Readme.it in English  home page
Readme.it in Italiano  pagina iniziale
readme.it by logo SoftwareHouse.it


Alfredo Chavero

Los amores de Alarcón

Poema dramático en tres actos y en prosa

México, junio 1 de1879

Al señor don Luis Fernández-Guerra y Orbe, de la Academia Española

A usted, muy estimado amigo, que, tras largas veladas y fructuosos estudios nos ha
presentado redivivo a nuestro ilustre dramático; a usted que ha llevado su
benevolencia para conmigo, hasta llamar a mi humilde pluma adiestrada y maravillosa;
a usted que es hoy el modelo del habla castiza y de la galanura del lenguaje: dedico
el presente trabajo, inspirado en la más castigada de sus obras, de la que en varias
ocasiones aun las mismas palabras he tomado. Bizarría ha sido en usted aceptar mi
dedicatoria: gratitud en mi el ofrecerla.

Permítame usted con este motivo, que le repita las seguridades de, mi sincera
amistad.

Alfredo Chavero

PERSONAJES

DON JUAN RUIZ DE ALARCÓN
JERÓNIMA DE BURGOS, comedianta
JUAN MORALES, autor de título
JUSEPA VAGA, su mujer, comedianta
EL CONDE DE VILLAMEDIANA
EL DOCTOR SUÁREZ DE FIGUEROA
QUEVEDO
MONTALBÁN
MIRA DE AMESCUA
VÉLEZ DE GUEVARA
SALAS BARBEDILLO
ANDRÉS DE CLARAMONTE
UN CRIADO DEL CORRAL
COMEDIANTES, CORCHETES Y COMPARSAS

La escena pasa en la villa de Madrid, en el corral del Príncipe, el año de 1619

Acto primero

Tablado del corral. Decoraciones y utensilios en desorden. Sillas de madera blanca.
Mesa de ídem, con carpeta de balleta y útiles ordinarios de escritorio.

ESCENA PRIMERA

Juan Morales, escribiendo. Después Villamediana.

MORALES: (Suspendiendo su Escritura.) Ufanaos con las glorias del labrador Isidro,
piadosos madrileños. Cuéntanme que centenares de poetas discurren en su celebridad
versos famosos; que se afanan los polvoristas en arreglar ruedas y cohetes: y que se
prepara procesión de pendones, cruces, cofradías, clero, alcaldes, regidores y
alguaciles de cuarenta y siete villas y lugares, con ciento cincuenta y seis
estandartes, danzas, y, muchos ministriles, trompetas y chirimías. Bien hizo la
santidad de Paulo V con decretar la beatificación. Con razón los plateros terminan a
toda priesa el arca suntuosa en que han de depositarse las reliquias del santo, y
que, sin poner en cuenta la mano de obra, cuesta ya dieciséis mil ducados. Buena pro
hayan; que yo habré la mía, si la famosa comedia que preparo para el día de la
fiesta, agrada tanto a los piadosos como a los mosqueteros y a los señores, más que
por sus espadas, de temerse por sus pitos y llaves con que silbos hunden cualquier
comedia. No así con la que entre manos traigo; que dícenme que será protegida por la
hueste mujeril; y ante hueste tal, pitos y llaves cállanse, y sólo suenan corazones
con palpitar violento.

VILLAMEDIANA: (Entrando.) Guárdete el cielo, Juan Medrado.

MORALES: Déjese de burlas el señor conde, que bien sabe que me llamo Juan Morales
Medrano; que de medrados ya no es tiempo, ni los hay ya por la villa.

VILLAMEDIANA: Zumbón estás, Juan. Mas dime, ¿cuándo llegaste?, ¿cuánto tiempo estarás
aquí?,¿qué piensas hacer, y...?

MORALES: Y qué comediantas tengo, ¿no es verdad?

VILLAMEDIANA: Pues bien, sí: quiero saberlo.

MORALES: Voy a satisfaceros el gusto. No sé si vuestros viajes os han hecho ignorar u
olvidar la Real Cédula sobre Compañías de Recitantes y la Reformación de Comedias
mandada hacer por el concejo. En letras de molde pueden leerse en una tabla a la
entrada del corral. En su virtud, soy autor, de título por dos años, y tengo la mejor
compañía de faranduleros; todos traen consigo sus mujeres, y visten con decencia a
placer del señor consejero comisario.

VILLAMEDIANA: Según eso, estará contigo tu mujer, la gallarda Jusepa Vaca.

MORALES: Sí, señor conde.

VILLAMEDIANA: Alégrome de ello.

MORALES: Señor conde...

VILLAMEDIANA: ¿Sigues siendo celoso?

MORALES: Señor, mi mujer es honrada.

VILLAMEDIANA: Sé que es calumnia lo que de ella dijeron; de si tuvo o no tuvo amoríos
con el conde de Peñafiel.

MORALES: Calumnia infame.

VILLAMEDIANA: Murmuran, sin embargo, que de noche andas como alma en pena, con la
tajante desnuda en la diestra, y una vela en la siniestra mano, recorriendo sótanos y
desvanes, o en figura gatesca por cuevas y tejados, en busca de amantes imaginarios.
Verdad es que yo he defendido a tu esposa. ¿No has leído el soneto que al efecto
hice?

MORALES: No, señor; pero pudiera vuesa merced dejar a los cómicos en paz.

VILLAMEDIANA: Escúchalo. Tú le hablas a Jusepa.

Oiga, Jusepa, y mire que ya pisa
Esta corte del rey: cordura tenga;
mire que el vulgo en murmurar se venga,
y el tiempo siempre sin hablar avisa.

Aquí le sacas y muestras un Cristo, y prosigues:

Por esta santa y celestial divisa,
que de hablar con los príncipes se abstenga;
Y aunque uno y otro duque a verla venga,
su marido no más, su honor, y misa.

Dijo Morales, y rezó su poco,
mas la Jusepa le responde airada:
«¡Oh, lleve el diablo tanto guarda el coco!

¡Mal haya yo, si fuere más honrada!»
Pero como ella es simple y él es loco,
miro al soslayo, fuese, y no hubo nada.

¿Qué te parece mi soneto? Ya ves que te defiendo.

MORALES: En cuanto al soneto, paréceme muy bueno; pero en cuanto a la defensa, gracia
muy señalada me haría si no me defendiese.

VILLAMEDIANA: (Con burla.) Eres un ingrato.

MORALES: No extrañe su señoría el que me sorprenda de su visita intempestiva.

VILLAMEDIANA: No te espantes, que tu mujer no es de mi gusto: pues aunque su
conmovedora voz y su modo incomparable de sentir y expresar, unido al juego de sus
ojos Y a la gallardía de su talle, roban los corazones más duros, yo tengo para mí
que no va descaminado el Fénix de los Ingenios al extrañar que haya quien por tu
Jusepa se despepite y quien la apetezca. Vaca que viene de dos crías, más amarilla
que la cera.

MORALES: Es, señor conde, que en el marido hay dos temores: el uno, que amen a su
mujer por sus merecimientos; el otro, que si no los tiene, y tras de su fealdad está
cuando no la amen, ella sea la que la una cosa como la otra, dan el mismo resultado.

VILLAMEDIANA: Pero vamos a lo que me trae por tu farándula. ¿Cuánto tiempo estarás
por la villa, y desde cuándo comienzas tus tareas?

MORALES: Trabajaré, como es de costumbre, todas las tardes, desde las cuatro, y el
tiempo de dos meses, que mayor temporada no se permite a una compañía de farsantes.
Ya están todos completos, pues aunque me hacía falta una dama, pedí que me embarcaran
a la Jerónima que en Toledo se encontraba, y el alguacil arrancó allá a traérmela,
que primero son las compañías reales y de título que los faranduleros de la legua. ¡Y
qué envidioso se pondrá Pinedo, el autor del Corral de la Cruz, al saber que yo tengo
a la famosa comedianta!

VILLAMEDIANA: Dicen que es ingeniosa.

MORALES: Es la mejor farsanta.

VILLAMEDIANA: Agregan que es bella.

MORALES: Y frágil.

VILLAMEDIANA: Murmurador eres.

MORALES: Preguntadlo al señor Lope de Vega, que para ella escribió La dama boba, por
hallarla fresca, sana, juguetoncica y alegre, y saberle de perlas su malicia y
hermoso rostro. Él os contará lo que pasó en Segovia a 23 de septiembre del año 13,
cuando le aposentó en su casa. No me hubiera gozado en aderezar mi compañía con mujer
tan deshonesta, si el poeta no lo hubiese exigido para su obra.

VILLAMEDIANA: ¿Tienes muchas comedias?

MORALES: Muchas me traen, que en cestos pudieran tirarse. No hay barbilampiño que
machuque algunos versos, que no quiera ser poeta dramático. Hoy despaché con cajas
destempladas a un mozalbete que se firma don Pedro Calderón Riaño, y a quien otros
dicen De la Barca, que me leyó un papasal llamado La vida es sueño. Aconsejéle que lo
corrigiese y retocase, y corrido se fue, ofreciendo no darlo a las tablas hasta haber
empleado muchos años en componerlo. Ya tiene con su comedia para mucho tiempo: acaso
para una eternidad.

VILLAMEDIANA: Tal vez digas la verdad sin saberlo, y esa Vida es sueño sea eterna en
la inmortalidad.

MORALES: ¡Pues buenos son la brega y trasiego en que nos traen los poetas! Pero yo va
tengo mi comedia. Es de un indiano, a quien no pago más que los seiscientos reales de
la tasa, y que infundirme no puede celos, porque es corcovado.

VILLAMEDIANA:¿Acaso don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza?

MORALES: El mismo.

VILLAMEDIANA: ¿Y su comedia se llama?

MORALES: La verdad sospechosa.

ESCENA SEGUNDA

Dichos Jusepa, que entra por el bastidor, foro izquierda.

JUSEPA: ¿Está por Madrid el señor conde? Habíase dicho que desterrado se hallaba de
orden real.

MORALES: Bachillera, habladora y preguntona estás.

VILLAMEDIANA: No tanto, Juan; que algo de eso me trae a tu tablado. Pero temo los
agravios de Jusepa. Tengo sobre mí el pecado de cierto soneto...

JUSEPA: Propio es de maldicientes hacer burla hasta de las veras. No seré yo quien
rencor guarde al poeta, ni pida su castigo; que bastante lo tiene en vivir
maldiciendo; alacrán que acabará por picarse con su propia ponzoña, y morirá
abandonado, porque todos de esa misma ponzoña huirán medrosos.

VILLAMEDIANA: Cruel eres.

JUSEPA: Nunca es crueldad el perdón.

VILLAMEDIANA: Lección me das de nobleza, pues siempre lecciones tales dan a los
hombres las damas.

JUSEPA: Con vuestra venia...

VILLAMEDIANA: Espera. Por bizarrear en la corte más de lo que gusta al monarca,
hállome en desgracia. Pero a la nueva de que su majestad cayó enfermo de vuelta de
Lisboa, y se encuentra en Casarrabios, apresuréme a venir de ocultas a Madrid. Cercan
al rey el cardenal Zapata, los duques de Uceda, Infantado, Sessa y Pastrana, el
almirante de Castilla y otros muchos nobles y títulos. Falta el conde de
Villamediana, que no está en favor; pero vengo a esperar que alzado el nuevo rey, me
lo devuelva. Verán entonces mis enemigos, si, como siempre, gallardeo y triunfo con
damas bellas y con políticos entecados. Juan, vas a darme hospitalidad.

MORALES: Yo...

VILLAMEDIANA: Me la negará el miedo del hombre; no el corazón de la mujer.

JUSEPA: Sois nuestro huésped, señor conde.

VILLAMEDIANA: Es preciso que nadie me conozca. Me pondré un disfraz. Daré al traste
con mi bigote y con mi pera. En mis narices montaré unas gafas verdes. Armaré sobre
mi cabeza tondada un peluquín alazán. Y a semejanza del poeta de este corral, me
adobaré dos soberbias gibas. Hecho así un jorobeta o un don Corcova, seré el
apuntador. Fingiré para más propiedad la voz gangosa, que costumbre es en los
apuntadores, y muy antiguo privilegio, el que sean los primeros en estropear los
versos de las comedias, teniendo el singularísimo ingenio de no hacerse entender de
los comediantes, que a los palmos tienen, y en cambio dejarse oír claramente por
todos los ámbitos del corral. Ya veis que conozco mi oficio. Lo desempeñaré a
maravillas.

MORALES: Pero eso es una locura...

VILLAMEDIANA: Pudiera en ello irme la cabeza...

MORALES: Y a mí el verme zarandeado en la picota...

JUSEPA: Os pondremos tan disfrazado que hagáis reír con sólo que os miren al rostro.
Me debéis una venganza por el soneto.

MORALES: ¡Mujer!

JUSEPA: ¡Está dicho!

MORALES: Pero un gran señor convertido en un hazmerreír, en un bufón...

VILLAMEDIANA: No creas, buen Morales, que es el cambio tan grande. Murmúrase más en
la corte que en el teatro, sin que haya allí el gracejo que aquí, gracejo que es oro
de subidos quilates. Aquí la sátira muestra alegría, y mueve el corazón a chanzas y
burlas, y los labios a risas. Allá es el satirizar, va no desabrimiento y desacato,
sino veneno que se infiltra en el ser calumniado, y que poco a poco le mata la vida,
o la honra que en mucho más que la vida vale.

MORALES: Anda por ahí cierto alegre librejo de un manco Cervantes, con más donaires y
flores de ingenio, que las que de atavío sirven al jardín del regidor Juan Fernández.

VILLAMEDIANA: ¿Has oído mi copla?

¡Buena está la torrecilla!
¡Tres mil ducados costó!
Si Juan Fernández lo hurtó,
¿qué culpa tiene la villa?

JUSEPA: Hablamos de maldicientes, y maldecís siempre, señor conde.

VILLAMEDIANA: Cúrame con las palabras del de Lepanto.

MORALES: Dice: «Los satíricos, los maldicientes, los malintencionados, son
desterrados y echados de sus casas, sin honra y con vituperio, sin que les quede otra
alabanza que llamarse agudos sobre bellacos, y bellacos sobre agudos.»

VILLAMEDIANA: Gracias, Juan, por la parte que tocarme pudiera.

MORALES: Dádselas a Miguel de Cervantes, señor conde.

VILLAMEDIANA: Pues siguiendo el discurso de mis ideas, digo que nada se parece tanto
al palacio de los reyes, como un corral de comedias. Es el autor de título el
monarca, que tiene que arreglar todo a sabor del pueblo o público, y nada arregla.
Atribúlanle con sus pretensiones mil poetas, que quieren que su comedia sea la
preferida, y no sabe el autor cómo escoger un ministro, quiero decir, un poeta. El
pueblo o público paga para que mal le gobiernen o malos entremeses le regalen. Bien
es verdad que a veces desahoga sus iras con silbos y naranjazos. Luchan los
faranduleros entre sí por emulación y amor al arte, y los palaciegos por bajeza y por
acaparar rentas. Comedianta sé que odia a otra, porque le ha quitado un papel en que
se prometía recoger copiosa cosecha de aplausos y vítores, mientras que un cortesano
aborrece al que le ha arrebatado el altísimo puesto de ministro, porque le privó del
placer de cometer en él villanías sin cuento. Ves que son iguales el palacio y el
tablado. Tablado de infamias, el palacio. Palacio de glorias, el tablado. Déjame,
pues, en él. Sea yo feliz con ser por breves días cortesano o bufón en el templo de
tu gloria.

JUSEPA: Vamos.

MORALES: No: yo disfrazaré al señor conde. Esperame aquí.

VILLAMEDIANA: (Yéndose.) Celoso insoportable eres, Juan Morales.

MORALES: (Yéndose.) No dejo que la reina con el cortesano se confunda.

VILLAMEDIANA: Chistoso estás.

MORALES: El apuntador desde su concha solamente puede hablar a la farsanta. Son
reglas del corral.

(Se van.)

ESCENA TERCERA

Jusepa, después Figueroa

JUSEPA: Interésame este conde tan mal decidor. Ya tendría que temer el señor Juan
Morales Medrano, mi marido, si mi corazón, caprichoso como de mujer, no estuviese
arrobado con el poeta más contrahecho que en tablados ha pisado.

Yo hubiera preferido el papel de doña Jacinta al de doña Lucrecia; pero por ahora de
boga está la Jerónima. Llévese ella el papel, si yo logro los amores del poeta.

FIGUEROA: (Entrando.) Pensativa estás, Jusepa.

JUSEPA: Salve, satélite del Monstruo de la Naturaleza.

FIGUEROA: Llaman así a mi maestro el señor Lope de Vega Carpio, porque ha escrito
muchas comedias. Lleva, es verdad, hechas más de ochocientas, y piensa doblar si con
la vida cuenta.

JUSEPA: Llámanle así, por ser muchas y buenas.

FIGUEROA: No piensa tal tu marido.

JUSEPA: Loco estuviera, y diría que el señor Lope es el Fénix de los Ingenios.

FIGUEROA: Me cuentan que prefiere una del corcovado.

JUSEPA: En el plazo de veinte días, que es el señalado por los reglamentos, se pondrá
en escena; y pudiera ser que antes, según la priesa que se dan para las fiestas.

FIGUEROA: Le dolerá a don Lope no ser el poeta en tales festividades, que pues son en
honor de un santo, más cuadraba su hábito para ellas que las indianas corcovas, si
bien no hay feria ni procesión sin figurones.

JUSEPA: No tienen corcovas las comedias de don Juan.

FIGUEROA: Bellas son, Jusepa; y yo las admiro y siento envidia. No lo creerás. Lope
mismo, el más celebrado, el más mimado de los poetas, deja que sus gozquecillos,
capitaneados por Montalbán y por mí, muerdan a cualquiera que se levanta. Pero hoy,
apenas osan ladrar al jorobeta, desde que los vapuló de lo lindo en Las paredes oyen.

JUSEPA: ¡Qué hermosa comedia!

FIGUEROA: Hermosa es en extremo; pero con ella arrebató a mi maestro la gloria de su
Premio del bien hablar.

JUSEPA: ¿Y por eso ya busca el del mal decir?

FIGUEROA: No, Jusepa. Su envidia no es rastrera, que es emulación. Envidia una
comedia, y de ella se venga, haciendo otra mejor. Pero tanto bueno le han dicho de La
verdad sospechosa, que teme no poder superarla. Es necesario que desconocida
permanezca. Si es preciso, ocurriré a nuestro aliado el inquisidor Aliaga.

JUSEPA: Perderíais a don Juan...

FIGUEROA: Después con versos de oro Lope levantaría su gloria. Son las comedias de
éste, agradable pasatiempo; son las del giboso profunda verdad de todos los tiempos y
de todas las naciones. Si va me finjo celoso que proclaman a La verdad sospechosa
como la primera obra del teatro español. Figúrome ya que los ingenios franceses a su
habla la trasladan y la imitan, fundando nueva escuela inmortal. Derrama Lope en sus
comedias raudales de astros que deslumbran y suspensos dejan los sentidos: y Alarcón,
sin poner en ello mientes, vierte en las suyas la moral y la virtud unidas. Tienen
las de mi maestro algo de la pasmosa sublimidad del firmamento. Tienen las suyas
mucho de la tierna dulzura de la luz que se esparce y enciende ese mismo firmamento.
Las del Monstruo de la Naturaleza brillan y se ostentan como la creación: las del
monstruo de las corcovas se sienten y se ocultan como el Creador. Lope le envidia. Yo
le odio. Es necesario que La verdad sospechosa no se conozca.

JUSEPA: De conocerse ha, y será inmortal.

FIGUEROA: Entusiasmada estás con don Talegas. No vayas a caer en amarle por feo.

JUSEPA: (Yéndose.) Seguro es que no caeré en amaros por necio y deslenguado.

ESCENA CUARTA

Figueroa, después Villamediana ya disfrazado

FIGUEROA: No hay que contar con la tropa del corral. Descúbrese de a legua que la
cómica ama al corcovado. Le buscaré a él mismo; le espantaré con amenazas. No le
conozco de rostro, aunque de ingenio demasiado; pero trazas me daré de verle, y
tales, que hoy mismo dejemos arreglado este negocio. (Hace movimiento de irse.)

VILLAMEDIANA: (Entrando.) Guarde el cielo al doctor por Salamanca, don Cristóbal
Suárez de Figueroa.

FIGUEROA: (Aparte.) Me conocía. (Alto.) Gloria sin par a don Juan Ruiz de Alarcón y
Mendoza.

VILLAMEDIANA: (Aparte.) Por el dramático me toma. Sigámosle la chanza.

FIGUEROA: Grave empeño con vos tengo.

VILLAMEDIANA: Ved si desempeñaros me es posible.

FIGUEROA: Ceded el puesto de las fiestas al señor don Lope de Vega Carpio.

VILLAMEDIANA: Ceder es.

En toda esta escena debe marcarse mucho el carácter zumbón del conde.

FIGUEROA: Hermánanse más bien con ellas, versos que produce un poeta que viste hábito
santo.

VILLAMEDIANA: ¿Quién, Lo-pillo?

FIGUEROA: No cuadra bien en vos, apodarle con la frase inventada por el de
Villamediana. ese galancete de capa y espada que abofetea honras con la lengua, y con
coplas despiadadas, apurando el seso, ofende con impertinencias el blanco rostro del
papel.

VILLAMEDIANA: No me tracéis la figura ele maldiciente tal. Pues os digo que peor que
él, sólo he conocido a vos por las palabras, y a Lope por las obras. Recordad la
espinela de Góngora, en que, como en estampa, se ve a Lo-pillo:

Cuando fue representante,
primeras damos hacía;
pasóse a la poesía
por mejorar lo bergante.
Fue paje, poco estudiante.
Sempiterno amancebado,
casó con carne y pescado:
fue familiar y fiscal,
y fue viudo de a-rrabal:
y sin orden, ordenado.

FIGUEROA: Insolente estáis; y quedad advertido de que si en ceder no consentís, os
pondrá a buen recaudo el inquisidor y confesor real fray Luis de Aliaga. Pues
contento está de cómo le habéis puesto de peras en La crueldad por el honor. Para sí
ha tomado al embaidor Nuño de Aulaga, que Aulaga y Aliaga son la misma espinosa
planta; y aquello de

Líbreme Dios
de un rüin puesto en oficio.

VILLAMEDIANA: Tomó también para sí el Sancho de don Quijote.

FIGUEROA: Y Cervantes murió miserable.

ESCENA QUINTA

Dichos y Alarcón, que ha oído las últimas frases.

ALARCÓN: Algún día la historia tildará de infame la alianza de Aliaga y de Lope.

FIGUEROA: ¡Otro corcovado! ¿Quién sois?

ALARCÓN: El licenciado don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza.

FIGUEROA: ¿Y vos?

VILLAMEDIANA: Dícenme, no sé si por mote, Alcorcón, y soy apuntador, y si falta hace,
gracioso de la tropa de Morales. Y pues vuesamercedes traen negocio pendiente, y a mí
nada de ello se me importa, voyme a reposar los miembros, y no digo a estirarlos,
porque los del señor poeta y los míos, de por sí están encogidos y como arrebujados
en nuestras corcovas. (Se va.)

ESCENA SEXTA

Alarcón, Figueroa

FIGUEROA: Dispénseme el señor poeta el error, y si le tomé por el hombre del peluquín
y de las gafas. Bien sabía que usarced era un licenciado, que en el hábito de su
profesión presume de atildado y limpio, vistiendo bien cortada sotanilla, capa de
gorgorán, de Nápoles, siempre lustroso, crujidor y casi por estrenar, sin ser menos
lucido en el restante ornato de zapato, medias y ligas, cuello, sombrero y guantes.

ALARCÓN: Agregad, según vosotros los partidarios de Burguillos, y para completar mi
retrato: un advenedizo que tiene osadía para pretender graves oficios, y se imagina
con dicha para alcanzarlos, y ánimo para ejercerlos y gobernar el mundo; en fin, un
contrahecho, descolorido y flaco, de frente ancha y despejada, melancólicos ojos,
chupado de mejillas y puntiagudo de barba. Bien puede Lope zaherirme, dando mal
aliento a mi boca, y haciéndome rana en la voz y en la figura.

Culpa a aquel que, de su alma
olvidando los defetos,
graceja con apodar
lo que otro tiene en el cuerpo...

FIGUEROA: El señor don Lope...

ALARCÓN: Causa fue y motivo de las desdichas de Cervantes. ¿Pero qué pudo su
consorcio con la Inquisición y con Aliaga? Las naciones aprenderán el habla de
Castilla en el Quijote, para leer las obras inmortales de Lope de Vega.

FIGUEROA: Cededle las fiestas y retirad vuestra comedia.

ALARCÓN: Nunca.

FIGUEROA: Es él el Fénix de los Ingenios.

ALARCÓN: ¡También yo soy poeta!

FIGUEROA.: Noble es, y de vos se dice que si usáis la D de don, es como la media
figura de vuestro cuerpo; y pues dos gibas tenéis, bien podríais usar dos DD o dos
dones. Veis que más bueno que vos, es el de Vega Carpio.

ALARCÓN: ¡Qué engañado pensamiento!
Sólo consiste en obrar
como caballero, el serlo.
¿Quién dio principio a las casas
nobles? Los ilustres hechos
de sus primeros autores.
Sin mirar sus nacimientos,
hazañas de hombres humildes
honraron sus herederos.
Luego en obrar mal o bien
está el ser malo o ser bueno.

FIGUEROA: Es él gloria de España, y vos indiano.

ALARCÓN: Sí, indiano. Miré la luz primera en la hermosa ciudad que llaman México.
Puso el cielo para cubrirla, purísimo dosel azul sin nubes, que en las tranquilas y
perfumadas noches, atavíase de astros resplandecientes, que asemejan lluvia de
diamantes sobre manto real. Cércanla lagunas de refrescadoras aguas que se galardonan
con sus islas movedizas de flores, que más creyéranse cestos del paraíso, según
aparecen, va de color vergonzoso cubiertas de rosas, ya de subido rojo sembradas de
amapolas. Templos y palacios levántanse en ella desafiando los más bellos palacios y
catedrales. Mora en su universidad tanta ciencia como en las salmantina y
complutense. En ella comencé mi vida estudiantesca; en ella recibí la abogacía. En
aquella santa tierra, la musa mis primeras comedias inspiróme. Es noble hija de
España, y nobles son sus hijos. En el valle en que se aduerme, como infante en
bellísima cuna, se oyeron los cantares de Netzahualcóyotl, y le parecían a Cuauhtémoc
las ardientes brasas lecho de rosas. Apodadme indiano. ¡Si ser hijo de México me
parece ya gloria bastante! Allí las fiestas, bailes, representaciones y farsas de
devoción, han formado escuela tan gallarda y tan robusta, que producirá en nuestros
corrales de España autos sacramentales que pasmarán a las musas. De allí traje el
amor al teatro y sus enseñanzas. Negadme el título de poeta: México me aclamará su
primer autor dramático.

FIGUEROA: Si me parecéis vanidoso, y sobre vanidoso, villano.

ALARCÓN: Mofaos de mis comedias y de mis corcovas, que vuestras mofas, más que ira,
desprecio me producen; pero en llamarme villano reportaos.

FIGUEROA: Si no sé para qué en la cinta lleváis espada.

ALARCÓN: (Desenvainando.) Para azotaros la maldiciente lengua.

FIGUEROA: Va a sangraros la giba, por haceros bien y buena obra, la espada de
Figueroa.

ALARCÓN: ¡Ah!, ¿sois vos? (Riñen.) Me parece que sois tan impotente de lengua como de
mano.

ESCENA SÉPTIMA

Dichos y Jerónima, que al entrar ve la riña, y se precipita cubriendo a Alarcón

JERÓNIMA: ¡Teneos!

FIGUEROA: ¡Jerónima!

JERÓNIMA: ¡Don Juan!

FIGUEROA: ¿Para qué le cubres con tu pecho, si bastante coraza es su corcova? ¿Le
quieres tanto?

JERÓNIMA:¡Con el alma le adoro!

FIGUEROA: Nos veremos después, señor Mendoza. (Se va.)

ESCENA OCTAVA

Alarcón, Jerónima

JERÓNIMA: ¿Querían mataros? ¡Apagar pretendían la luz de mis ojos y el astro de la
escena española! ¿Qué no saben los hombres que yo con el ánima y con el corazón os
quiero? ¿Ignorar pudieran acaso que el autor de La verdad sospechosa es inmortal,
pues matar necios pretenden a quien tiene vida mientras dure sonora y poderosa el
habla de Garcilaso? Tiniebla es la envidia, y de su antro quiere alzarse gigante para
apagar los fuegos del sol esplendoroso. El sol, asomándose por las puertas de oro del
oriente, disipará las nieblas con su primera mirada de luz y de amor. Sí, porque luz
es amor. Para mí tú fuiste luz que las oscuridades de mi alma despejara. Para mí tú
fuiste amor que alumbrara mi espíritu, que dormía en mi cerebro el sueño de la noche,
esperando que el sol de mi vida se levantara acrisolado en el vivo fuego de la
mansión celeste. Yo te presentí, y los cristales de mis ojos con llanto tiernísimo se
mojaron, así como la tierra, antes que el sol se levante, llora con lágrimas de
rocío. Vi que te acercabas, y cubrióse mi frente de castísimo rubor, como a la
aproximación del astro rey, se envuelve el cielo con el velo purpurino de la aurora.
Y cuando a mí llegaste, abriéndote paso con la gallardía de tu ingenio entre la
valiosa multitud de sutiles y felices poetas, como el sol que sube escalando montañas
y rompiendo nubes, sentí que en todo mi ser se hacían la luz y el día, y murmuraban
en mi alma como cantos de arroyos Y aleteos de palomas, y esparcíanse en ella como
perfumes de rosas y azucenas; y todo ese inmenso concierto que al amanecer canta la
tierra con sus ríos bullidores, con sus mugientes mares, con el susurrar de los
insectos, y con el rugir de los leones, con el dulcísimo silbo de las auras entre las
hojas de los árboles, y con el ronco y fragoroso estruendo de la despeñada catarata;
todo, todo en mí lo sentía. Era que la claridad se hacía en el cielo, y el amor en mi
alma. ¡El sol alumbró, y yo te amé!

ALARCÓN: Jerónima, al oírte, siento inquieta y desapoderada mi inspiración, y mi
labio enmudece, que es la boca puerta estrecha y pequeña para el inconmensurable
torrente de amor que de mi pecho se desborda.

JERÓNIMA: ¿Qué era yo en la vida antes de mirarte? Cuerpo sin alma, mar sin vientos,
noche sin estrellas. Te vi y el abismo de su profundidad se levantó montaña. Supo el
corazón por qué palpitaba. El alma conoció que los ojos le servían de ventanas para
asomarse a mirarte. La lengua no quedó como inútil bronce de un campanario de
catedral abandonada. La boca te habló amores, y conocí lo hermoso que es hablar. ¡Qué
feliz era yo, pues tenía manos con que acariciar tu frente, un seno en que reposaras
tu cabeza llena de pensamientos, ojos para mirarme en los tuyos, labios para oprimir
tus labios en deliquio de amores, y arrobamiento y éxtasis! Mi amor se manifestaba
con risas de alegría. ¡Si parecía yo loca! Mira cómo río. ¿Lo ves? Y otras veces
desbordábase en llanto. ¿No miras cómo lloro? Juzgaba imposible llorar y reír al
mismo tiempo. Y ya lo ves: río y lloro. Es la lluvia y el arco iris. Es que tengo en
mi alma todos los esplendores de la creación. ¡Te amo! (Todo esto mezclando risas y
gemidos.)

ALARCÓN: ¡Bien haya el pecho varonil subyugado por la tiranía del amor! ¡Desgraciado
el corazón enfangado en el abismo de la corrupción y la vileza, que no se abrasa en
esta pasión origen y móvil de las empresas mayores, que endiosa al humilde y presta
al débil voluntad, y en un punto nos llena de valor para resistir las contrariedades,
y extiende su luz benefactora sobre la desgracia y la pobreza; que de los embarazos
abre camino, y necesitando de todo, ni de palabras ha menester!

Yo te llamaba en el mundo, para depositar a tus plantas mis coronas.

JERÓNIMA: Yo te buscaba para ornarte con mis lauros.

ALARCÓN: Yo era pobre.

JERÓNIMA: Yo, rica de pasión.

ALARCÓN: Por contrahecho me han motejado.

JERÓNIMA: Por leer en tu frente la hermosura de tu alma, te he querido.

ALARCÓN: Me ha befado la envidia.

JERÓNIMA: Venga la envidia a luchar en el tablado con don Juan Ruiz de Alarcón.

ALARCÓN: Me odiaban y me escarnecían.

JERÓNIMA: Yo te amaba.

ALARCÓN: Yo vivía en la soledad.

JERÓNIMA: Yo la llenaba con los suspiros que hacia ti dirigía.

ALARCÓN: Mis ojos buscaban otros ojos.

JERÓNIMA: Los míos encontraron a los tuyos.

ALARCÓN: Mis brazos se tendían al espacio.

JERÓNIMA: Y después me oprimieron contra tu seno.

ALARCÓN: Nuestros corazones palpitaban juntos.

JERÓNIMA: Y parecían un solo corazón con un solo latir.

ALARCÓN: Me amabas con pasión.

JERÓNIMA: Tú, con delirio.

ALARCÓN: ¡Si no hay palabras con que expresar tanta dicha!

JERÓNIMA: ¡Sí, no las hay! (Pausa.)

ALARCÓN: Y te alejaste de mí.

JERÓNIMA: Era preciso.

ALARCÓN: Huiste de los fuegos de mi amor.

JERÓNIMA: Yo todo lo quería; pero no lo podía.

ALARCÓN: ¿Cuál es este misterio?

JERÓNIMA: No me lo preguntes: arcano es de mi vida.

ALARCÓN: Pero hoy vuelves a mis brazos.

JERÓNIMA: Porque algo me dice que vengo a morir en ellos. Sirvieron de cuna de mis
alegrías: que me sirvan de tumba. Mi primer suspiro de placer fue para ti. Tú
recogerás el último de mi vida.

ALARCÓN: ¡Cállate, impía!

JERÓNIMA: Mi corazón lo presiente.

ALARCÓN: Callen tus palabras que me matan, y mírenme tus ojos que vida me dan.

JERÓNIMA: ¡Te amo!

ALARCÓN: ¿Por qué lloran tus ojos?

JERÓNIMA: ¡Cuánto te adoro!

ALARCÓN: ¿Por qué suspiras angustiada?

JERÓNIMA: Es mi alma que sale a acariciarte.

ALARCÓN: ¿Por qué me ves con esa mirada fija?

JERÓNIMA: Es mi espíritu que sale por mis ojos, y por los tuyos se te entra hasta el
alma. Silencio: no hay palabras para el éxtasis.

ALARCÓN: No las hay. (Pausa.)

ESCENA NOVENA

Dichos, Jusepa y Villamediana. Mientras están en un lado Jerónima y Alarcón, salen
por el otro Jusepa y Villamediana.

VILLAMEDIANA: (A Jusepa.) Ingrata eres con los copleros.

JUSEPA: (Aparte.) ¡Jerónima con don Juan!

JERÓNIMA: (A Alarcón.) Parece que del cielo salgo para volver a la vida.

ALARCÓN: (A Jerónima.) Cielo antójaseme tu divino rostro.

JUSEPA: (Aparte.) ¿Qué es esto, que celos escarban en mi corazón?

VILLAMEDIANA: (A Jusepa.) Y si no, oye lo que en tu loa y sobre la base de tu honra,
cantan los truhanes:

Si a Morales el decoro
no guardara, por ser flaca,
su Vaca, casto tesoro,
quien es cabeza de vaca,
fuera cabeza de toro.

Jusepa no hace caso de Villamediana, pues está atenta a los dos amantes.

JERÓNIMA: (A Alarcón.) Y es imposible, sin embargo.

ALARCÓN: (A Jerónima.) Imposibles para el amor no existen.

VILLAMEDIANA: (A Jusepa.) Pues poca atención en mis palabras pones; por no serte a ti
de gusto, ni a mí de provecho, para mejor ocasión las guardo.

ESCENA DÉCIMA

Dichos y Morales que sale por el fondo. Después la farándula.

MORALES: (Aparte.) Jusepa no quita los ojos del poeta. Fuera de ver. (Alto.) Al
ensayo, señores.

Jerónima, Alarcón y Jusepa se sorprenden a su voz. Sale el resto de cómicos.

ALARCÓN: Vamos, insigne autor.

JUSEPA: Salve, laureado poeta. Un beso, Jerónima.

JERÓNIMA: Me sabrá de cielos. (Se besan.)

JERÓNIMA: (Aparte.) Empalagosa y remilgada está la autora.

JUSEPA: (Aparte.) ¡Con qué placer la hubiera mordido!

VILLAMEDIANA: Voy a engibarme en mi concha: parece que no me son bastantes dos
talegas.

Se mete en la concha que está en el fondo del foro, con la boca para el público. Las
dos damas y otra que no habla se sientan, y quedan de pie cinco o seis comediantes
que tampoco hablan.

MORALES: Representa la decoración una sala en casa de don Beltrán. Salen por una
puerta don García y un letrado viejo, vestidos de estudiantes y de camino. (Media
pausa.)

VILLAMEDIANA: (Gritando desaforadamente y con voz gangosa.)

Con bien vengas, hijo mío.
Dame la mano, señor.

MORALES: Todavía no.

VILLAMEDIANA: ¿Cómo vienes? -El calor del ardiente y seco... MORALES: Silencio, que
no he acabado.

VILLAMEDIANA: Como había parado el señor autor.

MORALES: Para tomar aliento.

VILLAMEDIANA: Sírvase de avisarme para otra vez, cuántos azumbres de alientos
acostumbra a tomar.

MORALES: Y por la otra don Beltrán y Tristán. (Pausa.)

Hablad, señor apuntador, que he concluido, y no es que aliento tome.

VILLAMEDIANA: (Gritando.) Con bien vengas...

MORALES: Más bajo.

VILLAMEDIANA: (Muy quedo.) Con bien...

MORALES: Más alto.

ESCENA DECIMOPRIMERA

Dichos y Figueroa con unos corchetes.

FIGUEROA: Ténganse a la Inquisición.

VILLAMEDIANA: (Saliendo de su concha.) Chitón.

MORALES: (Asustado.) ¿Qué manda el Santo Oficio?

FIGUEROA: Tenéis en vuestra tropa a una farsanta llamada Jerónima de Burgos.

JERÓNIMA: Yo soy.

FIGUEROA: (A los alguaciles.) Llevadla.

ALARCÓN: (Interponiéndose.) ¡Ay de quien a tocarla se atreva!

VILLAMEDIANA: (A Alarcón.) Mirad que la osadía no es valor, y que nada aventajaréis
con oponeros. Tengo algún fraile poderoso por pariente y amigo, y os juro en mi
ánima, que he de hacer cuanto pueda por Jerónima.

Guardad la espada, que encargado quedo de con la suya propia azotar a ese
deslenguado, pues por serlo más que yo le odio.

JERÓNIMA: Vamos.

FIGUEROA: (Aparte a Jusepa.) La ama Alarcón, y me la llevo. Ya volveré a que me
premies. (Aparte a Morales.) Tu mujer ama al poeta. (Aparte solo.) Seguro estoy de
que ya no se representará La verdad sospechosa.

ALARCÓN: ¡Si tiemblo de ira y de coraje!

FIGUEROA: Habéis perdido, señor poeta, hasta la ocasión de encontrar en una covacha
del Consejo de Indias algún buen empleo.

ALARCÓN: Decidle a vuestro amo el señor Lope de Vega que si no consigo la covacha,
¡me vengaré yendo a ocupar un puesto junto a él en el templo de la inmortalidad!

TELÓN

Los amores de Alarcón

Alfredo Chavero

Copyright (c) Universidad de Alicante, Banco Santander Central Hispano 1999-2000

Los amores de Alarcón

Alfredo Chavero

Acto segundo

La escena pasa en el tablado, poco antes de que comience la primera representación de
La verdad sospechosa. Decoración adecuada. En el fondo el telón y la concha. Los
farsantes con los trajes de la comedia.

ESCENA PRIMERA

Villamediana con el disfraz del primer acto. Morales con el traje de don García.

VILLAMEDIANA: Lleno está ya el corral.

MORALES: Faltarán aposentos, según el tropel de gente que acude a oír la pasmosa
comedia que estrenamos. Siéntome orgulloso de ser el autor de título del príncipe,
que vale mucho más que el Corral de la Cruz, pues éste cuenta únicamente siete
puertas y el mío ocho, ya para subir a los aposentos, ya para el escenario y su
servicio; cuál para entrada de mujeres, cuál para los hombres, pues sabéis que no
pueden entrar ni asistir mezclados ambos sexos; puerta hay para la alojería, puerta
para la taberna, y otra que es la del cocherón. ¡Y qué espaciosos y cómodos son los
aposentos de mi coliseo, nombrados según sus dueños o aspecto, ahora Pastrana, Uceda,
Aragón, Carpio o Almirante, ahora Esquina, Reja Grande, Coge-esto o Tablas! La Villa
tiene principal aposento, por el cual apronta trescientos escudos anuales; y don
Rodrigo Calderón paga cien ducados por una celosía. ¡Con razón rinde mi corral ocho
mil pesos por año a los hospitales!

VILLAMEDIANA: ¿Tanto producen estas farsas? ¿Cómo recaudas?

MORALES: Como el corral debe cerrarse al anochecer, ábrese al mediodía. De doce a dos
se reparten los aposentos y bancos entre las personas que por ellos envían, dando
natural preferencia a los títulos, caballeros y sujetos principales. A real valían
los cien bancos, y a doce los aposentos altos y bajos; pero ya subí los altos a
diecisiete y los bajos a catorce. La entrada ha costado indistintamente cinco
cuartos; mas ya se está arreglando que se satisfagan dos al autor en la primera
puerta; tres en la segunda, al comisario de los hospitales de la Pasión, Soledad y
Antón Martín; cuatro al subir las gradas; y siete cada mujer que entre a oír la
comedia. Los alguaciles cuidan de que nadie se excuse de pagar, y de que no haya
escándalos, alborotos ni descomposturas.

VILLAMEDIANA: ¿Recuerdas el escándalo que se armó contra el tirano corregidor don
Pedro de Guzmán que, por público pregón, prohibió en el año 13 la concurrencia del
sexo hermoso?

MORALES: Recuérdolo, señor; pero triunfaron los hechizos y ruegos de las damas. Ahora
la única gente de faldas que no se consiente es la frailesca.

VILLAMEDIANA: Lo que te probará, insigne autor, que el mérito no consiste en las
faldas, sino en los rostros; que faldas también llevan las viejas, y yo de mí sé
decir que ni por hembras las tengo.

MORALES: ¿Pues por qué las tenéis?

VILLAMEDIANA: Una vieja no es hombre ni mujer, es solamente vieja. A veces da en ser
cosa peor.

MORALES: ¿Qué, señor conde?

VILLAMEDIANA: Suegra.

MORALES: Liberanos Domine. (Persignándose).

VILLAMEDIANA: Amen. (Pausa.)

MORALES: Alegres andan los villanos, señor conde.

VILLAMEDIANA: Como que la salud de Su Majestad les devuelve la calma y la ansiedad
les arrebata. Por irme a reconciliar con la corte, para salvar a la Jerónima, fui
testigo de la solemne procesión que hizo la villa con el cuerpo del santo labrador,
para salvar la vida del monarca. Lleváronse las reliquias al monasterio de La
Encarnación, y allí se dijo la primera misa después de la beatificación; y a las tres
de la tarde, colocado el bendito cuerpo en una litera de raso carmesí y pasamanos de
oro, con cuatro faroles a las esquinas, en que ardían gruesas hachas de blanca cera,
partió la procesión para Casarrubios y yo con ella. Los pueblos encendían hogueras
por los caminos, haciendo de la negra noche clarísimo día; y a las 24 horas,
entrábamos el domingo 17 por la cámara real con las venerables reliquias, colocadas
en su caja de terciopelo carmesí con un paño de brocado, y llevadas en hombros de
sacerdotes. Cuando entramos, se incorporó Su Majestad con gran trabajo en el lecho,
adoró al santo, pidió la cayada del venturoso labrador, la besó tiernamente, y no
quiso que la procesión volviese a Madrid sin que él la acompañase vivo o muerto. Fue
casi milagroso el alivio; y después de 18 días, ayer a 5 de diciembre, era recibido
el cortejo del santo labrador y del piadoso monarca por más de dos mil personas, que,
con hachas encendidas y a caballo, habían salido en procesión de la corte.

MORALES: ¿Y vinisteis ya con la gracia de Su Majestad?

VILLAMEDIANA: Y con la libertad de la Jerónima, que se está aderezando para venir a
estrenar la comedia del indiano.

MORALES: ¿Pues por qué entonces guardáis esas dos gibas que así os desfiguran lo
gallardo del talle?

VILLAMEDIANA: Deseo apuntar La verdad sospechosa, pero quiero que no lo sepa nunca el
jorobeta. He comenzado protegiendo esta representación, y no soy hombre de dejar a
medias mis empresas.

MORALES: Si me lo permitís, señor conde, voy a ver cómo se adoban los rostros mis
farsantas, y cómo están de trajes y presencia. Se acercan gentes, y no quiero que me
interrumpan en faena tan importante. (Se va.)

VILLAMEDIANA: Ve, Juan.

ESCENA SEGUNDA

Villamediana, después Quevedo, Suárez de Figueroa, Montalbán, Mira de Amescua, Vélez
de Guevara, Salas Barbedillo y Andrés de Claramonte.

VILLAMEDIANA: Fatigado estoy del viaje, y de andar después a vuelta de covachas a
tribunales y de alcaldes a inquisidores, hasta dar libertad a la Jerónima. Si pudiera
descansar... un momento... Me cierra el sueño los pesados párpados... (Se duerme.
Entran los poetas.)

QUEVEDO: ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja! Miradle: está dormido. Pues ni así ha de escapar a nuestras
sátiras el vitoreado poeta.

MONTALBÁN: Lástima grande es que a nuestro almuerzo haya faltado Villamediana. Sé de
buena tinta que a la corte ha llegado con Su Majestad.

MIRA: Cansado de ser impolítico, a político se ha metido.

CLARAMONTE: (Moviendo a Villamediana.) Despertad, que aquí hay amigos que quieren
hablaros.

VILLAMEDIANA: (Sin descubrir el rostro.) Hablad cuanto queráis, pues tengo destapadas
las orejas. ¡Si las orejas tuvieran párpados como los ojos, de buenas necedades se
librarían!

QUEVEDO: Habéis de oír, mal vuestro grado, mi comento. Habéis dado por vuestros unos
malos versos, y encargados estamos de castigar por tamaño delito al más delicioso de
los autores dramáticos. Oídme, insigne don Juan:

Yo vi la segunda parte
de don Miguel de Venegas,
escrita por don Talegas
por una y por otra parte.
No tiene cosa con arte,
y así, no queda obligado
el señor Adelantado,
por carta tan singular,
sino a volverle a quitar
el dinero que le ha dado.

TODOS: ¡Magnífico! ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!

(Villamediana ronca.)

FIGUEROA: ¡Diablo! Está roncando. Despiértele con una sátira el señor Mira de
Amescua.

MIRA: Me contento con decir que del poema del señor Alarcón, yo hice siete estancias.

VÉLEZ: Y yo seis. Allá va mi espinela:

La dama que en los chapines
te esperaba en pie muy alta,
diga tu sobra o tu falta,
¡oh, padre de matachines!
Porque por más que te empines,
camello enano con loba,
es de soplillo tu trova;
aunque son de Apolo hazañas
que todo un juego de cañas
te cupiese en la corcova.

CLARAMONTE: ¡Admirable! Que siga Montalbán.

MONTALBÁN: ¿Quién anda engañando bobas,
siendo rico de la mar?
Y ¿quién es en el lugar
nonada entre dos corcovas?
¿Quién trae el alma en alcobas,
y consigo propio trilla?
Corcovilla.

TODOS: Corcovilla, corcovilla. ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!

BARBEDILLO: Que diga algo Claramonte.

CLARAMONTE: Yo solamente sé aquello de:

Tanto de córcova atrás
y adelante, Alarcón, tienes,
que saber es por demás,
de dónde te corco-vienes,
y adónde te corco-vas.

A ver tú, Barbedillo.

BARBEDILLO: Pues vaya, en gracia de Dios:

Según Calepino, estoy
cierto que en latín limado,
quiere decir, cor, ¿quo vado?
Corazón, ¿adónde voy?
Y aunque sátrapa no soy,
interpreto que rigores
de la muerte anunciadores,
cuyos son corcova y años,
al autor son desengaños
y causa de sus temores.

TODOS: Bien, bien, bien.

VILLAMEDIANA: (Volviéndose.) ¿Habéis concluido, señores poetas?

TODOS: ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!,

UNOS: No es don Juan.

OTROS: Es otro don Talegas.

MIRA: Llueven jorobetas.

FIGUEROA: ¡Qué magnífico argumento para un sainete: los dos corcovados! Se hará; se
hará.

VÉLEZ: ¿Quién sois, amigo mío? ¿Sois acaso la sombra de don Juan?

VILLAMEDIANA: Soy el apuntador, insignes ingenios. Soy, como si dijéramos, el verdugo
de las comedias. Temblad ante mí: sois mis víctimas.

FIGUEROA: Tiene gracia. ¿En dónde está el poeta?

VILLAMEDIANA: ¿Le vais a ensartar todas esas tonterías?

QUEVEDO: Sí, porque ha cometido un crimen de leso Parnaso. Porque no quiso o no tuvo
tiempo, encargado de escribir un canto, repartió las estancias entre los poetas
amigos, y resulta que solamente es suya la portada. Hemos almorzado juntos, y venimos
a vapularle con nuestras bromas.

VILLAMEDIANA: Cuidad, no tome la posteridad por veras vuestras burlas.

QUEVEDO: Burlas son, que no veras. Admiración, y no risas, cáusanos el indiano. El
mismo Lope cantará su gloria en su Laurel de Apolo.

VILLAMEDIANA: Pues si queréis verle, supóngole en los cuartos de los faranduleros,
adiestrándolos y midiéndoles el azarcón y el albayalde.

TODOS: Vamos, vamos. (Se van, haciendo ruido, foro izquierda.)

VILLAMEDIANA: Id con Dios, mordaces. Aunque ni en eso me lleváis la ventaja.

ESCENA TERCERA

Villamediana y Alarcón, que entra por la derecha.

ALARCÓN: Son mis amigos los poetas. Vamos a agasajarlos, que en honra mía vienen.

(Hace movimiento de seguirlos, pero le detiene Villamediana.)

VILLAMEDIANA: Esperad, glorioso vate, esperad. Mucha priesa lleváis, y no ponéis
reparo en pasar de largo, sin preguntar a mi humildísima persona, ni la causa de mi
ausencia, ni nuevas de la Jerónima. ¿Tanto puede la vanidad, que más que el amor
puede?

ALARCÓN: Perdóname, Alcorcón: la gloria es sol que ofusca y deslumbra, y no deja ver
lo que nos rodea. Háblame de Jerónima. ¿La has visto? ¿Sabes en dónde se encuentra?
¿Le has hablado? ¿Te ha dicho algo para mí?

VILLAMEDIANA: Calma, calma, enardecido amante. ¡Pues sois atento conmigo! Todo es
preguntar por la Jerónima. ¿Alcorcón qué importa? No ha venido al tablado, porque tal
vez se rompió un pie, o le dio tabardillo, o se descompuso una giba... pues que buen
provecho halla... lo único que nos interesa es saber de la Jerónima. ¡Amor, qué
egoísta eres! ¡Fueras despreciable si no te sintiéramos en el alma fuego sublime, y
si siendo egoísmo no fueses al mismo tiempo sacrificio!

ALARCÓN: Verdad es: dime...

VILLAMEDIANA: Pero os esperan los poetas... la gloria... los lauros...

ALARCÓN: Déjate de poetas y de glorias. Cuéntame...

VILLAMEDIANA: ¿Lo que me ha pasado? ¡Qué bueno sois! Os interesáis tanto por mí, que
todo lo dejáis por saber las cuitas del mal forjado Alcorcón.

ALARCÓN: ¿Pero me dirás algo de Jerónima?

VILLAMEDIANA: ¡Ah!, ¡que por ella es por lo que olvidáis los lauros! Y con razón,
pues la gloria es humo que el viento se lleva, y es el amor incendio capaz de abrasar
en sus llamas a todo el universo. Oídme.

ALARCÓN: Impaciente escucho.

VILLAMEDIANA: Cuando se llevaron a la Jerónima, os ofrecí emplear en su favor cierta
influencia eclesiástica de un mi pariente. Anduve a salto de mata, y de aquí para
allá, hasta conseguir verla. Logré al fin penetrar en su calabozo.

ALARCÓN: ¿Le hablaste?

VILLAMEDIANA: Si a eso iba yo, ¿cómo no había de soltar la sin hueso? La encontré
estudiando su papel de La verdad sospechosa.

ALARCÓN: ¡Jerónima!

VILLAMEDIANA: Díjome que la acusaban de irreligiosa. Corrí a Burgos, y la autoridad
eclesiástica certificó que jamás mujer más santa y más devota había residido en la
ciudad. Fui a ver... es decir, hice que mi pariente fuera a ver al rey; y por fin
anoche se le mandó poner en libertad. Toda la mañana he andado de trasiego para que
la orden se cumpliese...

ALARCÓN: ¿Y está libre?

VILLAMEDIANA: Aquí la tenéis.

En ese momento aparece Jerónima por la izquierda, y se lanza a los brazos de Alarcón.

ESCENA CUARTA

Alarcón, Jerónima, Villamediana.

JERÓNIMA: ¡Don Juan!

ALARCÓN: ¡Mi Jerónima!

VILLAMEDIANA: (Aparte.) Mutis, señor apuntador, mutis. Decididamente el amor es
egoísta; nada más que es el egoísmo de dos. Mutis, mutis. (Se va por la izquierda.)

ESCENA QUINTA

Jerónima y Alarcón. Jerónima siente un desfallecimiento, en el cual debe expresar a
la vez su debilidad física y su grande emoción moral. Se apoya en la mesa, y se deja
caer en el sillón.

JERÓNIMA: ¡Ah! ¡Volver a la vida, para morir! ¡Tornarte a ver, para que se apague la
luz de mis ojos! ¡Tenerte otra vez a mi lado, cuando ya siento que mi alma extiende
sus alas para volar de este mundo!

ALARCÓN: Calla, calla; tú estás loca. ¿Cómo puedes decir eso, si es imposible?

JERÓNIMA: ¿Verdad que es muy triste?

ALARCÓN: Es muy triste: calla.

JERÓNIMA: Niña, no conocí a mis padres. El látigo de un histrión acarició mi niñez.
Entrada en la mitad de la corriente de la vida... ¡Ah!, no... no quiero recordarlo...
es una infamia... infamia espantosa... Don Juan, arráncame de la frente la memoria...
Recuerdos, sois como la losa del sepulcro... al levantaros, se siente fetidez...
Déjame, Juan... ¿no sientes el ambiente de los muertos?...

ALARCÓN: Tranquilízate. Mírame a tu lado. Va a comenzar pronto la representación, y
vamos a compartir vítores y lauros.

JERÓNIMA: (Que después de su exaltación, muestra decaimiento.) Es verdad... es
verdad... he venido a estrenar tu comedia... Cuando entré en el calabozo, la humedad
y el miedo, los dos fríos del cuerpo y del alma, fueron como veneno para mi
quebrantada salud... Desde entonces siento que me muero... Pero tenía yo una
lámpara... apenas alumbraba... yo adivinaba tus versos... y los leía... y
estudiaba... Sé muy bien mi papel... Lo voy a hacer muy bien... Vas a quedar
contento... Nos aplaudirán mucho... mucho... Y después... después...

ALARCÓN: Vamos a tu aposento; reposarás un instante. Verás cómo cobras fuerzas.

JERÓNIMA: Vamos. (Ya que van a desaparecer por la izquierda, le dice a Alarcón con
acento exaltado.) ¡Te amo!

En el momento que van a salir, aparecen por el fondo izquierda Jusepa y Figueroa:
ambos se sorprenden de verlos, oyen las últimas palabras y se adelantan al proscenio.

ESCENA SEXTA

Jusepa, Figueroa.

FIGUEROA:(Con asombro.) ¡Jerónima aquí!

JUSEPA:(Con cólera.) ¿De qué habéis servido entonces? ¿Para qué sirve la Inquisición?
¿Para qué el señor don Lope de Vega?

FIGUEROA: Si no comprendo...

JUSEPA: ¡Y yo os he dado mi amor!, ¡yo he engañado a mi marido por vos! Solamente las
consideraciones de ser mujer tienen y atan las manos de mi justo enojo. Y vendrá la
bachillera a quitarme el papel en el día del estreno... La aplaudirán, y con los
aplausos aumentará el amor del indiano... No, no... quitaos de mi presencia,
Figueroa, que dicen que el amor todo lo puede, y vuestro amor no sirve para nada.

FIGUEROA: Estoy buscando un recurso que todo lo remedie.

JUSEPA: ¡Pues no es mentecato el poeta! Beber los vientos por una dama entecada que
tiene voz de chirimía, y que suspira como fuelle de órgano. Y luego, si inclinado de
su estrella, hubiese caído preso en los encantos de una joven virtuosa y honesta...
Pero la Jerónima es una buscona. ¿Ni qué otra cosa podía ser? ¿Quién ignora sus
aventuras con el señor Lope de Vega? Bien lista que fue entonces La dama boba.

FIGUEROA: ¡Eureka! Prométeme obediencia en todo. He encontrado el modo de que ambos
seamos vengados. No cabe en mis mientes verla libre de las garras de la Inquisición.
Pero yo le daré otro verdugo más terrible.

JUSEPA: ¿Cuál?

FIGUEROA: El mismo don Juan.

JUSEPA: Explicadme...

FIGUEROA: Después. Ahora no hay tiempo que perder. Lo que importa es que en todo me
obedezcas. Llama a don Juan, de parte de un caballero que le busca.

JUSEPA: Voy. (Hace movimiento de irse.)

FIGUEROA: ¿Pero, te vas sin que mis labios sellen en tu mano la paz de nuestra
querella?

Se vuelve, y al besarle Figueroa la mano, entran por la izquierda y lo ven Morales y
Villamediana.

ESCENA SÉPTIMA

Jusepa, Figueroa, Morales, Villamediana.

VILLAMEDIANA: Recio besáis, señor doctor.

MORALES:(Que hace movimiento de precipitarse.) ¡Ah!, ¿sois vos, señor de Figueroa?
Respiro. Sé cuánta es vuestra severidad de costumbres, y estoy tranquilo.

VILLAMEDIANA:(Aparte.) Es igual a todos los maridos.

FIGUEROA: Beso era de respeto, y de pláceme por el próximo triunfo.

JUSEPA: Ni que otra cosa ser pudiera.

MORALES: Jusepa sabe que si no por amor, por terror debe ser honesta. Que me falte, y
la mato.

VILLAMEDIANA: No sería ésa, virtud. A lo menos, júzgalo de tal suerte Góngora, en el
siguiente soneto:

Si por virtud, Jusepa, no mancharas
el tálamo consorte del marido,
otra Porcia de Bruto hubieras sido,
que, sin comer, sus brasas retrataras.

Mas no es virtud el miedo en que reparas,
por la falta que encubre tu vestido;
pues yo sé que sin ella fueras Dido,
que a tu Siqueo en vida difamaras.

No llames castidad la que, forzada,
hipócrita, virtud se representa,
saliendo con su capa disfrazada.

Jusepa, no eres casta; que si alienta
contraria fuerza a tu virtud cansada,
es vicio la virtud cuando es violenta.

Por supuesto que son calumnias del de Argote.

JUSEPA: Empalagoso estáis con vuestros sonetos, señor...

VILLAMEDIANA:(Interrumpiéndola.) ¿Qué?

JUSEPA: Alcorcón.

FIGUEROA: No sé cómo el señor Morales no os impide tales insolencias.

MORALES: Como es el gracioso de la farándula...

FIGUEROA: Pues de mí sé, que si las repite en mi presencia, le arrancaré la lengua.

VILLAMEDIANA: Cuidad la vuestra, señor doctor por Salamanca, que la necesitáis para
decir necedades. ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!

Se va riendo, Jusepa saluda y se va por distinto bastidor, pero ambos por la
izquierda.

ESCENA OCTAVA

Figueroa, Morales.

FIGUEROA: (Que ha estado un momento pensativo, como buscando una idea.) Morales,
hacéis bien en confiar en mí; pero desconfiad de algún otro.

MORALES: ¿De quién? Explicaos.

FIGUEROA: Corcovado es el poeta; pero nadie ignora que tiene gran partido con las
damas.

MORALES: Me hacéis sospechar. ¿Por qué me trajo su comedia, y no la llevó al Corral
de la Cruz?

FIGUEROA: Por acercarse a Jusepa, sin que en ello paraseis la atención.

MORALES: Y cierto es que Jusepa tuvo gran empeño en que se representase, y en que la
prefiriera yo a otras muchas y muy buenas que me ofrecían.

FIGUEROA: Todo el mundo ha reparado en ello.

MORALES: Pues yo alejaré al poeta, aun cuando no deba dar otra vez su comedia. Pero
permitidme que vaya a ver que alimenten bien de manteca los mecheros, que ya se va
llenando el corral, y se acerca el momento de la representación. (Se va por la
derecha.)

FIGUEROA: Ve en paz, marido celoso; que tú, sin saberlo, me ayudarás a triunfar.

ESCENA NOVENA

Alarcón, Figueroa.

ALARCÓN: (Al ver a Figueroa se detiene, y echa mano al puño de la espada.) ¡Ah!,
¿sois vos quien viene en mi busca? ¡Vive Dios!, que de ello me huelgo, pues sin
descanso os he buscado para mataros. Salgamos.

FIGUEROA: Ved que se va a comenzar vuestra comedia.

ALARCÓN: La honra es lo primero, señor doctor.

FIGUEROA: Primero es la razón, señor licenciado; y es necesario que me oigáis un
momento. Con las lenguas se entienden los hombres.

ALARCÓN: Entendámonos con las lenguas de acero de nuestras espadas.

FIGUEROA: Después, si insistís: os lo prometo. Pero antes escuchadme.

ALARCÓN: Sed breve.

FIGUEROA: No os oculto que, por amor al señor Lope de Vega, he hecho la guerra a
vuestra comedia.

ALARCÓN: Eso no me ofende. Jamás me ha ofendido la envidia, que rastrera de por sí
es, y andando por el suelo, no puede alcanzarme.

FIGUEROA: Creí que prendiendo a la Jerónima, no tendría lugar la representación...

ALARCÓN: Ésa es la injuria: habéis ultrajado a la mujer que amo.

FIGUEROA: No pensé que fuera para vos caso de honra, el amor de una farsanta, que al
fin no es más que vuestra...

ALARCÓN: (Interrumpiendo.) Callad esa palabra. Así sois vosotros los infames, y sobre
infames calumniadores: sois muy pequeños, y no podéis comprender, ni la pureza de una
comedianta, ni el amor de un poeta. Creéis que una farándula es un cesto de vicios.
¿Y cómo no lo ha de ser, si venís todos vosotros a infestarla! Tenéis constantemente
bajo vuestras narices el aliento mefítico de vuestras bocas, y es imposible que
percibáis el puro aroma de los azahares que por ventura puede haber en un corral.
¡Cómicos!, decís: luego vicio. ¡Farsantes!, gente de vida alegre. Y yo digo:
¡Farándula!, misterio de sacrificios, abismo de lágrimas. Con las estúpidas
carcajadas de vosotros los que venís a reír con los comediantes, se podría formar un
huracán que barriera el mundo. ¡Con el llanto que vierten en silencio los que os
hacen reír, se podría hacer un océano que inundara toda la tierra! Los comediantes
son la realidad, porque ellos, como la realidad, son el dolor. Vosotros sois la
farsa, con vuestras galas y golillas, con vuestros agigantados y holandescos
canjilones, y vuestros cerebros almidonados con estúpida vanidad: esclavos siempre,
en vuestro cuerpo por no ajar vuestras golillas; en vuestra alma, por no ajar vuestro
orgullo. ¡Hablad ahora del genio de la escena, farsantes silbados!

FIGUEROA: Perdón os pido; pero como las antiguas costumbres de la Jerónima...

ALARCÓN: ¿Qué decís?

FIGUEROA: Para nadie es un misterio que tuvo deslices con el señor Lope de Vega.

ALARCÓN: ¿Con él?

FIGUEROA: Hacia el año 13 le abrió en Segovia su cámara en las altas horas de la
noche.

ALARCÓN: ¡Si es imposible!

FIGUEROA: Preguntadlo: nadie lo ignora; nadie me desmentirá. ¿Y ahora creéis justo el
reñir?

ALARCÓN: Si es una calumnia, ¡os mato!

FIGUEROA: Me encontraríais a vuestras órdenes. (Yéndose por la izquierda; aparte.)
Agreguemos al oprobio el escándalo. Hagamos venir, en primer lugar, a la Jerónima.

ESCENA DÉCIMA

Alarcón, solo. Se cruza de brazos, y fija la vista en el suelo.

ALARCÓN: Amor... sueño... Virtud... mentira... Gloria... palabra que arrebata el
viento... Inmortalidad... ¡festín de gusanos en el ataúd de un cadáver!

¿No hay, pues, nada en la tierra? ¿Es engaño el sol que alumbra nuestros ojos?
¿Es burla la pasión que arde en el alma?

¿La pluma del poeta no es pluma de ala para volar al firmamento? ¿La espada del
caballero es fierro inútil o criminal instrumento de venganza? ¿Sirven tan sólo las
manos para asesinar, y el corazón para que nos asesinen?

Huir del mundo... sí... ¿Entrar en un claustro?... ¿Para qué?... Entraría en el
claustro con mi corazón... con este reptil que vive enroscado, aquí, dentro de mi
pecho... y que por las venas hace cundir su venenosa baba... Sin corazón no es
posible la vida... ¿Y acaso es posible la vida, teniendo corazón?

Corazón, corazón mío, yo te creí perla encerrada en las dos conchas de mis
jorobas... ¡y eres ridículo e infamia por dentro, como por fuera son mis jorobas
ridículo e infamia!

No acoto este monólogo: el talento del actor lo detallará.

ESCENA DECIMOPRIMERA

Alarcón y Jerónima. Alarcón ha quedado pensativo y sombrío. Jerónima entra cariñosa,
aunque presa de la melancolía de su enfermedad. Viene ya en traje de carácter para la
comedia

JERÓNIMA: Mi don Juan, ¿me llamabas?

ALARCÓN: Señora...

JERÓNIMA: ¿Qué tienes? Severo está tu rostro: fría tu mirada como hoja de puñal.

ALARCÓN: Sentaos, señora. Quiero consultar vuestro parecer sobre asunto tan grave que
pudiera en ello irme el ánima y la vida. (Se sienta Jerónima. Alarcón de pie.)

JERÓNIMA: Te escucho.

ALARCÓN: Cuéntase que no ha muchos años había una joven comedianta vencida por las
fuerzas poderosas de amor; de amor, digo, inconsiderado, presuroso y lascivo y mal
intencionado, capaz de atropellar designios buenos, intentos castos y proposiciones
discretas. Era la dama algo atrevida, y algún tanto libre y descompuesta. Parece que,
cansada de llevar la nave de su ventura con próspero viento por el mar de la vida
humana, quiso que diese en un bajío que la destrozase toda. Y dícese que una noche
oyó infames coloquios de un gran señor y gran poeta; y en vez de que tales pláticas
hicieran brotar indignación a raudales en su pecho, alzó una gran risa... y
desenvuelta... y cortesana impúdica... no levantó a la siguiente mañana su frente de
azucenas... que ocultaba a la luz entre almohadones su rostro mancillado. ¿Sabéis esa
historia, señora?

JERÓNIMA: No te comprendo... no quiero comprenderte.

ALARCÓN: Más tarde, viola en una alborada de primavera un hombre feo de cuerpo...

JERÓNIMA: Hermoso de corazón.

ALARCÓN: Pareciále ver salir el sol, tan alegre y regocijado, barriendo el cielo de
las estrellas y bordando las nubes con diversos colores, que no se podía ofrecer otra
cosa más alegre y más hermosa a la vista.

JERÓNIMA: ¡Ah!

ALARCÓN: Crédulo era aquel hombre como el amor; ciego como él; niño como él. Con loca
adoración se entregó a aquel ángel; pues ángel, no mujer, se le antojaba. ¿Y cómo
pagó ella tanto cariño? Le engañó.

JERÓNIMA: No.

ALARCÓN: Sí, miserablemente. Decidme, señora, ¿sabéis quién es la comedianta que
abrió las puertas de su cámara y de su honor al señor Lope de Vega?

JERÓNIMA: Yo: mátame.

ALARCÓN: ¿Mataros?... no... Las venganzas castigan, pero no quitan las culpas.

¿Y conocéis, señora, al hombre engañado, con engaño tal, que creyó cielo el
infierno y luz las tinieblas?

JERÓNIMA: ¡Por Dios!... ¡Óyeme!

ALARCÓN: Si habéis sido, como farsanta del tablado, farsanta del amor.

JERÓNIMA: (Poniéndose de pie.) Óyeme, te digo. Y después, si mi sangre puede limpiar
tu mancha, tómala, que es tuya toda.

ALARCÓN: Hablad. (Media pausa.)

JERÓNIMA: (Con tristeza y decisión.) Gloria de los corrales, encanto de los
mosquetes, mirábame aplaudida y vitoreada. El peso de mis coronas había levantado mi
frente. Ya no podían abajarse mis ojos. Yo necesitaba amar a un rey, a un actor o a
un poeta. Encontré en mi camino mi perdición. Lascivia en vez de amor. Engaños en
lugar de la fe prometida. Vanidad en cambio del misterio de un santo cariño. Como
severo juez que condena a muerte al criminal, maté yo mi alma, maté mi corazón. juré
vivir atada al arte, como presidiario a su cadena. La muerta te vio un día, y se
animaron de nuevo mi corazón y mi alma. Solamente un dios puede dar otra vez la vida
al cuerpo que se pudre en el sepulcro; y tu mirada, como la de Dios, dijo a mi vida
muerta: «levántate y ama». Mi corazón que ya no sonaba sino con el pausado palpitar
del toque de difuntos, se movía precipitadamente en mi pecho como repique de alegría.
Mi alma despertaba de su sueño, y olvidaba lo pasado, como se olvida una espantosa
pesadilla. Parecióme que por primera vez existía. Yo era tinieblas; pero tú eras luz
tan inmensa, que mis tinieblas también alumbraron. Parecióme mi alma blanca paloma,
porque era tu alma pura la que en mí veía. Parecióme el sonar de mi corazón risa
inocente de niño, porque era tu corazón sin mancha el que yo oía en mi pecho. A
fuerza de mirarme en los límpidos cristales de tus ojos, me vi blanca y pura... ¡y te
amé con delirio! (Pausa.)

ALARCÓN: Sigue.

JERÓNIMA: Un día oí decir que te casabas con tu prima doña Ana Bobadilla... y sentí
celos... celos horribles... Fueron el cauterio que me despertó de mi letargo... Iba a
gritar con gemidos de quejas... y comprendí que ni quejarme podía... La mujer
manchada es raso que no sirve ya para aderezarse... Y te huí... ¡Desgraciada de
mí!... No pude llevarme ni mi alma ni mi corazón... junto a ti se quedaron... ¿No
sentías a veces a tu lado como suspiros y aleteos? (Pausa.)

ALARCÓN: Sigue.

JERÓNIMA: Se representó tu divina comedia Las paredes oyen; vine a verla. Aquél fue
mi castigo. Tú eras don Juan; doña Ana, tu prima. Salí desesperada... llorando...
loca... y no te había vuelto a ver jamás... Mi cuerpo, que era la infamia, estaba
lejos de ti... ¿Qué más podía yo hacer? ¿Por qué me hiciste venir? ¿Por qué?

Hoy siento ya que la muerte se acerca... Tú me matas: gracias... Al fin volaré
libre a otras regiones... gracias... gracias... (Se deja caer en el sillón. Alarcón
se le acerca. En ese momento aparecen los poetas y comediantes.)

ALARCÓN: ¡Jerónima!

ESCENA DECIMOSEGUNDA

Dichos y Figueroa que sale con los poetas. Después Morales, Jusepa, los comediantes y
Villamediana.

QUEVEDO: ¿En dónde está el poeta?

ALARCÓN: (Separándose de Jerónima y fingiendo alegría.) Señores... muy agradecido...
a que vengáis... por aquí...

MONTALBÁN: Pero algo os pasa, don Juan: estáis cadavérico.

MIRA: Contadnos.

BARBEDILLO: Somos vuestros amigos.

CLARAMONTE: Si de algo servimos...

VÉLEZ: Disponed de nosotros.

FIGUEROA: Pálido está nuestro querido don Juan de verse engañado de una vil aventura.

JERÓNIMA: (Aparte.) Me siento morir.

ALARCÓN: ¡Callad por los cielos!

FIGUEROA: No: quien os ha engañado, merece no solamente vuestro desprecio, sino el de
todos los que os queremos.

JERÓNIMA: (Poniéndose de pie, con altivez a Figueroa.) ¡Infame!

QUEVEDO: ¿Es ella?

BARBEDILLO: ¡La Jerónima!

MONTALBÁN: No es la primera zorra que desuella.

MIRA: ¿Qué dirá Lope?

VÉLEZ: Al fin mujer.

CLARAMONTE: Y comedianta.

ALARCÓN: (Aparte.) Me mata la vergüenza.

JERÓNIMA: (Aparte.) El dolor me asesina.

MORALES: (Entrando por la derecha.) Despejad: el corral está lleno; el público se
impacienta; oídle: va a comenzar la representación. (Se oyen dentro ruido y
palmadas.)

JUSEPA: (Que entra por la izquierda con los comediantes.) Antes, mi señor esposo,
lanzad a esta mujerzuela que provoca escándalos en el corral.

(Los poetas se han acercado a Alarcón, como consolándole.)

JERÓNIMA: (Que se pone de pie y vuelve a caer en el sillón.) ¡Mujer cruel!

MORALES: ¡Despejad! ¡Se hace tarde! (Se oyen aplausos.)

JERÓNIMA: (Quiere andar y no puede.) Por piedad...

FIGUEROA: (Con burla.) ¿No hay un caballero que dé el brazo a esta casta doncella?

ALARCÓN: (Adelantándose.) Yo.

JUSEPA: Podíais tener un disgusto con el señor Lope de Vega.

ALARCÓN: (Retrocediendo.) ¡Oh!

VILLAMEDIANA:(Entrando.) Dadme el brazo, señora.

MONTALBÁN: El otro...

FIGUEROA: El apuntador...

MIRA: El gracioso...

VÉLEZ: Sin gracia...

QUEVEDO: ¡Un hombre noble!

TODOS LOS POETAS, MENOS FIGUEROA: Es verdad. ALARCÓN: (Aparte.) Más noble que yo.

JUSEPA: (Aparte.) ¡Oh, rabia!

FIGUEROA: (Con ira.) Bien por vos, que protegéis a la farsanta hundida en el fango de
torpes liviandades.

VILLAMEDIANA: No: a la mujer caída, que se redime y levanta a los cielos, por el
amor: ¡a la grandeza de la debilidad!

Todos se hacen a un lado. Alarcón deja caer la frente. Jerónima se va con
Villamediana, dirigiéndole una mirada. Se oyen fuera aplausos y ruido.

TELÓN

Los amores de Alarcón

Alfredo Chavero

Copyright (c) Universidad de Alicante, Banco Santander Central Hispano 1999-2000

Los amores de Alarcón

Alfredo Chavero

Acto tercero

La misma decoración. Ha concluido la representación de La verdad sospechosa.

ESCENA PRIMERA

Todos los personajes rodean a Alarcón. Solamente falta Jerónima

QUEVEDO: ¡Salve, portentoso ingenio venido del Anáhuac!, y que creyérase rico filón
de aquellas nuevas y felices regiones, según es vuestra musa veta del oro de la
moral, de la galanura del lenguaje y de la inspiración poética.

MORALES: Jamás se pondrá en zancos en el Corral de la Cruz comedia tan levantada como
la de vuesa señoría. ¡Pobre Pinedo! ¡Cómo la escuchaba, no con aquel contento que el
público entusiasmado, sino con toda melancolía y tristeza!

FIGUEROA: Verdad es que la comedia tenía por guía y adalid a la hermosura, pues nunca
Jusepa se ha presentado más bella y más galana.

VILLAMEDIANA: Advierto que solamente el poeta está triste, y parece arrancársele el
alma.

ALARCÓN: No: feliz me encuentro en este instante, que es la gloria pasto de grandes y
esforzados pechos, y aliento de empresas poderosas. De ver es cómo el poeta sueña con
su creación, la cual en el principio se dibuja en la inmensidad de su cerebro lejano
punto negro; así como en la inmensidad de los mares, es nuncio de la tormenta parda
nubecilla que desde el horizonte quiere ya iluminar el cielo con luz de relámpagos.
Idea y nubecilla vanse extendiendo, y toman forma y colores; y volando veloces con
extensas alas, invaden la bóveda de la cabeza y la bóveda celeste. Surgen entonces
incendios de luz y de fuego; se escuchan truenos espantosos y gritos de inmensa
pasión; y el alma aterrorizada, pero dominada en el mismo punto por sublime
recogimiento, mira con asombro que en el firmamento ruge una tempestad y en el teatro
un drama. Dios contempla con satisfacción su drama. El poeta observa como en éxtasis
su tempestad. Dios y el poeta han creado dos luchas titánicas, la desesperación de
los elementos y el combate delirante de las pasiones. ¡El poeta es un dios!

MORALES: Juzgo, caballeros, que recibiréis gusto en catar algunas botellas jerezanas
en honra del vitoreado autor. Preparado está espacioso aposento para ello.

VILLAMEDIANA: Vayan vuesas mercedes a trocar su hambre en hartura y su sed en
refrigerio, que comparados y contrapuestos los trabajos de esta vida con los ratos de
holganza y de buena ventura, tengo para mí que no queda mucho por qué quejarse de la
suerte.

JUSEPA: Vamos, señores.

TODOS: Vamos. (Se van por la izquierda todos, menos Villamediana.)

ESCENA SEGUNDA

Villamediana, solo.

VILLAMEDIANA: ¡Así pasan las glorias del mundo! En este tablado, poco ha templo de la
poesía y trono del genio, queda solamente el bufón mudándose en cortesano. (Se va
quitando el disfraz.) Lejos de mí, oh tú, peluquín más áspero que el mismo doctor don
Cristóbal Suárez de Figueroa. A la tumba. (Lo arroja en la concha.) A la tumba
también vosotras, gafas tan grandes como las de Quevedo; pero que no habéis visto
traspasar vuestros cristales por las miradas de su genio, como relámpagos que
atraviesan el vidrio del éter. A la tumba vosotras, gibas espantosas, que no sois
como las de Alarcón, estuche de un corazón magnánimo. Ahora tomemos mi sombrero, mi
capa y mi espada que de antemano preparados tenía. (Se acerca al bastidor, los toma y
se los pone.) He aquí al bufón convertido en cortesano; pues es tan fácil como
cambiar a un cortesano en bufón. Bien es verdad que yo soy tan maldiciente, es decir,
un cortesano bufón. Mentira parecerá que haya yo patrocinado el estreno de La verdad
sospechosa, y acaso el poeta, que lo ignorará siempre, azote la losa de mi sepulcro
con satírica espinela. Horrible es el castigo de los maldecidores, pues en su daño
hablan mal hasta los hombres más dignos del premio del bien hablar. Vámonos. Pero ¿y
la Jerónima? No puedo partir sin saber lo que de ella ha sucedido. Mas hacia aquí
vienen Jusepa y Figueroa. Paréceme que traen enredo que debe convenirme el averiguar.
Los autores de comedias siempre encuentran en este caso una puerta propicia para
escuchar. El apuntador, más afortunado, se entra en su concha, para que a su vez los
actores le apunten la comedia. El apuntador nació para que le oyeran. ¡Dichoso el día
en que él tiene algo qué oír! (Se entre en su concha.)

ESCENA TERCERA

Villamediana, Jusepa, Figueroa.

JUSEPA: Pudiéramos ser observados...

FIGUEROA: No pares mientes en eso, que ocupados están todos en festejar al jorobeta.

JUSEPA: Y ¿qué pretendéis?

FIGUEROA: Juraste ser mía, si conseguía yo que tú, y vio la Jerónima, representaras
el papel de la comedia nueva.

JUSEPA: Juramento loco fue; pero lo cumpliré leal. La envidia y la venganza ciegan y
conducen precipitadamente al abismo ¿el delito, y después se exige el cumplimiento
del crimen en nombre de la santidad del juramento y del honor de la palabra empeñada.
¡Santidad y honor cambiados en instrumentos de infamia y villanía! El ladrón busca la
ganzúa; el asesino, el puñal; el calumniador, la mentira; el seductor, la falsedad;
todos los delitos se nutren y viven con medios reprobados y deshonrosos; y la envidia
y la venganza, más hipócritas y más infames, arrastran en pos de sí la honra y el
juramento, agregando al crimen el escarnecimiento de la virtud, y la profanación de
lo que es más santo y más sagrado. ¡Crímenes que vestís el ropaje del honor, y que
sucio ponéis ese ropaje!

VILLAMEDIANA: (Aparte.) Sábenme a indirectas las sesudas palabras de la farsanta.

FIGUEROA: Déjate ya de chismes y melindres, que sabido es que vosotras las
comediantas no sois ricas de virtud sino en el hablar, y que así encendéis una
lámpara en el altar a la Virgen, como una hoguera en el pecho al deseo.

JUSEPA: Si habéis llegado a doctor para conocer tan mal el corazón de la mujer, bien
podíais haberos ahorrado el trabajo de las aulas. En todo corazón de mujer hay
siempre una palpitación para el amor; y amor, sacrificio y virtud son una misma cosa,
un solo palpitar.

VILLAMEDIANA: (Aparte.) Pensativo se ha quedado don Cristóbal. Ignoraba que el diablo
sabe más que un doctor, y la mujer más que el mismo diablo.

FIGUEROA: Bien, no te exijo que me sigas. Quédate en la farándula con la Jerónima y
con don Juan, que cuando haga con ella las paces, como es de costumbre se tornará más
amoroso, y le escribirá comedias más galanas que la misma Verdad sospechosa. Quédate;
que pudiera ser que el poeta, compadecido de ti, te reserve en alguna de sus obras,
un papel chocarrero de dueña cincuentona.

JUSEPA: ¡Ah!, no. Tenéis razón, y que os sobra. Ver a don Juan amarla con desprecio
mío... mirarla aplaudida en comedias para ella escritas con la pluma del genio mojada
en la tinta del amor... ¡nunca! Vámonos.

FIGUEROA: Espera. Si desde luego, y sin más hacer, nos marchamos, quedarán solos y a
sus anchas el poeta y la comedianta: es necesario hacer algo que cause escándalo tal
que el corcovado sea del corral para siempre despedido, aunque esto le traiga la
desgracia lamentable de que dé en tierra con el suntuoso edificio de sus comedias, y
no encuentre después autor que quiera ponérselas de anteojos al público de la
coronada villa.

JUSEPA: ¿Y cómo?

FIGUEROA: Es necesario además, que en lo que de hacer hayamos, encontremos motivo
para separarle por siempre de la Jerónima, y que si ya no sea él quien por sus
antiguas debilidades la huya, sea ella quien se aleje por las nuevas del poeta.

JUSEPA: No comprendo.

VILLAMEDIANA: (Aparte.) Justo que a más de doctor es diablo Figueroa, y hasta ya
pienso que pudiera tener algo de hembra.

FIGUEROA: Aquí tienes mesa, papel y tinta, que sirvieron en la comedia, y fueron
parte para la gloria de don Juan: sirvan ahora para su perdición. Siéntate y escribe.

JUSEPA: (Sentándose.) ¿A quién?

FIGUEROA: «A don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza.»

JUSEPA: ¿A él?

FIGUEROA: Sí.

JUSEPA: Ya está.

FIGUEROA: Prosigue. (Jusepa escribe.) «Dueño mío, te espero en la habitación que
amoroso preparaste para que pasáramos afortunada y feliz nuestra vida. Me he ido,
aprovechando la bulla del corral, merced al refresco preparado por el tonto de mi
marido, pues parece que de propósito ha dispuesto facilidades para nuestra fuga.»

JUSEPA: ¿Y para qué es esta carta? No comprendo.

FIGUEROA: Pues para que se la des a algún mancebo del corral, que no sepa leer por
supuesto, con encargo de que se la entregue a tu marido. Él creerá que por equívoco
se la dan y que ha descubierto un gran secreto. Gritará, lo sabrá la Jerónima, y
arrojarán al jorobeta; del corral el autor, y de su pecho tu rival. Firma.

VILLAMEDIANA: (Aparte.) ¡Si el ojo de la Providencia no viese estas maldades! Muéveme
a risa pensar que el conde de Villamediana está haciendo el papel de la Providencia.

JUSEPA: Ya está firmada.

FIGUEROA: Manda el billete y espérame en una litera, que al efecto está lista en la
callejuela. (Yéndose.) Voy.

ESCENA CUARTA

Figueroa, Villamediana.

VILLAMEDIANA: (Saliendo de la concha.) Ahora nos toca a nosotros, señor doctor.

FIGUEROA: ¡El conde de Villamediana!

VILLAMEDIANA: Silencio: mi nombre no debe sonar en corrales ni tablados. Pero ¿me
haríais la merced de cambiarme vuestra espada?

FIGUEROA: ¿Mi espada?

VILLAMEDIANA: Sí, doctor; vuestra espada. Creed que no perderéis en el cambio; que es
la mía riquísima hoja toledana de la fábrica de Tomás Avala. Mirad la marca de las
dos tes con sus puntos encima, que semejan cruces.

FIGUEROA: No comprendo vuestro capricho; pero quiero satisfaceros el gusto.

(Cambian las espadas y envainan.)

VILLAMEDIANA: Pues vais a saber, querido Figueroa, la razón de capricho tan singular.

FIGUEROA: Con curiosidad os escucho.

VILLAMEDIANA: Anda por las calles y plazas de Madrid, y éntrase por salones y
academias, un don Bellaco, que en lo presuntuoso le gana a Lope, en lo necio a
Montalbán, y en lo maldiciente a mí mismo. Se duda si es lacayo de alguaciles o
alguacil de lacayos; lo que sí sé deciros es que en estos momentos está de alguacil
alguacilado. Por razones que a vos no se os alcanzan por ahora, prometí azotarle con
vuestra espada, y no se librará, por Dios, el don Bellaco.

FIGUEROA: ¿Y quién es él? ¿Cómo se llama?

VILLAMEDIANA: ¿Pues ya no os lo tengo dicho? Llámase don Bellaco, y por mote le dicen
el doctor don Cristóbal Suárez de Figueroa.

FIGUEROA: ¡Señor conde!

VILLAMEDIANA: Calma, señor doctor, que aún no comienzo; y desde ahora tened advertido
que pienso zurraros de lo lindo.

FIGUEROA: ¡Pero es ésta, traición y villanía!

VILLAMEDIANA: No, mi querido don Bellaco: villanía es prender y conducir a la
Inquisición a una infeliz mujer de quien ningún mal habéis recibido; villanía ha sido
el deshonrarla ante su amante; villanía es el perder a la desgraciada Jusepa. Ésta, a
lo menos. merecido lo tiene, y por eso he dejado que escriba y envíe la carta que ha
de perderla. No me habléis, pues, de villanías, que a villano y bellaco no hay quien
pueda ganaros; y esto me mueve, a mí, conde de Villamediana, a cruzar mi acero con
vos, no para heriros como si fuerais caballero, sino para apalearos con vuestra
propia espada.

FIGUEROA: (Alzando la voz.) Necesito saber...

VILLAMEDIANA: No deis voces, que os tendré entonces por cobarde, pues los cobardes
sólo saben usar las maldicientes lenguas de sus malvadas bocas: los valientes callan,
y hablan con lenguas de acero. Vamos, pues, que se acerca gente, y ya tengo prisa de
escarmentaros.

FIGUEROA: Pero...

VILLAMEDIANA: Id delante, o como a murciélago os ensarto. (Sale Figueroa.) ¡Qué
trabajo cuesta hacer andar piernas miedosas!

ESCENA QUINTA

Morales y Jerónima, que sale apoyada en su brazo. Un criado después.

JERÓNIMA: (Sentándose.) No puedo andar. Si lo hubiera podido, no habríase visto saeta
más veloz que yo saliendo del corral. ¡Qué horas han pasado para mí, y cómo he
derramado lágrimas en el encierro de mi aposento, mientras duró la representación! ¡Y
yo sentí que el corazón se me saltaba del pecho, cuando al salir de mi prisión vi en
las esquinas grandísimos cartelones, en que con letras rojas de almagro decía: «
¡Juan Morales Medrano representa hoy la famosa comedia de don Juan Ruiz de Alarcón en
el Príncipe!» ¡Más me hubiese valido que las letras de su nombre se hubieran escrito
con la sangre de mis propias venas!

(Se oyen carcajadas dentro.)

Oídlos, Morales: en su loca algazara de mí se olvidan... ¡y yo siento morirme!
Mal hice en rendirle mi corazón, fortaleza de diamante, donde tenía su voluntad
cautiva en grillos de oro. Alarcón, ¿de qué te sirve la gloria, si es laurel
entrelazado con la ortiga de la ingratitud? Era el mirarle como alegría del cielo; y
no pudiendo reprimir el alborozo del alma enamorada, fiábalo al fuego de mis ojos y
al arrullo de mis besos. ¡Ingrato, que dio vida a mi ser para darme hoy la muerte!

DENTRO: ¡Vítor, don Juan de Alarcón, por su comedia famosa de La verdad sospechosa!

JERÓNIMA: Sacadme de aquí, Morales: sacadme, por la Virgen del Pilar.

MORALES: Voy a mandaros preparar una silla de manos, y a buscar a Jusepa, que
inquieto estoy de no verla.

UN CRIADO: (Entrando.) Me encargaron que entregase a vuesa merced este billete.

MORALES: ¿A mí?, ¿quién?

CRIADO: Una dama encubierta, que si se ha de juzgar por lo diminuto del pie, lo
torneado de la pierna que descubrió al entrar en la litera, y lo blando de la mano,
debe ser de perlas.

MORALES: (Abriendo la carta.) Veamos. (Se va el criado. Jerónima está cada vez más
decaída, y pierde poco a poco las fuerzas de la vida.)

MORALES: (Demudado.) ¡Cielo santo! ¡Y qué infamia me ha descubierto el error de ese
hombre!

JERÓNIMA: ¿Qué os sucede? (Se oyen nuevas carcajadas y gritos de alegría, oyéndose el
nombre de Alarcón.)

MORALES: ¡Reíd, festejadle, vitoreadle! ¡Mal pergeñado poeta, ladrón de mi honra!

JERÓNIMA: ¿Qué decís?

MORALES: Leed la carta que Jusepa le escribe. (Mientras sigue hablando Morales,
Jusepa lee la carta y hace una escena muda en que manifiesta su dolorosa situación.)
¿Dónde estará? ¡Daría mi vida por saberlo! ¡Fuérala a matar! La mataría al
encontrarla. ¡Sí, la mataré! ¿Os burláis, señores poetas, de los celos de Juan
Morales? Yo haré también mi comedia; ¡pero la mía terminará con sangre!

JERÓNIMA: (Después de una desgarradora aflicción, muestra en su semblante resignación
sublime.) Gracias, Dios del cielo. Si él me engaña, nada le debo, y todo el amor que
le tengo es como dádiva y merced que mi cariño pone a sus plantas.

MORALES: (Fuera de sí, con voz sombría y llevando la mano al puñal.) ¡Ah!, el cielo
me le envía. justicia me pide mi honra, ¡y tremenda justicia será hecha!

Morales se para observando, y Jerónima se levanta con dificultad, pero con la
violencia de la inquietud.

ESCENA SEXTA

Jerónima, Morales, Alarcón. Alarcón atraviesa por el fondo, embozado en su capa y sin
mirar. Morales se lanza sobre él puñal en mano. Jerónima se precipita y le detiene.

MORALES: ¿No ves que te engaña?

JERÓNIMA: ¿No sabéis que le amo?

Alarcón se ha vuelto, descubriéndose. Morales deja caer el puñal. Jerónima no puede
sostenerse en pie y se apoya en Morales.

ALARCÓN: ¡Jerónima! ¡Morales! ¿Porqué empuñabas el acero traidor? ¿Por qué tiemblas
al mirarme?

MORALES: Os quería matar... ¿Qué digo, os quería?...Lo quiero... Jerónima me
detuvo... ¡Mal hayan los pechos enamorados que no saben de venganzas!

ALARCÓN: (Acercándose a Jerónima, que ha ido a apoyarse en la mesa.) Te he dado la
muerte, ¿y con la vida me pagas?

JERÓNIMA: (Con severidad, dándole la carta que toma de la mesa.) Leed, don Juan.
(Éste la toma y lee.)

MORALES: ¡Sí, leed y decidme entonces si no es mía toda vuestra sangre! ¡Decidme si
con Jusepa no ibais a reuniros!

ALARCÓN: (Con tranquilidad.) Huyendo del bullicio, pues estoy más para lágrimas que
para risas, me retiraba a mi solitaria vivienda; y ni entiendo este billete, ni jamás
de amores hablé con Jusepa. Huéleme a traición tu carta, pobre Morales.

JERÓNIMA: (Irguiéndose.) Más me huelen a traición vuestras palabras. Fácil es decirle
amores a un corazón desamorado, y ya muerto por la pena. Fácil es decirle a un alma:
revive y ama. Y el alma resucita a una vida nueva, y parece que nace sin haber vivido
jamás, y es pura, sí, pura como los ángeles del cielo; y como es niña otra vez, otra
vez es confiada y se entrega, y otra vez la engañan ¡y la matan!

ALARCÓN: Pero tu falta...

JERÓNIMA: Poetas, que no sabéis mirar más que el cuerpo, que no conocéis el amor del
alma, que sois como los gusanos que dejan escapar el espíritu para alimentarse de la
podredumbre del cadáver, ¡por Dios, no os llaméis poetas: llamaos hombres! ¡No es de
vosotros la divinidad! (Se siente desfallecer; Alarcón va a sostenerla; ella se
yergue, se adelanta a la silla y le dice.) ¡No! (Cae en la silla, y Alarcón a sus
pies de rodillas.)

ALARCÓN: ¡Jerónima!

JERÓNIMA: Así... ¡la calumnia a los pies del martirio! (Morales, cruzado de brazos,
los contempla sombrío.)

ALARCÓN: ¡Una palabra, Jerónima: dime una sola palabra!

JERÓNIMA: (Fuera de sí, y abrazándole el cuello.) ¡Te amo!

ESCENA SÉPTIMA

Dichos, Jusepa dentro, después Villamediana.

MORALES: (Ve hacia los bastidores de la derecha.) ¡Ella! ¡Jusepa!

Precipitadamente se baja, alza el puñal y con rostro iracundo, se dirige adentro. Por
los bastidores de la derecha se oyen carcajadas de alegría y aplausos.

JUSEPA: (Dentro.) ¡Perdón!

MORALES: (Dentro.) ¡Miserable!

JUSEPA: (Dentro.) ¡Ay! (Lanza un grito de muerte.)

Alarcón se levanta violentamente. Jerónima observa con espanto. Morales sale sin el
puñal, lívido, con el rostro desencajado y erizado el cabello.

ALARCÓN: ¿Qué has hecho?

MORALES: Me he vengado.

JERÓNIMA: ¡Infeliz Jusepa!

VILLAMEDIANA: (Entrando con una espada en el cinto y otra desenvainada en la mano, y
el rostro cubierto con antifaz.) He llegado tarde.

MORALES: (Avanza a él y le dice con voz sombría:) ¿Quién sois?

VILLAMEDIANA: (Aparte a Morales.) Soy Villamediana. Silencio. Que no sepan my nombre.
(Alto.) Testigo fui de la infamia que Jusepa y su amante tramaron para perderos, don
Juan. El amante, por envidia; Jusepa, por celos. Ardiendo en ira, y dejando lo de la
carta para después, pues creía tener tiempo de llegar a punto de aclarar todo,
cuidéme de castigar antes al amante. Cambiamos espadas, y a la luz del farol que
alumbra al Ecce Homo, comencé por arrancarle de las manos la mía, que huyó de ellas
veloz, por no tener costumbre de ser empuñada por villanos; y después con la suya le
di de palos hasta ponerle más Ecce Homo que el alumbrado por el farol. Corro entonces
en busca de Jusepa, que cansada tal vez de esperar, volvió en busca de su amante.

MORALES: Y encontró al marido vengador. Señor, decidme el nombre de ese infame.

VILLAMEDIANA: Sabes que no soy hombre de delatar a nadie, ¡jamás te lo diré! Guarda
su espada, que te la dono, por ser propia para algún cobarde deslenguado, que tenga
que hacer en entremés o comedia el bufón de tu farsa.

MORALES: (Tomando la espada.) ¡Señor, decidme quién es!

VILLAMEDIANA: Te he dicho que no.

MORALES: (Yéndose por la derecha.) Yo lo sabré.

ESCENA OCTAVA

Jerónima, Alarcón, Villamediana, después los poetas Y los comediantes.

ALARCÓN: Gracias, señor; me habéis justificado.

JERÓNIMA: Ya mi amor lo había hecho: pero siempre lo agradezco a este caballero.

ALARCÓN: ¿Me podrá decir el de Santiago su nombre?

VILLAMEDIANA: En ocultarle tengo empeño. Disfrazado de Alcorcón he tenido la honra de
apuntar vuestra comedia.

JERÓNIMA: ¡Ah!, ¿sois vos? Noble debéis de ser, pues noble es vuestra alma.

VILLAMEDIANA: Jamás me descubriré. Al portalón hay una litera en que podéis iros. Yo
quedo aquí al cuidado de que entierren a la infeliz Jusepa, y de que no prendan al
celoso Morales.

JERÓNIMA: ¡Oh!, gracias, gracias. (Levantándose.) Vamos, mi don Juan: ya no nos
separaremos nunca. (Quiere andar, no puede, y vuelve a caer en el sillón.) Se nubla
mi vista... Se me oprime el corazón... Don Juan, siento morirme...

ALARCÓN: Jerónima, no te acobardes... Apóyate en mi brazo.

JERÓNIMA: (Levantándose y apoyándose.) Sí, vamos... la dicha, una felicidad infinita,
eterna, nos espera. Vamos. (Cayendo en el sillón, dice desesperada:) ¡Pero si no
puedo!

VILLAMEDIANA: (Acercándose.) Lívida está su faz. Alarcón, esto es la muerte.

ALARCÓN: (Con angustia.) ¡Esto es que la he matado!

JERÓNIMA: (Tendiéndole la mano.) Mi don Juan, no te alejes... quiero verte a mi
lado... mirar tus ojos... sentir tu aliento... así... así...

Alarcón se ha arrodillado, y le toma Jerónima la cara con las manos.

VILLAMEDIANA: (Aparte.) ¡Misterios del destino! Encuentra el amor el primer rayo de
felicidad, luchando y apagándose entre las sombras de la muerte.

ALARCÓN: Alienta, mi Jerónima: inefable fortuna nos espera.

JERÓNIMA: Me siento ya sin vida. (Se oyen carcajadas dentro.)

VILLAMEDIANA: (Indignándose al oírlas.) ¡Oh!

JERÓNIMA: (Comenzando a delirar.) Estaba a oscuras... y va miro la luz... Sí... allí
veo a mi don Juan, coronado de gloria y de laureles... ¡a don Juan Ruiz de Alarcón y
Mendoza!... Bátenle palmas en el corral los mosqueteros... Las damas con sus pañuelos
desde sus aposentos le saludan... (Se va levantando, sostenido por Alarcón.) Los
poetas le traen coronas de laurel... muchas... muchas coronas... Y él... para que yo
repose... me forma blando lecho con los lauros de su gloria...

VILLAMEDIANA: Valor, don Juan: es el dolor temple de almas grandes.

JERÓNIMA: ¡Cuánta luz!... ¡Cuánta luz!... Es el templo de la inmortalidad... Son sus
columnas... no de mármol... sino de estrellas... Es su cúpula... no de bronce... sino
de soles... En su frente... hay inscripción grandiosa... escrita con rayos de luna...
que dice... «Al autor de La verdad sospechosa... admirados.... dos... mun... dos...»

Cae muerta en brazos de Alarcón que se arrodilla. Entran los poetas y los
comediantes.

BARBEDILLO: ¿Dónde está don Talegas, que nos ha abandonado?

CLARAMONTE: ¿Qué es de Corcovilla?

QUEVEDO: ¿En dónde se es esconde don Juan?

MONTALBÁN: Jorobeta.

Todos, al observar lo que pasa, se detienen asombrados.

VILLAMEDIANA: (Descubriéndose.) Señores: allí yace Jusepa, muerta a puñaladas por su
celoso marido; aquí acaba de expirar, de enfermedad de amores, la famosa comedianta
Jerónima de Burgos, en los brazos del inmortal autor de La verdad sospechosa. (Todos
se descubren.)