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Infanticida

Francisco Dicenta



 

 

- I -

Los Méndez-Urda componen ejemplar familia. De modelo sirven á los buenosvecinos y aun á los malosque doña Torcuatala del ochomadre de la picospardos Juanitadicecuando ve por su frente al hijo mayor de los Urda:

- Como éste quisiéralo para mi niña y no el granujón de Melquiades quesobre mantenerse con las ganancias de ellame la pone á parir en cuanto se leenciende el humor.

El jefe de los Méndez-Urda es alto funcionarioya retirado del oficinescotrajíncon buena cesantíauna sarta de cruces y su miaja de cupón á cortar.Nadie le gana en puntos de honra y en no sufrir mácula en la suya y en lasajenas. Respetos socialesdeberes religiososleyes humanas y divinastienenen D. Antonio fiel custodio é inquebrantable paladín. Antes pasará por ruedade tortura ó por corbatín de garrote que por acción contraria á lascostumbresusosprejuicios y ortodoxias en que sus padres le educaron.

Ha por compañera de tálamo á una cincuentona señoracasi ciega de ojos yciegasin caside intelecto. Reparte ella sus díaspor mitadentre lacasera obligación y los deberes quemuy á su gusto le imponenmisasrogativasconfesorio y novenas. En los quehaceres de la casa ayudan á doñaBibiana tres criados; en los de su beateríael confesorDios y una ristra desantos que vuelven Congreso celestial la alcoba de la vieja. Teníalos antes enun gabinetito á la alcoba contiguo. Al cumplir los cincuentaen la alcobainstaló á sus imágenessegura de no molestarlas ni ofenderlas con supróxima vecindad.

Frutos hubo este matrimonio en número de cinco: tres varones y dos mujeres.

El mayor de aquellos entrócasi niño aúná hacer méritos en la oficinade su padre.

Muchos y rápidos debieron ser los méritos porque ascendió como la espuma.Mientras ascendíaaprendió dos idiomasun algo de contabilidadotro algo deexpedientes y un todo del arte adulador con que se conquista á personajes yministros. Hoyá los treinta y seis de edadocupa el destino de que su padrecobra aún la cesantía y de que su madre seguirá cobrando la viudedad alfallecimiento de Méndez-Urda si la muerte no lo remediallevándose á lamujer antes que al marido.

El hijo segundo es fraile en tierra de misiones; el menor ciñe espadaporél bravamente esgrimida cuando el caso justo ó injusto lo requiere. El cumplesu deber militar yendo donde le mandan. No discute de justicias y de injusticias;la disciplina se lo veda.

De las dos hijasunala menos jovenvive fuera del paterno solarcasadacon cierto ricachóncacique máximo en un castellano distrito. Algunastemporadas viene con sus padres á Madrid. No son ellas muy largas; hecha átriunfar de reina en su pueblono le gusta pasear la corte de súbdita.

Hortensiala hija menorel último vástago de los Méndez-Urdaesencantadora; cumplió los diez y ocho añosy desde los quince trae cautivo elmirar codicioso de los varones y el mirar celoso de las hembras.

Altarubiaesbelta sin llegar á la delgadeztiene en sus andaresgentileza; melancolías de leyenda en el azul de sus grandes ojos;transparencias provocativas en los ventanillos de su griega nariz; ansias deamor en los bermejos labios; en la sonrisaluz; en el tallelanguidecesrománticas. Sus pies son breves; sus manosde puntiagudo remate. Cuando peinala cabellera y sube ésta retorcida desde la nucaparece un casco de oro; sicae deshecha por la espaldauna lluvia de sol.

Educa fuécomo sus restantes hermanosen los principios más severos.Durante su internado con las monjas del Sagrado Corazón de Jesús sólo buenosejemplos hubo ó debió de haber á lo menos.

De su hogar no vale decir; los tertullos eran escogidospasados por tamiz.Nadie entraba en casa de los Urda que no llevase «marchamos» de honorabilidad.El círculo de sus relaciones también pertenecía á lo más honesto y remiradode Madrid.

No hubiera temor de que en tal círculo topara la joven con mal ejemplo ócon amistad perniciosa

No entraban por la vivienda libros de esos cuyos autoresá titulo deapóstolesde voceros de un mejor mundosiembran en las conciencias larebeldía ó la impudicicia.

Si asistía Hortensia al teatrohacíalo para ver funciones previamenteconsultadas y autorizadas por el confesor de su madre.

Al paseo iba acompañaba de doña Bibiana ó de respetables y seguraspersonas. Como en vitrina se conservaba aquella virgen aguardando su horaesdecirla hora en que la divina voluntad y el buen consejo de sus padres laesposaran con un hombre de bien.

¡Ah! ¡Los Méndez-Urda! Celosos eran como nadie del honor de sus hembras.

Siempre recordaba Hortensiaá este propósito una conversación de suspadreshermanos y hermana Conchaconversación sorprendida por la doncella porentre los pliegues de un cortinajedonde se paró á oír en un impulso decuriosidad inconsciente.

Hablábase de Julia Fuertesantigua compañera de Hortensia en el Corazónde Jesús.

- Julia - llevaba la voz doña Biblana -aquella huérfana confiada á latutela de una parienta añosase enamoró de un hombre y se dió á élconfiada en sus engallosos prometimientos. Quedó en cinta; el sujeto laabandonóy ella... Ella -aquí subía de tono y acusaba aires de sorpresa lavoz de la dama-ellaá cuenta de avergonzarsede esconder su faltaaguardóel momento del parto. Al advenir éstetoda la vecindad lo supo. Pasada laconvalecenciaJulia se plantificó «en la del Rey»con el muñeco en brazospaseándoselo por las narices á la gente. ¡Ahla poca vergüenza! Maloimperdonable era hacerse manceba de un hombrepero la exhibición del hijo dela prueba de su deshonraacrecía el crimen. ¡Al menos ocultarlo! ¡No perderdel todo el pudor!... Pues qué¿no hay Inclusas? Y sin Inclusas¿no puededarse la criatura á criar en un pueblo? ¿No se puede y se debe esconder lafalta bajo siete estados de tierra? ¡La muy perdida!... Andaba por las callesarrogantealta la cabezacon el rorro en muestraostentándolo como untrofeo... Por supuestoque todas sus amistades le volvían la espalda.

- No faltaba sino que fuéramos á ella con los brazos tendidos - exclamóConchahaciendo un mohín de asco -. No podía parar en bien. El marido de latía de Juliasu difunto tutorera un renuevamundosun ateo. Con tal maestroy con tal maestra - la tutora es por el estilo -¿qué habla de ocurrir? loque ocurre. Otra perdis por esas calles y otra inquilina más para la calderadel diablo.

- Menos mal que es rica - añadió el mayor de los Urda -. A noprontodaría el salto.

- ¡Qué dolor para esa familia! -interrumpió el padrecubriéndose con lasmanos la cara-. Líbrenos la suerte de una desgracia así. Afortunadamentenosotros somos de otra hechura. En hipótesis hablopero si en mi casaocurrierame moriría de vergüenza.

- Yo - gritó el militar - no me moriría. Mataría al seductor como primeraprovidencia; y á ella también. ¡Quién nos mancha la honra que lo pague en elcementerio!

El hermano fraile - de paso entonces por Madrid- murmuró:

- ¡La carnela maldita carne es culpable de todo! Grave la falta de esapecadora; pero el escándalo que ofrece todavía es más grave. La hipocresíaes á veces virtud. Dios la ampare y nos libre de tentaciones.

- Hortensia se alejó de puntillascon las lágrimas en los ojos.

- ¡Pobre Julia! ¡Pobre compañera suya de infancia y mocedad! Ya novolverían á hablarse. Como si hubiera muerto. ¡Tan buenatan noble como fuécon todas sus compañeras del Sagrado...! Y Hortensia lloraba á su amigaenterrada por y para los Urdaen el diálogo familiar.

- II -

Entre las personas que con mayor intimidad recibían en su domicilio los Urdacontábase D. Juan Crisóstomo del Vallemarqués de Pedrañera. Era hombre yamadurode cuarenta cumplidospero aún daba planta de galán y llamaba laatención de las hembrasno obstante las canas que salpicaban sus cabelloscastaños y las arruguillas que araban su rostrodescarándose con más hondosurco en el ángulo de los párpados y en la piel de la frente.

Ayudaban al marqués en esta prolongación de su juventudá más del cuerpoerguido y mocerilde la apostura prócer y del bien cuidado trajeounos ojosclaros que de veinte años parecíanun bigote á la borgoñona rizadoy unasonrisaabierta por bajo del bigote para descubrir la completa y blanquísimadentadura.

Fué el padre de D. Juan Crisóstomopersonaje influyente en la políticaespañolaquien ayudó á Antonio MéndezUrda en sus gateos burocráticos.Dicho se está que el hijo gozabapor los favores de su padre y por los quehizo personalmentegran respeto en la casa. A másy de algunos meses áentoncesel respeto se había afirmado merced á una simpatía dolorosaá unaadmirativa compasión que las desgracias del marqués provocaban entre susamigos y hasta en quienessin conocerlesabían el dramático lance.

Dió éste mucho ruido.

La marquesa de Pedrañerahermosa y arrogante mujer de treinta añosenquien hasta entonces no pudo la murmuración incar dientefué sorprendida porsu esposo en brazos de un amante.

Era éste un artista de famaen pleno disfrute de su juventud y su gloria.Alma generosaabierta de par en par á la belleza y al amorfrecuentaba eldomicilio de los aristócratas desde que pintó para la marquesa un retratoquevalió al joven en la Exposición de pinturas primera medalla. Grandementeayudó el modelo á su triunfo.

Sobre el fondo rojo del lienzo destacaba la hermosa mujer como evocaciónmahometanacon su cabellera de azabachecon sus negros ojos sombríoscon sucorta y sensual narizcon sus labios rojosdonde sonreía la bondad y temblabael beso. Desnuda la gargantaflexionaba dulcemente hacia atrás descubriendolas morbideces de la carne morena; el alto seno parecía temblar á los embitesdel suspiro; el cuerpo se rendía contra un diván persa; triunfaban los brazospor las anchurosas mangas de la bata de encaje; cruzábanse las manos sobre lasrodillas y los ojoslos negros ojos de sultana se perdían tristessofiadoresen pos de un algo que allá lejosmuy lejosen los espacios del ensueñodebía flotar imprecisoesbozadoaguardando la hora de volverse realidad.

Fué un gran éxito la exposición de aquel retrato; mayor el logradosinpretenderlosin quererlopor el artista en el alma de la marquesa. Amor lesempujóy una tardeuna nochefueron uno del otro y acaso en tal hora hízoserealidad el ensueño que los negros ojos de sultana perseguían soñadores ytristes en las lejanías del retrato.

La marquesa lo olvidó todosu rango; su virtudhasta aquel puntoinaccesiblesus hijostres ángelesel menor de los cuales aún balbuceabatorpemente el habla de los hombrespor este nuevo amor.

Decían las personas bondadosas ó fáciles en disculpar pasionesque lamarquesa de Pedrañera venía siendo años y años víctima de D. JuanCrisóstomo; que este D. Juan Crisóstomono obstante sus caballerosasaparienciassu correcto vivirsu cédula social intachableera un mal sujetoun canallaque trataba á su esposa en esclava y desamparaba á ella y á sushijosdilapidando su fortunaultrajando la dignidad de la madre y la esposahaciéndola su víctima y encubriendo su infamia con habilidades hipócritas.

Murmuraciones eran sin prueba plena; tal vez disculpas improvisadas enbeneficio de la dama quecreyendo á sus defensoresharta de abandonos yultrajesnecesitada de airear su corazón con un afecto noblese habíaentregado al artista. Lo cierto es que el marqués sorprendió á los adúlterosy que en el trance se condujo como cumplido caballero.

Con la hembracon el ser débil é indefensoni un ademán brusconi unaviolenta frase. Un gesto lleno de altanería y un «para siempre» dicho en bajavoz con aristocrática frialdad. Al artista una inclinación de cabezay esteanuncio hecho con toda cortesía:

- Dentro de una hora recibirá usted á mis padrinos. Excusado me pareceentre nosotrosañadir que el duelo será á muerte. Uno de los dos sobra. Asus órdenes.

Supo la marquesa que su marido - suprema bondadsegún unossegún otrosmanera hábil de quitarse de encima estorbos - la dejaba los hijos á condiciónde que viviera en perpetuo retiroen los picos de la montaña donde asentaba elsolar nobiliario. Nada de jueces y divorcios. Ello era de mal tono. Separaciónamistosapero de por vida.

El duelo se verificó en duras condiciones: á espada. Era D. JuanCrisóstomo sobresaliente esgrimidor y en el tercer encuentro agujereó con suacero aquel gran corazón de artista. El matador recibió también una herida.Sin aguardar á que la curaran partióse de Madrid. A ella regresó iba paraunos meses y en ella hacía retirado vivirmostrándose poco á las gentes yponiendo en sus ojos y en su sonrisacuando con las gentes hablabauna dulcetristezauna grave resignación que daban realce á su aventura.

Las mujeres decían de él: «Es un hombre ideal»; los hombres: «Es unperfecto caballero»y el perfecto caballeroel hombre ideal triunfaba en lacorte como una resurrección de los andantes paladinesmientras su esposarecluida en la casona montañesavivía para sus hijos y para: la memoria delpintor muerto á golpe de hierro por el brazo experto del marqués.

Fué ésteapenas regresado á Madrid en visita á casa de los Méndez-Urda.Recibiéronle con extremos grandessin hacerpor expresa prohibición delpróceralusiones á lo pasado. El quería olvidarloenterrarlo y que leayudaran al sepelio aquellos excelentes amigos.

¡El pasado!.. Al acudir este nombre á los labios de D. Juan Crisóstomodesaparecía de ellos la melancólica sonrisalos ojos se nublaban; un gransuspiro alzaba su pecho y el cuerpo se desplomaba aplastado por las pesadumbresdel dolor y. de la vergüenza.

Acompanábanle en su pena las oraciones de dona Biblanalos consejos yseguridades amistosas de D. Antoniolos viriles apretones de manos del Urdamilitar las efectuosas adulaciones del Urda burocrático.

Hortensiacalladarecoletaponía sus hermosos ojos azules en aquel granseñor tan cruelmente tratado por la suertetan sin razón herido en su almapor una mala mujer que debiera haberle adorado.

- ¿Qué mayor felicidad podíaapetecer la marquesa de Pedrañera? Porcaminos derechos se la había otorgado el cielo en aquél varónque reunía ásu-riquezaá su rangoá súber claras lucespresencia gallardatratoexquisito y bravo corazón.

La marquesade quien abominaba todo el mundo en la casa y fuera de. la casatambiénno tenía para Hortensia disculpa. Menos la encontraba en el resto dela familia. Por satisfacer una liviandad había manchado su honraentenebrecidoel porvenir de sus criaturas y roto la existencia de un hombre sin tacha. Ya lopaga:ría. No en balde se quebrantan leyes sociales y morales. Abandonada de suesposodescalificada por las personas de honradezcon el querido muerto y conla juventud á punto de finaracaso pronto á sus -hijos se encargarían deponer rúbrica á la sentencia. En la tierra no encontraría indulto. Diéraseloen el cielo Dios que es misericordia suprema.

De ser ella «la otra»decía Hortensia para sísólo venturas y lealescariños hubiese hallado en su corazón él marquésel noble y entristecidocaballero que posaba frente á ella contemplándola afectuosamente con susclaros ojos tristes y melancólicos por lo común; de vez en cuandorelampagueantesquizá esperanzados en un mejor y más placentero por venir.

¡Porvenir!... ¿Cuál digno de él hallar? Su vida estaba rota. Los hijoseran muy pequeños aún para endulzar y sostener las angustias del padre. Enperdonesen avenencias con la adúltera no cabía pensar. Tenía puesto muy enalto el marqués su honor para rebajarlo estrechando con sus brazos el cuerpoque otro hombre disfrutara. Muerto estaba el hombreá manos del ofendidoesposo; pero su sombra se alzarla siempre entre la marquesa y D. JuanCrisóstomo como un infranqueable muro. ¡Y él era joven! Todavía teníaderecho á amar y á ser amadoá gozar de un cariño que no fuese elmercenarioel vil; del cariño de una mujer honrada que se entregara á élnoblementeque con él rehiciera el hogar y la dicha que manos crueles lerobaron. Pero¿dónde hallar tal mujer? Ninguna habría capaz de pagar con sudeshonra la felicidad que él buscaba. Ni él se lo pidiera tampoco. ¿Verdadque era horrible su situación? ¡Solosolo! ¡Vacía para siempre su alma! ¡Niventurani amorni hogar!

Al decir estolos ojos del marqués se detenían en Hortensia; apartábalosluego como azorado y temeroso. La joven inclinaba los suyos; una ola de ruborenrojecía sus faccionesy allácontra el pechogolpeaba su corazón ágolpes desiguales...

- III -

Doña Bibianaentregada á sus devocionespasaba fuera del domicilio unmucho de las tardes; enteras don Antonioque al ajedrez las dedicaba en elCasino; y casi enteras el mayor de los Urdasque entre oficina y visiteosoficiales dejaba llegar la hora de comer.

Ausente en la guerra el Urda militantey el fraile en tierra de misionesbien se puede decir que Hortensia quedaba sola en el hogarsiquiera laacompañase doña Jesusauna parienta pobreque dedicada á cuidarlo todonada cuidaba como no fuera el sueño que en cualquier sillóndiván ó cama lacogía. Era sueño de estatua el suyo. Cuando se adueñaba de la buena señorani á cañonazos abría ésta los ojos. Creyérasela muerta á no ser por eltrompetazo de sus ronquidos.

De raro en raro á los comienzos de su estancia en Madridmásfrecuentemente despuéspresentábase al caer la tardePedrañera en casa delos Urda. Hacíalo al principio casi coincidiendo con el retorno de la beata.Minutos de adelanto no más solía llevar á ésta. Tales minutos los empleabaen diálogos cortados és insignificantes con Hortensia. Mayores eran las pausasque los diálogos. Durante aquéllas humedecíanse los ojos del marqués paraponerse sobre la joven; suspiros acompañaban el empañamiento de los ojos y undesesperanzado gesto crispaba la boca haciendo temblar las guías de losborgoñones mostachos.

Caídos los párpadosruborosa la faztrémulo el alientorecogíaHortensia las miradas y los suspiros de don Juan Crisóstomo. La tristeza deéste se adueñaba del espíritu de la doncella llevándola hacia él porimpulsos de noble compasión y de acendrada simpatía. En sus entresueñoscompartía la compasión dona Jesusa; y toda la familia de Hortensia durante lasveladasen que era el marqués obligado tertulio.

No había nocheluego de partir Pedrañeraen que no se dedicara buenespacio de tiempo al comentario de sus malas andanzas y á elogiar la nobleza desu carácterlas excelencias de su tratosu desengañada altivezque letraía apartado del vivir de las gentespara hacer única excepción en aquellafamilia.

Ceñido por esta aureolaque el afecto de los Urda enlucía á diariomostrábase don Juan Crisóstomo ante las pupilas de Hortensiaprimero que elsueño las entoldara con sus manos de nieblayaun después de entornadasseguía mirándole por entre las nieblas del sueño.

Aparecíasele entonces el marqués como figura legendariacomo imagen deépocas fenecidascomo ser de leyenda que á ella venía en traje de caballeroandante para arrodillarse á sus pies y suplicarlecon las lágrimas en losojoslos sollozos en la garganta y la reverencia en el almaque le acudiese ensu desdicha y fuera ángel redentor de sus desengaños. Ellaen sueñosnaturalmentellegábase hasta el caballero de los ojos claros y los borgoñonesbigotes; alzábale de tierra; alegraba su dolor con una sonrisa yjuntos losdosencaminábanse hacia jardín de vejetaciones exóticaspara ocupar untrono endoselado por cortinas de tenue azullas cuales iban sobre ellosespesándosehasta ocultarloshasta hacerlos desaparecer bajo una nube quesubía y subía en dirección del infinitoacompañada por el canto de lospájaros y los besos del aire.

Dé estos sueños despertaba Hortensia quebrantadasin voluntadesclava desus nocturnales visionesrepugnando todas las horas de su díasalvo aquellaspasadas cerca del marqués.

¡Ayque no duraran más los breves minutos en que Pedrañeraá solas conla jovenla miraba en silencio con sus ojos llenos de tristezay enviaba áella el eco de sus largos suspiros! ¡Ojalá que los minutos en siglos secambiaran! ¡Ojalá que los sueños de la doncella no hubiesen despertar!...

De alargar los minutos de sus estancias en la casacon Hortensia y doñaJesusacuidábase el marquésadelantando poco á poco y como al distraídosus arribos. De aportar materiales para los sueños de la niñacuidábasetambién en sus parrafeos y en las pausas que abría entre un párrafo y otro.

A la media horay aun á los tres cuartossubían los adelantos hechos porel marqués en sus visitasal retorno de doña Bibiana y el reingreso de donAntonio y de Francisco. En el gabinete inmediato al jardín aguardábales conHortensia y con doña Jesusa quedesplomada contra un butacóndaba al espaciola música de sus ronquidos.

No á malá bieny muchotomaban los Urda la presencia y las asiduidadesdel noble Pedrañera. Como de la familia era éste. Podía entrar y salir á sugusto en la casa. ¡Sirviérale ella de oasis en el desierto de su penay Dioshiciera que entre todos fueran devolviendo calma y alegría á aquel atormentadoespíritu! A querer el prócerle hubiesen puesto habitación en el hotel. Porsu edad y por su estadosegún ellosno podía ser objeto de murmuraciones yhablillas.

No llegó Pedrañera á aceptar lo del convivir con los Urda; pero síapretó los lazos de su intimidadsiendo muchos los días en que se quedaba ácomer con ellosy todas las nochesdurante las cuales y hasta mediar ellaspermanecía en su compaña jugando al tresillo con Franciscocon don Antonio ycon un señor de la vecindadensalzando las religiosidades de doña Bibiana ydistrayéndose en las jugadas para recrearse con la contemplación de Hortensiaque frontera á él bordaba en seda y oro un mantoofrecido por su madre á laVirgen.

Cuando el marqués terminaba de dar las cartas y jugaban los otrossolíaacercarse á la joven para ver de cerca los progresos de su obra. Algunas vecesal inclinarse sobre el bastidorrozaba con sus retorcidos bigotes aquel pelorubio quecomo otra madeja de orose desovillaba sobre una nuca competidora delos nácares.

En sus diálogos solitarios hablaba el marqués con Hortensia de su felicidadperdidade su desventura presentedel hogar dichosoque hubiera sabidoconservar de por vidaá tropezarse con una mujer digna de comprender su amor yde honrar su nombre.

- ¡Qué existencia comparable á la suya y á la de la esposaobjeto de suamor en el hogar aquel!... Su compañerael alma de su almala elegida de sucorazónrodeada de atencionesde comodidadesde cariciasreverenciada comouna imagenadorada como una diosa. Todas las horas de éldedicándose álabrar la ventura de ellatodas las de ellaá realizar la dicha de él. Elmundo abriéndose ante los dos como un paraíso del cual pasarían al de laeternidad sin darse cuentacomo quien va de una flor á otra en hermoso jardín.He aquí el porvenir con que soñaba él cuando era librecuando no habíaentregado á nadie su persona y su nombre. Ahora...

Tras éste ahora venían la pausa melancólicael enmatecimiento de los ojosel entrecortado suspiroel silencio elocuentemás elocuente á veces por undulce apretón que dabanen la blanca y fina de Hortensialas manos delmarqués. Hortensiasin voluntad para retirarladejaba su mano entregada áaquella caricia. Una vez el prócer alzó lentamente la manecita virginal hastala altura de sus labios y la rozó con ellossin que el beso llegara á ser. Depronto la soltó y se alejó del gabineteen fugareprimiendo sollozos.

Y pasaron los días y vinieron los de la sensual primavera; y fué en uncálido atardecer de Mayocuandotras una pausa más larga que todas lashechas en sus diálogos anterioreslas manos de Pedrañeracogieron nuevamentepor la mufleca los brazos de la joven. Temblaba ésta como las hojas en losárboles al impulso del viento.

El marqués la atrajo hacia síhasta levantarla de su asientohastaponerlaen piefrente á élcercamuy cerca de él. Una de sus manosdesprendiéndose del brazo de la jovenrodeó su cinturaciñó á la hembracontra la carne del varónla empujó lentamentemimosamentecamino deljardíny la hizo caer sobre el banco de un cenadorque tupidas y altasmadreselvas trocaban en cámara nupcial. Sonó el beso ardientehúmedorepretado. Hortensiadesvanecidaen éxtasisdesplomó su cabeza contra elhombro de Pedrañeraperdido el concepto de la realidad. creyendo ascender porla atmósra envuelta en una espesa nube azul- La acompañaban en su deleitosoviaje el trino de los ruiseñores y los cuchicheos amoiosos del céfiro...

Doña Jesusa cabeceaba en el gabinetesobre un ancho sillón de mimbres.

- IV -

Fueron de encantamiento para Hortensia los días siguientes á la entregatotal que hizo de su cuerpo y de su alma. Las promesas del marquésencaminadasá jurarle pronto y amoroso retiro en un ignorado lugardonde vivirían siempresiempreadorándoselejos de la gente y sus murmuracionesalejaban de ellalos temores que pudiera sentir por el enojo de sus padres y por las censuras delmundo.

¿Temores? ¿Por qué y á qué tenerlos? ¿No estaba allí su Juanparahacer frente á todos? Los brazos que con tanto amor la sabían acariciarconbravura sabrían defenderla. ¿Sus padres? ¡Qué remedio!... Le amaba. No fuéculpa de ella si otra mujerunida legalmente á su Juantras de herir á éstele impedía casarse con la queen leyes de verdad y justiciaera su verdaderaesposa y como á tal se le habla entregado. ¿El mundo? Lejos de éloculta deél y libre de sus juiciosiba á hallarse muy pronto en compañía delqueredor.

¿A quétemblary dudary temer entonces? Mientras Juan fuera suyomientras Juan no la abandonarapor nada y por nadie debía ella sentir arredros.No la abandonaría nunca. Se lo había jurado. Aun el juramento sobraba. ¿Quéprenda de seguridad comparable al cariño de los dos? Luego éltan lealtancaballerosotan noble!... Ofensa grave constituía ponerle en entredicho.

- ¡Perdóname!¡perdóname! - exclamaba Hortensia algunas vecesapretándose contra el corazón de su amante -.Esta nocheá mis solasduranteesos minutos en queya entre dormido el cuerpovoluntad y juicio se pierdenhe dudado de ti. ¿Verdad que me perdonas?

El marqués sonreíay murmuraba entre dos caricias:

- ¡Niñamás que niña!... ¿Es que no me conoces?... Déjate de recelos.Tu Juan está junto á su Hortensia. No habrá quien la dañemientras junto áella esté.

Fueron así pasando díassemanas y meses sin que disminuyeran la pasión delos amantesla confianza de los Urdas y los letargos de la buena doña Jesusa.

Cierta nocheá solas en su alcobacuandoya desnudaá punto de meterseen la camarecogía frente á un espejo su cabellera rubiasintió Hortensiauna sacudidaun sordo estremecimiento en su vientre: era el hijo.

La joven palideció hasta quedar lívida; sus grandes ojos se abrieronestupefactos enfrente del cristal; sus labios temblaron; su cuerpoapenasencubierto por la camisaerizó las sedas del cutis. Inmóvilcomprimiendo larespiraciónpermaneció algunos segundos. Otra sacudida de la entraña le diócertidumbre del hecho. Ya no era posible dudar: el hijo estaba allísaludandoá la engendradora con el latido primero de su sangrepresentándosedenunciándose á ellaponiéndose bajo el amparo y la fianza de su amor.

La palidez de Hortensia convirtióse en ruboren oleada bermeja queempurpuró su rostro y se extendió por toda su carne como un brochazo colorrosa. ¡Su hijo! ¡Un hijo de los dos!...

Una sonrisa entreabrió los labios de la hembra; dos lágrimasluego deesmaltarsus pestañasdescendieron por los carrillos y resbalaron por lagarganta para evaporarse en los pechoscuyos encendidos botones abriría lamaternidad. Andando de espaldassin apartar del espejo las pupilas azulesretrocedió la joven hasta tropezar con el lecho. En él se arrojó sollozandohundiendo en los almohadones el rostrodejando á su cabellera caer sueltaondulanteal largo de la espaldacomo un velo ritual.

Quedómuy quedóapoyándose en su hombrotapándole con las manos losojos para no ser mirada de élponiendo la boca en su oídose lo dijo en elcenador donde Juan la hizo suyadonde Hortensia cayó en sus brazos.

Sin dejarla casi concluirdon Juan Crisóstomoel noble marqués dePedrañeraseparó bruscamente las manos de la jovenesquivó á su confesiónel oídoy murmurando: «¡Un hijo!»apretó los puños mientras su faz secontraía y el borgoñón mostacho se erizaba contra su boca.

- ¡Un hijosí!... ¡Nuestro hijo! - interrumpió la madre-. ¡Si vieras!Anocheal sentirloal escuchar dentro de mí su primer sacudidagozo yespanto se mezclaron en mi alma. ¿Sabes por qué el espantoJuan? Por temor ámis padresá mi familiaal mundo. A mis padres que me maldeciríanque mearrojarían de este hogarque me matarían acaso; al mundo que me haríavíctima de su despreciode su encono... ¡Fué un instante de horribleangustia!.. Pero á seguida pensé en ti y ya todo fué gozo; contigo á mi lado¿á qué espantos? ¿A qué temores? A mi lado estás para hacer la felicidadde los dos. Por eso hablo tranquila y son de alegría mis lágrimaspor esosiguen sonriendo estos labios á quienes enseñaron los tuyos á dar besos deamor. Éltú y yo. ¿Quién más hace falta encima de la tierra? ¿Verdad Juanque nadie?

- Verdadmujerverdad. Y ahorasosiégate. Sobre todoreserva; muchísimareservahasta que determine yo.

No tardó mucho en determinar el ilustre marqués de Pedrañerael noble donJuan Crisóstomo del Valleel calderoniano vengador de su honrael espejo dehidalgosque mientras un gran artista pudría tierra á golpe de su acero y unamujery tres chiquillos vivían en retiro por pragmática de su buen nombresecuestraba doncellas y obtenía en la corte título de caballero sin mancilla ysin tacha.

Su resolución fué tan fácil como inmediata: hacer la maletaembarcar parael extranjero y dejar á Hortensia y á la criatura de Hortensia abandonadas ásu destino. Otra más á la cuenta y á seguir luciendo por el mundo su aposturagallarda. Así como asíel mundo es ancho.

- V -

El abandono del marqués fué para Hortensia como un mazazo en plenoespíritu. Durante un mes vivió aplastadaembrutecidasin darse cuenta cabalde su desventura. Al llegar la hora de sus entrevistas con Pedrañeraseencaminaba al cenadorde puntillasdando atrás el rostroprocurando no hacercrujir la arenaguardando precauciones iguales á las de aquelpara siempredesvanecido entonces.

Caída contra el banco de céspedque sirviera de almohadón á surendimientocontaba los segundos; valíase para ello del tic-tac de su corazón.Poco á poco su cabeza iba desmayando en el pechola luz se apagaba en sus ojosla esperanza en su espíritu. Dos lágrimascuajando entre los párpadossetendíansobre ellospara transparentar la contracción dolorosa de laspupilas. Después se recogíanoscilaban en el pestañal y caían de golpe.

Otras dos lágrimas cuajaban lentamente en el espacio que las caídas dejaronlibre.

En presencia de sus padres y hermanosHortensia permanecía abstraídasinproferir frasecon pretexto de lectura ó de labores. Temía que la delataransus ojosque la denunciara su palidezque la verdad brotase impulsivamente porsu bocaen borbotones de palabras.

Las noches eran de crueles insomniosde visiones que se abocetaban en laobscuridad de su alcobacon desdibujos espectrales.

Ya surgía en un ánguloencogiendo los hombrosmofándose de sucredulídadla figura de Pedrañeracon sus claros ojos y su bigote borgoñón.Tendía ella los brazos en ademán de retenerley Pedrañera se eclipsabadejando tras su sombra el eco de una burlona risa. Otras veces era el hijopornacer quien se la aparecía; pero no pequeñosonrosadogentilcon trazas deángelsino monstruosoenormeenderezando hacia la madre sus brazosamenazadoresengarfiando en ella sus uñas y arrastrándola al borde de unabismoen cuyo fondo hormigueaba una multitud rencorosaaguardando su caídapara cebarse en ella. En otros momentoseran sus hermanossus padresquíenesavanzaban á su encuentroexecrándolamaldiciéndolapidiéndole cuentas desu culpacondenándola sin apelación al abandono y á la infamia.

Y la condenarían en la realidad como en visión la condenaban. ¡Pobre deella si su falta llegaba á descubrirse!... ¿Cómo evitarlo? ¿A quién acudiren demanda de apoyo?

¿A su familia? Fuera adelantar el castigo. ¿A sus amistades? Fueraanticipar los desprecios y las repulsas. Estaba sola¡sola! Entregada á símisma. Quien debió protejerla había huido; el protector convirtióse enverdugo. ¡Infame!... Y el hijo del infame seguía golpeando en el vientre de lahembra abandonadatomando carne y vidadisponiéndose á venir al mundo.

Pensando así Hortensia sentía apoderarse de su alma un espanto invencibleque traía aparejado un odioinvencible tambiéná la criatura en formación.¡Ah si pudiera hacerla desaparecer! Pero ¿cómo? Estaba bien cogida á laentraña. Disimular hasta que el momento llegaseera el recurso único deHorten sia. Cuando el momento llegase ya resolvería. ¡Hasta entonces!... Menosmal que su hermana Concha estaba ausente en un viaje por el extranjerodel quetardaría en volver; menos mal que los ojos de su madrecasi del todo ciegoscompliceaban el engaño. Los hombres... Con ellos no es difícil el disimulo. ¡Aysi ella tuviera á quién dirigirseá quién volverse en demanda de caridad yauxilio!...

A nadie tenía. Buena prueba de ello alcanzó una tarde en queobligada porlos suyoshubo de salir á paseo. Acompañabanla sus padresdoña Jesusa y elhermano mayor.

Llegados al Retirotomaron padres y hermano asiento en un banco inmediato áuna plazoleta.

Hacia la plazoleta se encaminó Hortensiaacompañada de doña Jesusay porla plazoleta vio desembocar á una señora que correteaba tras un chicuelo dedos años.

El chiquillo tropezó con las faldas de Hortensia y dio con su cuerpecito enel suelo. Alzóle Hortensiallegó á ella la madre del rapaz en actitud degraciasy al enfrontarseal reconocerselas dos mujeres exclamaron:

- ¡Julia!

- ¡Hortensia!

¡Fué irreflexivo impulso en las antiguas condiscípulas del SagradoCorazón de Jesús. Con el recuerdo de su niñez relampagueándoles en los ojosy en la sonrisacayeron la una en brazos de la otra.

Doña Jesusacon el asombro pintado en su fisonomía imbécilretrocedióhasta el banco donde asentaba la familia.

- ¡Hortensia... Hortensia!... - murmuró

- ¿Qué? -preguntó Francisco.

Véanla ustedes. Está allí. Abrazada con doña Julia... Vamoscon aquellaJulita...

A un tiempo se pusieron en pie los dos hombres y la madre de Hortensia. DonAntonioavanzando hasta el grupo que formaban Julia y Hortensiagritó áésta con voz dura:

- ¡Hortensia! ¡Pronto!... Ven aquí. Ese no es tu sitio.

- Sívévé - exclamó Julia-. Y gracias por este momento de sinceraamistad. Vé con los que ni olvidanni perdonanni entienden.

Y cogiendo en brazos á su hijole alzó en alto y le hizo ondear en elairecomo una bandera de amor.

- ¿Has olvidado - decía entretanto á su hija don Antoniocon asentimientode los demás -has olvidado que esas mujeres no deben ser tratadasni aunmiradas por la gente de honor? Eso está fuera de la sociedad; eso no merecemás que desdén y afrenta. A quienes hacen lo que Juliase las vuelve laespalda y se las deja pasar de largo. Maldita ella y cuantas como ella proceden.

No era en aquellos padresen aquellos hermanosen aquella sociedad suya enlos que hallaría Hortensia acogimiento ycompasión. Estaba sola. Perdida paratodos y para todo.

Y la jovendejándose caer en el diván que decoraba su antealcobarompióá llorar y apretó con rabia los puños en el hueco de sus caderas.

- VI -

Por su cuenta faltaban dos meses para que el suceso arribara; ysin embargoaquella nocheápoco de acostarsesobre la una de la madrugadaexperimentóHortensia un extraño desasosiegouna convulsión en todo su organismo á laque siguieron sordos y espaciados dolores.

¿Sería...? Pero ¿cómo tan pronto? Ella pensaba en resolveren determinaralguna cosa que salvara el conflicto. Sólo que había imaginado disponer demás tiempo. Si ello ocurría ahorael conflicto resultaba más grave. ¡No: noera posible!... No podía haberse equivocado á tal punto.

¿Posible? Cierto era. La criatura se adelantaba en dos meses al tiemponatural. Las presionesfajamientos y artes empleados por Hortensia paradisimular su faltaaceleraban el advenimiento del infante. No como en claustrocomo en cárcel vivió éste; sentía que le trataban malque no era amado ensu nido de carne y se daba prisa á dejarloá buscar espacios nuevos dondevivir más querido y más libre.

Para conseguirlo desgarró la entraña maternal. Hortensia ahogó entre susdientes un grito que se le encaramaba por la garganta arriba. El miedo la hizofuerte; el terrorheroica. Aferrándose con las manos convulsas á los barrotesde la cama; mordiendo las sábanas para amordazar ayes; contrayendo fieramentelos músculos para avivar el lanzamiento; á obscurassin ruidobuceando conlos ojos la sombraen criminal que realiza un atentadono en madre que cumpleun ministerio augustoesperó el último dolorel desgarramiento postrero.

Este advino con un crujimiento bárbaro de los huesoscon un brutal empujónde la entraña. El instinto obligó á la hembra á desprender de su carne alhijoá darle cédula de criatura libre. Algo rodó sobre la cama. La mujerrecoletainmóvilpuso hacia fuera la atención. Allí estaban sus enemigos;los que serían sus verdugos á descubrirse el hecho. Nada oyó; un gransilencio venía de los interiores de la casa; en el jardín cimbreabanáimpulsos del vientolas ramas de los árboles; la luna cabeceó por entre dosnubes. El tallo de un rosal trepador golpeaba contra la vidriera de la alcoba.

Súbitoun quejido tenue apenas perceptiblerompió el silencio de la noche.Era la criatura saludando á la vida. El quejido aquélacentuándosegradualmentese convirtió en sollozo. El chiquillo rompió á llorar.

Hortensiaal oír este llantosaltó sobre la camatrémuladominada porel espanto. No tuvo en aquel segundo más que un pensamiento: hacer que el niñoenmudeciera. ¿Cómo? De cualquier modo.

- ¡Qué no llore! ¡Qué no llore más! ¡Qué no le escuchen!

Esta era la idea fijaincrustada á golpe de miedo en el cerebro de lamadre; para lograrlo comprimió con mano nerviosaterrible en el minuto aquella boca del recién nacido. Este procuró defenderse llorando con más fuerza.Hortensiatemiendo que oyeran sus padres el llantoque éste la denunciaraapretó con la mano que le restaba libre la garganta del pequeñuelo. Fiebre yterror la enloquecían á la vez. Apretóapretó con furiacon rabiaconfrenesí de tigre que desgarra su presa. Sus uñas penetraban en la carneinfantilagujereándolarompiéndola.

De pronto el niño cesó de llorar. Un rayo de luna que penetraba por elcristal de la ventana y caía sobre el infantito como una plegaria de nieveselo mostró á la madre.

La asfixia le había ennegrecido el rostro. Sus ojos protestaban desde unaspupilas desmesuradamente dilatadasde aquella muerte que le sorprendía alnacer; sus labios se plegaban hacia los extremos de la bocasalpicados por unasanguinolenta espuma. Dos lágrimas - toda su vida - surcaron sus mejillas paracaer como acerbo reproche sobre las manos de su madre.

Hortensia no se dió cuenta de estas lágrimas. Vio sólo que su falta setrocaba en delitoycomo procurara ocultar la primeraprocuró borrar elsegundo.

Ciñó al cuerpo una bataenvolvióse con un amplio mantónocultó bajo elmantón al muerto ycon paso febrilcauto é irregularatravesó un pasillo.Cruzó la alcoba-dormitorio de doña Jesusaabrió bruscamente la puerta decristales que guiaba al jardín y echó á andar por éstehuyendo los rayos dela lunadeslizándose por un paseo embovedado con árbolesde hoja perenne.

Asícon marcha espectralcon vaguedades de fantasmallegó hasta elcenador donde fué el hijo concebido. En un segundo de cruel desfallecimientodejóse caer la hembra en el banco de césped donde se adueñaron de suvirginidad los brazos del varón. Pronto se repuso; la fiebre y el miedo laempujaban. Casi á la carrera salvó el espacio que hasta la verja conducía.Descorrió el cerrojodio vuelta a la llave y se plantó en la calle desierta.No muy lejosal volver de la esquina próximahabía un descampadoy á sufondo un muladarun estercolero. Allí arrojaría su carga. Después...Después estaba libre. Nadie sabría de su culpa: ni sus padresni el mundo.

No fué marchafué carrera ciega la suya. El mantón flotábale sobre loshombrosabriéndose en dos anchos pliegues. Tomáraselos por dos enormes alasnegras que iban y venían azotando el cuerpecillo del infantito muerto.

Dos guardias y el serenoque platicaban en la esquinaal distinguir aquelbulto que á saltos locos la doblabaavanzaron hacia él. Hortensia quiso huirocultar su carga. Fué inútil. Los aprehensores la obligaron á detenerse; elniño muerto pasó á sus manos desde los brazos de la madrey éstalanzandoun gritocayó desmayadade brucescontra las piedras de la calle.

El pelo de orodeshecho por el frenesí de la carrerase extendía sobre lamujerenvolviéndolaensudariándola...

 

- VII -

Restablecida de una fiebre que la tuvo en trance de morirpasó Hortensia ála cárcel.

En ella aguardóabandonada totalmente de su familia y de su mundola horadel juicio de los hombres.

Los Méndez-Urda renegaban en absoluto del vástago podrido que trajo ladeshonra á su hogar. La compasión de una parienta que sin visitarlaestáclarofué menos cruelatendía los gastos materiales de Hortensia. Su hermanomenor fué un díaun solo díapara preguntarle el nombre del amantedelburlador de su honra. Al menos se cobraría en él. Hortensia calló.

¿A qué denunciar á Pedrañera? Repugnábale manifestar que se habíaentregado á un hombre tan vil. Además¿qué importaba el hombre?

Una sola visita recibiópara consuelo de su espíritu: Juliasu antiguacompañera en el Sagrado Corazón de Jesús.

- ¡Pobre! ¡Pobre! - exclamaba Julia acariciando fraternalmente á Hortensia-. ¡Desventurada niña! Todos los prejuicios del mundotodas las losas delambiente pesaron sobre ti. No tuviste valor para sustraerte á ellosy teaplastaron sin piedad. Ánimo; todavía hay en ti juventud para sostener lalucha con la vidabondad para dignificar la tuya con un noble arrepentimiento.¡Ánimopobre Hortensia! Cuenta conmigo. Ya hallaremos quien te defienda.Hasta entoncesfirmeza. No pierdas la esperanzay no pierdas tampoco laresignación.

La resignación no la perdía; lo que perdía era la esperanza de obtenergracia para un delito común de la tierra y en los interiores del cielo.

- Había sido malamuy mala. Había asesinado á su hijo. Ni aun siquiera ladetuvo el ejemplo de maternal amor que le ofrecían diariamente las bestezuelasdel corralillo de su hotellos pájaros que revoloteaban en los árboles deljardín.

¡Los pajarillos del jardín!...

A su memoria venía entoncespara torturar su concienciala imagen de unárbol que se alzaba en aquel jardínfrente á la ventana de la alcoba á quela jovenen su despertar de virgensolía asomarse con la bata á medio cerrarsobre el pecho y la cabellera rubia abriéndose en haces de oro sobre la carnede su espalda.

En aquel árbol levantaron dosjilgueros un nido.

Las ramas inferiores del árbol alzábanse como un metro sobre la arena deljardínal alcance de las manos de Hortensia.

Dueño de un lugar modestísimofabricado sobre tales ramascon pajasplumas y hojas secasera el alado matrimonio. Hojaspajas y plumas servían álas crías de lecho.

Los padres revoloteaban sobre Hortensia. El macho vestía traje pardo confestones amarillos y rojos.

Era muy galán. Tenía el vuelo señorialel cántico amoroso y dulce.

La hembramás recogida de figuramenos rica en los matices del plumajeestaba casi siempre en el nido. El cuidado de los pequeñuelos absorbía sushoras.

Los hijos eran cuatro. Aún no habían soltado el plumón. Todo en ellos erapescuezo y boca. Los ojos brillaban con glotona codicia. Los picos estabansiempre abiertos. Los pescuezos se estiraban como si hechos de goma fueran.

Hortensia fué trabando poco á poco amistad con la voladora familia.

Al principiocuando vieron á Hortensia acercarse á su domiciliopasaronlos inquilinos un mal rato.

Las crías piaban angustiosamente. Los padres echaron á volar. Luego dieronvueltas y más vueltas en torno á la jovencon los picos amenazantes y lasgarrillas en tensión. La tomaban por un enemigopor un animalucho rapaz queiba á robarles su libertad y su existencia.

Hortensia les sacó de su error. Prendada de aquel grupo hechiceroquisoganar sus simpatías.

Para lograrlas pasó un día y otro por cerca del árbolcada vez por máscercahaciéndose la indiferentesin indicar propósito alguno deaproximación á las crías.

Recostada unas veces contra el banco de piedra puesto cerca del árbolinclinada otras sobre su labormiraba al espacio con distraídas pupilas óseguía el correr de la aguja por el tirante cañamazo.

Los padres de los jilguerillosviendo que el animalote humano no se ocupabade ellosfueron tomando confianza.

Huían del árbol cuando llegaba Hortensiapero cada hora más convencidosde que no quería hacerles malse acercaban al nidopasaban revoloteando porcima de la joveny se cerníantrinadoressobre las temerosas crías.

Más brava la hembraacabó por meterse noblemente en el nido. El macho sehizo firmedurante la primer semanaen los altos del árbol. Sólo al caer lanoche se juntaba á su compañera.

Acabaron por ser los mejores amigos del mundo.

El macho daba á Hortensia los buenos días con sus trinos; la hembra lasaludaba sacudiendo las alas; las crías piaban al mirarla llegar y engullíanlas migajas de pan con que ella solía atender su apetito insaciable.

Ocasiones hubodurante las cuales el jilguero macho se posaba sobre loscabellos rubios de Hortensia ó paseó triunfalmente por las flores y losrealces del bordado que lucía en el bastidor.

La joven puso bajo la bandera de su protección á la familia jilgueril. ¡Pobrede quien la molestara!... ¡Ay del chiquillo que tubiera la mala ocurrencia deencaramarse por el árbolde atentar á la estabilidad y salud del nido!...

Era muy curioso el vivir de los pájaros. Curioseándolo pasaba Hortensialargas horas. Encantábale aquella familia que se balanceaba sobre una ramaalborde del estanque.

Ahoraen las tristezas de su celdaen las negruras de su crimense leaparecíanrevoloteando sobre su concienciacomo un remordimiento.

Para aquellos jilgueros del jardínel universo estaba encerrado en ellos yen sus crías. Se amaban; los amaban. Buscaban el sustento común por matas yarbustos; cantaban junto al nido el himno de la paternidad y calentaban con suplumaje el sueño de los hijos.

Cumplieron á su tiempo las leyes del amorpersiguiéndose de árbol enárbolde ráfaga en ráfaga de aire. Ahora cumplían las leyes de lapaternidad sin regatear al cumplimiento nada.

Para formar su nido rebuscaron en la campiña los más preciosos materiales;para mullirloarrancaron plumas á sus pechos. Al nacer las críasni el padrelas desconocióni la madre se apartó de ellas.

El macho cantaba cerca de la hembra para que ésta sobrellevara la crianza enarrullo; la hembra endulzaba con sus piares los desvelos y fatigas del macho.

Uno á otro se substituían en el nido para que no faltara á los huevoscalor. Cuando éstos se abrieroncuando los jilguerillos asomaron por entre lacáscaracomo un rebuio de algodoneshacia ellos se inclinaron los padresjuntos; juntos prorrumpieron también en triunfales gorjeos.

Después á cuidarlosá que no faltara alimento á sus bocasá suscuerpos abrigo. Durante el día á buscará conquistar la existencia de todos.Al llegar la noche á posarse en el nidoá volverse edredón sobre lospequeñuelosá que los pequeñuelos durmieran mientras los padres no másentredormíanatentos al más leve rumorprevenidos á la más remotaasechanza.

Este fué el ejemplo que Hortensiavirgen aúnaprendió de aquella madrepara

cuando la maternidad golpeara contra su vientre de mujer.

Este fué el ejemplo. Ycuando la maternidad se hizo sobre un lecho carneviva de hijo¿cómo procedió?¿cómo respondió al ejemploal mandatoquepor acciones de dos pajarillos le daba la naturaleza?

¡Cómo procedió! ¡Asesinando al hijo! ¡Estrangulándolo con dedos vueltosy garras! Corriendo á tirarlo después de estranguladocomo si fuera unacarroñaen un muladar.

Ni para esto fué noble; y eso que aun para esto le dieron ejemplo lospájaros también.

Lo recordaba; como presente lo veía.

Uno de los jilguerillos murió.

Los padres aleteaban al borde del nidosin entrar en élcontemplando conojuelos tristes el cadáver minúsculoacariciándolo con sus picos.

Al fin lo cogieron entre los dos picosdulcementecuidadosamenteapenastocándole; lo empuiaron sobre la ramay el pajarillo cayó como en una tumbade cristalen las aguas del estanqueque se abrieron para recogerlo.

La madreacurrucada sobre el nidopiaba con angustia...

Al evocar esta imagen de dolor y amor maternalHortensiallorando sin ayesy sin vocesse dejaba caer de rodillas sobre las losas de la celda; extendíalos brazos en dirección de la techumbre y pronunciaba estapalabra única:

- ¡Perdón!

¿Á quién se lo pedía?

A la criaturilla muerta que flotaba por la atmósfera de la celdanoacardenaladano con los ojos de par en par abiertosno con sanguinolentasespumas en la comisura de los labios sonrientesllena de vidaposando susmanitas de ángel sobre la cabeza de la madre en señal de misericordia.

VIII -

La multitud invadía « la Sala». Como cuña á mano era menesterintroducirse en el público para ganar las primeras filas. Los asientos depreferencia estaban ocupados por gente de buen tono. Al fin y á la postre noera en carne vulgar en la que iba á recaer sentencia.

La luz del solcernida por las sucias vidrieraspenetraba en «la Sala»hecha polvo gris. Este polvo formaba niebla en el espacio. Una gran tristezabajaba con la niebla de la artesonada techumbre.

Al fondosobre el estradoasentaban los jueces. Un Cristo de metal fijo enel centro de la mesa daba espalda á los juzgadoresencarándose con elbanquillodonde una mujer de cabellos rubios y ojos azulesenmatecidos por lapena contemplaba á la imagencon la barba en el puño y el codo sobre lasrodillas.

Aquella mujer era Hortensia. Su defensor la animó con una sonrisa deesperanza. Otra sonrisa fué también recogida por los ojos de la infeliz: lasonrisa de Julia. Hortensia bebió aquellas dos sonrisas como bebería dos gotasde agua un agonizante de sed.

En torno á los jueces tomaron asiento los jurados. Un murmullo sordocirculaba por la estancia sombría. El murmullo cesó al comenzar elinterrogatorio del presidente á la acusada.

Ésta se puso en pie; su rostropálido y convulsoreflejaba la angustia;su pecho se alzaba y se deprimía con violencia; dió algunos pasosyextendiendo las manos en dirección del Cristoexclamó con acento dondetemblaba el llanto y se estremecía el sollozo:

- ¡Tuve miedo!... ¡Miedo del mundode mis hermanosde mis padres!... ¡Estabaloca de miedo! ¡Ahora no sé nada! Sólo una cosa sé: ¡que he matado á mihijo y que quiero morir!

Un grito ronco brotó por su gargantay tambaleándoseoscilandopesadamentecayó sobre el banquillo. Oculto entre las manos quedó el rostropor los dedos resbalaban las lágrimas irisándose á los reflejos de la luz.

El fiscal examinó los hechos con rigidez escrupulosa; ateniéndose á ellosy al Código reclamó la pena consiguientey sin ensañarse con la culpableterminó su oraciónfría y seca como los párrafos de un texto legal.

Tocó su vez al defensor. Era este un mozo jovende frente espaciosaojosfirmes y ademanes resueltos.

- Yo -dijoluego de rebatir con breves frases los argumentos del fiscal - novoy á hablarosseñores juradosde la ley escrita. Según ellaacaso y sinacaso hallaréis en mi defendida culpabilidad suficiente para un fallocondenatorio. Es á vuestra conciencia á quien recurro en tribunal deapelación; haced de vuestra conciencia Códigoy de acuerdo con ellajuzgaddespués de oirmeá la mujer que llora enfrente de vosotros.

»Esta mujer ha dado muerte á su hijo. El hecho es indudable. Ni ella loniegani yo he de negarlo tampoco. ¡Una madre que mata á su hijo!... ¡Quéhorrible! ¿Verdad-?.. Parece imposible que tales horrores sucedan. Sin embargoahí está uno de ellos palpablevivorepresentado por esa mujerpor esajovenhasta su culpamodelo de virtudes; hoyejemplo para vosotroscon suslágrimas y con sus frases últimasde arrepentimiento hondo y de desventuraincurable.

»Ahí está. Y yo me pregunto y os pregunto: ¿Es posible que la naturalezayerre hasta convertir el más santo de los amores en el más cruel de los odios?¿Puede el más perfecto y mejor organizado de los seres incurrir por su propioinflujo y con no interrumpida frecuencia en crueldades ajenas á seres de másínfima representación? La mujerque fué siempre la imagen más acabada de labondad y de la dulzurala más completa encarnación de la maternidad¿puedesin causas externas que la obliguen y que la empujencontrariar esa su másalta significación y ese su más arraigado y noble afecto? ¿Cabe pensar que lamujer sea la menos madre de todas las madres?

»No; no es posible. Suponerlo valdría tanto como negar el perfeccionamientoascendente de los seres; tanto como decir que el hombreel organismo másremiso en su desarrolloel que más atenciones y mayores cuidados precisaesel más expuesto á no ser atendido por la ternura maternal. Esto es absurdo;esto no puede ser. La madre humanapor sí propiapor su esencia material ymorales la más amantela mejor de todas las madres. Si delinquesi atentaá la vida del hijohay que buscar los orígenes de su proceder en causas á sunaturaleza ajenas; causas queinfluyendo sobre esa naturaleza por modoinvenciblellegan á modificarlaápervertirlaá endurecerlatransformandoel cariño en odiola ternura en miedoel amorque vivifica y salvaenvergüenza que estrangula y destruye.

»Esas causas existen. Son producto de una organización social raquíticaantinómicadefectuosallena de contradicciones y anacronismos; organizaciónaún rudimentariaque se juzga perfecta en sus leyesque olvida lasimposiciones de la naturaleza y - por olvidarlas - crea conflictos y provocacrímenes de los cuales hace responsable al individuomientras ellacolectivamente se exculpa.

»Ahí tenéis á esa mujer acusada de un horrible delito. Esa mujer hanacido y se ha desarrollado en una atmósfera artificialfalsaque vosotrosnosotrostodos creamos en nuestra ignoranciaen nuestro mal entendido conceptodel deber y de la honra. Esa mujer ha oído repetir una vez y otra y otra á suspadresá sus hermanosá sus amigosá la sociedad enteraque cuando lahembra se da á un varónsin cumplir tales ó cuales requisitosestádeshonrada; que lo reputado en la mujer casada como santo y gloriosoesafrentoso é imperdonable en la mujer soltera; como si el matrimonioesematrimonio que los hombres instituyeronfuese una consecuencia humana y no unaccidente socialEsa mujer amó á un hombrey llegado un momentounacircunstanciaun impulso que las leyes sociales no pueden impedirse entregóá élobedeciendo á exigencias de su organismoá mandatos de la naturalezaporque la mujer ha nacido para ser madre y no para ser virgen.

»Aquel hombre la abandonó sin dar importancia á su abandono. Estosabandonos se estiman hecho natural y corriente. Apenas exigís responsabilidadesal hombre que abandona; en cambioseguís arrojando sobre la mujer abandonadavuestras preocupacionesvuestros odios y vuestros estigmas.

»La mujer abandonada tuvo vergüenzamiedo; vió la social censura caer áplomo sobre su fama; comprendió que según prejuicios - la humanidad gestanteen su vientre era un padrónde futura ignominia; temió á sus padrestemióal mundoy cuando su hijo vinoimpulsada por ese temorasesinó á su hijocreyendo que desaparecido el hijoel testigoel vocero de su ignominiarecobraba la honraesa honra que la sociedad exige á las mujeres solteras paracedularlas de respetables.

»Sé que alguien me respondería: «Esa mujer lo pudo arrostrar todo por suhijo.» Verdad. Sólo que para sufrir el escarniola afrentael latigazo en elalmamil veces más doloroso que en el cuerpoprecisa heroísmo de mártir ófortaleza de rebelde. Los mártires y los rebeldes son excepciones humanas. Noabundan encima de la tierra.

»Esta mujer cometió un delito. Es cierto; no cabe negarlo. Pero hay queestudiar los móviles que la impulsaron al delito. Recordad sus palabrasúltimaslas que ha pronunciado ante vosotros: «Tuve miedo.» ¿De quién? Dela sociedadque escarnece y ultraja á la mujer que se entrega por amorlibrementecomo si el amor no fuese un afecto que está por encima de todasabsolutamente de todas las leyes sociales y legales.

»El delito que esta mujer ha cometido es grande. Urge evitar que otros deíndole semejantes ocurran. Para ello es preciso que vosotrosentidadessocialeshombres seriosjueces sabiosmuchedumbres curiosasno abofeteéiscon vuestro desprecio á la mujer caída; que le tendáis la mano; que amparéissu desdicha; que si esto no bastamodifiquéis vuestras leyes por impotentes ypor defectuosas; que cuando una mujer o enseñe á su hijo no preguntéis cómole tuvo y queajenos á toda ofensarespetando á la madre porque es madre y.sólo porque es madreos inclinéis ante su paso en reverencia.

»Si no hacéissi no hacemos estoserán muchas las madres que maten ásus hijos. Habrá que conducirlas á presencia del juez. Habrá también quecastigarlas.

»Peroobrando en justiciasería justamente preciso coger por el cuello ála sociedad toda entera y sentarla de golpe en el banquillo de los acusados.

» Ahorajuzgad y sentenciad.»

Murmullos en que se mezclaban admiración y asombro acogieron el discurso deldefensor de Hortensia.

Ésta continuaba llorando. De su cabezahundida entre las manos temblorosassólo quedaba al descubierto la cabellera rubia; en ella se reflejaba conáureos cambiantes la luz cernida por los vidrios.

Acaso bajo aquellos orosel pensamiento de la infanticida se encaminabahacia un futuro en el cuallibre de temores y de prejuiciosarrepentida yfuertepodría mostrarse á los ojos del mundoó por lo menos á los ojos deDioscomo una buena madre de hijos.




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