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         Mañana de Tribunales
         de Vicente Battista
          
         
            Qué cara de infeliz,
        pensó aún dormido y pensó que no era muy original en sus juicios ya
        que todas las mañanas a esa misma hora y frente a ese mismo espejo
        pensaba lo mismo. Luego mojarse la cara, que ya no era tan de infeliz,
        afeitarse, y juzgarla otra vez. Mágicamente había dejado de ser de
        "infeliz" para convertirse en el triunfante rostro de Barragán,
        del señor Barragán, del hábil Barragán, del necesario Barragán, del
        estúpido Barragán que había dejado hervir el café y paciencia habrá
        que tomarlo así: hervido, aunque no le guste. Un segundo de indecisión:
        ¿de traje o de sport? mejor de sport: saco de tweed y pantalón gris.
        Repetirse que primero el pantalón y luego los zapatos y maniobrar el
        pie para no arrugar los pantalones pero no sacarse los zapatos. Una rápida
        mirada al departamento: todas las luces apagadas. Salir. Día de sol.
        Saludar al portero con una sonrisa. Caminar hacia el garaje. Detener la
        marcha: hoy no en coche, ha decidido ir a pie, casi como paseando. ¿Y
        la entrevista con la gente de Tartaria? Sonrie muy para él: es
        una linda mañana y quién le impide caminar hacia el lado de Plaza
        Francia. De paso pensar un poco en los contratos de Tartaria. No
        perdonarse el error cometido. Sentarse en un banco para pensar de nuevo
        en el error, sacar un lápiz dispuesto a hacer los cálculos del caso y
        de golpe medir la distancia con el lápiz, como cuando dibujaba. Pensar
        en la maldita cláusula que omitió en el contrato de Tartaria
        que la pintura la abandonó hace tiempo. Sonríe otra vez: apenas
        dibujante de publicidad, no exageremos, curso por correspondencia que
        garantizaba un brillante futuro: en un cuadrito el triunfador frente a
        su mesa de trabajo, de camisa sport y despeinado, observaba feliz su
        obra casi terminada; tenía un vaso de whisky en la mano. En el otro
        cuadrito de nuevo el triunfador, ahora vestido de noche, en una
        distinguida reunión, también con el vaso de whisky en la mano y
        rodeado de tres bellas muchachas que lo escuchaban con admiracion.
        "Un trabajo independiente, lleno de futuro." Y mandé cupón.
        Y mandó cupón. Se rió. Había sido fácil terminar el curso. Nunca
        hubo mesa de trabajo o vaso de whisky o reuniones distinguidas o tres
        muchachas que lo escucharan admiradas. Nunca como dibujante, claro. Que
        si bien muchachas no abundan, hay y habrá muchísimas reuniones
        distinguidas y muchísimos litros de whisky. Si lo requiere la empresa
        y, no olvidemos, Barragán es una figura clave en la empresa, clave
        aunque omita el inciso "B" de la cláusula quinta del contrato
        con Tartaria. Entonces por qué pensar en su frustrado (¿frustrado?)
        porvenir de dibujante y por qué Plaza Francia si la propuesta era
        caminar como si fuera domingo, sin apuro, no hay nada importante que
        hacer y uno es chico y llega hasta la Torre de los Ingleses y le
        pregunta a papá, que está al lado de uno, cómo diablos hacen para
        darle al reloj, allá arriba, y papá explica y lo lleva a uno, sin
        apuro, hasta allá arriba y desde allí todo es diferente: de un lado un
        rompecabezas de vías y trenes que llegan o se van, las vías también
        parecen llegar o irse; del otro lado los juegos del Parque Retiro. Ya no
        estaba. Habian construído el Sheraton Hotel. El progreso, piensa, y
        cruza la plaza buscando una librería. Compra papel y sobre. Ahora a una
        confitería pues, si omitimos el café hervido que tomó en su casa,
        todavía no ha desayunado. Y dos medialunas y un té y antes de escribir
        la carta entretenerse haciendo algunos dibujitos como en sus buenos
        tiempos, cuando soñaba con ser un triunfador del mañana. Por fin la
        carta y después carta y dibujos al bolsillo del saco. Las medialunas
        ricas, el té malo, pagar y caminar hasta el edificio de Tribunales que
        eso estaba decidido desde hacía bastante rato y no hay por qué
        demorarse más. Un nuevo interrogante en la esquina de Leandro Alem y Córdoba:
        ¿Seguir por Alem o subir por 25 de Mayo? Le gusta 25 de Mayo, por ahí
        una noche él y Jorge, adolescentes y curiosos, con alguna plata en el
        bolsillo, él y Jorge dueños del mundo y las coperas como esperándolos
        a él y a Jorge que lo fue a ver el otro día, seguramente después de
        pedir entrevista porque al señor Barragán hay que solicitarle
        entrevista, habrá explicado su eficiente secretaria y en la agenda anotó
        fecha y hora y anotó Jorge y entre paréntesis anotó "amigo"
        y "amigo" quedaba como el nombre de una empresa comercial que
        le pedía una cita al importante Barragán que se recuerda sonriendo de
        todo eso, que se recuerda abrazando a Jorge, que cuánto tiempo, que te
        acordás de aquella época, la pobre Estela, quién lo iba a decir, que
        en qué andás, pero che lo bien que se te ve. Y era mentira, por la
        ropa nomás se notaba que Jorge no andaba bien, por la ropa y esa cara
        de no entender nada, de encontrar a su amigo el dibujante, ahí metido,
        en semejante despacho, viste che, y con tantos teléfonos y hasta una
        pantalla de televisión, circuito cerrado para controlar la producción
        sin moverse del escritorio, explicó y la hizo funcionar para asombro de
        Jorge que preguntó si no se aburría de todo eso y con la mano fue
        haciendo un gesto y "todo eso" de golpe se extendió más allá
        de la oficina y la fábrica. "No hay tiempo de aburrirse", le
        explicó. Y efectivamente no había tiempo, que casi no queda para
        seguir atendiéndolo y mira llamame o te llamo, que ahora tengo que
        resolver el problema de unos contratos, una metida de pata mía, dijo
        sonriendo y ya no recuerda a qué había ido su amigo pero recuerda que
        rompió el papel en donde le había anotado su dirección, que ni
        tarjeta tenía. Y dónde andará ahora, que hoy podrían encontrarse, en
        La Taza de Oro, por ejemplo. Aunque esa confitería no es Jorge
        sino Noemí: feo nombre recuerda y también recuerda que con su nombre
        dibujó una cabaña y eso a ella le gustaba y él le habló de su
        soledad y eso le gusta a todas las mujeres y por un tiempo Noemí fue
        maravillosa e irreemplazable y sonetos con Noemí y planes con Noemí y
        otro montón de cosas y la alegría de que alguien otra vez lo llamara
        Enrique. Y el propio presidente del directorio le hizo la advertencia:
        amigo Barragán ( que para reprenderlo le decía "amigo") cómo
        pudo cometer semejante error con Tartaria, ahora no podremos
        retroceder, veremos cómo salir del paso y ya en confianza hablaron del
        alto cargo que él ocupaba y de los ojos de la empresa que estaban
        puestos en él y desde ese cargo usted entienda, no se pueden mantener
        relaciones por lo menos relaciones tan evidentes agregó sonrisita
        burlona con una empleada de la casa. Usted me entiende Barragán. Y
        claro que entiende, como los muñequitos; ante nosotros el maravilloso
        Carlitos que obedece a todo lo que se ordena. En aquel costado el que le
        da órdenes a Carlitos. En este otro, disimulado entre la gente, el que
        mueve los hilos para que Carlitos cumpla y por fin, en el centro: ¡Barragán!
        Salude Barragán Baile Barragan Hágase el muerto Barragán Salte Barragán
        Entienda Barragán. Quien no entendió fue Noemí. Decisión de "Sistemas"
        y "Sistemas" comunica al "Personal" y
        "Personal" resuelve. Nada podía hacer ¿acaso desautorizar a
        "Sistemas" y a "Personal"? Imposible, por las
        sospechas, ¿sabés? Pero que no se preocupe, que él iba a conseguir
        algo digno de ella, mucho mejor de lo que tenía hasta ahora, que después
        del viaje a Paraguay, sorpresivo, vos sabés cómo es esto, apenas unos
        días, trabajo mal pensada trabajo, después del viaje hablarían de eso.
        Y por tres veces se negó luego del viaje que no hizo. No llamó más,
        supo comprender, después de todo. Los de Tartaria no iban a
        comprender. Miró la hora y se divirtió imaginando los gestos de tan
        altas autoridades. Y sus preguntas. Y sus gestos y sus preguntas después,
        cuando ni su secretaria pueda explicar semejante decisión. Su eficiente
        secretaria que todavía logra justificar la demora con una sonrisa, que
        aunque no es normal que el señor Barragán se retrase hoy quizá tropezó
        con algún inconveniente y las tres caras de las tres altas
        personalidades aprobando en silencio sin imaginar que el inconveniente
        puede ser llegarse hasta Tribunales y antes desayunar en una confitería
        de Retiro y ahí mismo, después de hacer unos dibujitos, escribir una
        carta en la que se explica todo, incluso lo del contrato, para que la
        decisión no sorprenda a nadie. Guardar carta y dibujos en uno de sus
        bolsillos y comprobar que todavía están, en el preciso momento que
        entra a Tribunales y es recibido por un montón de caras que no le dicen
        absolutamente nada, cuerpos que van y vienen igual que las vías de
        Retiro vistas desde lo alto de la Torre de los Ingleses, pero sin el
        colorido ni la grandeza de las vías; una muchedumbre gris, impersonal y
        torpe. Caminar hacia la escalera de Tucumán, dudar unos segundos, después
        subir. Con Susana a quien nunca quiso y ella tampoco a él, qué
        necesidad había de mentirse y menos en ese momento: los dos estaban
        solos y la gente cuando está sola necesita quererse, tiene que quererse
        para no terminar como él: subiendo por las escaleras de Tribunales y
        pensando otra vez en Jorge que realmente fue su amigo y quizá ahora esté
        entre ese montón de gente que se veía desde el cuarto piso, sólo las
        cabezas, diferentes unas de otras, igual que las impresiones digitales,
        gran invento argentino que sirve para demostrar que todos somos
        distintos, que aunque resultemos parecidos cada uno tiene su propia y
        pequeña individualidad que le permite hacer lo que se le da la gana:
        confesar todo en una carta y dejar esperando a tipos importantísimos
        que por mucho que imaginen no podrán imaginar que el señor Barragán,
        el hábil Barragán, ahora esté subiendo del cuarto al quinto piso sin
        que le importe un comino la "empresa líder en su tipo".
        Recortó el aviso y mandó sus datos. Y tiene todo un futuro por delante,
        fundamentalmente gente joven, y éste será su despacho y dejemos esos
        ridículos dibujos que gracias a esa labor que hoy comenzaba él estaría
        por fin con la camisa sport y el vaso de whisky en la mano, igual que en
        el aviso: rodeado de bellas muchachas o solo con Susana que después de
        todo había sido su esposa aunque en ese momento era únicamente el rótulo
        de una carpeta "Gorriti de Barragán, Susana contra Barragán,
        Enrique Alberto, sobre divorcio", archivada unos pisos más abajo
        como para darle la razón a papá: que no era mujer para él, dijo papá
        pero papá llegaba tarde y muchas veces borracho y había que acostarlo,
        meterlo en la cama como si fuera un chico a pesar de que el chico era él,
        que hacía lindos dibujos y se los mostraba a su prima de la infancia
        que también se llamaba Susana y que estuvo con él cuando mamá se fue
        para siempre y papá que todavía no llegaba tarde ni se emborrachaba le
        decía que había que ser muy fuerte, que tenía que ser hombrecito y ya
        mamá no estaba pero tampoco estaba Susana y no estaba su promisorio
        futuro en la empresa, tampoco estaba Noemí pero él ya estaba en el
        sexto piso, casi feliz de haber logrado subir. Aún indeciso se acercó
        al borde del balcón-terraza, la misma indecisión de aquella otra mañana
        cuando lo acercaron hasta otro borde y alguien lo tomaba de la cintura y
        lo alzaba, para que le des el último beso. Aquella vez papá decía que
        había que ser muy hombrecito, la gente estaba al lado de uno y así era
        mucho más fácil. Ahora, desde el sexto piso, a la gente se la veía
        muy lejos, allá abajo, toda mezclada, como muchas impresiones digitales
        juntas, unas sobre otras y entonces se hace difícil saltar, sin nadie
        que lo alce tomándolo de la cintura. Puso las manos en los bolsillos:
        descubrió la carta y los dibujos. Rompió todo en pedacitos y los fue
        tirando por el borde, como papel picado de carnaval. Miró hacia ambos
        lados, temeroso de que alguien descubriera su travesura, y retrocedió
        del borde; asustado. Caminó rápido hasta los ascensores. En la planta
        baja suspiró tranquilo, después consultó la hora: habría que pensar
        una buena excusa para la gente de Tartaria. Activo otra vez, salió
        de Tribunales imaginando una historia que pudiera justificar esa mañana
        perdida.
        
  
        del libro " Esta noche, reunión en casa",
        de Vicente Battista. © 1972 Centro Editor de América Latina. 
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