

El Caballero del Sol estaba espantado y maravillado oyendo estas palabras y mirando un grande y espantoso fuego que en medio de la grandeza de ella, en torno se hacía, en tal manera que en un espacio que en medio de la quemadora llama se hacía, sobre una silla negra, estaba sentada una tan grande y desemejada bestia que el Caballero del Sol nunca visto había. Su ferocidad ponía espanto y sus disformes y monstruosos miembros admiración. Sus miembros todos eran a manera de hombre salvaje, salvo que el hocico tenía sacado a manera de perro; las orejas de caballo, con cuatro cuernos de pequeña grandeza. Sus braços y cuerpo cubrían unas lanosas vedijas más espesas que las del león. Sus pies eran enteros, sin tener partimiento de dedo, en la punta tenía una uña de fiero animal y en el calcaño otra, con las cuales fuertemente se asía a la tierra. Su bestial cuerpo no se vestía de otras armas, salvo de las pelosas vedijas, en las cuales algún tanto tenía de defensa por ser muy espesas. En su derecha mano tenía una descompasada y tajante espada y en la siniestra un luciente escudo, en el cual tenía esculpida una ponçoñosa serpiente con siete cabeças en la manera que se pinta la hidra de Hércules. Las seis tenían cada una, una legua y la otra tenía siete lenguas. En torno de la serpiente tenía una letra que así decía:

Tantos nombres y armas tengo

como la sierpe cabeças

y a aquellos con quien contiendo

con la una los venciendo

con todas los hago pieças.

Espantado el Caballero del Sol de ver tan horrendo y desemejado monstruo, llegó al cerco del sonoro fuego diciendo:

-Di, monstruo malino, ¿cómo te llamas y qué haces dentro de esas quemadoras llamas? Dímelo sin tardança y sal acá que conmigo eres en la batalla, ca no es razón que tan abominable cosa viva ya. Dímelo sin tardança, sino yo te haré que mal de tu grado me lo declares.

Con brava catadura y temeroso semblante, echando fuego por los ojos, el Monstruo Pecado dio principio a tales palabras:

-Muy embobecido y embelesado has estado mirando mi hermosa figura y mi temerosa estancia, pues más lo serás cuando oyas mi nombre y mis hazañosos hechos. Yo bien creo que por allá habrás visto algunos de ellos, ca mi fama y nombre vuelan por el universo mundo. Yo te digo que mucho te podrías loar si algún tiempo entre los hombres parecieses, porque en mi presencia teniéndome enojado con tus desvergonçadas y atrevidas razones has osado hablar; por lo cual, mucho me pesa que un caballero de tan crecido esfuerço y osadía venga a morir a manos de aquél con quien sus valentías son como las de un tierno niño con las de un muy esforçado gigante. Lo que demandas te quiero decir, no porque tú lo pides sino porque tengo voluntad que tú dejes tu loca demanda, porque sabiendo quién yo soy y a cuánto se extiende mi gran poder, no solamente holgarás de dejar la batalla pero aún me pedirás perdón de lo mal hecho y contra mí hablado. Yo me llamo el Monstruoso Pecado, de quien tanta cuenta se hace en el mundo que dudo hallarse hoy algún hombre que de mí no tenga noticia y se nombre mi servidor y vasallo. Y esto porque saben cuánto vale y puede mi derecho braço. Conmigo entró en batalla el perverso Lucifer y, siendo vencido, fue metido en el más profundo infierno. Yo entré en campo con Adán, primero padre de los hombres, y lo sujeté a mis leyes. Vencí a David, aquel que cortó la cabeça al dudado Golías. Derribé a Holofernes. Domé con la fuerça de mis braços a Héctor, famoso troyano; a Archiles, victorioso Griego; al Magno Alejandro; al animoso y invicto Julio César; al valeroso y magno Pompeyo; al muy diestro y sagaz capitán cartaginés, Anibal llamado; al valeroso Magno Scipión; al vencedor cónsul Mario y a otros muchos valerosos y esforçados varones que no traigo aquí por no te atapar solamente con ejemplos de esforçados príncipes, no te quedando lugar de oír los muy claros y aventajados varones sabios que a mi imperio y mando he sujetado. A Platón, a Aristóteles, a Sócrates, a Pitágoras, a Séneca, a Plutarco, a Diógenes, a Zenón, Solón solomino, dador de las leyes egipcias y a Licurgo de las lacedemonias, a Numa Pompilio de las romanas y al muy aventajado varón Salomón, con otros sabios varones que no acabaría hoy de te los contar. Mira que si osará aceptar tu campo y desafío el que ha sujetado tantos, tan esforçados varones y tan famosos sabios. Si tienes osadía para me llamar a la batalla, menea el ojo , que luego soy contigo. Y porque sepas que tengo tanta parte de pacífico como de guerrero y que me cupo igual parte de misericordia para perdonar, como de ira y fuerça para me vengar, pide perdón de lo pasado y conoce tu yerro y ponte debajo de mis leyes, como lo hicieron los que te he contado, y no solamente perdonaré tu yerro y crecido atrevimiento pero aún, dejándote salir libre como entraste, te llevaré hasta tu propia patria, donde te haré gozar de todo aquello que los más contentos en la tierra gozan, y tendré continuamente cuidado de tener debajo de mi guarda, como tu esfuerço y valentía lo merece; ca no menos glorioso estaré con tus servicios que lo fui con los de los esforçados y sabios que has oído. Toma mi sano consejo y no errarás, ca gran locura es tomar trabajosa vida en esta triste obscuridad, estando en casa de quien te la puede dar descansada y aún convertirte en deleite, si quiere. Porque sabrás que el Mundo, absoluto señor de todos los vivientes, racionales y irracionales, me ha hecho mayordomo y despensero en toda la tierra con poder de dar y distribuir entre los hombres todo género de deleite y pasatiempo. Yo te prometo como quien soy y por mi gran poder, que si haces lo que te pido, de te hacer vivir vicioso y descansado, con abundancia de señorío y riquezas, que te aprovecharán mucho para pasar en descanso y regalo la vida. Y sino quisieres obedecerme, para eso tengo esta cortadora espada y este acerado escudo, para tomar entera emienda de tus errores. Di lo que te parece.

-Oh maldito y desemejado gigante, dijo el Caballero del Sol, llamado Monstruoso Pecado, bien cuadra el nombre con tus monstruosas facciones y perversos hechos. No pienses de me espantar con tus blasones y soberbias palabras, ca bien sé que de tu nacimiento eres follón y ultrajoso. Si venciste a mi padre Adán no fue en justa guerra y aplazada batalla sino traidoramente y con encubierto engaño y al fin se escapó de tus manos y quedaste muy burlado. Y también si venciste a David fue porque era humano y como hombre pudo pecar, ca todos los vivientes están sujetos a semejantes caídas. Pero no me negaras que, si tú le sometiste a tus leyes, cebándole con la hermosura de Betsabé, que no te quebrantó él tu soberbia haciendo penitencia de su yerro. Si pusiste so tu yugo a esos valientes caballeros y excelentes sabios que has contado, fue porque ellos fueron amigos de los errores y andaban huyendo de la verdad. Pero yo ni temo tus espantosas palabras, ni tus grandes fieros, ni aún tu luciente espada y menosprecio tu loco y vano prometer, porque sirvo a mi Dios, dador de las cosas criadas y reparador del humano linaje, el cual en la primera sala sembró en mi pecho olvido de la vida y memoria de la muerte para que cumpliendo con lo que San Pablo escribió, trajese la barba sobre el hombro y velase guardándome de tus secretos y descubiertos engaños. Por tanto, sal presto de ese ardiente fuego, ven a la batalla, ca yo espero en el hacedor de lo criado que en ella te haré conocer que eres falso, fementido, alevoso y traidor, y que con engaño y falsía traes a los hombres a tus hediondos pecados. Sal de ahí presto, no pienses de te excusar con pereza, ca yo te juro, por la orden de caballería, de no me ir de aquí hasta haber y acabar contigo en batalla.

-¿Aún no quieres tomar mi consejo? dijo el Monstruo Pecado. No seas rebelde y porfiado. Mira por tu salud, mira bien lo que haces, no te arrepientas después como mal mirado. Yo sujetaré a tu mando gran copia de gentes. Acepta las mercedes que te quiero hacer y ponerte he en gran señorío. Haré obedecer a tu soberbio mandamiento diversas naciones. Harete bienquisto con las hermosas mujeres. Hartarte he de riquezas con que sujetes a tus enemigos y hagas bien y merced a tus amigos.

-No gastes almacén, dijo el Caballero del Sol, en promesas vanas, ca cierto soy que tienes lengua para prometer y no tienes nada que dar. Y dado que el señorío de todo el mundo tuvieses en tu mano para me le dar, yo no le quiero, pues es perecedero y se ha de acabar con pérdida del poseedor. Y busco la virtud para servir en ella a mi criador y redentor Jesucristo, el cual me dará la eterna vida que durará sin fin. Así que yo huyo de todo lo que tienes y puedes dar, que son vicios y pecados para abatir el cuerpo y perder el ánima. Por tanto, no canses la lengua en prometer, ca no con palabras sino con armas te has de defender. Ven a la batalla, pues bien blasonas del arnés.

Con todo esto el Monstruoso Pecado estaba quedo en su quemadora estancia y no pensaba salir a la batalla.

Pues como el Caballero del Sol conociese que no aprovechaban desafíos para sacar aquella desemejada bestia de las quemadoras llamas, armándose de la fe que San Pablo nos da para en semejante contienda, entró furiosamente por el encendido fuego y començó de tirar golpes de su espada contra el Monstruoso Pecado; el cual, como así se vido acometer, levantándose presto de su silla, andaba tan ligero, saltando a veces fuera, a veces dentro en el fuego, que golpe el Caballero del Sol no le podía acertar, hiriéndole el Monstruoso Pecado todas las veces que quería. Tanto anduvieron en esta desconcertada batalla que el Caballero del Sol se sentía muy cansado con los recibidos golpes sin le poder enojar, ca su ligereza era tan crecida que todos los golpes le hacía perder.

Muy enojado el Caballero del Sol por no poderse de él aprovechar como quería, se apartó del encendido fuego por dar descanso al cuerpo y por tornar aire, ca muy congojado se sentía con el gran calor que, estando en medio de las llamas, había recibido.

Luego el Jayán se tornó a su acostumbrado lugar, aunque no le convino holgar mucho porque luego que el Caballero del Sol cogió aire, yéndose contra el gran fuego, entró tan recio y súbito que, ante que el Monstruoso Pecado se levantase de su silla, le tomó entre sus armados braços, haciéndole con la repentina entrada perder el luciente escudo y la tajante espada. Tan suciamente hedía el Monstruoso Pecado que tanta pasión recibía el Caballero del Sol, teniéndole abraçado, como antes recibiendo sus duros golpes.

Andando en esta reñida lucha entre las quemadoras llamas, tan mal le trataba la desemejada bestia con sus crueles uñas, que muy fatigado se sentía. Pero como el Caballero del Sol en tal manera se viese tratar, apretando al Monstruoso Pecado entre sus braços lo levantó de tierra y lo sacó fuera de las encendidas llamas; el cual, como fuera del fuego se vido y entre los armados braços del Caballero del Sol, muy gran parte de sus aventajadas fuerças perdió. Aunque no fue en tal manera que no durase la porfiosa lucha media hora, hasta tanto que el Monstruoso Pecado de muy laso y cansado, desapoderado de sus fuerças, vino a tierra. Sin tardança el Caballero del Sol puso mano a una daga, y haciendo semblante de le cortar la cabeça, dijo en esta manera: ¡Oh, bestial Monstruoso Pecado! ¿qué es de tus fieros, tus blasones? Bien será que te corte la cabeça que solía traerme ejemplos y contarme falsas hazañas y hacerme promesas locas y vanas.

Dando espantosos aullidos el Monstruoso Pecado dijo:

-Pues tienes la victoria, victorioso caballero, perdona al vencido, no quieras ganar dos cosas con un trabajo. Yo te dejaré libre el paso, pues a otra cosa a mi morada no eres venido sino a vencerme y pasar por ella. Y pues yo me otorgo por tu vencido y te doy el paso, conveniente cosa es que me perdones la vida.

-No basta eso, dijo el Caballero del Sol, pero aún has de jurar de jamás te llamar señor de los hombres sino esclavo de los brutos animales como tú y que perpetuamente huirás la compañía de los racionales hombres, cesando de los engañar y guardando perpetuo destierro en lugares apartados de humana conversación. Y yo tomaré tu espada y escudo y lo haré menudos pedaços porque no mantengas con ellos jamás soberbia.

-Soy contento de así lo hacer, dijo el Pecado Monstruoso, y dando la victoria al Caballero del Sol juró todo lo arriba dicho.

Luego la espantosa bestia, escapando de las manos del Caballero del Sol, se metió en su cerco de fuego, tendiéndose por tierra, ca la silla ya estaba quemada, porque cuando el Caballero del Sol entró la segunda vez en el cerco de fuego, como arrebató en los braços al bestial jayán, derribó la silla y la echó con el pie en el gastador fuego donde muy prestamente fue hecha carbón.

Capítulo XXXIII

Cómo el Caballero del Sol salió de la Cueva de la Labrada Puerta a unos campos y florestas desabitadas.

De la manera que habéis oído fue vencido el espantable monstruo de la cuarta sala. La brava contienda así partida, el Caballero del Sol començó a pasear por la gran sala por ver si había ahí más que hacer. Al andar de la sala halló una columna de muy blanca piedra sobre la cual estaba una muy linda imagen, el ropaje pardo, los ojos bajos, la cabeça inclinada. La una mano tenía al coraçón, la otra tendida hacia delante, señalando con el dedo hacia el suelo. Sobre ella tenía una letra que decía de esta manera:

Huye la vía nocente,

abraça siempre el trabajo.

Si lo buscas sabiamente

hallarás muy prestamente

lo que quieres en lo bajo.

Leído que hubo el Caballero del Sol las letras, bien entendió que le convenía seguir la vía trabajosa, por lo cual conoció que grandes trabajos se le aparejaban. De lo cual el pasado principio le daba clara muestra. También vio cómo la imagen señalaba hacia el bajo suelo y que la letra de su señaladora mano le daba a entender que ahí había de hallar puerta y camino por donde pudiese hallar trabajos en que se ocupar y placeres si los quisiese abraçar. Y sintió que la vía de los deleites, llamada nocente, o dañosa y engañosa, y que le daba por consejo que aquella dejase y la de los trabajos siguiese.

Luego que todo esto hubo bien notado y la letra entendido y el consejo aceptado, fuese para aquella parte que la parda imagen señalaba, en la cual halló una losa leonada, redonda, con un grande tirador, por el cual tiró reciamente. Quitando la leonada piedra, quedó abierta una entrada redonda por la cual echó las manos por saber si había por donde bajar y halló una delgada cadena que asida estaba en lo alto de la redonda boca a una gruesa argolla de hierro. De lo cual, más el tiento de las manos que no la vista de los ojos le daba clara muestra, porque grande obscuridad había en la descubierta entrada. Pero como cierto fuese que por ahí le convenía bajar, prestemente se descolgó, asido por la cadena, hasta lo bajo, que podía ser su hondura hasta [los] pechos, y de ahí, bajando por una escala ancha y espaciosa y bien labrada, siguiendo siempre la delgada cadena, vino a dar en una pequeña cámara obrada de muy rica cantería, en la cual había una lucera que a lo más alto de la peña salía, por la cual entraba una pequeña luz con que el Caballero del Sol mucho holgó por descansar ahí una pieça del gran trabajo que en las salas había pasado. Y, como al un canto se apartase, pudo ver una silla y una mesa que sobre una pobre toballa un pan y un vaso de agua tenía. Y como la hambre muy malamente le aquejase, viendo que aquello se le daba para sustentación de la vida y no para gula, sentóse en la silla y comió y bevió muy bien de aquello que para su sustentación y para recobrar el esfuerço convenía.

Pues como el Caballero del Sol hubo muy bien tomado de aquel pobre manjar lo que le convenía, començó de andar la cámara, y con la muy poca luz pudo ver como era hecha en triángulo, y que en cada rincón había una muy grande puerta, todas de una forma y obradas de blanca y cristalina piedra, donde le nació una duda acompañada con tristeza, no sabiendo por cual de las puertas había de ir adelante.

Estando así, començó de mirar particularmente la estrañeza de las tres grandes puertas. Y, andando de una en otra, sobre cada una de ellas halló un mismo letrero que así decía: Caballero que tu ventura te ha traído a la única y cristalina cámara de las tres hermosas puertas, si quieres saber por cuál de ellas te conviene andar, vuelve a la mesa y alça toda la toballa muy bien y ahí hallarás lo que debes hacer.

Con gran alegría el Caballero del Sol se va para la mesa y, alçando la toballa, començó de leer un letrero que en la mesa estaba en esta manera: Toma, caballero, de mí este manjar de la alma, pues ya de mí has tomado la sustentación del cuerpo. La fuente que está ante la cueva de la labrada puerta, en la cual lavaste manos y cara, significa el santo baptismo. El sueño que en la cama de las cortadas ramas dormiste, representa la edad de la inocencia que es desde el nacimiento hasta los siete años. La entrada de la primera sala, la entrada de los años de la discreción nos declara, cuando los niños comiençan a discernir entre el bien y el mal, a los cuales hace mal el ocio, que niega la entrada de la segunda sala, cuando manda desenvainar la espada, porque, de no los ocupar en algún ejercicio virtuoso, vienen al vicio de la tercera sala y del vicio al pecado de la cuarta. La entrada redonda, honda hasta los pechos, que en la postrera sala hallaste, significa la confirmación, después de la cual es más necesaria usar de la perfección cristiana. La cadena por donde te guiaste para venir a esta triangulada cámara da a entender la doctrina evangélica, la cual nos guía a esta cristalina cámara, la cual representa la fe cristiana. Las tres puertas nos dan a entender las tres personas de la Santísima Trinidad. Sabe que todas ellas salen a una mina y vía que es un Dios omnipotente. Por tanto, ármate de la fe y ponte en medio de la cámara y haciendo la señal de la cruz sobre tu cara y pechos diciendo: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; entra por aquella puerta que quisieres o en cuyo derecho te hallarás y, no desfalleciendo en la virtud, acabarás grandes cosas.

Luego que el Caballero del Sol hubo acabado de leer el saludable letrero de la mesa, veniéndose para el medio de la camara, haciendo todo lo que por el letrero le era mandado, en el nombre del Padre y Hijo y del Espíritu Santo, començó de entrar por una de las tres puertas. Y, como el camino fuese muy llano, en poco espacio llegó donde las tres vías de las tres cristalinas puertas se juntaban, lo cual pudo claramente ver por una pequeña luz que por una lucera entraba. Donde, las rodillas hincadas, el Caballero del Sol embió su oración al omnipotente Dios, suplicándole le encaminase en el trabajoso camino de la virtud, porque mereciese alcançar la bienaventurança para que le había criado.

Acabada su oración, començó de seguir la única vía por espacio de tres horas. Y ya que muy cansado y congojado iba por el peso de las armas, pudo ver una puerta muy bien cerrada con una red de muy gruesas barras de hierro, por la cual entraba muy clara luz y deseada claridad. Con cuya vista su ánimo fue lleno de entero gozo y el esfuerço recobrado, el trabajo disminuido, la pena aliviada y la alegría venida.

Con el nuevo placer, los pies despidieron la pereza y con gran prisa enderechó sus pasos hacia aquella parte que la deseada luz venía, de manera que en poco espacio llegó a la deseada puerta en poco rato. Pero en tal manera estaba cerrada y tan fuerte era que jamás la pudo abrir ni quebrantar por mucho que en ello se trabajaba. Conociendo, pues, que porfiar le era dañoso y no provechoso, esperando inventar o hallar algún buen remedio para abrir o derrocar la cerrada puerta, fuese para una columna que ahí había para a ella se arrimar y descansar una pieça. Pero, como a ella hubo llegado, vio que en ella estaban unas coloradas letras que en esta manera decían: Trabajado caballero, que tu venturosa fortuna te ha traído a la puerta de las barras, hiere con el pomo de tu espada sobre la hueca columna, ca ella te dará con qué la cerrada puerta puedas abrir.

Muy gozoso el Caballero del Sol, por el remedio hallado, sin más atender, puso mano por su espada y hirió con el pomo sobre la columna en tal manera que, rompiendo una delgada piedra que sobre la cabeça o capitel de la columna, por la parte que estaba hueca, estaba encajada, pareció dentro una gruesa llave con la cual la cerrada puerta fue abierta, no con pequeña alegría del encerrado caballero.

Saliendo pues el Caballero del Sol por la abierta puerta, luego començó a endereçar sus gozosos pasos por los regocijados campos, muy llenos de diversos y sombrosos árboles, tan estraños y de tantos linajes que grande admiración le ponía su novedad. No anduvo mucho por aquella fresca floresta, cuando llegó a una muy clara y dulce fuente en la cual reposó una pieça, comiendo de las dulces y sabrosas frutas y bebiendo de la clara agua. Una pieça estuvo ahí el Caballero del Sol matando la hambre que le mataba y oyendo una dulce música de avecicas que por aquella floresta volaban.

Ya que el reposo había despedido el trabajo del fatigado cuerpo, tornando al començado camino, anduvo vagando por aquellas florestas y campos a unas partes y a otras por saber qué tierra era aquella, ca gran sabor hubiera, hallando a quien lo preguntar, por ser muy fértil y copiosa, de muy estraños y preciados árboles, y muchas fuentes y olorosas hierbas y hermosas flores y preciadas frutas, cual el Caballero del Sol jamás había visto.

Pero, por mucho que se trabajó, no podía hallar algún poblado ni aun encontrar algún hombre, de que muy maravillado se hacía. Con todo esto, creyendo que tierra desabitada era, y que por ella le convenía peregrinar, no cesaba de caminar sin camino, esperando que la ventura le dijese lo que había de hacer.

Tanto anduvo de esta manera que, sin lo pensar, vino a dar en el campo de la fuente de la floresta, en la cual ya había estado la primera vez, cuando salió de la puerta de las barras, donde reposó otro rato, lavándose manos y cara. Estándose sentado cabe la señera fuente, parecióle que sería bien, pues hasta allí no había querido seguir camino, ni le había hallado, salvo la senda que le trajo a la fuente, seguir adelante por la senda, pues adelante pasaba; y por ventura por ella hallaría alguno que le dijese qué tierra era o le diese nuevas de algún poblado.

Con este nuevo propósito, el Caballero del Sol començó de caminar por la senda y, a poco rato, vio que la senda se partía en dos caminos. El uno se enderechaba a la diestra mano y el otro llevaba la siniestra o izquierda mano. El de la siniestra mano era muy ancho y espacioso y muy trillado, lleno de muy frescos y frutíferos árboles y puestos por tanto concierto que ellos hacían sombra de la una parte y de la otra del ancho camino y daban mantenimiento a los caminantes con sus dulces y preciadas frutas. El camino de la derecha mano era tan estrecho y angosto que mejor se podía llamar senda que no real camino. Estaba muy herboso en manera que parecía que pocos por él caminaban. Los árboles que en él nacían eran robles y encinas con su dura y silvestre fruta, espinos y çarças, con otros espinosos y silvestres árboles. Entre la estrecha senda y ancho camino estaba una gruesa y pequeña columna. Sobre ella estaba otra piedra, tallada a manera de escudo, mitad pardo y mitad colorado, con un letrero en torno que así decía:

En la choça y gran morada

te darán muy por entero

la razón de tu jornada

de la parda y colorada

colores y mi letrero.

 

Capítulo XXXIV

De lo que aconteció al Caballero del Sol con dos doncellas llamadas Trabajosa Vida y Ociosidad Mundana.

Mucho holgó el Caballero del Sol cuando hubo leído las letras del pardo y colorado escudo, por saber que en la rica morada y en la pobre cabaña había gente que le sabrían dar entera cuenta de los dos caminos, porque ya había visto de la parte de la herbosa senda una cabaña y de la parte del ancho camino una rica y sobervia morada.

Muy codicioso el Caballero del Sol de ser informado de las dos vías, pensando que mejor en la gran casa que no en la pobre cabaña hallaría quién le sacase de duda y le diese razón y cuenta de lo que demandaba, hacia el rico palacio sus pasos endereça. Ante que el Caballero del Sol a la gran morada llegase, por la puerta salió una hermosa y olorosa doncella, ricamente ataviada, sus dorados cabellos sueltos por los hombros. Sobre ellos ponía una corona de diversas flores, tan olorosa y galana que mucha gracia ponía a sus muy rubios cabellos. Su gorjal de la blanca camisa era de oro chapado con muchas preciadas piedras sutilmente asentadas. Vestía unas ropas vendeadas de carmesí colorado y terciopelo verde, con una rica bordadura de oro y perlas y unas flores por toda la vestidura, unas amarillas y otras negras, con una letra envuelta con ellas que en esta manera decía:

La alegría del principio

y esperar

al fin es desesperar.

En su derecha mano traía el mundo y en la otra un ramo de palma con una letra que decía así:

Del mundo triunfa esta dama

mas su placer

en tristeza ha de volver.

Venía acompañada de un escudero, todo vestido de azul aforrado en raso colorado con unas menudas cochilladas que lo descubrían y un motete que decía en esta manera:

El placer que está encubierto

por no lo celar mostrado

me hace regocijado.

Este escudero, llamado Regocijo, la traía de braço y un paje la falda. Su vestido era morado con unas cortaduras de verde claro y un mote que decía así:

La esperança ganada

del amor

me da deleite y sabor.

Con tal compañía, y con muy compuestos y reposados pasos, la muy hermosa y apuesta doncella, viniendo contra el Caballero del Sol, dio principio a tales palabras: Caballero que hayas ventura, mi venida es para te declarar las letras del colorado y pardo escudo. La mitad de él es colorado y es aquella mitad mía, y da a entender que yo soy alegre y mi camino no es triste sino muy alegre y lleno de todo placer. La otra mitad es parda y es de la pobre doncella que su morada hace en la pequeña cabaña, y da muestra clara que ella y su camino son llenos de todo trabajo. Pues sabes la soltura, sal de tu duda y sigue mi espacioso camino, ca no tiene necesidad que yo le alabe, pues vees como es muy espacioso, muy deleitoso, muy seguido de todos, lleno de muchos, muy olorosos y fructíferos árboles. Y la causa porque yo te convido a seguir mi camino es porque tú vienes fatigado con los trabajos y afanes que has pasado, de lo cual me da clara muestra tu descolorido rostro y tu fatigado y cansado cuerpo. Y pues tú sabes bien que los trabajos son camino por donde van al reposo y se gana la holgança, y el afán se toma por alcançar descanso y el cuidado por llegar a la alegría, mira cuán gran locura cometerías si, habiendo tú tanto trabajado por venir a este mi camino, lleno de reposo y placer y contentamiento, agora lo desechases, no queriendo galardón y premio por lo afanado. Comiença de caminar. No pierdas tiempo.

-Alta señora, porque no incurra en mala criança, dijo el Caballero del Sol, y porque sepa cuyo consejo sigo, dime tu nombre y los de esos tus servidores, ca eran voluntad tengo de lo saber.

-Bien me place de te lo decir, dijo la olorosa y hermosa doncella. Yo me llamo la Ociosidad Mundana, bienquista y querida de todos estados. Yo doy los pasatiempos, soy señora de los regocijos y placeres. Yo pongo y siembro alegría en los coraçones de los que siguen mi consejo y van por mi alegre camino debajo de mi bandera. Yo soy guía de los honrrados y por hacer buena obra a los que andan peregrinando como tú, me he puesto en estos dos caminos por les guiar y desengañar, para que no tomen el camino de esa pobre doncella y siguiéndole nunca les falte trabajo y vengan en perdición y desesperación, sino para que caminen por este mi camino, en el cual no hay tristeza, sino todo regocijo y descanso. Y si tú, buen caballero, a mí no crees, mira cuál es el principio y por él conocerás el fin. Pues está escrito que donde hay buen principio no puede faltar bueno y próspero fin.

En este punto se le recordó al Caballero del Sol el consejo de la imagen que estaba sobre la columna en la postrera sala, y entendió que le hacía menester usar de él y seguir la senda herbosa y trabajosa y dejar el ancho camino de la doncella Ociosidad Mundana. Por lo cual en esta manera respondió:

-Buena doncella, jamás se alcançó con descanso y placer gloria y fama. Tu nombre y los de tus servidores y tu ancho y deleitoso camino me amenazan con riguroso fin y desastrado acabamiento. Siga quien quisiere tu sabroso camino, porque yo este otro áspero y escabroso entiendo tomar.

-Mira que te engañas en no seguir mi sano consejo, dijo la Ociosidad Mundana. Ca en este mi muy trillado camino no puedes errar, porque los árboles por él puestos te guiarán y te darán mantenimiento pues tú no lo traes. Por esotra herbosa senda morirás de hambre. Por este camino irás muy acompañado; por esa otra herbosa senda caminarás solo. En este real camino habitan siete dueñas en siete moradas repartidas por jornadas. La primera se llama Sobervia, la otra Avaricia, la tercera Lujuria, la otra Ira, la quinta Gula, la sexta Envidia, la séptima Acidia. Estas piadosas y poderosas dueñas recogen los caminantes en sus ricos palacios, haciéndoles buenos tratamientos y aun proveyéndoles de lo necesario para el camino. Al contrario lo hallarás en la herbosa y sola senda de la pobre doncella, porque estas mesmas tienen en la mesma senda otras fortalezas para defender los pasos y dar rigurosas muertes a los que por esa senda caminan, porque siguen camino por ellas defendido. Y para esto tienen ahí sus guardas y caballeros que por ellas hacen batalla. Agora pues, mira si te aconsejo bien.

-Esos defendidos pasos es lo que yo busco, dijo el Caballero del Sol; por lo cual desde agora me crece y porque tengo gran deseo de me ver en todo trabajo por franquear esos defendidos pasos, vuélvete a tu rica morada, Ociosidad Mundana, guarda los tus consejos para otros que mejor les parezcan, porque yo no soy venido por aquí sino a ponerme a todo trabajo y a sujetarme a todo afán.

Como la hermosa doncella vio que perdía con el Caballero del Sol tiempo y palabras, en esta manera le responde:

-Haz a tu voluntad, ca algún día te acordarás de mí y te pesará por haber desechado mis consejos y mi espacioso camino.

Diciendo estas palabras, la ociosidad Mundana con sus servidores a su rica morada se vuelve. Y el Caballero del Sol tomó el derecho camino de la pobre cabaña de la cual salió una dispuesta doncella, el cabello cogido y vuelto a su cabeça coronada de hojas de roble, ropas de terciopelo pardo, aforrado en raso carmesí, con unas cuchilladas tan pequeñas que apenas se podía ver el rico carmesí, con un mote por bordura que así decía:

El trabajo contino

alegría en sí contiene

y que sigue mi camino

si en él no pierde el tino

el descanso se le viene.

Puesto que la dispuesta doncella de la pobre cabaña estuviese del sol quemada y sus delicadas manos trabajadas y ásperas y sus ropas fuesen algo traídas y no tan ricas y bien obradas cuanto ella merecía, pero su estremada apostura y desenvoltura la agraciaban tanto que muy mayor magestad su quemado rostro y su gentil disposición representaba, que no la hermosura y delicadeza de la Ociosidad Mundana. En su derecha mano traía un açote y en la siniestra un pequeño telar con una letra que de esta manera decía:

Con este agote castigo

a quien no quiere trabajar

en el pequeño telar.

A esta dispuesta doncella acompañaba un escudero vestido de terciopelo leonado, aforrado en raso pardo, con unas espesas cuchilladas por donde lo pardo se parecía, con una letra entre ellas que de esta manera decía:

La congoja y el afán

encubierto traen debajo

el no cansado trabajo.

También venía acompañando a esta honesta doncella un paje vestido de ropas claras, aforradas en raso pardo, con unas cortaduras de raso dorado y una letra que así decía:

El trabajo y el cuidado

y su memoria

dan esperança de gloria.

De la manera que habéis oído, la apuesta doncella se venía para el Caballero del Sol y, como cerca llegase, el caballero la saludó cortésmente y ella le tornó las saludes. El Caballero del Sol, rompiendo el silencio, en esta manera començó de preguntar:

-Noble doncella, por cortesía me digáis quién sois y cómo se llaman estos vuestros servidores, porque no cometa algún yerro contra vuestro merecer, avisándome juntamente cuál de los dos caminos me conviene seguir.

Con muy apacible rostro y gracioso meneo, la doncella de la pobre cabaña dio principio a tales palabras:

-Soy contenta de te lo decir, armado y trabajoso caballero. Yo me llamo Trabajosa Vida. Mi escudero, el Afán no Cansado. Y el paje, Cuidado del Trabajo. Mi senda es muy estrecha y muy herbosa y escabrosa porque en nuestros tiempos pocos caminan por ella. Los árboles que por ella son nacidos ya tú los vees que son robles y encinas, çarças y espinos, con otros silvestres y espinosos árboles. Jamás en ella hay descanso hasta el fin. Es llena de todo trabajo, de muchas peñas, riscos, malezas, espesuras, hondos valles y atolladeros y, finalmente, llena de muchos peligros. Hay en ella siete pasos defendidos, de los cuales ya debes estar avisado por la Ociosidad Mundana. Y el que en alguno de ellos es vencido, en la mesma hora lo pasan al espacioso y ancho y deleitoso camino de la Ociosidad Mundana. Pero si tú, con viril coraçón y fuerça de tus braços, los pasas, venciendo los defensores de ellos, yo te digo que después te verás en toda tranquilidad y sosiego, donde verás cosas tan estrañas y maravillosas cuales jamás has visto ni oído. No quiero cansar tus orejas oyendo alabar mi estrecha y herbosa senda, porque no digas que parecía bien que la alabase otro y no yo. Harto basta para te avisar y responder a lo que me tienes pedido, contarte sus trabajos, sus peligros y su fin gozoso y sabroso, lleno de perpetuo gozo; lo cual todo es al contrario en el ancho y trillado camino, ca en él los principios y medios son sabrosos y apacibles y el fin es riguroso y muy espantoso; porque yo te digo que los que por él hacen su viaje, en pago de sus muchos y regocijados pasatiempos y hediondos vicios, son en cabo de la jornada llevados a un alto despeñadero, en el cual el muy trillado camino se fenece, y de allí son despeñados en una perpetua y espantable tiniebla, adonde, perpetuamente siendo atormentados, quedan para siempre en continuo lloro y mortal tristeza. Ya yo te he dicho [lo] que me preguntaste, agora, trabajado caballero, haz a tu voluntad. Sigue la vía que mejor te pareciere.

-Vuestra senda y sano consejo seguiré yo, honesta doncella, dijo el Caballero del Sol, ca dudo yo poder hallar en el mundo quien mejor me diera la soltura de los dos caminos que la vuestra merced. Por lo cual soy puesto en grande obligación de lo servir, y sino pudiere, por ser mis fuerças flacas, al menos la voluntad no me fallece. Yo juro, por la orden de caballería, de no dejar la herbosa y estrecha senda hasta al cabo, si la vida no me deja. A lo cual me obliga tu gran bondad y mi deseo, porque yo no soy venido por aquí sino a desechar el regalo y reposo y a buscar el trabajo, siguiendo los más solos caminos y poniéndome por la virtud a los más temidos peligros, porque el hecho diga con mi deseo y mi destierro.

-Mucho soy alegre, dijo la trabajada doncella, porque con tu gran voluntad y bondad sigues mi herbosa y trabajosa senda y yo fío tanto en tu esfuerço y bondad que por ningún peligro lo dejarás. Diciendo estas palabras, la doncella se despidió cortésmente y el Caballero del Sol, haciendo su debido acatamiento, tomó el derecho camino de la herbosa y trabajosa senda.

 

Capítulo XXXV

Cómo caminando el Caballero del Sol, que por otro nombre se llamaba Desterrado, por la estrecha senda vio una rica tienda y de lo que en ella le avino con la Razón Natural.

Después que el Caballero del Sol se despidió de la doncella Trabajosa Vida, caminó aquel día por la herbosa senda con asaz trabajo y afán por su estrechura y aspereza, pero ya el claro sol, con su rápido curso, el derecho camino de occidente llenaba por esconder sus dorados y resplandecientes rayos. Desde un pequeño recuesto pudo ver en un estrecho valle que adelante se hacia, una rica tienda armada, con cuya vista nueva alegría entró en el Caballero del Sol, pensando que era aquel alguno de los pasos defendidos. Y puesto que muy cansado y fatigado estuviese, tomando nuevas fuerças con la no pensada alegría, bajó con gran presteza por un risco abajo, porque no le impidiesen las obscuras tinieblas ante que a la rica tienda llegase.

Tanta priesa dio el Caballero del Sol en su camino que, ante que la clara luz las tierras dejase, llegó a la armada tienda, de cuya estrañeza y riqueza grandemente fue maravillado. Su color era azul, hecha y obrada tan sutilmente que toda ser una pieça parecía. Y como la rodease por mejor ver y notar su riqueza, cada paso que adelente pasaba le parecía que variaba la color. Rodeaban la rica tienda cuatro cercos de tela de oro, tan anchos cada uno como tres pies, repartidos a trechos, desde lo más bajo hasta lo más alto; estos cercos estaban bordados de pelosos salvajes y fieros y silvestres animales y diversos y muy preciados árboles tan al natural hechos que mucho había ahí que mirar. En lo más alto de la rica tienda estaba una rica poma de oro, sobre ella un pequeño león de plata, el pecho y la corona dorado, con un pequeño pendón colorado y una letra que decía:

Gobiérnase por razón

la señora de esta tienda

y jamás busca contienda.

La puerta de la muy preciada tienda no estaba menos obrada que los cuatro cercos. Sobre ella estaba ricamente bordado el emperador Trajano, sentado en una rica silla con tanta magestad como vivo representaba. En su cabeça tenía una rica corona y en su diestra mano imperial cetro. En la siniestra una balança y una medida, con un letrero sobre su cabeça que decía de esta manera:

Razón me hizo inventor

del peso con la medida

con que se rige la vida.

Ya la claridad diurna huía de las horribles tinieblas de la noche, cuando, sintiendo los de la tienda los pasos del Caballero del Sol, un paje salió y, como le vido, sin aguardar palabra, mostrando rostro alegre a su venida, se volvió para dentro.

No tardó mucho que salió el mesmo diciendo:

-Caballero del Sol y las Lunetas, la señora de esta tienda te ruega que entres a la hablar. Y podrás albergar aquí esta noche ca ya es tarde para pasar adelante.

-Bien me place de lo así hacer, dijo el Caballero del Sol. Ve adelante.

De esta manera entró en la rica tienda. A la diestra mano, a una parte de la preciada tienda, sobre un estrado y una rica silla estaba una grave y hermosa doncella. Sobre sus rubios cabellos tenía una rica corona de fino oro con muchas, muy preciadas y resplandecientes piedras por ella esmaltadas. Su vestido era de la mesma color de la rica tienda, con una bordadura de fino oro y piedras preciosas sutilmente asentadas. En su derecha mano tenía un cetro de bueno y fino oro. En la siniestra una pequeña balança de blanca plata, dorada a pedaços con unas letras que bajaban de la balança a las ricas ropas que en esta forma decían:

Celestiales son mis hechos

pues que peso con razón

la bondad del coraçón.

En torno de la muy grave y generosa doncella estaban bajo del estrado en ricas sillas dos ancianos viejos, y sobre el estrado a los pies de la generosa doncella estaban sentadas dos honradas matronas y en medio un tierno niño. El anciano, que a la diestra mano estaba, vestía ricas ropas de azul obscuro. Sobre sus blancos cabellos tenía una corona de laurel, los braços tendidos, las palmas abiertas y vueltas hacia bajo. Debajo de la derecha tenía el sol y de la siniestra la luna, los ojos levantados arriba, a dar a entender que su entendimiento no paraba en el sol ni en la luna sino en el que cría y gobierna los cielos y la tierra. En su derecho braço tenía un letrero que así decía:

Mi entender es tan subido

que él nivela

cómo el cielo se rodea.

El grave viejo, que a la siniestra mano estaba, vestía ropas ricas de azul claro. Sus canos cabellos apremiaba una corona de plata, llena de pequeñas estrellas doradas. De la una mano a la otra tenía una manera del arco del cielo llamado iris, con un letrero encima de él que decía así:

Con sutil y buen juicio

mediante Dios verdadero

que me dio tal ejercicio

por lo pasado hallo indicio

de lo que es venidero.

El habilísimo niño, que a los pies de la hermosa doncella estaba, vestía carmesí sin otra mezcla. Era blanco y colorado, los cabellos rubios y encrespados, los labios colorados, la lengua tenía sacada y en ella una brasa, aunque de ello pena no sentía. De la derecha mano le colgaba un letrero que ansí decía:

El ingenio con trabajo

presto alcança

la ciencia con alabança.

La más antigua dueña vestía ropas negras. Sobre su tocada cabeça tenía una corona de palma. En la derecha mano un cuchillo y en la siniestra una ciudad, con una letra por ella que así decía:

Con correción y castigo

moderado

se gobierna gran poblado.

La otra honesta dueña vestía paños aceitunís aforrados en raso carmesí. Su cabeça rodeaba una corona de laurel. En sus manos tenía un libro con un dicho que en esta forma decía:

Las villas y las ciudades

con gobierno

rige la ley del cuaderno.

Luego que el Caballero del Sol hubo notado lo que habéis oído, llegando con debido acatamiento, la rodilla por tierra, dijo de esta manera:

-Muy alta y poderosa señora. Porque no peque con ignorancia bajándote de tu merecer, te pido un don, y es que me digas quién eres y propio nombre y si estás aquí de estancia por algún tiempo o vas camino para alguna parte, ca si yo en algo puedo a tu grandeza servir lo haré de muy buen grado. Y también deseo saber cómo se llama cada uno de esta noble compañía de que estás rodeada.

Con gran matureza y no creído resposo la linda y discreta doncella dio principio a tales palabras:

-Caballero del Sol, aunque por vuestra voluntad os llamáis Desterrado, seáis bien venido, ca días ha deseo y atiendo aquí vuestra venida. Todo lo que pedís y más os diré yo. A mí llaman la Razón Natural. A este anciano que está a mi diestra mano llaman Entendimiento y al de la siniestra, juicio. El hermoso niño ha por nombre Ingenio. La dueña del cuchillo y ciudad es la Gobernación. La de las ricas ropas aceitunís se llama Ley. Pues has oído mi nombre, quiero te decir la causa de mi camino. Óyeme y verás cosas maravillosas. Está atento y oirás nuevas estrañezas. Ha crecido tanto la malicia entre los hombres y hanse entrado por todo género de vicios tan a rienda suelta, han dado tanta parte de sí al perverso y maligno Mundo, tomándole por rey señor y mostrándose sus vasallos y servidores, que ensoberbecido, con la voluntad de los vivientes ganada y con el gran señorío que tiene sobre ellos, que sembrando vicios y pecados, haciendo nuevas y injustas leyes, ha desterrado de la espaciosa

tierra y de la compañía y coraçones de los hombres todas las virtudes, por a dar salvo y buen barato las almas de los míseros hombres al perverso Lucifer. De la manera que has oído, yo y mis hermanas, que por general nombre Virtudes nos llamamos, fuimos desterradas de nuestra natural tierra, en la cual nos había criado y dejado el alto Señor y Hacedor de todo lo criado, y los hediondos vicios fueron recibidos en nuestro lugar, a los cuales agora se hace más fiesta y en más son estimados que nosotras solíamos ser tenidas. Pues como en tal manera por el perverso Mundo nos viésemos desterrar y alançar de la tierra, juntándonos todas salimos, más por fuerça que de grado, a cumplir el injusto destierro. Y en la salida acordamos de pedir justicia de tan notorio agravio al eterno y omnipotente Dios, el cual otra vez que desterradas estábamos, envió su unigénito Hijo a tomar carne humana y a padecer muerte por librar los hombres que había criado de las manos y poder del perverso Satanás y por nos tornar a la tierra y sembrar y injerir en los coraçones de los humanos para que, mediante su ley de gracia, obrando virtud y aborreciendo los vicios, salvasen sus ánimas y ganasen la bienaventurada vida para que los habla criado. Con este acuerdo, todas juntamente dimos una devota petición a la divina y poderosa majestad. Luego el muy poderoso Dios, usando de su divina clemencia, oyendo nuestro devoto suplicar, proveyó que la divina justicia viniese al Campo de la Verdad, el cual está en el fin y cabo de esta estrecha senda, para que llamase ahí al Mundo y oyendo entrambas partes, hiciese justicia en este desaforado hecho. Luego que esto fue mandado por la divina y suprema majestad, las desterradas Virtudes tornamos esta estrecha y trabajosa senda para ir con presteza a pedir derecho al Campo de la Verdad. La Sabia Prudencia llevaba la vanguardia y delantera y yo la retaguardia, por manera que todas mis hermanas van adelante. Yo soy la que he quedado de pasar los defendidos pasos de esta senda esperando tu venida para que con esforçado coraçón, si a ti place, me franquees los siete defendidos pasos en que están siete malas dueñas con caballeros que por su parte hagan batalla, cuando con sus engaños no pueden vencer [a] los que por la estrecha senda caminan. Ya te he dicho para donde es mi camino y la causa del caminar. Vey si quieres acompañarme y ganarme los peligrosos pasos, lo cual, si hicieres, ponerme has en obligación de te hacer alguna merced y te llevaré al Campo de la Verdad, donde verás cosas jamás por ti vistas, y más haré, que después que acabares esta jornada, tornando a salir por la Labrada Puerta por donde entraste en la cueva de las salas, el cual es verdadero camino para venir a esta senda herbosa, que lleves escrito de mano de la sabia Prudencia, la cual lo hará por mi ruego, todo que hasta aquí ha pasado por ti después que saliste de la corte del poderoso Don Carlos Emperador de Roma, juntamente con lo que te acontecerá de aquí adelante y lo que veras y oirás en el Campo de la Verdad hasta en tanto que vuelvas al castillo de tu caro amigo Pelio Roseo, tornando a repisar los pasos andados .

-Muy poderosa doncella, dijo el Caballero del Sol, y con justo título Razón Natural llamada, que todas las cosas riges con orden, peso y medida, yo acepto la merced de ir en tu compañía y escojo el trabajo de franquear los pasos defendidos en cuanto mis flacas fuerças bastaren; porque, ultra de a ello me obligar tu gran merced y mandamiento, yo no me desterré de la corte de España para otra cosa sino para ponerme a todo trabajo y afán en defensa de la virtud. Y agora me cuento por bienaventurado por haber hallado una tan alta señora en cuyo servicio emplee mis flacas fuerças y gaste mis trabajos y aventure mi persona. Yo te juro, poderosa doncella, por la orden de caballería, pues me has hecho merecedor de tu compañía, de jamás salir de tu mandado ni faltar de tu servicio por temor de algún peligro, aunque sea tal que me hubiese de costar la vida.

-Pues aceptáis mi ruego, buen caballero, dijo la Natural Razón, yo os recibo por mi aguardador, ca bien espero, según vuestra gran bondad, que el decir y el obrar en vos serán iguales y, pues es tarde, será bien que se os dé a cenar y os vais a reposar, que bien os hará menester.

Luego las mesas fueron puestas, donde fueron altamente servidos, aunque no de muchos, pero de convenientes manjares. Las tablas fueron alçadas y el Caballero del Sol, acompañado de dos pajes, se fue a reposar a un cerrado lecho, ca muchos y buenos los había en la rica tienda, por tal manera obrados que se podían cerrar por de dentro y por de fuera, donde, siendo cerrado, el Caballero del Sol reposó hasta la luz del siguiente día.

Capítulo XXXVI

Cómo la Natural Razón, acompañada del Caballero del Sol, partieron de aquel valle y de lo que les avino en el primero paso defendido.

Ya la sabrosa y muy dulce mañana con sus polidos rayos las obscuras tinieblas de la pasada noche hacía huir, cuando dos pajes, llegando al lecho del Caballero del Sol, abrieron con bajas vozes, diciendo: Levántate, buen caballero, que así lo manda nuestra señora la Natural Razón.

Luego el Caballero del Sol, con ayuda de los pajes, fue vestido de sus ropas y armado de sus ricas y fuertes armas, ca la Natural Razón los había mandado que lo sirviesen y acompañasen. A esa hora, otro paje llegó diciendo: Ven, esforçado caballero, ca la señora de esta tienda te atiende para començar a caminar.

Luego que por el Caballero del Sol fueron oídas estas palabras, salió fuera de la rica tienda y, con la reverencia debida, saludó a la Natural Razón y la sabia doncella le tornó los saludos, mandándole cabalgar en un poderoso y gran caballo que ahí un escudero tenía de diestro; ca ya la Natural Razón estaba sentada sobre un unicornio ricamente atoldado y sus servidores en buenos caballos y hermosos palafrenes. De esta manera començaron de caminar la Natural Razón y su compañía por la herbosa y estrecha senda, quedando algunos de sus servidores a coger la rica tienda,

La discreta y hermosa doncella, volviendo sus palabras al Caballero del Sol, así dijo:

-Caballero, no sé si os llame Desterrado, como a mí, o del Sol. Ya de mi boca y de la de la doncella Trabajosa Vida habéis oído cómo en esta estrecha senda hay siete pasos defendidos, en los cuales reciben gran detrimento y padecen grande afán los que por ella caminan. Y pues vos ofrecéis vuestra persona y esfuerço para los franquear y ganar, yo también quiero hacer lo que debo y puedo, avisándoos de lo que debéis hacer y de lo que os debéis guardar. Lo primero, como veáis aquellas falsas dueñas que los pasos defienden, las debéis preguntar sus nombres y los de sus servidores, porque os pondrá mucho ánimo el saberlo, para menospreciar sus falsas y engañosas palabras y aborrecer sus vanas obras. Lo Segundo, debéis traer a la memoria el olvido de la vida y la memoria de la muerte que vistes en la primera sala de la cueva de la Labrada Puerta. Y esto os aprovechará para menospreciar las engañosas promesas de aquellas falsas dueñas y os pondrá grande animo y esforçado coraçón para vencer y sujetar las aventajadas fuerças de los defensores de las alevosas dueñas. No creas a sus dulces palabras ni aceptes sus vanas promesas, porque mucho prometer es especie de no dar nada. Y si algo dan, o pueden dar, es vicio y maldades, ca en ellas jamás se halló bien ni bondad, por donde claro parece que no pueden dar lo que no poseen ni tienen, ni algún tiempo tuvieron. Guárdate, desterrado caballero, no seas vencido en las palabras, que yo fío en tu buen esfuerço que no lo serás en las armas. Y cuando fueses haciendo tu deber, no eres de culpar, porque en verdad te digo que si te dejas derribar con falsas promesas y fingidos halagos, a ti será gran mal y a mí harás gran daño.

-Muchas gracias, sabia y discreta doncella, por el sano consejo y saludable aviso, que me habéis dado, dijo el Caballero del Sol, ca no menos esperança tengo yo de me ayudar de vuestras provechosas palabras contra las falsas dueñas que de mi derecho braço y mis fuertes armas contra sus defensores.

Acabando de decir estas palabras llegaron a una puente de piedra tosca, no muy ancha, aunque bien larga y alta, porque el río que por bajo pasaba era muy grande de mucha agua. En la entrada de ella estaba una columna de mármol con un encarnado escudo y en él una letra en esta manera:

No pase nadie adelante

de la columna y escudo

porque lo guarda un gigante

que con cuchillo tajante

será para él verdugo.

De la parte del río y puente estaba asentado un grande y soberbio castillo con una muy alta torre, y encima un encarnado pendón y un letrero que así decía:

Este castillo es morada

de la maldita Soberbia

por cual fue derribada

la silla muy sublimada

de Luzbel y su protervia.

Veis aquí, Caballero del Sol, dijo la Natural Razón, uno de los defendidos y más peligrosos pasos de la herbosa senda, por tanto conviene que vayas adelante y nos le des desembaraçado. Yo y mi compaña quedaremos aquí atendiendo el fin de tu batalla porque así conviene.

Estas palabras no eran bien dichas, cuando, sin volver palabra por la gran voluntad que el Caballero del Sol de se ver ya en la contienda tenía, se dio de andar por la puente adelante, yendo derecho al soberbio castillo. Y como a él hubo llegado, hirió reciamente las aldabas, mezclando grandes voces. No tardó mucho que se paró entre las almenas un feo hombre diciendo:

-¿Qué quieres, descomedido caballero, o por qué llamas [a] la obscura muerte que te está aparejada? Yo creo que tú debes de venir fuera de juicio, porque si tú leyeras las letras de la marmórea columna y morado escudo, yo soy cierto que no vinieras con tanta priesa a buscar el desastrado fin de tus malogrados días.

-Según blasonas tus palabras, dijo el Caballero del Sol, yo te juro mejor ganases de comer echando el cuervo por el mundo, que no estando encastillado en esta morada. Ábreme la puerta del castillo, ca gran necesidad tengo de pasar de esa parte juntamente con una compaña que me aguarda a la marmórea columna y morado escudo.

-Pues tanta gana tienes de pasar por el defendido paso, dijo el feo hombre, aguarda, que yo te juro por la señora de este castillo, que prestamente bajará a te abrir la puerta el que te pedirá muy estrecha cuenta de tu venida.

Diciendo estas palabras, el feo hombre se volvió para dentro. En breve espacio la puerta del soberbio castillo fue abierta, por la cual salió un desemejado gigante armado de fuertes armas de color encarnado, cabalgando en un gran caballo tostado. Salió una vieja y arrugada dueña de muy brava y fea catadura. Sus ropas tenían el mesmo color que las armas del bravo gigante. Sobre su cabeça traía una gran corona hecha de muchas y muy pequeñas coronas de diversos metales, ca de ellas eran de fino oro, otras de blanca plata, otras de azófar, otras de latón, otras de estaño, otras de cobre, otras de acero, otras del plomo y otras de hierro. En su derecha mano tenía un gran bastón leonado, lleno de muchos gajos. Sobre cada gajo estaba una imagen de hombre de diversas naciones, condiciones y estados, las rodillas hincadas, de ellos las coronas, otros las gorras en las manos, los ojos vueltos a lo alto del bastón, como que adoraban y reverenciaban a la maldita vieja, cuya estatua estaba de fino oro puesta sobre el leonado bastón con una letra que decía:

Siendo mis hechos soberbios

sin medida,

los hombres que han la vida

justo es

que estén debajo de mis pies.

Dos mancebos de poca edad acompañaban a esta vieja juntamente con un paje. El uno vestía ricas ropas de tela de oro. Sobre su cabeça traía una muy preciada corona de fino oro. En su diestra mano un real cetro con una letra por la bordadura de las ropas que en esta manera era escrita:

El muy grande señorío

impreso en los tiernos años

es como la agua del río

que crece, y con desvarío

destruye los comarcanos.

El otro vestía terciopelo carmesí. En la mano traía una vara de justicia con una letra:

Con el mi grande poder

ganado por mi bondad

desahogo y torno a hacer

castigo sin merecer

usando de crueldad.

El pequeño paje vestía diversos colores, la gorra de pardo y bajo paño, el sayo de leonado, la capa de paño negro, las calças de fina grana y los çapatos de carmesí, con un mote que decía:

Por los mis miembros vestidos

podéis claro conocer

que oficios no merecidos

a los viles concedidos

los hacen soberbios ser.

De la manera que habéis oído, la Soberbia vieja salió por la puerta del castillo diciendo en alta voz:

-Di, caballero, ¿vienes por ventura a me servir?

-Dime primero tu nombre y los de esos tus apuestos servidorres, dijo el Caballero del Sol, ca gran locura sería ofrecerme a servir a quien no conozco.

-Eso yo te lo diré, dijo la arrugada vieja. Este caballero que tiene corona y cetro de rey se llama el Señorío. Este otro cuyo vestir es carmesí ha por nombre Mando. El paje se llama Oficio; el armado gigante, Baratro. Yo me llamo la remuneradora y galardonadora soberbia. A unos hago reyes, a otros grandes señores, a otros doy grande mando, a otros pongo en honrosos y provechosos oficios, como claramente tú lo ves en estos mis servidores. Mira pues, si soy yo persona a quien puedes servir y con quien largo podrás ganar.

-Muy fuera de su terreno va a dar la saeta de mi intención, dijo el Caballero del Sol, ca yo no soy aquí venido para te servir ni quiero aceptar tus vanas promesas ni creer tus locas palabras. Gran necesidad tengo de pasar de esa otra parte por tu castillo con cierta compañía que me atiende a la columna marmórea. O me deja el paso o me deja con ese tu bestial defensor entrar en batalla.

-Bien pareces mancebo, dijo la mandona vieja, pues repruebas el viejo consejo. Pero con todo eso, porque me pareces esforçado y valiente, si quieres llamarte mi servidor, yo te haré tan gran señor y te pondré en tanto mando que puedas sujetar, castigar y afrontar y aun matar a los que mal te quisieren y aun a los que bien, tomando entera enmienda de tus enemigos y gratificando a tus amigos; porque si de otra manera lo entiendes hacer, este mi gigante te hará pedaços con su acerado alfange, porque quebrantaste la ley de la marmórea columna y encarnado escudo. Sey cierto que cuanto soy piadosa y pródiga con mis servidores, tanto soy cruel y vengativa con mis enemigos. Toma contigo consejo y mira por ti. Cata que estás entre la yunque y el martillo, tu vida o tu muerte, tu perdición o tu bienandança no están sino en decir sí o no.

-Bien he oído y entendido tus soberbias palabras, dijo el Caballero del Sol. No gastes más tiempo en vano, porque cuanto más me dijeres tanto más me apartas de lo que me pides. Ya yo conozco tus vanas promesas. Prometes montes de oro y das muradales de ceniza. En ti jamás moró bien alguno sino todo mal y ruindad. Por donde claro parece que prometiendo bienes que no hay en ti, forçado tienes dar de lo que tienes, que es toda soberbia y maldad. Tus consejos y promesas guárdalos para tiranos y soberbios que las aceptarán de buen grado. Para conmigo no te bastará açotar el aire con locas y vanas palabras porque soy amigo de la virtud y buenas obras. O me deja libre el paso, vieja Soberbia, o yo te acabaré de una vez, porque no engañes a muchos y muchas.

Muy enojada con estas palabras, la Soberbia vieja con una airada voz dijo: Gigante Baratro, ¿por que no me vengas de este vil caballero que no le ha bastado quebrantar la ley de mi encarnado escudo sino que, estando en mi presencia y en mi poder, se atreve a decir tan injuriosas palabras que a una moça suya no las diría un caballero de mesura?

Oídas estas palabras por el desemejado gigante, dando de espuelas a su muy gran caballo, se paró en medio de la puente aparejándose a la batana. Pero la falsa vieja le dijo: Espera, buen servidor Baratro, ca ya creo que el caballero está arrepiso de lo que ha dicho y hecho contra mí, y si así es yo le haré de los más privados de mi casa, porque esforçado y valeroso parece.

Esto decía la engañosa Sobervia como en secreto al gigante, con palabras tan altas que el Caballero del Sol podía bien oír, pensando que con aquellos halagos había de mudar su firme propósito.

Dicho esto, convirtió su habla, juntamente con su feo gesto, al Caballero del Sol, así diciendo:

-Esforçado caballero, tu mucho valor me mueve a compasión. Y por no te ver morir en las manos de aquel fuerte jayán, yo te ruego, lo que es ajeno de mi condición, que tomes mi sano consejo. Y si no lo quisieres hacer de someterte a mi mandado, yo te doy licencia que te vuelvas y dejes esta vía y esta demanda pasándote al real camino de la siniestra mano cuyo principio guarda y enseña la Ociosidad Mundana, doncella de gran beldad. Y esto ten por mucho haberlo alcançado de mí, ca yo por otro nadie lo hiciera sin que me obedeciera o muriera a manos de este mi defensor.

-Yo te juro, por la orden de caballería, dijo el Caballero del Sol, no dejase la batalla por toda la riqueza y haber del mundo. Quítate delante, déjame ir contra aquel bestial gigante que me está atendiendo, sino yo te haré quitar mal de tu grado.

 

Capítulo XXXVII

De la batalla que hizo el Caballero del Sol con el gigante Baratro, defensor de la Soberbia.

Aún la falsa vieja Soberbia no era bien quitada, cuando moviendo el uno contra el otro al más correr de los poderosos caballos, las lanças bajas, se vinieron a juntar en medio de la larga puente de tales encuentros que las lanças volaron en menudas pieças por el aire. El fiero y desemejado gigante encontró al Caballero del Sol en el canto de su escudo, pero por la su gran fortaleza la gruesa lança no prendió, antes con su furioso golpe desvariando se metió entre el braço izquierdo del Caballero del Sol, el cual, apretando el braço torciendo el cuerpo, la partió en dos partes. El Caballero del Sol encontró de tal poder el desemejado gigante, que falsándole su acerado escudo, juntamente con la loriga, lo llagó de una gran llaga en los pechos.

Gran placer sintió el Caballero del Sol cuando se vio libre de tan mortal encuentro y mayor cuando vio que de la herida de su lança el gigante perdía sangre. Los encuentros pasados, poniendo mano el Caballero del Sol a su espada y el gigante a su alfanje, se van el uno para el otro, dándose tan espesos y fuertes golpes que, sino por las fuertes armas, gran daño recibieran en sus personas. Pero como el caballo del Caballero del Sol fuese muy ligero y diestro y el del gigante anduviese muy pesado por la gran carga del desemejado jayán y pesadas armas, muchos golpes le hacía perder, lo que mucho valió al Caballero del Sol, ca si de otra manera lo hubiera de pasar, con mayor trabajo saliera de la peligrosa batalla.

Gran rato anduvieron los dos en esta porfiosa contienda, tanto que ya el gigante andaba muy laso y consado por la mucha sangre que perdía de tres peligrosas llagas de que andaba herido, el cual, como así se vido, con voz flaca dijo:

-Caballero, ¿quieres que tomemos aire y demos descanso a los trabajados cuerpos? Ca yo veo que andas cansado y lo has bien menester.

-No seas tú mi procurador, dijo el Caballero del Sol, ca para dar fin a esta contienda no tengo necesidad de reposar, mas creo que lo pides tú para tu provecho que no para lo que a mi bien está. Procura de te defender, que yo tengo mucho que hacer allá delante y me tardo aquí mucho. Diciendo esto, echó el escudo a las espaldas y tomando la espada a dos manos lo començó de herir de tan fuertes y espesos golpes que lo puso fuera de su acuerdo, y soltó la rienda y el alfanje y, como el caballo del bestial gigante se vido suelto, corrió hacia fuera de la puente y, tropeçando en una piedra, vino a tierra con su señor. Pero avínole también que no le tomó de bajo, ante, con el golpe de la caída, tornó en su acuerdo y, alçándose, fuese para su caballo y, tomándole la porra que al arzón traía, lo hirió sobre la testera de tal manera que aturdido lo derribó en tierra con que le pagó lo servido y la caída.

El Caballero del Sol, como vio al gigante a pie, por no hacer con él desigual batalla, saltó de la silla en tierra y se va contra el gigante, que muy corajoso venía por se ver a pie, pensando que había muerto su caballo. Pero como al Caballero del Sol vido a pie, tomó nuevo ánimo y alçó su pesada porra por le herir sobre el yelmo, pensando con aquel solo golpe partir la batalla. Pero no le avino así. Porque como el Caballero del Sol viese venir el desmesurado golpe, haciendo semblante de le aguardar, dio un salto al través quedando el grande y desmesurado golpe perdido, y fue tal que, dando en un canto de la puente, la pesada porra le saltó de las manos.

El Caballero del Sol, que no estaba de espacio, le hirió de su espada por la derecha pierna, bajo de la corva, de tal manera que las armas fueron falsadas y sus duros nervios cortados.

Pues como el desmesurado jayán se vido sin la pesada porra, corrió con grande ímpetu por tomar, pero como la derecha pierna no le ayudase, no pudo tanto que con la rezura que llevaba no viniese a tierra de muy gran caída. Y yendo sobre el Caballero del Sol, començó de le desenlazar el yelmo.

A esa hora la doncella Razón Natural llegó con su compaña, diciendo: Desterrado caballero, vuestros hazañosos hechos en muchos quilates exceden a vuestras palabras. No hayáis piedad de ese bestial gigante, porque no es justo que de tan mala ente quede sirviente. Y así lo haréis de todos los otros defensores le los guardados pasos.

Sin volver palabra, el Caballero del Sol, volteando al desemejado y feo jayán con sus armados braços, por un portillo que en la puente había lo despeñó hasta el hondo río, en el cual su caída hizo tanto ruido como si muchas piedras de la puente hubieran caído.

Ya la maldita vieja Soberbia habla huido del castillo, ca ahí no se tenía por segura viendo a su defensor despeñado.

La batalla de esta manera partida, la Razón Natural su compaña començaron de caminar pasando por el castillo, silla de toda maldad, ca la Natural Razón no quiso en él parar por ser tan horrenda morada.

Hablando en la brava contienda que el Caballero del Sol tuvo con el gigante Baratro y de las engañosas palabras que con la Soberbia vieja había tenido, llegaron a un pequeño espacio que en la herbosa senda se hacía al pie de una áspera y arriscada peña, adonde se apearon y comieron de aquello que más aparejado los servidores traían. Después de las tablas alçadas tornaron al trabajoso camino. Ese día y otro caminaron hasta la puesta del sol, que llegaron a vista de un hermoso castillo y por ser tarde albergáronse debajo de unos espesos y espinosos árboles

Capítulo XXXVIII

De la brava batalla que hizo el Caballero del Sol con Avarioso, defensor de la Avaricia Tenace.

Otro día por la mañana, tornando al començado viaje, en poco espacio llegaron la Razón Natural y su compaña a un tiro de piedra de un muy rico y hermoso castillo, donde estaba una columna de blanca piedra muy preciada, sobre la cual estaba una tabla de lináloe rodeada de un muy labrado cerco de oro con una letra que así decía:

La muy soberbia morada

habita la tesorera

del oro, y jamás da nada

mas con codicia sobrada

a robar es la primera.

El muy hermoso castillo estaba asentado entre dos arriscadas peñas en medio de la hermosa senda, en tal manera que no había otro paso sino por el mesmo castillo, el cual, allende de ser muy grande, estaba maravillosamente obrado. Su barbacana era de piedra negra. Tenía dos muros gruesos y fuertes, el primero de piedra blanca no muy alto, el segundo de piedras negras y blancas asentadas a manera de ajedrez, tan alto que en mucha cantidad sobrepujaba al primero. Esos muros estaban bien almenados. Sobre cada almena estaban tres bolas, una de fino oro, otra de blanca plata y otra de todos metales. Dentro, en el cerco del gran castillo, había cuatro torres que vencían el más alto muro con dos estados, ricamente almenadas con ricos chapiteles cubiertos de ricas hojas lucientes de varios metales. Entre estas cuatro torres se aventajaba una que se llamaba el Homenaje, con estraña altura y ricos chapiteles dorados y pleados a cuarteles. Tan rico y bien obrado estaba el castillo que los ojos no [se] cansaban de mirar.

Pues, como las letras de la rica tabla en alta voz por el caballero fueron leídas, la Razón Natural en esta manera dijo: Ea, buen caballero, que otra batalla y galana aventura se os ofrece. Tened buen coraçón y pasa adelante, que aquí os atiendo hasta que debajo de vuestro poderoso braço tengáis a vuestro enemigo, como lo hicistes del gigante Baratro, defensor de la malina Soberbia.

Sin volver palabra, el Caballero del Sol, como quien gran voluntad tenía de acabar aquel hecho, pasó por la dorada tabla y blanca columna al muy rico castillo; pero, como hubo llegado, viendo que la levadiza puente estaba alçada, y no podía pasar a tocar las dabas, convínole inventar otro remedio. Y así començó en alta voz a llamar, [a] los del castillo; aun por mucho que voceaba nadie le respondía. Ya estaba cansado de vocear el Caballero del Sol, cuando un hombre muy descuidado venía paseando entre las almenas del más bajo muro con un pequeño cofrecito en sus manos, contando monedas y apartando el oro de la plata. Tan embebido andaba contando y recontando sus monedas que no acordaba responder a las voces del Caballero del Sol, puesto que estaba tan cerca que, por paso que el monedero hablaba, el Caballero del Sol lo entendía. Viendo que no respondía ni aún volvía la cara, abajándose de su caballo, el Caballero del Sol tomó y le tiró una piedra tan ciertamente que hiriéndole en el pequeño portacartas a vuelta de las manos, se le derribó y sembró los dineros por la parte de dentro del muro. Como el avaro hombre vio sus dineros y su dios derramado, no pasando cuidado de las manos heridas, dio una voz: ¡Ay, mis riquezas perdidas por mi gran descuido! Diciendo esto, a mucha prisa, sin mirar quién le había herido ni responder al Caballero del Sol, que a voces le llamaba, bajo a coger su vertido dinero.

Pues como hubo cogido los vertidos dineros, tornando donde antes estaba, así dijo:

-Di, mal caballero, ¿por cuál razón no voceaste y me llamaste si algo querías? Pues yo te podía bien oír si no que forçado me habías de tirar con piedra para derramarme mi dinero que amo más que la vida.

-Déjate de eso, dijo el Caballero del Sol, que harto estaba ya de te llamar y no me querías oír, y ábreme la puerta del castillo, ca me conviene pasar de esa parte.

-No haré tal por cierto, ca no quieres entrar acá sino por me despojar de esta moneda. Y aún ahora creo que fue tu intención, cuando la piedra arrojaste, derribarme allá los dineros por poderlos coger mas a tu salvo. Yo te prometo, si una pieça ahí atiendes de lo ir a decir a la señora del castillo, que me vengará de ti.

Ve presto por tu fe, dijo el Caballero del Sol.

Dicho esto, el avaro hombre se metió para dentro. No pasó mucho que la levadiza puente fue echada y la hermosa puerta del gran castillo abierta, por la cual salió una antigua y rugosa vieja acompañada de un escudero y una dueña y una pequeña doncella. Sobre la cana cabeça la arrugada vieja traía una corona de fino oro con muchas perlas y piedras sutilmente esmaltadas por ella. De la cintura arriba vestía tela de oro y de plata; de la cintura abajo, paño leonado con un letrero que bajaba del brocado al paño, que decía de esta manera:

El oro que cerca y dora

los pechos y el coraçón

muestran con cuánta afición

como a su gran dios lo adora.

El paño que abajo mora

claramente da a entender

cuánta pena da el tener

si la codicia es señora.

En sus rugosas manos la avara vieja tenía dos mançanas de muy preciado oro muy apretadas, mirando siempre a una parte y a otra con gran sobresalto, temiendo no se llegase alguno que se las arrebatase. Porque, no solamente de sus servidores no se fiaba, pero aun de sus propias manos no se tenla por segura. En las pomas había una letra que decía:

Pues que sois mi coraçón

y gran dios a mi querer

conviene y es razón

que mire con atención,

no os me quiten de poder.

El escudero que venía acompañando [a] la rugosa vieja vestía ricas ropas de tela de oro con una bordadura de perlas y ricas piedras y una letra que de esta manera decía:

No se harta el coraçón

del oro que el cuerpo cubre

ni la voluntad encubre

su ceguedad y afición;

contradice la razón

a tan sobrada malicia,

pero la ciega avaricia

la ciega con su pasión.

La blanca dama que acompañaba a la avara vieja vestía ricas ropas de tela de plata con unas brosladuras leonadas y una letra por ellas en esta manera:

La blanca plata emblanquece

al rostro con su congoja

y cuanto más ella crece

tanto más de ella apetece

el que tras ella se arroja.

La pequeña doncella traía ricas vestiduras de tela de plata con unas cortaduras de tela de oro y una rica corona hecha de una mezcla de todos metales, muy bien obrada y muy rica con muchas armas de emperadores y reyes impresas y esculpidas en ella, con una letra que decía:

Los sellos son de moneda

que después que vino al mundo

con su uso sitibundo

en muy estraña manera

la amistad verdadera

robó de entre los mortales

enjiriendo muchos males

con su venida primera.

De la manera que habéis oído salió por la gran puerta del castillo la avarienta vieja a la cual el Caballero del Sol en esta manera dice:

-Dice, dueña, cómo te llamas y quién son esos tus apuestos servidores, ca gran voluntad tengo de lo saber. Y por ser esta la primera cosa que yo te pido, no me la debes negar.

-Soy contenta de te lo decir, dijo la Avaricia, porque me pareces cortés en tus bien habladas razones. Este escudero que tanto se trabaja por me servir se llama Hambre de Oro. La hermosa y blanca dama se llama Plata Blanca. La doncella, tiene por su nombre Sacranda Moneda. Agora que te he dicho de mis servidores, quiero que sepas quien soy yo. Mi nombre es Avaricia Tenace. Soy señora del oro y plata y todos metales, así de lo amonedado como de lo barreado, de lo acendrado y de lo que está en escoria. No solamente soy señora de lo que está ya sacado de las entrañas de la tierra pero aun tengo esperança de haber lo que en el más hondo centro escondido está. A mí sirven emperadores, reyes y grandes señores. Desde el Papa hasta el sacristán están sujetos a mis leyes y mandamientos. Todos huelgan de ser mis vasallos, porque liberalmente parto con ellos mis tesoros. Ya yo te he dicho lo que demandaste. Agora dime tú a qué es tu venida. Si me vienes a servir y reconocer por señora, yo te daré tanta parte de oro y plata que te tengas por bienaventurado y esto hacerlo he porque me has parecido mesurado en tus palabras y haçañoso en tus hechos.

-Mucho he holgado, dijo el Caballero del Sol, de saber quién tú eres, aunque no para hacer lo que tú dices. Porque te hago cierto que muy lejos de tu blanco disparan mis pensamientos. Decirte quiero mi venida, pues me lo preguntaste. Yo soy venido a tu rico castillo para pasar de esa otra parte con cierta compaña que a la dorada tabla me atiende, si nos quieres dejar pasar, pues sabes que no hay otro paso sino por este tu hermoso castillo. No queremos nada de tu oro y plata. Y si no lo quisieres hacer de grado, habráslo de hacer por fuerça. Porque no pienses que tus vanas promesas mudarán mi firme propósito, ca por todo tu oro y plata ni por todo cuanto en manos de los avaros en el mundo está yo no recibiría de tu mano la más vil y mínima moneda de las que agora hay en la tierra. Porque, según me parece, tú no lo das sino a aquellos que lo han de guardar y reverenciar como a su dios y no para usar y aprovecharse de ello. Da clara muestra de esto tu nombre, porque Avaricia Tenace quiere decir escaseza tenedora y guardadora. Y, pues con estas condiciones tú repartes tus tesoros, no digas que haces mercedes a quien los das, mas ante los haces esclavos del dinero y idólatras de la moneda. Vey pues, codiciosa vieja, cuan loco y fuera de juicio está el que su celestial ánima, criada a la imagen del eterno dador y criador de lo formado, sujeta a una tan vil y soez cosa como el tesoro o riqueza.

-Mira, hermoso caballero, dijo la falsa y avara vieja, que eres mancebo y fáltate la experiencia de las cosas que se alcança con los muchos años. Y haste siempre de aprovechar del experimentado consejo de la madura vejez. Cata que ha habido, y en tus tiempos hay más, muchos mis servidores y sujetos y amigos de la moneda y del oro y plata y aún se tienen por dichosos y bienaventurados por ser conmigo tan cabidos y tener tanta parte de mis bienes. No deseches y repruebes tú lo que todos aprueban y desean por bueno y necesario para la sustentación y gobernación de la vida humana.

Oye mis razones y sujétate a mis dulces leyes, que no solamente te harán señor y rico, pero aun te excusarán la amarga muerte que tienes merecida porque traspasaste la ley y condición de la dorada tabla.

-En balde te trabajas, avara vieja, dijo el Caballero del Sol. Ca jamás yo creeré tus palabras ni tomaré tu pésimo consejo ni seguiré tu vía, la cual es tan trabajosa y mala que yo me duelo de los que por ella caminan. Porque, aunque muchos la hayan trillado y agora más la sigan, amándote y sirviéndote, todos viven contigo engañados. Y al cabo de la jornada dirán: mi gozo en el pozo, porque lo que mucho en la vida guardaron, contra su voluntad lo dejarán en la muerte. Yo libre nací. No bastará tu retórica a hacerme esclavo del oro. Lo cual es muy mayor poquedad y vileza que ser un hombre esclavo de otro hombre. Bien dicen que a los viejos no les queda más de el parlar y el beber y el tener. Ca más cansado me tienen tus largas hablas, que espero salir de la batalla de tu caballero.

Pues como la avara vieja conociese que no aprovechaba nada su predicar, con una fingida disimulación, començó de se entrar en el castillo con su compaña. Pero, como el Caballero del Sol sintiese que se quería encerrar, dando de la espuela a su caballo, entró tan recio por la galana puerta del hermoso castillo que por poco hubiera atropellado a la mala vieja Avaricia Tenace. Ahí viérades las grandes voces que la falsa vieja daba, llamando por nombre a su defensor Avarioso, diciendo: ¡Avarioso, Avarioso, socorre a la triste vieja! Ven presto, dame aquí vengança de este falso y alevoso caballero, sino perdidos son mis tesoros.

Ya el Caballero del Sol estaba en el gran patio, cuando con muy gran ruido començó de bajar el defensor de la perniciosa Avaricia, el cual era grande de cuerpo, tanto que gigante parecía, armado de fino oro. Y como fue en el gran patio, cabalgó en un grande y feroz caballo. Sin hablar palabra, cada uno tomó la parte que le convenía en el grande y galano patio, y, al son de las grandes voces que la Avaricia Tenace daba, se fueron el uno contra el otro cuanto la fuerça de los caballos llevarlos podía, topándose de tan grandes y recios encuentros que las lanças se hicieron dos mil pedaços por el aire, aunque ninguno hizo mudamiento en la silla. Pero una raja de las despedaçadas lanças, saltando con gran furia al través, hirió a la vozinglera vieja en la rugosa cara en tal manera que la quebró el derecho ojo y quedó la mala vieja muy mala y congojada. La cual fue causa que las voces se doblasen y el llanto de nuevo se començase.

Volviendo, pues, el Caballero del Sol el rostro, por saber la causa del renovado vozear, pudo ver la nueva tuerta, de lo cual no poco placer recibió. Y por la consolar, en esta manera le dijo: No te pena, Avaricia Tenace, por la pérdida de tu ojo, porque si gana tenías de no te hartar de ver oro con dos ojos menos te hartarás agora con uno. Y si yo pensase quitártela del todo y no aumentártela, yo te quebraría ese otro. Pero temo que en ti la probación o prohibición causaría mayor apetito.

Ya el valiente y esforçado Avarioso venía, la espada sacada muy alta, por herir muy recio a su contrario. Pero el Caballero del Sol, no aguardando la respuesta de la falsa vieja Avaricia, poniendo mano por su espada y embraçando su escudo, lo sale a recibir, donde començaron a herir de muchos y muy cargados golpes atroces en los lucientes escudos y a veces en los acerados yelmos. Cada uno puñaba por herir a su enemigo mortal por aquella parte que más daño le pensaba hacer. Así anduvieron buena pieça, que jamás el uno al otro se hizo ventaja sino fue el Caballero del Sol que le acertó con un tan gran golpe sobre el yelmo dorado que le hizo caer sobre el arçón de la silla. Mas por eso no hizo mudança.

Viendo esto el Caballero del Sol que le eran menester sus fuerças para con el valiente y avaro caballero, procuraba con todas sus fuerças de lo atraer a la muerte. Así que, echando los ojos contra su enemigo, vio que la armadura del siniestro hombro le faltaba y pensando cómo por aquella parte lo podría muy bien herir, echando el escudo a las espaldas, tomó la espada a dos manos y fuese contra el defensor de la ciega Avaricia, llevándola alta por le herir en aquella parte. Pero como Avarioso sintiese la falta de sus dobladas armas, temiendo el riguroso golpe, usó de cautela y volvió la rienda al poderoso caballo por le hacer perder el golpe, pero el caballo, de cansado, no volvió así lijero como lo hacer solía, antes alçó en alto la cabeça, juntamente con las manos. Y como la espada del Caballero del Sol errase al caballero vino a dar en la cabeça del caballo y fue tal que la una oreja y el ojo, con parte de la cabeça, le derribó, cayendo juntamente caballo con su señor en tierra de gran caída, aunque como el caballero era diestro presto salió de su silla.

Saltando pues el Caballero del Sol con presteza de su caballo, el defensor de la avara vieja dijo estas palabras:

-Caballero ¿qué te mereció mi caballo? ¿pensabas que matándole tenías vencido a mí? Muy engañado estás. Yo te juro, por la Tenace Avaricia, que en pago me dejes en mis manos tu cabeça y, tu muerto, heredaré yo el tuyo.

-Deja de blasonar, dijo el Caballero del Sol. Vengamos a las obras, ca yo te digo que si mal tiene tu caballo tu fuiste la causa.

Diciendo estas palabras, así como estaban a pie arremetió el uno para el otro. Y como de nuevo la peligrosa contienda renovaron tanto que ya el gran patio andaba lleno de rajas de las doradas armas y de malla de la plateada loriga del defensor de la ciega Avaricia, y él muy laso y cansado, cuando con flaca voz dijo: Caballero, descansemos un poco del afán que hasta aquí hemos pasado, ca asaz tiempo tenemos para dar fin a la batalla començada.

-Pláceme, dijo el Caballero. Y apartándose cada uno a su parte tomaron aire un breve espacio.

-Avarioso, dijo el Caballero del Sol, aparéjate a la batalla.

A estas palabras movió el uno contra el otro. Allí començaron otra batalla, no con tanto rigor como la pasada porque Avarioso estaba herido en algunos lugares y había perdido mucha sangre y resfriado en tal manera que el Caballero del Sol lo traía de una parte a otra tan acosado que no sabía ya donde sé acojer. Lo cual como el Caballero del Sol sintiese, echando el escudo a las espaldas y tomando la espada, lo hirió de dos tan pesados golpes, uno en pos de otro, a la puerta de una pequeña cámara, donde pensaba acojerse, que desacordado vino a tierra. Luego el Caballero fue sobre él y desenlazándole su rico yelmo, conoçió ser mortal por una peligrosa herida que del postrero golpe en la cabeça había recibido. Pero con el rabioso enojo que el Caballero del Sol tenía, cortándole la cabeça la arrojó por el patio, diciendo: Allá irás, mal caballero, ca justo es que mueran los cuerpos de los que procuran matar las almas. Agora, falso defensor de la Avaricia, venme a heredar el caballo.

Acabada de esta manera la batalla, el Caballero del Sol se va para la puerta del castillo por llamar a la Natural Razón y su compaña y, como cerca llegase, io que un hombre cerraba la gran puerta del castillo, y con apresurados pasos va presto para él porque no se le escapase y, tomándole las llaves, abrió las cerradas puertas por las cuales entró luego la discreta doncella con sus servidores, por cuya venida la ciega Avaricia había mandado cerrar las puertas, acogiéndose a las dos torres del Homenaje con sus servidores, pensando ser maltratada por el Caballero del Sol.

Sin eso atender, la Razón Natural y el Caballero del Sol y su compaña pasaron por la inimica morada de la maldita vieja Avaricia Tenace y anduvieron tanto por la estrecha senda que llegaron a una pequeña fuente de agua viva que al pie de un risco entre unos árboles nacía, donde albergaron y reposaron esa noche.

Tres días caminaron con asaz trabajo y crecida fatiga por la herbosa senda, en cabo de los cuales llegaron a vista de una fortaleza a aquella hora que las oscuras tinieblas con su venida cubrían la triste tierra. Y por ser tarde para pasar el defendido paso, albergaron so unos árboles

Capítulo XXXIX

De las palabras que pasaron entre el Caballero del Sol y la dueña del tercero paso defendido de la estrecha senda.

Ya las obscuras tinieblas de la noche, heridas con los dorados rayos del claro sol, con apresurada huida los herbosos campos desamparaban, cuando tornando la Natural Razón a su viaje, en poco rato llegaron a un pequeño campo que estaba ante la fortaleza que la pasada noche habían visto, en el cual estaba una gran piedra cuadrada morada asentada de llano sobre cuatro columnas verdes. Sobre la morada piedra estaba un brasero con encendidas llamas tan al natural talladas y pintadas que muy quemadoras parecían. De la una parte del encendido brasero estaba una imagen de muger tan bella y apuesta, que por maravilla se podía mirar. En sus delicadas manos tenía un sangriento coraçón fingiendo semblante de lo arrojar en el quemador fuego, con un letrero por los hermosos pechos que de esta manera decía:

Tanta fuerça ha el amor

y la beldad de la dama

que el coraçón sin temor

arrancan del servidor

y lo arrojan en la llama.

De la otra parte del encendido brasero estaba un pequeño niño desnudo, los ojos vendados con una pieça de tafetán colorado, con dorada flecha y aljaba y saetas a las espaldas. En las manos tenía unos fuelles con que encendía el ardiente fuego del brasero, con una letra que de la boca le salía, cuyas palabras sonaban de esta manera:

Yo soy el niño Cupido

Tales son mis crudas mañas

que después de haber herido

abraso con fuego vivo

del herido las entrañas.

En torno de la morada piedra había unas letras escritas con oro que de esta manera decían:

Si no sirves al amor,

caballero,

no pases de este letrero

y brasa muy encendida,

donde yo en la fuerça espero

con armas de fino acero

para quitarte la vida.

Vistas las lindas imágenes y leídos muy bien sus letreros, la doncella Natural Razón se volvió contra el Caballero del Sol, diciendo en esta manera:

-Caballero bien afortunado, traed a la memoria lo que vistes en la primera sala de la labrada puerta que fue el olvido de la vida y la memoria de la muerte, ca os será bien menester porque la ventura que se nos ofrece es más peligrosa, por tomaros en tal edad, que ninguna de las pasadas ni de las que esperamos adelante pasar. No os cebéis de palabras. Conservad lo ganado, porque os aviso que no es apto, el que pone la mano al arado y mira o vuelve atrás, para ganar el cielo y andar este viaje.

Aunque yo tengo tanta confiança en vuestro grande esfuerzo y firmeza, que ni las palabras de la hermosa y defensora dueña os engañarán, ni fas fuerças de su caballero os vencerán. Acordáos que defendéis la Razón y peleáis por la Virtud contra los hediondos vicios.

-Buena señora, dijo el Caballero del Sol, gran consuelo me son vuestras dulces y provechosas palabras y crecido esfuerço me ponen vuestros sanos consejos. Por lo cual doy gracias a mi Criador, pues tan buena señora me dio a quien sirviese para acabar mi viaje y destierro començado. Sed cierta, señora, que después que por la primera sala pasé jamás lo en ella visto desacompañó mi memoria, lo que grandemente me ha aborrecido en las pasadas afrentas. Y no menos de ello me entiendo ayudar en los peligros por venir.

Acabando de decir estas palabras, pasó el Caballero del Sol por la verde columna y graciosas imágenes, yendo contra la hermosa fortaleza, cuyo asiento era un llano entre tanta espesa maleza y tan cercada espesura que jamás hombre entró por ella que no se perdiese. Lo cual era causa de decir que ahí no había otro paso sino por la hermosa fortaleza que muy grande y fuerte era, de muy altos muros y grande y honda cava. Por los muros había espesas torrecicas con pendones morados y una letra que decía:

No hay casa fuerte al amor

ni castillo

en que no haya portillo.

En medio de la fuerça había una torre de muy estraña altura, maravillosamente labrada de azulejos morados y verdes y azules. En lo más alto de ella estaba una imagen de muy apuesta doncella con un real pendón de color morado, con la misma letra. La puerta de la fortaleza estaba muy estrañamente obrada de galanas y ricas imágenes de los caballeros y apuestas figuras de damas tan sutilmente folladas que mucho había ahí que mirar. Pero como el intento del Caballero del Sol fuese otro que gastar el tiempo en contemplar pinturas, llegando a las muy hermosas puertas començó de herir las aldabas.

A esa hora asomo a una muy gran ventana de dorada reja una apuesta dama, diciendo de esta manera:

-¿Qué buscáis, hermoso caballero, en la fortaleza de amor?

-Buena señora, dijo el Caballero del Sol, necesidad me fuerça a pasar de esa otra parte de la fortaleza; por lo cual te ruego y pido, por merced, me mandes abrir las hermosas puertas, ca mucho tengo que hacer de esa parte y no querría detenerme.

-Por cierto, gentil caballero, respondió la dama. Por mí no se os negará el paso. Yo lo voy a decir a la señora de esta morada y por mi parte haré lo que pudiere por os hacer todo placer y servicio. Diciendo esto la fresca dama se metió para dentro.

Sin mucho tardarlas puertas de la gran fortaleza fueron abiertas, por donde a la hora salió una gentil dama de grande apostura y estremada beldad. Sus dorados cabellos revueltos por la cabeça, presos con un rico garvín de oro y perlas muy preciadas, sacados por la red en manera de una dorada corona, con una guirnalda de muchas y muy olorosas flores muy preciadas que en torno se entreponía. En la derecha mano traía una mançana de oro y en la siniestra una piña de odoríferas flores muy olorosas. Vestía ropas de terciopelo morado, ricamente obradas con una cortadura de carmesí a manera de grandes llamas. Sobre las llamas se entretejía una muy rica bordadura de oro fino con unos lazos todos de piedras y perlas que trababan las coloradas llamas con la rica bordadura, con un letrero que, a manera de culebra, todo lo tenía y decía de esta manera:

Los amores muy crecidos

arden cuando el fuego empieça

mas si vos tenéis riqueza

muy presto son socorridos

los celos de allí nacidos.

Revuelven fuego con llama

y urden una mala trama

por donde son departidos.

En compañía de esta hermosa señora salieron dos damas de grande apostura y hermosura y dos pequeños niños. La una de las dispuestas damas vestía ropas de terciopelo verde oscuro con unos manojos de seda morada sembrados y broslados por ellas, y por remate un letrero que así decía:

El deseo

de nuestra concupiscencia

a muchos ha engañado

y en todo les ha privado

de la divina presencia.

La segunda vestía ricas ropas coloradas con cortaduras negras y un letrero en esta manera:

La breve delectación

que en sí misma se reveza

es como recreación

que busca el que ha pasión

para tornar en tristeza.

Los dos pequeños niños que salieron y venían en compañía de la hermosa señora, desnudos, el primero traía los ojos vendados y una dorada flecha con un carcaj de diversas saetas de oro y de plata y de plomo y otros diversos metales y una letra que así decía:

Blandiendo dorada flecha,

los ojos vendados, tiro,

hiero herida que mecha

ni cirugía aprovecha

a sanarle su venino.

El otro y desnudo niño con la derecha mano sembraba moneda y con la izquierda tendía una red para prender y caçar las simples doncellas que la querían cojer. Su boca tenía abierta, siempre hablando a las damas, convidándolas con los servicios de su persona y dineros de su bolsa por las meter bajo de su red, con una letra que como banda traía rodeada que de esta manera decía:

Con requiebros y moneda

cojo yo

la dama que fresca y leda

me pareció.

Después que con atención el Caballero del Sol hubo mirado la apuesta compaña, llegando con compuestos pasos, sin acatamiento hacer, por saber que era gente viciosa, contra la señora de la fortaleza así dijo:

-Dime, hermosa señora, quién eres y cómo se llaman estas apuestas damas y desnudos y pequeños niños, ca gran voluntad tengo de lo saber.

-Bien me place de te lo decir, dijo la hermosa señora, porque el aire tuyo me ha tocado y me hueles a hombre enamorado. La dama vestida de verde oscuro con los manojos de morada seda se llama Concupiscencia. La de las ropas coloradas y cortadura negra se dice por propio nombre Delectación. El pequeño niño de la dorada flecha se llama Cupido, señor del amor. El otro de la red y moneda tiene por nombre Requiebro. Y yo me llamo inmunda Lujuria, cuya fama con alas tendidas vuela por toda la tierra. Por lo cual yo creo que tú habrás oído mi famoso nombre y mis hazañosos y grandes hechos. Yo soy la que enciendo un vivo fuego de amor de las hermosas doncellas y frescas damas los coraçones de los animosos caballeros y con este amor de flacos los hago fuertes, de cobardes los torno animosos, atrevidos, esforzados y de avaros los convierto en dadivosos y francos, de torpes los desenvuelvo y hago sutiles, de groseros y maltraídos los convierto en pulidos y galanos, hágoles mudar el andar apresurado y desgraciado y les enseño a andar pasos espaciosos y de gravedad. De necios y mal hablados, los vuelvo elocuentes; si son apocados y por no se saber estimar en poco tenidos, fuérçosles a mostrarse generosos, estimándose en más de lo que son y hacer tales obras que por tales sean tenidos. Finalmente, hágoles generosos en sus hechos y extremados en sus dichos. Y, si con entera fe me sirven, doyles el mayor don que en la tierra pueden recibir, poniendo en sus manos la cosa que de ellos es en la vida más amada, haciéndoles gozar a su voluntad y sabor de aquella cosa por que han pasado grandes afanes, padecido grandes trabajos y vístose en muchas afrentas. De esta manera pongo yo a mis servidores más altamente que algún príncipe lo puede hacer en la tierra, aunque a mi solo servidor diese todo su estado, señorío y haber. Pero a ti, gentil caballero, porque me parece que posees todas las partes y gracias que debe tener un verdadero enamorado, sin que pases algún trabajo ni fatiga mas de lo que has sufrido viniéndome a buscar, yo te quiero galardonar más altamente que a otro haya jamás pagado, ofreciéndote estas hermosas damas para que te sirvas y aproveches de ellas. Y mando al ciego Cupido y al desnudo Requiebro que continuamente te favorezcan y ayuden con sus invencibles fuerças cuando alguna contienda de amor se te ofreciere. Y yo tengo por tal su favor que en poco tiempo y con pequeño trabajo alcançarán lo que con el ferviente deseo de amor escogieres y con la voluntad quisieres y amares. Esto todo quiero yo hacer porque te nombres mi servidor y cumplas fielmente las dulces y sabrosas leyes de los enamorados. Y por te sacar de este tan continuo trabajo que con estas armas traes y de este áspero camino que a gran peligro y afán tuyo sigues, pasándote a un camino espacioso, lleno de todo descanso, placer y vicio.

Algún tanto estuvo el Caballero del Sol como embobecido y embelesado, no se determinando en lo que había de decir ni responder, esperando a que hubiese fin una brava contienda y rigurosa batalla que las delicadas y enamoradas palabras de la muy apuesta dama, juntamente con una dorada frecha del dorado Cupido, habían urdido y ensayado contra el fuerte coraçón del Caballero del Sol, batallando la ciega sensualidad contra la discreta Razón, de tal manera que la enamorada pasión, sin ser sentida, escaló los cinco sentidos y entró y escaló el castillo fuerte del pecho del Caballero del Sol. Pero como llegaron a quererse apoderar de la torre del homenaje del fuerte y valiente coraçón, hallaron ahí por defensores y alcaides al Olvido de la Vida y a la Memoria de la Muerte, los cuales no solamente defendieron la alta y fuerte torre donde estaban muy bien, pero saliendo de ahí a la plaça del castillo donde la enamorada pasión su real asentado tenía, asiéndose con ella y sus valedores a los recios braços, dieron con ellos por las ventanas de los ojos abajo. De esta manera, lançada fuera la ciega pasión del amor, la sensualidad dio lugar a la razón y, soltando la atada lengua del Caballero del Sol, en esta manera començó de decir contra la hermosa señora: Bien sé, aborrecida Lujuria, qué cosa es amor. Ya me he visto envuelto en tus redes y atado con tus ataduras y preso con tus lazos. Prisionero he sido en la cárcel del ciego Cupido y cercado de las llamas del fiel amador Leriano, pero agora que he despedaçado las redes, deshecho las ataduras y rompido los lazos, quebrantado las cadenas, como quien ha escarmentado en cabeça propia, quiero huir tus ensayos y aborrecer tus pasatiempos, menospreciar tus placeres y huir tu contagiosa conversación por no caer en tus peligros y perecer en tus enredos. Ca te hago saber que mi venida por esta hermosa y estrecha senda es para sufrir trabajos y deshechar el reposo, para abraçar el afán y menospreciar el descanso, para buscar la virtud y alongarme del vicio, para domar y sujetar los malos caballeros que mantienen soberbia y maldad, y no para regocijarme con tus polidas y hermosas damas.

-¿Es posible, dijo la lujuriosa dama, que tú desames y desheches lo que todos codician alcançar y con grande afán buscan, después de lo haber gozado y alcançado? Se cuentan en el número de los bienaventurados aquel gran rey David, prisionero fue en la cárcel del amor. El rico y pacífico rey Salomón se sujeto a mis leyes. Aquel capitán Holofernes por me ser fiel perdió su cabeça. Pues, ¿qué te diré de aquel valeroso cartaginés capitán Aníbal, que por mí puso toda su gloria y fama al tablero? ¿Qué te diré de Paris el troyano? Otros muchos te contaría que anduvieron so mi yugo y fueron atados con las coyundas del ciego amor, sino, por no te ser prolija, bástete que, pues yo te amo, no me debías menospreciar, pues un amor con otro se paga y no recibe otro cambio ni recambio. Mira que si deshechas la dama que se te ofrece con voluntad enamorada, que serás escarnido, burlado y menospreciado de todos los caballeros u hombres que saben de amor.

-Baste ya, hermosa dueña, dijo el Caballero del Sol. No gastes más pabilo, porque si los que dices erraron, algunos de ellos se enmendaron, conocido su error. Y puesto que todos perseveraran, yo no tengo de seguir la vía de los que perdieron la guía. Tus pasatiempos yo nos los quiero, ca son bocado venenoso que sabe bien y hace mal, como anzuelo cubierto con el manjar y como çaraças envueltas en pan, que por un breve gusto privan del resto de la vida. ¿Qué es tu placer y tu gozo, sino como el que sueña que tiene gran copia de riquezas y, despertando del sueño, no solamente se halla sin las riquezas soñadas pero aun queda con un aguijón de tristeza? Así es tu sabroso deleite, que pasado el sueño de la vida, entrando por las obscuras y muy temidas puertas de la muerte, no solamente se hallan los que de él han gozado sin aquel breve y temporal placer, pero, en pago de su desacordado vivir, les espera perpetua pena y continuo lloro. Agora, pues, sabes, engañosa dueña, que yo conozco lo que daña, que es el vicio, y lo que aprovecha y salva, que es la virtud, no me molestes más con locas palabras, porque te trabajas en vano. Mándame abrir las puertas de tu pésima fortaleza de amor, para por ella pasar, las orejas tapadas, como Ulises por las sirenas, ca mucho me he detenido contigo en palabras y mi compaña estará enojada esperándome.

-Bien te parece que has dicho, dijo la lujuriosa dueña, pero, pues te has detenido lo mucho conmigo en palabras, justo será que estés poco en la batalla con mi caballero, ca yo creo que ello así será por tu poco valor y su grande esfuerço, y esto se hará cedo, por el poco comedimiento de que has usado conmigo y porque quebrantaste la condición y letra de las enamoradas imágenes y verdes columnas. Aguárdate de mi defensor, que ya baja por la ancha escala.

Capítulo XL

De la batalla que hubo el Caballero del Sol con el caballero y defensor de la Lujuria, llamado Andróneo.

Así como la contienda de las palabras hubo fin entre el Caballero del Sol y la perversa Lujuria, por las hermosas puertas de la fortaleza començó de salir un galán caballero armado de unas ricas armas moradas, sembradas por ellas unas flores verdes y leonadas, con un blanco escudo de fino acero, entretallada en él una hermosa doncella con un coraçón apretado en las manos y una letra que así decía:


Díos yo mi coraçón,

tenéisle preso y rendido,

tratadle con afición

pues él de vos es vencido.

Luego que el hermoso caballero fue en la espaciosa plaça que estaba ante la gran fortaleza, cabal o un hermoso caballo overo y, viniéndose contra el Caballero del Sol, dijo en voz alta:

-Di, cuitado caballero, que vives errado teniendo la contraria opinión de todos los vivientes, ¿por qué quebrantaste el justo mandamiento de la hermosa Lujuria, el cual esta escrito en la morada piedra y verdes columnas? Bien será que me pagues con tu loca cabeça el atrevimiento y quebrantamiento de la ley de las enamoradas imágenes juntamente con la desmesura de que has usado, más como villano que no como cortesano, contra esta hermosa y poderosa señora.

-¡Oh, errado y mal engañado caballero!, dijo el Caballero del Sol. No porque muchos yerren se limpia el vicio del error, aunque te quiero decir que tu viciosa opinión no la sigue algún animal racional, puesto que tu afirmes que todos; porque a la hora que se anegan en las perversas olas del turbado mar de la lujuria dejan de usar de la natural razón, posponiendo el vicio a la virtud, la lujuria a la temperancia y se tornan brutos animales sin razón, pues pierden el uso de la razón, según está escrito por el profeta David; por lo cual, yo querría que reconocieses tu error y dejases este abominable y hediondo vicio en que estás engolfado y siguieses el verdadero camino de la virtud usando de la natural razón de que Dios te dotó.

-En balde te trabajas, dijo el galán caballero Andróneo, que así se llamaba. Ca yo sé bien lo que me cumple y tus palabras de predicador no podrán tanto que me quiten de mis continuos pasatiempos, los cuales si hubieses de veras gustado harías lo que yo hago. Y aparéjate a la batalla, ca esto no se ha de averiguar con palabras sino con las armas. Dicho que hubo esto el galán defensor de la perversa Lujuria, tomando del campo lo que les pareció que convenía, se fueron a juntar en la fuerça de los encuentros en medio de aquel campo de tal poder que las lanças fueron quebradas y el caballero Andróneo hubo falsado el escudo y la loriga y fue herido en los pechos de una pequeña herida. Y pasando el uno por el otro, como hermosos justadores, volvieron como aquéllos que se difamaban el uno contra el otro, los escudos embraçados, las espadas altas. Donde començaron una brava reñida contienda, ca el defensor de la hermosa dueña era orgulloso y acometedor, y los caballos muy buenos y diestros. Gran pieça anduvieron los dos caballeros heriéndose de duros y pesados golpes contorneando y haciéndose a veces perder los golpes y volviendo de nuevo, pero aquéllos que a derecho se acertaban en gran manera los traían atormentados.

Andróneo, defensor de la perversa Lujuria, contra el Caballero del Sol dijo:

-Si te place, Caballero de las Lunas, hagamos nuestra batalla a pie, pues los caballos son cansados, porque con mayor presteza la demos cima.

-A mí place, dijo el Caballero del Sol.

Esto no era bien dicho, cuando saltando los dos mortales enemigos de las sillas en el campo, embraçando los escudos y apretando las espadas en las manos, viniéndose a juntar, començaron de se dar tan duros, pesados y espesos golpes como si nada ese día hubieran hecho. Con tanto ánimo y esfuerço hacían su batalla, haciéndose a veces inclinar las cabeças hasta los armados pechos, a veces hincar las rodillas por el suelo, que el campo andaba cubierto de pieças de las armas y de malla de las lorigas. Tanto anduvieron en esta porfiosa contienda que ya el enamorado caballero començó de desmayar, así por los muy duros golpes que había recebido como por la mucha sangre que de tres heridas había perdido. Lo cual, como el Caballero del Sol sintiese, començóle de herir como de nuevo, haciéndolo revolver por aquel campo a unas partes y a otras. Pero con todo esto, con magnánimo coraçón, se defendía y mantenía en el campo; pues como Andróneo del Caballero del Sol se viese tan acosado, echó su fuerte escudo a las espaldas y tomando la espada a dos manos pensó de herir a su contrario sobre el acerado yelmo. Pero, como el Caballero del Sol vio venir el desmesurado golpe, cubrióse de su muy fuerte escudo y fue tal que la espada se saltó de las cansadas manos. A esa hora, soltando el Caballero del Sol la suya en la cadena, como vio tiempo, entró con él y, tomándole entre sus armados braços, con poco trabajo dio con él en tierra, ca tan laso andaba que poca resistencia hubo en él. Y como fue caído, desenlazándole el yelmo le cortó la cabeça.

Pues de las hermosas dueñas vos digo que, como vieron su defensor tan mal tratado, se acogieron al castillo con tanto temor y presteza, que, no mirando, las puertas dejaron abiertas, no curando más de encerrarse en la más fuerte torre de la fortaleza, pensando que el Caballero del Sol las había de tratar como a su falso defensor. Mas como no fuese su condición de poner jamás manos en alguna dueña, no curando de las seguir, llamó a la Natural Razón y su compaña. La cual, como hubo llegado, contra el Caballero del Sol dijo estas palabras:

-¡Oh, buen caballero y extremado! ya soy segura que en las aventuras y pasos que están por ganar no faltará vuestro grande esfuerço, pues en esta tan dudada a los de vuestra edad habéis salido victorioso.

-Yo he puesto el trabajo, dijo el Caballero del Sol, y la vuestra merced gana la victoria, pues me ha dado el consejo y el esfuerço, ca si yo vencí la batalla, ha sido con vuestras armas.

Diciendo esto y otras cosas, pasaron por la perversa morada de la Inmunda Lujuria y caminaron ese día y otro hasta la hora de sexta, que llegaron a un pequeño recuesto de cuya bajada se podía bien ver otro de los defendidos pasos que en la estrecha y trabajosa senda había, donde quedaron la parte del día y noche siguiente por descansar del trabajo del áspero camino que andado habían.

Capítulo XLI

De lo que avino al Caballero del Sol, yendo acompañando a la Razón, en la casa fuerte de la Ira y de la batalla que hizo con un jayán defensor del paso.

Llegó otro día de mañana, al tiempo que el radiante Febo sus cuatro caballos ensillaba. La Natural Razón y su compaña bajaron con asaz trabajo del pequeño recuesto por la herbosa senda hasta un gran río, que por el hondo valle pasaba, en el cual había una grande y ancha puente, en cuya entrada y principio era nacida una sombrosa encina de la cual estaba colgado un bermejo escudo con cordones leonados y un letrero en torno que así decía:

Este paso es defendido

y es la cosa

que la ira más raviosa

ensangrienta aquí su saña

en aquél que pasar osa

si con voluntad medrosa

no se sujeta a su maña.

Leída la letra del bermejo escudo, la Natural Razón dijo así: Caballero Desterrado, otro defendido paso y hermosa aventura se nos ofrece. Pasad por el rojo escudo y franqueadnos el paso.

Sin mas atender, el Caballero del Sol entró por la grande y ancha puente llevando los ojos desplegados, notando las maravillas que veía y oía en la fuerte casa que de la parte de la puente fundada estaba, la cual era toda redonda, sin haber en ella alguna esquina, con un espeso ventanage por lo alto. Entre ventana y ventana había una imagen de gigante armado, puestos por tal manera y concertada orden que gente que la fuerça guardaba parecía, y ninguna otra ventana en la fuerte morada había por lo bajo. En el medio de esta redonda morada estaba una fuerte y muy alta torre de hermosa cantería, en cuya sumidad estaba una figura de gran gigante de alambre, puesto por tal arte que continuo volvía las espaldas al aire en las cuales tenía dos agujeros por los cuales entraba la furia del soberbio viento; y estaba obrada por tal arte, que saliendo por la abierta boca bramaba y voceaba diversamente según era recio o manso el aire, a veces como humano hombre y otras como bruto animal. Y las voces y bramidos eran tan grandes y diversas que espanto ponía en los miradores y oyentes, ca los que lo oían y no lo veían a veces pensaban que eran voces de hombre muy airado y enojado y a veces de animal fiero mal herido o muy acosado.

Maravillándose el Caballero del Sol de estas novedades, llegó a las coloradas puertas de la redonda morada y, començando de herir fuertemente las aldabas, ninguna cosa sonaba; ante, el lugar donde las aldabas herían, viva sangre corría; de lo cual estrañamente fue maravillado, no pudiendo alcançar aquel secreto. Y como nadie respondiese, tornó a herir las aldabas y entonces entendió que, puesto que las aldabas no sonasen, pero dentro de las encarnadas puertas al tiempo que hería las aldabas se daban grandes gritos y miserables vozes; por lo cual más le creía el deseo de saber aquel secreto y, bien mirando en aquella parte donde herían las aldabas, vio cómo era una carne donde la sangre salía; y, como el Caballero del Sol más atentamente lo mirase, conoció que eran pies de vivo hombre en lo que las aldabas herían, los cuales estaban sutilmente encajados en las encarnadas puertas, que por ser todo una color no fácilmente cualquiera pudiera pensar y entender lo que fuese. Este atormentado hombre tenía ahí la cruel señora de la redonda morada puesto por despertador, porque, si como alguno llegase a las encarnadas puertas y heriese las aldabas, el mísero hombre atormentado en las llagadas plantas de sus pies, diese quejosas vozes y tristes gemidos, con los cuales diese a entender a los crueles moradores de la malvada casa que alguno estaba llamando ante las crueles y encarnadas puertas.

Pues como el Caballero del Sol conociese el secreto y notase la crueldad, no quiso atormentar más al mísero hombre. Ante començó de dar grandes voces pidiendo que le abriesen y hiriendo reciamente las encarnadas puertas con el pomo de su espada. Pero como nadie quisiese responder, porque no usaba de la crueldad que aplacía a los moradores, tomando grandes piedras començó de dar grandes golpes y grandes porradas en las puertas de la crueldad. Un feo hombre, muy enojado por los golpes que el Caballero del Sol daba, vestido de encarnado, se paró a las altas ventanas de los armados gigantes, así diciendo:

-¿Cuál es el necio caballero que quiebra las puertas a porradas, habiendo en ellas el mejor y más preciado despertador que se ha visto en el universo mundo? Muy piadoso debes ser. La ira y crueldad es de los esforçados caballeros y la misericordia de las pusilánimas mujeres. Di, caballero mal aconsejado, ¿qué buscas en esta casa cruel? ¿Por ventura otro genero de tormento, tal como en las encarnadas puertas has visto? Atiende un poco que la señora de esta morada lo inventará de presto. Diciendo esto, sin aguardar respuesta, se volvió para dentro.

No tardó mucho que las encarnadas puertas fueron abiertas; por las cuales salió una dueña de mediana edad y brava y espantosa figura, vestida de grana colorada. Su cabeça cubría una corona de huesos de hombres muertos. En su derecha mano traía un desnudo y sangriento alfange con la sangre de una cortada cabeça que en la siniestra traía, con una letra por los pechos que así decía:

Mis sangrientos pensamientos

con la ira en sí engendrada

hacen de los vivos muertos

de los poblados desiertos

siendo bien ejecutada.

En compañía de esta cruel dueña venía un escudero y tres damas. El escudero era rufo de color y pelo, con unas pecas pardas por la haz. Vestía ropas coloradas, con un letrero por banda que así decía:

La sangre muy encendida

con el enojo socorre

a la parte enflaquecida

do la injuria recebida

declara el tiempo que corre.

La primera de las dueñas era fea y verdinegra con unas pintas blanquecinas por la cara. Su vestido de paño negro desdicho, con un letrero en esta manera:

Las entrañas obscurece

la injuria recibida

y sino es bien sufrida

cruel vengança apetece.


La otra dueña, aunque era bien dispuesta de fiero gesto, sobre la cabeça traía una celada de fino acero, las piernas y braços armados, su vestido tinto de sangre, con un letrero que en esta manera decía:

Injuria busca contienda

y contienda da las muertes:

mis mañas son tanto fuertes

que no hay nadie que me atienda.


La tercera dueña vestía ropas encarnadas con unas cortaduras tan coloradas que de viva sangre parecían, con unos cuchillos sembrados entre ellas, con una letra:

Vengança da la contienda

de la injuria recibida

y la ira encruelecida,

vengando se toma enmienda.


Con tal compañía salió la espantable dueña de la casa y, como cerca llegase el Caballero del Sol, tomando la mano, de esta manera dice:

-Dueña cruel, ¿cómo te llamas y que compañía es ésta que contigo traes? Por cierto tú y ellas sois aparejadas para espantar los niños.

-Yo te lo diré, desmesurado caballero, dijo la enojada dueña. Este escudero se llama Enojo Malencónico. La dama fea de las negras ropas ha por nombre Injuria; y la armada, del vestir sangriento, Contienda. La de la vestidura encarnada con las cortaduras sangrientas, a vuelta con pequeños cuchillos, se dice Vengança. Yo soy a Encruelecida Ira, muy temida entre los hombres. Por tanto, si tú quieres ser tenido y temido, pues vistes armas y ciñes espada, usa de mis provechosas costumbres y de mis temidas leyes. Muestra tu gesto siempre airado, aprovéchate de la crueldad y no olvides el rigor. Y así serás señor de tus enemigos y temido de tus amigos. Esto mesmo dan a entender esas armas que traes vestidas, porque no fueron inventadas para hacer y acabar las cosas y hechos grandes con mansas palabras sino con rigor, ira y fuerça de armas y fuertes caballeros. Porque si la fortuna los dotó de mayores y mejores fuerças no fue por otro sino porque son mejores y merecen más que los otros. Pues si son mejores, con razón deben usar de la ira y crueldad con los que por tales no los quieren tener y obedecer, sujetándolos con la fuerça de sus aventajados braços a su imperio y mando, y si así yo no lo hiciese no sería tan temida ni tanto señora. A unos cruelmente atormento, a otros encarcelo y a otros quito la vida, o justo o injusto. Ora pues, caballero, si te quieres aprovechar de mis leyes y seguir mi apellido, porque me pareces valiente y esforçado para las llevar a ejecución, yo te recibiré debajo de mi bandera, no como criado sino como compañero y amigo. Te haré alférez de la Vengança. Ayudarte he en tus afrentas y menesteres, darte he fuerças y incitaré tu saña en tal manera que te tema toda la tierra.

-Baste ya, Encruelecida ira, dijo el Caballero del Sol. Tales son tus palabras cuales bien muestra tu decir la ira de tu coraçón. Bastaría para te responder ser notorio la paciencia ser virtud y la ira vicio, pero todavía quiero decirte que la ira es madre de la discordia y cruel madrasta de la paz; y la discordia inventa la injuria y borra la buena criança; y la injuria hace camino para ir a contienda; y la contienda ciega la paciencia y es causa para tomar vengança y perderse la amistad. La vengança da las muertes y despuebla las ciudades y destruye los reinos. Pues si tú eres inventora y causa de todas estas maldades y daños y quitas las vidas, que no hay otra cosa más amada ni más estimada entre los hombres, y das las muertes, que no hay otra cosa más aborrecida y odiosa, ¿para qué me aconsejas que siga la causadora de tantos daños y me sujete a tan inicuas leyes como las tuyas son? Mucho te engañas en decir, asimesmo, que las armas fueron halladas y inventadas para mantener soberbia y ira, y si algún caballero para eso las viste debe ser tan vicioso, malo y cruel como tú, porque los buenos caballeros no las traen sino para quitar del mundo los airados y soberbios y para deshacer tus inicuas leyes. Sabe que yo soy a tu morada venido no a te obedecer y creer tus locas palabras sino a te quitar de entre los vivientes porque no siembres más discordia por la tierra.

-Oh, cobarde caballero, dijo la espantosa vieja, no quieres usar de lo que valiente y esforçado te haría. Así como tú eres de poco esfuerço así te has deslenguado contra estas flacas mujeres. Yo te prometo, si aquí estuviera mi jayán, tú callaras tu desmesurada lengua y confesaras por tu boca que lo que yo te digo era el mayor bien que un caballero podía tener. Yo te juro, por mi gran poder, pues no eres para mantener ira y caballería, que te tengo de hacer poner por despertador en las encarnadas puertas.

-Tanto has hablado, maldita ira, dijo el Caballero del Sol, que si fueras caballero, como eres mujer, no me sintiera bien pagado de tus airadas palabras y perversas obras sino te cortara la cabeça, donde tantas soberbias han salido. Llama, llama a ese tu defensor, ca en él entiendo tomar enmienda de tus yerros.

No eran bien acabadas de decir por el Caballero del Sol estas palabras, cuando por las encarnadas puertas de la fuerte morada salió un desemejado jayán, armado de unas fuertes armas encarnadas con unas grandes y coloradas plumas sobre el acerado yelmo, con un fuerte y acerado escudo al cuello, la mitad dorado y la mitad encarnado, con una letra que pasaba de lo dorado a lo encarnado que así decía:

Mi gran soberbia y riqueza

han causado

que a la ira sirva de grado.


De esta manera venía el bravo jayán, cabalgando sobre un gran caballo morcillo, contra el cual el Caballero del Sol en alta voz dijo:

-Di, desemejado jayán, ¿eres tú la guarda de este paso y defensor de la Encruelecida Ira? Ca bien creo ser así, pues vistes su librea. Llégate a mí, que gran pieça ha que te estoy aguardando por tomar en ti la emienda de las palabras y malas obras de esta mala y Encruelecida Ira.

Con voz ronca, la desemejada bestia dijo:

-Oh, vil caballero, ante mí osaste hablar soberbias. Yo pensé que viéndome pidieras perdón a esta excelente señora de tu yerro y poca mesura de que con ella has usado; pero, según con las palabras muestras, muy lejos vas a dar de mis pensamientos. No sé si dentro sientes otra cosa, y pues tú quieres tomar vengança en mí de lo que ella ha hablado, justo será que la tome yo primero en la tuya porque quebrantaste la ley del encarnado escudo y porque contra tan alta señora en palabras te desmesuraste. Ya tú ves que yo lo puedo mejor hacer que tú.

Sin volver palabra el Caballero del Sol, tomaron del campo lo que les pareció que convenía y viniendo el uno contra el otro en la furia de los caballos, las lanças bajas, se toparon en medio de la larga y ancha puente y las lanças fueron partidas en muchos pedaços, aunque el gran jayán fue encontrado en descubierto del escudo por los armados pechos de tal poder que la cuchilla de la lança le pareció por las espaldas y vino a tierra con un troço de la lança atravesado. El Caballero del Sol fue encontrado por la lança del jayán por medio del escudo y le hubo falsado y la loriga y hubo una pequeña herida en los pechos y cierto, sino por la gran fortaleza de sus armas y principalmente porque batallaba en defensa de la Natural Razón, gran peligro corría su vida, según el encuentro fue fuertemente herido.

Pues como la encruelecida señora de la redonda morada vio a su defensor en el campo tendido, que no mecía pie ni mano, con gran prisa començó de caminar hacia la fuerte morada por se acoger y cerrar las encarnadas puertas. Pero como el Caballero del Sol volviese en su entero acuerdo, ca algún tanto estuvo desacordado del fuerte encuentro recibido, como viese que la cruel ira se iba a acoger a su morada, dando de las espuelas al caballo, entró a vuelta de la cruel compaña y, dando de llano con su espada al escudero de la dueña del castillo, lo hizo dejar a su señora y ir a llamar a la Natural Razón y su compaña, haciéndola saber del paso ganado y del jayán muerto.

Muy temerosa estaba la mala dueña con su compaña, pensando que por el Caballero del Sol habían de ser maltratadas, lo cual era ajeno de orden de caballería y de su costumbre y condición, ante, haciendo soltar al mísero hombre puesto por despertador, y dándole libertad que fuese donde le pluguiese, las mandó ir de ahí y asconderse, porque la discreta doncella Razón Natural jamás quería ver ante sí semejantes mujeres. La cual, después de ser ascondida aquella maldita y viciosa compaña, viniendo ante las puertas de la fuerte morada donde el Caballero del Sol estaba guardando por que no cerrase la maldita ira, con voz reposada y amorosa en esta manera dijo:

-Oh, buen caballero y bien afortunado que por tu grande esfuerço y valentía has franqueado de siete defendidos pasos los cuatro más peligrosos; y de siete alevosas dueñas, con tu prudencia, has sobrepujado y menospreciado las engañosas palabras y falsos prometimientos de las cuatro; y con tu gran bondad y virtud has vencido, de siete malos caballeros y defensores de la maldad, los cuatro más fuertes, ¿con que te satisfaré yo estos grandes servicios y los que en el proceso de este viaje espero que me harás? No por cierto con otra cosa sino con llevarte al Campo de la Verdad donde verás cosas tan maravillosas y tan espantosas que te tendrás por bien pagado de todo el afán que tomares y has tomado en este viaje.

-Oh, muy prudente doncella, dijo el Caballero del Sol, solas vuestras mesuradas palabras bastan para pagar estos pequeños servicios y muy mayores que fuesen, cuanto más que es tan grande la merced que a un desterrado caballero se le hace en le consentir que vaya en tu virtuosa compañía, que aunque toda mi vida gastase en semejantes trabajos como los que hasta hoy he pasado, no lo acabaría de servir.

Hablando en estas y otras semejantes cortesías pasaron la Natural Razón y su compaña por la fuerte casa de la rabiosa y encruelecida Ira, y apeándose en un pequeño valle a la ribera del río, una doncella, que de aquel menester sabía, curó de la pequeña herida del Caballero del Sol, que como muy pequeña fuese en breve fue sano.

Lo cual, como fue hecho, tornando al començado camino de la estrecha y herbosa senda, caminaron seis jornadas con asaz trabajo por la grande estrechura y aspereza del camino sin que cosa alguna que de contar sea les aviniese. El último día, ante que las tinieblas de la obscura noche desterrasen la clara luz del sereno día, llegaron la Razón Natural y su compaña a un pequeño prado, el cual estaba muy cerca de otro paso defendido, en el cual quedaron esa noche porque el lugar parecía apacible para reposar, según la maleza y aspereza que había en la herbosa y estrecha senda.

Capítulo XLII

De lo que avino al Caballero del Sol en el castillo de la Gula y de la batalla que hizo con su defensor.

Otro día, cuando los dorados rayos de Febo por la tierra se extendían, dos pajes, abriendo el cerrado lecho del Caballero del Sol, le sirvieron de sus gastadas ropas y maltratadas armas y, como fuese armado, salió de la rica tienda por notar su riqueza y estrañeza, ca tanto había que ver en ella que nunca acababa de maravillarse de sus particulares historias y diversidad de cosas antiguas que en los dorados cercos brosladas había, y especialmente aquella luciente mañana que, como el sol hubiese salido muy claro con los dorados rayos, la rica tienda herida mudaba tanta diversidad de colores como Proteo figuras y parecía tan rica y estraña que tanta claridad parecía que prestaba ella al claro sol, como el sol a ella. Una pieça anduvo el Caballero del Sol rodeando con nuevas vueltas la hermosa y rica tienda hasta que la Natural Razón salió, contra la cual se fue por la ayudar a subir en muy su hermoso unicornio. Y como a punto de camino fue puesta, el Caballero del Sol cabalgó en su fatigado caballo y, començando de caminar, en poco rato subieron [a] una peña sobre la cual estaba asentado un fuerte castillo, lleno de tantas y tan grandes ventanas que por ellas de fuera se parecían muchas mesas bien atoldadas y como para banquete aparejadas. Ante del hermoso castillo, en la senda herbosa, estaba una imagen de alabastro de mediana estatura, salvo el cuello que tenía tres palmos en largo, con un letrero que decía así:

Sánate por tus pisadas

porque el paso es defendido

sino serte ha mal pedido.


Vistas y leídas las letras de la imagen del largo cuello, la Razón Natural dijo así: Caballero Desterrado, pasad por la blanca imagen y haced de lo que soléis. No os canséis de me hacer servicio, ca gran deseo tengo de os pagar con veros con descanso y sosiego en el Campo de la Verdad.

No fueron bien acabadas estas palabras por la sabia doncella, cuando el Caballero del Sol, haciendo su acatamiento y mesura, sin hablar ni responder palabra, pasó por la clara imagen hasta llegar al fuerte castillo, en el cual se veían por el hermoso ventanaje muchos caballeros y damas, hermosa y ricamente adereçados, sentados a las tablas, que desde la imagen del cuello largo habían visto, comiendo y bebiendo a su sabor. Juntamente con tener hermosa delantera y gentil ventanaje, el hermoso castillo tenía una estraña y bien obrada portada de labrada cantería, tallada de muchas aves y animales de aquellos que son mejores y más sabrosos al gusto, con muchos hogares y brasa tan al propio hecha que verdaderamente parecía producir y echar de sí bivas llamas. En torno de los cuales estaban diversos gestos y figuras de cocineros, los cuales tenían en sus manos grandes asadores llenos de preciadas aves puestas en los quemadores lugares como que asándolas estaban. No se detuvo el Caballero del Sol en notar sus particularidades, por ser muy diversos sus pensamientos. Antes començó a gran prisa a llamar a la gran puerta, hiriendo reciamente las aldabas, aunque muy poco le aprovechaba, ca tan embebecidos estaban en su comida que no curaban del que estaba a la puerta ni oían sus voces.

Pues como el Caballero del Sol conociese que en balde se trabajaba dando voces, paróse donde veía y podía ser visto y, como aún ahí no le mirasen ni respondiesen, arrojó una piedra, la cual hizo tanto ruido que bien parecía que había dado en algún aparador. A esa hora los caballeros se pararon a las ventanas como espantados de ver la novedad de la piedra, tanto estaban embelesados mirando al estraño caballero como si jamás otro caballero hubieran visto.

El Caballero del Sol, por romper el silencio, de esta manera les dice: Caballeros que hayáis ventura, mandadme abrir las puertas del castillo, pues no hay otro paso, ca gran necesidad tengo de pasar de esa parte con cierta compaña que me atiende a la imagen del letrero.

Uno de los comedores caballeros, con gesto robusto, sí respondió:

-Atreguado caballero, y aún loco puedo decir, pues como loco echas piedras con que nos has dado sobresalto en nuestra comida. Dime, pues, ¿viste la clara imagen y su letrero leíste? ¿Cómo osaste pasar acá? ¿Por ventura pensabas que no había caballero en este castillo que de ti tomase vengança del quebrantamiento del paso defendido? Ora, pues, atiende ahí un poco, que yo salgo a te pedir en batalla tu loco atrevimiento.

-Mucho holgaría, dijo el Caballero del Sol, que tú hubieses conmigo la batalla por ver si te aprovechas tanto de las manos en el campo como en la lengua hablando de talanquera. Yo te juro por la orden de caballería, que si en el campo te viese que yo trabajase por hacerte que no afrontases otra vez con tu lengua los caballeros que no conoces.

-Pues aguarda, dijo el caballero del castillo, que presto seré allá contigo donde tomaré enmienda de tus errores y de tus soberbias

Diciendo esto, los caballeros del castillo se volvieron para dentro.

De ahí a poco rato el Caballero del Sol oyó una voz que decía: Óyeme, Caballero del Dorado Sol.

A la cual, como alçase la cara, pudo ver cómo el caballero desafiador, estándose armando, de una ventana le decía: Vete para la puerta del castillo y atiende en el llano, que luego será abierta y yo contigo en el campo.

No fue bien llegado el Caballero del Sol al espacioso llano que ante las puertas se hacía, cuando las puertas fueron abiertas, por las cuales el Caballero del Sol entró hasta un grande y espacioso patio y, arrendando su caballo a una columna, quiso subir a buscar el descortés caballero ca ya no veía la hora de se ver envuelto con él; mas la señora del defendido paso impedió su subida con su bajada, la cual ansí dijo: Atended, hermoso caballero, ca cierto yo no querría que acabásedes a puñadas, lo que se puede determinar con palabras.

El Caballero del Sol, usando de mesura, retiróse afuera, y notó el estraño vestido de la dueña del castillo. La señora del defendido paso era de mediana edad, vestía ropas claras, sobre ellas cubría una larga ropa hecha de plumas de varias y diversas colores, blancas, negras, coloradas, verdes, amarillas, azules y moradas, doradas y encarnadas. Era esta ropa tan bien sutilmente obrada que más así nacidas que no tejidas las plumas parecían, con una letra de esta manera:

Plumas visto porque quiero

de plumas tener memoria

por ser manjar verdadero

de todo buen caballero

que tiene Gula por gloria.


Sobre su cabeça ponía una rica corona de fino oro, esmaltadas por ella diversas avecicas con preciosas piedras que por ojos y en los picos tenían. La corona era tan rica que mucho acrecentaba en la hermosura de la dama que en la cabeça la ponía. Acompañaban a esta hermosa señora dos escuderos y una dueña. Los escuderos vestían paños de terciopelo amarillo, aforrados en raso leonado con unas cortaduras que descubrían lo leonado. En su mano traía el primero un cuello de cigüeña con una letra por los pechos que decía:

El cuello por recibir

en el gusto gran placer

tan largo deseo tener.


El segundo tenía en su derecha mano una rama de camueso con la fruta en ella y una letra en esta manera:

No siento cosa mejor

que comer muchos manjares,

su gusto nos da sabor

y nos pone gran dulçor

si los guisados son tales.


La dueña que acompañaba a la señora del castillo vestía terciopelo leonado aforrado en tafetán negro con unas cuchilladas que descubrían el tafetán. En sus manos traía un vaso con un letrero que decía:

Los golosos por beber

saliendo de su medida

pierden el claro entender

que es mejor don a mi ver

que tenemos en la vida.


Con tal compañía bajó al gran patio la plumosa dueña defensora del paso, a la cual el Caballero del Sol dijo estas palabras:

-Dime, hermosa dueña, tu nombre y los de tus servidores, porque no sabiendo con quién hablo podría pecar de mal criado.

-Yo soy contenta de te lo decir, dijo la señora del castillo. Este escudero que trae el cuello de cigüeña se llama Sabroso Gusto. El que trae el ramo se llama Sabor Delicado. La dueña del vaso ha por nombre Ebriosa. Yo me llamo Sabrosa Gula. Yo creo que bien me conoces o a lo menos de mí has mucho oído decir, ca gran fama vuela hoy de mí por el mundo y, porque me estimes en lo que soy, te quiero decir cuánto valgo entre los grandes señores y en cuánto de los grandes y pequeños soy tenida. Yo so señora de los manjares, potajes y guisados. En unos pongo lo dulce y en otros lo agrio, en otros lo mezclo conforme al gusto de cada uno. No hay señor, rey ni roque que sepa comer sin mí. Yo les doy el apetito del comer y les pongo el sabor en el manjar, dando a cada uno de aquello que más le aplace, mudándoselo en diversidad de manjares y diferencias de guisados. Cuando tienen hastío de lo dulce, doyles lo agrio, y al contrario; unas veces les doy aves o carnes de ganados; cuando carnes, cuando pescados, cuando todo revuelto, aves y caça, carne y pescado. Si de esto tienen hastío, envío frutas y conservas con que les gano las voluntades, en tal manera que siempre como a su mesa o comen a la mía, y si alguna pieça están sin comer, luego se acuerdan de mí. No han acabado de comer, cuando piensan en lo que han de cenar y mira si tienen razón de hacer tanto caso y memoria de mí, pues yo tanto trabajo por conservarles la vida, ca sin mí y los manjares que yo les doy mal se substentarían los vivientes, porque si yo, que soy señora de los mantenimientos, quitase del mundo todo lo que se come, así quitado, quitaría el comer a los hombres y juntamente los privaría de la vida, pues sin el comer no se substenta ni puede substentar. Ora, pues, vey cuánto puedo, pues doy vida y puedo dar muerte, y cuánto me debéis tú y todos los moradores de la tierra, no sólo los racionales pero aun los brutos animales, y porque me has sido grato, caballero, con tu vista y gentil disposición, yo te quiero no solamente perdonar el traspasamiento de la ley de la imagen blanca, pero aun te quiero gratificar como mío y así ten por bien de dejar de contender con mi caballero y sey mi convidado, pues has venido a tiempo, ca no es razón que vos sólo no gocéis de mis dulces y sabrosos manjares. Y, si en este castillo te placerá quedar, o te trataré como tu bondad merece y si no, quiero que de mí tengas memoria, que yo te sacaré de este áspero camino y te quitaré de tantos trabajos, te llevaré a otro espacioso y descansado, te daré riquezas y copia de delicados manjares por donde fueres, y do quier que habitares. Ven presto, subamos a comer, que yo te pondré de hoy más a mi mesa y te honrare como si mi muy querido fueses.

-Atiende, Sabrosa Gula, óyeme, no te vayas, dijo el Caballero del Sol, y podrás ver si seré tu convidado y si me place comer de tus delicados manjares. Bien sé que tu nombre es muy célebre y memorado en el mundo. Y no ignoro que agora más que en otro pasado tiempo tus malas costumbres se usan en él, y porque conozco tus horrendos hechos y tus perversas leyes, y porque sé ser dañoso tu uso y tus costumbres perversas y dañosa tu compañía y venenosos tus manjares y engañosos tus guisados y peligrosos tus potajes y muy dañosos tus comeres y a mí odioso el hablar de ellos, cuanto más el comer, no quiero aceptar tu ruego ni entrar en tu convite, ca más quiero padecer hambre del cuerpo que no ensuciar el ánima en tu pecado, porque del mucho comer y abundoso beber se han seguido en el mundo grandes daños, que aquí [no] recuento por no me detener, y del ayunar han sucedido grandes bienes, no gastemos más tiempo en esta disputa, sino mándame dar el paso desembaraçado o manda venir a la batalla a tu caballero, ca mucho tengo que hacer de esa parte.

-Oh, ingrato y desconocido caballero, dijo la señora del castillo, Gula llamada, ¿cómo has osado maltratarme con tu desvergonçada lengua, habiéndote yo perdonado la muerte que merecida tenías, pues no quisiste guardar las letras y condición de la imagen del largo cuello, ante quebrantaste la ley del defendido paso? Y no solamente paraba en esto pero aún deseaba hacerte uno de os más mis privados y no te culpo tanto porque eres mancebo, y no me maravillo que hayas errado. Y porque bien me has parecido, toma mi consejo y apártate de tu loca opinión y haré todo lo que te tengo prometido.

-En balde te trabajas, dijo el Caballero del Sol, ca no estoy en tal propósito que haga cosa que me digas si me ruegues. Mándame dejar el paso, sino llama tu defensor que con las armas le ganaré y pasaré con mi compaña.

-Oh, atrevido caballero, dijo la Gula, ¿estando en mi castillo y en mi presencia te atreves a amenazar a mi defensor? Yo te juro por mi gran poder que yo haga que ni vayas adelante ni vuelvas atrás, sino que aquí fenezcas tus miserables días.

No eran bien acabadas de decir estas palabras, cuando començaron a sonar las armas del defensor de la engañosa dueña.

Pues volviendo el Caballero del Sol hacia aquella parte los ojos pudo ver al caballero amenaçador que por otra pequeña escalera bajaba, armado de unas verdes y ricas armas, sembradas por ellas unas pequeñas aves doradas; y, como fue en el patio, cabalgó en un caballo y así mismo el Caballero del Sol cabalgó en el suyo, y viniéndose el uno par al otro, el caballero del castillo dijo de esta manera:

-Venida es la hora, Caballero del Dorado Sol, en que te pediré cuenta del quebrantamiento del defendido paso y de las desmesuradas palabras que aquí has hablado del sobresalto que me diste en mi comida. Aparéjate a la batalla, ca gran voluntad tengo de saber si eres tan fuerte como atrevido.

-Bien haces, dijo el Caballero del Sol, avisar el que ha rato que está aparejado esperando tu venida, agora me contentas que hablas en el campo en presencia de tu enemigo, que no cuando parlabas puesto a la reja como pájaro en la jaula. Vente para mí y verás cómo sé mejor pelear en el campo que hablar en lo rejado.

Y a esa hora, apartándose cuanto era el patio de grande, se vinieron el uno contra el otro al más correr de los caballos, las lanças bajas, y juntándose se encontraron en medio del gran patio de tan desmesurados encuentros que las lanças fueron volando por el aire en muchos pedaços. Pero el caballero del castillo vino a tierra por las ancas del caballo de tal caída que gran pieça fue rodando por el patio, aunque no herido por la gran fortaleza de sus armas; y el Caballero del Sol pasó por él como gentil caballero y, como volviese sobre él y viese que el defensor de la dañosa Gula andaba volteando por tierra por se levantar, descabalgó por ir sobre él. Mas como el caballero del castillo volvió hacia la parte por donde el Caballero del Sol venía, sacando de flaqueza fuerças, se levantó muy pereçosamente y con grande afán, ca muy quebrantado se sentía de la gran caída, y embraçando su escudo puso mano a su espada, y el Caballero del Sol no le quiso acometer, viendo que se levantaba, hasta que le vido a punto de batalla, y en esta manera le dice: Ea, caballero del defendido paso defensor, desechad la pereza de las manos, pues en la lengua no la solíades tener. Diciendo esto, lo començó de herir de tan mortales y espesos golpes que lo hacía revolver de una parte a otra por el patio. Un pequeño rato anduvieron los dos mortales enemigos en esta contienda, ca el caballero, puesto que maltrecho estuviese de la caída, procuraba de se defender con viril coraçón, aunque poco le aprovechaba, que de dos pequeñas heridas estaba herido y tan laso y cansado que en él no había ya alguna defensa; lo cual, como él conociese, pensó de se acoger a la estrecha escalera por donde había bajado; pero, como el Caballero del Sol lo sintiese, tomó su espada a dos manos y hiriólo de un tal golpe, ante que a la escalera llegase, que lo hizo venir a sus pies. Y yendo sobre él con presteza desenlazó el yelmo y queriendole quitar la cabeça, vio cómo era ya muerto por el estraño golpe que hasta los ojos le llegaba.

Aún el Caballero del Sol no era levantado de sobre el malvado defensor de la Gula, cuando, errando todas las escaleras, por una pequeña puerta, que al un canto del patio se hacía, salió un bravo oso, cuadrado patio estubiese esperezándose y mirando contra el Caballero del Sol, la maldita Gula así dijo: Veis ahí, cruel caballero, el que me dará entera vengança de ti, ca tan poco tendrá piedad de te quitar la mal lograda vida cuanto tú tuviste de dar a ese mi caballero la desastrada muerte.

Ya el fiero oso venía en dos pies, sus dientes crujiendo, contra el Caballero del Sol y como aún tuviese en sus manos el yelmo del muerto caballero, arrojóselo tan fuertemente que dándole en los crueles pechos dio con él de espaldas en el suelo del gran patio y con gran presteza entrando con él ante que levantarse pudiese, le hirió de una punta de espada que de una banda a otra por entre la hijada y costillas le atravesó. Y con el sentido golpe el bravo oso se levantó, sus fieros dientes crujiendo, y contra el Caballero del Sol sus braços abiertos con gran furia se viene, por entre sus crueles braços y agudas uñas le coger. Pero el Caballero del Sol, temiéndose de la tal luchale hurtó el cuerpo con un salto al través tan ligero como diestro, y al pasar lo hirió de un golpe de espada tan diestra y mañosamente que le tulló de entrambos braços, con el cual golpe el selvático oso vino a tierra, donde puñaba por se levantar dando vueltas, aunque poco le aprovechaba, lo uno porque le faltaba el ayuda de los dos braços y lo otro porque el Caballero del Sol no le daba ese espacio, ante, hiriéndole de dos golpes sobre la cabeça, dio fin a la salvajina bestia.

De esta manera, la contienda partida, el Caballero del Sol rindió gracias al Salvador y, yéndose para la escalera, afirmando el hombro a las puertas, fácilmente las abrió, ca con el temor del oso no las habrían aún bien cerrado, y subiendo a los corredores andaba más fiero que el bravo oso, pidiendo las llaves para pasar de la parte del castillo. La maldita y hambrienta Gula, con el temor cogido se las arrojó por una ventana en el patio, diciendo estas palabras: Toma, bravo caballero, y vete de mi castillo, ca tú no eres para ser morador de él, y conténtate con lo que has hecho.

Sin volver palabra, el Caballero del Sol bajó al patio y, tomando las llaves, abrió las puertas y llamó con una mesurada voz a la hermosa doncella Razón Natural, la cual prestamente vino ahí con su compaña, ca ya pensaba que algún mal hubiese avenido a su Caballero, según había tardado. Y como cerca de él llegó y le vido bueno, aunque bien laso y cansado, con una graciosa voz así dijo: Dios te de el galardón, cansado Caballero, porque has sacado mi coraçón de congoja ca ya por la tardança temía algún peligro te hubiese avenido.

Cuatro días caminaron la Razón y su compaña con asaz trabajo del áspero camino por su estrechura y peñascos y valles hondos con cienos y atolladeros y otros peligros, en cabo de los cuales llegaron a vista de otro paso defendido.

Capítulo XLIII

De lo que avino al Caballero del Sol en compañía de la Natural Razón en la plaça de la Envidia y de la batalla que hizo con una fiera sierpe.

Caminaron cuatro días la Natural Razón y su compaña después que del castillo de la Gula partieron, según habéis oído, sin que cosa que de contar sea les aviniese; y el quinto, començando de caminar por la herbosa senda por lugares muy escabrosos, en poco rato llegaron a una angosta quiebra que entre dos altas peñas se hacía, por la cual la estrecha senda enderesçaba su áspero camino. En la entrada de la angosta quiebra estaba fabricada una fuerte pared de tosca piedra que toda la cerraba con una puerta y arco labrado y en lo alto de un escudo de una piedra leonada con unas amarillas letras que así decía:

En vano has trabajado

caminando con presteza

porque si el arco pedrado

pasares está aquí guardado

verdugo de tu cabeça.


Leídas estas letras, la generosa doncella Razón Natural, con una amorosa voz, así començó de decir: Caballero del Sol, acordaos del olvido de la vida y de la memoria de la muerte que vistes en la primera sala de la labrada puerta y pasad por el arco defendido, ca yo espero en el alto Dios que por vuestro grande esfuerço me veré presto de la otra parte de este temido y dudoso paso.

Oídas estas palabras, el Caballero del Sol hirió de la espuela al caballo y pasando por el arco prestamente llegó a otro muro que en la quiebra se hacía en la forma del primero, con otro arco de la misma piedra, cerrado con una puerta de red de gruesas barras de hierro, a la cual, como el Caballero del Sol hubo llegado, pudo ver una angosta plaça y larga de poca claridad por la grande altura de las dos peñas. De la parte tenía otro arco y puerta de la misma forma en el medio; a la mano derecha, en la tajada peña, había dos entradas con arcos de tosca piedra, aunque bien labrada la una y mayor de piedra amarilla con diversas figuras talladas tan mal y tan feas que espanto ponían de hombres flacos, denegridos, macilentos, desnudos y de feos gestos, las bocas abiertas, los dientes largos como colmillos de javalín. En tal manera estaban pintados, las lenguas sacadas y mirando con brava catadura los unos a los otros, que parecía que los dientes crujían y las lenguas mordían. La otra puerta era de piedras negras con figuras de sierpes y culebras amarillas. Jamás el sol visitaba estas dos puertas porque las peñas eran altas y en la que estaban hacía espaldas al mediodía, de manera que el sol no podía alcançar a llegar a lo bajo de la plaça, y aún la claridad que había ahí era poca, y en las dos cuevas de las dos puertas ninguna claridad había.

Pues, como a la puerta de las gruesas barras el Caballero del Sol hubo llegado, començó de herir con el pomo de la espada. No tardó que, al ruido de sus golpes, de la amarilla cueva salió un hombre flaco, amarillo y roto, al cual el Caballero del Sol así dijo:

-Buen hombre, ábreme por tu fe las puertas, porque gran necesidad me fuerça a pasar este paso con poca compaña, que al arco del escudo me atiende.

-Oh, cuitado caballero, ¿quién te trajo a tan desastrado y obscuro lugar, donde forçado te será morir? Vuélvete presto y con silencio, sino, si sentido eres de la señora de esta plaça hará fenecer tus días miserablemente.

-Déjate de palabras, dijo el Caballero del Sol, y di a esa señora de mi venida, ca por mejor tendría perder la vida que volver atrás.

-Aguarda, dijo el feo hombre, que yo se lo voy a decir, aunque soy cierto que cuando la veas te pesará por no tomar mi consejo.

Diciendo esto se metió por la amarilla puerta de las imágenes negras y luego que fue entrado salió por la misma puerta una espantosa figura de mujer con tan horrenda compaña que espanto ponían en los coraçones de los que los miraban. La señora de la plaça traía sus comidas y roídas carnes descubiertas sin ropa al una. Su figura flaca, macilenta y amarilla, los ojos hundidos en las mejillas altas y muy estrecha en las quijadas; el cabello muy negro y corto entrepelado; sus amarillas carnes, flacas por partes, comidas y roídas hasta los huesos, los cuales muy negros y emponçoñados parecían. Por la izquierda tetilla tenía metida una culebra hasta dentro en el coraçón, de la cual tiraba con las manos y no la podía sacar, con un letrero que de las manos la colgaba en esta manera:

Pensamientos desleales

engendrados en mi pecho

conjuración tienen hecho

contra mis carnes mortales.

Deseando penas tales

a los otros, yo me daño.

Para mí es todo el daño

y a mí se vuelven los males.


En compañía de esta monstruosa mujer salieron un escudero y dos mujeres. El escudero no era menos flaco y macilento que su señora, los cabellos negros y largos con un tocado de seda amarilla, y tenía una brosladura de oro a manera de franjas que los ojos le cubrían, la barba muy crecida arrebujada, los ojos tristes puestos en tierra. Su vestido era de pieles negras, despedaçadas, y los pedaços arrastraban por tierra. Venía royendo las uñas de las manos, echando grandes suspiros de rato en rato. Por las pieles traía una letra que así decía:

El pesar jamás no me deja

y la congoja me mata,

el coraçón no desata

la causa que me lo aqueja.

Cúbrome de esta pelleja

negra y larga

para demostrar la carga

que en mi pecho se festeja.


La una de las dos mujeres, flaca y verdinegra, ninguna ropa vestía, pero de la cabeça la colgaba un cabello espeso y negro que hasta en el suelo la cubría. De rato en rato por su boca decía:

La congoja tristeza

combate mi pensamiento

faltado el contentamiento

proveyó con madureza

que en la muy negra cabeça

creciese tanto el cabello

que llegase hasta el suelo

obrando naturaleza.


La otra mujer, que a la desemejada señora de la honda quiebra acompañaba, no menos espantosa y monstruosa era que las otras, ante mucho más, ca de su cabeça nacían por las colas tan espesas culebras como en la de la otra cabellos. Las culebras eran tan delgadas como cañones de ansarón, largas hasta la cintura. Las unas silvaban y otras las mordían y emponçoñaban. De la cintura arriba ningún otro vestido sus carnes cubría. De la cintura abajo tenía un largo y espeso bello cárdeno que la cubría de tal manera que ninguna cosa de las macilentas carnes se le parecía y con unos profundos suspiros de su boca tales palabras decía:

Rabiosa malenconía

mis venas tiene dañadas,

culebras emponçoñadas

vierten ya la sangre mía.

Contentarse ya debría

mi pasión,

pues el triste coraçón

jamás vivió alegre un día.


Con esta horrenda compañía salió la monstruosa dueña de su obscura cueva, y luego mandó al macilento hombre que abriese la puerta de las gruesas barras.

Así como la puerta fue abierta, el Caballero del Sol, yéndose contra la ponçoñosa compaña, a la señora de aquel tenebroso lugar así dice:

-Dime, espantable dueña, si te place, quién eres y cómo se llaman estos tus servidores, ca gran voluntad tengo de lo saber.

-A mí place de te lo decir, dijo la flaca y amarilla dueña. El escudero se llama Pesar Continuo. La dueña del negro cabello llámase Tristeza Continua. La de las culebras llámase Malenconía Enojosa. Yo me llamo Envidia, cuyo nombre no te debe ser ignoto, porque muy divulgado es allá en la tierra, donde yo tengo muchos servidores y vasallos de los más grandes y poderosos y de los medianos y menores, y gánolos con las continuas mercedes que les hago y hágolo de esta manera: Siembro en sus coraçones tanta envidia de las prosperidades y bienandança y señorío de los poderosos y ricos hombres que, inflamados con mi poder, con justa causa se levantan contra ellos, o mueven a otros, si ellos no alcançan tanto poder, y les despojan de aquello que justa o injustamente poseen y tienen recibido de mano de la ciega fortuna, cuya enemiga y contraria yo soy, porque lo que ella distribuye malamente a ciegas, dando señoríos y riquezas a los flacos y que no las merecen, usando siempre de su ceguedad, yo los quito de aquellos injustos poseedores, sembrando envidia y urdiendo otras tramas en los pechos de aquellos que lo merecen, con lo cual movidos se los toman y ocupan, ora por fuerça ora por grado, ca justamente se le puede quitar aquello que posee el que no lo merece, o por fuerça o por engaño, pues injustamente lo tiene ocupado sin título de lo merecer. Y por esto mis hechos son justos aunque tengo mala apariencia y aun a algunos parecen mal mis obras, porque de la envidia que yo siembro nacen guerras, disensiones, muertes; pero considerando el fin, no lo son; porque todo esto muevo porque cada uno haya y posea lo que merece y no más. Soy verdadera amiga de la igualdad, y de la variable fortuna capital enemiga, autora de la desigualdad a cuyos hechos soy yo siempre contraria porque ella reparte a unos mucho y a otros nonada. Y así yo pongo envidia en los coraçones de mis servidores con que los privan de los bienes de la mala fortuna, y ellos enriquecen a su pesar. Especialmente hago grandes mercedes a los tiranos, salteadores de caminos, robadores y ladrones, porque es gente que fielmente me sirven y no sin razón movidos con mi envidia tiranizan, saltean, roban y hurtan lo que los otros malamente poseen; pues siendo ellos hombres y tan valientes y tan buenos como los otros que lo poseen, y aún mejores, no son menos capaces de señoríos y riqueza que los poseedores. Y pues así es y los que lo tienen no quieren de grado partir con ellos, ante tienen el dinero en las arcas, el trigo en los alhollíes, el paño en las tiendas, y véenlos morir de hambre y no los quieren hartar, véenlos perecer de frío y no los quieren vestir, más quieren tener las salas tapiçadas que no los preciosos cuerpos de los hombres vestidos. Dios mando que a los prójimos amasen, diesen de comer y vistiesen, y socorriesen en las necesidades, partiendo con ellos de lo que tienen. Justamente se les puede hurtar y tomar, pues son obligados a lo dar, y esto quiero yo; y para hacerlos hacer por fuerça lo que ellos son obligados y no lo quiere hacer de grado. Y algunos hay allá que castigan a mis servidores si toman o hurtan alguna cosa liviana y perdonan a los que con sus tratos ilícitos roban lo de todos y lo encierran en sus arcas donde [ni] ellos ni los otros se aprovechan de ello, como el perro del ortolano. Ora pues, mira, hermoso caballero, si sería cosa justa que contigo, que no posees más de esas rotas armas y ese flaco caballo, partiesen los grandes señores y ricos hombres, pues tu bondad lo merece, alguna cosa con que vivieses descansado y dejases estos continuos trabajos. Pues si tú quieres llamarte mío, yo revolveré por donde tengas más que todos ellos. ¿Tú qué dices?

-Digo, dijo el Caballero del Sol, que tu figura me espanta y tus palabras ensucian mi coraçón y enojan mis oídos y tus malas obras destierran mis pensamientos y tus perversos consejos escandalizan mi ánima y alteran mi sangre y tus injustas promesas aborrecen mi querer. Por cierto, tu decir, aunque lo has bien dorado, como el boticario dora las píldoras, es mentiroso. Y tu prometer vano, porque si la ciega fortuna da los bienes a ciegas, a unos mucho y a otros poco, no haciendo diferencia de buenos y malos, yo no loo a ti ni a ella; y para eso son los de generoso coraçón, para contentarse con lo poco, porque a quien más la fortuna da en mayor peligro le pone, a mayor trabajo le obliga, y mayor carga le echa a cuestas. Y así más debe a Dios el que menos posee porque le hizo mayor merced en darle mayor descanso; y quiero que a esto me respondas. ¿Cómo puedes tú dar bienes, pues la envidia procede de no tener? ¿Cómo prometes riquezas, pues tú no tienes con qué cubrir esas roídas y macilentas carnes? ¿Cómo dices que a tus servidores haces señores y poderosos, pues tú no puedes ni echas de ti esa culebra que roe tus entrañas? Lo que tú puedes dar a tus servidores yo creo que lo adivinaría, darles has envidia, pues no tienes otra cosa que prometer, que roya sus huesos y roya sus carnes y henchirles sus pechos de continua tristeza que atormente sus ánimas. Tuyo querrías que me nombrase, madre de los malinos y perversos, madrastra de los justos y buenos, alcahueta de los ladrones, perseguidora de los quietos, encubridora de los dañados pensamientos y enemiga de los simples coraçones.

-Oh, vil caballero, dijo la malina Envidia, yo te juro por mi poder, pues así has desmesurado tu lengua, que por fuerça o pierdas miserablemente la vida o quedes en esta obscura plaça en perpetuo cautiverio.

-No bastarán las fuerças de tus servidores a hacer eso que tu dices, dijo el Caballero del Sol. Por tanto, o me abres las cerradas puertas y me dejas libre el paso o forçadamente te las haré abrir.

En esta hora el maldito y macilento hombre había abierto la puerta de las amarillas serpientes y, metiéndose con gran furia la roída Envidia y sus monstruosos servidores, cerrando tras sí la puerta, por la otra puerta salió una espantosa sierpe, tan larga como tres braças, cubierta de conchas negras y amarillas. En la cabeça tenía una fuerte y grande concha que cubría desde el celebro hasta los ojos. Pues como la espantosa sierpe hubo salido de su continua morada començó de volver la cola a unas partes y a otras, enroscándola a veces para arriba como que desechaba la pereza.

En tanto que la gran sierpe esto hacía, el Caballero del Sol descabalgó de su caballo y arredándole a las gruesas barras de la puerta, porque le pareció que gran peligro le sería si a caballo acometiese a la brava serpiente, y como esto hubo hecho y bien lo pudo hacer, ca la serpiente, como saliese de la obscuridad, tenía la vista turbada y no echaba de ver si había alguna cosa en la plaça, enristrando, pues, su lança, como que con otro caballero hubiese de justar, se fue contra la fiera bestiaja cual ya visto le había, y con crecida furia venía contra él. De esta manera se toparon en la larga plaça. El Caballero del Sol la encontró por la abierta boca, aunque ella con su no creída furia hizo en menudas pieças su lança, quedándola un gran pedaço metido por la cruel boca, y pasó por el Caballero del Sol tan recia que dejándole tendido en el húmedo suelo no le pudo coger entre sus crueles uñas. Con gran presteza, viendo que así convenía, se levantó el Caballero del Sol y, poniendo mano por su espada, tornó con pasos callados para la ponçoñosa sierpe, que reciamente se estaba estremeciendo y sacudiendo por echar de sí el troço de la lanza, que grande estorbo la hacía, y llegando por un lado, la hirió por la derecha espalda entre concha y concha de una punta de espada. Pero como la espantosa sierpe se sintió herir, segunda vez volvió con no crecida braveza por le coger entre sus duras uñas. A esa hora el Caballero del Sol, dando un ligero salto al través y pasando la cruel sierpe en vacío, volvió con un gran revés descargando con gran fuerça sobre su cabeça y favorecióle tanto la fortuna que, acertando el diestro golpe entre la concha que la cabeça serpentina cubría y las escamas del pescueço, gran parte de él la cortó, tanto que la fuerte concha, destrabada de los nervios, se le cayó sobre los ojos, en tal manera que por más que la descompasada cabeça alçaba no podía ver cosa alguna. De esta manera ciega andaba con muy gran furia dando grandes roncos y silbos, arremetiendo a unas partes y a otras por la larga y ancha plaça, derramando mucha sangre; y dando vueltas por hallar al Caballero del Sol, unas veces encontraba fuertemente con las paredes, trabando con sus uñas, pensando que ahí su enemigo fuese, otras se rodeaba con gran presteza y escuchaba por ver si oiría el ruido de las armas. Mas el Caballero del Sol, cuando la cruel sierpe se movía, se apartaba muy lejos de su encuentro, ca con el ruido que con movimiento y gran furia hacía, o oía el pequeño ruido que el Caballero del Sol con sus fuertes y dobladas armas y pasos hacía; y cuando estaba queda, parábase porque no le oyese o sintiese y porque desangrándose perdiese su grande furia y fuerças. Tan mal herida estaba la ponçoñosa sierpe, y tanta sangre perdió que en el campo de la ancha y larga plaça començó de se extender dando fuertes golpes con su descompasada cola y mezclando espantosos silbos y estremecidos.

Pues como el noble Caballero del Sol tan allegada a la muerte la viese, llegando con más seguridad la hirió fuertemente de su espada por el golpe que en el pescueço tenía, en tal manera que más de la mitad lo cortó. La espantosa sierpe, con la rabiosa muerte movida, dio un gran vuelco rodeando con presteza su descompasada cola, con la cual hirió al Caballero del Sol por medio del cuerpo de tanta fuerça que, fuera de su acuerdo, quedó tendido en el frío y húmedo suelo, quedando muerta la muy temerosa culebra.

A esa hora, de la pálida puerta de la roída Envidia salió un falso caballero, pensando cortar la cabeça al Caballero del Sol ante que en sí volviese. Pero, como ya más en su acuerdo estuviese y sintiese ruido de armas, levantóse con presteza conociendo que le hacía menester y embraçando su escudo apretó la espada en la mano; pues como el temeroso caballero le vido a punto de batalla, con disimulados pasos se volvía a la amarilla puerta y, como del Caballero del Sol cobardía sintiese, corrió prestamente contra él y ante que en la puerta entrase, a dos manos lo hirió tan fuertemente sobre el derecho braço que, quedando de él tullido, la espada se le cayó en tierra y acudiéndole con otros dos golpes sobre el mohiento yelmo, el caballero de la pálida Envidia cayó mal herido y desacordado entre las amarillas puertas.

Sin más tardar, el Caballero del Sol le desenlazó el yelmo y le cortó la cabeça, y echándola muy alueñe por la plaça adelante, dijo: Allá irás, cobarde caballero, defensor de la maldita Envidia.

Como esto hubo hecho, el Caballero del Sol entró pocos pasos por la cueva de la roída Envidia por saber qué ahí había, la cual era llena de muy grandes y obscuras cabernas por las cuales salía un aire tan frío que hasta dentro en las escondidas entrañas le pasaba. El suelo estaba tan húmedo que por muchas partes parecía manar agua. Había ahí tanta abundancia de culebras que apenas había donde poner el pie. En el medio del húmedo suelo estaba tendida, boca bajo, la roída Envidia, murmurando y royendo, con sus grandes dientes haciendo un triste sonido. Estaba cercada de muchas culebras que sus roídas carnes sin cesar despedaçaban. De la una parte estaba en pie su escudero, Pesar Continuo llamado; de la otra parte, su dueña, la Tristeza. Estas dos tenían por los braços a la otra dueña, llamada Malenconía, cuya cabeça era inclinada hacia abajo y afirmaba en las espaldas de la maldita Envidia repartiéndose las culebras, que por cabellos tenía, por todo el cuerpo.

Muy espantado el Caballero del Sol de ver tan horrenda y monstruosa compaña salió de ahí y, entrando en la cueva donde había salido la temida sierpe, pudo ver cómo ahí no había más espacio que en una mediana sala donde tenía la cruel bestia hecha una cama de pluma y lana, rodeada toda de huesos y pedaços de hombres muertos. No se detuvo ahí mucho el Caballero del Sol, ca, saliendo, se fue contra el hombre que la puerta de las barras había abierto y, tomándole las llaves, le hizo ir a llamar a la Natural Razón que al cerco primero atendía, la cual como vino, aunque maravillada estaba de oír los grandes y espantosos silbos, más lo fue cuando vio la gran sierpe. Y volviendo su grave gesto contra el Caballero del Sol, de esta manera le dice: Ya soy cierta, caballero bienafortunado, que en el solo defendido paso que queda no seréis vencido, porque ¿qué cosa habrá en el mundo tan fuerte que no la vença el caballero que tal fiera ha vencido?

De esta manera, hablando en lo que ahí al Caballero del Sol había avenido, pasaron la Natural Razón y su compaña por la larga y ancha plaça y saliendo de la honda y obscura quiebra, ya que las ciegas tinieblas la clara luz del día hacían huir, en un pequeño espacio, que cabo la estrecha y herbosa senda se hacía, a la sombra de unos espesos robles, se posaron y curaron del Caballero del Sol, que mal atormentado y quebrantado había quedado de los golpes que de la fiera sierpe había recibido con mucho trabajo.

Más de cinco días ahí estuvieron, hasta que el Caballero del Sol fue vuelto en sus enteras fuerças, y tres caminaron la Natural Razón y su compaña con grande trabajo y afán por la aspereça del estrecho y áspero camino que habían hecho. En cabo de los cuales, ya que el padre de Faetón, queriendo parar sus cansados caballos con su acostumbrada corrida, al mar Océano llegaba, llegaron la Natural Razón y sus servidores cerca de una tajada y alta peña que su viaje parecía impedir. Y para más de esto se certificar con la claridad del siguiente día, albergaron esa noche entre unas espesas matas de espinosas çarças. Y allí estuvieron hasta la mañana que el sol quería salir y después caminaron buen rato y vinieron a vista de una puerta.

Capítulo XLIV

De lo que avino al Caballero del Sol a la puerta de la peña tajada con la Acidia, y de la batalla que hizo con los dos salvajes.

Otro día, al tiempo que el claro sol con su nueva luz las plantas y hierbas alegraba y los campos les cubría, la Razón, acompañada de sus servidores, juntamente con el Caballero del Sol, tornando al començado camino, en breve espacio llegaron ante de la tajada peña cuanto un tiro de piedra, donde eran nacidos en la herbosa senda dos olmos, los cuales torcidos hacían un galano y hojoso arco en la herbosa senda, del cual pendía con unos cordones de seda negra una gruesa tabla con unas plomadas letras que así decía:

Venturoso caballero,

pues alcançaste victoria

en seis pasos por entero,

deja este que es postrero,

ca en él perderás tu gloria.


Vistas y leídas las letras de la gruesa tabla, la generosa y sabia doncella Razón dio principio a tales palabras:

-Bien conozco, Caballero del Sol, que no tengo necesidad de te esforçar para acometer esta postrera aventura y solo paso defendido que resta de franquear, porque sé que tienes tanta voluntad de me servir, y tu esfuerço es tan grande que, por temor de ganar la muerte ni por miedo de perder la vida, no dejarás de acometer cualquier hecho por grande que sea ni de robar cualquier ventura por muy dudoso que se espere el fin de ella; pero, porque los buenos caballeros con los maduros y pensados consejos acaban con mayor facilidad y menos trabajo las temidas aventuras, quiero yo que traigas a la memoria las maravillosas cosas que viste en la primera sala de la cueva de la labrada puerta, donde te fue representada la memoria de la muerte y el olvido de la vida, juntamente con la letra y sano consejo que viste y leíste en la postrera sala de la misma cueva, que tenía la parda imagen de la columna blanca en su derecha mano, con la cual señalaba el camino por donde te convino bajar para venir en este lugar, ca mucho te aprovechará para ganar este defendido y postrero paso; el cual mucho te debes trabajar por franquear y pasar, porque acabando esto, el fin te dará la victoria y faltando en él perderás toda gloria en los seis defendidos pasos ganada. Si esta aventura acabas, Desterrado Caballero, hallarás el fin de tu destierro y sin algún trabajo, ante con mucho descanso y placer, por un sabroso y deleitoso camino llegaremos al Campo de la Verdad, donde verás cosas tan maravillosas y estrañas que mayor espanto pondrán en tu animoso coraçón que los temidos peligros por donde habemos pasado. Pasa, pues, por los árboles y hace lo que sueles y a lo que tu bondad te obliga.

-Muchas gracias, doncella, dijo el Caballero del Sol, por los avisos que de vuestra boca continuo he oído y por el provechoso consejo y saludable amonestación que en tan necesario tiempo y oportuno lugar la vuestra grandeza me ha dado, ca bien pienso que con mi pequeño esfuerço sin vuestro continuo consejo no pudiera salir del menor peligro de los pasados y agora creo que en hacer vuestro mandado, dado que muy estraña fuese esta aventura que delante se nos ofrece, muy presto y con poco trabajo le daré cima.

Sin más atender, el Caballero del Sol dio de la espuela a su cansado caballo y, pasando por la puerta de los torcidos árboles se fue para la tajada peña, en la cual había una puerta muy bien obrada de galana cantería. La peña era muy alta y tan larga en redondo, según el Caballero del Sol se informó del juicio, criado de la Natura Razón, que todos aquellos campos que habían caminado por la herbosa senda rodeada, en tal manera que la puerta, por donde el Caballero del Sol salió a aquellos campos de la Cueva de la Labrada Puerta, estaba en la misma peña, así que para entrar a los dos caminos de la Ociosidad Mundana y Trabajosa Vida no había otra entrada sino por la Cueva de la Labrada Puerta, ni otra salida sino por la puerta que delante el Caballero del Sol tenía, la cual moraba y guardaba la séptima dueña, llamada Acidia.

Con apresurados pasos llegó el Caballero del Sol a la puerta de la morada de la Acidia y començando de herir las aldabas, al ruido de sus golpes, asomó un hombre a una ventana que sobre la puerta parecía, y con perezosa y dormida voz en esta manera dijo:

-¿Cuál es el loco y atrevido caballero que tales golpes da a la puerta de su muerte? Mucha gana debe traer que le saquen de la trabajada vida que hasta hoy ha traído por la herbosa senda. Di, caballero aborrido, ¿qué quieres en esta triste cueva o por qué te has tanto enojado contra esas puertas que tan fuertes golpes las das?

-Yo querría que tú me abrieses, dijo el Caballero del Sol, ca tengo voluntad de entrar en esta tu morada por saber lo que en ella hay.

-¿Cómo, dijo el soñoliento hombre, si sólo el deseo de ver una obscura y tenebrosa cueva te ha traído acá? Pues yo te digo que si supieses el mal que en ella te está muy bien guardado no trabajarías tanto en vano porque te la abriese. Y si atiendes yo te la abriré y verás que no hay en esta mala cueva otra cosa para ti sino quien te hará dar la obscura muerte.

Diciendo esto, se metió para dentro y, con presteza bajando abrió la grande puerta, por la cual salió una muy ancha y gorda dueña de mediana edad, la cabeça mal tocada. Vestía ropas negras mal hechas y peor compuestas por muchas partes descosidas. En sus manos traía un cojín con una letra:

Descansando he de gastar

esta vida que poseo,

que al fin el trabajar

es quererse hombre matar

con sus manos y deseo.


En su compaña venían dos dueñas y un pequeño niño. La una era tan vieja y gorda, que con gran trabajo y espacioso meneo se movía. En sus manos traía una caña a que se arrimaba. Vestía ropas leonadas con una letra que así decía:

Con la pereza y dormir

crecieron mis carnes tanto

que atormentan mi vivir.

Ya no lo puedo sufrir,

yo de mí misma me espanto.


La otra dueña era de mediana edad, el cabello negro y espeso. Sobre ello ponía una corona de hojas de encina. La cara tenía tan ancha como larga, las cejas negras, anchas, derechas y juntas, las narices cortas y anchas, los labios gruesos y los dientes grandes. Vestía una ropa de basto buriel sin mangas. En tal manera venía metida en su larga y cerrada vestidura que no parecía tener braços ni manos. Por los pechos traía una letra que así decía:

Crióme la naturaleza

tan sin arte y sin provecho

que mi ingenio con torpeza

muestra su grande pobreza

en mi cuerpo muy contrecho.


El pequeño niño vestía una ropa hasta en los pies encarnada, aforrada en fustán pardo con unas menudas cuchilladas que apenas por ellas se podían ver lo pardo, con una letra que así decía:

Por dar descanso y holgar

a los tiernos miembros, ando

mis blancas manos soplando

vestido [de] ropa talar

no querer trabajar

la traigo mal baratada.

Ya estaría renovada

si el ocio diese lugar.


Con tal compaña salió la perezosa dueña por la puerta de la tajada peña, contra la cual el Caballero del Sol endereçó sus palabras en esta manera:

-Dime, buena dueña, quién eres y cómo se llaman las dos mal apuestas dueñas y el pequeño niño, porque no lo sabiendo podría cometer algún yerro contra tu merecer.

-De buen grado te lo diré, dijo la dueña. Esta vieja dueña se llama Pesadumbre y la otra de la cerrada vestidura Torpeza de ingenio, y el pequeño niño se llama Ocio. Yo soy la Acidia, cuyo nombre es muy célebre entre los vivientes. Ca en la tierra tengo yo muchos servidores que mi fama y gran poder publican y de grado me sirven porque a todos pago con grandes dones y mercedes, dándoles el mejor don que yo poseo. Y es tal que para le conseguir y alcançar fueron criados los hombres. Este don es el descanso. Doyles el reposo y desvíoles el afán. Convídolos a la holgança y quítolos de trabajo. Póngolos en quietud y apártoles de los cuidados. Y esto todo hago infundiéndoles mi propio don y nombre, que es la pereza. Y no tengas, hermoso y valiente caballero, esto en poco, digo, darles reposo y holgança, ca estas dos cosas se alcançan por mí usando de pereza y acidia, y estas dos alargan mucho la vida, la cual con el trabajo y afán fenece miserablemente presto. Ca con el trabajo los huesos se muelen y fatigan y atormentan las carnes, lo cual es causa de perder el vivir. Y pues con pereza se da el hombre al ocio y holgança, y la holgança conserva la vida, la cual es la más preciosa cosa que los hombres poseen en la tierra, no debes, hermoso caballero, rehusar de ser y llamarte mi servidor. Y deja ésas que te traen molido y quebrantado, quitándote la mitad de tu vida. Descansa, y olvida ese penoso trabajo, toma placer y abraça el reposo, recibe holgança, date el descanso y vivirás larga vida contento. Muéstrate mi servidor y yo te daré mi preciado don con que hagas y alcances todo esto.

-Oh, perezosa Acidia, dijo el Caballero del Sol. ¡Cómo blasonas bien y glosas tus malas y perversas condiciones! Tú haces los hombres torpes, tórnaslos necios y inábiles, críalos soeces, viles y apocados, conviérteslos, lo que peor es, de hombres racionales en brutos animales. La acidia, pereza, ociosidad son armas del antiguo enemigo para caçar las ánimas de los hombres, destruirlas, perderlas y apartarlas del camino de la verdad y de su Criador. Y, por el contrario, el trabajo doma los cuerpos, destierra los vicios, aviva las ánimas, pónelas en el camino del cielo y no las deja caer en tentación. Y tú, Perversa Acidia, ¿no conoces claro los hombres ser criados para trabajo, sin el cual no se puede alcançar la sapiencia, con la cual mucho nos allegamos a Dios? Porque como Él sea la suma y verdadera sabiduría, cuanto más un hombre alcança a saber, tanto más se allega al sumo bien que es Dios. De lo cual todo tú privas a aquéllos que usan de tus perniciosas costumbres, las cuales, no solamente los privan de las virtudes de la ánima, pero aun los hacen pesados, cárganlos de carnes, engéndranlos malos humores donde nacen las peligrosas enfermedades de los cuerpos. El trabajo y el afán curan las carnes, adelgazan los miembros y sacan los humores, lo cual es causa que los trabajados hombres viven más y más sanos que los muy holgados y regalados. Por tanto, perezosa Acidia, no trabajes más gastando conmigo vanas palabras, ante, sin más me detener, me deja entrar en tu cueva, obscura morada, ca tengo necesidad de saber si hay ahí mina o paso, pues por otra parte la tajada peña nos lo impide, para pasar a buscar más trabajos con cierta compaña que me atiende al arco de los hojosos olmos.

-Mal caballero, dijo la perezosa Acidia, ¿así te atreves a menospreciar a mí y a mis dones que te ofrezco y buenos consejos que te doy, los cuales de otros mejores y más sabios que no tú son seguidos y amados? Yo te juro, por mi gran poder, si no vuelves por ti y haces mi mandado, que yo te haga morir miserablemente en manos de mis defensores, porque no te ha bastado traspasar la ley de la tabla de los torcidos árboles sino que menosprecias mis palabras y aún deshonrras mi persona.

-Deja de me poner espanto con amenazadoras palabras, dijo el Caballero del Sol, y manda salir al campo esos tus defensores. Ca si tan perezosos son como tú y tu compaña, por no poner mano a sus armas se dejarán quitar las cabeças.

Estas palabras no eran bien dichas, cuando a una voz que la perezosa dueña dio, por la puerta de la tajada peña salieron dos pelosos salvajes con escudos y desnudos alfanges en sus derechas manos, a los cuales la maldita Acidia dijo estas palabras: Mis leales servidores, dad con vuestros acerados cuchillos cruel muerte a este vil caballero que no le ha bastado quebrantar la ley de los torcidos olmos sino que en mi presencia ha aviltado mi persona con injuriosas y ultrajosas palabras.

Sin los hablar palabra, el Caballero del Sol, ca bien entendía que con tan bestial y bruta gente no era cordura ponerse en razón, descabalgando de su caballo, porque los salvajes no se lo desjarretasen, a pie se va contra ellos, la espada alta, su escudo embraçado; y, como con ellos hubo emparejado, tiró un golpe al que más cerca de sí vido, con el cual pensó con aquél partir la batalla; pero no le avino así porque los salvajes eran tan ligeros que, cuando pensaba que más cerca de sí los tenía, entonces los hallaba más apartados, y así, dando el salvaje un ligero salto al través, se le escapó, haciéndole perder el desmesurado golpe. De esta manera los bellosos salvajes andaban, saltando de una parte a otra. Cuando el Caballero del Sol iba contra el uno, el otro le seguía y le hería con su pesado cuchillo de espesos y fuertes golpes; y cuando tornaba contra aquél, el otro volvía y hacía lo mesmo que el otro.

Tanto duró esta mal concertada riña que ya el Caballero del Sol andaba cansado así de andar tras ellos como de recibir pesados golpes. Pues como el Caballero del Sol conociese cuan poco le aprovechaba seguirlos a unas partes y a otras, paróse en medio de aquel campo así por descansar como por esperar a que los salvajes le acometiesen, pensando de así mejor se poder aprovechar de ellos y herirlos a descuido.

Luego que le vieron parado, los ligeros salvajes juntáronse y començaron a hablar el uno con el otro, y estuvieron una pieça que no le osaban acometer. Volviéndose, pues, el uno contra el otro en alta le dijo:

-Pues le hemos de acometer, sea luego, pues está cansado y no esperemos a que repose y tome nuevo aliento y esfuerço.

-Bien dices, dijo el otro.

Diciendo esto, se vinieron contra el Caballero del Sol, el uno por un lado y el otro por el otro, con los escudos embraçados y los acerados alfanges altos. Pero como el Caballero del Sol estuviese sobre malicia fundado, cubrióse de su escudo a retó la espada en la mano y al tiempo que los ligeros salvajes llegaron a par por los lados para le herir hizo semblante de herir de tajo al de la mano izquierda y, huyendo aquel por le hacer perder golpe, llegó el otro con presta ligereza por le herir, pensando que contra el otro se ejecutaba el golpe, y volviendo prestamente de revés alcançó al de la mano derecha en descubierto del escudo por una pierna en tal manera que, como desarmado estuviese, toda se la cortó por la rodilla, y así manco vino luego a tierra dando muy grandes gemidos. Pues como el otro salvaje vido a su ayudador mortalmente herido determinó de le vengar o morir, y viniéndose, los crueles dientes crujiendo, contra el Caballero del Sol començó de le herir de espesos y fuertes golpes, dando grandes y ligeros saltos a unas partes y a otras porque no le alcançase algún golpe en descubierto de su luciente escudo.

Gran rato duró la desconcertada contienda que jamás el Caballero del Sol podía acertar golpe al peloso salvaje que mal le hiciese, tanta era su ligereza y destreza en acometer y guardarse.

A esta hora, como el Caballero del Sol se hubiese parado por tomar aire, viéndole descuidado el peloso salvaje vino contra él con una furiosa corrida, y el Caballero del Sol asi mesmo arremetió contra él. Tanto vino de recio el salvaje que, sin se poder detener, se vino a meter entre sus armados braços, de manera que le fue forçado trabarse con el Caballero del Sol a la lucha, en la cual anduvieron un pequeño rato, ca muy fatigado y molido le traía el Caballero del Sol con sus armados braços, lo cual, como bien sintiese, apretóle tanto que la encarcelada ánima se apartó naturalmente de las salvajinas carnes.

A esta hora la falsa Acidia, viendo que de sus salvajes el uno estaba tendido en el herboso campo aullando y el otro puesto entre los braços del Caballero del Sol, se había acogido a su cavada peña, cerrando juntamente las fuertes puertas.

De esta manera fenecida la desavenida y salvajina contienda, el Caballero del Sol se va para donde la Natural Razón le atendía, la cual, como le vido, de esta manera le dice:

-¡Oh, victorioso caballero y bien afortunado! por cierto agora justamente os cuadra este letrero de la gruesa tabla que de estos abraçados olmos pende, el cual os llama venturoso, lo cual vos sois muy esforçado y valeroso. Tanta honra y prez de caballería habéis ganado franqueando los siete defendidos pasos, que el pago será llevaros al Campo de la Verdad y daros en la vuelta por escrito vuestros trabajos, porque no es justo que la memoria de tan hazañosos hechos se pierda, por lo cual yo haré y trabajaré tanto con la Prudencia que escriba y os dé en historia todo cuanto ha pasado desde el primero movimiento de vuestro esforçado coraçón, que os vino estando en la corte del muy alto y nunca vencido emperador de Roma y Alemaña, rey de las Españas, por el cual os hicisteis merecedor de seguir este camino y sufrir estos trabajos, juntamente con todo lo que nos aviniere en el Campo de la Verdad, hasta que seas vuelto al castillo de tu caro amigo Pelio Roseo. Y a ti encomiendo y mando que, como ahí seas, lo hagas imprimir y publicar y no lo pongas en olvido, ni menosprecies mi mandado, pues ya segunda vez te lo he dicho.

Diciendo esto, la Natural Razón pasó por los muertos salvajes y, llegando ante la morada de la perversa Acidia, mandó poner fuego a las cerradas puertas porque la mala dueña del defendido paso por ninguna vía quería abrir ni responder y, entre tanto que las quemadoras llamas consumían las grandes puertas, mando la Natural Razón hincar la rica tienda donde holgaron y reposaron la parte que del día quedaba.

Capítulo XLV

Cómo la Natural Razón, pasando por la morada de la Acidia, vino en la deseada

tierra.

Otro día, al tiempo que el muy claro sol con sus dorados rayos las tristes y obscuras tinieblas de la noche de la tierra apartaba, se començó en la rica tienda de la Razón una tan dulce y acordada música que, como con su dulce son del sabroso sueño el Caballero del Sol despertase, le parecía que su ánima no estaba en la tierra, sino que fuese arrebatada en algún divino lugar, ca la música era de tanta suavidad y tan divina que atónito estaba oyendo su dulce armonía y como así como embobecido estuviese el Caballero del Sol, llegaron los dos pajes diciendo: Levántate, venturoso caballero, que la muy sabia doncella, nuestra señora, lo manda. Luego que estas palabras fueron dichas, la dulce música cesó. Tal quedó el Caballero del Sol como al que viene un descontento en medio de un sabroso placer, pero viendo los pajes y acordándose que estaba en compañía y servicio de la Natural Razón fue vuelto en entero gozo y, lleno de sobrado placer y pidiendo apriesa sus mal tratadas vestiduras y sus rotas armas, presto fue vestido y de las armas armado y, sin más atender, se fue donde la Natural Razón tenía su estrado y, como sus pasos fueron sentidos que para aquella parte se endereçaban, se tornó a començar la música en aquella parte que la Razón estaba, adonde entrando el Caballero del Sol, haciendo su debido acatamiento, la Razón le mandó sentar en una rica silla que contra su estrado parada estaba, donde, por mandado de la generosa doncella, el Caballero del Sol fue por sus servidores coronado de una corona de ramos y hojas de palma, poniendo juntamente en su derecha mano un bastón de cedro ricamente guarnido de cercos de oro y plata, esmaltados en ellos los defendidos pasos y las batallas que en ellos había habido. Luego que esto fue hecho, la Razón començó de decir estas palabras:

-¡Oh buen caballero de tu propia tierra, por tu propia voluntad desterrado, servidor verdadero de la Razón Natural! Razón es ya que descanses de los grandes trabajos y peligrosas afrentas en que por mí te has visto, en cuya memoria te doy ese bastón porque viéndole yo en tus manos, me acuerde a cuantos peligros pusiste tu esforçado cuerpo por defender el mío, y tenga memoria para te pagar tan alto servicio y para que sus esmaltes remueban en tu memoria las dudosas batallas que hiciste en los defendidos pasos y las cautelosas y engañosas palabras que oíste a las engañosas dueñas, lo cual tanto acrecentará tu grande esfuerço, que jamás temerás peligro ni aventura alguna por dudada y temida que sea.

-Tan altas mercedes, generosa doncella, dijo el Caballero del Sol, no las acabaría de servir, puesto que toda mi vida gastase en sacaros de tan peligrosos pasos como los siete defendidos; aunque, si la obediente voluntad a vuestros mandamientos recibe la vuestra grandeza en cuenta, bien pienso que basta para servir alguna parte de las recibidas mercedes.

-Vuestros servicios, victorioso caballero, dijo la Razón, tengo yo por muy grandes y vuestra voluntad conozco ser mayor; y por agora dejemos esto y vamos a cabalgar; y, en tanto que ensillan, vayan dos o tres a ver si es muerta la brasa de las puertas de la casa de la Acidia y, si por ventura ha quedado algo que embarace la entrada, prestamente sea quitado. Luego fueron a lo ver dos criados de la Natural Razón.

Gran voluntad tenía el Caballero del Sol de saber quiénes eran cuatro doncellas que al un canto del aposento de la Natural Razón estaban, vestidas de ricas ropas de terciopelo verde, coronadas de laurel con trompas doradas en sus manos, con las cuales hacían una tan dulce y acordada música que cosa más que humana parecía. Y preguntándolo al Entendimiento, le dijo cómo eran criadas de la Natural Razón, su señora, y que por su mandado eran ahí venidas, y que todas se llamaban de un nombre apelativo y diversos propios. La primera, dijo el Entendimiento, se llama Dórica Tubea, la segunda Frísea Tubea y la tercera Coríntea Tubea, la cuarta Yónica Tubea.

En tanto que el Entendimiento estaba diciendo esto al Caballero del Sol vinieron los que eran idos a desembaraçar el paso, diciendo cómo la brasa de las grandes puertas ya era muerta y que ahí no había estorbo ni embaraço alguno ni parecía persona alguna que el paso impidiese. Oído esto, la Natural Razón, saliendo de su rica tienda, cabalgo sobre su muy preciado unicornio, mandando a los que tal cuidado tenían que, cogiendo la rica tienda, viniesen y no tardasen, porque después de su partida no volviese la Acidia y les impidiese el paso.

Diciendo esto, començó de mover el estraño unicornio contra la morada de la maldita dueña Acidia por la cual, no menos que por un camino, començaron de caminar la Razón Natural y su compaña, ca la mina era asaz ancha y no muy escabrosa por ser asaz llana. Verdad es que al principio se les hacía de mal por ser la mina muy obscura y tuvieron necesidad de llevar delante lumbreras y antorchas, pero andando adelante había luceras que salían a la cumbre de la peña por las cuales entraba una pequeña claridad. De esta manera caminaron por la mina y obscura cueva con algún tanto de congoja y trabajo de las cabalgaduras por espacio de cuatro horas, en cabo de las cuales llegaron a una gran puerta por la cual entraba gran claridad, con la cual sus ánimos fueron llenos de gozo y las bestias, olvidado el trabajo pasado, se daban priesa por venir a la deseada luz.

Con esta priesa salieron por la gran puerta, la cual era muy grande y estraña de solas tres piedras hecha. En las dos piedras de los umbrales estaban esculpidos grandes salvajes, las manos hacia arriba en tal manera que con la fuerça de sus braços parecía que substentaban la gran piedra que del un umbral al otro atravesaba, la cual era muy luciente, de muy claro cristal. Estaban en ellas entretrallados el sol y la luna con muchas estrellas tan resplandecientes que mucho había ahí que mirar. De la grande y preciada puerta de las cristalinas piedras salía un ancho camino al Campo de la Verdad; de la una parte del ancho camino, y de la otra, de ciento en cien pasos, había una cristalina columna con una pequeña y sobrepuesta imagen de la mesma piedra, con un colorado escudo en sus manos y unas letras verdes por él que así decían:

Los que por la senda estrecha

con trabajo caminastes

gozáos pues ya llegastes

a esta vía derecha

ya la jornada está hecha,

haciendo Deo servicium

venite omnes ad iudicium.


Por el real y espacioso camino, con no creída alegría, començaron a caminar la Natural Razón y su compaña, maravillándose mucho de ver tan fértil, fresca y abundosa tierra, ca era cubierta de muy frescas y olorosas flores y verdes hierbas y alegres rosas. Muy llena de diversos géneros de árboles tan sombrosos y tan llenos de estraña y dulce fruta que cosa era maravillosa de mirar, juntamente con las dulces y hermosas fuentes, las cuales en sus corrientes hacían un sabroso ruido que, con el sordo murmurio que un templado aire hacía en los hojosos árboles, con la música de las cantoras aves, en admiración ponían los oyentes y a contemplación del Criador de todas las cosas las provocaban.

A cabo, pues, que la Natural Razón y sus servidores por el deleitoso camino una hora habían caminado, llegaron a dos columnas de muy preciada piedra, ca la una era de una preciada piedra colorada, que fino rubí parecía. Sobre ella estaba una imagen de piedra negra cubierta de mucha tristura. La otra columna era de piedra negra; sobre ella estaba otra imagen de piedra colorada como la de la primera columna. De las manos de la una imagen a la otra pasaba una tabla de cedro, la mitad de ella, a la parte de la imagen negra, era ornada de un rico cerco de fino oro, ricamente labrado, esmaltadas en él muchas piedras toscas y de poco precio. La otra mitad, a la parte de la imagen colorada, estaba cercada de un cerco de hierro, esmaltadas y entrepuestas en él muy claras y preciadas piedras. En la tabla, a la parte de la negra imagen, estaban escritas unas leonadas letras que de esta manera decían:

Este campo pone meta

a lo mal y bien obrado.

La muerte con su saeta

me hace sin cara leta

estar mal temorizado.


A la otra parte, hacia la colorada imagen, estaban otras letras coloradas en esta manera escritas:

Este campo es la victoria

que triunfa de los vivientes.

A los buenos da la gloria

a los malos su memoria

pierde los cuerpos y mentes.


Bajo de los dos letreros estaba otro con doradas letras escrito en esta manera:

Descanso promete el paso

y el prado muy espacioso.

Descanse en él con reposo

el que de vencer es laso

las siete dueñas del paso

defendido con maldad

que el Campo de la Verdad

cerca está de aqueste raso.


Delante de las dos columnas estaba un espacioso y redondo prado cubierto de olorosas flores, rodeado de sombrosos y estraños árboles, cercado de las columnas del ancho camino. En el medio de la clara fuente, de muy estraña hechura, en una pequeña redondez, losada de piedras blancas, estaba una gruesa columna de claro cristal. Sobre ella estaba otra piedra cuadrada y larga, puesta como cruz; sobre el un braço estaba un león alçado en los dos traseros pies, y sobre el otro estaba otro en la mesma forma, con los dos siniestros braços estaban trabados, haciendo semblante de se herir con los derechos. Tenían las caras vueltas el uno contra el otro, las bocas abiertas. Por ellas salían dos gruesos caños de agua con tanto ímpetu que la que salía de la boca del uno pasaba por encima del otro, y por el contrario, esta agua caía sobre las blancas losas y corría por un empedrado arroyo, haciendo un sonoroso ruido de tanta dulçura que convidaba a los presentes a no se partir de ahí.

La Razón, viendo tan deleitoso prado, por descansar y reposar de los pasados trabajos, mandó hincar ahí la rica tienda.

Descabalgando luego el Juicio y el Entendimiento, bajaron con diligencia del hermoso unicornio a la Razón Natural y parando una silla cerca de la sonorosa fuente, después de en ella ser sentada, començaron de armar la tienda, Y, como fue armada, las mesas fueron puestas donde fueron servidos, aunque más para substentación de la vida que no para refeción de los cuerpos. Las mesas fueron alçadas y la Natural Razón, acompañada de sus escuderos, Juizio y Entendimiento, y de sus damas, Governación y Ley, y el pequeño niño llamado Ingenio, se salió a pasear por la floresta, llevando ante si al Caballero del Sol, ca no echaba paso que ante sí no lo llevase y él así lo hacía porque así le era mandado. De esta manera començaron de andar por aquella floresta muy maravillados de la diversidad de los no conocidos árboles y de sus sabrosas y nunca vistas frutas, y de los muchos animales y aves conocidas y no conocidas y su diversidad de cantos, aunque entre ellos no pudieron ver algún animal de los bravos carniceros, salvo ciervos, gamos, corços, capriolos, liebres, conejos y otros semejantes. Y más se maravillaban de ver cómo los mesmos animales los miraban y no huían, aunque tomar no se dejaban. De esta manera anduvieron gran rato por aquella floresta. A veces se sentaban y reposaban. Las dueñas y doncellas hacían guirnaldas de olorosas flores. Los escuderos cortaban ramos, traían frutas. Había en aquella espesa floresta, entre otros árboles, unos que tenían colorada la corteza. Eran árboles medianos y hermosos, muy hojosos y de fresca verdura. Tenía [la fruta] tres huesos dentro, revueltos y abraçados, y después de ser apartados parecían cincuenta y cinco. Tenía esta fruta tal propiedad y virtud que aquél que la comía, por más laso y cansado que estuviese, luego que la comía tornaba descansado y en su entero esfuerço; y como los criados de la Razón esto hubiesen conocido, que estaban cansados de correr tras los tímidos animales, corrían a pedir el descanso a los colorados árboles. Tanto se detuvieron en la floresta que ya la obscura noche los amenazaba con sus hórridas tinieblas; por lo cual, por mandado de la Razón, tornaron a la fuente de los dos leones, donde estaba armada la hermosa tienda. En la cual holgaron esa noche con mucha alegría por haber ya venido en aquella deseada y abundosa tierra, que con tanto trabajo habían buscado.

 

Capítulo XLVI

Cómo siendo vestido el Caballero del Sol de ricas ropas, la Natural Razón, juntamente con él, siguió el real camino de las cristalinas columnas y cómo envió un escudero al Campo de la Verdad.

Al tiempo que la hermosa mañana sus polidos rayos por los herbosos campos tendía, los dos pajes llegaron al lecho del Caballero del Sol con bajas voces diciendo: Levántate, esforçado caballero, que ya las olorosas flores se alegraron con los nuevos rayos del dorado sol. Diciendo esto, abrieron el cercado lecho y el Caballero del Sol començó de pedir sus ropas y sus maltratadas armas. Ya pasaron los peligros y vino la seguridad, ya cesó el trabajo y vino el sosiego, dijo el uno de los pajes. Ya no conviene vistas los paños de trabajo ni las acostumbradas armas, ca en tierra segura estamos, tierra de paz y de quietud. La Natural Razón nuestra señora te ha proveído de ricas ropas.

Diciendo esto, començó de descoger un lío y el Caballero del Sol de se vestir de una delgada y no menos rica camisa y de un preciado jubón de brocado y de unas galanas calças de fina grana aforradas en tela de plata, con unas espesas cuchilladas a manera de estrellas. Juntamente con esto le dieron un sayo de terciopelo carmesí aforrado en tela de oro, con las cortaduras de las calças hechas por tal manera que todo parecía ser cubierto de doradas y plateadas estrellas. Pusiéronle en la cabeça una preciada gorra de lo mesmo que el sayo, con una rica medalla de fino oro y una estimada piedra tan colorada que vivo fuego parecía que de sí lançaba, con una letra en torno que así decía:

De alegría cercado

y abrasado en amor

vivo de mi Criador.


Sobre esto le cubrieron una chamarra de damasco blanco con una galana cortadura de lo mesmo. Ya que del todo fue vestido, para bajar del estrado, le calçaron unos çapatos de carmesí pelo. No estaba bien calçado, cuando llegó otro paje diciendo: Date priesa, venturoso caballero, ca ya la Razón te aguarda en su rico estrado.

Como esto el Caballero del Sol hubo oído, fuese contra aquella parte donde la Razón estaba y, como de su venida ahí supiesen, las cuatro tubeas doncellas començaron una muy acordada música.

Haciendo un humilde acatamiento, entró el Caballero del Sol en aquella parte donde la Razón, acompañada de su grave y honesta compaña estaba, la cual le mandó sentar en una silla que ahí parada estaba, poniéndole juntamente la corona de palma en la cabeça y el preciado bastón en las manos. Esto no estaba bien hecho, cuando la Razón Natural dio principio a tales palabras:

-Otro me parecéis, caballero. No sé si os llame Desterrado, porque los desterrados caballeros no acostumbran a vestir tan ricos paños.

-No me puedo llamar Desterrado, dijo el Caballero del Sol, aunque ande peregrinando fuera de mi natural España, andando sirviendo a tan alta doncella como la vuestra merced. Algunos son desterrados y por esto perdidos, y otros peregrinan por estrañas tierras; y siendo desterrados, ganan, y siendo perdidos, se cobran, así como yo, que me llamo Desterrado por haber dejado de mi propia voluntad mi natural tierra, y venturoso y bien fortunado por andar en compañía y servicio de tan alta doncella.

-No hay necesidad de más larga disputa, dijo la Natural Razón, pues habéis dicho el sueño y la soltura, dando, en breves palabras, la resolución verdadera. Pero decidme: ¿quién os ha dado nuevas ropas y si habéis mudado con el nuevo habito vuestras antiguas y generosas costumbres?

-Generosa doncella, dijo el Caballero del Sol, bien podría responder, lo que, alta señora, preguntas bien lo sabes, pero todavía responderé pues soy mandado. Las ricas ropas en esta rica tienda me las dieron, si vinieron de vuestra larga mano o no, su riqueza y estraño valor lo dicen y manifiestan a la clara. Las viejas costumbres no se han mudado, aunque se han alterado, porque hasta aquí todos mis pensamientos se endereçaban en vuestro servicio, no me olvidando a más de los beneficios y grandes dones recibidos. Agora han crecido en tanta manera las mercedes y hase extendido tanto vuestra larga y poderosa mano sobre mi pobre persona que todo soy convertido en ardiente deseo.

-Oh gentil caballero, dijo la Razón, tan dulces y bien criadas son vuestras palabras cuanto virtuosas y generosas vuestras obras. Ora vamos a pasear por la sombra y deleitosa floresta hasta hora de comer y con la siesta tornaremos al començado camino.

Diciendo estas palabras, salieron de la tienda y entraron por la floresta y, como a una escampada llegaron, donde los sombrosos árboles una plaça hacían, sentándose la Razón en una silla, que para aquel menester un criado llevaba, las cuatro tubeas doncellas sentadas entre las olorosas hierbas y hermosas flores començaron de tañer sus doradas trompas tan acordada y dulcemente que muchos de los silvestres animales se acercaron y asomaban entre los espesos árboles, provocados y llamados con la divina música.

De esta manera gastaron ahí una parte de la dulce y templada mañana, a veces oían la dulce música, a veces, cesando de tañer las músicas doncellas, corrían tras las silvestres aves, y a veces cogían y tejían hermosas guirnaldas de odoríferas flores y las ponían sobre los dorados y largos cabellos. Y como la hora der comer se acercase, la Natural Razón y su compaña tornaron a la plaça de la estraña fuente de los leones, donde las mesas fueron puestas, y siendo servidos en la manera acostumbrada, las tablas fueron alçadas; y, mandando coger la rica tienda, la Natural Razón fue puesta en su preciado unicornio y, cabalgando su compaña en ricos palafrenes y hermosos caballos, començaron de seguir el hermoso camino de las cristalinas columnas.

Cuatro horas caminaron a gran priesa en cabo de las cuales se hallaron una milla poco más de una gran ciudad cercada de un alto y hermoso muro de muy claras y hermosas piedras, tanto que transparentes parecían. La Razón Natural, viéndose tan cerca del cercado campo, volviéndose contra el Caballero del Sol en esta manera le dice: Desterrado caballero, aquél es el Campo de la Verdad, fin de tu destierro. No pasemos adelante, ante será bien que nos apartemos por esta floresta y alberguemos ahí esta noche, porque no salga alguno del Campo de la Verdad que nos vea en este camino. Y ante que de ahí partamos embiaré al Campo de la Verdad por saber cuál será el oportuno tiempo para que entremos y en qué estado están los negocios de mis compañeras y míos.

Diciendo esto, entraron por la deleitosa floresta; pero no anduvieron mucho, cuando hallaron un grande espacio herboso cubierto de olorosas flores, cercado de muy estraños y sombrosos árboles. En el medio había un espacio losado de verdes y azules piedras. En medio estaba una pequeña y gruesa columna colorada. Sobre ella estaba una redonda pila de piedra azul. De la una parte estaba un armado gigante de muy claro cristal, la visera quitada, puesto de codos sobre la azul pila y las manos en la cabeça, la cara hacia el medio de la pila y algo inclinada la cabeça hacia el medio.

De la otra parte, estaba otro tal gigante de piedra azul, bien esculpido y tallado. Con la siniestra mano tenía al otro por el tiracol del yelmo y con la derecha hacía semblante como que le estaba hiriendo con el armado puño en las espaldas. En tal manera y tan al natural estaban tallados, que verdaderamente hombres vivos parecían. Por la boca del atormentado y herido gigante salía un grueso caño de clara y dulce agua y, cayendo en el medio de la pila, corría de ahí por siete caños de oro, que en torno la pila tenía, a las azules y verdes losas donde por dos sumideros y secretos caños se tornaba a ir el agua.

La Razón Natural, pareciéndole que ahí había conveniente lugar para atender, hasta saber nuevas del Campo de la Verdad, mandó descoger y hincar a par de la muy estraña fuente la muy preciada tienda, donde albergaron aquella noche.

Otro día por la mañana, ya que las obscuras tinieblas de la triste noche de la clara luz del alegre día eran vencidas, la Natural Razón mandó al Entendimiento que fuese al Campo de la Verdad y preguntase y supiese si era ya bajada la Divina Justicia y si había día aplazado para dar audiencia a las desterradas doncellas, Virtudes, en común nombre llamadas, y que por ninguna vía dijese cuyo era, ni que la Razón estaba a la fuente de los gigantes.

No fue perezoso el Entendimiento para cumplir el mandado de su señora, porque, tomando una senda que al Campo de la Verdad se endereçaba fue prestamente en él, donde anduvo preguntando lo que le era mandado. Y jamás pudo hallar quien cierta cosa le dijese, por lo cual de rabioso cuidado era atormentado su pensativo coraçón. Y estando como circunduto pensó que no había ahí quien bien le pudiese informar de lo que buscaba sino alguna de las doncellas, Virtudes llamadas, que delante de la Natural Razón, por la mesma causa y destierro, ahí eran venidas y que entre ellas no había quien mejor lo supiese que la Prudencia. Y así començó a seguir su determinado pensamiento y començó de preguntar por el aposento de la sabia doncella llamada Prudencia, de lo cual con pequeño trabajo halló cierta nueva, ca estaba su rica morada en la plaça donde el Entendimiento se halló al tiempo que de ella preguntaba. Sin más aguardar, se fue contra la gran morada y, entrando por el aposento de la Prudencia, haciendo el debido acatamiento, así dijo:

-Virtuosa doncella, sabia Prudencia, y poderosa señora, gran necesidad tiene quien acá me envía de saber si la poderosa y divina justicia es ya bajada a este Campo de la Verdad y cuál es el día que tiene señalado para dar principio a su juicio y audiencia a las doncellas desterradas; por lo cual, y por no hallar quien me dé nueva cierta de esto en este campo, yo te suplico, generosa doncella, me lo digas.

-¿No preguntas más? dijo la Prudencia.

-No, dijo el Entendimiento.

-Ora pues, dijo la Prudencia, ante que te lo diga, dime quién te envía a saber tales cosas y cómo te llamas.

-Muy alta señora, dijo el Entendimiento, cosa vedada y grave me pides, porque me es defendido y mandado por quien acá me envía decir tal cosa, por lo cual yo creo recibirás mi justa excusa. Pues los que somos mandados no debemos exceder del mandamiento de los señores de quien somos mandados.

-Pues te es vedado, dijo la Prudencia, decir cuyo eres y quien acá te envía, al menos dime lo que no te es prohibido, que es tu nombre.

-Yo me llamo Entendimiento, respondió el escudero.

-Ha, ha, dijo la Prudencia, ya no aprovecha a tu señora la Natural Razón el mandar, ni a ti el encubrir y negar, porque manifiesto me es a mí que el Entendimiento es servidor de la Razón; y pues ya sé cuyo eres, dime dónde queda tu señora y luego sabrás lo que preguntas.

-En el campo de la estraña fuente de los gigantes está, dijo el Entendimiento. Dime ya, sabia doncella, lo que te pido, pues has sabido de mí lo que yo no dije y la vuestra grandeza me preguntó.

-Dirás a la Razón, dijo la Prudencia, que sus manos beso y que su deseada venida ha sido en oportuno tiempo, porque ayer entró en este campo la poderosa justicia y de hoy en seis días es día aplazado para començar nuestro negocio. Dila más, que ya le está señalada posada en este campo, y es aquélla, si has mirado, que en esta plaça tiene sobre su rica puerta un pendón colorado. Dila más, que no se parta de ahí, ca yo me quiero ir a holgar y visitarla en esa floresta y juntas nos vendremos para el día del aplazado juicio.

Dichas estas palabras por la sabia doncella, el Entendimiento, despidiéndose cortésmente, se vino para la fuente de los gigantes, donde contó todo lo que habéis oído a la Natural Razón.

Aquel día gastaron la Natural Razón y su compaña en pasear por la floresta y mirar la diversidad de animales, aves y árboles; y como la noche viniese, recogiéronse a la grande y rica tienda, donde reposaron hasta la clara luz del siguiente día.

Capítulo XLVII

En el cual se cuenta cómo la Prudencia y la Fortaleza y la Temperancia y la Constancia vinieron a la fuente de los gigantes a visitar a la Razón.

Otro día, al tiempo que el alba rompía, levantándose el Caballero del Sol, vistióse sus ricas ropas y, pensando en qué podría gastar el dulce tiempo de la templada mañana, salióse paseando por la senda que iba al Campo de la Verdad por gozar del frescor de la mañana y ver el Campo de la Verdad, ca ya no veía la hora de entrar en él; y como aquel deseo no cansaba de lo mirar, y cuando fue apartado de la fuente dos tiros de piedra, saliendo al fin de la floresta, pudo ver lo que deseaba; y, como muy embelesado estuviese mirando su estraño y claro muro, las altas y hermosas torres de sus edificios, vio salir gran compaña por la puerta de una muy alta torre, que ante el Campo, sobre la punta de una gran puente estaba, y, atendiendo cuál camino tomaban, vio que con gran priesa la senda que a la fuente de los gigantes venía tomaban. Bien entendió el Caballero del Sol que podía ser alguna gente que venía a visitar a la Natural Razón. Viendo pues que convenía dar aviso de esto, con más apresurados pasos tornó repisando el paseado camino a la fuente de los gigantes y, entrando en la rica tienda, saludó con humilde acatamiento a la Razón, contándola lo que habéis oído. La cual, pensando lo que podría ser, ricamente guarnida y acompañada de sus servidores, salió de la rica tienda por ir a recibir aquellos que a visitarla venían, mandando al Caballero del Sol que, vestido de sus preciados vestidos y con la corona de palma y el bastón en las manos, fuese delante de ella. De esta manera, con espaciosos pasos, llegaron hasta el fin de la floresta, donde pasaron grandes cortesías entre la Natural Razón y cuatro apuestas doncellas que del Campo de la Verdad por la visitar ahí eran venidas.

Agora vos quiero decir quiénes eran las cuatro doncellas y qué criados las acompañaban. La primera y principal se llamaba Prudencia, la segunda Fortaleza, la tercera Constancia, la cuarta Temperancia. La Prudencia era doncella de gran cuerpo, bien apuesta y tan hermosa como la clara mañana del sereno día, tal que por maravilla se podía mirar su extremada beldad. Su rostro representaba gran majestad y su semblante crecida cordura, sus compuestos pasos y su general meneo descubrían su gravedad y grande autoridad. Una redecica de oro sutil y bien obrada cogía sus dorados y largos cabellos. Sobre ella ponía una corona de laurel, vestía ricas ropas verdes con una cortadura azul; cortadas por ella, muchas estrellas y un sol y una luna a trechos entrepuestos asentada sobre tela de oro, por lo cual las estrellas y el sol y luna doradas y resplandecientes parecían, con una letra que decía así:

La Prudencia siempre crece

como la muy verde planta.

El que poseerla merece

lo celestial apetece,

menosprecia el oro y plata.


Venía sobre un palafrén bayo tan luciente que su color fino oro parecía. Era ornado de unas estrellas plateadas guarnecido de un filón de fino oro con gualdrapa y guarniciones de tela de plata y una letra en esta manera:

Gástese, gástese el oro

y consérvese el saber.

Sirvámonos del tesoro

pues saben todos de coro

cuánto excede en merecer.


En los pechos traía broslada una pequeña grulla con el pie cogido y en él una piedra. Del pico la colgaba una caña de trigo que parecía la espiga rastrar por el suelo, sobre la cual andaban espesas hormigas sacando los secretos granos, con una letra que decía de esta manera:

La grulla da la ventaja

en prudencia a la hormiga

pues que sin haber baraja

se toma ella la paja

y a la otra da la espiga.


A esta sabia doncella, entre otros servidores, acompañaban un escudero llamado Continuo Estudio y tres damas llamadas Discreción, Ciencia, Experiencia. El escudero que había por nombre Estudio Continuo era bien dispuesto en el cuerpo, su gesto descolorido, los ojos un poco turbios. Sobre su cabeça ponía una corona de laurel. Vestía ropas negras y largas, aforradas en fina grana con unas pequeñas cuchilladas por donde la grana se parecía y una letra que decía:

El continuo estudio dora

al ánima muy preciada.

Su trabajo descolora

al cuerpo y empeora

la vista pues es turbada.


La dama, llamada Discreción, vestía ropas con una cortadura de carmesí pelo y un letrero que decía de esta manera:

La discreción y cordura

engendran a la viveza

con que la ciencia madura

y el saber que mucho dura

se aprende sin rudeza.


La [dama] llamada Ciencia ponía sobre sus rubios cabellos una corona de estrellas. Vestía paños verde obscuros con una cortadura de verde claro y una letra que así decía:

La ciencia alta y subida

las ánimas enriquece,

la fortuna favorece

al que gasta allí su vida,

el temor de la partida

hace perder la esperança,

la cual con ella se alcança

si la tenéis bien cumplida.


La otra dama que venía acompañando a la Prudencia se llamaba Experiencia. Era de mucha edad aunque muy fresca. Vestía ricas ropas caneladas, pintadas y bordadas por ella muchas historias antiguas con diversos acontecimientos y desastrados y también venturosos casos. En las manos traía un pequeño mundo abierto a manera de granada, figurados dentro varios animales y árboles. Con las manos porfiaba por acabarlo de abrir por sacar todo lo que había dentro, con una letra que decía así:

La Experiencia es inventora

y de osas maestra.

El que en este mundo mora

debe tentar toda hora

la ventura que se muestra.


De la manera y con la compañía que habéis oído, vino la sabia Prudencia a visitar a la Razón.

La segunda doncella, llamada Fortaleza, era de crecido cuerpo y doblados miembros. El gesto tenía robusto, aunque hermoso. Los crespos y rubios cabellos traía vueltos por la cabeça, presos con un rico garvín encarnado. Sobre él ponía una corona de palma, tan bien tejida, que mucho adornaba su hermosura. De los braços y piernas estaba armada de muy ricas armas partidas con oro. Vestía ropas muy ricas de color leonado, con unas cortaduras de terciopelo pardo, hechas a manera de ramicos de olivo, con una letra que así decía:

La virtud de Fortaleza

en la paz está escondida,

sufriendo con madureza

y no en quitar con crueza

al enemigo la vida.


A su hermoso cuello esta doncella, llamada Fortaleza, traía echado un limpio escudo de fino acero. Con la derecha mano tenía un acerado alfange y con la siniestra un ramo de pacífico olivo. Cabalgaba sobre un galano y gran caballo tostado, guarnido de guarniciones de fino oro. Traía esta fuerte doncella broslado en sus pechos un fiero león. A esta hermosa doncella acompañaban dos escuderos, llamados, el uno, Magnánimo, y el otro, Esfuerço; y dos damas, que habían por sus nombres Nobleza y Generosa. El escudero llamado Magnánimo, era de mediana edad, bien dispuesto en el cuerpo y hermoso en el rostro. Venía todo armado, salvo de manos y cara, de unas fuertes armas cárdenas. En su cabeça traía una corona de roble. En la derecha mano una espada, en la siniestra un coraçón apretado, con un letrero que así decía:

El pequeño coraçón

con afrentas apretado

si le ayuda la razón

por verse en tribulación

jamás le vi desmayado.


El escudero, llamado Esfuerço, era asimesmo de mediana edad y de grandes y bien fornidos miembros armado, piernas y braços vestía [de] ricas ropas verde oscuras. En la mano derecha traía una porra de acero y en la otra una pequeñita columna, con un letrero que decía así:

Las armas siendo parejas

el Esfuerço, no fallece

porque la lengua enmudece

a las muy sordas orejas.


La dama, llamada Nobleza, era algo antigua, aunque muy fresca en el rostro y bien dispuesta en el cuerpo. Vestía honestamente paños negros. En sus manos traía dos coronas, una de oro y otra de plata, con un mote que estaba escrito de esta manera:

La Nobleza bien merece

las dos coronas preciadas

mas tiénelas desechadas

porque el mando al alma empece.

Ora ved si os parece

cómo es noble no querer

mandar, juzgar, ni tener

porque la codicia cese.


La otra dama, llamada Generosa, traía sobre sus cabellos una corona de cedro. Vestía ricas ropas de raso dorado, con una cortadura de carmesí pelo y una letra que así decía:

Mi generoso cuidado

mi pensamiento subido

han sublimado mi estado

a Dios que me ha criado

con ello y sin ello he servido.


Con tal compañía, y otros muchos escuderos, damas y pajes, vino la Fortaleza a visitar a la generosa doncella Razón Natural.

La tercera doncella, que había por nombre Constancia, tenía gentil cuerpo y hermoso rostro, muy sereno y muy grave. Los dorados cabellos traía cogidos en una preciada red canelada con unos hilos de oro entrecogidos. Sobre su cabeça traía una corona de rosas azules puestas en un circuito de acero. Vestía ricas ropas cárdenas con unas cortaduras hechas a manera de columnas de terciopelo morado, puesto sobre tela de plata y una letra que así decía:

Mi Constancia verdadera

jamás contrastó fortuna.

Su virtud y su manera

no es flaca como madera

sino fuerte como columna.


En los sus pechos traía esta apuesta doncella bordado un armiño. Cabalgaba sobre un palafrén rucio, ricamente guarnido.

A esta doncella acompañaban, entre otros servidores, dos damas de grande autoridad. La una se llamaba Perseverancia y la otra Firmeza. La Perseverancia traía sobre sus rubios cabellos una corona de cedro. Su vestir era morado, enforrado en carmesí raso y una letra que decía de esta manera:

El ánimo verdadero

que tengo de bien obrar

me hace perseverar

en el bien muy por entero.

Los celos nacen primero

para firme me hacer

pues lo deseo y lo quiero.


La segunda dama, llamada Firmeza, que venía en compañía de la Constancia, tenía los miembros doblados y el gesto robusto. Vestía ricas ropas de terciopelo azul obscuro, con una cortadura de lo mismo sobre tela de plata, que se descubrían por la cortadura a manera de torrecicas. En la mano traía una pequeña torre y una letra que así decía:

Tan firme está mi firmeza

como la fundada torre.

De cualquier parte que corre

la fortuna con braveza

jamás mudó mi cabeça

ni mi firme pensamiento,

es tan fuerte mi cimiento

que resiste a su aspereza.


De la manera que habéis oído, y con otros muchos criados, vino la Constancia a visitar a la Razón Natural.

La cuarta doncella, llamada Temperancia, era de tanta apostura y hermosura que los ojos jamás cansaban de la mirar. Los rubios y largos cabellos traía vueltos por la cabeça, presos con un garvín, la mitad de hilo de oro y la mitad de hilo de plata. En una mano tenía con una tenaza un hierro albo y en la siniestra un vaso de agua en que metía el ardiente hierro. Vestía ricas ropas, la mitad de terciopelo negro y la mitad de terciopelo colorado, con unos lazos de oro que trababan lo uno con lo otro y una letra con unos lazos:

Con lazos de buen juicio

templo mis hechos y obras.

No es pequeño beneficio

usar bien de tal oficio

en desastres y çoçobras.


Esta hermosa doncella venía sobre un palafrén rosillo, bien guarnecido de guarniciones y gualdrapa de carmesí pelo y terciopelo negro a cuarteles con los mismos lazos y letra. A esta señora acompañaban dos escuderos; el uno, llamado Comedimiento, y el otro, Contento; y dos honestas damas, llamadas Abstinencia y Modestia. El escudero, llamado Comedimiento, vestía ropas de paño pardo, con una guarnición de terciopelo pardo y un letrero que decía de esta manera:

Todos mis cinco sentidos

y mi condición humana

son tanto bien comedidos

que traen entretejidos

la seda con basta lana.


El escudero, llamado Contento, vestía paños claros aforrados en grana colorada con espesas cuchilladas por donde se parecía la grana y una letra:

Mi gozosa voluntad

contenta con basto paño

vive alegre sin engaño

amando siempre verdad.


La dama, llamada Abstinencia, vestía paños blancos con una cortadura de terciopelo verde y unos lazos entretejidos y una letra que así decía:

Mi templado pensamiento

de la abstinencia cercado

no puede ser derribado

de los vicios ni su viento.


La otra dama, que se decía Modestia, vestía ropas negras, aforradas en raso dorado con unas pequeñas cuchilladas por donde apenas se parecía lo dorado y una letra:

Los hechos muy virtuosos

y de modestia cumplida

a los hombres virtuosos

hacen ser y hazañosos

en la muerte y en la vida.


De la manera que habéis oído, y con otros muchos servidores, vino la Temperancia del Campo de la Verdad en compañía de la Prudencia, Fortaleza y Constancia a visitar a la Razón. Y, como ya habéis oído, se encontraron a la salida de la floresta de donde, después de haber descabalgado de sus caballos y hermosos palafrenes y pasado grandes cortesías, se fueron mano a mano hablando en su hecho hasta la estraña y muy preciada tienda de la Razón, donde la sabia Prudencia dijo a la Razón:

-Señora y hermosa doncella, si a ti place en esta floresta holgaremos cuatro días, ca así lo traemos acordado estas virtuosas doncellas y yo, para esto traemos tiendas y las cosas necesarias. Si así, Razón, lo ordenas y quieres, el cuarto día en la tarde entraremos en el Campo de la Verdad y el quinto iremos a visitar y besar las manos a la divina justicia y el sexto día aplazado saldremos a juicio.

-Proveída Prudencia, dijo la Natural Razón, como lo ordenares y estas señoras mandaren, así lo quiero yo.

Sin más aguardarlas cuatro doncellas mandaron parar y fixar sus ricas y vistosas tiendas en torno de la estraña fuente de los gigantes, entrandose juntamente en la tienda de la Natural Razón por reposar. Con diligencia los fieles servidores de las cuatro doncellas començaron de descojer líos, abrir arcas y fijar por el verde campo las preciadas tiendas.

Aún no eran acabadas de armar las cuatro tiendas, cuando las cinco doncellas salieron de la tienda de la Razón, y como la Natural Razón siempre tuviese memoria del Caballero del Sol y le vido como paseando ante las armadas tiendas, mandando quitar lo mal puesto y adereçar lo mal ordenado, hízolo llamar y, como el Caballero del Sol vido y oyó el mandado de la Natural Razón, dejando el cuidado de las tiendas, se va para su señora y, como llegó y hizo el debido acatamiento, la Razón dijo en esta manera: Virtuosas doncellas, éste es el bienafortunado Caballero del Sol, que por otro nombre se llama Desterrado, mi fiel servidor y aguardador. Este pasó por los peligros de la Labrada Puerta, éste me franqueó los defendidos pasos de la senda herbosa, éste venció las falsas dueñas de los pasos defendidos y sobrepujó con fuerça de sus armados braços los siete caballeros y un oso y una espantosa serpiente, defensores de las malas dueñas. Este no fue vencido ni con falsas palabras de las dueñas, ni con fuerça de las fuerças de los caballeros. Este ha sufrido los trabajos y muy grandes peligros. Este por su crecida virtud, más altamente que otro alguno, tiene merecido de entrar en mi compañía en el Campo de la Verdad y hallarse presente a todos nuestros hechos.

Oyendo estas palabras, y viendo que las cuatro doncellas miraban al Caballero del Sol, los ojos en tierra de la vergüença, ocupada la lengua, enmudeció y no pudo volver palabra. Y como las sabias doncellas conocieron su vergüença, començando de mezclar otras hablas, se fueron a sentar a las mesas, ca ya estaban paradas, donde fueron servidas tan altamente como a tales personas convenía. Y como las tablas fueron alçadas, las cuatro hermanas doncellas, Prudencia, Fortaleza, Constancia y Temperancia, preguntaron a la Razón en qué gastarían el tiempo que del día restaba.

A mí parece, dijo la proveída Razón, que nos sentemos en torno de la fuente y que nuestros escuderos y servidores salgan por la floresta y echen un ojeo, unos por una parte y otros por otra, viniéndose a juntar en esta plaça y cercando en ella los animales y caça que ante sí trajeren. Podrán, puesto que no haya perros ni redes ni armas de monte, con palos hacer alguna caça de conejos o alguna liebre con que riamos y holguemos.

A las cuatro doncellas pareció bien el parecer de la Razón; y así, acompañadas de sus damas y doncellas, se fueron a sentar a la estraña fuente de los gigantes, y los escuderos y criados entraron por la espesa floresta, unos por una parte y otros por otra. No tardaron mucho que, viniendo con mucha orden, cercaron en la plaça de la fuente muchos temerosos y brutos animales, así como ciervos, corços, gamos, castores, armiños, capriolos, liebres, conejos y otros no conocidos. Así andaban las liebres Y conejos retoçando por aquella espaciosa plaça sin temor de los que cerco guardaban, como los pequeños corderos en las hermosas mañanas de abril en sus apriscos. Una pieça estuvieron cercados los animales por mandado de las nobles doncellas, pero ya que cansadas estaban de mirar su diversidad, su correr y retoçar, mandaron que entrasen cuatro escuderos o cinco a matar alguna caça.

No fue bien oído el mandamiento de las doncellas, cuando entraron en la plaça cuatro, quedando los otros en guarda por su orden. Los que en la plaça andaban, unos con garrotes tiraban a los conejos, otros con sus espadas corrían tras los gamos. Ahí viérades correr y saltar los conejos y liebres, ahí viérades cómo los crecidos animales, por huir de los que por la plaça los perseguían, caían en las manos de los que el cerco guardaban. Pues ver cómo los corridos y acosados animales corrían a la fuente, pensando guarecer entre las armadas tiendas, otros, por huir, topaban y derribaban los que el cerco guardaban. Las cinco doncellas, viendo la cosa tan trabada, alguna caça de liebres y conejos muerta y tres o cuatro animales de los mayores presos y heridos, mandaron deshazer el cerco y que todos se recogiesen a las tiendas recogiendo juntamente la caça. De esta manera pasaron las cinco doncellas de las desterradas aquel día que en otra cosa no hablaban sino cómo los animales huyendo de un pequeño peligro caían en otro mayor.

Capítulo XLVIII

Cómo la Castidad y la Virginidad y la Vergüença y la Honestidad y la Verdad y la Liberalidad y la Lealtad vinieron del Campo de la Verdad a visitar a la Razón.

Ya el hijo de Latona con los claros rayos de su dorada corona las obscuras tinieblas de la pasada noche hería, cuando un servidor de los de la Prudencia vino a las cinco desterradas doncellas, haciéndolas saber cómo del Campo de la Verdad gran compaña de gente había salido y a más andar venían por la senda del campo de la fuente de los gigantes. Sin más atender, las cinco doncellas, ricamente guarnidas, salieron de sus tiendas por ir a recibir la gente que del Campo de la Verdad habían salido, ca bien pensaban que debían ser algunas de las desterradas doncellas que venían a visitar a la Razón Natural.

Entrando, pues, por la sombrosa y fresca floresta, las vinieron al encuentro cuatro doncellas bien acompañadas y ricamente adereçadas. Sus nombres eran éstos: Castidad, Virginidad, Vergüença y Honestidad. Las dos doncellas, Castidad y Virginidad, hermanas, eran de tanta beldad y gran hermosura cuales jamás los ojos vieron. Sus dorados cabellos traían presos con ricos garvines de hilo de plata, sobre ellos ponían guirnaldas de blancas flores. Vestían ricas ropas de damasco blanco sin mezcla de otro color, guarnecidas de unas hermosas cortaduras de lo mismo, cubrían preciados mantos de terciopelo blanco, obrados y bordados de preciosas piedras. En sus derechas manos traían unas piñas de olorosas flores blancas contra las cuales volvían de rato en rato la graciosa vista de sus ojos. Las siniestras manos traían colgadas, vueltas las palmas hacia atrás, y en ellas traían unas flores moradas, haciendo semblante como que continuo de sí las lançaban, con un letrero:

Nuestros pensamientos castos,

nuestro vivir muy honesto,

nuestras ropas, nuestros gastos,

desechan y nuestros fastos

la lujuria con denuesto.


Estas dos hermosas y apuestas doncellas venían sentadas en ricos sillones guarnecidos de blanca plata sobre muy galanos y blancos caballos. En los pechos traía cada una broslado un pequeño árbol y sobre él una tortolica.

Acompañando a estas apuestas y hermanas doncellas, entre otros muchos servidores, venían un escudero y dos lindas doncellas. El escudero se llamaba Menosprecio del Mundo; las doncellas: Continencia y Limpieza. El escudero era hombre de mucha edad, ca no de grande autoridad. Sus canos cabellos rodeaba una corona de palma. Vestía ropas largas de pardo paño basto. Calçaba ricos çapatos y estampados en oro y preciosas piedras. Ante sí llevaba un pequeño mundo, como que de él triunfaba. En la siniestra mano tenía una preciosa piedra de gran valor y en la derecha un pequeño martillo con que la hería por la quebrar, con una letra que decía:

Un trueco tengo ya hecho

en que gano muy gran suma,

el mundo desde la cuna

de mi voluntad desecho.

En pago de este gran hecho,

tengo cierta eterna gloria.

Desechad todos la escoria

del mundo y su falso trecho.


Acompañaba, asimismo, a estas dos hermanas, Castidad y Virginidad, la Continencia, doncella de grande beldad. Sus rubios cabellos traía cogidos con una redecica azul. Sobre ella ponla una guirnalda de flores amarillas. Su vestido era de verde obscuro aforrado en raso morado, con una letra y unas pequeñas cuchilladas que descubrían el morado raso:

La esperança ya he perdido

de los lascivos amores.

Así lo he yo escogido

porque tengo por perdido

al que sigue sus errores.


En esta compañía, asimismo, venía la Limpieza, doncella de grande apostura. Traía sus largos y dorados cabellos por sus espaldas. Ponía sobre ellos una guirnalda de azules flores. Su vestido era todo blanco. En sus manos traía un claro vidrio lleno de turbia agua, con una letra que decía de esta manera:

Mi muy honesto vivir

y mis claros pensamientos

mis ropas y movimientos

lo declaran sin mentir.

El vidrio puede sufrir

agua turbia con tal maña

que jamás a él le daña

con tornar a despedir.


De la manera que habéis oído, y con esta compañía y otros criados, vinieron la Castidad y la Virginidad a visitar a la Razón.

La Vergüença, hermosa doncella de gran apostura, tenía su vergonçoso rostro colorado, los cabellos muy largos y rubios. Sobre ellos ponía una corona de amarillo oro. Vestía ricas ropas caneladas, aforradas en carmesí raso con unas cuchilladas que descubrían el carmesí. En sus manos traía un velo con que cubría su faz, cuando oía o veía alguna cosa deshonesta, con un letrero que así decía:

Mi rostro escandalizado

con cosas torpes y feas

de la vergüença tocado

se pone muy colorado

afrontándose de vellas.


Venía esta vergonçosa doncella en un sillón verde sobre un preciado palafrén castaño claro guarnecido de muy preciados arreos de oro y plata. En sus pechos traía broslado un pequeño niño que, ocupado de la Vergüença, las delicadas y tiernas manos ponía ante su cara. Un escudero llamado Reposo y una dama llamada Bondad, entre otros servidores acompañaban a esta hermosa y vergonçosa doncella. El escudero era hombre anciano, muy grave y entendido, muy letrado al parecer. Vestía vestido negro honesto y largo. En sus manos traía una imagen del filósofo Catón censorino y una letra que así decía:

Por los actos exteriores

se conoce lo interior.

Los grandes y los menores

con su reposo y primores

dan muestra de su valor.


La dama, llamada Bondad, era dotada de asaz hermosura en el cuerpo, bien dispuesta y en el rostro muy grave. Vestía ropas claras aforradas en tafetán blanco con menudas cuchilladas a manera de lunas por las cuales se parecía, con una letra que de esta manera decía:

Las lunas descubren mi grande inocencia,

lo claro es bondad que no me fallece,

mis hechos, mis obras, mi vida merece

renombre tan bueno por grande excelencia.

Por hombre le tengo de grande demencia

aquél que rehúsa mi conversación

pues nunca jamás traté traición

lo cual tiene el vicio por propia excelencia.


Con tal compañía vino la Vergüença [a] visitar a la Razón. La Honestidad, doncella de extremada beldad, venía en esta compañía sobre un hermoso caballo bayo, los dorados cabellos cogidos con gentil concierto en un escofión de seda leonada. Sobre él traía una corona de ramitos de yedra estrañamente tejidos, las hojas vueltas hacia arriba en tal manera que hacían una hermosa corona. Vestía ropas de terciopelo negro, aforradas en raso amarillo, con unas espesas cuchilladas y unos lazos leonados por ellas, con una letra:

La honestidad descubre

desesperar de pedir

lo lascivo muy lúgubre,

la vergüença lo encubre

mandándolo de mí partir.


A esta honesta doncella acompañaban, entre otros criados, un escudero llamado Estado y una dueña llamada Manera. El Estado era hombre de mediana edad. Vestía ropas de muchos colores, la gorra de carmesí pelo, el gorjal de la blanca camisa de hilo de oro, el jubón de tela de oro, el sayo de contray y la capa de paño azul, las calças de paño pardo basto, los çapatos de esparto, con una letra que así decía:

Si mi nombre y mi vestido

contemplas con atención

conocerás sin razón

hacerse al hombre sabido.

El jubón que está escondido

de oro que resplandece

y la capa que merece

de azul y no escogido.

La cabeça que merece

tiene bien su merecer.

El pie ya lo podéis ver

que de la seda carece.

Bástale a mí me parece

estopa o cáñamo harto

o un çapato de esparto

con que del frío guarece.


La Manera, dueña grave y apuesta, el cuerpo dispuesto y el rostro señero, vestía ropas de raso dorado con unas llamas de carmesí pelo y una letra que decía de esta manera:

Mi semblante y mi manera

representan majestad.

El sello sella en la cera

y el barreño en la madera

las llamas en mi bondad.


De la manera y con la compañía que habéis oído, las cuatro apuestas doncellas Castidad, Virginidad, Vergüença y Honestidad, partieron del Campo de la Verdad por visitar a la Razón. Y, como habéis oído, se encontraron en la floresta no muy lejos de la fuente de los gigantes, entre los cuales, después de haber bajado de sus hermosos palafrenes, pasaron hermosas palabras y graciosas cortesías. Así, a pie, mano a mano, con espaciosos y reposados pasos se fueron las nueve desterradas doncellas contra las armadas tiendas, donde las cuatro que nuevamente llegaron mandaron a sus servidores que fijasen sus tiendas porque no se querían de ahí partir hasta acompañar a la Natural Razón.

No pasó mucho, cuando, sin pensar, entraron en la plaça de la fuente de los gigantes tres apuestas doncellas bien acompañadas de servidores y ricamente vestidas de ricos paños y empreciados caballos, cuyos nombres son estos: Verdad, Liberalidad, Lealdad.

Verdad, doncella de beldad y sereno y apacible rostro, traía sus largos y dorados cabellos cogidos en torno de su cabeça, con un preciado garvín de hilo de oro. Sobre él ponía una guirnalda de muy verdes y odoríferas flores. En sus rubicundos labios traía una muy colorada piedra con la cual mucho resplandecía su sereno gesto. Vestía terciopelo verde claro con una cortapisa de terciopelo azul con una letra:

La verdad siempre florece

como el árbol en ribera.

El cielo cierto merece

aquél que nunca fallece

habla justa y verdadera.


Esta hermosa doncella venía sobre un hermoso caballo blanco. En sus pechos traía un enano broslado, atormentando una manada de lenguas sobre un pequeño brasero lleno de encendidas brasas. No se ocupaba, al parecer, en otra cosa sino en sacar con unas pequeñas tenazas unas y poner otras, revolviéndolas, meneándolas y atizándolas. A esta doncella acompañaban muchos escuderos y doncellas entre las cuales venía la Nobleza, de la cual sola diré, por evitar prolijidad, cuya grandeza y grande admiración sembraba en los coraçones de los que la miraban. Los dorados cabellos traía sueltos por las espaldas. Sobre ellos ponía una corona de blanca plata. Vestía ricas ropas de púrpura aforradas en armiños. En la una mano traía una tabla de cedro, por la una parte esculpida de los hechos de sus pasados, y aquellos no miraba jamás, ante los mostraba volviéndolos hacia los que a ella miraban. De la otra parte tenía tallados sus propios hechos y aquella parte tenía siempre vuelta contra sí, y por aquélla tendía la clara lumbre de sus ojos. Y entorno de la tabla traía una letra que así decía:

Nobleza es bien hacer

y no alegar los pasados.

Bien hacer es merecer

las hazañas y el valer

no las dan siglos dorados.


De esta manera vino la doncella llamada Verdad, acompañada de la Nobleza y otros muchos servidores a visitar a la Razón.

En esta compañía venía la Liberalidad, doncella bien dispuesta, el rostro aguileño, los ojos verdes rasgados, las pestañas negras y largas, las cejas bien partidas y delgadas, la frente grande, la nariz delgada, la boca pequeña, los labios colorados como sangre. Sobre sus rubios cabellos ponía una corona de oro con preciosas y relumbrantes piedras esmaltadas por ella. Vestía ricas ropas de terciopelo azeituní con una rica bordadura de hilo de oro y preciadas piedras envueltas por ellas. En sus blancas manos traía un cofrecito de varias monedas de oro y plata y muchas preciosas piedras. Iba metiendo la mano al cofrecito y repartía de la moneda y piedras a cada uno según veía que lo merecía. Por sus hermosos vestidos traía bordado un letrero que así decía:

Mi mano muy liberal

con moderación pensada

reparte muy por igual

el muy preciado metal

sin verse jamás cansada.


Esta gastadora y magnífica doncella venía sobre un preciado palafrén negro. En sus pechos traía broslada una real águila que se levantaba de sobre una liebre y la dejaba a otras aves que en torno estaban para que en ella se cebasen. A esta magnífica doncella, entre otros servidores, acompañaban dos damas, llamadas Honrra y Fama. La Honrra era dama graciosa a los ojos de los hombres. Sobre sus rubios cabellos ponía una corona de palma y laurel a vueltas. Vestia ropas de fina grana con una bordadura de hilo de plata y oro, brosladas por ella muchas imágenes de valerosos varones y grandes hechos de los pasados puestas por historia. En sus manos traía un limpio escudo de fino acero con tal virtud que, luego que la graciosa doncella hacía cosa que menos que virtud fuese, se descoloraba y enturbiaba el tiempo, con una letra que decía:

Los hechos y las hazañas

de mis mayores ancianos

con todas fuerças y mañas

por mis tierras por estrañas

procuro de remediallas.


La Fama, doncella de mayor grandeza que para mujer requería, excedía en velocidad y ligereza a los veloces brutos animales y aun igualaba y pasaba a las voladoras aves. Sobre su cabeça ponía una guirnalda de flores, la mitad negras y la mitad blancas. De sus hombros le nacían dos alas de grande grandeza. En los pies tenía otras tales todas de gran diversidad de plumas de todos colores. Con estas alas volaba con tanto ímpetu y velocidad que el rápido vuelo de las aves vencía y con el furioso movimiento de los vientos igualaba. Debajo de cada pluma tenía un ojo con que vela y un oído con que ola lo que pasaba y se hablaba por el mundo, y siete lenguas con que lo publicaba. Una dorada trompa traía en sus manos con que todo el mundo resonaba. Vestía muy ricas ropas coloradas y negras a cuarteles, con unos lazos de sirgo de todas colores mezclados que enlazaban lo negro con lo colorado, y unas fajas de brocado, y al derredor había muchas piedras, con un letrero que decía de esta manera:

Malas y buenas hazañas

con mis claros ojos veo,

con mis alas las rodeo,

píntolas en mis entrañas.

Con mis lenguas muy estrañas

las publico por todo el mundo

y las bajo hasta el profundo,

subo al cielo con mis mañas.


De la manera y con la compaña que habéis oído vino la Liberalidad a visitar a la Razón.

La Lealtad, doncella de mediano cuerpo y gracioso rostro, venía sobre un caballo overo. Delante sí traía un enano a pie, el cual hería con un açote a un lebrel, y como el perro huía, escondía el açote y llamábale y luego volvía. La doncella traía sus rubios cabellos cogidos con un garvín de seda negra. Sobre él ponía una muy hermosa y rica guirnalda de olorosas flores pardillas. Vestía ricas vestiduras de terciopelo verde claro, aforradas en raso amarillo con unas espesas cuchilladas que descubrían lo amarillo, y un letrero que decía de esta manera:

Mi fe pura y sin engaño,

mis entrañas sin doblez,

jamás pensaron en daño

contra amigo ni hermano

desde niña a la vejez.


A esta apuesta doncella acompañaban la Consanguinidad, la Amistad, la Compañía, la Afinidad, el Servicio, la Sujeción.

Del traje y condición de la Amistad diré solamente, por no cansar con palabras los lectores. Esta dama, Amistad llamada, de apacible conversación, traía sobre sus dorados cabellos una muy rica guirnalda de azules flores. Vestía estrañas ropas de fina grana aforradas en raso verde con unas pequeñas cuchilladas por las cuales se parecía el verde raso con unos lazos de sirgo colorado y verde. El izquierdo brazo tenía encorvado hacia el derecho, la palma abierta vuelta hacia fuera, como que alguna cosa de sí lançaba. El derecho braço tenía tendido, como que de voluntad recibiría los que su limpia amistad quisiesen y los abraçaría, con un letrero que decía:

Amigos viejos y fieles

abraço con este braço

y con este otro rechaço

a los malinos noveles

la ley de mis aranceles.

Amigo, no te dan floja

prosperidad y en congoja

sey presente como sueles.


De esta manera acompañada venía la Lealtad juntamente con la Liberalidad y la Verdad a visitar a la Natural Razón. Y como habéis oído, llegaron sin ser vistas a la plaça de los armados gigantes, donde fueron bien recibidas por las nueve doncellas que ahí eran.

Hiciéronse muchas y grandes fiestas unas a otras. Hablando grandes cortesías y palabras de gran peso y criança entraron todas doce en la rica tienda de la Natural Razón, en tanto que se armaban las tiendas de las nuevamente venidas doncellas. Las lindas mesas fueron puestas, ca ya la hora del comer se allegaba, donde fueron servidas altamente aquellas doncellas, más para sustentación de la vida que no para refección del cuerpo.

 

Capítulo XLIX

Cómo la Humildad y la Paz y la Paciencia y la Obediencia y la Religión y la Fe y la Esperança y la Caridad vinieron a la Natural Razón.

Las tablas no eran bien alçadas, cuando de improviso entraron en la plaça de la fuente de los armados gigantes cinco doncellas bien acompañadas y ricamente guarnecidas, cuyos nombres son estos: Humildad, Paz, Paciencia, Obediencia y Religión.

La Humildad, doncella de gran beldad, venía sobre un palafrén castaño. En sus pechos traía ricamente bordada de hilo de oro muchas perlas la imagen de la Madre de Dios con un título sobre la cabeça de letras de oro, así decía: Ecce ancilla domini, fiat mihi secundum verbum tuum. Esta apuesta doncella traía sus rubios cabellos presos con una redecica de sirgo negro. Sobre ella ponía una corona de açucenas. Los ojos traía siempre inclinados y honestamente puestos en el suelo. Vestía ricas ropas azules aforradas en raso verde claro con unos golpes por donde se parecía el verde claro y unos lazos de seda colorado, y un letrero en esta manera:

La perfecta humildad

por fuerça conquista el cielo.

Estando en el bajo suelo

gana vida celestial.

Alegría inmortal

traba lo alto y lo bajo,

es justo por su trabajo,

la paguen con sueldo tal.


A esta graciosa doncella acompañaban, entre otros servidores, una doncella llamada Virtud, doncella de tanta beldad y apostura que bien parecía obra del alto Dios. Sobre sus dorados cabellos tenía una guirnalda de flores odoríferas y varios colores. Su blanco y largo cuello rodeaba un precioso gorjal de muy preciada pedrería. Vestía una estraña vestidura tal que cuanto más era mirada tanto mayor contento y voluntad ponía de lo mirar y tanto más rica y estraña parecía y cada punto parecía que mudaba nueva color. Tal era, que más cosa celestial que terrena parecía. En sus manos traía un bote de ungüento tan preciado y tan saludable que su olor restituía las menguadas fuerças perdidas por el vicio para recobrarlas a la virtud. Por su celestial ropa traía un letrero que así decía:

Celestial es mi vivir

y mis hechos y mi vestido,

el ungüento muy escogido

de mí no puedo partir.

El que quisiere vivir

en perpetuo gozo y gloria

no me eche de su memoria

hasta después del morir.


De esta manera venía la Humildad a la plaça de la fuente de los gigantes a visitar a la Razón.

La Paz, doncella sufrida, bien dispuesta y galana, venía sobre un bayo palafrén. Sobre sus rubios cabellos ponía una corona de olivo. Vestía preciadas ropas azeitunís, aforradas en raso colorado, con unas pequeñas cortaduras y una letra que así decía:

Mis hechos son pacíficos,

mis dichos no bulliciosos,

los que de guerras amorosos

quieren ser por verse ricos,

al infierno por sus picos

querrán llevar esta carga

como el hombre que se embarga

en vicios grandes y chicos.


A esta generosa doncella acompañaban, entre otros servidores, el Sufrimiento y la Quietud. El Sufrimiento vestía ropas negras con unos manojos de seda leonada, sembrados por ellas una letra:

Mi sufrido coraçón

no se injuria con baldones.

Favorece la razón

templando con discreción.

No da nada por blasones.


La Quietud, dama de gran reposo y gravedad, vestía ropas verde oscuras con una cortadura de seda negra y unos manojos de sirgo azul y una letra que decía de esta manera:

El reposo y quietud

sembraron dentro en mi pecho

una singular virtud.

Por do pienso en senectud

ganar gran honra y provecho.


Con tal compañía vino la saludable Paz a la fuente de las armadas tiendas a visitar a la Natural Razón.

La Paciencia, doncella bien apuesta en el cuerpo y hermosa en el rostro, vestía no muy ricas ropas negras aforradas en fustán pardo. Venía en un caballo negro, con una letra que decía de esta manera:

Aunque es trabajo sufrir

las injurias y baldón

acordando que he de morir

determino de sufrir

injurias por galardón.


A esta sufrida doncella acompañaban los mismos servidores que a su hermana la Paz.

La Obediencia, doncella muy honesta y bien apuesta, venía a visitar a la Natural Razón sobre un caballo tordillo. Sus rubios cabellos traía cogidos en una muy linda cofia amarilla. Sobre ella ponía una corona de yedra. Vestía ropas negras aforradas en amarillo con unas cuchilladas que descubrían lo amarillo y unos lazos y botones leonados y un letrero que en esta manera decía:

Obedecer sabiamente

al prelado y superior

es camino excelente

para la gloria fulgente

del eterno Criador.


A esta sufrida doncella acompañaban, entre otros servidores, dos dueñas, llamadas Sujeción y Servidumbre. Vestían ropas de terciopelo pardo con una cortapisa leonada con una bordadura de brocado, con unas piedras muy preciadas y una letra que decía de esta manera:

El sujeto pensamiento

a las leyes de la razón

no piensen servir de viento

antes pienso yo y no miento

que es de viril coraçón.


Con tal compañía vino la Obediencia a visitar a la Razón a la fuente de los armados antes.

La Religión, doncella bien dispuesta, aunque descolorida y flaca, venía sentada en un palafrén rucio pobremente entoldado. Su cabeça cubrían unas largas tocas y bastas. Vestía ropas blancas y largas asaz honestas con un manto negro y una letra que así decía:

La tristeza corporal

religiosa al parecer

encubre el fino metal

de la inocencia mental

sin duda en ello poner.


Acompañaban a esta religiosa doncella la Soledad, la Tristeza, la Devoción, el Ayuno y la oración, de los cuales solos diré por evitar prolijidad.

El Ayuno mancebo flaco, amarillo y trabajado, vestía ropas claras largas con unas lazadas y botones de la misma color. Las manos traía levantadas en alto, las palmas abiertas, los ojos puestos en el cielo, tan arrebatado en divina contemplación que parecía no pasar cuidado de cosa ni de manjar de esta vida, con una letra por sus pechos que así decía:

El cuerpo muy fatigado

con el continuo ayunar

da lugar que arrebatado

mi espíritu y elevado

no cese en Dios contemplar.


La Oración, hermosa doncella, inflamada en el amor de su Criador, sobre sus dorados cabellos ponía una corona de verdes flores. Vestía ropas azules aforradas en raso verde con espesas cuchilladas, con unas lazadas de seda colorada. Los braços traía altos, las palmas abiertas, el rostro levantado, como descuidada de las cosas e la tierra, con una letra que decía de esta manera:

Dios inmenso que criaste

mi coraçón inflamado,

acuérdate que soy traslado

del Hijo que tú engendraste

y pues que tú me libraste

perverso Lucifer,

no me consientas perder

pues ya tú me salvaste.


Con tal compañía, y de la manera que habéis oído, venían la Paz y la Paciencia y la Obediencia y la Religión a visitar a la Razón Natural. Y, como habéis oído, llegaron al tiempo que las tablas se alçaban, donde pasaron de la una parte a la otra muchas buenas palabras y grandes cortesías.

En este mismo tiempo llegaron a la plaça de las armadas tiendas tres apuestas doncellas, bien acompañadas y ricamente guarnidas, cuyos nombres eran éstos: Fe, Esperança y Caridad.

La Fe, doncella de gentil disposición en el cuerpo, de constante y sereno rostro, venía sentada sobre un hermoso palafrén morcillo. Los dorados cabellos traía presos con un rico garvín de oro, con unos hilos de seda verde entretejidos. Sobre él ponía una rica corona de fino oro con muchas y muy lucientes piedras esmaltadas por ella. Por lo alto, de la una parte a la otra, atravesaban dos medios círculos. Sobre ellos, en el medio, estaba una pequeña imagen de Dios Padre y en el redondo de la preciada corona, a la parte que venía sobre la frente, tenla esmaltada una imagen de la Madre de Dios, con una costosa bordadura de oro tirado y muchas preciosas piedras muy claras y preciadas de gran valor asentadas a trechos. Sus chapines eran de terciopelo verde cercados de piedras de diamantes. Sobre los cuales la firme y constante doncella estaba firmemente muy fundada. En sus manos tenía un devoto crucifijo, contra el cual, con grande agonía, tendía la lumbre de sus hermosos ojos, con una letra que decía:

Firmeza tiene sellado

mi coraçón con la fe

de aquél que muerto fue

en esta cruz y clavado.

En mi pecho está un traslado

de su muerte y su pasión

que me cerca el coraçón

y me aparta del pecado.


De esta manera y acompañada de muchas dueñas y doncellas venía la Fe a visitar a la Razón a la fuente de los armados gigantes.

La Esperança, doncella muy hermosa y niña, sus hermosos y rubios cabellos traía presos con una redecica de seda verde. Sobre ella ponía una corona de plata, esmaltadas por ellas muchas y muy preciadas piedras verdes. Vestía muy preciadas ropas de terciopelo verde, aforradas en raso dorado con espesas cortaduras a manera del sol por donde el dorado raso se parecía. En sus blancas manos tenía una tabla guarnecida de un cerco de fino oro. La tabla era de cedro. Estaba esculpido en ella el final y universal juicio y común resurrección de los hombres, con una letra en torno en esta manera:

No menos que Job espero

el universal juicio

y que el gran Dios verdadero

dará galardón entero

al que le ha hecho servicio.


Entre otros servidores, acompañaban a esta muy apuesta doncella un escudero llamado Premio. Vestía ricas ropas coloradas, aforradas en pieles. En sus manos traía dos preciosas piedras; la una, tan clara que en el día y más en la noche daba de sí eran resplandor. La otra era negra y parecía lançar de sí tinieblas y oscuridad, con una letra que así decía:

La piedra de claridad

que representa la gloria

doy al que obra bondad.

Al que comete maldad

doy la negra y su memoria.


De esta manera, sobre un hermoso caballo bien entoldado y guarnecido de verdes guarniciones, venía la Esperança a visitar a la Razón a la fuente de los gigantes.

La Caridad, doncella de grande autoridad, su rostro amoroso, venía sobre un caballo dorado, arreado de un rico sillón guarnecido de fino oro, esmaltados por él algunos carbuncos y muchos rubíes. Las cubiertas y guarniciones de carmesí pelo. En sus pechos traía un pelicano broslado sobre su nido asentado, rompiendo con su pico sus entrañas, cebando con sus carnes y sangre sus propios hijos. Tomando para sí enfermedad, por sanar los que había engendrado, y buscando para sí la muerte, procuraba para los hijos la vida. Esta amorosa y generosa doncella traía los braços abiertos como que a todos quería con fraternal y casto amor meter en sus entrañas. Vestía ricas ropas de preciada purpura con una bordadura por lo bajo de fino y tirado oro y unos lazos que ataban la preciosa púrpura con el resplandeciente oro y una letra:

El pecho muy encendido

en caridad fraternal

eterno gozo inmortal

le tiene Dios prometido.

Sólo aquel escogido

que abrasa su coraçón

en el fuego de afición

de Dios virgen nacido.


Acompañaba a esta amorosa y graciosa doncella, entre otras dueñas y doncellas, una que se llamaba Benevolencia, doncella de grande apostura y extremada beldad. Vestía ricas ropas de terciopelo morado, aforradas en carmesí raso con unas cuchilladas a manera de coraçones que descubrían el raso y una letra que decía de esta manera:

Gran virtud es bien amar

amando con limpio amor.

El pago que se ha de dar

por sumo remedar

es la vista del Señor.


De la manera que habéis oído, venían las tres generosas doncellas Fe, Esperança y Caridad a visitar a la Natural Razón. Y, como ya os dijimos, llegaron a la floresta donde estaban armadas las tiendas de las desterradas doncellas, sin ellas saber cosa alguna de su no pensada venida, donde fueron bien recibidas con corteses y galanas palabras; y como las hórridas tinieblas de la obscura noche, peleando con la clara luz del día la llevaban de vencida, y la hora de cenar era llegada, las mesas fueron puestas, donde las veinte generosas y desterradas doncellas fueron bien servidas de lo necesario para la conservación de la humana vida. Y como las tablas fueron alçadas, cada una de aquellas magníficas doncellas, acompañada de sus sirvientes, con muchas lumbres se fueron a dormir y reposar a sus ricas tiendas.

 

Capítulo L

De una habla que hizo la Prudencia en presencia de las desterradas doncellas en la tienda de la Razón.

Ya el claro sol del tercero día con su nueva luz los verdes campos cubría y con sus dorados rayos las olorosas flores alegraba, cuando las veinte desterradas doncellas, Razón, Prudencia, Fortaleza, Constancia, Temperancia, Castidad, Virginidad, Vergüença, Honestidad, Verdad, Liberalidad, Lealtad, Paz, Paciencia, Humildad, Obediencia, Religión, Fe, Esperança y Caridad, levantándose de sus ricos lechos y dejando sus ricas tiendas, vinieron a la muy preciada tienda de la Natural Razón, donde a todas pareció que sería bien que hablasen sobre el negocio que entre manos tenían, pues de ahí a tres días se había de hacer en él el principio; para lo

cual mandaron salir fuera los servidores y escuderos, salvo al Caballero del Sol, el cual era presente a todos sus hechos públicos y secretos porque pudiese dar verdadero testimonio de todo, como testigo de vista, a todos los moradores de la tierra, así por palabra como por escrito, según la sabia Prudencia se lo había de dar todo compilado.

Después de esto pasaron notables palabras y grandes cortesías sobre quién tomaría la mano en hablar, pero en fin, después de grandes alteraciones, todas fueron de voto que la sabia Prudencia hablase y dijese su parecer sobre lo que se debía hacer en el negocio començado, la cual obedeciendo al mandamiento de aquellas señoras dio principio a tales palabras.

Habla de la Prudencia.

Desterradas doncellas, yo la desterrada Prudencia, por la Natural Razón, que está presente, guiada, fui de parecer en el principio de nuestro destierro que, haciendo nuestro viaje por la herbosa senda de la doncella Trabajosa Vida con tantos trabajos como en ella hemos sufrido, viniésemos al Campo de la Verdad, donde la poderosa y igual Justicia al presente está, para que por ella fuésemos desagraviadas del gran tuerto que nos tiene hecho el perverso y maligno Mundo, desterrándonos como tirano de la compañía de los racionales hombres; en la compañía de los cuales nuestro Criador nos dejó desde que formó a nuestro primer padre Adán, de lo cual no soy arrepisa. Ante pienso llevar por mi parte al cabo este hecho, ca gran locura sería, después de tantos trabajos padecidos, rehusar el premio y después de andado el camino, no llegar al lugar deseado, y aún, si así no lo hiciese, decírsela por mí que puse la mano al arado y volví la cabeça atrás.

Por tanto, generosas doncellas, si sois de este voto, como continuo habéis sido, mostrado y platicado, porque nuestros trabajos hayan brevemente el fin deseado, debémonos juntar todas como un colegio y un cuerpo, pues nuestro contrario es uno, y seguir esta causa juntamente de consumo, y pues el agravio todo es uno y el contrario es uno, presentaremos todas una acusación y habremos una sentencia que aproveche tanto a todas como muchas a cada una. Porque, si de otra manera se hiciese, unas acusaciones con otras y unos escritos con otros se enrredarían y inculcarían en tal manera que muy tarde y con gran dificultad hayamos apartadas, justicia de nuestro derecho, lo que siendo juntas con brevedad alcançaremos; para lo cual, debemos ordenar una petición para presentar el primero día del señalado juicio, por la cual pidamos que el tirano Mundo sea llamado al Campo de la Verdad porque contra él pretendemos presentar una criminal acusación, pidiendo juntamente seamos restituidas en nuestra antigua tierra y compañía de los vivientes hombres.

Y esto debe ser así intentado, y no civilmente, porque si criminalmente no le acusamos pecaríamos contra nuestra bondad y cometeríamos gran yerro contra Dios. Como aquel sumo sacerdote Heli, que fue con repentina muerte castigado porque no corregía y castigaba los excesos y pecados de sus hijos, puesto que él en sí fuese muy bueno, porque no es menor bien castigar lo malo que loar y galardonar lo bueno, y tan provechoso es quitar un hombre malo de la república como traer un varón bueno y sabio, porque si el sabio con su bondad y doctrina y buen ejemplo convierte a bien vivir a muchos, el malo, con su maldad daña a todos, y como oveja sarnosa estraga todo un rebaño. Así el malo con su mal ejemplo estraga una república.

Por estas razones me parece a mí que debemos tomar este camino para seguir nuestro hecho y alcançar derecho. Remitiéndome siempre a la común y mejor sentencia y parecer de las vuestras mercedes.

Muy bien pareció a todas aquellas doncellas lo que la sabia Prudencia había hablado y, viniendo en aquel parecer, acordaron de se juntar ahí otro día adelante para haber su consejo sobre el ordenar de la primera petición, porque siendo el principio acertado no podrían carecer de buen fin.

Lo cual así concertado, salieron las desterradas doncellas de la tienda de la Razón por ir a pasear por la floresta. Sin más aguardar, acompañadas de sus damas y doncellas, començaron de andar entre los estraños árboles, notando su diversidad y su estrañeza, cortando de las sabrosas guirnaldas. De esta manera anduvieron gran rato hasta que llegaron a una fuente de viva agua que entre unas piçarras y arboles nacía, en la cual acostumbraban a beber los animales de aquella floresta. Pues como las generosas doncellas fuesen algo cansadas y el claro sol encumbrado en lo más alto del cielo con sus contrarios y encendidos rayos las tierras apremiase con excesivo calor, viendo el lugar aparejado para sestearse asentaron en torno de la dulce fuente debajo de los sombrosos árboles. Y como ahí reposasen, a poco rato, manadas de diversos animales, con la calor fatigados, concurrían a se refrescar y beber en la dulce y acostumbrada fuente. Pues como las desterradas doncellas conocieron que tenían la fuente y el paso a los brutos y tímidos animales, mandaron a sus escuderos y servidores se pusiesen con mucha orden en parada entre los espesos árboles y, como los animales viniesen a la deseada fuente, con hurtados pasos rodeándolos los acometiesen por tomar recreación y por si harían alguna caça. De esta manera los escuderos y otros criados de aquellas doncellas se escondieron entre las espesas matas. Esto no era bien hecho, cuando muchos animales con ligeros pasos vinieron a la viva fuente; pero como fueron dentro en la celada, cada uno, según que le era mandado, salió de su encubierto lugar y con gran sobresalto cercaron unos los tímidos animales, otros començaron de correr tras ellos. Ahí viérades los ciervos cojos de los palos arrojadizos, los gamos saltar por entre los de cerco, las liebres huir de acá para acullá, los conejos por el semejante. Cosa era maravillosa mirar la multitud de los animales corriendo de unas partes para otras como escuadrón desbaratado. Los que huían de los que guardaban el cerco caían en manos de los que andaban por medio. Algunos de los más ligeros animales por se escapar saltaban por los que guardaban el cerco dando a veces con ellos en tierra, por do salía uno saltaban y huían todos. De esta manera se continuó la caça un rato hasta que ya los animales eran los más huídos y los otros escondidos. Las hermosas doncellas mandaron recoger la gente, ca recoger la caça no era menester, porque sino era alguna liebre o conejo que con algún garrote arrojadizo fuese muerta, los otros mayores animales bien se sabían guardar y huir. Diciendo esto, porque ya las obscuras tinieblas de la noche con su apresurada venida amenazaban a la clara luz del día, se levantaron y se tornaron para las ricas tiendas donde dieron descanso al trabajoso pasado.

Capítulo LI

Cómo las veinte doncellas desterradas, después de habido consejo, se partieron para el Campo de la Verdad y de las cosas maravillosas que ahí vio el Caballero del Sol.

Ya en el cuarto día el claro Febo con su dorada corona y quemadores rayos por el acostumbrado camino sobre las tristes tierras parecía, cuando las cuatro doncellas Tubeas puestas a la fuente de los gigantes començaron tan dulce y acordado son con sus doradas trompas que las desterradas doncellas, despiertas con el dulce son de la acordada música, conociendo ser llamadas para haber acuerdo sobre su hecho, se venían acompañadas de sus servidores para la tienda de la Razón Natural; y, como ahí fueron, començaron de hablar sobre la orden que debían tener en su negocio, donde cada una por su orden habló cosas maravillosas y dio razones muy vivas y concluyentes en el caso, las cuales aquí no se escriben porque era menester començar nueva historia. Pero en fin, vistas las razones y alegaciones de cada una, las cuales todas se endereçaban a un fin, encomendaron la orden de la petición a la sabia Prudencia, para que visto lo que ahí se había platicado, tomando consejo con su parecer, ordenase la petición; de manera que se buscase toda la brevedad que en aquel caso se pudiese tener.

La Prudencia aceptó la encomienda y mandado de las desterradas doncellas, diciendo juntamente que sería bien, pues que ya estaban en el cuarto día del aplazado juicio, que se fuesen a entrar al Campo de la Verdad, porque reposando el quinto día, el sexto saliesen a la aplazada audiencia.

Bien pareció a las desterradas doncellas lo que la sabia Prudencia decía y, como la hora del comer ya se allegaba, las tablas fueron puestas y todas las desterradas doncellas comieron ese día juntas donde fueron servidas tan altamente como a tan generosas doncellas convenía.

Después que las tablas fueron alçadas, las sabias doncellas se salieron a la fuente de los armados gigantes, y las cuatro doncellas Tubeas vinieron a esa hora y començaron de tocar sus doradas trompas tan dulcemente que cosa era asaz maravillosa de oír. Ahí estuvieron las desterradas doncellas oyendo la acordada música, hablando asimesmo en muchas cosas y, como llegó la hora de caminar, mandando adereçar lo necesario, las discretas doncellas, cabalgando en sus muy preciados caballos, tornando al muy ancho camino de las cristalinas columnas, començaron a caminar derecho al Campo de la Verdad. Y como cerca llegasen, la Natural Razón y el Caballero del Sol, su aguardador, pudieron ver la grandeza que representaba y su estraña hechura y su apacible y deleitoso asiento.

Estaba asentado en un muy espacioso valle cubierto de muchas olorosas flores tan diversas y de tantas diferencias de colores como la polida aurora mensajera del sereno día, en aquel tiempo que el hermoso Toro comiença de mostrar sus dorados cuernos suele pintar el ancho cielo con su apresurada corrida. Rodeaba este campo un muy hondo y grande río de muy clara y dulce agua, con sola una puente ancha y larga estrañamente labrada de blanca y muy preciada piedra, tan clara cual otra joya jamás se había visto. En los antepechos de esta puente estaban entretalladas figuras de romeros hermitaños y de otros estados de gentes, así como de aquellos que sembraron su haber entre los pobres y de los que anunciaban el Evangelio a los reyes, príncipes, sabios y idiotas y de todos estados y condiciones de hombres. El suelo de la puente estaba losado de hermosas piedras verdes y coloradas tan sutilmente asentadas que apenas juntura se parecía. En la entrada de la estraña puente, sobre un hondo y firme cimiento, estaba asentada una grande y cuadrada piedra llana, como una de las losas a la igual alto de ellas, de color azul, de grande valor y estrañeza. Era tan grande que tomaba todo el ancho de la estraña puente. Sobre cada esquina de la estraña piedra estaba una figura de fiero y disforme animal y de estraña grandeza, esculpidos todos cuatro de piedra bermeja. El primero tenía forma de real y poderosa águila, el segundo de fiero toro, el tercero de muy bravo león y el cuarto de humano hombre. Estos cuatro animales estaban adornados de grandes y hermosas alas alçadas en alto como que querían tomar vuelo. Sobre todos cuatro estaba asentada otra estraña piedra verde de la mesma grandeza y forma de la de abajo. Sobre esta piedra estaban doce columnas de claro cristal, tan altas que cosa era de gran maravilla cómo podían sustentar el grande edificio, que sobre ellas estaba fundado. Porque encima de ellas estaba fundada y asentada otra piedra colorada de la forma y grandeza de las dos de abajo. Esta piedra era de tan viva color que vivas llamas parecía n salir de ella. Sobre esta tercera piedra estaba fundada una maravillosa torre de tres ángulos, divinamente obrada, de piedra de color celeste, tan clara y preciosa que otra cosa mejor no se podía pensar. En torno de la triangulada torre había esculpidos gran número de ángeles, querubines y serafines de diversas colores tan sutilmente obrados que parecían andar volando en torno de la celestial torre. En lo alto de la espantosa torre, en las tres esquinas, estaban tres imágenes de grande grandeza y estraña hechura y gran valor. La una vestía ropas azules de gran precio y estrañamente obradas; la otra las vestía claras no de menos valor y estrañeza que las de la primera. La otra vestía ropas coloradas de tan estraño y maravilloso color que rayos del claro sol parecían salir así de su gesto como de su vestido. Las cabeças de las tres divinas imágenes cubrían tres coronas de fino oro. En cada una de las coronas, sobre la frente de la imagen, estaba esmaltada una preciada piedra de tanta claridad que toda la gran torre esclarecían en tal manera que en medio de la oscura noche no había necesidad de alguna lumbrera para ver todo el edificio. De sus manos colgaban tres cadenas, cada una de tres colores, azul, verde y colorado. Estas cadenas bajaban hasta lo más bajo de la torre y ahí estaban presas en la piedra azul del fundamento con tres argollas de blanca plata, de tal manera que claro parecía que las tres imágenes con sus cadenas substentaban el superbo y maravilloso edificio de la estraña torre. Sobre lo alto de esta torre estaba un chapitel maravillosamente obrado de tan varias y diversas colores que no había vista de humano hombre que en alguna de ellas se osase ni pudiese determinar. En la cumbre del chapitel estaba formado un redondo mundo de muy luciente oro. Sobre el dorado mundo estaba de pies una estraña imagen tan maravillosa y divinamente obrada que no había humano hombre que a derecho la osase ni pudiese mirar, tanta era la magestad que su rostro y divinas ropas representaban, las cuales ropas estaban por tal arte hechas venteadas y de tan no vista color, que cuanto más contra la divina imagen la lumbre se tendía tanto más en ella el mirador embebecían y como enagenado de sí mesmo quedaba. Sobre su cabeça tenía una gran corona de fino oro maravillosamente obrada, esmaltadas por ella tantas y preciosas piedras, tan ricas y de tanta claridad, que todo el espacioso valle alumbraba. Los braços tenía tendidos, las manos abiertas, las palmas hacia bajo en tal manera las tendía sobre la estraña torre que si las alçara o cogiera, bien claro parecía que vendría a tierra todo el hermoso edificio de la maravillosa torre; porque, puesto que con las manos ahí no tocase cosa alguna, pero bien conociera cualquiera de sutil entendimiento y claro juicio que en aquellas manos había tanta virtud que ellas sustentaban todo el edificio. De esta manera estaba formado el edificio de la maravillosa torre de la entrada de la ancha y hermosa puente.

Un poco ante de esta divina torre estaban dos columnas de cristal, poco apartada la una de la otra. Sobre ellas estaban dos imágenes, caída la una contra la otra y, tocándose de los hombros la una ayudaba a la otra, no a caer y a se levantar. De la una mano a la de la otra colgaba una tabla de incorrupto cedro en la cual estaban entretalladas y llenas de fino oro estas letras: C C P S A P. La primera C decía corde, la segunda C contrito, la P perge, la S decía securus, la A alias, la postrera P decía peribis; lo cual todo en castellano quiere decir: Si tienes el coraçón limpio de pecado pasa seguro, de otra manera morirás.

Pues como a la tabla de las acostadas imágenes las desterradas doncellas llegaron, la sabia Prudencia en alta voz leyó y declaró las letras de la tabla, en la manera arriba dicha, y la Razón, con amorosa voz, dijo estas palabras: Buenos caballeros, damas y doncellas y escuderos, cada uno meta la mano en su seno y si se halla culpado no pase adelante, porque en la torre que delante veis está un valiente caballero llamado Rigor, puesto por la divina justicia, de cuya mano recibirá arrebatada y cruel muerte.

Dichas estas palabras, pasando por las cristalinas columnas de las dos imágenes, las desterradas doncellas juntamente con sus servidores, començando de pasar por la maravillosa torre, caminaron por la ancha puente hasta llegar a la puerta del estraño muro del deseado Campo de la Verdad, el cual estaba cercado de un alto muro fabrica o de tres maneras de piedras, azules, verdes y coloradas. El muro era alto y bien almenado, ca las almenas estaban ordenadas de tres en tres, tres verdes, tres azules y tres coloradas; cada uno era de una pieça sola. Sobre ellas estaban tallados muchos serafines tan sutilmente y bien ordenados que parecían andar revolando sobre el alto muro. En este estraño muro, sobre la puente estaba una grande y estraña puerta en la cual había cuatro pilares maravillosamente obrados, cada uno de una pieça, y eran tan altos que al alto muro igualaban. El uno era negro y el otro blanco, el otro colorado y el otro claro. En cada uno estaba una grande y sola letra dorada, en el negro estaba una C, en el dorado otra C, en el claro una S y en el blanco una Y griega. Las puertas de esta gran puerta eran de blanca y muy olorosa madera. Estaban esculpidas por ellas el sol y la luna con muchas estrellas tan propiamente que gran cebo era para los ojos mirarlo. Ante la estraña puerta estaba una columna colorada con un galano escudo verde y unas letras que así decían: El que quisiere entrar en el Campo de la Verdad conviene que lleve los cuatro pilares de las cuatro doradas letras a cuestas, como Sansón sacó al monte las puertas de la ciudad de Gaza.

Luego que a la colorada columna y verde escudo las desterradas doncellas llegaron, la sabia Prudencia leyó las letras del escudo en alta voz y la Natural Razón, volviendo su apacible rostro contra el Caballero del Sol y todos los servidores y gente de las desterradas doncellas, en esta manera dijo: Animoso caballero y muy noble compaña, no tengáis por imposible el poder hacer lo que dicen las letras del verde escudo, para lo cual sabed que en las cuatro columnas hay cuatro letras como dende aquí veis, la de la columna negra es C y dice contrición, y la de la columna colorada también es C y dice confesión, la de la columna clara es S y dice satisfación y la de la blanca es Y quiere decir inocencia. Agora pues, mirad que los pilares que habéis de llevar han de ser estas cuatro cosas que las letras de las columnas dicen, las cuales juntas son: contrición, confesión, satisfación y inocencia. Pruébese pues cada uno a sí mesmo, ca no podrá entrar en el deleitoso Campo de la Verdad sin estas cuatro cosas.

Dichas estas palabras por la Razón Natural, las desterradas doncellas llegaron con su compaña a las blancas puertas y la Humildad començó de herir las aldabas, a cuyos golpes el portero, llamado Sindéresis, se paró a una pequeña ventanica que en las puertas, con una dorada reja, había y dijo así:

-¿Quién es el que llama a las blancas puertas del Campo de la Verdad?

La sabia Prudencia respondió:

-Somos las desterradas doncellas que venimos acompañando a la Natural Razón.

Sin mas aguardar, luego en el mesmo punto, las puertas fueron abiertas, por las cuales las desterradas doncellas y sus servidores con muy crecido placer y alegría començaron a entrar en el deseado y espacioso Campo de la Verdad, maravillándose mucho el Caballero del Sol de las ricas y estrañas moradas que ahí había, cuya diversidad de edificios, si aquí se hubieran de escribir, hubiera necesidad de començar como de nuevo, ca ningún hombre mortal bastaba para lo pensar y notar, cuanto menos escribir así que, mas por no hacer en la escritura muchas faltas, faltando el ingenio, que no por la prolijidad, dejaré de lo escrebir aquí.

Después que hubieron andado un muy gran rato por el Campo de la Verdad, las desterradas doncellas, cuyas calles eran losadas todas de losas blancas y coloradas, llegaron a una muy gran plaça que en el medio del Campo se hacía, toda redonda de mucho espacio y grandeza. Estaba toda rodeada en torno de muy grandes y estrañas moradas, las cuales eran dadas por aposento a las desterradas doncellas y a sus servidores.

Hacia la parte de oriente estaba un muy grande y estraño palacio, muy torreado y divinamente obrado, tanto que era maravilla de lo ver, en el cual tenía su aposento la divina justicia.

Entrando, pues, por la redonda plaça las desterradas doncellas acompañaron a la Natural Razón hasta su posada, la cual estaba cabo el palacio de la divina justicia, donde pasaron grandes cortesías y, despidiéndose, cada una se fue a recoger a su posada, se un que ante señaladas estaban. Y como ya a esa hora el claro sol su muy acostumbrado camino había corrido, dejando ocupar las tierras de las obscuras tinieblas de la negra noche, en la morada de la Razón las mesas fueron puestas, donde fue bien servida, preguntando siempre al Caballero del Sol de las cosas que ese día había visto si las tenía notadas y recogidas a la memoria para las poder referir. Mezclando estas con otras provechosas palabras, pasaron una pieça de la noche y, como la hora del dormir fuese llegada, la Natural Razón se recogió a su muy rico aposento.

El quinto día por la mañana, la muy proveída Razón, por ser nuevamente venida al Campo de la Verdad, pareciéndole que sería muy mala criança y poco comedimiento no ir a visitar a la poderosa justicia, envió al Caballero del Sol a saber si era hora oportuna para la visitación. El Caballero del Sol hizo luego con mucha diligencia el mandado de la Natural Razón y sin tardar volvió haciéndole saber cómo la hora era muy conveniente para la visitar, porque la muy poderosa justicia andaba en un jardín de su morada paseando por tomar el frescor de la dulce mañana.

Oídas las palabras del Caballero del Sol, la Razón Natural bien adereçada de muy ricas ropas y acompañada de sus doncellas y servidores, se fue a pie, ca muy cerca de allí estaba el palacio de la poderosa justicia, según vos decimos, donde le halló en el muy fresco jardín entre sus hermosas doncellas y, como delante de ella llegó, hincando las rodillas en el suelo, con humilde y debido acatamiento le besó las manos. La poderosa justicia recibió a la Natural Razón con alegre cara y, pasando entre las dos muchas y muy amorosas palabras, se sentaron cabe una muy dulce y clara fuente, donde estuvieron una pieça hablando en muchas cosas, hasta que llegándose la hora del comer, la Razón Natural se quiso despedir, pero la divina justicia no lo consintió, ante la hizo quedar a comer consigo, donde pasaron en mucho placer y regocijo aquel día.

Capítulo LII

Cómo el sexto día aplazado salió la justicia a audiencia y de una habla que hizo y de la respuesta que dio la Prudencia.

Ya el muy claro sol, en el sexto día aplazado, con sus nuevos y claros rayos los muy hermosos y verdes campos alumbraba, cuando de la rica morada de la igual y divina justicia salieron ocho doncellas con sus dorados cabellos sueltos, con guirnaldas de laurel en sus cabeças. Vestían ricas ropas azules, sembradas por ellas muchas madejas de oro. Traían en sus manos sonorosas y doradas trompas y començaron de las tocar tan dulce y acordadamente que más divina música que humana parecía.

Las desterradas doncellas, como en la plaça tuviesen sus moradas, avisadas con la acordada música, conociendo ser señal del señalado juicio y primera audiencia que se había de hacer en ese mesmo sexto día, con la mayor priesa que pudieron, adereçadas con ricos paños, acompañadas de sus servidores, se vinieron ante el rico alacio de la justa Justicia y, como las desterradas doncellas ahí llegaron, las músicas doncellas salieron sobre unos muy galanos palafrenes y tras ellas començaron a salir los criados y servidores de la justicia, entre los cuales salieron dos señalados. El uno se llamaba Reposo y el otro Concierto.

El Reposo era hombre de mediana edad, su gesto muy sereno y asaz grave, su vestido era muy honesto y largo. Traía sus braços cómodamente tendidos juntos al cuerpo y las manos clavijadas la una con la otra. Por adura traía en su vestido una letra que decía de esta manera:

Las reposadas palabras

y los pasos con concierto

al rudo hacen despierto.


De esta manera salió el Reposo, cabalgando sobre un caballo morcillo.

El Concierto era algo más antiguo, bien comedido y bien criado, de gentil cuerpo y facciones de rostro. Vestía ropas verdes aforradas en raso amarillo con unas cuchilladas [por las] que se parecía el raso, y una letra:

La habla bien concertada

es traslado

de ser el hombre letrado.


De esta manera salió el Concierto, sus ropas bien adereçadas, con gentil meneo, sobre un caballo rucio rodado.

Tras estos escuderos salieron las doncellas, entre las cuales venían dos cuyos nombres eran Piedad y Benignidad. Sus hermosos gestos y las colores y modo de su vestir declaraban las condiciones de sus escondidos coraçones. Vestían las dos verde claro aforrado en raso encarnado con unas pequeñas cuchilladas y una letra que decía así:

El raso aforro encarnado

no empece

que lo verde claro vence.


De esta manera salieron las dos doncellas Piedad y Benignidad, cabalgando sobre dos palafrenes bayos con sendos ramos de olivo en las manos.

Tras estas hermosas doncellas salieron la Autoridad y la Gravedad, doncellas de dispuestos cuerpos y severos y graves rostros, muy reposadas y de mucho crédito, sobre dos hermosos caballos castaños, vestidas de ropas largas y negras aforradas en raso azul, con unos bocados redondos por donde se parecía lo azul, y una letra que en esta manera decía:

Nosotros autorizamos

a los que tienen saber

para darse a conocer.


Tras estas salieron otras dos, llamadas Majestad y Grandeza, doncellas muy apuestas y de gran hermosura. En sus angélicos gestos representaban la generosidad, que sus coraçones tenían. Los dorados cabellos traían vueltos por sus cabeças, cogidos con garvines azules. Sobre ellos ponían hermosas coronas de flores coloradas y amarillas. De sus blancos y largos cuellos colgaban ricas cadenas de fino oro con muy preciadas piedras entrepuestas. Vestían estrañas y muy ricas ropas de raso dorado con espesas bordaduras de hilo de oro y unos lazos de oro de martillo, y una letra:

La majestad y grandeza

bien conserban la bondad

y con rigor y aspereza

dan castigo a la maldad.


De la manera que habéis oído salieron las dos doncellas Majestad y Grandeza cabalgando sobre dos grandes caballos alazanos ricamente guarnidos.

Luego a la hora tras estas dos galanas doncellas salió la justa justicia sobre un estraño y hermoso carro de cuatro ruedas de cedro maravillosamente labrado. En la una rueda estaba esculpido el Temor, la color perdida, el vestido amarillo y las manos sobre la cabeça, el coraçón desasosegado, con un letrero que así decía:

Jamás por temor torció

punto ni hora

la vara de esta señora.


En la segunda rueda estaba tallado el Presente, hombre rústico sin bonete, el cabello muy erizado, la boca abierta, vestido de verde claro, colgadas de las manos perdices y conejos, con una letra que de la boca le salía:

Vera y igual justicia

que rehúsas el presente

por cierto que te he codicia

menospreciar la avaricia

como tú siendo potente.


En la tercera rueda estaba labrada la Amistad, vestida de coloradas ropas, un coraçón apretado en la derecha mano, con semblante que le daba a su amigo, y una letra que así decía:

Jamás dio causa amistad

en público ni secreto

a que tu grande bondad

quebrantase la igualdad

de tu peso justo y recto.


En la cuarta rueda estaba esculpida la Enemistad, la cara rugosa verdinegra, los dientes largos, vestida de encarnado. En las manos tenía un coraçón sangriento y mordíale con los largos dientes en tal manera que con manos y boca procuraba de le despedaçar, con una letra en torno que decía así:

La enemistad vencida

por la potente justicia

ha dado tan gran caída


que del todo está surgida

su crueza y su malicia.


Toda la otra madera del carro era de palma, tan bien obrado que era cosa maravillosa ver los salvajes, animales y aves que ahí estaban esculpidos. Sobre este hermoso carro estaba una silla de lináloe barreada de unas barras de fino oro estrañamente labradas con dos pomas de oro en lo alto del respaldar. Sobre esta rica silla venía sentada la poderosa Justicia, su hermoso rostro tan sereno, grave y honesto que gran majestad representaba. Sus dorados cabeos traía avueltos por la cabeça con mucho concierto cogidos con un garvín de fino oro. Sobre él ponía una corona de oro maciço bien labrada, con tres medios círculos del mismo oro que por lo alto atravesaban, esmaltadas por ellos y la corona de preciosas piedras de gran valor. En el medio de lo alto de la corona, sobre los círculos y una piedra verde, estaba una imagen del Salvador resucitado, coronado de una corona de oro, con una piedra de gran valor y claror tanto que de noche tanta claridad echaba de sí como un blandón de cera de cuatro pabilos. Vestía la poderosa justicia ropas de terciopelo dorado con espesas bordaduras de oro de martillo aforradas en raso verde con unas cuchilladas entre bordadura y bordadura a manera de estrellas. Sobre estas ropas cubría un manto de fin púrpura. En la derecha mano traía una espada desnuda, alçada en alto, torcido por ella un ramo de olivo con una letra en esta manera:

La blanca espada castiga

los perversos malhechores.

El ramo de verde oliva

a las veces los mitiga

la pena de sus errores.


De su siniestra mano colgaba una dorada y igual balança con un letrero que así decía:

Con igual balança peso

al pobre y potente.

Acorto siempre el proceso

pronuncio con mucho seso

la sentencia justamente.


El muy preciado carro tiraban cuatro unicornios a los cuales guiaban la Rectitud y la Igualdad que iban a los pies de la poderosa justicia con sendos açotes en sus derechas manos con que castigaban y regían los unicornios por derecho camino. Vestían entrambas ropas de terciopelo naranjado sin otra mezcla ni labor. La igualdad llevaba en la siniestra mano un compás y en torno de el un letrero que decía así:

El círculo compasado

medido con muchas artes

igual siempre le he hallado

igualdad siempre ha guardado

la justicia entre las partes.


La Rectitud tenía en su siniestra mano una pauta con una letra que decía en esta manera:

Por igual gobierno y rijo

las aldeas y ciudades

al mayor y al más chico

al más pobre y al más rico

todos los hago iguales.


Con tal compañía, como habéis oído, salió la poderosa doncella justicia de su rico palacio, donde fue recibida de las desterradas doncellas que atendiéndola estaban con la veneración y acatamiento que a tan alta doncella debían. La justa justicia las recibió con apacible cara y amorosas palabras y, guiando la Rectitud y la igualdad los unicornios por la plaça adelante, llegó el carro a la otra parte de la gran plaça ante un rico y costoso trono y estrados que ahí para la audiencia de la poderosa justicia estaba fabricado. Delante el preciado trono estaban dos columnas, la primera muy alta de piedra bermeja. Sobre ella estaba una imagen de Cristo crucificado con un letrero que decía de esta manera:

Ten delante de tus ojos

al Criador

y jamás harás error.


La segunda columna y más baja, era de piedra blanca. Sobre ella estaba esculpida una imagen de la Conciencia con muy claro y hermoso gesto, vestida de blanco, cubierta de un manto de luto. En la derecha mano tenía una lima de hierro. Los pechos tenía descubiertos a la parte del coraçón y en ellos la mordía una culebra llamada Sindéresis, pintada de mil colores, con una letra en torno que así decía:

La conciencia siempre acusa

al que su pecado excusa.


Luego que la poderosa Justicia hubo llegado al trono, bajando del preciado carro con ayuda de sus servidores, se subió a sentar a la acostumbrada silla y las desterradas doncellas, cada una según su merecer, se sentaron en los estrados y luego se sentó un secretario, llamado Misericordia, un fiscal, llamado Rigor, un portero, llamado Diligencia. Pues como la poderosa justicia fue sentada en su trono, y la gente asegurada, con espaciosa y reposada voz alta principio dio a tales palabras:

Habla de la justicia hecha a las doncellas desterradas.

Generosas y desterradas doncellas, no puedo sentir tanto pesar sintiendo vuestro trabajo, conociendo vuestro destierro, considerando vuestra fatiga y salida de vuestra tierra, que el regocijado gozo y crecido placer y aventajada alegría de ver tan noble compaña y generoso ayuntamiento en este Campo de la Verdad no le sobrepuje y vença. Y así, el crecido dolor, sobrepujado con el inmenso gozo, se encubre dejando de ejecutar su oficio el menor en presencia del mayor. ¡Oh, sabias doncellas, que jamás os hallastes sino en compañía de santos varones, sabios, generosos, virtuosos y religiosos, y entre discretas y castas doncellas y honrradas matronas. Siempre huís la compañía de los malos, soberbios, lujuriosos y necios. Continuo fuisteis amigas de lo bueno y muy enemigas de lo malo. Escogéis la virtud y desecháis el hediondo y abominable vicio. Huís lo dañoso y abraçáis lo provechoso. Jamás en vosotras se halló mal, ni cosa que le parezca, ni de que mal seguir se pueda! ¡Oh, dichosos y bien formados estrados, si entendimiento tuvieses para conocer el bien que substentáis! ¡Oh, cuán venturosos se pueden llamar los que de tan virtuosa y generosa compañía pueden gozar! ¡Oh, desventurados y mal fortunados los que vuestra noble compañía huyen! Por cierto, yo por muy dichosa me tengo por hallarme entre tan nobles doncellas, porque, puesto que me deba doler de vuestro destierro, más razón hay para que me goce pues él ha sido causa que yo pudiese gozar y conversar [con] tan sabia compaña de castas doncellas, No os pese, generosas doncellas, por haber venido a este Campo de la Verdad ni por hallaros en estos estrados, porque el Papa parece bien en Sant Pedro de Roma vestido de sus paños papales, el Obispo en su catedral iglesia, el Emperador en la silla de su imperio con su rica corona y imperial cetro, el caballero en el campo vestido de muy lucientes armas y el labrador en la heredad encomendando las semillas a la criadora tierra, y el juez en la silla juzgando, y el agraviado en juicio pidiendo derecho del tuerto agravio y sinrazón que le es hecho, el acusado en la cárcel y el malhechor en el tormento. En este Campo hallaréis la Verdad, en estos estrados la justicia. Pedid lo que queréis, declarad la causa de vuestro destierro, no encubráis la persona del agraviador, ca gran deseo tengo de lo saber y con atención lo quiero oír y con la pena rigurosa al culpado castigar.

De la manera que habéis oído, la poderosa Justicia dio fin a sus sabias palabras; lo cual oído por las desterradas doncellas y visto por la sabia Prudencia, tomando la mano, con la licencia de las desterradas doncellas hizo principia a lo que se sigue.

Respuesta de la Prudencia en nombre de las doncellas desterradas.

Poderosa Justicia, tus muy sabias razones dan claro testimonio de tu gran bondad y tus sutiles palabras descubren tu subida sabiduría. Tu muy dulce habla nos ha puesto en obligación, la cual no sé cómo podamos servir si la voluntad no nos tomas a cuenta. El dolor de nuestro miserable destierro se nos ha convertido en entero gozo por nos hallar en tu muy dulce compañía. El trabajo del largo y áspero camino se nos ha tornado descanso por nos hallar en este Campo de la Verdad. La congoja que en el caminar traíamos se ha vuelto en sosiego, conociendo tu sano deseo, tu limpia voluntad y tu derecho juicio, tu recta justicia y tu igual sentencia, lo cual todo ha sido causa que la desesperación se nos ha convertido en cierta y regocijada esperança de cobrar lo perdido y quedar con ganancia de haber conocido la más generosa y poderosa señora que jamas visto habíamos. La causa de nuestro destierro yo la quiero declarar, al que nos desterró yo le quiero acusar, el trabajo de nuestro camino yo le quiero decir.

Tres cosas fueron causa de nuestro destierro: el descuido y el olvido y el menosprecio. El descuido ha sembrado en los coraçones de los hombres negligencia, la negligencia causó pereza, la pereza engendró torpeza de ingenio, y la torpeza apartó a los hombres del servicio de Dios y del su amor, y ha desechado la virtud y hase ya abraçado con el vicio. El olvido ha apartado de los hombres la memoria de la espantosa muerte, la poca memoria de la espantosa muerte los ha privado del temor de Dios, el no temer a Dios los ha hecho de buenos malos y de virtuosos [viciosos]. El menosprecio ha puesto descontento en la voluntad de los humanos hombres. El descontento mezcló desabrimiento, los ha hecho olvidar los sacrificios, devociones, oraciones y santos ayunos. Todo esto ha sembrado en sus escondidos pechos innumerable multitud de hediondos vicios y los ha hecho aborrecer las virtudes.

El que las desterró es el perverso y malino Mundo, el cual, como viese que ya todos los hombres, menospreciando la santa bondad, a rienda suelta corrían tras la maldad, y menospreciando la virtud les aplacían los vicios y que menospreciando a su Criador y Redentor Jesucristo servían al mismo Mundo, acordó, como tirano, de tiranizar toda la tierra y de desterrar todos los que contra él y su mala opinión y perversas condiciones fuesen y los que impedían que no hubiese efecto su mala opinión y su dañada intención. Entre los cuales mandó a nosotras, las desdichadas y desterradas doncellas, como enemigas suyas de sus vicios y tiranía, que saliésemos con perpetuo destierro de la tierra, dejando la compañía asimismo de los racionales hombres, entre los cuales y para su conservación y salvación fuimos criadas, y esto hacía mandando como rey y usando como tirano. El cual injusto y perverso mandamiento por nosotras visto, más forjadas que no por voluntad, desamparamos la tierra, peregrinando por lo deshabitado, pidiendo al poderoso y eterno Dios lo que delante tenemos, que es la vuestra grandeza, oh poderosa Justicia.

Los mortales y grandes trabajos del largo camino de la estrecha y herbosa senda, del largo y áspero camino hasta venir a este campo, no hay necesidad de los contar, porque basta para probar que es un camino trabajoso, probar que es largo cuanto más que ultra de ser largo es escabroso, lleno de sierras, montañas y ásperos riscos, tajadas peñas y muchas quiebras, cubierto de mucha espesura y maleza, muy solo y muy estrecho, de muchos valles y grandes atolladeros; y, de más de esto, hay en él muchos peligros y, entre otros, hay siete pasos defendidos, los cuales nadie puede pasar sino armado de toda virtud y por fuerça de armas venciendo las malas dueñas de ellos en palabras y los sus defensores en las armas. Esto solo me parece que bastaba para llamarle el más trabajoso que hay en toda la tierra.

Ya sabes, alta y generosa doncella, cuál fue la causa de nuestro destierro y los trabajos de nuestra peregrinación. Agora, oye una petición que aquí presento contra el perverso Mundo.

Diciendo esto dio la petición al secretario, el cual la començó de leer en voz alta y decía de esta manera.

Capítulo LIII

En que se contiene una petición de las desterradas doncellas y una citación contra el Mundo.

Nosotras, muy poderosa y divina justicia, las desterradas doncellas, siéndonos la variable fortuna del todo contraria hasta ponernos en lo más bajo de su apresurada rueda, decimos que el muy superbo Mundo, usando de sus acostumbradas armas, que son cautela, mentiras, engaños, astucias y encubiertas malicias, ha usurpado y tiranizado no solamente el orbe de la tierra, sojuzgándole a sus injustas y inicuas leyes, pero aún, no se contentando con esto, ha convertido y ha traído a sí los coraçones de los hombres, desarraigando de ellos las buenas costumbres y loables virtudes, y enjiriendo y sembrando torpes vicios y pecados abominables, de manera que, como el perverso Mundo se viese absoluto señor de la tierra y bienquisto y amado de los hombres, los cuales le amaban porque les enseñaba vicios y los dejaba correr a suelta rienda por los pecados y pasatiempos o, por mejor decir, pierde tiempos, determinó, como muy cruel tirano, por usar libremente de su tiranía de desterrar los enemigos de los vicios y los que su pasatiempos y intención y tirano propósito contradecían. Entre los cuales especialmente mandó a nosotras las desterradas doncellas, como a capitales enemigas suyas y de sus vicios, que saliésemos perpetuamente desterradas de nuestra propia tierra y su tiranizado imperio, temiéndose que algún tiempo los hombres, conociendo su error, nos tornarían a su compañía y desterrarían los vicios y se rebelarían contra el mismo Mundo, tornando por nuestros amonestamientos al servicio de su criador Dios, y así vendría a ser privado de su tiranizado imperio y forçoso y usurpado señorío.

Siéndonos, pues, notificado de este injusto mandamiento de perpetuo destierro de parte del tirano Mundo, nos fue forçado salir peregrinando fuera de nuestra natural tierra, como adelante en el proceso de esta causa más claramente parecerá. Por los cuales agravios y notorias injurias que nos fueron por el soberbio Mundo hechas, y porque el malhechor sea castigado y la tiranía no vaya adelante, y porque los hombres por él engañados y metidos en vicios no pierdan sus almas, y porque para los desengañar y sacar de ellos nosotras seamos restituidas en su compañía y vueltas a nuestra antigua naturaleza y posesión de la tierra, te pedimos, poderosa Justicia, que mandes parecer personalmente ante tu acatamiento al maligno Mundo, ca nos, las desterradas doncellas, le queremos acusar criminalmente de su yerro y manifiesto pecado, para que, siendo él castigado con tal pena que iguale con su atroz y exorbitante delito y notorio crimen, nosotras seamos vueltas en nuestra antigua posesión y la tierra en su libre libertad y los hombres sean sacados del cautiverio de los vicios, para lo cual, etc.

Oída esta petición hasta el fin, la prudente Justicia dio principio a tales palabras como adelante se siguen.

Habla de la Justicia a las desterradas doncellas.

Sabias y discretas doncellas, vuestra petición me aplace y el Mundo me turba. Lo pedido por vuestra petición parece justo y el acusado Mundo, delincuente y malhechor. Su enorme delito me espanta y vuestra crecida paciencia me maravilla. Su poco comedimiento y su atrevimiento y su descortesía me alteran, y vuestro sufrido sufrimiento me parece grande. Su tiranía es injusta y digna de notable castigo, vuestra intención y petición es loable y merece ser llevada a debida ejecución. Si la narración es verdadera, como yo creo que lo es, por lo cual y por no ser menor virtud destruir la soberbia que usar de la humildad y abajar y desterrar la tiranía que sembrar la paz, y por ser cosa tan justa castigar al culpado como librar y loar al inocente y por ser tan provechoso quitar los malos de entre los buenos, como traer a la república varones, santos, justos y sabios, mando que el Mundo sea llamado y citado perentoriamente para que ante nos parezca personalmente a estar a juicio con las doncellas por él desterradas, donde purgará su inocencia o pagará su pecado. Y señálole treinta días por tres términos para que ante nos parezca y en rebeldía procederemos, todo lo que está por el derecho estatuido, el cargo de ir a citar tome él mi portero, llamado Diligencia.

Dichas estas palabras, la Justicia bajó de su trono y, acompañándola las veinte desterradas doncellas, se torno a su rica y real morada. Este mismo día el secretario despachó la citación y la dio a la Diligencia, cuyas palabras son estas que luego se siguen.

Citación de la Justicia Divina contra el Mundo.

De nos la poderosa Justicia, juez dado y deputado por la Majestad divina, de pedimiento de las desterradas doncellas, estantes en este Campo de la Verdad, a vos el superbo Mundo, salud y gracia.

Usando en esta parte del poder a nos dado y cometido por la divina potestad, mandamos dar y dimos esta nuestra carta citatoria de pedimento de las afligidas doncellas, las cuales ante nos parecieron y dijeron que contra vos, el Mundo, entendían poner una acusación, por lo cual vos mandamos primo, secundo, tercio y término perentorio que dentro de treinta días primeros siguientes, después que esta nuestra carta vos fuere leída o notificada, o como de ella supiéredes en cualquier manera a que a vuestra noticia venga, parezcáis personalmente ante nos en este Campo de la Verdad a estar a derecho con las doncellas desterradas y a responder a su acusación y vos disculpar y mostrar vuestra inocencia. Si así lo hiciéredes, nos vos oiremos y guardaremos justicia. Lo contrario haciendo, y rebelde siendo a los nuestros mandamientos, que son dichos divinos, procederemos contra vos todo cuanto de derecho debamos y podamos. Dada, etc.

Estas eran las formales palabras de la citación.

Otro día por la mañana, la Diligencia, tomando la supra escrita carta citación, partió con gran priesa del Campo de la Verdad para la tierra donde el superbo Mundo tenía su morada y en breve tiempo llego donde estaba el Mundo. Y en presencia de su corte, en su morada, en su propia persona leyó y le notificó la citación y mandado de la poderosa y divina Justicia.

El superbo Mundo, la color vuelta, el gesto alterado, respondió: Yo lo oyo y obedezco, estoy presto de parecer en el término en el Campo de la Verdad ante la divina Justicia.

Oída esta respuesta por la Diligencia, dio la vuelta para el Campo de la Verdad, donde las desterradas doncellas gastaron el tiempo en que corría el término de la citación en visitar a veces a la divina Justicia, veces juntándose en hablar sobre su hecho.

En este tiempo el Caballero del Sol paseaba por el espacioso Campo de la Verdad mirando los ricos y hermosos edificios, entrando a ver los grandes y estraños aposentos que en aquellas moradas había y la riqueza de ellos y diversidad de las largas y derechas calles, anchas y muy claras, y las espaciosas plaças que en muchas partes de aquel Campo había. Otras veces entraba a ver las grandes huertas y frescos jardines que en las principales casas había y otras huertas mayores y más espaciosas que fuera de las moradas y dentro del cerco del Campo de la Verdad había, maravillándose de la mucha diversidad de frutas y mirando y notando los nombres de la multitud de los árboles por él nunca vistos. De esta manera pasaba el Caballero del Sol con mucho descanso y placer el tiempo que el término de la citación duraba.

Capítulo LIV

En que se cuenta cómo entró el superbo Mundo en el Campo de la Verdad.

Ya los veinte y ocho días eran pasados y el vigésimo nono era venido, cuando el soberbio Mundo llegó con grande compañía a las columnas de las dos imágenes, que ante la estraña torre de la larga y ancha puente del Campo de la Verdad estaban, el cual como leyó y entendió las letras que ahí eran escritas, bien entendió que no le convenía pasar sin licencia de la poderosa Justicia, ca bien sentía ser culpado de lo que las desterradas doncellas le acusaban. Por lo cual, y porque en él había todo género de vicios y pecados, començó de llamar a altas voces a la guarda de la muy estraña torre.

Oído el apresuroso llamar por la guarda de la estraña torre, paróse entre los cuatro animales brutos del fundamento y dijo así:

-¿Quién es él que con tanta priesa me llama y qué es lo que quiere en esta torre?

-Yo soy, dijo el poderoso Mundo, que tengo necesidad de pasar por tu torre al Campo de la Verdad y, por no te enojar quebrantando la ley del escudo de estas dos recostadas imágenes, no he querido pasar sin licencia. Sabrás que la divina Justicia me ha enviado a llamar con cierto término, el cual se cumple mañana, porque su mandamiento se cumpla, y yo no sea notado de negligente y desobediente, hazla saber cómo a estas dos columnas está el Mundo atendiendo su licencia y mandado para pasar al Campo de la Verdad a cumplir lo por la su grandeza mandado.

-Pláceme, dijo la guarda de la torre, y luego envió un escudero, porque el no podía dejar la guarda de la torre, a lo hacer saber a su señora, la igual Justicia; el cual, después de la haber besadas las manos con el acostumbrado acatamiento que a tal señora pertenece, la dijo todo lo que habéis oído.

La Justicia dio la licencia, mandando a la: rigurosa guarda de la divina torre que libremente dejase entrar al Mundo con toda su compaña, ca venía a su llamado. Juntamente mandó al escudero que lo mismo dijese al portero de la real puerta de los cuatro pilares. Dichas estas palabras, el escudero se despidió haciendo el debido acatamiento y, viniéndose para la gran puerta, dijo el mandado de la sabia Justicia al portero. Lo mismo hizo a la guarda de la maravillosa torre.

Visto el aguardador la voluntad y mandado de la poderosa Justicia, dejó el paso libre y desembaraçado al Mundo, el cual, començando de andar por la rica puente, vino hasta llegar hasta la estraña puerta del Campo de la Verdad. Pero como ahí leyese las letras de la columna y viese las de los cuatro pilares y su significación, como astuto y sagaz entendiese bien, pensó que aún no le era concedida, ni segura, la entrada, y así començó de lejos a dar voces, no osando llegar a la puerta, por rogar al portero alcançase licencia de la divina Justicia para que pudiese entrar. Oídas las voces por el portero, llamado Sindéresis, abriendo una pequeña ventana, preguntó al voceador qué buscaba en aquel Campo, y cómo se llamaba.

-Yo soy, dijo el Mundo, que vengo por mandado de la divina Justicia.

El portero Sindéresis respondió:

-Ya está mandado que se te dé la entrada que no mereces.

Diciendo esto, abrió las grandes puertas y el perverso Mundo, como vido que la entrada le era concedida, con grande aparato y mundana música començó con su grande y perversa compaña de entrar por el espacioso Campo de la Verdad.

Agora vos diremos de qué manera y con qué servidores y criados venía el Mundo.

En la delantera venían setenta y dos hombres, cada uno de diversas naciones, lengua y colores, algunos vestidos de sedas, otros de ricos paños, otros de pieles y algunos desnudos. Unos cabalgaban sobre hermosos caballos ricamente enlazados y otros sobre caballos en pelo y otros sobre camellos, otros sobre dromedarios, otros sobre búfanos y otros diversamente. Todos éstos traían en sus manos diversas armas según los trajes y la manera de vestidos y caballos. Tras estos venían veinte y cuatro hombres vestidos de terciopelo canelado sobre hermosas hacaneas. En sus manos traían ricas trompas, unas de oro, otras de plata y otras de latón, con las cuales hacían una bulliciosa y concertada música. Tras éstos venían los privados del Mundo, entre los cuales venían diez dueñas y cinco escuderos. La primera era la Blasfemia, la segunda se llamaba Falsedad, la tercera Locura, la cuarta Astucia, la quinta Mentira, la sexta Necedad, la séptima Fantasía, la octava Desvergüença, la novena Malicia, la décima Calumnia. Los escuderos son: el primero Engaño, el segundo Estupro, el tercero Adulterio, el cuarto Incesto, el quinto Fornicio. No he puesto aquí sus desemejadas y feas facciones, sus monstruosos cuerpos y diferencias de vestidos por no ser prolijo. Cada uno podrá pensar, según los nombres, qué tales podían tener los gestos, los vestidos y los hechos.

Después de estos venía el muy soberbio Mundo, hombre de mucha edad y con todo eso muy fresco, cano en la barba y cabello, bien dispuesto en el cuerpo y avultado en el rostro, con su gran persona representaba gran majestad. Sobre sus canos cabellos ponía una corona de muy preciados metales, todos mezclados y en uno fundidos, estrañamente obrada de muchos círculos, unos sobre otros, esmaltadas por ella muchas preciosas piedras, así como rubíes, çafiros, topacios, esmeraldas, cornerinas y otras muchas diferencias que sería prolijidad contarlas. En lo más alto de la corona estaba un pequeño árbol de fino oro estrañamente labrado, con muchas preciosas piedras que asimismo por él relumbraban. A su cuello traía una gruesa cadena de fino oro con muchas y muy ricas piedras. Vestía muy preciadas ropas de terciopelo dorado sembradas Por ello muchas rosas de oro de martillo y diversos animales, árboles y aves, con una cortadura por lo bajo de carmesí pelo vuelta con una bordadura de fino oro y un letrero con unos lazos de oro que entre todo se revolvía:

La majestad y poder

que yo he ganado con valía

ha causado en mí alegría.


Cubría sobre estas ropas otra ropa de púrpura asaz larga aforrada en martas cebelinas. En la derecha mano tenía un cetro imperial de fino oro. En la siniestra mano traía tendida la palma vuelta hacia abajo como que aseguraba los que debajo de su mano vivían. Debajo de ella traía una pequeña redondez, esculpidos en ella muchos hombres, unos jugando, otros tañiendo, otros dançando y otros comiendo.

De esta manera entró el sobervio Mundo por el Campo de la Verdad sobre un estraño carro de cuatro ruedas, el cual tiraban por doradas cadenas cuatro grandes elefantes. Las ruedas del carro eran de blanca y muy preciada madera. En la primera estaba esculpida una pequeña niña, la mitad de la cara y ropas eran negras y la otra mitad blancas. En la mano derecha traía un reloj de arena y en la otra una vela encendida. Con los ojos miraba cómo pasaba la arena de la una parte a la otra y con la boca soplaba la vela, al tiempo que la arena acababa de pasar. Su nombre tenía escrito en los pechos y se llamaba Hora, En la segunda rueda estaba entretallada una pequeña doncella desnuda. En el derecho ojo tenía una piedra muy luciente de que salía gran claridad. En el siniestro tenía una piedra negra muy obscura de su natural, y estas piedras tenía por propios ojos. Sobre su cabeça traía escrito el nombre y llamábase Día. En la tercera rueda tenía figurado un mancebo. El lado derecho tenía vestido y el izquierdo desnudo. Sobre la cabeça, a la siniestra mano, estaba el sol figurado muy claro y muy encendido, y el mancebo, alçando el siniestro braço, ponía la mano ante la cara por ser quemado del luciente sol. A la derecha mano estaba la luna rodeada de gruesas nuves que de sí lançaban blanca nieve. En la mano derecha tenía un brasero lleno de ardientes brasas. En los pechos tenía un letrero que pasaba de lo vestido a lo desnudo y era sólo su nombre y decía: Mes. En la cuarta rueda estaba dibujado un hombre, la mitad de la cara de viejo y la mitad de mancebo. Los cabellos y barba la mitad blancos y la mitad rojos. Sobre sus canos y rojos cabellos tenía una guirnalda de olorosas y diversas flores, la mitad que estaban hermosas y frescas y la mitad que estaban sobre los canos cabellos estaban secas y marchitas. De la cintura arriba vestía colorado, de allí hasta las rodillas verde; calçaba unas botas gruesas nevadas. En la una mano tenía una rama florida y en la otra una rama seca, con una letra en los pechos y decía su nombre: Año. Todas las otras partes del carro eran bien obradas de boscaje y montería. La rica silla en que el superbo Mundo sobre el carro sentado venía era toda de blanca plata sutilmente hecha, sin otra mezcla ni color alguna.

Detrás del carro y en torno venían acompañando al Mundo el Tiempo, las ferocidades de las tres leyes de natura y la de escritura y la de gracia. El Tiempo era hombre viejo, de grande autoridad, sagacidad y experiencia. Sus cabellos y barbas muy blancos. Ninguna ropa cubría su desnudo cuerpo. De los desnudos hombros le nacían grandes alas de color azules, mezcladas unas plumas verdes. En la derecha mano traía un pequeño dragón enroscado que con su boca tragaba su misma cola, la cual era muy grande. Venía en pie y en la siniestra mano traía una muleta. Estaba acostado y estribado sobre ella sobre un carro, de la mitad atrás de madera seca. Por donde pasaba con su carro todo lo dejaba seco y lo que adelante estaba con su fuerça hacía reverdecer y lançar frescas flores. Debajo y tras su florido y seco carro tenía derribados muchos pendones estandartes. El verde carro tiraban cuatro gamos muy ligeros, debajo de cuyos pies estaba la señora Fama prostrada, su trompa perdida. Las ruedas del ligero carro tenían las mismas figuras que las que tenía el carro del Mundo. La primera de las seis edades que acompañaban al Mundo fue desde Adán hasta Noé. La segunda desde Noé hasta Abrahán. La tercera desde Abrahán hasta Moisén. La cuarta desde Moisén hasta David. La quinta desde David hasta Jesucristo. La sexta desde Jesucristo hasta el último día del postrero y universal juicio. De estas seis edades las cinco primeras vestían ropas amarillas con fajas de terciopelo verde con una rica brosladura de oro por encima, y cubrían largos mantos de luto. Sus rostros amarillos, sus carnes deshechas; llevaban los braços altos, las manos abiertas. Por sus lutosos mantos llevaban algunas escrito: Embía señor el cordero que ha de señorear la tierra; y las otras: Ábrase la tierra y engéndrenos al Salvador. La postrera y sexta, que fue desde Jesucristo, es agora y será hasta [que] él mismo venga a juzgar los pasados y los presentes y los que serán hasta en el último día del juicio. Esta se llama Edad florida, Edad dorada. Vestía ropas de grana. En la siniestra mano traía un libro abierto, el cual había sido cerrado con siete sellos, y sobre él un pequeño cordero con una cruz en su braço derecho que le subía por la espalda derecha arriba con un pendoncico en ella colorado. Con la derecha mano señalaba esta edad al pequeño cordero con una letra que de la boca le salía y decía así: Advenisti redemptor mundi, que dice en castellano: Ya viniste, Redentor y Reparador del mundo. Esta postrera edad, como forçada y engañada el Mundo la atraía a sí, lo cual es cosa digna de ser llorada con lágrimas de sangre.

Después de esto venían las tres leyes: la primera, Ley de Natura; y ésta fue y duró desde que Dios crió a Adán, primero hombre, hasta que el mismo Dios dio las dos tablas del Decálogo a Moisén en el Monte de Sinaí. Esta ley primera vestía paños blancos con una letra por bordadura que así decía: Lo que no quieres para ti no lo quieras ni hagas a otro. En la derecha mano traía un pequeño árbol. La segunda se llamaba Ley de Escritura y fue desde que las dos tablas fueron dadas a Moisén hasta que Jesucristo hijo de Dios tomó carne humana de la Virgen María, sagrada madre suya. Esta vestía paños verdes. En las sus manos traía las dos tablas de piedra que a Moisén en el Monte de Sinaí fueron dadas, con una letra por el vestido que decía: Ama a Dios sobre todas las cosas, así a tu prójimo como a ti mismo. La tercera se llamaba Ley de Gracia. Esta es desde que Jesús hijo de Dios [se] encarnó y nació de la siempre Virgen María hasta hoy y será hasta el último día del juicio. Vestía paños de purpura con una bordadura de oro y unas letras por ella que así decía: Adoremos al Rey de los reyes y al Salvador de los siglos. En sus manos traía una cruz de color celestial; ésta, como la postrera edad, venía mal engañada y como forçada.

Con tal compañía, de la manera que habéis oído, entró el soberbio Mundo en el Campo de la Verdad y fue aposentado en una plaça que estaba ante de la plaça de la Justicia en una grande y rica morada.

Capítulo LV

Cómo las desterradas doncellas se juntaron en la posada de la Razón para haber su acuerdo sobre lo que debían hacer.

Pues como vino a noticia de las desterradas doncellas que el soberbio Mundo había entrado en el Campo de la Verdad, pareciéndolas que se debían juntar para haber su acuerdo sobre lo que debían hacer y ordenar en el negocio que entre manos tenían, y porque el término de la citación llegaba el siguiente día, se juntaron en la posada de la Razón; la cual, siendo todas las desterradas doncellas juntas, de esta manera las dice.

Habla de la Razón Natural a las desterradas doncellas.

Desterradas doncellas, traed a la memoria los grandes trabajos las no cansadas fatigas, los continuos, afanes y los no pensados peligros que por la herbosa senda todas pasamos, y todo esto a fin de nos que del inicuo y soberbio y tirano Mundo y de ser restituidas en tierra y en entera libertad y sacadas de este lloroso destierro; aunque agora no se puede llamar destierro, estando en este deleitoso Campo de la Verdad. La presa está en el lazo. El remedio tenemos en la mano. En manos está nuestra libertad, nuestro hecho y nuestra causa de la poderosa Justicia, la cual la sabrá bien tratar y mejor sentenciar. Si de nuestra parte no quiebra la soga, vuestro contrario, el autor de vuestro destierro, está en este Campo de la Verdad. Mañana se cumple el término. La audiencia se acerca, el fin de vuestro destierro es llegado. Vuestra libertad mañana tomará principio. Agora es tiempo de hacer vuestro poder por ser libertadas del tirano, por ser restituidas a la compañía de los hombres, porque vuestra virtud sea recobrada, porque el inicuo Mundo no quede con su tiranía, porque no vaya adelante con su pecado, porque otros no se atreban a hacer semejantes fuerças y a tiranizar los ajenos reinos, los a ellos no debidos señoríos. Mirad que si agora le aflojásemos la rienda daríamos lugar a que fuese más malo y nosotras quedaríamos convencidas de maliciosa acusación. No basta començar sino llegar al deseado fin, para llamarse uno constante y merecer el primero; mirad que tienen por mejor los filósofos no començar que començar y no perseverar, y sobre todo si [el] hecho no va adelante seremos tenidas por mudables. Y pues hasta agora la sabia Prudencia se ha encargado de este nuestro negocio, en que a todas tanto va, por nuestro ruego, y por nos hacer merced y por nos sacar de confusión y quitarnos de trabajo, tome la mano de aquí adelante y yo soy cierta que si acepta nuestro ruego que dará el deseado fin a nuestro negocio. Ved, sabias doncellas, lo que os parece, ca lo que yo tengo dicho sométolo a la corrección de la vuestra sentencia.

A todas pareció bien lo que la Razón dijo y rogaron a la sabia Prudencia que, pues había començado, no cansase de la hacer placer y merced, porque ya que con obras no la pudiesen agradecer lo mucho que había hecho y lo más que había de hacer, que con la voluntad estaban tan aparejadas a se lo gratificar que si en cuenta se la tornase siempre pensarían que las quedaría debiendo. Algunas razones dio la Prudencia para se excusar y descargar de aquel negocio, pero por no menospreciar el ruego de aquellas señoras, también porque a ella iba ahí su parte, aceptó el trabajo y cumplió el ruego.

Después de esto, hablaron una pieça cómo la causa se había de guiar y cada una contaba y relataba los agravios que del Mundo había recibido y las razones y causas que tenía para se querellar. Esto hacía cada una por informar del hecho a la Prudencia porque mejor sustanciada fuese la acusación y estubiese avisado de lo que se debía decir y alegar en la prosecución de la causa.

Ya la obscura noche con sus hórridas tinieblas las tierras encubría, cuando las desterradas doncellas, habiendo puesto fin a lo arriba escrito, acompañadas de sus servidores, se despidieron de la Razón Natural y se fueron cada una a su aposento.

Capítulo LVI

Cómo la Justicia salió a audiencia el trigésimo día y de una habla que hizo al Mundo y de otra que hizo el Mundo, y de lo que respondió la Prudencia.

El trigésimo día, en aquella hora que las obscuras tinieblas de la encobridora noche daban lugar con su apresurada traída a los claros y nuevos rayos del dorado sol, las ocho doncellas músicas de la poderosa Justicia con su acordado son dieron señal que la divina Justicia quería salir a audiencia; siendo, pues, por las desterradas doncellas entendido, en poco espacio, bien adereçadas y acompañadas de sus servidores, vinieron ante el gran palacio de la muy poderosa Justicia y, como fueron llegadas, la divina Justicia, ricamente vestida y de sus servidores acompañada, sobre su triunfal carro salio a la espaciosa y ancha plaça, donde fue reverenciada cortésmente de las sabias doncellas y con esta compañía se fue a sentar al rico trono en el cual acostumbraba hacer su audiencia, sentándose asimismo las desterradas doncellas a la mano, según y por la orden que ya otra vez habían hecho.

No era bien acabada de sentar la divina Justicia cuando, por una calle, asomó el muy soberbio Mundo ricamente vestido sobre su triunfal carro, acompañado de sus servidores. De esta manera, con espaciosos pasos de sus pesados elefantes y con grande autoridad, llegó ante el rico trono y, bajando de su preciado carro, haciendo debido acatamiento, se asentó en los estrados a la siniestra mano, contra de las desterradas doncellas y, como fue asegurado, levantándose en pie, començó de decir estas palabras:

Habla el Mundo a la divina Justicia.

Divina y muy poderosa Justicia. Justa y muy razonable cosa es, según mi viejo parecer, que el esclavo esté sujeto a su amo y que el vasallo obedezca a su señor y el criado haga lo que le manda su amo, y que el inferior obedezca y venga al llamado de su superior, y que el que ha de ser juzgado parezca ante el juez. Digo esto, igual Justicia, porque me fue leído y notificado por la Diligencia un mandamiento de parte de la tu grandeza. Yo, haciendo lo que debía y a lo que era obligado, me he presentado y presento en esta audiencia ante el vuestro divino poder porque más quiero parecer en juicio, estando sin culpa, que estar en mi casa y imperio y ser criminoso y malhechor. Y por mejor tengo parecer en estos estrados a mostrar mi inocencia que no, estando en mi morada, me publiquen acá por robador y tirano. Así que, pues, parezco como inocente y no huyo como culpado, y pues estamos donde no se puede dejar de saber la verdad y administrar la Justicia, si algo debo, demándenmelo. Si algo he tomado o usurpado, demándenmelo. Si algún crimen o exceso he cometido, acúsenme de él. Si merezco castigo, dénmele. Si aclaro mi inocencia, absuélvanme. Presto estoy para responder, y la sabia Justicia para guardar derecho.

Después que el muy soberbio Mundo hubo acabado estas reposadas palabras, la poderosa Justicia, con sosegada voz, dijo de esta manera:

Habla la Justicia al Mundo.

¡Oh, Mundo, Mundo! si tales fuesen tus obras como son tus palabras, y tan reposados tus hechos como tu hablar, y tan claras tus cosas como tienes limado y polido el decir, yo loaría tu venida y alabaría tu vida muy altamente. Bien me place que hayas venido y mucho me huelgo que te hayas presentado, porque agora se sabrá y aclarará si conforma tu decir con tus obras y si responde el hecho a la palabra, aunque, por cierto, ni tu fama, ni tu entrada en este Campo de la Verdad, ni la compañía de servidores que traes prueban ser así, ante dan clara muestra de lo contrario. Derecho te guardaré si bien has vivido, buena sentencia oirás si buenas son tus obras. Limpia quedará tu fama, si no has cometido pecado. No te sentenciaré por culpado, si no has hecho agravio. No te castigaré si no tienes las tierras y los hombres tiranizados. Desculpa tu inocencia, desculpa tu pecado, porque puedas volver limpio en tu fama y sin castigo en el cuerpo.

Vosotras, desterradas doncellas, pues habéis hecho parecer en esta audiencia al Mundo, ved lo que le queréis pedir o de qué le queréis acusar. Probaos ante que lo comencéis y, si tenéis derecho, proseguid lo començado. Yo aquí estoy para desagraviar a los agraviados y castigar los malhechores; para restituir lo tomado y ver lo usurpado; para privar de ello al invasor, quitándole lo mal ganado; para castigar y desterrar los tiranos, pues ellos destierran a los propios señores para privarlos de sus propios bienes justamente juzgando, pues ellos sin Justicia los ajenos robaron; para privarlos de la propia vida, pues ellos son causa de tantas muertes; para sacar de cautiverio y servidumbre a los tiranizados, restituyendo la tierra a los injustamente despojados. Por tanto, pedid y habréis muy buena y verdadera Justicia, acusad y alcançaréis derecho.

Dichas estas palabras la sabia y discreta doncella puso fin a su hablar.

Y luego la Prudencia, con sereno vulto, con sosegada voz y gentil meneo, començó de decir de esta manera:

Habla la Prudencia contra el Mundo.

Bien me place, inicuo Mundo, enemigo de lo bueno y celador de lo malo, que has venido en lugar que se descubrirán tus yerros y se aclararán tus crímenes y se afearán tus excesos y se castigarán tus pecados. Y mucho me place que has parecido ante la poderosa Justicia, la cual abajará tu soberbia y castigará tu tiranía, y de lo que más me maravillo es que, siendo tú amigo de la mentira, has osado entrar en el Campo de la Verdad. Y, siendo injusto, te has confiado del gran poder de la Justicia. Y siendo impío tirano de toda la tierra y sus vivientes, te has puesto en las manos de la que suele con muy gran rigor castigar los semejantes transgresores de las sus justas leyes y vengar los agraviados. Y, siendo criminoso, lleno de todo género de vicios, has entrado donde son justiciados y afrentados los delincuentes. A tiempo eres venido que pagarás los tuertos y agravios que tienes hechos a estas virtuosas doncellas y a mí. Venida es la hora en que se dará principio a tu acusación y fin a nuestro destierro, en que començará de deshacerse y caerse tu fingida honrra y a ensalçarse y augmentarse la nuestra. Mucho más quisiera decirte, pues todo cabe en ti, pero, por no ser molesta, porque en el proceso se manifestarán tus maldades, tus tiranías y monstruosos vicios, pondré freno a mí lengua y apretaré mis labios con el temeroso dedo presentando esta acusación para que, siendo vista, la divina Justicia provea lo que la su grandeza mandare y servida sea.

Diciendo esto, la Prudencia tendió la mano y dio la acusación al fiscal, el cual la començó de relatar en alta voz, cuyas palabras eran estas:

Capítulo LVII

En que se contiene una acusación de las desterradas doncellas contra el mundo.

Muy poderosa señora, la mudable Fortuna, enemiga de los que viven en quietud, volviendo su variable rueda contra nosotras, las desdichadas y desterradas doncellas, ordenó y dispuso de nosotras a su voluntad, quitándonos nuestra libertad, echándonos de nuestra tierra y privándonos de la compañía que teníamos con los virtuosos hombres, y poniéndolo todo en manos del injusto Mundo.

Decimos esto, porque desde que el primero padre del humano linaje fue criado de la tierra del campo damasceno por las manos del Hacedor de las cosas, nosotras, juntamente con él, fuimos por Él mismo hechas y formadas en el deleitoso paraíso. Y con él salimos de ahí a la trabajosa tierra, tal condición que siempre anduviésemos en compañía de varones santos, religiosos, justos y temerosos de Dios y en tal manera que huyésemos la conversación de los malos, injustos y viciosos. Ya vino tiempo que los hombres estaban tan estraviados y enviciados en el pecado y todo género de mal que en toda la tierra no hallábamos muchos con quien contratar ni conversar, en cuya compañía pudiésemos lícitamente andar. Por lo cual, conociendo que los hombres amaban los vicios y desechaban las virtudes, nos quejamos al Dador de las cosas y envió tanta abundancia de agua que todos fueron ahogados miserablemente sobre la tierra, salvo Noé, justo, y sus hijas y yernos, los cuales, usando de virtud, nunca nos habían echado de su compañía; y así, ellos salvos, nosotras con ellos quedamos.

Pues como otra vez el linaje de los hombres por Noé fue multiplicado, procediendo los tiempos, otra vez tornaron los hombres a admitir los vicios y aborrecer la virtud y lançarnos de su compañía. Para remedio de esto, de todos los yerros, pasados el eterno Padre envió su unigénito Hijo, el cual tomó verdadera carne y ánima de humano hombre, no dejando de ser lo que era, escogiendo por madre la más humilde y limpia doncella que jamás fue criada, de la cual nació quedando perpetualmente virgen y él verdadero Dios y juntamente verdadero hombre y, así nacido, recibió muerte pagando las deudas que el hombre debía, y en él no había, por reparar el linaje humano y recobrar el perdido hombre y librarle del perverso Satanás y por volverle en gracia y amistad con Dios y por tornarnos a nosotras, las virtudes, a la su compañía. Esta Encarnación del Hijo de Dios y su muerte fueron tan suficientísimas para recobrar los perdidos hombres del poder del falso Lucifer y para volver en gracia a los hombres con su eterno Padre y para volver las virtudes, que somos nosotras, a la compañía de los mismos hombres, que el más mínimo trabajo que en la tierra pasó, como hombre, bastaba [para] rescatar y redemir un millón de mundos.

Pero el perverso Mundo, que está presente, no conociendo ni agradeciendo esto, como malo y ingrato, usando de sus antiguas maldades, ha convertido y vuelto a sí los coraçones de los hombres, dándolos lugar y induciéndolos con cautelas y engaños para que a rienda suelta corran por los vicios y huyan de las virtudes, y no se contentando con esto ha tiranizado todo el orbe de la tierra y puesto so sus injustas y inicuas leyes a los moradores de ella, desterrándonos a nosotras porque no le impidiésemos de llevar adelante su dañado propósito y perversa intención. De esta manera nos echó de la tierra y de la compañía de los hombres por usar a su salvo de su tiranía y traer a todos los hombres so su áspero yugo.

Por lo cual, y porque es cosa allegada a razón que el criminoso sea punido y castigado y el inocente libertado, nosotras las desterradas doncellas acusamos criminalmente al tirano Mundo, el cual tiranizando nuestra natural tierra se levantó y rebeló contra su universo Hacedor y Señor y nos desterró y privó de ella, en la cual pedimos ser restituidas y él ser, como tal tirano, castigado y le denunciamos por criminoso y culpado en todo género de vicios y pecados y que no le basta ser el malo sino que siembra vicios en los coraçones de los hombres, engañándoles con encubiertas cautelas y manifiestos halagos. Pedimos asimismo que la tierra sea vuelta en su antigua libertad y los hombres librados del duro cautiverio y áspera servidumbre de los hediondos vicios, a los cuales, mal engañados, hoy día sirven de grado. Acusamos al Mundo por todas aquellas vías que podemos y con derecho debemos y en la mejor forma y manera que podemos para todo ello y en lo necesario su muy alto oficio imploramos.

Después que fue leída esta acusación, la divina Justicia mandó dar traslado al Mundo para que tomase consejo sobre todo aquello que había de responder.

-No había necesidad de término ni traslado, dijo el Mundo, porque ya mi inocencia me tiene dado lo que tengo de responder, pero porque las cosas muy miradas y con poco reposo consultadas pocas veces se suelen errar y las repentinas pocas veces se suelen acertar, quiero tomar el traslado y gozar del término por responder más acertada y maduramente.

Vista esta respuesta, la divina Justicia, levantándose de su rico trono y subiendo en su estraño carro, acompañada de las desterradas doncellas, se fue a su real palacio y el sobervio Mundo se volvió a su morada.

Este día se juntaron las desterradas doncellas por haber su acuerdo y, después de haber platicado en su negocio, les pareció que, como fuese llegado y dado el término provatorio, se debían poner posiciones al Mundo, porque, si no confesase, ahí las quedaba su derecho y tiempo de probar, y si confesase serían relevadas de la prueba. Todas fueron de este parecer y tornaron a encomendar el negocio a la sabia Prudencia porque con más cuidado se desvelase cómo el negocio con brevedad hubiese el fin deseado.

En este tiempo el Mundo no estaba de espacio, porque juntando de sus servidores los que más del caso sabían y más engaños usaban, sí como a la Malicia, a la Cautela, a la Calumnia y a la Mentira y al Engaño y a otros semejantes, tomó consejo con ellos, los cuales le aconsejaron que si quería ser libre de la acusación que se aprovechase de ellos y de sus consejos, negando la verdad y usando de la mentira, no dejando cautela ni malicia de inventar y revolver, ni falsedad de injerir, y que usase de aviso cauteloso. De manera que no le tomasen en palabras y que de esta manera ni él sería privado de su monarquía, porque no había en la tierra con quien otra cosa le pudiesen probar, tanto estaban bien con él los hombres, ni las virtudes a la tierra serían restituidas y él quedaría por inocente y las desterradas doncellas por maliciosas acusadoras, y él quedaría con su gran poder y las virtudes desterradas perpetuamente de la tierra.

 

Capítulo LVIII

De lo que el Mundo respondió a la acusación de las doncellas desterradas.

Otro día, al tiempo que el claro Febo después de haber ensillado sus cuatro caballos començaba de tender sus dorados rayos sobre los sombrosos árboles y floridos campos, las ocho doncellas de la divina Justicia hicieron la seña acostumbrada; la cual oída por las desterradas doncellas vinieron ahí según otras veces hacer solían; con cuya compañía la poderosa Justicia se fue a sentar a su acostumbrado trono.

Luego el Mundo, saliendo por una calle sobre su estraño carro, acompañado de sus perversos servidores, con tanta majestad y manera començó de venir hacia donde la Justicia divina estaba, que otra mejor cosa que él era parecía. De esta manera se vino a asentar, haciendo el acatamiento debido, a su acostumbrado lugar de la siniestra mano, según el día ante se habla hecho, al cual la poderosa Justicia dijo así:

Habla la Justicia al Mundo.

Por cierto, Mundo, si tus obras responden a tu gravedad y tus hechos a tu autoridad y tu bondad a tu apariencia, en ti no puede haber cosa o crimen de que te acusen estas desterradas doncellas; mas, ¡ay! que suelen decir que también so la seda, como so el sayal hay al. Yo no sé si esto en ti es así, aunque tengo de esto presunción, por que no pasaste, ni osaste, o pudiste pasar por la divina torre según la ley de las dos imágenes que ahí están; ni tampoco entraste en este Campo con los cuatro pilares de la real puerta, antes te fue necesaria licencia para entrar, y así entraste como llamado y no como voluntario. Entraste en la fuerça de la licencia y no en la bondad y virtud de tu persona. A esto ayuda verte rodeado y acompañado de tan malos y injustos criados, los cuales me dan claro a entender que tal debe ser el señor como trae los consejeros y servidores; porque, como vulgarmente dicen, un semejante busca otro semejante; porque si tú bueno fueses no te acompañarías de malos y viciosos. Pero dejemos esto y responde a la acusación que te está puesta por estas desterradas doncellas y así, en el proceso de esta causa, se aclarará tu vivir y se descubrirán tus errores o se manifestará tu inocencia y se conocerá tu disculpa.

Estas palabras dijo la poderosa Justicia al Mundo, el cual con asegurada voz y sereno semblante dijo de esta manera:

Habla el Mundo a la Justicia.

Divina y muy poderosa Justicia, no me pesa de haber venido a este Campo, ni de me haber sentado en estos estrados, aunque llamado, citado y compelido, porque en mi ausencia perecía mi honra y en mi presencia se aclarará mi fama, estando seguro en mi casa, por los estraños y enemigos acá era difamado; agora, estando fuera de ella, mostrando mi inocencia, limpiaré mi vivir. Bueno es que el inocente difamado sea acusado, porque si no lo fuese, aunque del hecho esté sin culpa su persona, de dicho su honra y fama están amancilladas en las lenguas de los maldicientes, y siendo acusado recobra la fama, limpia la honra, y queda su persona sin sospecha y es tenido de ahí adelante por mejor. Por estas razones no tengo por que ser arrepiso por ser emplazado, ni por ser acusado, pues soy [cierto que], al tiempo que mostrando mi disculpa seré restituido en mi fama y cobraré mi honra y gozaré de mi monarquía, y estas acusadoras doncellas quedarán por falsas y maliciosas y hallarán perdido todo su afán y trabajo; y lo que peor es, aquí quedaran avergonçadas y en la tierra entre los hombres perderán el crédito. Pero no me quiero detener en esto, pues la experiencia, madre de las cosas, dará claro testimonio de la verdad, aunque más quisiera y pudiera decir, sino porque no consiente el lugar y el tiempo y, por tanto, poniendo fin a las palabras, presento este escrito en respuesta de la calumniosa acusación contra mí puesta.

Y tendiendo la mano juntamente con el decir dio el escrito al secretario, llamado Misericordia, el cual començó de le leer en alta voz, y decía de esta manera:

Respuesta del Mundo a la acusación de las desterradas doncellas.

Muy poderosa señora, dejando de poner maliciosas y dilatorias excusaciones, como culpado, y pidiendo brevedad, como inocente, respondiendo a una acusación que contra mí fue puesta por las desterradas doncellas, cuyo tenor aquí habido por repetido, digo que yo no soy tirano, ni tengo imperio, reino, ni tierra, ni cosa ajena ocupado, antes, sin a nadie tomar nada, yo soy señor de la tierra y de lo en ella criado, lo cual parece claro, porque debajo de mi nombre se comprehende todo lo en el orbe de la tierra contenido y así el nombre me fue puesto por razón del señorío que sobre todo ello tenía y tengo, y a esto no impide lo que se dice que las virtudes fueron criadas en el paraíso de deleites juntamente con el hombre por el universal Hacedor de las cosas; porque si en antigüedad se fundan, yo fui Mundo lleno ante que fuese el hombre, y después el Mundo abreviado crió Dios en el hombre; y así, siendo yo ante que el hombre, fui ante que las virtudes, pues ellas fueron criadas en el hombre y para conservación del hombre; y esto ser así está muy claro, porque después de criado el cielo la tierra y las aguas, aires, aves, animales brutos y árboles, esto era Mundo y había nombre de Mundo; y después de esto criado, formó Dios al hombre y a las virtudes en él por él consiguiente. Luego ante que hubiese hombre, hubo Mundo, y así es más antiguo el nombre del Mundo que el hombre y las virtudes; por lo cual, abiertamente parece que si es por antigüedad yo debo ser señor de la tierra y lo en ella contenido y aun de los aires y aves y animales y del vasto mar y sus pescados.

Pues si dicen que fueron formadas por las manos del universal Hacedor de lo criado, yo también fui hecho por las manos del mesmo eterno Dios, Hacedor y Fabricador de lo visible y invisible. De manera que por la una vía y por la otra Dios me crió y hizo comprehensor y señor de esto visible.

A lo que dicen que fueron criadas como ayas y señoras del hombre para que lo rigiesen en bien obrar, yo se lo niego, porque después que el primero padre del humano linaje pecó y fue alançado del deleitoso paraíso, entró en la casa del Mundo, quiero decir mía, y Dios lo mostró dos caminos y le dejó en su libre albedrío, según que ante cuando le plasmó se le había lado, para que tomase el que quisiese. El uno, vuestro camino, quiero decir el camino de la Verdad, y el otro, el de los vicios; de manera que no dejó el poder en las virtudes ni en los vicios absoluto mas incitatibo, sino en el arbitrio del mesmo hombre para que él a su sabor escogiese el uno o el otro.

De aquí resulta que las virtudes, o por más claro hablar, vosotras desterradas doncellas, no le tenéis absoluto poder para apremiar a los hombres para que tengan vuestra compañía y sigan vuestro camino, antes en su escoger, y pues hoy todos han escogido de caminar por el espacioso camino de los vicios y me han escogido a mí por guía y señor y capitán, no tenéis vosotras de que os quejar de mí ni de ellos; porque el rey ha sido y ha de ser elegido por el pueblo, y pues ellos me han en común escogido, no tenéis por qué de mí os quejar, ni tampoco tenéis por qué los apremiar a lo contrario, ni a que dejen mi camino y señorío y tomen el vuestro, pues son libres y, usando de la libertad que Dios les dio, pueden hacer a su voluntad; y así el señorío de ellos no es vuestro, ante a mí, por mano de ellos, me han sido dado.

Haber yo desterrado y echado de la tierra estas doncellas, yo lo confieso con legítima causa, porque así era la voluntad de los hombres en común. Y porque ellas no se perdiesen y es así que como en nuestro tiempo todos los hombres las aborrezcan y huyan de su compañía, esles y éralas forçado andar vagando solas por las soledades y deshabitadas tierras, lo cual es cosa perversa y aborrecida especialmente en las mujeres, que han de estar recogidas; y así, porque buscasen otra parte donde se recogiesen y en algo entendiesen y no estuviesen ociosas, les mandé salir de la tierra y de la compañía de los hombres; pues así, y como así ellos las tenían desechadas y andar para andar corridas y aviltadas, que mejor y más provecho suyo desterrarlas, aunque, verdaderamente, más fue mandarlas ir a buscar su ventura donde se cobrasen que no desterrarlas.

Haber yo cometido tiranía, o hecho otros crímenes o excesos, yo se lo niego. Atraer yo a los hombres a placer, a alegría, a buen comer, a holgar y a usar otras cosas deleitosas para la conservación de la vid confieso. Si de aquí ellos toman materia de pecar yo no tengo la culpa.

Ora pues, vea la vuestra grandeza cómo la acusación contra mí puesta es maliciosa. Yo soy libre y sin culpa; por tanto, pido que, o dando lugar a que la malicia vaya adelante, me absuelva y dé por libre y a las desterradas doncellas por la pena del talión castigue; para lo cual, etc.

No fue bien acabada de leer esta respuesta del Mundo por el secretario, cuando la sabia Prudencia dio principio a tales palabras

Capítulo LIX

De la respuesta que dio la Prudencia al perverso Mundo.

Mucho te has, Mundo, alargado en tus palabras y bien te has extendido en tus escritos. Razones has traído y alegado que bastarían a engañar a cualquier rústico o poco entendido, por mejor decir. Con otras semejantes has tú engañado [a] los míseros hombres. Yo te digo que aquí te aprovecharás poco de ellas.

Mucho he holgado de oír tu prática y gran regocijo siento en ver tu escrito, porque en él has confesado todo lo que yo quería y tenía necesidad de probar. Confesaste que tenías y te era debido el señorío de toda la tierra, mar y peces, aires y aves, y pues te son sujetos los hombres como criados a señor, y como vasallos a rey.

Confesaste que nos habías desterrado, lo cual todo yo deseaba, porque probando ser tus razones y título falso por donde lo pretendes tener y poseer, y probando que otro es el verdadero Señor y no tú, probando que tú eres esclavo y no señor, quedarás convencido de tirano usurpador de la tierra, engañador de los hombres. Pues siendo esclavo usurpas reino y señorío que no te es debido; lo cual todo comienço de probar así:

dices que fuiste criado primero que nosotras. Pase adelante, porque aún no se podía decir perfecto mundo hasta que fue criado el mundo abreviado que es el hombre. Pero decir que, porque fueses primero criado, te conviene el señorío de la tierra y hombres, como a más antiguo, yo lo niego; porque no hay otro señor sino un solo Dios, Hacedor de lo criado. David en el Psalmo. XXIII. Domini est terra [et] plenitudo eius orbis terrarum et universi qui habitant in eo. Del Señor es [la] tierra y todo su henchimiento de la redondez de las tierras y todos los que moran en ellas. De manera que teniendo tú ocupada la tierra, hombres, animales, el aire y las aves, la mar y los pescados, lo cual todo es del Señor y Hacedor de todo, tirano eres y tiranizado lo tienes. Ultra de esto, tú eres esclavo de los hombres, porque tú eres una morada que fuiste hecho para habitación de los animales hombres y, pues para ellos fuiste hecho, suyo eres; y si suyo, ellos son señores de ti y tú su esclavo. El mesmo psalmista en el séptimo Psalmo dice: Omnia subjectasti sub pedibus eius. Todas las cosas subjetaste debajo de los pies del hombre. Y si todas, luego tú, que eras de ellas, sujeto eres al hombre. Concluyo: si eres esclavo del hombre y sujeto al hombre, no puedes ser su rey ni su señor, y pues tú te llamas señor de la tierra y rey y señor de los hombres, tú eres tirano y tiranizas la tierra que es del universal Criador y desvías al hombre de su Hacedor, a quien ha de servir y honrar y reverenciar todo el espacio de su vida, haciéndole esclavo del pecado y sujeto a todos los vicios, privándole de toda virtud y bondad.

Lo dicho me parece que basta cuanto a esta parte para probar que tú confiesas y tienes confesado ser tirano.

Dices más, que nosotras pretendemos ser señoras de los hombres y lo en la tierra criado. Jamás tal pensamos ni queremos, salvo servir al Señor, Formador de lo criado, como obras que somos de sus divinas manos y, según Él nos tiene mandado, hacer y procurar que los hombres le sigan, le sirvan y adoren como hechura que son de sus manos, plasmados a su imagen, induciéndolos a obrar virtud apartándolos de todo género de vicios; lo cual, todo contra toda ley y razón tú viedas y estorbas convidándolos con cautelas y engañándolos con pasatiempos, injuriando al que te formó por aplacer a ellos y atraerlos a ti y a tu perdición. De manera que digo que no somos señoras de los hombres sino compañeras y ayas, maestras de su vivir y regla para salvar sus ánimas, estorbo para que no caigan y vengan en perdición, y para esto dotó Dios y acompañó a los hombres de las virtudes, que somos nosotras, para que por ellas, como el pequeño niño por el ayo, se rigiesen y gobernasen.

También confiesas que nos desterraste alegando una falsa acusación para excusar tu yerro, y es porque los hombres nos aborrecían y porque así aborrecidas y desechadas no vagásemos. Por cierto, los hombres no tomaran con nosotras tanta enemiga si tú no los engañaras cebándolos con hediondos vicios y atrayéndolos con indebidos pasatiempos y dado que ellos no quisieran nuestra compañía ¿qué te merecíamos o qué te habíamos hecho? ¿por qué, siendo siervo, nos desterrastes como señor y tirano sin tener otro poder más del que tiene el usurpador y el engañador? Niegas haber cometido todo género de vicios, no me maravillo; pues viene en tu compañía la Mentira y no me doy nada que lo niegues, porque, como sea a todos notorio ser tu recogimiento de vicios y padre de viciosos, no nos es necesario probártelo, más de alegarlo, y que tú no lo puedas encubrir ni negar está claro; porque traes todos los vicios en tu compañía y de ellos te acompañas y de ellos te sirves. Pues si de ellos te sirves, usas de ellos y usando de ellos cométeslos y ámaslos y óbraslos, tráeslos tú en tu compañía. La vista da claro testimonio de ellos. Veyes, en torno de tu carro se pasa el Engaño, el Estupro, el Adulterio, el Fornicio y el Incesto, el Sacrilegio, la Falsedad, la Astucia, la Mentira, la Blasfemia, la Calumnia, la Cautela y la Malicia. Contigo vinieron, tú los trajiste, a ti esperan, a ti sirven y acompañan, y pues esto es notorio no te aprovecha negarlo, ni nosotras tenemos necesidad de te lo probar.

Concluyendo, digo, que pues eres tirano, que es justo que seas castigado y, pues nos desterraste y echaste de la compañía de los hombres, razonable cosa es que seamos restituidas, y pues has cometido innumerables vicios, bien será que se tome a ti la enmienda y que pagues con pena igual lo que con osado y desvergonçado atrevimiento cometiste.

Más quisiera decir para convencer tus cautelas, tus malicias y tus engaños, pero por abreviar y porque lo dicho basta y lo que está por decir podrá sobrar para aclarar tu maldad, no diré más. Solamente pido te sea mandado que no salgas de este Campo hasta oír sentencia y que de esto sean avisadas las guardas de la real puerta y divina torre.

Dichas estas palabras, la sabia Prudencia hizo fin a su hablar. A la hora, el perverso Mundo, la color perdida, la persona alterada, con airados y turbados ojos, miraba a la sabia Prudencia, no sabiendo qué responder a sus agudas y concluyentes razones. En tal manera estaba turbado que cualquiera que a esa hora le mirara abiertamente conociera ser culpado, porque no hay mejores testigos que la conciencia de cada uno; pues como la divina Justicia así le vido, volviendo su hermoso rostro contra el Mundo, abrió camino a tales palabras:

Habla la divina Justicia al Mundo.

¿Qué respondes, Mundo? Ya yo no te quiero llamar Mundo, sino Mudo, porque te veo tan ajenado y fuera de ti con la nueva turbación, que has perdido la habla y se te a embaraçado tu lengua. Agora conocerás ser verdaderas mis palabras y las tuyas aforradas, pues debajo de la dulçura de ellas encubrías el muy ponçoñoso veneno que dentro en tus entrañas tenías. Conocidas son tus cautelas y tus falsas alegaciones. Descubierta es tu tiranía. Revelados son tus horribles vicios y tus manifiestos pecados. ¿Qué dices? ¿No respondes? Más ánimo tuviste para tiranizar la tierra y engañar los moradores de ella que para responder a una flaca doncella. Coraçón tuviste para desterrar de entre los hombres las virtudes y no tienes lengua para delante de ellas hablar. Atrevimiento hubo en ti para inventar feos pecados y agora te faltan palabras para te desculpar. Ya bien conocerás tu yerro y confesarás tu tiranía y publicarás tu maldad. A tiempo eres venido, que tus obras llevarán el pago de tu merecido. Y tus sagaces palabras no te aprovecharán y tus excusas no serán recebidas. Tu cuerpo pagará la pena y tu persona sufrirá y sentirá el castigo que tus pecados merecieron. Vey si quieres responder algo. Oírte he.

Tan turbado y encendido estaba el Mundo que a todo esto no respondió palabra.

La poderosa Justicia, conociendo su turbación, le mandó responder para la primera audiencia, porque volviese sobre sí y tomase acuerdo sobre lo que había de responder. Esto hacía la divina Justicia porque podría tener el Mundo alguna excusa que, aunque no le limpiase de la culpa, a lo menos sería para que por ella se le mitigase y aliviase la pena y por más convencer su malicia.

Después de esto, levantándose la Justicia divina de su real trono, acompañada de las desterradas doncellas, se tornó a su rico palacio; las cuales, despidiéndose cortésmente, concertando de se juntar en la casa de la Razón para haber su acuerdo, se fueron cada una a su posada.

Capítulo LX

Cómo se juntaron las desterradas doncellas y de una habla que hizo la Razón y de lo que respondió la Prudencia.

Este día, al tiempo que el claro sol, habiendo corrido la mitad de su acostumbrado camino, se daba gran prisa por cumplir su muy trillada corrida, las cuatro doncellas de la Razón, llamadas Tubeas, saliendo delante de la rica morada de su señora con sus doradas trompas y acordada música, dieron señal para que las doncellas viniesen ahí a haber su acuerdo sobre lo que se debía hacer en su hecho. No tardaron mucho después que la señal se hubo dado, que todas fueron juntas en el palacio señalado de la Razón; la cual, siendo todas presentes, volviendo su sereno rostro y sus amorosos ojos a la Prudencia, dijo de esta manera.

Habla la Razón a la Prudencia.

No en balde vuela tu memorable fama, ¡oh sabia y discreta Prudencia!, porque esto osaré afirmar con verdad que si bienaventurança hay alguna en la tierra, después de conocer y honrrar a un solo Dios, es tener tu compañía y gozar de tu loable amistad y limpia conversación. ¡Oh hombres, en cuyo entendimiento vive y reposa la Prudencia! hágoos saber que vivís vida más que humana y, por el contrario, los que de ella carecéis vivís vida de salvajes, y estoy por decir que de brutos animales ¿qué cosa hay entre los mortales que se iguale a la Prudencia, Ciencia o Sapiencia? Por cierto ninguna hay que se pueda llamar sombra de ella. Esta es descanso y reposo, solo bien y riqueza al que la posee, si procede del temor de Dios, el cual es principio de toda sapiencia, y esto es muy claro porque todas las otras cosas, Fama, Honra, Riqueza, Mando, Señorío, puede quitar la variable Fortuna de su poseedor y a sola ésta no. Todas se disminuyen, se mudan, se truecan, se pierden cada hora y la variable rueda de la Fortuna pasa cada momento por ellas, echándolas de aquí para acullá y pasándolas de uno en otro. Esta sola siempre crece y se aumenta aunque con otros sea repartida, ante entonces lança mayores pimpollos así como la candela que, aunque se enciendan en su luz otras candelas, nunca su luz por eso padece disminución; ésta no muda, no se trueca ni se pierde, ante acompaña contino a su poseedor. El ejemplo está en la mano. Esta sabia doncella, llamada Prudencia, fue desterrada por mandado del perverso Mundo y, siendo así desterrada, perdió su natural patria, perdió sus caros amigos, perdió la fama y el crédito que tenía entre los. hombres, perdió la honra, perdió todo su haber, perdió finalmente cuánto tenía y poseía. Sola la sabiduría la acompañó y jamás de ella se partió ni desamparó en los peligros, en las necesidades, en los trabajos, en el destierro; y si claro queréis ver cómo su saber, su prudencia, no solamente no la ha desamparado, pero ni en todos estos rencuentros de Fortuna se la ha [dis]minuido sino ante se ha acrecentado, ved cómo con su gran saber, con sus sutiles palabras y agudas razones nos ha sacado de tantos trabajos, nos ha restituido nuestra honra, nuestra fama, y nuestra tierra como con su saber convenció al perverso Mundo de su malicia y le hizo contra su voluntad confesar, convenciéndole con fundadas razones, lo que había negado y tenía propósito de jamas confesar, y le sacó la escondida ponçoña que con sus falsas palabras encubría. Conoced pues, doncellas, cuánto bien traéis en vuestra compañía. Agradeced el gran don que habéis recibido, pues la Prudencia ha dado hoy el deseado fin a vuestros trabajos y ha descubierto remedio para que vuestras miserias y destierro sean remediadas y en vuestra patria entre los hombres restituidas, aunque bien sé y conozco que tenéis tanta voluntad para servir el don recibido, aunque tan alto beneficio no recibe paga que, si en cuenta os lo toma, siempre quedará en obligación de hacer mucho más en este nuestro negocio y caso.

Estas fueron las palabras que la Razón oró delante de las doncellas, con tanto reposo y sosiego y con tanta autoridad que las doncellas, juntamente con el Caballero del Sol, habían gran sabor de la oír y, como puso fin a su decir, la muy sabia Prudencia respondió de esta manera:

Habla la Prudencia a la Razón.

Bien conocida tengo, Razón, tu verdadera amistad y probada con obras tan claras que no hay necesidad que me lo des a entender con palabras, las cuales son imagen del coraçón y bien sé que con ningún servicio podré satisfacer a tu grandeza, no solamente la gran voluntad y amor que me tienes sino las muchas buenas obras que de tu larga mano he recibido, pero ni aun estas solas palabras que en presencia de estas generosas doncellas has hablado. ¡Oh Natural Razón, que por tu gran bondad merezco yo, si algo yo valgo!, porque ¿qué valdría la sapiencia ni la Prudencia en el hombre si no fuese regida y medida por la Razón? Tú eres el mayor bien que gozan los racionales hombres mientras viven su miserable vida y pasan el breve curso de sus fatales años. Tú los riges y gobiernas. Tú los adiestras y los guías. Tú los sacas del mal camino de los vicios y los reduces y tornas al camino de la virtud, de donde se les sigue alcançar el sumo bien para que fueron criados. Tú gobiernas los imperios, riges los reinos, administras en las ciudades, pones paz entre los enemigos y conservas en la vieja amistad a los amigos. ¿Qué valdría yo si por tu mano no fuese guiada y regida? No puedo yo hablar si la tu grandeza no me favorece y me enseña, ni puedo entender si tú no me aclaras el entendimiento, ni soy poderosa para fundar lo que hablo si tú no me das el fundamento. No digas que yo he trabajado mucho en este negocio sino tú, pues tu me has dado la lengua con que lo confirmase. Por cierto, doncellas, a la Razón debéis rendir las gracias porque yo no soy sino un instrumento con que ella obra y de que ella se aprovecha. Y si algo yo por mí en este negocio he hecho y aprovechado, no tenéis por qué me lo agradecer, porque el negocio así tocaba a mí como a todas, y pues por mí trabajé lo que tocaba a todas, harta paga es para mí haberlo hecho por vuestro mandado. No quiero hablar más en esta materia pues el tiempo se nos pasa y no platicamos lo que toca a lo que tenemos entre manos.

Ya habéis visto, doncellas, cómo el soberbio Mundo respondió a la acusación por nuestra parte puesta. Bien sabéis lo que negó y no se os ha olvidado lo que confesó. Satisfechas estáis de mi respuesta, claramente visteis como le concluí y confundí en todo, así en lo que negaba como en lo que confesaba. Bien visteis su turbación y claramente conocisteis su clara injusticia. Claro está nuestro derecho y cierta tiene contra sí la sentencia. Bastante provança es la confesión del adversario hecha en juicio y ante el juez. Ya no hay necesidad de le poner posiciones ni de presentar testigos, pues él se los traía consigo y contra sí. Él será castigado y nosotras vengadas. Él pagará su atroce crimen y nosotras volveremos a nuestra propia tierra. Él será privado de su tiranizado señorío y a nosotras restituirá en nuestra honra. Él será maltratado y nosotras habremos paga de los grandes trabajos que pasamos por la estrecha senda herbosa. Al fin él acabará mal como malo y nosotras quedaremos en holgança y quietud como buenas. Agora no hay que proveer en nuestro negocio, más de que, si el maligno Mundo respondiere algo, escusando sus antiguas malicias, yo le responderé como merece.

Esto habló la muy sabia Prudencia con tal gentil meneo y sereno semblante que cosa era maravillosa de la ver y oír. Pues como la sabia Prudencia puso fin en su habla, las generosas doncellas la rindieron muchas gracias por lo que había dicho y hecho y por lo que se ofrecía a hacer. Otras hablas pasaron después de esto que contenían en sí mucha sapiencia y graves sentencias, aunque aquí no están escritas por ser fuera de la materia que tratamos.

A esta hora ya el hijo de Latona, habiendo corrido su acostumbrado camino, començaba de desensillar sus cansados y fatigados caballos, cuando las desterradas doncellas, despidiéndose cortésmente de la Razón, se tornaron a sus ricas moradas acompañadas de sus servidores.

Capítulo LXI

Cómo la Justicia salió a juicio y de lo que habló al Mundo y de una habla que hizo el Mundo excusando su yerro.

Otro día, al tiempo que el claro sol con su nueva luz y dorados rayos los campos y olorosas flores alegraba, las músicas doncellas de la poderosa Justicia con su sonora y acordada música dieron señal del juicio; lo cual, oído por las desterradas doncellas, adereçándose lo mejor y más presto que pudieron, se fueron para la rica morada de la divina Justicia, y no pudieron llegar tan presto que ya la Justicia doncella no saliese por las puertas de su palacio, donde fueron recibidas con benigno rostro, y ellas hicieron la reverencia y acatamiento acostumbrado. De ahí se fueron, la Justicia a sentar a su trono, las desterradas doncellas a los estrados; y porque el soberbio Mundo aún no venía, la Diligencia lo fue a llamar por mandado de la divina Justicia y no tardó mucho que vino en la manera acostumbrada. Y como se hubo asentado en su acostumbrado asiento la divina Justicia dijo de esta manera:

Habla la Justicia al Mundo.

Bien tendrás entendido, muy sagaz y viejo Mundo, que no había necesidad de te dar más larga y ilaciones, pues es muy claro que el oficio del Juez conquiesce habiendo confesado la parte. Y solamente le resta el trabajo de sentenciar y ejecutar. Pero yo, usando contigo de grande misericordia y equidad, dejando todo rigor y aspereza, he querido darte esta breve dilación, para que si alguna cosa tienes para te ejecutar, o alguna defensa te ha quedado con que te defender, que la digas y declares agora. Y serte ha oída, aunque yo por cierto tengo que no tienes alguna porque no puedo creer que si alguna causa o excusa te hubiera quedado o tuvieras que no la publicaras ayer, pues tú eres tan sagaz, viejo y experimentado en negocios. Ante me declara muestra de tu yerro y culpa verte ayer callar, quedando tan atónito y turbado que verdadero traslado de los cuerpos muertos parecías. Mírate, revuelve tu pecho. Si algo tienes que decir, dilo, si por ventura tu gran turbación ayer no te lo dejó manifestar. Y visto lo que dices responderán estas doncellas, si algo quisieren replicar, y con ello se habrá la causa por conclusa. Estas fueron las palabras que habló la divina Justicia.

Más atento que contento estaba el inicuo Mundo oyendo las palabras de la poderosa Justicia, las cuales, aunque ella tenía por muy justas y piadosas, no lo hacía el Mundo así, ante las tomaba y entendía como muy rigurosas porque se tenía por culpado de todo lo contenido en la acusación de las desterradas doncellas; pero con todo esto, haciendo de flaco fuerte, con severo y grave semblante y con pensadas y espaciosas palabras dio principio a lo que se sigue:

Habla el Mundo excusando sus errores.

¡Oh poderosa señora! ¡Oh divina Justicia!, los breves términos a la tu grandeza se hacen largas dilaciones. Y a mí me parecen momentos que en abrir y cerrar el ojo se pasan. Tú los das por superfluos y yo los tomo y tengo por necesarios, de tal manera que yo querría que fuesen muchos y muy largos, porque es cosa clara que el tiempo descubre las cosas encubiertas y tiénela y descubre los errores de algunos que por inocentes son tenidos, siendo en la verdad culpados; y por el contrario, da clara muestra de la inocencia de otros que son habidos por pecadores y errados. No te des tanta prisa, poderosa señora, que el tiempo no se acaba. No te contentes con un día, que me has dejado pensar en mi disculpa. Alarga la dilación y descansará mi juicio para pensar la disculpa, para inventar algún remedio para mi defensa, para que la furia y pasión de estas doncellas con el tiempo se cure y amanse. No sea tu juicio tan arrebatado que te den alguna culpa los hombres. No te fatigues por quitarme con brevedad la vida, pues no me quieres perdonar la muerte. Dame alguna libertad y suelta para volver sobre mí. Mira que los apasionados y congojados coraçones no pueden tan fácilmente acordar sobre lo que bien les está como los sueltos y libres de congoja y alteración. Y pues el mío está tal que la pasión postrera le atormenta, déjale tomar huelgo, consiéntele asegurar, para que con el reposo piense y con la dilación acuerde, y con la libertad determine y con la lengua hable aquello que conviene para su defensa y lo que bien le está para su libertad. No lleves esta causa al fin sin más acuerdo, si no lo quieres hacer por amor de mí hazlo por amor de ti, porque a ti conviene; porque no te tengan por atrevida, apresurada, arrebatada y afeccionada. Dirán que lo hiciste por favorecer a estas doncellas. Dirán que lo hiciste porque me tenías a mí odio. No amancilles tu honra por dar breve sentencia. No corrompas tu limpia fama por quitarme a mí apresuradamente la vida. No pierdas tu loable y memorable memoria por ponerme a mí en perpetuo olvido. No quieras ser juzgada por cruel, pudiendo gozar del nombre de piadosa. Mira que en proceder con tanta brevedad aventuras a perder mucho y a no ganar nada y con la dilación, ya que algo no ganes, lo menos no se aventura perder nada. Buenas son las cosas pensadas y mejores las que se hacen sobre acuerdo. Mucho vale el consejo maduro y madurado con la diuturnidad del tiempo. Mira que, aunque hablo por mí, también digo lo que cumple a ti. Toma este primero consejo del enemigo aunque yo no lo soy sino verdadero amigo. Porque no puedes dejar de hacer con Justicia lo que te pido con derecho. Pesando con igual balança al Papa y al que no tiene capa, al Emperador y al labrador, alárgame el plazo y darte he manifiestas causas por las cuales no merezco castigo. Pon mi ánima en libertad y hablará la lengua sin temor. No me amenaces con breve y rigurosa sentencia y, alçando la pasión el cerco que tiene puesto a mi coraçón, hablaré cosas tan justas y buenas y tan sutiles en el caso, que abiertamente conozcas que las desterradas doncellas piden razón y yo carezco de culpa. No me quiero más alargar en razones por no ser molesto y pesado, puesto que no quisiera. ¡Ay!, solamente diré dos palabras para disculpar mi culpa, guardando otras muchas disculpas para las recontar y de ellas informar en las largas dilaciones que espero tener pues para ello hay bastantes causas.

Notorio es, poderosa Justicia, que yo fui formado por las poderosas manos del inmenso y omnipotente Dios, el cual crió cielo y tierra y todo lo visible y invisible; el cual, luego que me hubo acabado de hacer, me dio en los coraçones de los hombres, como juro sobre ciudad, una pura libertad, un entero y libre albedrío. Poniéndome a la derecha mano las virtudes y el camino estrecho de la vida, a la siniestra los vicios y el camino de la perdición para que, siguiendo mi voluntad, siguiese la bandera de lo que más me aplaciese y tomase la vía que mejor me pareciese. Yo, usando de la libertad y arbitrio que Dios me hubo dado, tomé y escogí la compañía de los vicios y abracéme con los deleites y escogílos para me acompañar de ellos. De manera que, llegándome a los vicios forçado había de repudiar las virtudes, pues son de los vicios mortales enemigas y aprobando los vicios para mi compañía forçado me era desterrar las virtudes.

Ora pues, divina Justicia, juzgad si soy en culpa por usar de la elección y arbitrio libre que mi Criador me dio. Y si merezco pena por gozar del privilegio que el Dador de las cosas me concedió y si soy digno de pena por usar de la libertad de que mi Dios me dotó; mira bien esto, divina Justicia, y juzga lo que te pareciere,

Estas fueron las palabras que el turbado Mundo habló ante la presencia de la poderosa Justicia y, como hubo hecho fin a su decir, la sabia Prudencia respondió de esta manera:

Capítulo LXII

De la respuesta de la Prudencia y de lo que oró la Justicia y de lo que replicó al

Mundo.

¡Oh sagaz y viejo Mundo! tan buena lengua tienes para pronunciar lo que con el entendimiento alcanças como sutil ingenio para inventar cautelas y fingir y revolver enriedos. Pues conocías lo bueno y las virtudes y la vía de la vida ¿por qué no lo escogiste para ti? ¿Por qué amaste los sucios y hediondos vicios y desechaste y repudiaste las santas y loables virtudes? ¿Por qué dejaste el camino de la vida, por el cual sabías que se alcança y entra en la eterna bienaventurança y tomaste la ponçoña que te quitará la vida y te atraerá a la obscura muerte? No debes, poderosa Justicia, seguir el camino del errado, porque si te guías por las pisadas del que es ciego necesariamente caerás con él en tan profundo hoyo que no puedas fácilmente de allá salir. Ningún cuerdo se debe aconsejar con los que siguieron incierto y errado camino, ni debe usar del consejo de aquél que jamás le tuvo para sí, ni de él supo en algún tiempo usar. ¿Cómo aconsejará bien el mal proveído? ¿cómo enseñará el verdadero camino el que jamás anduvo por él? Gran locura es tomar guía para que enseñe la vía que no ha andado. No debes tomar el consejo claro del que siempre anda en tinieblas. No debes dar al Mundo más dilaciones, pues su culpa es notoria por su confesión. Mira que la dilación es causa de errar en semejante caso. Yo no niego que las cosas pensadas son mejor acertadas, si en ellas hay que dudar. Y que el maduro consejo es bueno cuando es necesario por ser el caso dudoso y cuando no hay peligro en la dilación, pero en lo que está claro según las leyes no se debe dar lugar a conjetura, por que entre tanto los desterrados están en su miserable destierro y los tiranizados viven en continua tristeza y el pecado acrecienta su malicia y el pecador persevera en el pecado. No debes consentir que por alargar a uno la vida corporal muchos mueran en pecado, muriendo el alma juntamente con el cuerpo de muerte eterna. Vea la vuestra grandeza cómo la larga dilación traiga grandes inconvenientes. Muchas veces los jueces de misericordiosos o, por mejor decir, de descuidados dejan de hacer con brevedad justicia, dando dilaciones y términos no necesarios para que el culpado se defienda y insista en su pecado. Y el acusador se canse para que el malhechor rompa las prisiones y quebrante las cárceles. De esta manera, los jueces por no castigar con brevedad al delincuente o cuando lo pedía la razón, dan causa a muchos males y ocasión a que se hagan muchos insultos. Lo primero, hacen que el malhechor quede sin castigo y el agraviado quede sin vengança. Lo segundo, son causa que otros, viendo que aquél se fue sin pena, se atreven a cometer semejantes tuertos y pecados y maleficios. Lo tercero, dan ocasión al pueblo para que le tengan por mal juez y descuidado. Por estas razones, y por otras que diría si mi prolijidad no cansase los oyentes, se deben de cortar las dilaciones y haberse la causa por concluir.

Buena excusa pensaba el Mundo que tenía, antes ha echado aceite en el fuego, porque el eterno Dios que le formó, diole voluntad y arbitrio libre para escoger o las buenas y loables virtudes o los feos y abominables vicios, o la vía estrecha de la vida o el real camino de la perdición. Pero esto no sin ley y condición, ca Dios puso ley en esta manera: al que siguiese el estrecho camino de las loables virtudes prometió vida y perpetua holgança, al que caminase por el ancho camino de los vicios, muerte y eterna pena. Esta ley puso el Criador de todo lo formado cuando mandó a nuestro primero padre Adán en esta manera: De todos los árboles que están en este paraíso de ley tú comerás y a este solo árbol de la vida no tocarás, porque a la hora que de él comieres, morirás. De manera que Dios dio al hombre libre arbitrio y le dio ley, puso en su mano la muerte y la vida. Y pues tú, Mundo, usando de este libre arbitrio tomaste la compañía de los vicios, el ancho camino de los errados, la vía de la perdición, débesla tomar con la ley y condición puesta por tu Criador, la cual es muerte y perpetua pena y no debes traer por excusa tu libre arbitrio, porque aunque Dios te dio libre arbitrio mandóte usar bien de él y no mal. Y, por el contrario, es justo que a los que aman la virtud y caminan por la estrecha senda de la vida, que se les guarde la ley y se les dé la vida y perpetua holgança. Y a los que maltratan las virtudes, las destierran y persiguen, justo es sean por ello acusados y castigados.

Yo pienso que no tengo necesidad de gastar más palabras, porque la divina Justicia lo entiende, sabe y tiene entendido muy mejor que yo lo sé decir, ca si yo algo me he alargado ha sido por tráerselo a la memoria para que a nosotras dé libertad y al mundo su merecido. Con esto calló la sabia Prudencia y la Justicia dijo de esta manera:

Habla la divina Justicia al Mundo.

No te debes quejar, ¡oh Mundo, sagaz en la malicia y viejo en el mal! si te mando concluir luego, porque el caso lo requiere y la razón lo así pide. Defensa ya no te queda, excusa no tienes y, dado que se dilatase la sentencia, no por eso se te había de quitar o disminuir la merecida pena. Tu culpa está clara y tus criminosos excesos son manifiestos. Dilatar este negocio sería escurecer lo claro, provocar la sentencia sería salir de lo que manda el derecho. No desees mas dilación, ¡oh Mundo!, porque es averiguado que el que espera, especialmente pena, desespera. Más vale, y por mejor tendría yo, pasar un crecido dolor en un breve espacio que no sufrir su esperança mucho tiempo. La muerte repentina y no pensada es una muerte, pero la muy pensada y esperada hácese mil muertes. Concluye y sentenciaré lo que justo sea, no temas que salga de mi acostumbrado camino, ca jamas dejé de usar de misericordia por usar de crueldad y, si el caso es tal que se puede sufrir, siempre templo el rigor con la piedad.

Con esto dio fin a su habla la poderosa Justicia y, como hubo acabado, el Mundo hizo principio a tales palabras.

Habla el Mundo a la divina Justicia.

¡Oh Justicia divina! ¡oh majestad poderosa! templa tu saña, vuelve sobre ti. No me mandes concluir con las palabras y dar fin a los días. No quieras que acabe de hablar y cese de vivir, y ¿cómo piensas que podré yo pronunciar con mi lengua las palabras por las cuales se concluya la causa, pues, concluyendo la causa, concluyo la vida? ¿Ha de ser tan atrevida mi lengua que pronuncie contra mí las últimas palabras de mi vivir? ¿Cómo quieres que haga yo tal desatino, que abreviando las razones y escritos diese desastrado fin a los propios miembros? Alárgame un poco la vida pues necesario me quieres condenar a muerte. Dilata la esperança del mal que espero porque, esperando más, pene más, pues yo quiero; y, si no lo quieres hacer por mí, hacerlo te conviene por lo que toca a ti; porque, por ventura, tanta brevedad traerá después en ti arrepentimiento y la acelerada sentencia ensuciará tu limpia fama y el castigado delito dará ocasión a que te llamen delincuente. No seas enemiga de ti misma, por castigar a este que su vida está en acabar. Sus palabras y su muerte tienen merecida sus perversas obras. Mira que más mansamente te has de haber conmigo, que confesé mi pecado, que no con los que con pertinacia le niegan. Si de alguna misericordia has de usar conmigo en este desastrado caso, sea alargarme la vida hasta el tercero día, dejando la pronunciación de la sentencia para entonces. No la pronuncies agora, que me tornarás sobresaltado y desapercibido. Y con la súbita y repentina alteración podría mi ánima desamparar estas viejas carnes. De tal manera que no habría lugar de ejecutar en mi tu justa sentencia y, si así lo haces, yo callo y concluyo en la causa para concluir presto en la vida.

De esta manera habló el muy atribulado Mundo a la divina Justicia.

De consentimiento de las misericordiosas doncellas, habiendo la poderosa Justicia la causa por conclusa, prorrogó la sentencia para tercero día, y mandó a las desterradas doncellas y al malino Mundo que personalmente viniesen el día tercero a oír sentencia.

Esto así acabado, la divina Justicia, levantándose de su rico trono, a su real palacio se va acompañada de las desterradas doncellas, las cuales concertaron de se ver otro día en la sala de la Razón.

Otro día después de comer, las cuatro doncellas Tubeas, criadas de la Natural Razón, saliendo a la gran plaça, hicieron sentencia con sus doradas trompas para que las desterradas doncellas se juntasen; las cuales, como oyeron el acordado son y la acostumbrada sentencia, se fueron acompañadas de sus doncellas y servidores a la rica morada de la Natural Razón. Y, como todas fueron juntas, hablaron una pieça de cómo las había sucedido bien su trabajoso camino y cómo su negocio estaba en el estado que deseaban. Y con todo esto daban grandes gracias a la sabia Prudencia, porque tan bien lo había guiado. Hablando de estas cosas, mezclando otras de mucho peso y provecho, pasaron aquel día hasta que, temiendo a la noche, cada una se fue a su posada.

Capítulo LXIII

Cómo el Mundo fue sentenciado a muerte y a las desterradas doncellas mandaron volver a la tierra y compañía de los hombres.

Ya el claro sol del tercero día para la sentencia señalado con su nueva luz las obscuras tinieblas de la encubridora noche hacía huir, cuando las músicas doncellas de la poderosa Justicia, saliendo a la gran plaça galanamente vestidas y sobre hermosos palafrenes, començaron una dolorosa y acordada música, dando clara señal del juicio que ese día estaba señalado; lo cual, como de las desterradas doncellas fue entendido, in poner tardança, salieron ricamente vestidas de aquellas colores que cada una acostumbraba a vestir y, viniéndose ante la morada de la divina Justicia, luego la poderosa doncella salió ornada de ricos paños sobre su preciado carro, como tenía ya acostumbrado, y acompañada de sus continuos y servidores, juntamente con diez caballeros armados que la delantera llevaban, cuyo capitán se llamaba Penalope. Delante de estos diez caballeros iba un escudero cabalgando sobre un caballo morcillo todo cubierto de luto. En la derecha mano llevaba una espada desnuda, la mitad sangrienta; en la siniestra, un ramo de olivo seco. Con esta compañía, yendo siempre delante las músicas doncellas haciendo un lastimero son, se fue la poderosa Justicia a sentar en su real trono, sentándose también las desterradas doncellas en su acostumbrado lugar.

No tardó mucho que salió por una de las anchas calles el muy afligido Mundo sobre un triste carro de madera negra, encubertado de paños negros y doloroso luto, con muchas calavernas blancas puestas por ellos y muchos huesos atravesados entre ellas, con un letrero que decía:

Aquél que cubre tristeza

la muerte no le da pena

ni se le hace pereza

sufrir su grande aspereza

que a sufrirla le condena.


Tiraban el encubertado carro cuatro búfanos encubertados de amarillo, sembradas por ello muchas espadas desnudas y sangrientas, con una letra que decía:

El cierto desesperar

de la vida

hace ésta no ser temida.


El triste Mundo venía sentado sobre una silla verde rodeada de cuatro muertes que al parecer con sus manos la traían, con una letra que decía:

Estas quitan la esperança

de la silla

que no color amarilla.


El Mundo vestía paños encarnados largos hasta el suelo. Sobre su cabeça traía una corona de huesos compuesta y una calaverna sobre ellos. Las manos traía atadas con un cordón de seda negra. Sobre los cuatro búfanos venía una espantosa muerte, echa de bulto, con una frecha estendida en sus crueles manos como que la acababa de soltar contra el Mundo la saeta que de ella había salido. Tenía el afligido Mundo puesta por los pechos por tal manera que parecía estar herido y atravesado con ella. En torno de la saeta estaba escrita una letra que decía:

La muerte con su saeta

ha herido lo encarnado

y yo muero desesperado.


De la manera que habéis oído venía el muy triste Mundo acompañado de sus malos servidores cubiertos de largas y tristes ropas de luto. Y como llegó ante el real trono, bajando de su triste carro, entró y, con debido acatamiento hecho, se sentó en los estrados en el lugar acostumbrado en contra de las desterradas doncellas, con alterada voz començó de decir estas palabras.

Habla el Mundo a la divina Justicia.

Poderosa y rigurosa Justicia, la mudable y ciega Fortuna, enemiga de la ajena prosperidad, ha vuelto su variable y inquieta rueda contra mí, tornándome de alegre triste y convirtiendo mi holgança y descanso en afán y trabajo, el reposo en congoja, el regocijo en desesperación, el señorío en subjección, la potencia en flaqueza, la fama en infamia, la honra en deshonra, el valer y tener en pobreza y menosprecio, los púrpuros y dorados vestidos en negros, muy tristes y amarillos paños, la preciosa corona en huesos y calaverna de los sepultados y, finalmente, ha trocado mi delicada y viciosa vida por muchas y muy tristes muertes de las cuales me veis rodeado. Bien creo, divina Justicia, que conoces que siento lo que tú puedes y lo que yo debo. Lo que tú has de sentenciar y lo que yo tengo de obedecer, lo que tú has de mandar y lo que soy obligado a pagar. Tú me quitarás la alegría y por eso yo me he abraçado con la tristeza. Tú me privarás de la esperança de vivir y yo me he vestido de desesperación. Tú usarás de rigor y yo vengo vestido de encarnado. Tú traes una espada medio sangrienta para me quitar la vida, yo traigo mil, todas sangrientas, para recibir mil muertes. Ya tanto amo la muerte como solía querer la vida, tan contento soy con la pobre y pequeña sepultura como con el rico y espacioso imperio. Tanto quiero la compañía de los nobles pasados, y ya muertos, como la de los vivos y viciosos. No me es menos agradable oír sentencia con que me destierren de esta vida que ver un mandato con que me restituyesen mi reino y mando. Igualmente deseo ir al lugar donde tengo de morir que volver por el camino que vine. La muerte es solo consuelo a los afligidos y la angosta sepultura refugio a los atribulados. Si hasta aquí pedía dilación, agora te reprehendo de perezosa. Aparejado estoy. Comiença de leer la sentencia y manda luego ejecutar la pena.

Estas fueron las postreras palabras que habló el afligido Mundo; las cuales no eran bien acabadas, cuando la sabia y misericordiosa Justicia con reposadas palabras, dijo de esta manera:

Habla la Justicia al Mundo.

¡Oh sabio y viejo Mundo!, quisiéralo Dios que hubieras gastado en virtuosas obras tu gran saber y tus ancianos días y no en hediondos y abominables vicios, porque tú te salvaras y yo no te condenara. Tú fueras tenido por bueno y estas desterradas doncellas no te acusaran por malo, tu memoria no feneciera y tu fama siempre fuera creciendo. ¡Oh, viejo experimentador! ¿cómo no supiste, siendo tan sagaz y astuto, escoger para ti lo bueno y huir de lo malo, abraçar la virtud y huir el vicio? ¡Oh, cuán gran mal es el pecado de la soberbia en los grandes y generosos varones! los cuales, como se ven en un poco de mando, como tú, Mundo, luego les encara el vicio de la mala soberbia y piensan que no hay otro superior ni otro Dios que les pida cuenta de sus tiranías y maldades y con este error, creyendo que no hay quien de ellos tome enmienda de lo mal obrado, danse a todo género de vicios y corren por la maldad a rienda suelta hasta que, dejando de usar de esta miserable vida y desamparando la viciosa carne, tienen a este Campo de la Verdad con innumerable multitud de vicios, donde son acusados de estas doncellas llamadas virtudes, porque de su compañía las desterraron y por tiranos y viciosos; por lo cual, por mí son sentenciados a muy rigurosa, espantable y perpetua muerte. Oye, ¡oh sagaz Mundo! pues lo has merecido. Mira que éste ha de ser el pago de tus deleites y pasatiempos. Mira bien y verás el cabo de ellos tan áspero y riguroso que te pesará por haber nacido. Mira, mira, que toda esa tristeza que con tus negros, tristes y lúgubres paños muestras, es como imagen o sombra, de la pena que te mandaré dar y de la áspera y amarga muerte que has de recibir y gustar, y del espantable lugar donde ha de ser tu perpetua sepultura.

Con estas palabras la divina doncella puso fin a su hablar y, tomando en sus manos el proceso, començó de leer la sentencia:

Sentencia de la poderosa Justicia contra el Mundo.

Hallarnos, atento lo procesado, que las desterradas doncellas probaron bien y cumplidamente su intención y acusación y que el soberbio y muy vicioso Mundo no probó sus excepciones y defensiones, ni cosa que de culpa le excusase ni de pena le relevase; por lo cual, le mandamos privar y privamos de todo el orbe de la tierra con los en ella vivientes, lo cual todo tenía tiranizado y usurpado y le despojamos y habemos por despojado de todo ello; y asimesmo, le quitamos el falso señorío que tenía sobre los coraçones de los hombres y, por cuanto nos constó de enormes y innumerables crímenes y excesos que cometió, sin dejar algún género ni especie de abominable vicio de experimentar, mandamos que su persona sea llevada en su triste carro, como agora aquí vino a esta audiencia, por las manos de Penalo y sus caballeros a la alta peña de la Aguda Punta y que de allí sea despeñado hasta el hondo y espantable Valle de Tristura, en el cual sus despedaçadas carnes sean sepultadas en un temeroso sepulcro de perpetua pena y de eterno olvido. Otrosí, mandamos restituir y restituimos a las desterradas doncellas con su honra a la propia tierra, de la cual fueron injustamente desterradas, y mandamos a los racionales hombres moradores de ella que las reciban, con la veneración que son obligados, en su compañía, guardando las antiguas y virtuosas leyes que entre ellos había estatuidas y aprobadas y desechando el duro cautiverio y áspera servidumbre que los abominables vicios sobre ellos tenían. Así queremos que se guarde y cumpla todo lo contenido en esta nuestra sentencia, pronunciada por boca de la Justicia y en juicio; y así lo mandamos, ordenamos y declaramos, pronunciamos y sentenciamos en estos escritos y por ellos.

Así como fue pronunciada la sentencia por la boca de la divina Justicia, la mesma mandó al caballero Penalo, sumero ejecutor, que entrase con su compaña en los estrados, donde le entregó al sentenciado y afligido Mundo, mandándole que con diligencia le llevase en su enlutado carro a la torre de la custodia, donde con vigilancia le guardase lo que restaba del día y la siguiente noche, entre tanto que lo necesario para ir a la peña de la Aguda Punta se aparejaba. Y así ordenado, luego otro día lo llevase a buen recado sobre su negro y triste carro a la alta y aguda peña y ahí llevase a debida ejecución la sentencia en la manera y forma que en ella se contenía. Para lo cual le dio todo su poder, así como a mero ejecutor en aquel caso.

No fue perezoso el caballero Penalo que, haciendo el debido acatamiento, entró con su compaña a los estrados y tomando de ahí al afligido y descolorido Mundo lo puso sobre su negro carro en el cual fue llevado a la fuerte torre de la custodia. Después que el sentenciado Mundo fue llevado por los diez caballeros, la poderosa Justicia, volviendo su habla y hermoso rostro a las desterradas doncellas, las començó de hablar en esta manera:

Capítulo LXIV

De una habla de la Justicia a las desterradas doncellas y de lo que respondió la razón Natural.

Habla la Justicia a las desterradas doncellas,

Desterradas y muy amadas doncellas, ya es alçado vuestro destierro. Ya es llegada vuestra libertad. Desterrad de vosotros la tristeza y pesar y abraçad la alegría. Vuestro trabajo convertidle en entero gozo y vuestro afán en descanso, pues vuestra peregrinación ha hoy habido el deseado fin con la sentencia a vosotras favorable. Gran bien es, me parece a mí, que un dañoso monstruo como éste sea con grave y riguroso castigo de esta vida desterrado, y que la miserable y sujeta tierra sea puesta en su libertad. Justa cosa es que muera cruel muerte el que con su viciosa vida da a otros muchas muertes, sepultándolos en vicios y pecados. Tan necesario es que la república se alimpie de hombres viciosos como el campo del trabajado labrador de espinas y silvestres hierbas, porque quitando los malos de entre los buenos, los justos quedan en paz, las ciudades en quietud y los reinos en sosiego, y los que, viviendo con los malos por ventura declinarían hacia el camino de los hediondos vicios, quitando de en medio de ellos los malos, toman ejemplo de los buenos y con su ayuda perseveran en el santo camino de la virtud. Una cosa debéis hacer, porque de ello tenéis necesidad y a mí haréis gran placer, ca huelgo mucho con vuestra compañía y me aplace vuestra santa conversación, y es que estéis en este Campo de la Verdad algunos días y en este tiempo enviaré a los moradores de la tierra a la Diligencia para que los notifique la sentencia y, si la obedecieren y os quisieren recibir en su compañía desterrando los abominables vicios, tomaréis luego la vía para allá, pero si rebeldes fuesen, lo cual no tengo a mucho, pues tanto aman al perverso Mundo, sería necesario compelerlos, y si agora sin más saber, os partiésedes, siendo innobedientes a la sentencia, os sería forçado tornar por los mesmos trabajos a este Campo a pedir contra ellos Justicia. Así que por huir este inconveniente será bien que os estéis en este Campo en tanto que la Diligencia va y viene, y con el recado que trajere se determinará lo que debamos y debáis hacer. Estas palabras dijo y oró la divina Justicia y como fueron acabadas, la Natural Razón hizo principio a éstas que se siguen.

Habla la Natural Razón a la divina Justicia.

Divina señora y justa Justicia, razón es, pues Razón me llamo, que todas estas doncellas y yo sirvamos las grandes mercedes de tu larga mano recibidas y pues, por ser tan grandes, con obras no las podemos regradecer, debe la tu grandeza tomarnos a cuenta la aparejada voluntad que, para hacer lo que a tu servicio convenga, tenemos; lo cual, si has y haces, creo que quedarás en obligación de nos hacer más y mayores mercedes. No quiero alargarme más en tales palabras, porque es señal de tener cortas las obras, y también porque el tiempo breve no lo consiente. La sentencia consentimos y tu mandado obedecemos, de quedarnos determinamos, no solamente en tanto que la Diligencia cumple tu mandado, pero aun cuanto fuere tu voluntad.

Así como la Razón acabó de decir estas palabras regradeciéndoselo, la divina Justicia se levantó de su real trono y subiendo en su carro se fue para su gran palacio acompañada de las desterradas doncellas y, apeándose en su rica morada, mandó a la Diligencia que hiciese saber a los porteros, así de la real puerta como de la divina torre, que no consintiesen salir algunos de los criados y servidores del mundo hasta que otro mandado en contra viesen. Luego la diligencia cumplió el mandado de la poderosa Justicia. Los hediondos vicios, criados del sentenciado Mundo, oyendo la rigurosa sentencia y viendo a su señor en manos del caballero Penalo, con mucha tristeza, cargados de miedo, se volvieron a la posada del Mundo, donde todos se juntaron por haber su acuerdo.

 

Capítulo LXV

Cómo los criados del Mundo se juntaron por haber su acuerdo de lo que debían hacer y de un cartel que puso el falso Engaño.

Después que los perversos y abominables vicios fueron ayuntados en la morada del Mundo, començaron de hablar de lo que debían hacer sobre la sentencia dada contra su señor el Mundo. Unos eran de parecer que luego se fuesen del Campo de la Verdad y que no esperasen a que aviniese otro tanto a ellos como al Mundo. Otros decían que no, sino que atendiesen a ver en qué paraba el negocio, porque ya podría acontecer a soltarse el Mundo o que las desterradas doncellas le perdonasen la vida con perpetuo destierro y, si así aconteciese, tenernos hía el Mundo por desleales servidores, pues en viéndole preso, le desamparamos. Después de haber gran rato hablado sobre esto, todos vinieron en parecer que se quedasen ahí hasta ver o oír la ejecución de la sentencia.

Esto así acordado, el Engaño, uno de los mayores servidores del Mundo, dijo que él quería hacer desafío sobre aquel hecho y que él quería defender a cualquier caballero que el Mundo a gran tuerto y sin razón había sido condenado a muerte despeñada, porque no sólo no era merecedor de muerte pero ni aún de otra mínima pena, y que él esperaba tanto de su esfuerço y valentía que, venciendo al caballero que con él hiciese batalla, no le perdonaría la vida sino a tal condición que la sentencia dada contra el Mundo se conmutase en destierro o otra pena que de muerte no fuese y que, podría ser, que por escapar la vida al caballero, perdonasen la muerte al Mundo y le dejasen con la vida. Y juntamente con esto los acometeré con moneda y otras cosas y dádivas preciadas que pienso que ayudará mucho lo uno a lo otro.

A todos pareció bien lo que el Engaño quería hacer, aunque la Traición, que ahí estaba presente, añadió que sería bien que otro caballero bien armado, si viese pasar mal al Engaño, saliese de través y procurase llevar a la muerte al caballero que con el Engaño batalla hiciese. Él Adulterio dijo que le dejasen a él aquel cargo, que él tendría buen cuidado de lo así hacer.

Con tal concierto quedaron los servidores del malvado Mundo, pero el Engaño no durmió mucho esa noche pensando lo que había de hacer y acordó de hacer un cartel de desafío, confiando más en sus cautelas que no en sus fuerças. Y las palabras del cartel eran éstas:

Cartel del desafío del Engaño.

Muchas veces la voladora fama de los esforçados caballeros está encubierta y callada porque no se ofrece caso de armas en que muestren la generosidad de su ánimo, el esfuerço de su coraçón, la valentía de sus personas y la fortaleza de sus braços. Digo esto porque en este Campo de la Verdad ha habido y se ha cometido un gran yerro, el cual no se puede disimular, ni caballero que armas vista lo debe consentir. Ya ha habido y se ha hecho un notorio agravio y un manifiesto tuerto que no se sufre callarlo ni se permite dejarlo pasar a delante, salvo por armas aclarar la verdad de ello. Y es que en este espacioso campo fue traído por gran maldad y por una falsa acusación el generoso y poderoso Mundo y en él ha sido, a gran tuerto y sin razón, condenado a áspera y cruel muerte, más por aplacer a las desterradas doncellas que no por guardar derecho. Y porque muchas cosas y infinitos agravios se aclaran mejor en campo con las armas que no en juicio con las letras, digo que yo defenderé y haré conocer por fuerça de armas en campo a cualquier caballero que lo contrario quisiere defender, que el poderoso Mundo fue traído y acusado con gran falsía y a gran tuerto y sin razón condenado a triste y desastrada muerte; para lo cual, yo desafío hasta la muerte a cualquier caballero que quisiere defender la contraria parte y señalo el campo en la grande y muy espaciosa plaça ante el trono de la Justicia, donde el inocente Mundo fue condenado.

Estas fueron las palabras del cartel del falso y maligno Engaño, el cual fue puesto esa noche ante los estrados de la muy poderosa Justicia.

Otro día, al tiempo que el claro sol las obscuras tierras esclarecía, el Caballero del Sol se levantó por tomar el frescor de la mañana y, como salió a la gran puerta de la morada de la Razón, pudo ver el cartel que ante el trono de la Justicia estaba puesto. Y deseando saber qué era, contra el rico trono se va, donde leyó el cartel, según que ya se os ha contado; el cual, como viese que aquello, de más de ser contra la divina Justicia, tocaba a su señora la Razón con todas las otras desterradas doncellas, determinó de acetar aquel campo. Y llevando a ejecución su propósito, la Natural Razón se va a suplicarla le dé licencia para ir a pedir el campo a la poderosa Justicia, la cual por mucha importunidad se lo da; el cual como hubo la licencia, sin más se detener, al real palacio de la muy poderosa Justicia se va y, entrando ante ella, con humilde y debido acatamiento dijo de esta manera:

Habla el Caballero Desterrado a la Justicia.

Generosa doncella y poderosa señora, yo el Caballero Desterrado, que por otro nombre me llaman del Sol, criado y aguardador de la Razón Natural, confiando en tu gran bondad y no en mi justo pedir, me atrevo a suplicar a la tu grandeza que otorgues un don a mí, que no te he hecho servicio, y es que me des licencia y consientas a aceptar un desafío y campo contra el Engaño, servidor del Mundo, el cual tiene puesto un cartel de desafío ante tu rico trono, contra cualquier caballero que osare afirmar que el Mundo fue justamente condenado a muerte y que él terná y defenderá la parte contraria, defendiendo hasta la muerte que el Mundo fue maliciosa y falsamente acusado y injustamente condenado. Porque este malvado y maligno Engaño, enemigo de la verdad y de lo bueno, no salga con su mala porfía, te suplico, poderosa Justicia, que me concedas el don que te tengo pedido y yo espero en el alto Dios que, con armarme de las armas de la Razón y Verdad, seré vencedor y el Engaño quedará vencido, su maldad habrá fin y mi buena intención irá adelante. Él pagará su yerro y yo le quitaré la cabeça.

La poderosa doncella, viendo la gran maldad que osaba afirmar el rnalicioso Engaño y conociendo su dañada intención y su loco atrevimiento, aunque sabía que los tales campos y desafíos eran reprobados, pero por convencer su malicia y también porque no se jactase que había salido con su injusta empresa y mala opinión, dando a entender a algunos que porque él tenía el derecho de su parte no había habido quien se lo osase defender ni contradecir, otorgó el campo al Caballero del Sol y le mandó que lo aceptase para el mesmo día después de comer y que por todas vías y con todas sus fuerças procurase defender la Justicia y la Razón por quien batallaba y de vencer [a] su contrario, haciéndole confesar la falsedad que defendía.

El Caballero del Sol aceptó la merced y, despidiéndose cortésmente, se tornó a la posada de la Natural Razón y, recogiéndose a su aposento, escribió otro cartel en respuesta del que había puesto el Engaño y se le envió con un escudero, cuyas palabras eran estas:

Cartel del Caballero del Sol al Engaño, criado del Mundo.

Puesto que ningún buen caballero deba tomar contienda ni aceptar campo contra los malos, desleales y viciosos, pero a las veces no se puede ejecutar por sacarlos de su locura y quitarlos de su dañado propósito y castigarlos su demasiado atrevimiento y bajarles su soberbia y amansarles su orgullo, porque emprenden tan locas porfías y defienden tan injustas demasías y inventan tan atrevidas demandas, que no sufre la orden de caballería que algún buen caballero disimule sus perversas y dañadas intenciones ni los consienta salir con su porfioso y loco atrevimiento.

Soy cierto, falso y alevoso Engaño, que has puesto cartel de campal desafío a quien contradijere a ti que afirmas que el Mundo, tan perverso como tú, fue condenado a muerte injusta y malamente, y por falsa acusación; lo cual, yo todo contradigo, así como lo tienes puesto ante el real trono de la divina Justicia. Y afirmo lo contrario y acepto el desafío con licencia de la poderosa Justicia y de la Natural Razón, a quien yo sirvo, y huelgo de me ver contigo en el campo por te hacer confesar la pura y limpia verdad, aunque es contra tu perversa y dañada condición. Pero yo espero de te hacer confesar por fuerça lo que jamás acostumbraste hacer de grado, diciendo tú mesmo por tu boca que el perverso y maligno Mundo fue bien y con mucha razón acusado y justamente condenado, y cortarte he la cabeça con que osaste decir con gran fantasía y muy dañada intención lo contrario. El campo tú lo señalaste, las armas yo, como desastrado, las señalo, y serán a la brida, según la usança de la caballería. La hora, si tú quieres, será hoy, después de medio día, antes, si antes quisieres. Tenme por tal enemigo y procura de defender tu persona.

Estas eran las palabras de la respuesta que embió el Caballero del Sol al falso Engaño. El cual, leída y vista la respuesta, respondió:

Yo huelgo de hablar, contendedor y contrario, porque por los contrarios se averigua la verdad, y no quiero responder a las palabras porque espero de satisfacer en el campo con obras y si necesario es torno a señalar por campo la plaça donde fue condenado el Mundo, y la hora sea a las dos, después de medio día hoy.

El escudero volvió con esta respuesta al Caballero del Sol, diciéndole juntamente cómo en el camino había topado a la Diligencia, la cual le dijo cómo de parte de la poderosa Justicia venía de avisar a Penalo que no sacase al Mundo del Campo de la Verdad ni de su torre y custodia hasta tanto que se feneciese la batalla entre el Caballero del Sol y el caballero llamado Engaño.

Capítulo LXVI

De la batalla que hizo el Caballero del Sol con el Engaño.

Dada era ya la una después de medio día, cuando las desterradas doncellas llegaron ante el real palacio de la poderosa Justicia, la cual salió luego en la manera que solía y juntamente con las desterradas doncellas se fue a sentar al real trono, sentándose las doncellas abajo en los estrados como ante solían.

A esa hora ya el término del desafío era llegado y el Caballero del Sol, armado de sus fuertes armas, y cabalgando en su buen caballo, se va ante el real trono de la poderosa Justicia y, haciendo ahí la mesura y acatamiento que a tan alta señora era debido, se va a meter en el campo que señalado estaba, porque la plaça era demasiado de grande.

No era bien dentro en el campo el Caballero del Sol, cuando por una calle asomó el Engaño, armado de fuertes armas, sobre un grande y hermoso caballo, cubierto todo de negro y doloroso luto, con unas pequeñas muertes sembradas por ello, las cuales traían al Mundo en sus manos, haciendo semblante de lo meter en la sepultura, con una letra que así decía.

No procures sepultar,

muerte mala, al Mundo bueno

pues no te ha de aprovechar

tu querer y porfiar

porque de muerte es ajeno.


De esta manera entró el Engaño en el campo sin hacer algún acatamiento ni mesura, y en alta voz començó de decir así:

-A tiempo eres venido, alevoso caballero, defendedor de la falsía, que con esa cabeça me pagaras las locas y soberbias palabras que tu ingenio notó, tu lengua habló y tu mano escribió en el cartel que en respuesta del mío enviaste, al cual no te respondí con palabras por tomarte estrecha cuenta en este campo con duros y espesos golpes de mi espada.

-Falso Engaño, dijo el Caballero del Sol, tú eres defensor de la Maldad y Mentira, que yo la Verdad y la Razón defiendo y por la Justicia pondré a todo riesgo mi persona en este campo y te haré conocer tu yerro y confesar tu maldad. Tu cartel lleno de blasones, tu loco y atrevido desafío, tu injusta demanda, tus falsos y malos hechos me hicieron hablar y escribir, aunque no la mitad de lo que en ti hay. Si muy injuriado te sientes de mis palabras, más lo estoy yo de tus malas obras. A tiempo somos que cada uno podrá tomar entera vengança del otro. Si la animosidad de su coraçón no le falta y la fortaleza de su derecho braço le ayudare; defiéndete de mí, que no es tiempo de gastar contigo más palabras.

Diciendo esto, cada uno tomó del campo lo que le pareció, y viniéndose el uno contra el otro, las lanças bajas, de sus escudos bien cubiertos, en la fuerça furia de sus buenos caballos se encontraron en medio de aquella plaça de tal poder y crecida fuerça que los caballos se hicieron atrás bien tres o cuatro pasos y las lanças fueron partidas en muchos pedaços y el caballo del falso Engaño hubo la una espalda abierta, por lo cual le convino apearse de él, lo cual él hizo con mucha ligereza y desenvoltura, y embraçando su escudo, la espada alta, se venía contra el Caballero del Sol; el cual, como vido al Engaño a pie, por no le acometer con ventaja, saltó de su caballo y, poniendo mano a su espada, bien cubierto de su escudo, lo salió a recibir, donde començaron de se herir de duros y espesos golpes, tanto que muchos tenían envidia de lo que hacían y se dolían de lo que pasaban y sufrían. Así anduvieron en esta porfiosa contienda tanto que ya el suelo era cubierto de rajas de los escudos y pieças de las armas y malla de las lorigas.

En esta hora, como los dos cansados se sintiesen con el peso de las armas, y con golpes que cada uno del otro había recibido, sin hablar palabra, cada uno se apartó a su parte por dar descanso a los trabajados miembros y por tomar aire y recobrar esfuerço.

No tardaron mucho que, tornando a la peligrosa lid, se trataban como mortales enemigos, procurando cada uno de traer a la muerte a su contrario. Pues como el Caballero del Sol conociese que bien le hacía menester su esfuerço y que tenía necesidad de hacer todo su poder por vencer a su contrario, más [por] la ligereza y sutileza de su contrario en el acometer y herir y aguardarse ca le hacía perder muchos golpes, que no por su esfuerço, fuerças ni valentía, mirando por las partes que el Engaño, su duro contrario, tenía rotas las armas, pudo ver que en el muslo izquierdo le faltaba una armadura y a la hora hizo semblante el Caballero del Sol de herir al Engaño sobre su luciente yelmo, y como el falso Engaño vido venir el desmesurado golpe, puso el escudo sobre su cabeça, por sufrir en él el golpe de la cortadora espada; lo cual, como vio el Caballero del Sol, mañosamente volvió el golpe y lo herió de un tercio en el izquierdo muslo donde le faltaba la armadura, haciéndole una peligrosa herida de que mucha sangre perdía. Pues como el falso Engaño se vido tan mal herido, como can rabioso se vino contra el Caballero del Sol con su herida pierna cojeando y le començó de herir de espesos golpes; pero el Caballero del Sol, que a esa hora no estaba de espacio, alçando su escudo lo echó a las espaldas y tomando su cortadora espada a dos manos fue contra él y lo herió sobre el acerado yelmo de tal manera que, desapoderado de todas sus fuerças, le hizo venir a tierra mal herido en a cabeza. Y no fue bien caído, cuando fue sobre él y, desenlazándole el yelmo, luego le cortó la cabeça y la arrojó muy lejos de sí por la plaça adelante.

Esta contienda así acabada, ante que el Caballero del Sol acabase de se levantar de sobre su contrario, entró por la plaça un caballero armado de todas armas y sobre un furioso caballo. Y como cerca del Caballero del Sol llegase, la lança baja, arremetió contra él. Y quiero vos decir que éste era el compañero del Engaño, pero no le avino como pensaba, porque como el Caballero del Sol viese la Traición, dando un salto al través, se escapó de su encuentro y al pasar herió al caballo por las traseras piernas, de tal manera que él y su señor vinieron de gran caída a tierra, y el caballero quedó tan aturdido que pie ni mano no bullía. Lo cual visto por el Caballero del Sol, con presteza fue sobre él y quitándole el yelmo le quitó juntamente la cabeça, diciendo: Allá iréis, desleales caballeros, a llevar nuevas al tenebroso valle de la ida de vuestro señor el Mundo, ca no es razón que nadie haya piedad de su viciosa y traidora gente.

La batalla de esta manera partida, començaron las músicas doncellas de tocar sus doradas trompas y el Caballero del Sol se fue ante la poderosa Justicia y, con debido acatamiento, la besó las manos y la poderosa doncella lo recibió alegremente y, volviendo el rostro a la Razón, tales palabras la dice: Con tal aguardador, generosa doncella, seguramente podéis peregrinar por todo el mundo que no temáis algún peligro ni aventura que avenir os pueda por muy dudosa que sea.

Diciendo estas palabras se levantó de su rico trono y, acompañándola las desterradas doncellas, se volvió a su muy rico palacio, de donde despidiéndose las desterradas doncellas, se fueron a la casa de la Natural Razón, la cual, ante que de ella se despidiesen, les dijo así: Hermanas y desterradas doncellas, a mí me parece, sometiéndome a vuestra corrección, que será bien que el Caballero del Sol, mi defensor, vaya a ver ejecutar la sentencia contra nuestro adversario el Mundo pronunciada, por dos cosas: la primera, porque si algo al ejecutor llamado Penalo aconteciese, le pudiese ayudar con su persona; y lo segundo, porque pues todo lo pasado ha visto y a todo presente se ha hallado, querría yo hacerle esta gracia que también viese y presente se hallase a la ejecución de la sentencia, siquiera porque vea el temeroso valle donde los viciosos y malos son perpetuamente sepultados y atormentados. Y pues ha visto el principio y medio, justo es que no carezca de ver el fin.

Bien les pareció a las desterradas doncellas lo que la Razón decía, y porque otro día había de partirse Penalo a cumplir lo que le era mandado, la Natural Razón y la Prudencia se fueron de ahí a la rica morada de la poderosa Justicia y la suplicaron de parte de todas las desterradas doncellas y de la suya lo que habéis oído; la cual, con apacible rostro y gracioso y alegre semblante, se lo otorgó; de lo cual ellas fueron muy alegres, y despidiéndose cortésmente se fue cada una a su morada.

Capítulo LXVII

Cómo la sentencia dada contra el Mundo fue llevada a ejecución en lo que el Mundo tocaba.

Otro día, al tiempo que el mensajero del claro día con los pálidos rayos de la dulce y sabrosa mañana se encubría, el Penalo, ejecutor de la divina Justicia, hizo aparejar el encubertado carro y, haciendo poner en él al Mundo, salió con su compaña a fuera de la torre de la custodia, donde le recibió el Caballero del Sol, ca ya ahí aguardándole estaba. Y dando con un açote a los búfanos que el triste carro llevaban, començaron de caminar, acompañando al triste Mundo sus malos servidores hasta la gran puerta del Campo de la Verdad, donde se volvieron, porque las guardas no los dejaron salir, según estaba mandado.

Saliendo, pues, Penálope sic y su compaña por la real puerta y pasando por la divina torre, tomaron por una senda que a la peña de la Aguda Punta guiaba, la cual era el fin del camino de la doncella que se llamaba Ociosidad Mundana; por la cual, no con poco trabajo, caminaron seis días en cabo de los cuales llegaron al pie de una agra y espantosa peña, cubierta de una espesa niebla tan obscura que bien se pudiera llamar tiniebla, en la cual resonaba un sordo y tan triste sonido que los cuerpos hacía temblar y las ánimas entristecía. Y, por ser tarde, albergaron al pie de ella esa noche el Caballero Penálope y su compaña.

Otro día por la obscura mañana, ca ahí no parecía jamás el sol claro, dejando el carro y caballos a los escuderos que los acompañaban y tomando en medio al aprisionado Mundo, a pie, començaron de subir por la áspera y trabajosa peña, con tanto trabajo y pena que cada hora se hallaban tan lasos con el peso de las armas y la aspereza de la roca que apenas podían poner pie adelante. Con todo este trabajo llegaron ese día a la cumbre primera de la peña, sobre la cual començaba a nacer y haber principio la temorosa Roca de la Aguda Punta. Esa noche albergaron ahí. Y otro día, tornando al començado trabajo, començaron con más crecida fatiga y no cansado afán a subir por la temerosa y áspera roca, la cual tardaron en subir dos días, porque muy espaciosamente caminaban por la aspereza de la encumbrada roca, y porque cuanto más arriba tanto mas espesa era la niebla. El cuarto día, dos horas después que la oscurecida luz del negro día pareció, acabaron de subir en la cumbre de la Aguda Punta de la temerosa roca, la cual era tan alta que a las nubes parecía tocar. Así que con crecido temor y harto trabajo el Caballero Penálope y el Caballero del Sol y su compaña se podían tener sobre la Aguda Punta por la mucha estrechura que en ella había y por un aire muy frío y un viento muy recio y temeroso terremoto que ahí había y una niebla tan obscura que la vista de los turbados ojos quitaba.

Pues con todo este temor y trabajo los dos caballeros Penálope y del Sol, por notar y saber lo que ahí había, miraron de la otra parte al Valle de la Tristura, donde vieron por la roca abajo tantas puntas tan agudas que cosa era de temer más que no de ver, en las cuales estaban muchos cuerpos despedaçados de los que de la alta cumbre a la no vista hondura eran despeñados, y por más que la vista tendían los dos jamás alcançaron a ver lo más hondo del temeroso triste Valle de Tristura, tanta era la altura de la Roca de la Aguda Punta y tan profunda era la espantosa hondura del obscuro Valle de Tristura, y cuando más extensamente lo estaban mirando solamente alcançaban a ver unas obscuras y muy espantosas tinieblas que todo el temeroso valle cubrían, y sus ojos turbaban, donde oían un doloroso y temeroso murmullo que de las ciegas tinieblas salía, como de lastimados y atormentados hombres que con gran dolor y crecida pasión su grande pena quejaban. Juntamente sonaban ahí muchos golpes y gran herrería. Tanto era el temor y espanto que sólo ver aquel temeroso y espantable lugar ponía, juntamente con oír los dolorosos sospiros y muy llorosos y tristes gemidos que de él salían, que no hubiera caballero, por muy esforçado y de gran valentía y coraçón fuerte que fuese, que durase a mirar a lo bajo del Valle de Tristura la mitad de un cuarto de hora.

Después que el caballero Penalo y su compaña hubieran mirado y notado las cosas espantables del temeroso valle, tomaron con sus armados braços al muy triste y sentenciado Mundo, el cual, viendo su sepultura abierta y la cruel muerte ante sus ojos, y conociendo el desastrado fin de sus ancianos días acercarse, començó con llorosa y apasionada voz a decir de esta manera:

Habla del Mundo con los caballeros ejecutores de la sentencia.

¡Oh caballero Penalo y vosotros celadores de lo bueno! si hubiérades gustado de mi vicioso vivir no os espantáredes por verme tan mala muerte morir. Y si conociésedes mi maldad no os dolería mi pena. Si entendiésedes por entero mis perversos excesos diríades que justamente merezco tan cruel castigo. Si fuésedes bien informados de mi injusta y dañosa vida, pareceros hía que con razón me era debida tan espantosa sepultura. Si tuviésedes entera noticia del camino de la doncella que guarda la entrada del camino de la perdición y se llama Ociosidad Mundana, por el cual yo he caminado cargado de viejos días y malos consejos, claramente conoceríades que éste era el fin de mi jornada y el remate de mi vicioso caminar, porque os hago saber que yo escogí para guiar mi vivir el camino de la doncella Ociosidad Mundana y menosprecié el estrecho sendero de la doncella llamada Trabajosa Vida, por el cual camino ancho y de perdición hasta hoy he caminado corriendo a rienda suelta por los placeres, pasatiempos y feos vicios, cuyo fin y remate es esta temerosa Roca de la Aguda Punta, de la cual son despeñados todos los que por aquel vicioso camino caminan y sepultados en el temeroso Valle de Tristura que veis abajo, donde yo lo seré con ellos a la hora. Notad, caballeros, notad, el desastrado fin en que he venido a parar y rabiosa sepultura, que me está la puerta abierta esperando; y, pues yo me aparto del vivir, notad, pensad, pesad y considerad con atención estas postreras palabras de mi viciosa lengua dichas y con mi larga experiencia alcançadas. Sabed que esta temerosa Roca de la Aguda Punta es fin y el hondo Valle de perpetua Tristura es sepultura perpetua de los errados, paga de los malos, sueldo de los viciosos, fin y remate de los regocijos y placeres, arca de los ricos y riquezas, palacio de los grandes señores y perpetua morada de las soberbias y vanagloriosas personas, paradero de pecadores, destruición de pasatiempos mundanos y finalmente perdición y lloro eterno de los que mal viven y peor mueren. Si queréis, pues, huir todos estos irreparables daños, acordaos de olvidar la vida y tened continuo la memoria de la muerte ante vuestros ojos. Y no olvidéis estas palabras y, no las olvidando, escogeréis y siguiréis hasta el cabo la herbosa senda de la trabajosa vida, y desechando el real camino de la Ociosidad Mundana y permaneciendo en la senda de la vida vendréis al Campo de la Verdad y habréis buena sentencia. Sentencia de perpetuo gozo, sentencia de perpetua vida. Echadme, arrojadme ya, que ya la pena que espero me da pena y quiero tomar el pago de mí merecido.

Pues como el viejo Mundo acabase estas últimas palabras, el caballero Penalo y su compaña, derramando espesas lágrimas de sus ojos, habiendo compasión del Mundo, sin poder con el grave dolor volverle palabra, lo arrojaron de la Aguda Punta abajo hacia el temeroso Valle de Tristura; y, como atentamente mirasen el gran camino que llevaba, pudieron ver como en una punta dejaba media vestidura, en otra se cortaba un braço y en otra una pierna. Y en fin, todo hecho pedaços, el todo y los pedaços, llegó a caer en las espantables y tenebrosas tinieblas, en aquella parte donde era el mayor ruido y mayores sonaban los temerosos golpes. De esta manera fue ejecutada en el perverso Mundo la justa sentencia de la poderosa Justicia.

Sin más se detener en la Aguda y temerosa Punta de la Alta Roca, començaron los dos caballeros Penalo y el Caballero del Sol y su compaña de bajar, no con menos trabajo que habían subido, tanta prisa se dieron con todo eso a abajar de la temerosa roca por verse apartados de tan espantable y temerosa morada que en el espacio que restaba de aquel día y en otros dos bajaron hasta donde los escuderos, carro y caballos hablan dejado, y luego pusieron fuego al negro y enlutado carro, según les era mandado, el cual brevemente fue consumido de las quemadoras llamas, soltando los búfanos por el espacioso camino.

Pues como esto fue hecho, cabalgando en sus caballos, començaron de caminar al Campo de la Verdad por el camino que habían venido. Tanto anduvieron que en cinco días llegaron al deseado Campo de la Verdad, donde todos juntos, como venían, se fueron a la rica morada de la divina Justicia y, después de haber hecho el debido acatamiento, en presencia de la poderosa Justicia y estando ahí juntamente las desterradas doncellas, el caballero y ejecutor Penalo contó de la manera que la sentencia contra el Mundo, por la divina doncella pronunciada, fue llevada a debida ejecución, según que habéis oído.

La poderosa doncella, sabiendo cómo la sentencia estaba cumplida, cuanto lo que tocaba al Mundo, porque hubiese efecto en lo que tocaba a las desterradas doncellas, mandó a la Diligencia que, tomando la sentencia dada en favor de las desterradas doncellas y contra el Mundo. fuese con gran presteza a la tierra y la notificase a los racionales hombres moradores de ella y tomase de ellos la respuesta y volviese con presteza. La Diligencia, oído el mandado de su señora y tomando licencia, se partió luego para el espacioso orbe de la tierra.

Capítulo LXVIII

De una habla de la divina Justicia a los criados del Mundo y cómo los manda que no engañen más a los hombres.

Habla la Justicia contra los vicios.

Y después de esto la divina doncella mandó llamar a los criados del perverso Mundo y, como en su presencia fuesen, començó de los hablar de esta manera: ¡Oh perversa y abominable compañía del inicuo Mundo! ¡oh abominables y feos vicios! ¡oh cosa de gran maldad, capitanía sin orden ni concierto, legión desbaratada, perdición de virtud y inventora de todo mal, de quien habían de huir todos los mortales que tienen el uso de la razón! Decidme, ¿por qué engañáis los miserables hombres? En lugar de suave manjar les dais venenosa ponçoña. Daisles el anzuelo encubierto en el cebo. No os basta que vuestro camino sea siempre errar, sino que atraéis y convidáis a los mortales a que sigan vuestra vía espaciosa y viciosa, envolviéndolos en feos y enormes pecados. Y allende de esto, prometéisles temporal alegría y pagáislos con perpetua tristeza. Combidáislos a transitorio gozo y dejáislos emboscados en continuo lloro. Cebáislos con riqueza y sepultáislos en continua pobreza. Prometéislos señorío y mando y hacéislos esclavos del pecado. Halagáisles con la cabeça, como Escorpión, y heríslos con la cola. Mostráislos la espaciosa entrada del vuestro vicioso camino, muy trillada y de mucha compañía, muy viciosa de árboles y frutas, de buenas posadas, de deleitosos pasatiempos, grandes regocijos, y al fin los dejáis en grande estrechura y aspereza, solos, acompañados de gran temor y espanto, sobre la alta Roca de la Aguda Punta, de donde, sin faltar uno, son despeñados y sepultados en el muy hondo, espantoso y temeroso Valle de Tristura, así como lo fue vuestro señor el perverso Mundo. Jamás vosotros, vicios malos, usasteis fe a los hombres, ni guardasteis fe, ni verdad. Traeislos convertidos y sepultados en vosotros mismos, cubiertos de vuestro cieno de temporal gozo y alegría para los dejar en perpetua y eterna pena. No sé con todo esto como los míseros y ciegos hombres no huyen y aborrecen vuestra compañía, pues siempre sois alevosos, desleales, fementidos, traidores, engañosos, burladores, cautelosos, maliciosos y envidiosos, soberbios, follones, ultrajosos, amigos de lo malo y enemigos de lo bueno. Preciaisos de decir uno y hacer otro y de les volver la cara al tiempo que más engolfados los tenéis en vuestro miserable y hediondo cieno, entregándolos a la cruel muerte para que en ellos haga general escarmiento y perpetua Justicia. Y habéis perdido la compañía del perverso Mundo, justo será, por quitar tanto mal y daño a los hombres, que yo os aparte de su compañía, privándoos del trato compañía que con ellos teníades porque paguéis con soledad algo del mucho mal que a los racionales hombres habéis hecho y ellos sean libres del duro y áspero tributo que sobre ellos teníades.

De manera que por libertar a los hombres y castigar a vosotros yo os destierro de todo poblado y del trato y liga que con los hombres teníades os privo, y os mando que jamás os juntéis con los racionales hombres ni tengáis con ellos alguna compañía en poblado ni en el campo, ni deis, ni toméis con ellos, so pena de vuestras vidas y de los que en su compañía os acogieren. Para cumplimiento de lo cual hago ejecutor a la temida Muerte y la doy cumplido poder y mando que hallando a vosotros, o alguno de vos, junto con alguno de los racionales hombres, acompañado con alguno o algunos de vosotros, que sin mas aguardar excusas o achaques o dilaciones pueda quitar y quite, a todos los que en tan perversa y prohibida compañía hallare, la vida, dándolos rigurosa y áspera muerte; porque con tan áspero castigo y tan espantosa pena temáis vosotros de engañar los hombres, y ellos huyan de se engolfar y ensuciar en el hediondo cieno de los abominables vicios. Otros os mando, porque sois amigos de la falsía y mentira, que luego salgáis de este Campo de la Verdad para hacer vuestra habitación y morada en los desiertos y despoblados campos entre las bestias y brutos animales.

No fueron bien acabadas de decir estas palabras por la boca de la divina doncella, cuando los malos vicios, criados del perverso Mundo, con feos gestos y espantoso semblante, saliendo de la real casa de la poderosa Justicia, se fueron a la real puerta del Campo de la Verdad, y como las guardas estuviesen avisadas, dejándolos la salida desembaraçada, salieron los espantosos monstruos dando fuertes aullidos y grandes gritos. Con tanto ruido y estruendo salieron que bien mostraban ser pecados y malas cosas.

 

Capítulo LIX

Cómo la Diligencia vino de notificar la sentencia y cómo volvió a llamar a la Muerte.

Veinte días eran ya pasados después que la Diligencia había ido a la tierra a notificar a los hombres la sentencia de la divina Justicia, cuando volvió al Campo de la Verdad; y como las desterradas doncellas supieron de su venida con gran prisa se juntaron en el palacio y morada de la poderosa Justicia por saber lo que había negociado y, como todas ahí fueron juntas, la Diligencia dijo de esta manera: Poderosa señora y generosas doncellas, yo haciendo lo que por la vuestra grandeza me era mandado, notifiqué esta sentencia a los hombres en la espaciosa tierra habitantes, requeriéndolos que así como por la divina Justicia estaba sentenciado y los era mandado así lo obedeciesen y cumpliesen, informándolos juntamente del hecho del Mundo y de su desastrado fin y más todo lo que sobre este hecho en este campo había pasado y, para que todos fuesen avisados y no ignorasen, les mostré y leí la sentencia según que en ella se contiene sin faltar palabra. Gran rato estuvieron los moradores de la tierra atónitos y turbados, no sabiendo qué responder a tales y tan nuevas cosas como éstas para ellos. Pero después que la ira se fue enseñoreando sobre sus apasionados coraçones, cuasi todos a una voz, sin aguardarse unos a otros, daban grandes voces, diciendo: ¿Cómo que suframos que el Mundo, que tanto nos regalaba, sea de tal manera muerto, es posible que dejaremos tal agravio sin vengança? Aquél que nos amaba y quería, aquél que nos trataba como a hijos y no como a vasallos, aquél que nos consentía correr a suelta rienda por los vicios muy sabrosos, aquél que nos daba todo género de pasatiempos y placeres, ¿es posible que sea muerto y no vengado? ¿Tal se ha de sufrir que un tan poderoso señor sea así traído a injusta y indebida muerte? Y lo que más es, que nos manda una doncella, como si tuviese poder para nos mandar, que recibamos las desterradas doncellas, que por otro nombre Virtudes se llaman, las cuales nos ponen en trabajos, abstinencia y aun grande afán, por lo cual, y por mal que nos trataban, las desterró el Mundo de entre nosotros. Y también nos manda esta doncella que desterremos los sabrosos vicios y los pasatiempos y deleites con los cuales nos regalaba el Mundo, con los cuales pasábamos el frío del invierno con sabor y la calor del verano con dulçor. Vamos, vamos al Campo de la Verdad y llevemos a la Muerte aquella doncella que injustamente al Mundo condenó y a las desterradas doncellas, que con gran falsía le acusaron. A esta doncella no toquemos, pues es mensajero. Debe ser libertada y porque lleve allá la nueva de nuestra apresurada ida, ca no las queremos tomar desapercebidas sino que ante que vamos tengan visto el yerro que han cometido. Y tú, doncella, vuélvete porque en vano te trabajas, traernos y notificarnos sentencia de quien no conocemos. Y di allá lo que aquí has oído, ca mejor lo cumpliremos con obras que aquí lo has oído con palabras.

Entre estos voceadores y viciosos hombres, dijo la Diligencia prosiguiendo en su relación, andaban dos personas de gran majestad y autoridad, los cuales señoreaban y gobernaban gran parte de la tierra y sus presencias tal representaban. El uno vestía paños sagrados y el otro armas cristianas. El hombre del de los sagrados paños tiene cinco letras y las tres eran vocales, el hombre del de las armas cristianas tenía seis letras y no más de dos vocales. Entrambos los dos nombres se hallaba alpha y o bien concertadas según lo que ellas significan. Estos dos, juntamente con otro varón, andaban con gran congoja entre los voceadores y rebeldes hombres dando altas voces, diciéndoles y mandándoles que callasen y obedeciesen a la justa sentencia de la divina Justicia, reprehendiendo su desobediencia y maldad y induciéndoles con bastantes razones al cumplimiento de la sentencia, y avisándolos juntamente del mal que los podía venir de hacer lo contrario. Pero por más que se trabajaban no eran oídos ni obedecidos, tanta era la maldad de los vicios humanos, los cuales como vieron que su trabajo era vano y que yo en más aguardar, dijo la Diligencia, tenía peligro, viniéndose contra mí dieron su disculpa y me dijeron que me volviese al Campo de la Verdad, porque algo ahí no me aviniese, a cumplir el mandado de la vuestra grandeza. Y yo viendo su sano consejo, he venido con esta verdadera relación. La vuestra grandeza provea de conveniente remedio.

Este fue el recado que trajo la Diligencia de los moradores de la tierra, de lo cual la divina doncella y las desterradas doncellas mucho fueron maravilladas, por ver la obstinación y pertinacia de los moradores del terrestre orbe, y cuán endurecidos estaban en la maldad y cuán por enemiga tenían la virtud y cuán emboscados estaban en los hediondos vicios y pasatiempos del malvado Mundo.

Conviene, dijo la divina doncella a la Diligencia, que tomes otro nuevo trabajo y vayáis a la alta montaña de la Caverna Tenebrosa y digas de mi parte a la espantosa Muerte, la cual ahí tiene su morada, que venga luego a este Campo de la Verdad, donde me hallará, y que no ponga en ello dilación, porque tengo un negocio de mucho peso y en que mucho va para la encomendar. Esto decía la divina Justicia porque la quería mandar que fuese a hacer un escarmiento en los mortales y viciosos hombres por los sacar del camino de la Ociosidad Mundana y volverlos a la estrecha senda de la doncella Trabajosa Vida.

Sin más aguardar, la solícita Diligencia, puesto que cansada y fatigada se sintiese del largo camino que andado había, tomó el derecho camino de la áspera montaña de la Tenebrosa Caberna según le era mandado.

Cuarenta días pasaron después que la Diligencia partió en demanda de la temida Muerte, en cabo de los cuales se oyó un clamoroso y triste sonido de fuera del Campo de la Verdad. Bien pensaron todos lo que podía ser, ca en espera estaban cada día [de la] triste Muerte. Pues como la espantosa Muerte llegó ante las dos columnas de las recostadas imágenes, que ante la divina torre del Campo de la Verdad estaban, hizo mandado a la divina doncella, porque ella en ninguna manera podía entrar en el deleitoso Campo de la Verdad, y así envió a la Enfermedad su mensajera para que hiciese saber a la Justicia de su venida, la cual llegando, con el acatamiento debido, dijo de esta manera: Poderosa doncella y divina Justicia, mi señora la temida Muerte te manda hacer saber por mí cómo obedeciendo tu mandado es venida y está atendiendo ante la divina torre.

La Justicia, oídas estas palabras de la boca de la Enfermedad, mensajera de la Muerte, acompañada de las desterradas doncellas y de sus continuos y servientes, salió fuera del Campo de la Verdad adonde la obscura Muerte estaba. Y así pudieron bien ver cómo la espantosa Muerte venía sobre un gran carro de cuatro ruedas de madera, tan negras como las obscuras tinieblas de la noche, guarnecido de fuertes herrajes y barras de hierro con muchos huesos y calavernas de muertos hombres entretalladas por el negro carro. Este carro tiraban cuatro búfanos por gruesas cadenas de hierro. Venía la temida Muerte sobre su triste carro sentada en una silla de hierro hecha de solos tres palos o barras sin otro respaldo ni guarnición. Sobre los cuatro búfanos venía guiando el Temor, vestido de amarillo, el rostro descolorido, con una frecha en sus manos amarilla y negra, a pedaços tendida, con una aguda saeta y una alfanje en la cinta y una letra por los pechos que decía:

La muerte dé mal sabor

al que vive sin sospecha.


Bajo de los pies de la temerosa Muerte venía la Congoja, el rostro encendido, el vestido leonado con un reloj de arena en sus manos y un letrero en torno que decía:

Al que tiene gran congoja

porque se pasa la vida

la muerte jamás le afloja,

ante desde aquí le arroja

saeta inmortal herida.


Detrás de la Muerte sobre lo último del carro venía el Dolor, vestido de ropas negras y unos fuelles en sus manos, el rostro muy flaco y el color perdida, con una letra que así decía:

Yo el dolor soy de tal suerte

que en soplo paso la vida

y trayo la obscura muerte

con mi grande fuerça y fuerte

sin que pueda ser sentida.


La misma Muerte, de que dicho habemos, venía desnuda, sin alguna ropa ni vestido, su cabeça, cejas y barba peladas, los espantosos ojos hundidos y turbados, vueltos, cuasi todos blancos, párpados comidos, las narices quitadas, la boca rasgada, la quejada de abajo colgada, los dientes largos y entresacados, el pescueço muy largo puesto en solos los huesos, con el garguero y tragapán descubiertos y por partes abiertos sus largos y mal formados miembros descoyuntados. Los podridos y negros huesos cubrían solos los cueros y por muchas partes estaban abiertos y rotos tanto que lo más secreto de sus entrañas se parecía. En la derecha mano traía una guadaña muy grande y descompasada, y bien amolada. En la siniestra tenía un pendón amarillo, bordado con una letra que decía así:

So esta triste bandera

viven grandes y menores.

Yo con mi modo y manera

con esta hoz segadera

pongo fin a sus dolores.


Delante del triunfal y lastimero carro venían el Llanto y el Alarido, el Sospiro y el Gemido, la Queja, el Lloro y la Pasión, el Clamor y la Querella, con dolorosas trompas de negro metal que a la vista plomo parecía, haciendo un tan triste y clamoroso son que temor y dolor sembraba en los coraçones de los que la dolorosa música oían.

De la manera que habéis oído, y trayendo derribados debajo de su carro de todos los estados de gentes, con muchos pendones y banderas que debajo de su carro rastraban por tierra, llegó la espantable Muerte ante la poderosa Justicia haciendo un espantoso acatamiento y diciendo estas pocas y sordas y temerosas palabras: Veis aquí, poderosa doncella, la Muerte tu ejecutora. Mándame qué haga, encomiéndame algo, pues dices que hay de mí necesidad, que con pronta voluntad y liberal ánimo lo pondré en ejecución. Con esto dio fin a su corto hablar.

Cortésmente fue recibida la Muerte por la divina doncella y por las desterradas doncellas, con mucha atención y con placer que hubieron con su venida oyeron sus palabras y la sabia Justicia endereçando su habla a la Muerte dijo de esta manera: Muerte, de los malos temida, de los buenos amada, justa ejecutora de mis sentencias, castigo y pena de los perversos y malos, gloria y premio de los justos y buenos, tu ley es justa por ser igual a todos, al Papa y al que no viste capa, al Emperador y al pastor, a todos pesas con un peso y pasas por un rasero. A ti tienen por final remedio los afligidos, por socorro te llaman los atribulados y a ti desean por fin de sus apasionados días y cansados años los justos y con mortal enemiga aborrecen los malos. Sabe pues, Muerte, que de tu furia tengo necesidad. Y contóla todo lo que arriba habéis oído que se había hecho contra el Mundo y sus vicios y cómo mandaba volver al espacioso orbe de la tierra a las desterradas doncellas y como los vivientes en él, con crescida revelación y gran malicia, no solamente no las querían recibir pero aun amenazaban a la misma Justicia divina y a las desterradas doncellas por la muerte del malvado Mundo y por el destierro de los abominables vicios. Por tanto, dijo la divina Justicia a la Muerte: conviene, por sacar los hombres de tan grandes y manifiestos yerros y dañoso engaño, y porque su maldad sea castigada, y yo temida, y la bondad y virtud amada, y el vicio aborrecido, que vayas a la espaciosa morada de los hombres y con esa tu descompasada guadaña los cortes a todos sin hacer diferencia, según es tu antigua condición, dándolos áspera y horrible muerte y trayéndolos a no pensado y doloroso fin, quitándolos y cortándolos el sabroso hilo de su vida. Esto cumplirás así, sin faltar punto, porque no conviene que ocupe la tierra gente viciosa, sino varones virtuosos. Y pues los requirió la Diligencia de mi parte con la paz y ellos buscaron la guerra, podrán decir: si mal tengo, yo me lo merezco. Por lo cual te exhorto y mando que sin dilación te partas a la tierra de los hombres habitada y que, dejando el pesado carro y servidores y criados, vayas con presteza en una ligera sierpe que hallarás en una quiebra de la Montaña Obscura, la cual te llevará tan recio por las tierras que presto pondrás a cuchillo y pasarás por los filos de tu cortadora guadaña todos los en ellas vivientes.

-De buen grado, dijo la Muerte, cumpliré lo por tu grandeza mandado. Y porque lo quiero mostrar con obras y no con palabras, quiero tomar luego el camino.

Diciendo esto, saltó con no creída ligereza del triste carro y mandando a sus criados que ahí la atendiesen y hiriendo reciamente sus negras alas con su amarillo pendón y la cortadora guadaña al hombro, tomó el derecho camino de la Montaña Obscura por ahí subir en la ligera y voladora sierpe y prestamente volar a la tierra.

De esta manera partió la temida Muerte por cumplir sin tardança lo que la era mandado, y la divina Justicia mandó aposentar [a] los servidores de la Muerte en una solitaria morada que ahí cerca estaba fuera del Campo de la Verdad y ella con su compañía se volvió a su muy rico palacio.

Capítulo LXX

Cómo la Muerte, llegando a la quiebra de la Montaña Obscura, cabalgó en la sierpe y començó de correr la tierra y de lo que ahí le avino.

Con gran prisa caminó la rabiosa y encruelecida Muerte hasta llegar a la tenebrosa quiebra de la Montaña Obscura, en la cual entre unos agudos peñascos y espesas enramadas halló una honda caverna y en lo más bajo de ella una boca de una obscura cueva, en la cual estaba una fiera y desemejada sierpe de terrible grandeza, fornecida de agudos cuernos y crueles uñas. Las sus espaldas unas voladoras alas cubrían; la cual, como [a] la espantosa Muerte vio, començó de se encrespar y sonar sus conchas con un temeroso tremor que de ver ante sí la Muerte la tomó.

Pero la ligera Muerte, allegándose cerca, saltó encima de ella y la hizo mover tan furiosamente como vuela el viento Bóreas y tan concertada como un caballo muy arrendado, infundiendo en ella otra rabiosa furia y más venenosa ponçoña que la que ella tenía. La fiera y espantable sierpe, sintiendo la nueva espuela, con crecida furia saliendo de sus acostumbradas y escondidas enramadas, començó de mover sus descompasadas alas y grande cola por el no acostumbrado camino, hasta tanto que, llegando a la miserable tierra, començó de sembrar ponçoña y manifestar furia por toda la tierra. De manera que, como la desemejada Muerte se vido en aparejado y tan feo animal, para su cruel y firme propósito y en tierra habitada de los enemigos de la divina Virtud, alçando y venteando su amarillo pendón y esgrimiendo por el aire su descompasada y cortadora guadaña, como quien da a sangre y a fuego la tierra y sus moradores, començó con gran furia de correr con su empoçoñada y espantosa sierpe de unas partes a otras, entrando por lo poblado y saliendo por los lindos campos, cortando hombres, ahogando los viejos, despedaçando los mançebos y matando los pequeños niños, no perdonando a las mujeres. Unos segaba con su aguda guadaña, a otros con su vista de espanto mataba, otros la fiera y espantosa sierpe tragaba, otros con sus crueles uñas despedaçaba, otros mordía y empoçoñaba, otros con su descompasada cola hería, otros con sus agudos dientes y cuernos desmenuzaba, otros tropellaba.

De esta manera anduvo la encruelecida Muerte gran parte de la tierra, dejando tantos cuerpos muertos y despedaçados que los campos cubrían y las olorosas hierbas con su corrompida sangre y mal hedor empoçoñaban, hasta tanto que llegó ante una grande casa de muy devotos religiosos, donde acaso, por la nueva que habían de la venida de la muy espantosa Muerte, todos los religiosos de aquella provincia estaban juntos tomando su consejo de lo que habían de hacer y pensando que, por ser muchos y religiosos, la Muerte los perdonaría. Estando de esta manera, oyeron las voces y llantos de los que la temerosa Muerte en torno de la casa mataba y por saber qué cosa fuese, corrieron todos a las ventanas, ca las puertas, como había del miedo de esta venida, tenían cerradas, y pudieron ver cómo la Muerte, dejando despedaçados los que por aquel campo trabajaban y otros que a su morada y monasterio huían, se venía derecha a las puertas del monasterio y llegando ante las puertas del monasterio, como los viese descoloridos, temerosos y asomados a las ventanas los hablo así:

Habla la muerte a los religiosos.

Los religiosos no penséis de os defender de mi furioso y fuerte braço y mi cortadora guadaña con cerrar vuestras puertas. ¿No sabéis que contra mi poder no hay castillo, no cosa fuerte? Hoy os pondré so mi amarilla bandera y seréis en el número de los míos. Venido es el postrero día de vuestra solitaria vida. Hoy daré fin a vuestro vivir. Hoy os sacaré de vuestro trabajo del cuerpo, si alguno tenéis, y os le doblaré en el ánima si mal vivido habéis. Ya la sepultura os espera, la puerta abierta. Venid a mis moradas.

Diciendo estas palabras, la encruelecida Muerte se iba contra las puertas por las herir con su amarillo pendón. A esta hora un anciano y cano viejo se atrevió entre todos, ca muy atónitos y temorizados estaban, el esfuerço y colores perdidas, con las amenazadoras palabras y presencia de la Muerte. Y rogando que le oyese dio principio a tales palabras:

Habla un religioso a la Muerte.

Temida y espantosa Muerte, bien sé que jamás a nadie perdonaste hasta el único y verdadero hijo del verdadero Dios, y cierto creo que tu ley es igual con el grande y con el chico, con el mayor y con el menor, con el religioso y con el soldado, con el escudero y con el caballero. Y conozco que eres el fin do nuestras vidas van a parar y camino y estrecho paso por donde todos hemos de caminar y pasar. Eres terrero donde van a dar las saetas de nuestro vivir y hondo pozo donde se consumen nuestros largos años, y no se me esconde que eres purga que todos los vivientes en carne hemos de recebir; pero debes, Muerte, mirar que la purga no se da sino a los enfermos y a los que tienen los humores del cuerpo corruptos para los alançar fuera; y así, la muerte y sepultura son para los viejos, que ya enfermos en el vivir se pueden llamar, y no para los sanos mancebos que largos años pueden vivir, ni para los niños que tienen el mundo por conocer. Dime ¿por qué lo haces así contra toda razón igualando los viejos con los mancebos? ¿por qué en general asuelas y destruyes toda la tierra? Yo soy viejo y otros viejos, como aquí veis entre este gran número de religiosos, que ya es llegada nuestra hora y somos contentos de ir contigo a las perpetuas moradas y de encerrarnos en las entrañas de nuestra madre. Contigo queremos ir y tu compañía queremos llevar y so tu bandera queremos andar, con tanto que perdones a la juvenil edad de estos mancebos y a la adolescencia de estos niños. Cese ya tu furia y amanse tu ira, no consientas que te llamen cruel, usa de alguna misericordia con estos religiosos.

Diciendo esto, dio fin el religioso a su habla y la cruel Muerte respondió de esta manera:

Habla la Muerte a los religiosos.

Tú eres viejo y esotros que son mancebos y todos los hoy vivientes habéis de pasar por los acerados filos de esta mi guadaña, porque debéis saber que yo soy ejecutora de la divina Justicia, por la cual me es mandado calar la tierra y apocar el linaje y generación de los hombres, porque han recebido los vicios y desterrado las virtudes. Y, pues soy ejecutora, no puedo recibir ruego ni poner dilación, ni acoger apelación. Y, pues yo soy mandada, no os maravilléis ni agravéis porque cumplo el mandado de quien me lo puede bien mandar, porque puesto que quisiésedes excusar diciendo que no fuisteis participantes de la cometida maldad, no será recebida vuestra excusa, porque a veces pagan los justos avuelta de los pecadores, como pagó el pueblo y ejército de Israel el pecado que cometió en quererle contar David.

Diciendo esto, hirió con su amarillo pendón las cerradas puertas, las cuales luego fueron abiertas, y subiendo la arrebatada Muerte, abriendo y quebrantando puertas, privó de la vida a toda la multitud de los religiosos con su acerada guadaña.

Luego que esto hubo hecho, bajó abajo y, tornando a subir en la espantosa sierpe, tornó a correr por las habitadas tierras y a hacer y usar de lo començado y no tardó mucho que con su ligera corrida llegó ante una gran ciudad, de donde a caso el obispo con gran compaña de clérigos y gran número de otras gentes había salido en procesión a una hermita, pensando aplacar a la furiosa Muerte, ca ya habían oído las nuevas del gran daño que por la tierra hacía, aunque mucho al contrario de lo que pensaban les avino; porque como ya la Muerte muy cerca anduviese, desde una alta peña, pudo ver la gran compaña de gente que con el obispo en la procesión iba. Y endereçando su corrida para allá los encontró con su venenosa y furiosa serpiente a la salida de la devota hermita. Donde sembró con su no pensada vista tan gran temor y espanto en los coraçones de aquella gran compaña que como atónitos aun hablar no osaban. A la hora el obispo se adelantó y salió al encuentro a la espantable Muerte, diciéndola de esta manera:

Habla el Obispo a la Muerte.

¡Oh Muerte! ¡oh Muerte! que a todos convidas a tu salsa de dolor, alça ya tu encruelecida ira de sobre el humano linaje. Deja ya de usar de tu sangrienta saña, ten piedad de los niños, duélete de los mancebos y conténtate con los viejos. Vuelve la rienda a tu ponçoñosa sierpe, torna a repisar el camino por donde has venido, no destruyas ya la simiente de los moradores de la tierra, no acabes el humano linaje. Mira que si no lo haces, que agotarás y acabarás tu gran poder, porque si todos los hombres pasas por los filos de tu cortadora guadaña, no habrá hombres que engendren sus semejantes, ni mujeres que los conciban y paran, ni tetas que los amamanten; y de esta manera, consumidos los hombres, no habrá ni hallarás contra quien endereces tu saeta, ni tiendas tu flecha, ni endereces tu mortífero arco, ni tampoco contra quien esgrimas tu cortadora guadaña; y si no lo quieres hacer por nuestro ruego, hazlo porque tus leyes y poder no haya fin. Yo y estos viejos de grado seguiremos tu triste bandera, porque la natura y razón y cansancio de los años a ello nos convida, pero a lo menos contentándote con nosotros, y sacando de aquí esta presa, perdona a los floridos mancebos y a los inocentes niños. Conténtate ya con lo hecho, no acabes de calar la tierra. Vuélvete a tu morada y desde allá, según tu vieja costumbre, herirás con mortal saeta a quien tú quisieres.

No había pues el obispo puesto fin a su decir, cuando la temida Muerte hizo principio a lo que se sigue:

Habla la Muerte al obispo y su compaña.

No dejara de aceptar tu ruego y hacer lo que me pides, si dejar de hacer lo que hago fuera en mi mano; pero como yo sea mandada por la poderosa y divina Justicia, la sentencia que por ella contra vosotros por vuestros pecados está dada, yo no la puedo revocar ni dejar de ejecutar. Este es el sueldo que recibiréis por servir al Mundo y abraçar los abominables vicios, por olvidar a vuestro Criador y desterrar las virtudes.

Diciendo estas palabras, la sañuda Muerte començó de segar y cortar con su descompasada guadaña de tal manera que, con ayuda de su fiera sierpe, en poco espacio los dejó todos tendidos por tierra muertos, sin dejar ni uno de ellos.

Dejando pues la rabiosa Muerte aquel verde campo bien cubierto de cuerpos muertos y regado de humana sangre, se partió de ahí, no dejando de usar de su nueva crueldad y costumbre y ejecutando por toda la tierra el mandamiento de la divina Justicia.

Capítulo LXXI

Cómo la Muerte llegó a los campos de Italia y de lo que la avino con un capitán y su gente de guerra.

En un día, en aquella hora que los verdes y olorosos caminos con la nueva luz del claro sol se alegraban, la encruelecida Muerte, cabalgando sobre la venenosa y nunca cansada sierpe, un amarillo pendón tendido, su guadaña al hombro, entró por los fértiles y belicosos campos de Italia, por aquella parte que un general capitán con grande y bella gente de armas y galana y bulliciosa infantería su real asentado, haciendo de los frutíferos campos morada. Pues como la espantable Muerte tal compañía vio en que podía bien hartar su saña, començó desde lejos a esgrimir fuertemente y con no creída ligereza la cortadora y amolada guadaña; lo cual, como la belicosa y valerosa gente vido, no pudo tanto que sus esforçados coraçones, forçados con mucho temor, no diesen clara señal del concebido miedo, enviando varias colores a sus descubiertos rostros y temblando con sus cuerpos en tanto grado que las armas meneadas hacían un triste sonido.

El esforçado y valeroso capitán, viendo lo que jamás en su gente y campo había visto, y el nuevo espanto y temor que a su coraçón no vencido había llegado, y la cruel Muerte ante sus ojos, sacando de flaqueza fuerças, tendió sus pasos contra la espantosa Muerte y saliéndola al camino, delante de su armada y amarilla gente, dio principio a lo que se sigue:

Habla de un general capitán a la Muerte.

No des tanta priesa, espantosa Muerte, a nuestra perdición. Atiende un poco y óyeme dos palabras. La cruel fama de tu no pensada venida ha puesto la tierra en grande estrecho y tus sangrientas obras espantan los moradores de ella y tus nuevos hechos os destruyen y apocan. Tu guadaña los corta y tu cruel sierpe los despedaça. ¿Qué quieres más, sino que sólo oír tu nombre los pone en términos de perder la vida? Ni mi juicio alcança por qué lo haces, ni mi entendimiento lo puede acabar de entender, ni aun el pensamiento basta para lo pensar. Si lo haces por ser temida, no tienes necesidad de llevar al cabo lo començado, porque yo te juro, por la orden de caballería, que es tanto el temor que tienen los hombres a tu venida y tan temorizados están los vivientes oyendo tus obras, que no hay hombre fuerte que de sola tu memoria no huya y se espante y aun a veces pierda el sentido. Mira bien esta gente que es la más valerosa y esforçada que agora vive sobre la tierra, pero yo te hago cierta que jamás oyeron tu nombre que no perdiesen las colores, mostrando de fuera lo que el coraçón encubre de dentro. Y aun hay entre ellos tales que de ti se acordando pierden con el temor las picas y no se pueden aprovechar de sus arcabuces, y perdiendo las fuerças y esfuerço no se pueden aprovechar de sus mesmas armas, y esto ser así al presente lo has bien visto, que están que no parecen sino temorizadas ovejas delante del león o del lobo. Mira bien que más embalsamados cuerpos, que no vivos parecen. Ora pues, sí quieres que en la tierra te teman los vivientes no los mates todos, porque quede quien te tema, ca si a todos los encierras en las tristes y llorosas sepulturas, no habrá allá alguno que se espante de oír tu nombre como lo tememos acá; y si lo haces por los pecados de los hombres, contentarte debes con lo hecho, porque razón es que perdones a la multitud de la gente, porque si a todos dieses fin no habría a quien aprovechase este tu castigo, y más se podría llamar perdición y destruición que no corrección, ni se podrá llamar enmienda de lo errado sino gran crueldad y estrago.

Especialmente debes haber piedad de estos generosos y hazañosos soldados, si algunos has de perdonar, porque éstos conservan los papales paños y los imperiales estados. Estos hacen que los reyes, reinos y otros poderosos hombres no se alcen ni rebelen contra sus señores y superiores. Estos son causa que teman los malos y conserven en paz los buenos. Estos vengan los tuertos y deshacen los agravios. Estos tienen segura en quietud la república. Estos quitan los corsarios, los ladrones y robadores de sobre la tierra, dándolos crueles muertes con sus aceradas espadas. Si éstos no estuviesen en campo, ni el Papa tendría quietud en su silla ni el emperador paz en su imperio, ni el labrador andarla seguro en su heredad, ni el rústico pastor en su aprisco, ni el regocijado leñador en el monte, ni el caminante en el camino, ni el codicioso mercader en su tienda, ni el marinero por la mar, ni el estudioso letrado en su estudio, ni el escribano en su escritorio, ni el clérigo en su iglesia, ni el devoto fraile en su monasterio, ni la monja en su encerramiento, ni la virginidad en las doncellas, ni la lealtad en las casadas, ni el esfuerço en los mancebos, ni el consejo en los viejos, ni el escudero en la casa de su señor, ni el alcaide en su fortaleza, ni el caballero en el campo. El padre mataría al hijo, el codicioso hermano robaría al hermano, el primo trataría traición al primo, y finalmente el mundo andaría revuelto, la lealtad se perdería, la virginidad se corrompería, la amistad se convertiría en mortal enemiga, la paz se quebrantaría y las disensiones y guerras se doblarían. La tierra se asolaría, los templos se desharían y la fe se renegaría y las gentes habrían desastrado fin. Todos estos grandes daños excusasen estos soldados.

Ora pues, considera, ecua Muerte, si pido justo que a éstos dejes vivir, puesto que a todos los vivientes hubieses de hacer morir, no se encienda tu ira, no se caliente tu gran saña contra ellos. No les muestres enemiga, dales algún privilegio más que a los otros. Mira que todos son mancebos y que será gran perdición enviarlos su florida juventud a la sepultura y que cortándolos con tu guadaña de la vida cortas la flor del mundo. Por allá matabas viejos con mancebos y niños con mugeres, pero aquí destruirás la fuerça de la gente y acabarás la gran virtud y fortaleza de los coraçones. Mira bien lo que haces y piensa lo que te pido y no descuides de lo que de este hecho puede suceder. No cometas con furor lo que te pesará después que en ti haya cesado la cruenta saña. Vey lo que te parece y dime lo que piensas y acuerdas de hacer.

Estas fueron las palabras que aquel valeroso y esforçado capitán hablo a la espantosa Muerte, la cual respondió de esta manera:

Responde la Muerte al capitán.

Belicoso y animoso capitán, yo no me ocuparé tanto en gastar palabras por dar lugar a las obras. Bien tienes blasonado de tus soldados y alabadas sus virtudes. Yo te digo en verdad que si los vicios se perdiesen en la tierra, que en tu real, entre tu guerrera gente, se hallarían; porque dado que ellos sean causa, lo que yo no sé, que otros desechen los vicios y sigan la virtud, ellos siempre obran maldad. ¿Cómo quieres tú que yo perdone a los que no perdonan a sus prójimos? Ante dándoles crueles muertes roban a sus sucesores lo que de ellos legítimamente heredaban y les venía. Y no solamente despojan a los enemigos de las vidas y las haciendas pero aún a los amigos, y que en sus propias moradas los acogen, maltratan, comen y roban lo que tienen. Por lo cual hallo yo que éstos son más crueles que yo, porque yo, si mato, mi propia propiedad es dar muerte y así no soy de culpar, pues uso de aquello para que fui de los hombres por su pecado y culpa hallada. Pero ellos fueron criados para, como animales racionales, conservar unos a otros la vida y hácenlo al contrario, que quitan la vida y roban la hacienda. Yo, aunque les doy la muerte, no les tomo su hacienda que ahí lo dejo para los sucesores y herederos. Concluyendo, digo que soy venida a quitar los viciosos de sobre la tierra, y pues yo hallo en esta tu gente más reniegos, más blasfemias y más vicios que en otra alguna, justo es que los borre del libro del vivir.

Diciendo estas palabras, la rabiosa Muerte quísolos acometer, pero el sagaz y sabio capitán, rogándole le oyese, començó de decir de esta manera.

Habla el capitán a la Muerte.

Mira, desaconsejada Muerte, lo que haces, y piensa bien si saldrás con lo que piensas començar. Mira y considera cuán belicosa gente es esta. Solos estos bastan [para] poner en armas toda la tierra y aun subjetarla o destruirla, tan bien como tú. Jamás pusieron cerco sobre castillo, villa, ni ciudad que se les pudiese defender, ni ejército en campo los osó atender. Los reyes y los altos hombres los honran y los bajos los [temen]. El emperador, a quien ellos sirven de grado y él los da sueldo y substenta, los cura de coraçón, porque no solamente substentan su honra y imperio pero aun le aumentan y ensanchan el señorío. Todo esto les viene por la gran bondad y esfuerço de sus personas y mayor fortaleza de sus braços. Piensa pues, Muerte, con quién tomas contienda y dónde trabas palabras con belicosa compañía y sin padrinos. Tomando a estos por enemigos a toda la tierra injurias y todos los vivientes te serán contrarios. Ultra de esto ellos están de propósito, y tú creo que ya lo has sentido, si con ellos por bien no haces paz, o a lo menos tregua, de te dar cruel guerra y se te defender en batalla. Di lo que pienses hacer, que veis ya están a punto, y yo cierto creo que no ganarás nada en esta batalla, porque tú pensarás de quitarles las vidas y ellos darán a ti y a tu venenosa sierpe la rabiosa sepultura.

Estas palabras dijo el animoso capitán a la encruelecida Muerte, la cual con gesto más espantable que no airado respondió con pocas palabras y largos hechos:

Habla la Muerte al capitán.

¡Oh hombre de poco valor y muy pecador, ejército flaco y débil compaña! ¿pensávades de os defender de mis insuperables golpes con fieros de cobardes hombres? ¿Y cómo no tenéis sabido que el alto y el bajo, el grande y el chico, el mayor y el menor, el Papa y el sacristán, el Emperador y el pastor con sus grandes y poderosos estados están sujetos a mis leyes y no pueden huir de ser blanco y terrero de mi mortífera saeta, ni pueden excusar de ser cortados con mi acerada guadaña?

Acabando de decir estas palabras, con crecida furia y espantoso meneo, moviendo su ligera y empoçoñada sierpe, començó, con no pensada ligereza, arrebatando el capitán con su guadaña en dos partes, de rodear la temerosa cabaña, la cual en torno, hecha una muela, estaba, las picas hacia fuera, como quien espera toro o otro fiero animal; pero la cruel y espantosa Muerte, después de los haber rodeado dos vueltas, por donde más fuerça vido, arremetió con su osada fiera, arrojando mortales y descompasados golpes con su muy cortadora guadaña. Cortaba picas, deshacía cosoletes, falsaba trançados arneses y derrocaba lucientes escudos, cortaba hombres, segaba piernas, mancaba braços, deshacía cabeças.

De esta manera, como la temida muerte hubo deshecho, desbaratado y acabado la vanguardia, vino sobre ella la retaguardia a buscar su total destrucción, soltando contra ella y su furiosa sierpe la artillería gruesa y muchos arcabuzes y jugando de las picas. Pero aquélla, que nada podía empecer, sin aguardar tiempo, con mayor furia arremetió y entró por ellos, pisando y maltratándolos con su cruenta sierpe, la cual, sin mucho se detener, pasaba por ellos. De ellos tropellaba, otros mataba, otros con sus agudas uñas deshacía. Tan bien se ayudaban las dos, la Muerte cortando y la fiera sierpe despedaçando, que en pequeño rato estaban aquellos herbosos campos tan sembrados de muertos cuerpos del grande ejército, que apenas la encruelecida y rabiosa sierpe podía andar la vía que otra vez había andado, tantos eran los pedaços de los muertos soldados que ahí habla. De esta manera anduvo la cruel batalla muy trabada y mal partida la mayor parte de aquel día; pero en fin, la fatal Muerte, con la ayuda de su cruel sierpe, dio cabo de todo el grande y belicoso ejército, sin dejar hombre de pie ni de caballo, que privándole de la dulce y amada vida no le llevase a perpetua y rabiosa sepultura.

 

Capítulo LXXII

Cómo las dos personas que reprehendían a los que no obedecían la sentencia de la divina Justicia salieron a rogar a la Muerte que cesase su ira y suspendiese la persecución.

No cansada la cruel carnicera Muerte de la sangrienta batalla que con el general capitán y su armada gente había tenido, tornó a seguir su acostumbrado y començado camino, y guió derecho a la señora del mundo, llamada Roma, talando los campos, destruyendo lugares, villas y ciudades, dando crueles muertes a los que ante sí podía tomar.

La dolorosa nueva de esta tan gran perdición vino a sonar en las orejas de dos altas y poderosas personas, aquéllas que, como obedientes a la divina Justicia, reprehendían los rebeldes hombres porque no querían obedecer el mandado de la poderosa doncella, ni recibir las desterradas virtudes; las cuales dos personas, sintiendo grave dolor por tanta perdición y deseando alcançar perdón de lo errado, acordaron salir al campo y recibir a la enojada Muerte con aquéllos que los suelen acompañar y en compañía de aquéllos que con el sudor de su cara, rompiendo la criadora tierra, comen el pan de dolor, porque con tal y tan inocente compaña pensaban alcançar lo que su capitán con armada y belicosa gente no pudo defender.

Y pareciéndoles éste buen acuerdo, tomaron el derecho camino por donde tenían nueva que venía la Muerte, esperando ganar honra yéndola a buscar ya que otra cosa no pudiesen alcançar. No anduvieron mucho, cuando, subiendo un pequeño recuesto, la vieron caminar con su furiosa sierpe por un espacioso valle y ella asimesmo vio a ellos, yéndose cada uno contra el otro, aunque con diversas intenciones, porque la cruel Muerte iba por los meter en la llorosa sepultura y por tratar en ellos saña, y ellos iban para la pedir la vida para sí y su compaña y para todos los que hasta aquella hora de sus manos habían escapado.

Pues como fueron juntos en medio del herboso valle, los dos grandes capitanes saludaron a la Muerte; la cual, tendiendo sus descarnados ojos por la noble compaña y generosos caudillos, los tornó las saludes y holgó de hablar con ellos y oír asimesmo lo que ellos quisiesen decir; aunque no con propósito de los perdonar las vidas. Començó de hablarles así:

Habla la Muerte con los caudillos de la cristiana gente.

La necesidad, que carece de ley, y la obediencia que debo a la divina Justicia, y el mandado general que por ella, sin sacar ni salvar persona, me fue hecho, me compelen, que no mi voluntad, la cual yo quisiera tener libre para os perdonar, a que mueva mi cortadora guadaña y rabiosa serpiente contra tan altas dos personas y tan noble compaña; y con esto, aunque no dejaré de hacer todo lo que es en mi mano, lo cual será oír de grado todo lo que me quisiéredes decir y yo hacerlo, con tanto que no sea contra el mandado que traigo de la poderosa y divina Justicia, ca en ninguna manera yo puedo cesar de hacer lo que me es mandado.

Estas fueron las palabras que la Muerte habló a los dos caudillos, a lo cual respondió de los dos el que sagrados paños vestía.

Habla el de los santos paños a la Muerte.

Gran ingratitud y descomedimiento sería y habría en nosotros si la gran merced recibida de tu poderosa mano no regradeciésemos con palabras, pues con obras satisfacer no se puede, aunque más te pudieras extender según tu gran poder, porque dado que no sea en tu mano contravenir al mandamiento de la divina Justicia, pero al menos pudieras suspender la ejecución de él, hasta que la mesma divina doncella fuese sobre este caso consultada, porque yo confío tanto en su bondad y gran misericordia que, siendo informada del castigo hecho y del arrepentimiento y penitencia de los hombres y cómo están de entera voluntad para cumplir sus mandamientos y recibir a las desterradas doncellas, que alçará su divina mano y suspenderá su mandamiento y tornara a reconciliar la vieja amistad entre las desterradas virtudes y los vivientes hombres. Por tanto, yo te ruego, temida Muerte, que si en alguna manera puedes extender más tu mano y hacernos esta merced y otorgarnos este don, nos le otorgues, suspendiendo la ejecución del divino mandamiento hasta que la divina Justicia sea sobre todo consultada; y asimesmo te ruego nos digas cuál es la causa porque haces este tan general castigo y destruyes todos los mortales y pones fin al vivir de los hombres, ca estamos en duda si es porque el Mundo desterró las virtudes y los hombres racionales, viniendo contra el divino mandamiento, no las han querido tornar a recibir.

-La causa, dijo la Muerte, es la gran maldad que mora entre los moradores de la tierra y la liga que todos los vivientes tienen hecha hoy día con los mortíferos vicios y la desobediencia que mostraron cuando desobedecieron al mandamiento de la divina Justicia, y porque no quisieron la santa compañía de las virtudes llamadas desterradas doncellas.

Estas palabras habló la temida Muerte, y el de las sagradas ropas replicó de esta manera:

Habla el de los sagrados paños a la Muerte.

¡Oh muy temida Muerte! paso arriscado y muy trabajoso y temido puerto, ley y deuda común al humano linaje, tributo que el pecado puso sobre todos los vivientes en el espacioso orbe de la tierra, clara a los justos y obscura a los perversos y malhechores, remedio de los afligidos, ca tú de sus cuitas los sacas, socorro de los atribulados, pues a sus trabajos das deseado fin, tu venida es deseada de los que conocen, adoran y sirven al único y eterno Dios, trino en personas. Debajo de tu bandera voluntariamente andan los que, por el celo de Dios, con verdadero conocimiento aborrecen esta mísera vida y sus engaños. A voces te están llamando todos los que desean ir a las eternas y perpetuas moradas celestiales. Tus saetas y flecha temen los malos y tus mortales heridas aman los buenos. Tú eres inevitable paso por donde los unos y los otros van a pasar; los unos, a perpetuo gozo y eterna gloria, y los otros, a continua pena y no cansado tormento. Tú te puedes llamar derechamente justa porque no tienes más de una ley para todos y con todos las practicas de una manera y a nadie perdonas que en su persona no la ejecutes. A ti que eres absoluta señora sobre el vivir de los hombres en el firmamento de la tierra, en cuya mano está la vida y la muerte de los humanos, queremos yo y este compañero, juntamente con toda esta compaña, pedir y mucha importunidad suplicar que, usando de tu gran poder, hagas lo que puedes, ca más no sería justo pedirte y es, que pues no debes ni puedes contravenir al mandamiento de la divina Justicia, que al menos hagas lo que es en tu mano, suspendiendo la ejecución del divino mandamiento hasta que la divina doncella que lo mandó sea informada del castigo y enmienda que se ha tomado de los hombres y de la penitencia que hacen por haber quebrantado su mandado y haber sido contra las virtudes, o desterradas doncellas, y del bueno y santo propósito que tienen de las recibir, no como compañeras sino como señoras y ayas de su vivir, y destruir y desterrar los abominables vicios; y yo creo, y tengo por muy cierto, que si nos otorgas este don que la poderosa Justicia, sabiendo esto, y teniendo allá de nuestra parte la Misericordia, la cual no quiere [la muerte] del pecador sino que llore su pecado y viva. Y porque ya cesa la causa por la cual discernió su mandamiento, que amansará su furor y templará su ira y usará con los moradores de este suelo de piedad y misericordia y alçará la ejecución de su mandado y aun dará por del todo cumplida su sentencia. Afloja ya tú, común Muerte, tu ira y pon rienda a tu braveza y concédenos esta merced, pues yo y este alto señor te aseguramos de la penitencia de los hombres y quedamos por fiadores que con aparejados ánimos y ganosas voluntades recebiremos las divinas virtudes y desterraremos los inmundos vicios.

Estas palabras habló el de los sagrados paños, a las cuales aún apenas había dado fin, cuando el compañero de las fieles y cristianas armas hizo principio a su decir en esta manera.

Habla el de las cristianas armas a la Muerte.

Yo por mi parte, dulce Muerte, fin y remate de los humanos trabajos y principio de perpetuo gozo y durable reposo, te ruego otorgues el don pedido y cumplas y aceptes el ruego de este santo varón, ca yo, cuanto a lo que a mi toca, prometo de hacer publicar entre los cristianos que me son sujetos justas leyes por las cuales sean castigados los viciosos con tan grandes y graves castigos que aborrezcan y destierren los vicios y reciban y amen las virtudes; lo cual, yo pienso, no será menester, ca todos las recibirán de buen grado y con entera y pura voluntad; porque ya tienen conocido su gran yerro y han venido en verdadero arrepentimiento de su desobediencia y sus abominables vicios. No nos niegues pues, temida Muerte, el don pedido, pues el poder para lo hacer no te falta, ni para este hecho suspender, ni a la divina Justicia para del todo este castigo alçar. Mira que con pura y entera voluntad lo pedimos y de todo coraçón lo agradeceremos; lo cual, si usando de tu magnífica liberalidad haces, siempre quedaremos en deuda por tu gran merced recibida.

Luego que el de las cristianas armas acabó estas palabras, la temerosa Muerte començó a decir lo que se sigue:

Habla la Muerte a los dos caudillos de la gente cristiana.

No puede ser mi ira tan crecida, ni mi saña tan cruel, que no oya la justa petición y acepte el ruego de tan altas personas y tan noble compaña, porque lo pedido me parece justo, y yo con razón no lo puedo negar, pues me lo pedís y yo lo puedo hacer, sin salir de lo que me está mandado por la divina Justicia. Y si digo que haciendo lo que me es pedido, pues en mi mano es suspender y en la poderosa Justicia anular o rebocar, que yo suspendo la ejecución de lo que me fue mandado ante la divina torre del Campo de la Verdad, hasta tanto que la poderosa Justicia sea consultada sobre el castigo hecho y vuestro arrepentimiento y petición. Y porque esto con brevedad haya deseado fin, yo mando al olvido de la Vida, mi mensajero, que a la hora se parta al Campo de la Verdad, el cual haga saber a la divina doncella lo que acá pasa, según es dicho; y, habido su parecer y mandado, vuelva con brevedad a este valle con el despacho de todo lo que ahí le fuere mandado; y, entre tanto, yo me apartaré a aquella espesura por hacer ahí a solas mi morada, y vosotros os volved a la plaça del Mundo; y, como viéredes mi mandado, venid a este valle donde sabréis de mi boca lo que del Campo de la Verdad me será mandado.

No fueron bien acabadas de decir estas palabras, cuando el Olvido de la Vida tomó el derecho camino del Campo de la Verdad y los dos capitanes de la gente cristiana, despidiéndose de la obscura Muerte, que a la espesa montaña se subía, se tornaron a la señora del mundo.

Capítulo LXXIII

Cómo el Olvido de la Vida volvió del Campo de la Verdad y hizo saber a la Muerte cómo la Justicia mandaba cesar la persecución por la penitencia de los hombres.

Treinta días eran pasados y el Olvido de la Vida no era venido del Campo de la Verdad, pero no eran cumplidos los treinta y uno cuando entró por la espesa montaña donde la sola y triste Muerte estaba y como ante ella llegó, hecha su mesura, contó todo lo que en el Campo de la Verdad le había avenido y lo que traía negociado.

Sin más ahí se detener, le mandó partir a la plaça del Mundo a llamar a los dos caudillos de toda la cristiana gente; lo cual luego en un punto fue hecho como le fue mandado y los dos capitanes, con no cierta esperança de la vida y dudosos de la obscura muerte, con su acostumbrada compaña, juntamente con el olvido de la Vida, tomaron el camino del valle y lugar para esto aplazado, donde fueron recibidos de la Muerte, que atendiéndolos estaba; la cual los habló de esta manera:

Habla la Muerte a los dos capitanes del cristiano ejército.

¡Oh discreto caudillo de los sagrados paños y sagaz y gran capitán de las cristianas armas! regocijaos con la buena nueva y gozaos con la merced alcançada. Gran gloria habéis ganado y perpetua fama siempre de vosotros volará por el espacioso orbe de la tierra, pues con la cristiana gente, saliendo de la señora del Mundo, hallasteis tanta gracia en este valle ante mis ojos que merecisteis alcançar gran don de mis manos, y valió tanto vuestro ruego, juntamente con la penitencia que ha parecido en los hombres, ante el divino acatamiento de la poderosa Justicia, que os ha concedido un tan alto y magnífico don, que por sólo esta [causa] os podéis llamar bienaventurados, si bienaventurança hay en la tierra. Gozaos y regocijaos que la poderosa Justicia, por ser vosotros rogadores y porque los vivientes han conocido su yerro, ha puesto perpetua paz entre los moradores del firmamento terrestre y mi cortadora guadaña, con tanto que los dos, en nombre de todos, prometáis, en cuanto en vos fuere y pudiéredes, que recibiréis las santas virtudes, que por otro hombre desterradas doncellas se llaman, y que desterraréis los hediondos y abominables vicios, según por la poderosa Justicia es mandado; porque de otra manera os hago ciertos que, al que yo hallare revuelto con algún o algunos vicios, le cortaré la vida y, dándole cruel muerte, le pondré en perpetua sepultura, según se contiene en la sentencia que la Diligencia os notificó de parte de la divina Justicia, porque yo no hago paces más de con los virtuosos en cuanto usaren de la virtud y, por el contrario, con los viciosos aplazo nueva guerra y los publico por mortales enemigos.

Estas fueron las palabras que la muerte habló, las cuales, como fueron acabadas, el caudillo de los sagrados paños dio principio a lo que se sigue:

Habla el de los sagrados paños a la Muerte.

Magnífica Muerte, porque me parece que tienes ya el pie en el estribo y que ya quieres volver la rienda a tu venenosa sierpe, seré breve en mi decir, puesto que muy prolijo quisiera ser, pues había razón y causa por ello.

De las grandes y poderosas personas es de hacer las grandes mercedes y conceder aventajados dones, cual es éste que de tu larga mano hemos recibido. Y porque no le podemos servir y regradecer con alguna obra por ser tan excesivo sobre el muestro poder, debes de tomarnos a cuenta la voluntad que de te servir tenemos.

En presencia de la divina Justicia me quisiera hallar para agradecer con palabras el magnífico don que nos ha concedido, pues ninguna humana obra basta a te servir. La merced aceptamos, su mandamiento obedecemos, prometemos y juramos de le cumplir y contigo confirmamos el pacto y concierto, según y como nos es mandado, quedando con limpias y puras voluntades para recibir por señoras y ayas de nuestro vivir a las desterradas doncellas.

Dichas estas palabras, no quiso la temida Muerte más atender, ante despidiéndose de los caudillos y su cristiana compaña tomó el derecho camino de la montaña de la Quiebra Oscura para dejar ahí la espantosa sierpe y de ahí ir al Campo de la Verdad.

Despedidos de la temerosa Muerte los dos caudillos de los sagrados paños y las cristianas armas se tornaron con entero gozo de sus ánimos acompañados de su cristiana gente a la plaça y señora del redondo orbe terrestre.

Capítulo LXXIV

Cómo la Muerte tornó al Campo de la Verdad y de la cuenta que dio de lo que había hecho y cómo las desterradas doncellas se volvieron para la tierra.

La espantosa y muy temida Muerte, siguiendo el derecho camino de la Montaña Oscura, llegó en breve tiempo a la quiebra, donde dejó la venenosa y espantable bestia y tornó de ahí a seguir el derecho camino del Campo de la Verdad y ahí dio entero descargo a la poderosa Justicia, ante las desterradas doncellas, de todo lo que había hecho en el terrestre orbe, contando por claras palabras los hechos que había hecho y las palabras que con cada uno había hablado y las que de ellos juntamente había oído; lo cual, todo así acabado y relatado, según arriba habéis oído, de licencia de la divina Justicia, la triste Muerte, tomando su funeral carro y su llorosa compaña, se tornó a la tenebrosa caverna, su antigua morada.

Pues como ya ciertas fuesen las recobradas doncellas que la tierra estaba llana y las paces hechas y los humanos coraçones para las recibir aparejados, juntándose todas, se fueron ante la poderosa Justicia por haber licencia para se volver a su antigua tierra; la cual, aunque mucho de la partida de las desterradas doncellas la pesase y más de mal se la hiciese, pero viendo que así se debía y convenía hacer, condescendiendo a su importuno ruego.

De esta manera, habida la licencia y alcançada esta gracia de la divina doncella, las restituidas y recobradas doncellas, de dos en dos y de tres en tres, despidiéndose primero de la justa Justicia y después de sus compañeras y hermanas las Virtudes, començaron de salir del Campo de la Verdad, tomando el derecho camino de su tierra y natural patria, hasta tanto que ya no restaban de salir más de las dos solas, Natural Razón y la sabia Prudencia, a las cuales por ninguna vía la poderosa Justicia consentía dejar al Campo de la Verdad y tomar camino de las cristalinas columnas, porque temía que en su ausencia sintiría gran soledad. Pero en fin, cansada y importunada con continuos ruegos y menudas peticiones, aunque muy de mal se le hacía perder tan agradable compañía y tan dulce y santa conversación, les dio licencia para se partir.

Otro día, al tiempo que las verdecicas y olorosas flores con los pálidos rayos de la hermosa mañana se alegraban y recobraban sus perdidas colores, las dos sabias doncellas Razón y Prudencia, acompañadas de sus servidores y del Caballero del Sol, salieron del deleitoso y espacioso Campo de la Verdad, saliendo juntamente con ellas la Poderosa y divina Justicia hasta la divina torre, donde se despidieron no con pocas lagrimas, pasando grandes cortesías de la una parte a la otra.

Despedidas que fueron la Natural Razón y la sabia Prudencia de la divina Justicia, tomaron luego el ancho camino de las cristalinas columnas y, pasando por los defendidos pasos, de los cuales las dueñas y su gigante y sus aguardadores huían como conocían a la Natural Razón y a la Prudencia y al Caballero del Sol, dejando los pasos libres, llegaron por la herbosa y estrecha senda a aquella parte donde la muy rica tienda de la Natural Razón estaba hincada, al tiempo que el Caballero del Sol, después de partido de la doncella Trabajosa Vida, vino a ganar y cobrar la provechosa y santa compañía de la Natural Razón. En el cual lugar, las dos sabias doncellas mandaron hincar sus ricas tiendas en las cuales reposaron esa noche.

Capítulo LXXV

De una habla que hizo la Natural Razón al Caballero del Sol, llamado Desterrado.

Otro día por la mañana, el Caballero del Sol, llamado por un paje, entró en la parte de la rica tienda donde estaba la Razón; la cual, haciéndole sentar en una silla y poniendo en su cabeça una preciada corona y en sus manos un rico bastón, según otras veces en aquel camino después de los pasos ganados acostumbraba hacer, en presencia de la sabia Prudencia, començó de decir estas palabras.

Habla la Natural Razón al Caballero Desterrado.

Venturoso y bien fortunado Caballero del Sol, que has merecido servir fielmente en tiempo de gran necesidad a la Natural Razón, tu servicio ha sido fiel, tu voluntad pura, tu trabajo grande, tu bondad muy crecida y tu esfuerço y valentía muy mayor; y, con todo eso, creo que te tienes por muy bien pagado de lo mucho que en mi servicio has hecho, pues te llevé, según que te prometí, hasta dentro en el Campo de la Verdad, en el cual viste todo nuestro hecho con el soberbio Mundo. Ultra de esta paga, por el grande amor que por tu magnánimo esfuerço yo te tengo, yo prometo que, aunque de mí te partas, en tu ausencia te favoreceré y ayudaré en tus necesidades. Por tanto, tú jamás de mi te olvida, que yo nunca perderé tu memoria; avive tu entendimiento y despierte tu ingenio y oye esto que, con las postreras palabras que de mí oirás, te encomiendo, ca no lo recibiré por menor servicio que el que hasta hoy me has hecho. Acuérdate de lo que con mucho cuidado y con reiteradas y dobladas palabras tantas veces te tengo encomendado y mandado y agora de nuevo con mayor eficacia te encomiendo y torno a mandar y es que porque de todo nuestro hecho, así como para mí y por ti ha pasado, haya perpetua memoria entre los hombres, que tú lleves la historia de todo a la tierra para los en ella habitantes, y ahí la hagas imprimir y publicar, así como te la dará escrita mi muy sabia Prudencia de su propia mano, y no lo tengas en poco y agradece este grande magnífico don a esta alta y muy sabia doncella, el cual yo de ella he alcançado con muchos y continuos ruegos por ti, y porque de ello saquen los vivientes hombres algún ejemplo, doctrina y provecho. Ten en la memoria esto que te mando y mira que no te olvides de poner luego la mano en ello y desde agora te despide de mi compañía. Vístete de tus maltratadas armas, ca así te conviene volver como viniste, y toma la senda herbosa, la cual te tornará, por [la] morada de la doncella Trabajosa Vida, a la cueva de la Labrada Puerta, así como te trajo, Dios te guíe, y el ángel bueno sea en tu guarda.

Dichas y acabadas estas Palabras por la Natural Razón, la sabia Prudencia tendió su mano y dio al Caballero del Sol un hermoso libro diciendo: Toma, Caballero del Sol, la summa de tus trabajos. El Caballero del Sol, la rodilla hincada, se llegó y le tomó y, ante que de tierra se levantase, en esta manera dijo: Muy altas y generosas doncellas, pues yo, el Caballero del Sol, que Desterrado me solía llamar, y agora me llamaré Caballero Sin Ventura, porque me conviene por vuestro mandado partirme del vuestro servicio y compañía, no puedo servir tan magníficos dones como hasta hoy de la vuestra grandeza tengo recibidos con alguna obra que al menor de ellos iguale, quiero con palabras declarar la entera voluntad y firme propósito que tengo de servir a vuestras magníficas y excelentes personas hasta que a este trabajado cuerpo desampare mi ánima.

Acabadas de pronunciar por el Caballero del Sol estas palabras, las cuales, apenas, de muy turbado con el dolor que sentía por apartarse de la dulce y santa compañía de dos tan tas doncellas, podía, vertiendo lágrimas, acabar, llegaron ahí los dos pajes, que servirle solían, con sus rotas armas, que él traer solía, de las cuales en presencia de la Razón y la sabia Prudencia fue armado.

Capítulo LXXVIII

Cómo el Caballero del Sol acabó su peregrinación y destierro y volvió al castillo de su amigo Pelio Roseo.

Llegada la hora de la partida, no con pocas lágrimas, el Caballero del Sol, rogando a la Natural Razón no le apartase de su memoria, pues le era forçado perder su compañía, y prometiendo de poner, luego que en el castillo de Pelio Roseo fuese, por la obra lo que le era mandado y rogando a la sabia Prudencia para en aquello le hubiese por encomendo, el coraçón cercado de fuerte dolor y los ojos vertiendo lágrimas, se partió el Caballero del Sol de las dos sabias doncellas, tornando por el estrecho camino de la repisada senda; por la cual no anduvo mucho que llegó a la pobre cabaña de la doncella, Trabajosa Vida llamada; la cual, como le vio, con alegre semblante salió de su pobre morada y le recibió con mucho placer. Y el Caballero del Sol la saludó cortésmente y, haciendo un mesurado acatamiento, la rindió grandes gracias por el buen consejo que de ella había recibido y, loando mucho su estrecha y trabajosa senda, se partieron el uno del otro, enseñándole la trabajosa doncella el derecho camino para la puerta ferrada de la cueva de la Labrada Puerta; por el cual con mucho trabajo, por el peso de las armas, caminó hasta llegar a la puerta de hierro; por la cual entrando, ca así estaba abierta como él la había dejado cuando por ella salió, anduvo tanto, aunque con harta fatiga por ser obscura y escabroso el lugar, que pasando por la larga mina y por las salas de los trabajos, las cuales todas halló pacíficas, llegó a la Labrada Puerta con gran quebranto y muy molido y cansado, aunque con harta alegría por verse ya fuera de aquella mina y tenebroso lugar; pues como hubo salido, tendió los ojos hacia aquella parte donde la cama de cortadas ramas había dejado cuando por aquella labrada puerta entro y, puesto que muy secas las viese, pero por estar tan trabajado no esperó a cortar otras, ante se arrojo sobre aquéllas como si un muy rico lecho fuera, pareciéndole que ahí tomaba gran reposo de los pasados trabajos, donde en breve fue rodeado de un profundo sueño.

No eran pasadas tres horas después que el Caballero del Sol sobre las secas ramas dormía, cuando con gran ruido las puertas de la cueva de la Labrada Puerta se cerraron con tanto ruido y estampido que parecía la cueva toda y sus salas hundirse y aun la tierra abrirse; con el cual terremoto el Caballero del Sol despertó tan atónito y espantado que, como entredormido, pensando que enemigos sobre él viniesen, puso mano por su buena espada, levantándose con presteza de las secas ramas, començó de tirar golpes a diestro y a siniestro; pero ya que hubo tornado de su sueño, viéndose salido de la obscura cueva de la Labrada Puerta y pensando las grandes cosas que por él habían pasado y mirando las fuertes armas despedaçadas y rotas por muchas partes y su cortadora espada hecha sierra, tanto se maravillaba como si no por hechos si no por sueño lo hubiera pasado.

Una pieça estuvo de esta manera, más ajeno de sí mismo que cuando en el mayor peligro y oscuridad de la cueva de la Labrada Puerta estaba. Pero como a la memoria le ocurriese lo que le había mandado la Natural Razón, no desechando el continuo pensar en lo que por él había pasado y lo que había en el Campo de la Verdad visto, tomo el camino por la quiebra y enramada adelante para el hermoso y fuerte Castillo del Miradero con propósito de no decir ni descubrir cosa alguna a nadie, aunque fuese su único amigo Pelio Roseo, hasta que por la historia que llevaba fuese publicado y lo leyesen y viesen, y hasta que hubiese puesto fin a lo que le había sido mandado, por no ser reprehendido de parlero ni acusado de negligente.

En aquella hora que el muy claro y rutilante Febo, cansado de alumbrar a los moradores del orbe y redondez de la tierra, quitaba su resplandeciente corona de sus dorados cabellos, el Caballero del Sol, tendiendo sus pasos por la espesura, llegó, no con poco afán, ante la plaça del alto castillo, en la cual paseaba a aquella hora Pelio Roseo. Y como Pelio Roseo conoció al Caballero del Sol por las armas, viniéndose contra él y tomándole entre sus desarmados braços estuvieron gran pieça que no se pudieron el uno al otro hablar palabra, tanta era la alegría que sus regocijados coraçones habían sentido. Después que el excesivo placer se repartió por sus amigables y generosos pechos, el alegre coraçón soltó lengua de Pelio Roseo, el cual hizo principio a su decir en esta manera:

Capítulo LXXVII

De una habla que hizo Pelio Roseo al Caballero del Sol y cómo tornó en España.

¡Oh mi leal y fiel amigo! ¿Es posible que te tengo con mis braços? ¿Qué es de ti? ¿Es posible que yo te veo con mis ojos? ¿Eres tú o suéñolo yo? ¿Quién te despedaçó tus ricas armas? ¿Quién enflaqueció tus belicosos miembros? ¿Quién maceró tu valerosa y generosa persona y quién trabajó tanto tu fuerte cuerpo? ¿Quién descoloró tu hermoso gesto? ¿Quién dio causa para que tanto creciese tu bien puesta y nueva barba? Por cierto, según parece en tu persona, no te dormías en las pajas ni debías de estar de espacio donde quiera que tú estabas. La más cierta nueva que teníamos de ti era que alguna fiera te había despedaçado. ¿De dónde vienes acabo de tanto tiempo? Dime la causa de tu ida y los trabajos me cuenta de tu larga ausencia.

Estas fueron las palabras que dijo Pelio Roseo al Caballero del Sol; el cual, viéndole tan lleno de alegría, pensando volvérsela en tristeza, no osava negarle lo que pedía, pero en fin, conociendo su gran discreción y viendo que así convenía, le respondió de esta manera: Mi buen amigo Pelio Roseo, no te quisiera encubrir lo que pides que te declare, pero porque así cumple y conviene hacerse, ruégote me perdones hasta su debido tiempo. Y si necesidad a esto no me compeliera, yo no te lo negara. Mándame dar de cenar, que de esto y de reposar tengo necesidad.

Como Pelio Roseo entendió que el Caballero del Sol se quería encubrir, disimuló con cordura y más en el caso no le habló.

Pues como Silvio supo de la venida de su señor, ver las cosas que hacía y decía con la crecida alegría y sobrado placer que con su vista había recibido, más tonto que loco y sin seso que no gozoso y regocijado parecía, con cuya llegada mucho placer recibió el Caballero del Sol, ca pensó que en tanto tiempo que su escudero, creyendo que no volvería, o le habría ido a buscar o se habría vuelto a España.

Después de este alegre recibimiento, el Caballero del Sol y Pelio Roseo, mano a mano, se entran en el Castillo del Miradero, donde fueron bien recibidos de sus caballeros, que todos a porfía corriendo venían ya a las puertas del castillo, y después de la mujer de Pelio Roseo y sus damas y doncellas, donde pasaron grandes cortesías y alegrías de la una parte a la otra; después de las cuales, las mesas fueron puestas, donde fue bien servido esa noche el Caballero del Sol de todo lo que hubo menester.

Después que las tablas fueron alçadas, el Caballero del Sol fue llevado y acompañado hasta su aposento y con todo esto Pelio Roseo no se podía partir de él, tanto era lo que le amaba; donde esa noche reposó del trabajo pasado porque bien le hacia menester.

Otro día, después que Febo había repartido por la tierra la lumbre de su resplandeciente corona y dorados cabellos, el Caballero del Sol se levantó y subiéndose a una cuadra que en una torre de una esquina del castillo de su aposento estaba, de la cual toda la montaña, río y floresta se veían, començó de descoger y abrir el hermoso libro que la sabia Prudencia le había dado; en algunos días que ahí recogido estuvo pasó la historia por la letra como la había obrado y pasado primero por el hecho. Pues como le hubo acabado y, vio que la historia contenía verdad y gran provecho, dio el libro a Pelio Roseo para que le hiciese trasladar, diciéndole así: Toma de un leal y verdadero amigo este libro, escrito de la propia mano de la sabia Prudencia, por el cual verás lo que me pediste y preguntaste en mi venida ante este castillo y dónde yo he estado y todo lo que he visto y por mí ha pasado. Juntamente con lo que a ti aconteció andándome a buscar en la olvidada puerta de las siete cuadras, de lo cual estoy maravillado como la sabia Prudencia me quiso hacer tan gran merced y hacerme merecedor de tan gran don, que no solamente escribió y me dio mis trabajos en este libro pero aún los tuyos, que por la amistad eres otro yo. Esto que está en esta historia te negué, caro amigo, en mi llegada, porque bien viste que le traía en mis manos, por ser cosa tan prolija de contar que mejor la verás y leerás por esta escritura que yo te la podré ni pudiera contar por palabras.

Pelio Roseo le rindió muchas gracias y, tomando el libro, en pocos días lo leyó y pasó y hizo trasladar, en el cual asimismo, como es dicho, halló todo lo que le aconteció en la olvidada puerta de las siete cuadras, tan bien escrito y tan verdadero, que él no lo pudiera así escribir ni tan claro contar; por lo cual mucho fue maravillado, pareciéndole que quedaba en gran deuda a la sabia Prudencia. Y de aquí entendió que no tenía necesidad de dar de ello cuenta al Caballero del Sol, porque ya el Caballero del Sol por la historia lo había visto, por lo cual el Caballero del Sol mucho más le amaba, conociendo la verdadera y fiel amistad de Pelio Roseo.

De manera que como la historia fue acabada de trasladar, tomando el Caballero del Sol su hermoso libro, según la sabia Prudencia se le había dado y despidiéndose de Pelio Roseo y de su mujer, sus caballeros, damas y doncellas, con muchas lágrimas de todos, con sólo su escudero Silvio se partió para España. Y como después de largos días a su propia patria hubo llegado, hizo imprimir y publicar el libro que la sabia Prudencia le había dado. El cual contenía en sí, sin faltar letra, lo que en éste habéis leído.

Veritas de terra orta est.

Deo gracias.

Iustitia de celo prospexit.


El autor somete todo lo contenido en este libro a la corrección de los discretos varones y principalmente lo pone todo debajo de la corrección de la católica y cristiana iglesia.

LAUS DEO

Impreso en Medina del Campo en casa de Guillermo de Millis, detrás de la iglesia mayor, a quince días del mes de febrero de mil y quinientos y cincuenta y dos años.