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Unahistoria triste

IEl Chacho no podía llegar a La Rioja en mejor oportunidadporquelo que hacía Quiroga ya no tenía nombre. Todos vivían aterradosesperando de un momento a otro se le ocurriera prender fuego a la ciudad osalir a degollar por las calles.
El dolor que le había causado la muerte de Angela lo había enloquecidolocura que él aumentaba enormemente con el uso desmedido de los alcoholes.Su irritabilidad era inaguantable y brutalpuesto que la desahogabacometiendo actos de crueldad inaudita que habían concluido por aterrar ala población.
Para él no existía más pena que la de muerte y la aplicaba porcualquier causaaun la más leve. Una respuesta dada por mal humora sujuiciobastaba para que en el acto mandara degollar o lancear al que lahabía dado.
Sus pobres soldados ya no sabían qué hacer para contentarlopues detodos modos se irritaba haciéndoles pagar la falta que daba por cometidamuchas veces con un lanzazo que él mismo les pegaba. Esta era la situaciónde La Rioja cuando llegó el Chacho. Cuando éste supo lo que pasabatemióque Quiroga hubiera perdido la cabeza y fuera a emprenderla con él mismodándolo por enemigo.
-Quiroga está loco -decía-y yo no sé lo que será de La Rioja si estalocura no le pasa pronto.
Y fue en el acto a ver a Facundotemiendo queen el estado que estabafuese a interpretar mal su tardanza atribuyéndola a malos móviles.
Facundo lo recibió con un cariño inesperado.
-Ya sabrá la desgracia que me ha sucedido -le dijo abrazándoloy sepuso a sollozar de una manera conmovedora.
-Es preciso tener pacienciageneral -respondió el Chacho-; nadie estálibre de la muerteesto es natural y desde que no tiene remediono hay másque conformarseque la vida no está encerrada en una sola mujer.
-Es que yo la quería como no es posible querer másChacho. ¡Es queella era el sol de mi almaChachoyo no voy a poder vivir sin ella!
-Eso le parecegeneralporque recién la pierde; ya se acostumbrará asu ausenciay otro nuevo sol vendrá a calentar el frío de su corazón.
-ImposibleChachoesa mujer parece que se ha llevado a la tumba algo demi cuerpoalgo que no comprendo pero que siento que me falta. Yo sientoen su palabraChachoel único consuelo que he experimentado desde quemurió Angelaporque usted es la única persona que me quiereverdaderamente. A mí nadie me quierenadie es mi amigome rodean porqueme tienen miedo y nada másel día que me vieran postradosólo seacercarían a mí los que vinieran a hacerme mal o los que quisieran saberprimero que nadie la feliz noticia de mi muerte.
-No creaseñoréstas son ideas que le sugieren su tristeza y nada más;ya se convencerá de que usted tiene amigos que lo quieren. Pasada esatristeza que lo ha invadido verá las cosas de otro modo.
-Síveo que necesito distraerme para olvidar algo que siento en lacabeza como golpes de martillo; usted llega como mi salvaciónporque yocreo que me iba a volver loco. Licencie las tropas que no necesite y véngasepara que me acompañe a la Costa Alta y otros departamentos; un paseítoasí me ha de distraer bastante.
El Chacho licenció todas las miliciasdiciéndoles que estuvieransiempre prontas a su primer llamadoy que de cuando en cuando lo buscaransus capitanes para informarse de si ocurría algo nuevo. El resto deldinero que le quedaba y algo más que con aquel objeto pidió a Quirogalo repartió entre los licenciadospara que tuvieran qué llevar a susfamilias.
Aquellos buenos milicos se desparramaron en distintas direccionescontentos de poder gozar algún descanso entre las familiasllevándosealgún buen pasar. Todos ellospoco o mucho habían pilchado algo de losmuertos y prisioneroshabiendo algunos que a escondidas del Chachoqueno podía vigilarlo todohabían también dado su golpecito en laspoblaciones. Así volvían satisfechosdespués de cuatro meses deausenciaa reposar de tanta fatiga y tanto mal rato.
Estos milicos fueron los que más desparramaron la fama de bárbaro ycruel que tenía Quirogaal mismo tiempo que no hallaban palabrasbastante expresivas para ponderar la bondad suprema del Chacho y su valorfabuloso en la pelea. El Chacho era el orgullo de La Riojaque veía enél el único freno que podría ponerse a los desmanes de Quiroga.
Ambos caudillos pasaron a la Costa Alta dirigiéndose el Chacho a Huaja avisitar a su tíoy Quiroga a pasar unos días en los parajes donde habíanacido.
El cura Peñaloza estaba muy gravemente enfermo. Ya era hombre bastanteviejitocontaba entonces sus buenos ochenta añosy aunque en aquellosparajes la vida es largaa esa edad todas las enfermedades tienen un caráctergraveporque el organismo está debilitado en sus puntos más resistentes.El pobre anciano experimentó un momento de placer infinito al ver llegara su sobrino convertido en todo un señor coronel.
-Gracias a Dios que te veoChachohijo míocreí que me iba a morirsin tener el gusto de darte mi último abrazoy esto me tenía muytriste. Acércatemi hijoacércate ya que no puedo estirarme yo hastadonde estás.
El Chacho se acercó al lecho del anciano y lo tomó entre sus brazos. Lasmanos leves y finas del curacerrándose tras de su cuellolo oprimieronen una íntima caricia.
-Este momento feliz -dijo- me va a prolongar por lo menos días este puchode vida que como una yapa del eterno me va quedando. Dios te bendigahijomío.
-Pero quién piensa en morir -exclamó el Chacho sonriendo dolorosamentepues al oprimir en un abrazo aquel cuerpo descarnado y fríocomprendióque la muerte no andaba muy lejos-. ¿Quién piensa en morir cuando estáusted más fuerte que yo mismotío?
-Esas son ilusiones del cariñohijo míoilusiones que no puedo teneryo que me siento apagar poco a poco.
-¿Qué morirtío? ¡Usted es más fuérte que un algarrobotodavíanos ha de enterrar a todos!
-Pobre Chachoése sería tu deseopero no es realizablepoca falta hade hacer ya este pobre viejo. Ya eres un hombre y hombre de provecho queno necesita más guía que su propio criterio. Soy feliz porque sé quehas aprovechado mis consejos en todoy eres honradovaliente y buenopuedo morir tranquilo. Ven ahoraacércate a mí para que te diga todo loque tengoa ti que eres mi único heredero.
-No hablemos de esoseñorque ni usted se va a morir ni creo que tengagusto en afligirme.
-Déjate de niñeríasque aunque siento que tu presencia ha prolongadomi vidael mal momento puede llegar cuando menos pensemos y agarrarnossin haber arreglado nada.
El Chacho cedió por no contrariar al ancianoy con semblante conmovidoescuchó aquellas últimas disposiciones del hombre que había sido paraél un padre amoroso que no pensó jamás sino en su felicidad máspositiva.
El cura Peñaloza era mucho más rico de lo que el Chacho podíaimaginarse. Tenía en buena plata española y ocultos en su casitaunos3.000 pataconesfortuna considerable para La Riojay más aún paraHuajacuya populación entera no valía tanto. Peñaloza poseía allímismo varias propiedades y algunas casitas en la ciudad de La Riojaquebien valían entre todas otros 3.000 o 4.000 duros más.
-Aquí tienes la constancia de que todo esto es tuyohijo míoporque yote lo regalo a timi único heredero y mi hijo queridosabiendo que hasde hacer de ellos un uso incriticable. Así muero en paz y felizpues hellenado mi misión sobre la tierraa satisfacción de mi propiaconciencia.
El Chachoobedeciendo a un sentimiento de delicadezase negó a recibirel papelpero el buen cura sonriendo lo miró a la cara y le dijo:
-¡No importa! Queda aquí guardado bajo mi pobre cabezade donde lotomarás cuando ella no pueda guardarlo más.
Y metió el pliego bajo su almohadahaciendo al Chacho una ú ltimacaricia. Desde aquel momentoel Chacho no se movió del lado del lechodel curamandando avisar a Quiroga lo que le sucedía. Esteen cuantosupo la desgracia del Chachoacudió inmediatamente a acompañarloandando rápidamente las tres o cuatro leguas que separaban su pueblo deHuaja.
Quirogaaquel hombre feroz a quien se creía incapaz de tener el menorafecto por nadieamaba sin embargo al Chachomás aún desde que habíamuerto su Angelaúnica pasión que verdaderamente lo había cautivado.Así se explica cómo el Chacho podía influir en su ánimo tandecididamente.
-Aquí me tiene para ayudarlo en lo que me sea posible -dijo-; puededisponer de mí como lo crea necesario.
-Graciasgeneral -respondió el Chacho-esto no tiene remedio; él mismome lo ha dicho y es su mucha edad lo que lo mata.
Al otro día a la madrugadaPeñaloza se sentó en la camasonriendo deuna manera suprema y mirando al joven que no se había alejado de su ladoun solo momentole dijo:
-Me voyhijo míoy quiero irme bajo la impresión de un beso tuyo. Acércateque allá en el cielo con tus buenos padres seremos ya tres para velar porti.
El Chachocon los ojos brillantes por las lágrimas que la emoción hacíabrotarse acercó a su tío e immprimió un beso sobre su frente que lamuerte empezaba a helar. El pobre anciano sonrió de una manera inmensa alcontacto de aquella cabeza juvenil y se echó hacia atrás. El Chacho ayudócariñosamente al descanso de aquella cabeza hasta que llegó a laalmohadadejándola reposar con la mayor delicadeza. El cura parecía plácidamentedormidopero estaba muerto. Sus manos fueron helándose poco a poco entrelas manos del jovenhasta que empezó a pronunciarse la rigidez en todoel cuerpo. La muerte no podía haber sido más plácida y más tranquila;una muerte tal cual merecía aquel hombre justo y bondadoso.
El Chacho inclinó la cabeza sobre aquel cadáver que le llevaba todocuanto amó en la viday lloró silenciosa y dolorosamente. Cuando alzóla juvenil cabezahalló a su lado de pie y risueño a Facundo Quirogaque le devolvía sus mismas frases consoladoras:
-Este es el fin natural de las cosas de la vida; no hay nada eterno y espreciso conformarse.
-Con una sola diferencia -respondió el Chacho-y es que usted encontraráotras mujeres igualmente bellasque lo amarán con la misma pasión quelo amó Angela. Yo no volveré a hallar otro hombre quecomo ésteseapara mí un padre y una madre al mismo tiempo. A él le debo lo que soy ylo que serépuesto que le debo la educación del corazón y elembellecimiento del espíritu. Dios le compensará lo bueno que ha sido envida.
-Aquí me tiene a mí que soy su amigo y que lo quiero y lo estimo -y elTigre de los Llanos cerró en un apretón formidable de sus garras lasaceradas manos del Chacho.
-Graciasgeneralyo me haré digno de que esa amistad y ese cariño meduren tanto como me duró el de mi pobre tío.
La triste noticia se extendió rápidamente por todos los departamentosvecinosdonde el buen cura era estimado y queridoy bien pronto elChacho se vio rodeado de amigos que se apresuraban a venir a darle el pésamey acompañarlo en su dolor.
Y el velorio de Peñaloza fue el más concurrido de cuantos hasta entonceshubieraporque todas las relaciones del Chacho habían acudido a cumplirel fúnebre deber. Enterrado Peñalozael Chacho nada tenía que hacer enHuajay empezó a preparar su viaje a La Riojasin ánimo para volver mása Huajadonde tan feliz había sido en su juventud al lado de su tío.Acomodó los patacones en las petacas y junto con Quiroga emprendió viajea la ciudaddonde se estableció definitivamente.
Quiroga había empezado a olvidar a Angelaocupado en los acontecimientospolíticos y sus propias crueldadesdecidiendo hacer un nuevo viaje aBuenos Aires.
IIVivía entonces en la ciudad de La Rioja la hermosa joven AuroraVillafañecuñada del general de la independencia y presidente delprimer Congreso de Tucumándon Francisco Ocampo.
Aurora era verdaderamente una aurora de la vida. Su vida exuberante ypoderosaasomaba a dos ojos negros y expresivossombreados por largas ysedosas pestañasque daban una expresión particular y bella a sufisonomía delicada y pura. Aurora Villafañe era el encanto de La Riojano sólo por su belleza incomparablecuanto por la bondad angélica de sucorazón puro y virtuoso.
Aún vive en la tradición riojana la descripción de aquella fisonomíabellísimaque tenía enloquecida a la juventud de aquel tiempo. Hayhombres viejos en La Rioja que al recordar a Aurora Villafañeseconmueven y sienten en el espíritu como un soplo de vida que lostransporta a aquellos tiempos en que Aurora irradiaba su luz esplendorosaen la sociedad riojana. Era tal la belleza de Aurora que las mismas damasriojanashabituadas a ver caras lindasse extasiaban ante la hermosuraarrebatadora de la joven y el encanto de su espíritu gentil y bondadoso.
Aurora vivía en compañía de una tíaRosario Herreratipo concluido yrematado de las antiguas dueñas guardianes de virtudes imposiblesydirectoras espirituales de las jóvenes fiadas a su tutela. La tal doñaRosarioa estar de lo que cuentan los viejos que la han conocidoera unaseñora más brava que un sinapismo inglés y más falsa que un cuatroboliviano. Gruñía como cualquier perro de presa a quien se le quita unhueso cuando cualquier joven miraba a Auroray era muy capaz de sacar conel palo de la escoba al mozuelo que entrara a su casa sin su permisoespecial. Ya había hecho varias veces esta prueba contundenteque le habíadado resultados de primer orden.
Aurora reía dulcemente de las genialidades de la tíarisa que irritabaa la vieja hasta el extremo de decirle que ella tenía la culpa porque eracómplice de todos aquellos insolentes que paseaban su cuadra y la seguíana misa y a todas partes. Pero Aurora reía más aún con los dichos de sutremenda tía. A través de sus enormes anteojos de empatilladura de búfalose veía asomar su mirada como una aguja finísima que penetraba hasta lomás recóndito de la intención.
Los jóvenes que seguían a Aurora cuando salía a la callese entreteníanen desesperar a la viejahaciéndole pagar de esta manera la bellaqueríade no querer admitirlos en su casa. Aurora reía alegremente de lasrabietas de la viejaque terminaban generalmente en un fuerte dolor decabeza. Entonces le daba lástima y era la primera en prodigarle sus mássolícitos cuidados y atenciones.
A pesar de esto la vieja le echaba espantosas raspas declarándolaculpable de todo lo que había sucedido. Pero no por esto se resentíaAurorani disminuía sus cuidados a la vieja.
Los recursos más traviesos para ver a Aurora se habían estrellado contrala mirada pinchante de la viejaa quien no había forma de engañarloque más de una vez había arrancado esta frase que llegaba a sus oídos:
-¡Cuándo se morirá esta vieja maldita!
-Primero los he de enterrar a todos -contestaba doña Rosariotemblandode ira-y asimismo y por las dudasme he de llevar a Aurora conmigocuando me vaya de este mundo.
Para hacer contraste con el nombre de Auroralos jóvenes llamaban a lavieja doña Ocasosobrenombre que le producía verdaderos paroxismos deira.
-¡Ah! ¡Malditos -les decía-siquiera los parta un rayo!
Asía fuerza de guardar y ocultar a Aurorala vida de la vieja se habíaconvertido en un eterno y lento trago de acíbar que le hacían apurarcada momento.
A la misma medianochey cuando todos estaban entregados al más tranquiloreposola puerta de la calle de doña Rosario era fuertemente sacudida ygolpeada como en noche de incendio. Y cuando la vieja salía a informarsede lo que ocurríase encontraba con tres o cuatro traviesos que habíanarmado todo aquel escándalopara darse el placer de saludarla bajo elnombre de doña Ocaso y de vieja maldita.
-Yo me voy a morir -gritaba doña Rosario en el paroxismo de la ira-yome voy a morir y la culpa sólo ellos la han de tener.
-¿Pero por qué les hace casoseñora? -respondía la joven con su vozmelodiosa y de purísimo timbre-. No les haga usted caso y verá cómo ladejan en paz. Pero sabiendo que esta broma risueña la incomoda a ustedhasta este extremohan de seguir dándosela hasta el infinito.
-Porque tú los alientasbribonay ellos saben que te gozas en midesesperación.
-¿Pero qué les voy a alentar yoque ni los conozco ni hablo con ellosjamás?
-¿Y cómo te ríes entonces?
-Me río porque es una travesura graciosa e inocente que no causa más malque su enojo.
Es que a Aurorajoven y con un carácter naturalmente alegrele hacíancosquillas no sólo la travesura de los jóvenes sino las iras de la vieja.Y se reía alegremente hasta que alguna insolencia de la vieja venía aapagar la risa sobre sus labios de púrpura. Así la vida para la pobrejovenbajo la feroz tutela de su tía Ocasose iba convirtiendo poco apoco en un martirio intolerable. Y a pesar de lo que sufríasu bellezacrecía en esplendor y en frescura.
Los jóvenescorridos de la casa de doña Ocasode una manera formidablese contentaban con mirarla en la iglesia y seguirla a su pasocomo sesigue el paso luminoso de los astros. No había otra manera de verlaporque doña Rosario la ocultaba en las últimas piezas de la casaadondeno entraba sino el curaúnica persona a quien la tremenda viejarespetaba.
Aurora acababa de cumplir los catorce añossiendo por sus formas ycuerpo lo que una joven de diez y ocho. Tal era Aurora Villafañe cuandollegó a La Rioja Quirogaacompañado del Chachode vuelta de Huaja.
Facundo no había podido verlaporque él nunca iba a misaú nica parteadonde doña Rosario llevaba a Aurora. Pero una mañana que volvía de unacasa de juegola encontró en su camino ycomo todo el que la veía porprimera vezquedó deslumbrado. Le parecía haber enceguecido como sihubiera mirado al sol mucho tiempo.
La joven no conocía tampoco a Quirogalo veía por la primera vezsintiendo hacia aquel hombre un extraño movimiento de repulsión.
-¿Quién es ese militar tan espantoso que nos mira como si nos quisieracomer? -preguntó a su tíaaterrada ante aquel hombre que las seguíacon mirada ansiosa.
-Ese es Facundo Quiroga -respondió la tíasintiéndose dominada por unterror instintivo-el terrible Facundo Quiroga.
Si Aurora no conocía a Facundoconocía sus crímenes horribles y latriste historia de Angela; así es que al oír pronunciar el nombre delcaudillose estremeció toda y apuró su paso lo más que le fue posible.
-Apúrese usted tíaapúrese por Dios -dijo-; yo tengo miedo de esehombre y quiero llegar pronto a casa.
Y tan absorto había quedado Quiroga ante la espléndida belleza deAuroraque permaneció como clavado en la callesiguiendo con la miradaasombrada la estela luminosa que dejaba la jovensemejante a un astro. Noatinó a dar un solo paso ni a moverse de allíni a quitar los ojos desobre las dos mujeres que se deslizaban rápidamente. Fue cuando las huboperdido de vistacuando al doblar una esquina se perdió el escorzogentil de Aurora que Quiroga se dio cuenta de lo que sucedía.
-¡Qué espléndida! -exclamó como si hablara con alguien-. ¡Qué espléndidamujer! ¡Nunca he visto nada parecido! ¿Quién será?
Quiroga pensaba que debía ser alguna recién llegada de otra provinciapues ni la había visto jamás en La Riojani tenía idea que allípudiera existir una belleza como aquella. Angela se había borradocompletamente de su almaque se sintió conmovida y extasiada ante lahermosura espléndida de Aurora. Y siguió su camino pensando en ella y enla manera cómo podría conquistar su cariño.
Quiroga no se detuvo a pensar que su aspecto monstruoso no podía inspirarotra cosa que horror en una niña fina y delicada como Aurora. ConformeAngela se había enamorado de élcreía que todas se enamorarían con lamisma facilidad sintiéndose orgullosas ante el amor de un generalantequien todos temblaban y obedecían sus órdenes sin atreverse acomentarlas.
Quiroga no pensaba que sus hechos sangrientos debían inspirar horror atodo el que no fuera un bandido como ély creía que en cuanto la jovensupiera que el general Quiroga se había enamorado de ellase apresuraríaa complacerlo en sus bárbaras pretensiones. Aquel mismo día Quirogaaveriguó quién era la joven y dónde vivía.
-Lo tremendo que hay es la vieja tía que se ha constituido en su guardián-dijeron a Facundo-. Esa vieja la tiene bajo siete llaves y sólo por unacasualidad puede vérsela.
-Arreglaré a la vieja de manera que pueda verla cuantas veces me da laganay si embroma muchoserá a ella a quien le costará ver a susobrina.
Los enemigos de la vieja Ocasoen cuanto vieron el interés que teníaQuiroga por la jovendecidieron jugarle una mala pasadacomprendiendoque a Facundo no se atrevería ni siquiera a hacer lo que hacía a ellos.
Y como la vieja no se atrevería ni siquiera a disgustarse ante los dichosde Facundole dijeron que por doña Ocaso era más conocidaaunque suponíanque se llamaba Rosario. Y contaron cómo la vieja no permitía que nadieviera a la sobrinacorriendo de su casa a los que ella sospechara teníansus pretensiones amorosas.
-Lo que es conmigo -dijo- la vieja tendrá la bondad de tragarse la lenguay cerrar los ojosporque de lo contrario se los cerraré yo por toda lavida.
Los traviesos se frotaron las manosy pensando en los tragos de ira quetendría que apurar la vieja en adelanteaunque sintieran profundamenteque Quiroga se hubiera enamorado de la jovenporque presentían unadesgracia. No creían que Aurora hiciera lo que Angelaporque la jovenera un modelo de purezay no prestándose a las exigencias de Quirogaera indudable que éste cometería alguna violencia sin nombre niprecedente.
Aquella misma tardeQuirogavestido de gran uniforme y ridículamenteacicalado para presentar mejor y más atrayente aspectose presentó encasa de doña Rosarioy se entró en ella como a la suya propia. La viejamás muerta que vivaal ver semejante visita que no había más remedioque recibirse apresuró a abrir la puerta de la sala.
Quiroga miraba a todos lados como esperando la aparición de la espléndidajovenpero no asomaba por parte alguna. Quirogacreyendo que estaríaempaquetándose para causarle mejor impresiónconversaba con la vieja decosas indiferentes. Y devoraba con una mirada ávida y curiosa la puertacerrada que comunicaba con las otras piezas.
Practicada y maliciosadesde el principio comprendió lo que Quirogaesperabapero no quiso darse por entendida. Aburrido Facundo y recordandolo que le habían dicho sobre la ocultación que la vieja hacía de susobrinatrajo la conversación al granoy acostumbrado a decirfrancamente lo que queríaexpuso lacónicamente su pretensión.
-Y su sobrinaseñora Ocaso¿dónde está su preciosa sobrina?
Al sentirse tratar de Ocasola vieja tembló de ira y miró a Quiroga consus ojos de lanzapero no se atrevió a lanzar el reniego que pendía desus labios trémulos.
-Yo no me llamo Ocasosino Rosariopara servir a ustedése es miverdadero nombre.
-Ocaso me dijeron que se llamabapero si le gusta más que le diganRosariono hay por mi parte inconveniente.
-Hay muchos bandidos mal intencionados que por desesperarme me ponen todaclase de sobrenombresy sin duda han hecho creer a usted que así mellamopara que me desespere.
-Pues le diré Rosario y santas pascuasno hay que afligirse por tanpoco. ¿Pero y su sobrinaseñora? ¿Dónde está su sobrina? -preguntóQuiroga-. Usted se supondrá que no he venido sólo a visitar a usted.Quiero ver a esa linda joven a quien no conocíapara que mis ojos desalvaje se alumbren un poco con la luz de ese sol.
-Mi sobrina -balbuceó la vieja no sabiendo qué decir- está hoy un pocoenferma y ha tenido que recogerse temprano.
-Es extraño -contestó Facundo frunciendo el ceño-; es extraño porquehoy la he encontrado en la calle y parecía estar perfectamente buena.
-Es verdad -repuso la vieja-pero precisamente la salida es lo que le hahecho dañoporque volvió con mucho dolor de cabeza y el estómagoterriblemente descompuesto.
Quiroga se mordió los labiospero logró dominarseno por la viejasino por no asustar a Aurora. Y se despidiócon el firme propósito dequesi aquello volvía a repetirsepegar a la vieja un susto tremendoque le sirviera en lo sucesivo. El calculaba que la enfermedad era sóloun pretexto de la vieja para no dejarle ver a la sobrinapero pasó poralto la cosapreparándose para la siguiente visita.
-Espero que la enfermedad no será nada -dijo al despedirse- y que mañanatendré el gusto de saludarla. Hasta mañanaentoncesmis más finosrecuerdos a la niña.
-Afilate nomás -gruñó la vieja-que la verás tanto como hoy.
Era indudable que Quiroga se había enamorado de Auroray había quetemer tanto de aquel amor como de la peor de las desgracias. No había másremedio que salir de La Riojapara huir de Quiroga y sus pretensionespero ¿cómo huir sin que él lo supiera y cómo provocar con una fugairrealizable la cólera del Tigre de los Llanos?
Doña Rosario estaba verdaderamente aterradaporque sabía ella como todaLa Rioja que Quiroga no se detenía en nada para satisfacer sus caprichosy que sus instintos brutales lo llevaban a los peores excesos. Auroraquehabía escuchado toda la conversación desde la otra piezaestaba másaterrada que su misma tía. La narración de los horrores cometidos porQuiroga habían impresionado su espíritu sensible y delicadísimoymiraba a Facundo como un monstruo deforme contra quien toda precauciónera poca.
-Yo no quiero que vuelvano quiero recibirlo -exclamó-porque a su solapresencia me moriría de miedo.
Y rompió a llorar con el mayor desconsuelo.
-Yo le haré entender que de mí no tiene que esperar más que el horrorque me inspiray que es inútil que pretenda otra cosa.
-Esto sería lo peor que podrías hacerporque al sentirse así rechazadose irritaría y no tardaríamos en sufrir las consecuencias de su ira. Espreciso fingir y disimularhija míaesperando un momento oportuno parahuir de La Rioja.
-Es que si fingimos agrado al recibirlo no saldrá de aquíse figuraríaque puede hacer lo que le dé la gana y tal vez esto tenga fatalesconsecuencias.
-Nada puede sernos más fatal que su cólera; es preciso ante todo evitarirritarlo y que no tenga motivo para proceder con violencia. El es elsupremo podercontra él no hay justicia en La Rioja y ya se sabe que élhará lo que más le dé la gana. Es preciso tener paciencia por ahora yestar preparadas a todo; con ese maldito no hay que descuidarse.
Tía y sobrinaconvencidas de que corrían un peligro inminente con laamistad de Quirogase resolvieron a esperar pacientemente la oportunidadde salir de La Rioja.
Al otro día como lo había anunciadoFacundo se presentó en la casa deAuroray entró a las habitaciones sin tomarse el trabajo de hacerseanunciar. Quiroga temía que se hicieran negar o se escondieran para norecibirlo y quería evitar toda negativapresentándose así de golpe enlas habitaciones.
Al sentir a un hombre que entrabadoña Rosarioque estaba en una piezatejiendo con su sobrinasalió apresuradamente a ver quién eraquedándosehelada de miedo y de rabia al ver al visitante a quien nada podía decir.
-Pero general -balbuceó entre amable y enojada-esa no es manera deentrar a una casa habitada por damas solas; siempre se respeta suinteriordonde éstas pueden estar en trajes livianosentregadas a lasfaenas domésticas.
-No creía que usted se ofenderíami amiga -respondió Quiroga riendocomo quien ha hecho una gracia-; deseaba informarme cuanto antes de lasalud de Auroray por esto me apresuré a llegar.
-La niña está mejor -contestó la vieja Ocaso-pues lo de ayer no fue másque una indisposición pasajera; pase adelante.
Y con más deseos de echarlo a la calle que otra cosalo condujo a lasala donde lo hizo sentar. Poco importaba a Facundo que la vieja estuvierao no rabiandolo que él quería era ver a Aurora y nada máshablar conellade su amoraunque doña Rosario hiciera y dijera lo que le diera lagana.
-¿Conque está mejor la niña? -preguntó-. Lo celebro muchohágame elfavor de prevenirle que yo estoy aquí expresamente a visitarla.
-Aurora está mejorefectivamente -dijo Rosario-pero no como paraatender visitasporque aún está con la cabeza aturdiday no se havestido. Le ruego que la perdone por hoypues la pobrecita ha sufridobastante.
"Te has entrado hasta adentro como a tu casapensaba la viejapueste has de ir sin ver a Aurorahoy como cualquier otro díaa ver si asíte convences que no quiero recibirte y te dejas de fastidiar."
Quirogaque parecía adivinar la intención de la vieja y que conocíasus hábitos por lo que le habían dichodejó de reír un momentoy mirándolacon fijeza le dijo secamente:
-Doña Rosarioes preciso que se fije y recuerde que yo no soy ninguno deesos mocitos a quienes usted trata como quiere y les impide ver a susobrina. Yo soy Facundo Quirogadoña Ocaso o doña Rosarioy noreconozco más voluntad que la mía; vaya dígale a esa niñ a que aquíestoy yo a visitarla.
Aquello no admitía la menor contradiccióny la vieja se echó a temblarviendo que no había más remedio que obedecer la voluntad de aquel hombre.
-Voy a avisarle para que se vista -dijo-la pobre está como entre casa yno es propio que lo reciba así.
-Como yo no vengo a visitar la ropa sino a ella misma -contestó Quiroga-que no se fije en trapos más o menos que todos serán lo mismo bajo laluz de sus ojos.
La vieja estaba dada al infiernocada palabra de Quiroga era una puñaladapara ellay un nuevo motivo de indignación suprema. Quiroga se servíade ella misma para enviar a Aurora frases galantes y aquello eraintolerable. Pero el miedo era más que la rabiay peor sería queQuiroga se entrara nomás a las piezas interiores e hiciera lo que lediera la gana. Así es que salió de la sala dispuesta a hacer salir aAurorapero aleccionándole sobre lo que tenía que hacer.
-Ese hombre es un malditoquiere verte a toda costa y no hay más remedioque obedecer; es preciso que salgashija míaporque si no vendrá él.Fíngete algo enferma y trátalo con dulzura para no irritarloaunque conla mayor frialdad que puedas para que vea que de ti no puede esperaramores.
La joven estaba contrariada. Quiroga le repugnaba de una manera invencibley le inspiraba un terror de muerte. Pero se decidió a salirpues peorsería que él se viniera hasta su dormitoriosegún lo que su tía leaseguraba.
A pesar de su modo de pensar respecto a QuirogaAurora se compuso con máscuidado que nuncaponiéndose su mejor vestido y peinándose con unaespecie de despeinado de gracia infinita. Al fin era mujery mujer bonitasiendo su primer cuidado mostrarse en todo el esplendor de su bellezaaunal hombre que le inspiraba horror y repulsión. Una mujer alejaría de sulado al hombre que no le gustapor todos los medios a su alcancemenoséste: mostrársela fearidícula y sin interés alguno. No hay mujer quese haya resuelto a emplear esta armala más eficaz de todas para alejara un hombre. Aunque vayan a hablar con su peor enemigono lo harán sinhaberse antes compuesto y vestido de manera de hacer resaltar su bellezalo más posibleu ocultar los defectos físicos que pueden llamar laatención.
Así Aurorasiguiendo los instintos de mujerquería aparecer anteQuiroga en toda la exuberante magnificencia de su bellezaa pesar de serun hombre a quien nunca hubiera deseado ver cerca de sí.
Facundo Quirogael tremendo Facundo Quirogaesperaba en la salaestremecido como un colegial que asiste a su primera cita. A su vez se habíavestido con su gran uniforme de gala y con un esmero ridículopuesdesdecía en todo con su persona brusca y grosera. Quiroga creía que paraseducir a Aurora bastaría el brillo de su uniformey no había cacharpaque no se hubiera puestolo que daba a su persona ese tinte de ridiculezque tanto contrastaba con la ferocidad de su aspecto.
Cuando entró AuroraQuiroga se puso de pie y abrió la bocapositivamente deslumbrado. Nunca había visto una mujer tan lindani teníaidea que la belleza femenina pudiera llegar a aquel grado de perfección.
-¡Esto no es posible! -exclamó como si hablara con sí mismoy sinpoder dominarse-. Yo no estoy aquí delante de un ser humanoesta es unavirgen del cielosi es que en el cielo puede haber belleza de talmagnificencia.
Quiroga no podía volver de su asombro y miraba extasiado el rostroluminoso de la jovende tal manera que ésta no pudo menos de sonreírcon una mansedumbre verdaderamente celeste.
-Perdónperdón -exclamó Quiroga trémulo y sin volver de su éxtasis-.Perdónsi le he incomodado; perdón si mancho su persona divina con misojos de salvajepero estoy dominado. Déjeme que la siga mirandoque lasiga mirando tan sólo y doy toda mi vida sin retirar una sola gota desangre.
Aurora miraba sonriendo siempre el encanto de Quirogagozándose en laimpresión que en el feroz caudillo había causado.
-Yo me creía un hombre de voluntad firme -siguió diciendo éste-perocon su presencia he aprendido que soy un niño y un ser inferior. No mireusted en mí más que un esclavo -dijo- a quien puede mandar con la puntadel pie. Facundo Quirogaque no ha conocido un superior en este mundohahallado en usted el único poder que podía subyugar su alma de león.
Y envolvió con su mirada candente y en una ráfaga de fuego todo el serde Aurora.
-Aurora de la vidaserá desde hoy la Aurora de Quiroga. Siento que mispulmones son pequeños para aspirar la brisa balsámica que se desprendede su ser aéreo. Y es tan poderosa la influencia que sobre mí ejerce sóloel brillo de su miradaque yo mismo no comprendo las palabras que brotande mis labios como arrancadas por un poder extrañ o.
La expresión que marca la pasión en la mirada expresiva del tigre y elencanto de su palabra trémula y enamoradahabían borrado algo de laantipatía que sintiera por él en un principio la joven. Ya no parecíafeo ni ridículoni experimentaba el terror que había sentido alprincipio. Es que la pasión embellece en la expresióny sabido es quela belleza de expresión es superior a la belleza de las formas mismas.
Doña Rosario miraba llena de ira el agrado que empezaba a demostrarle lajoventemiendo que pudiera convertirse en cariñoy trató de mediar enla conversación hablando de cosas indiferentes. Hacer el amor a susobrina en sus propias naricesera una insolencia irritante que no podíatolerarpero que tampoco se atrevía a suprimir directamente por miedo aQuiroga. El sonido seco y agresivo de aquella voz acerada vino a quebrarel encanto que se había establecido entre Aurora y Facundo.
Los ojos de éstemirando a la vieja de una manera siniestravolvieron amostrar al tigrey Aurora se estremeció toda al recordar todas lasatrocidades cometidas por aquel hombre. Recordó que estaba frente alhombre sanguinario y ferozy su alma tímida y pura se estremeciópensando en el peligro que corría. Quiroga quiso reanudar la conversaciónamorosapero ya estaba roto el encantoy Aurora lo escuchaba con tan fríaseriedad que helaba todo el entusiasmo de su palabra.
Y aquella maldita mujer que cortaba el diálogo cada vez que empezaba aanimarselo irritaba de una manera poderosa. El la hubiera deshecho entresus manos más de una vezmás de una vez había sentido el deseo deapretarle el gañotepero esto hubiera asustado a Auroray Quirogahubiera perdido en su corazón todo lo que calculaba haber ganado. Poresto se contenía a duras penasaunque a sus ojos asomaban como relámpagoslas intenciones siniestras de su espíritu. Y pensó en retirarse temiendoque la ira lo arrastrase a un acto violento a pesar de toda su voluntadesperando una oportunidad de hallar sola a la joven para tener con ella laexplicación que deseaba.
Cuando Quiroga salió de la casaempezaba a anochecer. Y la vieja Rosarioalzó las manos al cielo en señal de graciaspor el peligro a que habíaescapado.
IIIQuiroga volvió al día siguiente y siguió haciendo su visitadiaria. Pero siempre doña Rosario se hallaba presente sin dejarlos solosun solo momento. Ella sabía que Quiroga nunca conquistaría el cariño deAurorapero como lo creía capaz de cualquier acto de violenciano seatrevía a dejarlos solos un solo momento.
Y el amor de Facundo por la joven crecía de una manera poderosaalextremo de que éste sólo pensaba en la joven. Ya no se reunía con susamigosni asistía a las jugadas ni andaba en las parrandas de mujeres fácilesporque todo su tiempo y su pensamiento lo tenía dedicado a Auroraalextremo de que cuando no estaba en su casa con ellase estacionaba en laesquinacontentándose con mirar la casa de lejos. Así el amor deQuiroga por la joven Aurora se había hecho público en La Riojacomo eldesdén y la frialdad con que ella lo recibía y atendía.
El día menos pensado les va a pasar un chasco con Quirogadecíanyesperaban de un momento a otro la noticia de alguna atrocidad cometida porel caudillo.
Pero éste estaba contenido por su misma pasión y el temor de asustar aAurora. Poco a poco se iba irritando creyendo que la oposición de lavieja era la causa de todoy sintiendo la necesidad de hacer undescalabro.
-No voy a tener más remedio que hacer una enormidad con esa vieja -dijoun día al Chacho-y lo siento muchoporque la muchacha se me puedeasustar y cobrarme miedo.
-Tenga paciencia -dijo el Chacho con su calma reflexiva-las cosas vendránnaturalmente y sin que usted quede mal. Así la joven nada tendrá queecharle en cara y usted se habrá salido con la suya.
Pero la pasión de Quiroga crecía y crecía de un modo evidente y élmismo comprendía que no podía tardar sin hacer un estallido. Pensando enla mejor manera de alejar a la tíaaunque fuera momentáneamenteQuiroga había apostado dos soldados en la calle con la orden de echar elguante a la vieja en cuanto la vieran salir sola y llevársela a su casa.
Doña Rosario solía salir a la vecindadsolapero tardaba tan poco quenunca Quirogapor prevenido que estuvierahabía podido aprovechar unasola de estas ausencias cortas.
-En cuanto yo tenga segura a la vieja por un par de horas -decía- mitriunfo será completopero la dificultad está en asegurarla sin queAurora sepa que yo la tengo presa.
Y los soldados pasaron en su apostadero un par de díassin que la viejaRosario saliera de su casa. Al tercer día y a eso de la siestala viejasalió de la casa muy apurada. Iba a ver a su otra sobrinaMáximaquevivía a la cuadra siguiente. Deseando regresar lo más pronto posiblelavieja caminaba aprisa; había dejado cerrada la puerta de calle y como noera aquella la hora que acostumbraba a ir Quirogaiba perfectamentetranquila.
En cuanto los soldados la vieron salirse lanzaron tras de ellay antesque llegara a la casa donde se dirigíala acometieronle taparon laboca con arreglo a las instrucciones que habían recibido y corrieron conella al hombro a casa de Quiroga. La vieja Ocaso hacía esfuerzosespantosos para arrancarse de manos de los soldadospero no podía hacerel menor movimiento. Aquéllos habían recibido instrucciones terminantesdel generaly por la cuenta que les teníahabían asegurado a la viejade tal maneraque cada dedo de sus manos parecía una atadura.
Doña Rosario había comprendido inmediatamente de lo que se tratabay sesentía dominada por el vértigo de la locuraque en cuanto estuvo sueltaen presencia de Quirogale saltó a la cara como si fuera a estrangularlo.Pero los soldados volvieron a sujetarladándole un moquete por vía deadvertencia.
-¡Bandidos! -gritó la vieja-. ¡Bandidossuéltenmesuéltenme pronto!
Y Quiroga reía estruendosamentedando su última mano de compostura atodo su traje.
-A verátenme a esa vieja en una sillabien amarrada para que se estéquieta y pueda verle mejor la cara.
-¿Pero qué es lo que usted pretende con estohombre infame? -preguntabadoña Rosarioa quien la rabia había hecho perder el miedo.
-Una cosa muy simple -contestaba Quiroga con su ademán más burlón-visitar a su sobrina sin que usted oiga lo que hablamos ni vea lo quehacemosy sin que venga a interrumpir con burradas nuestra plática depalomos. Miren que facha de vieja burrapara venir a imponermecondiciones y estar de sayón impidiendo que yo diga lo que me da la gana.No la suelto hasta que yo no vuelvavieja de porqueríaa ver si asídeja de meterse en lo que no le importa.
Doña Rosario estaba aterrada. Facundo iría a su casa a hacer lo que lediera la ganay la pobre Auroraindefensaquedaría entregada a aquelbandido.
La vieja insultóvociferó e hizo esfuerzos tremendos por soltarseperotodo fue inútil. Quiroga siguió riéndose como un loco y se preparó asalir. Aquí la desesperación de la vieja fue tremenda al extremo deponerse a llorar y suplicar a Quiroga por todos los santos del cielo quela soltara y la llevara con él.
-Novieja burra -respondió éste-no te suelto hasta que yo vuelva.
Al ver que se ibadoña Rosario empezó a gritar de un modo tremendoalextremo que sus gritos y llantos podían oírse desde la esquina. EntoncesQuiroga mandó a sus soldados que si no se callaba le taparan la bocaysalió rápidamente hacia la casa de Aurora.
Un soldado lo seguíasoldado que llevaba Quiroga para que cuidase quenadie entrara a la casa mientras él estuviera dentro. El milico se quedóen la puerta a cumplir su consigna y Quiroga se entró a la casacompletamente dominado por su pasión.
Su amor por Aurora crecía de una manera imponderableno conocía escolloa su pasión frenética y sólo pensaba en la posesión de aquel ángel.El creía en su insolente soberbia que Aurora correspondía a su pasiónpero no se atrevía a decírselo por temor a la vieja. Suprimido eseinconvenientela joven se entregaría a él sin ninguna reservay todoquedaría arreglado. ¿Qué mal podría hacerle la vieja después? Notendría más remedio que conformarse con la situación y aceptaría talcual lo representabade otro modo la haría salir de La Rioja y se quedaríasin tener quien lo molestara.
Aurora estaba tejiendo en sus habitaciones completamente ajena a lo quesucedía. Tal vez preocupada con su situación no notaba el tiempo pasadodesde que salió su tía y esperaba tranquilamente su vuelta. Cuando viodelante de ella de pie y sonriente al general Quirogauna expresión deinmenso asombro asomó a su semblante bello; estaba sola con Quiroga yesto le causaba un miedo terrible.
-Por Diosgeneral -dijo toda trémula y cortada-pasemos a la salaquesi viene mi tía y lo encuentra aquí se va a poner furiosa conmigo alextremo de golpearme. Vamospor Diosgeneral -y se levantó queriendopasar a la sala.
-No temas -dijo Quiroga tomándole suavemente de un brazo-; la vieja novendrá porque yo he tomado mis medidas para que no vengapodemosentregarnos libremente al goce de nuestro amor.
Tan terribles eran aquellas palabras para la jovenque quedó muda yazorada sin saber qué contestar. Aunque inocente y purísimaempezaba aentrever el plan maldito de Quiroga y a comprender lo angustioso de susituación. ¿Qué era lo que pretendía Quiroga? ¿Qué quería decirlecon aquello que podían entregarse al goce de su amor?
Quiroga interpretó favorablemente el asombro de la jovencreyó queaquella sonrisa de terror era una sonrisa de placery tomó las manos dela joven que ésta no atinó a retirar.
-No tengas cuidadoAurora de mi noche más lóbrega -dijo Quirogatratando de poetizar-; no tengas cuidadoyo estoy aquí para protegertede todo mal.
Aurora se retiróse arrancó de manos de Facundo y retrocediendo endirección a la sala preguntó qué había sido de su tía. Quirogacreyendo hacer gracia a Aurorale refirió la rabieta que había tomadola vieja y cómo quedaba en su casa segura hasta que él volviera.
-Pero eso es una iniquidad -gritó la joven sobreponiéndose a la situación-.Su presencia aquí me compromete de un modo horrible; cualquiera que entreaquí y lo vea va a pensar de mí cosas terribles y tal vez me va a creercómplice en lo que usted ha hecho.
-Todo está previsto; en la puerta hay un soldado precisamente para que nodeje entrar a nadie mientras yo esté aquí.
Con aquella última medida la joven se vio perdida ante la sociedad que lacreía cómplice de Quirogay conteniendo las lágrimas que asomaban asus ojos lánguidosintimó a Quiroga que hiciera retirar a ese soldado yse retirara él mismo.
-Yo no puedo recibir visitas de nadie no estando mi tía -dijo-. Váyasepor Dios y si usted quiere que yo le conserve mi estimaciónsuelte a mitía y no vuelva a esta casa sino cuando ella esté presente. Así loexige mi reputación y buen nombrede otra manera yo no lo puedo recibir.
Quiroga estaba atontado ante tan inesperada salidaante aquellas palabrasque caían como un balde de agua helada sobre su pasión verdaderamentevolcánica. Y su pasióncontrariada de aquella manera cuando él menoslo esperabaempezó a irritarlo profundamente.
-No seas niñaalma mía -dijofingiendo una tranquilidad que no sentía-.Nadie se atrevería pensar mal de la mujer en quien Quiroga ha puesto losojos y el que lo piensese entenderá conmigo. Yo te amo sobre todas lascosas de la vidatú me amas también y a nadie tienes que dar cuenta detus actos ni de tu persona. A tu tía no le ha de suceder naday si túlo quieres asíyo la haré venir y todo quedará como estaba.
Y avanzó sobre Aurora queriéndole tomar las manos nuevamentey ella conel terror y la indignación pintados en el semblante azoradovolvió aintimar a Quiroga que se retirara y no volviera mientras su tía estuvieraausente.
Facundo estaba tremendo de ira y loco de amor: él mismo se tenía miedo yhacía lo posible por contenerse para no hacer una barbaridad. La jovenaterrada ante la expresión de aquella fisonomía tremendarompió allorar con verdadera desesperación. Ablandado ante las lágrimas de lajovense aproximó de nuevo a tomarle las manos y prodigarle sus cariciaspero ellasintiendo una repulsión inmensalo rechazó de nuevocontoda la indignación de una mujer pura que se siente próxima a ser víctimade una acción cobarde. Exaltado por la pasión y enceguecido por susinstintos brutalesFacundo tomó a la joven entre sus brazos de Hérculesy la besó en la boca. Al contacto de aquellos labios de fuegoAurorahizo un esfuerzo supremo y jadeante y estremecida quiso arrancarse deaquellos brazos que la aprisionaban y la oprimían contra los botones deluniforme que se marcaban en sus carnes.
Quiroga se iba irritando cada vez más por aquella resistencia violentayluchaba con Aurora como si hubiera luchado con un hombre. Y con eluniforme desgarrado y el semblante descompuestoQuiroga ofrecía unespectáculo tremendo.
-¡Socorroque me muero! -gritó la joven sofocada y próxima a sucumbir.
Facundo abrió los brazos y ella aprovechando aquel momentáneo desahogoempujó a aquel bárbaro y saltó al patio. Quiroga saltó sobre ellanuevamente y trató de volverla a agarrarpero ellaempezó a correr portoda la casa. Quiroga corrió tras ella volteando los muebles que hallabaa paso y haciendo un estrépito infernal.
La joven hubiera salido a la calle en demanda de auxiliopero la puertano sólo estaba cerradasino cuidada por el soldado que le habíaanunciado el mismo Quiroga. Auroracerrado el paso por aquel ladohuyóhacia el fondo seguida siempre de Quiroga que se había convertido en unverdadero loco. En el fondo de la casa había un pozo y allí en un bordese detuvo Auroramirando fijamente a Quiroga.
-Esta es mi única salvación -le dijo con la voz entrecortada por elcansancio-; si usted no se detiene me tiro en él.
Quirogaciego por la pasión y la iraavanzó rápidamente tratando deganarle tiempo. Pero ellamás rígida y decididainvocó el nombre deDios y se arrojó al pozo. Un grito formidable salió del pecho de Quirogaal ver desaparecer a Aurora y sentir el golpe de su cuerpo en el fondo delpozo. Pero se le escapabay la ira de Quiroga era ya algo de espantoso.
-¡Cosme! ¡Cosme! -gritó con voz poderosapasando al patio donde volvióa llamar a Cosme.
-Ordene V. S. -gritó el soldado de la puerta entrando a toda prisa.
-Ahora mismoya -le gritó Facundo antes que llegara a su lado; bájateal pozo y sácame a esa joven que se ha caído.
El milico se metió en el pozo y empezó a descender con una facilidad degato.
Un negroMatíasnegro viejo y enfermo que había en la casase asomóa los gritosy viendo que Quiroga mandaba sacar a la jovense apresuróa facilitar la operación por medio de un soga que trajo. El negro habíavisto lo que pasabahabía oído cuando la joven se tiró al pozoperono se atrevió a moverse.
El semblante de Quiroga horriblemente descompuesto y sus ojos dilatados ycentellantescausaban verdadero espanto. Y parado a la orilla del pozocon su uniforme hecho jirones y el cabello alborotadotrataba defacilitar la operación por medio de la soga.
En el fondo del pozo Aurora había entablado una lucha con el soldado quequería sacarlapero aturdida con el golpesu resistencia fue sumamentecorta y débil. El soldado le ató la soga por debajo de los brazos y avisóque la subieranoperación que empezó a hacer Quiroga con sus fuerzas deHércules. La acción de la joven había irritado a Facundo de una maneraimponderable. En aquel momento él no la sacaba por salvarle la vidasinopara castigar su acciónla insolencia de haber huido de sus caricias.
La pobre niña lloraba de una manera triste y conmovedorapero en vez demover con su llanto la compasión de aquel bárbarolo irritaba cada vezmás. Cuando llegó a la orilla del pozoQuiroga la tomó de un brazo yla sacó afuera dejándola caer al suelo con terrible violencia.
-¡Bribonaestúpida -le dijo-qué te figurasque conmigo se puedejugar de esa maneraya te enseñaré yo a no ser bruta y a aceptar por lafuerza lo que no he podido hacerte aceptar por el más puro cariño!
-La muerte mil veces antes que la infamia -balbuceó la joven-; todas lasmuertes me son preferibles al amor sincero que usted me ha propuesto.
Quirogaperdida ya toda reflexiónle dio un golpe con el pie diciéndole:
-A honor debías haber tenido ser querida por míbribona; ya te pesarálo que has hechoy verás que el amor de Quiroga era grande y bellocuando tengas que aceptar por fuerza lo que no has querido aceptar poramor.
-Jamás -contestó la joven horrorizada-; yo sé que usted es un bandidocapaz de todopero que nada podrá contra mí. Prefiero mil veces que mehagan pedazos al horror de verlo a mi lado.
Quiroga avanzó sobre la joven y le dio algunos golpes y sacudones.
-Así -dijo ella-más fuertecon eso me mata pronto y dejo de padecer yde oír sus palabras odiosasmás fuerteasíasí mismo.
Y este así mismo se refería a los golpes violentos que daba Quiroga cadavez con más fuerza. Pero Facundo no quería matarlaporque no queríaque la muerte robara a Aurora a sus deseos brutales. El creía que con elrigor conseguiría lo que no había conseguido con las protestas de suamorpero al fin se convenció de que pegándole concluiría por matarlay se detuvo.
La joven estaba en un estado que inspiraba la mayor compasión. Su bellorostro lleno de horribles moretones y su ropa desgarrada por todas partesle daban un aspecto tremendo. Y no tenía fuerzas ni valor para llorarsiquiera.
Al ver el estado de la jovenQuiroga se arrepintió de lo que habíahechono porque sintiera la menor compasiónsino porque su acción bárbaray cobarde le quitaba toda esperanza de ser amado por la joven. Y él amabaa su maneracomo aman los tigresen quienes una caricia se traduce en ungolpe de garras. Y dejando a Aurora estirada en el suelosalió rápidamenteordenando al soldado que se quedara allí para ayudar a atenderla. Pasadoel primer momento de ira y vuelta la calma a su espíritu sintióinmensamente lo que había hechopero ya no tenía remedioahora no habíamás que soportar las consecuencias de su acción.
Quiroga entró a su casay al tropezar con la viejasintió una nueva ráfagade ira que le subió a la cabeza. Esta al ver el estado en que volvíaFacundocomprendió que éste había sostenido con Aurora una luchatremenda; pero ¿cuál había sido el resultado de aquella lucha?Conocidas las personas era indudable que Aurora había sucumbidoporquesu físico débil y delicadono habría podido resistir a la presión deaquellos brazos formidables. La pobre mujer sintió su alma cruzada poruna inmensa agoníay conteniendo apenas su llanto increpó a Quiroga loque suponía habría hecho.
-¿Dónde está Aurora? -preguntó de una manera agresiva-. ¿Qué hahecho usted con mi sobrinainfame?
-Lo que voy a hacer contigovieja insolentedesátenla.
Desatada la viejaen vez de salir disparando como era de esperarsecuadró delante de Quiroga queriendo obligarlo a responder a sus preguntas.
-¿Dónde está Aurora? ¿Qué ha hecho usted con ella? ¿Por qué vuelveen este estado?
-Porque me da la ganavieja de perra -contestó sulfurado Quiroga-y sino sale pronto de aquí le hago pegar doscientos garrotazos.
-¡Infame! -gritó la pobre vieja-. Dios le libre de haber cometido unainiquidad.
E iba a seguir con sus injuriaspero Quiroga le cortó la palabra de uncogotazo. Doña Rosario dio un grito estridentese agarró la nuca conambas manosy salió rápidamente maldiciendo del cielo y de la tierra.En menos de un minutola vieja estuvo en su casaávida de hablar con susobrina y averiguar lo que había sucedido. Por más preparada que fuerala vieja a presenciar algo monstruosola vista de su pobre sobrina fuesuperior a todo cuanto se había imaginado. La cara angelical de Aurorahinchada horriblemente por los golpes recibidosestaba llena de moretonescárdenos y contusiones brutales. Por entre sus ropas desgarradas se veíanlas manchas moradas que los golpes habían producido en el cuerpoy susojos enrojecidos por el llantoacusaban de una manera conmovedora todo eldolor que experimentaba.
-¡Hija de mi alma! ¡Hija de mi corazón! -gritó la vieja meciéndoselos cabellos desesperadamente-. ¿Qué te ha sucedido? ¿Qué ha hecho esebandido cobarde?
-Me ha golpeadome ha maltratado de esta manera porque me resistí a suspretensiones. Desesperada y no pudiendo ya huir de élque había llegadohasta luchar conmigo como un infameme arrojé al pozo del fondo y estofue lo que más lo irritó. Me hizo sacar con un soldado y enfurecidomeha pegado de una manera horrible.
Y la pobre niña abrazada del cuello de su tíase puso a llorar coninmensa amargura. Era el primer desahogo que tenía.
-Por lo que ese hombre habrá hecho conmigo -balbuceó-creí que a ustedla hubiera muerto; bendito sea mi Dios que me la devuelve para consuelo demis males.
Y la pobre joven refirió a doña Rosariocon sus menores detalles lo quehabía sucedido. Tan enfurecida estaba éstaquesin el menor miedoechóa empujones al soldadoque aún estaba allí dominado por el horror deaquella situación especial. Y se puso a armar en seguida tal escándalode gritos y maldicionesque poco después todo el barrio estaba en sucasa comentando lo sucedidoy asombrándose de la virilidad ejemplar dela joven.
Aquel suceso fue el tema de las conversaciones durante mucho tiempo. Ytodos se ocultaban para condenar el proceder de Quirogatemiendo que éstelo supiera y fuera a castigarlos de alguna manera bárbara. Todosaconsejaban a doña Rosario que saliera de La Riojapues la segundatentativa de Quiroga podría tener consecuencias más fatales y dolorosas.Y todos se ofrecían a ayudarlasin que a ninguno se le ocurriera elmedio de ponerlo en práctica.
IVDesde aquel díaQuiroga se encerró en su casanegándose a vera persona algunacon excepción del Chacho. Estaba arrepentido de lo quehabía hechono por el hecho en sísino porque él importaba el odio yel desprecio de la mujer que amaba. Aurora no podría oírlo en adelantesin sentir un movimiento de horror y huiría de él como del peor enemigo.
-No tengo conformidad -decía al Chacho-no puedo olvidarme de esemomento maldecidoy siento que cada día estoy más apasionadoy el amorde esa mujer es una necesidad de mi vida.
-Todo se olvida en la vida -contestaba el Chacho-y no hay cosa que nopueda borrarse a fuerza de buenas acciones. Con la dulzura y el cariñopuede ser que ellas olviden lo sucedidoporque al fin y al cabo aquellono fue más que un extravío producido por la pasión más íntima.
-Siento una fuerza tremenda que me impulsa a buscarla nuevamentepero metengo miedo a mí mismoporque la misma pasión puede conducirme muylejos irritándome de una manera tremenda si sufriera otro rechazo.
-Pues déjelas en paz -contesta el Chacho-; muchas otras mujeressuperiores a Aurora mismase considerarán felices con su amory ustednada habrá perdido.
-Sobre toda la tierra no hay una mujer más linda que Aurorano hay unamujer tan linda como AuroraChachoy yo no puedo conformarme con esa pérdida.Ruego a Dios que las inspireporque me siento capaz de hacer unabarbaridad.
Aurora sabía esto; por lo que ya le había sucedidocalculaba de lo queera capaz Quirogapero estaba dispuesta a arrostrar la muerte antes queel deshonor. Aquello era para ella cuestión de convicción profunda y nohabía que hacer. Los ocho o diez días que ella guardó camacurándoseQuiroga no dio señales de vida; se había contentado con establecercentinelas a los alrededores de la casa para que le avisasen si lasmujeres intentaban huir.
En La Rioja se comentaba mucho la actitud de Facundoesperándose de unmomento a otro el estallido de su cóleraestallido tremendo que podíadar resultado de muerte.
Los movimientos políticos en contra la política de Rosas se sucedíanunos a otros. Paz por un ladoLavalle por el otro y el mismo Tucumán queno se mostraba tan sometido como lo había dejado Quirogase movíanamenazadores. Rosasalarmadohabía mandado a llamar a Quirogaordenándoleque pusiera nuevamente en pie su ejército y se moviera sobre Tucumán ysobre Córdobadejando al Chacho para mantener el orden en las provinciasdel Norte; manteniéndose al habla con Aldaoen previsión de cualquiermovimiento por aquel ladocosa difícilpues los unitarios teníanaglomerados sus elementos entre Tucumán y Córdoba. Quiroga sintióprofundamente aquel llamadoque lo arrancaba de La Rioja cuando más empeñadoestaba en aquella conquista y cuando la ausencia de La Riojapodíacostarle la pérdida de Aurora para siempre.
Quiroga se preparó para marcharpero quiso antes tener una nuevaentrevista con Aurora. Después de organizar todas las tropas y formar elejército que había de llevar consigo; después de escribir al fraileAldao que le remitiera un fuerte contingente quedando él prevenido paracualquier revésse fue de visita a casa de la vieja Rosariola nocheantes de su partida. La presencia de Quiroga produjo en las mujeres unaimpresión de pánico terrible. Claro era que después de lo que habíasucedidoQuiroga no podía ir allí a nada bueno. Como Facundo se entrabaa la casa sin esperar a que nadie lo recibierasalió la vieja a suencuentro preguntándole qué deseaba.
-Quiero ver a Aurora -dijo Facundo-quiero hablar con ella un momento.
Quiroga había hecho el propósito de no irritarse y hablarle con unamansedumbre terrible por lo mismo que era fingida.
-Aurora está enferma -contestó la vieja-y no puede recibirlo; despuésde lo que ha pasado aquíextraño mucho que usted vuelva a esta casa.
-Usted no tiene nada que extrañar porque no es a usted a quien yo vengo aver. Llame usted a Auroraque si ella no puede venir adonde yo estoyiréa verla.
La vieja no se atrevía a echar a Quirogay temblaba de que éstehallando siempre la misma resistenciafuera a irritarse y a cometer uncrimen.
-He venido con todo el propósito de estar tranquilo -dijo viendo que lavieja no se movía-; le ruego que no me irriteporque siento que voy ahacer un descalabro.
La vieja tuvo miedo e hizo entrar a Quiroga a la sala y fue a llamar aAurora.
-No tengas miedo -le dijo-que yo estoy contigo y si algo intenta entrelas dos nos hemos de defenderllamando en nuestro socorro a todo el mundo.
A la noticia de que allí estaba FacundoAurora tembló de espanto y seresistió a obedecer a su tía.
-La muerte -dijo-la muerte mil veces antes que permitir que ese hombrese me acerque.
Fue necesario toda la buena lógica y autoridad de la tíapara queAurora saliese a ver a Quiroga.
-Piensa que si te resistes será capaz de venir a buscarte él mismo yesto será mucho peor; tal vez arrepentido con lo que ha hecho y en vísperade marcharquiera pedirte perdón por lo infame de su conducta.
La pobre joven gimió y se resignó a obedecer a la tía. A la vista de lajovencada vez más bella por la misma tristeza marcada en su semblanteQuiroga sintió un golpe de pasión violenta y de deseo. Le parecía quela amaba más que nunca y que realmente el amor de Aurora era unanecesidad de su vida. Y aterrada la jovenpermanecía de pie sinatreverse a dar un paso.
-Por DiosAurora -dijo Facundo-acérquese sin desconfianzaescúchemelo que voy a decirle. Yo la amo siempre de la misma maneracon la mismaintensidad; yo no estoy enojadoy si el otro día la traté malfuearrastrado por un vértigo de pasióny porque usted me había instadoque me retirase. Sin embargo estoy arrepentido; he sentido más dolor queusted mismay haría cualquier cosa por borrar aquello de mi memoria. Yola amo más que nuncaAuroray ahora al partir siento que mi pasiónaumenta de una manera inmensa.
Al recordar aquellas escenas vergonzosasal recordar que aquellas manosque se estiraban hacia ella trémulas de amor le habían golpeado de unamanera tan cobardeAurora se sintió presa de la vergüenza más íntimay dos hilos de lágrimas silenciosas cruzaron su semblante bello.
La vieja Rosario miraba a Quiroga de una manera agresivapensaba en queal fin al día siguiente debía salir de La Rioja y guardaba un silencioprofundocalculando que sería mucho mejor guardar silencio y noirritarlo con recriminaciones que ningún buen resultado podían dar.
-Vamos -dijo Quirogaconmovido ante el mudo dolor de la joven-yo noquiero irme de La Rioja sin la caricia de su palabra tiernaAurora; elprivilegio de la aurora es disipar las tinieblas de la nocheyo quieroque usted alumbre en mi espíritu y que su perdón y su sonrisa sean laprenda de amor que yo lleve en mi viaje.
Y se aproximó a la joven tratando siempre de tomarle las manos. Exaltadopor sus mismas palabrasFacundo había palidecidosus ojos brillaban confulgor extraño y el vértigo del deseo empezaba a dominarlo.
La jovenal verlo avanzar en aquella actitudretrocedió hasta dondeestaba la tíaguareciéndose en ellay ésta la cubrió con su cuerpocomo si fuera aquel un escollo que Quiroga no se atrevería a salvar.
-Todo lo que usted quiera -dijo- yo le perdono lo que ha hecho conmigoyoquedo muy reconocida a ustedpero por Diosváyaseporque siento que asu presencia yo me muero de miedo.
-¿Cómo puede inspirar miedo el esclavo que sólo espera un ademán paraobedecer sumiso? No es miedo lo que yo quiero inspirarlesino amorAuroraun amor muy puro y tranquilo que calme en algo la sed que medevora; en cambio el general será su siervo.
-Bientodo lo que quierapero váyase -insistió la joven-váyaseporlo que más ame en el mundose lo pido de rodillas. -Y la pobre jovencon el semblante bañado en lágrimascayó de rodillas al lado de su tía.
Quiroga empezaba a irritarse nuevamente por la resistencia de la joven yla presencia de la viejay aunque quería contener sus irassu enojo salíaa su mirada de tigre en rayos siniestros.
-Yo soy el que debe estar así ante usted -exclamó Facundo acercándose ylevantándola-; yo que la amo inmensamente y que miro con la mayorfelicidad de la tierra poderme llamar su esclavo. AconséjemeladoñaRosarioaconséjemela que me quiera y tendrá usted mi más vivoagradecimiento.
Al ver que Quiroga se acercabala joven se levantó rápidamente para queno la tocara y se cubrió con su tía nuevamente. Eran Aurora y su tía deaquellas mujeres que estiman el honor y la virtud como el primer bien dela tierra y que en su defensa arrostraban la muerte sin el menorinconveniente.
Así es que Auroraantes que ceder a las pretensiones de Quirogaestabadispuesta a sufrirlo todo. Si la primera vez le había pegado de un modotan bárbaro e inhumanoestaba segura que a la segunda tentativa la mataría;pero asimismo estaba decidida a rechazarlo de una manera terminante. Ningúnapoyo tenía ella en La Riojani podía contar con más auxilio que lasfuerzas que le diera su propia virtudy sin embargo no se arredró yresuelta a defenderse a toda costavolvió a pedir a Quiroga que seretirara.
-Como amigo -le dijo-olvidando lo que ha pasadono tendréinconveniente en recibirlopero como enamorado jamás.
-Me casaré contigo ahora mismo -gritó Quiroga completamente exaltado ya-;me casaré contigo en el acto.
-¡No es posibleQuiroga! -dijo entonces doña Rosario hablando porprimera vez-. Deje en paz a la pobrecitasea generosoque no es muchopedirley olvide lo que no es en usted más que un capricho de hombreacostumbrado a hacer su voluntad.
-¿Capricho mío? ¡Eso es una locura! El amor de Aurora es una necesidadde mi vida; yo la necesito para poder respirar con libertadpara dormirtranquilo y para que la vida no me sea una cosa detestable. Yo necesito elcariño de Aurora para volver a ser Facundo Quirogaporque sin él no soymás que un idiotaun ente que no tiene libertad de pensamientoporquesu alma queda aquíy su espíritu no sabe pensar más que en este amordivino que lo ha aprisionado por completo. -Y la voz de Quiroga temblabay su palabra conmovida expresaba toda la angustia por que pasaba en aquelmomento.
-Yo no pido una cosa imposibleno pido más que un poco de cariñ oyesta es una cosa que hasta a los perros se les da. En cambio yo me ofrezcocomo el más sumiso de los esclavos.
-Bueno -dijo Aurora queriendo terminar de una vez-; pero váyase de aquíporque me siento enferma y necesito reposar.
Quiroga avanzó sobre Aurora con tal rapidez que ésta no tuvo tiempo dehuiry él le tomó la cabeza con ambas manosdándole un beso en laboca.
La joven soltó un inmenso grito como si la hubiese picado un reptily sedesprendió de Quirogahuyendo por la piezamientras doñ a Rosariopretendía detener a Quiroga que avanzaba siempre con el semblantehorriblemente descompuesto y pintado en él toda la innoble pasión que loconmovía. El contacto de aquellos labios de brisaaquel aliento tibio yperfumado y aquel cabello de suavidad incomparable habían concluido deexaltar a Quiroga haciéndole perder todo su tino y todo resto de razón.
-¡Mía! ¡Mía para siempre! -gritó-. Y que mis labios febricientespuedan beber en los suyos siempre tambiénla vida de otro mundo queemana de un ser magnífico como una promesa de los cielos. -Y enloquecidoy furiososaltó sobre la joven como podía haber saltado un tigre.
Aurora recordó entonces la terrible escena del pozose imaginó queQuiroga la estrechaba ya entre sus brazos y empezó a correr por la piezadando gritos que ahogaba la propia desesperación y el llanto.
Doña Rosarioanimada por la fuerza y el valor que le daban sudesesperaciónse puso delante de Quiroga y pretendió sujetarlo de losbrazosmientras le decía:
-Quirogapor piedadpor lo que más ame en el mundotenga usted compasiónde nosotras y viviremos eternamente agradecidas.
Quiroga tenía la mirada ardiente fija en la joven como si quisieramagnetizarlay ni siquiera escuchaba lo que le decía la vieja. Alsentirse detenidodio un sacudón violentoarrojando a la pobre mujer ados varas de distancia. Y avanzó sobre Aurora terrible y resuelto.
-¡Quirogapor Dios! ¿Qué va usted a hacer? -dijo doña Rosario cerrándolede nuevo el paso y tomándolo de la cintura-. ¡Deténgase por Dios!
Pero Quiroga no escuchaba ya; estaba dominado por el vértigo y no veía másque a Auroraque miraba en todas direcciones como si buscara un lugarseguro para esconderse y huir de aquella fiera.
Al sentirse nuevamente detenido por la viejaQuiroga le puso una manosobre el pecho y le dio tal empujón que la arrojó al suelo de espaldas.Las dos mujeres empezaron entonces a llorar amargamentey Rosario levantándoseen seguida volvió a abrazar a Quiroga más resuelta que nuncamientrasgritaba a Aurora:
-¡Huyehija mía! ¡Huye a la calle y sálvate!
Quiroga dio un nuevo empujón a la viejapero ésta se le había prendidode tal manera que no pudo arrojarla como las veces anteriores. Enfurecidoentonces por esta resistenciale dio un puñ etazo tremendo. La pobremujer gimió bajo el dolorpero lejos de soltarle se había prendido conmás fuerzadesgarrando el uniforme de Quirogaa cuya cabeza subía yaun vértigo de sangre.
Auroraaterradaporque creía que Quiroga podía matar a su tíade talmanera le pegabaavanzó imponente y magnífica de indignación yhermosura. La lucha era tremendalas mujeres luchaban con Quiroga de unamanera desesperada y ésteno pudiendo vencerlas de otro modolasgolpeaba furiosocomo podía golpear a un soldado. Frenético y perdidala razónaturdido por los gritos de las mujeres y temiendo que éstaspusieran en alarma a toda la ciudaddio un puñ etazo en la cabeza de laviejaque cayó al suelo privada de sentido. Y siguió golpeando a Aurorade una manera frenética. Era una manera de enamorar exclusivamente deQuirogaque creía que lo que no cedía a la razón debería ceder a losgolpes.
La jovenviendo caída a su tía y no teniendo ya quien pudieradefenderlahacía esfuerzos tremendos por desprenderse del caudillo parahuir a la calle. Ambas tenían las ropas hechas pedazosporque ambas sehabían prendido de ellas en sus momentos de desesperación.
Quiroga no parecía ya un hombre; era un animal feroz cebándose en unapresa. Quiroga tropezó en una mesa y cayó cerca de doña Rosariolo queconcluyó de enfurecerle. Y se levantó con ánimo de descalabrar de ungolpe a Aurorapero ésta había huido al patio y en dirección a lacalle.
El escándalo se había producido en todo su apogeola cuadra se habíallenado de curiososque venían a informarse de la causa de aquellosgritos.
Cuando Quiroga salióya Aurora estaba en la callecorriendo como unalocasin dirección fijaporque le parecía que a cualquier parte queentrara iría a sacarla Quiroga. Y al verla así lastimada y desgarradaslas ropastodos se sentían conmovidos y asombrados ante la virtudejemplar de la joven.
Quiroga salió de la casaenfurecido al extremo de abrirse paso a puñetazospor entre la gente que allí estaba aglomeradapero no siguió a lainfeliz Auroracomo todos se imaginaban sino que se dirigió a su casatratando de ocultar los jirones de su uniforme despedazado. En cuando llegómandó dos soldados que fueran en busca de Aurora y la condujeraninmediatamente.
Formado todo el ejército para marcharla casa de Quiroga se hallaballena de soldados y oficiales que rodeaban a Quiroga esperando el momentode la marcha. Allí estaba también el piquete de artilleríacon las dosgrandes piezas de hierro que lo formaban.
Irritadoterriblemente irritadoFacundo presentaba tal aspectoque susoficiales más bravos se retirabantemiendo que por el menor motivo fuesea descargarse sobre ellos el chubasco. Llegado a sus piezasempezó acambiarse de ropadando tiempo a que volvieran los soldados que habíanido en busca de Aurora.
-No me ha querido por esclavo -decía-no me ha querido por el mássumiso de los amantespues me tendrá como señorcomo señor rígidoque exige se le obedezca al pensamiento. Yo les he de enseñar cómo hande conducirse conmigo o el diablo se los ha de llevar.
Y se vestía apuradopensando en la venganza que había de tomar. Era talla ferocidad de Quiroga que había olvidado hasta su pasión mismaparapensar en el castigo que había de aplicar a Aurorapara que con ellaescarmentaran las que quisieran hacer lo mismo. Y todos al saber que habíamandado buscar a la joventemblaban pensando que por lo menos la iba ahacer lancear.
Ciudad pequeña y convulsionada por los preparativos de marcha de lasfuerzastodos estaban levantados en la calleaunque eran las dos de lamañanay aterrados esperaban saber lo que Quiroga iba a hacer con lajoven. Conociendo que era el único capaz de contrariarlelas principalespersonas de La Rioja fueron a ver al Chachoa referirle lo que pasaba y apedirle que viniera a proteger a la joven e impedir que Quiroga hicieracon ella un atentado terrible.
-Mucho dudo poder conseguir nada si Quiroga está tan enfurecido comodicen -contestó el Chacho-pero haré lo que pueda.
Y decidido a jugar toda su influenciael generoso Chacho se trasladó acasa de Quiroga.
Ya habían vuelto los soldados conduciendo a Auroracuyo terror eraindescriptible. La joven estaba perfectamente dispuesta a arrostrar lamuerteque miraba como una salvación. Lo que la aterraba de aquellamanera era pensar en la violencia que podría cometer Quirogay era esteterror lo que le daba fuerzas y ánimo para mantenerse en pie a pesar detodo lo que había sufrido aquella noche. Así es que cuando sintió queQuiroga la mandaba amarrar a un cañónsonrió con la amarga mansedumbrede los mártires y dobló sobre el pecho la espléndida cabezaaceptandoaquella afrenta dolorosacomo una felicidad. De todo lo que habíapensadoera aquello lo mejor que le podía suceder.
Sin conmiseración de ninguna clase Aurora fue amarrada sobre el cañóncomo si se tratara de un bandidotemiéndose que en seguida viniera laorden de azotarlacomo parecía ser la intención de Quiroga. Y Auroraestaba más bella que nuncaaquella misma expresión de sufrimientomarcada en el semblante la hacía más simpática y bella.
-Ahbribona -había dicho Facundo al verla-ahora vas a aprender cómose debe manejar y tratar a Quiroga y la diferencia que hay en obedecerlo yser con él una insolente estúpida.
-Estoy conforme con todocon la muerte misma -dijo suavemente la joven-pues así me veré libre del oprobio de semejante cariñ o.
Iba Quiroga sin duda a hacerla azotarcuando se apareció el noble Chachoque no pudo reprimir un movimiento de profundo disgusto ante aquel espectáculobárbaro. Quiroga hizo señas al Chacho que se le aproximara; sabía queel Chacho le iba a pedir la libertad de Aurorapero en cambio leproporcionaba algún consuelo en su apurado trance.
-¿Admite un consejo de amigogeneral? -preguntó el Chacho después desaludarlo.
-De usted admito todo -respondió Quiroga entrándose a sus piezas paraevitar que lo oyeran-; ya sabe que lo estimoya sé yo que un consejosuyo debe ser buenoporque es la única persona que me quiere en el mundo.
-Buenogeneralhaga desatar a esa mujer y déjela que se vaya a su casa.Por más grave que sea su faltano se puede tratar a una mujer delicadacomo a un soldadoy ésa demasiado castigada está ya con lo que le hasucedido.
-Es que han sido unas infameses que yo las debía fusilar para enseñarlesa respetarme.
-Demasiado castigada está con lo que se le ha hecho yasuéltela generalsiquiera para que no digan que la trata así porque es una pobre mujerindefensa.
-Es que yo trato lo mismo al hombre más bravoporque no hay nadie másbravo que yo -contestó Quiroga echando un terno-. A un hombre le habríadado yo mismo quinientos azotesa ella me contento con atarla al lomo deun cañón.
El Chacho estaba pálido y agitadola vista de aquella joven desgraciadalo había conmovido hasta la vergüenza y se había propuesto conseguir sulibertad aun a costa de un altercado con Quiroga. Su corazón hidalgo nocomprendía cómo se cometían actos de aquella naturalezay sentía quela indignación más justa invadía su espíritu. Sin embargosabiendoque la suavidad era el mejor medio a emplearse con Quirogasin alterar eltono de su voz agregó:
-Yo no he hecho más que darle un consejo que usted me ha pedidosi leparece malo no he dicho nadapero sepa que nadie en este mundo ha demirar con más amor que yo su reputación y sus conveniencias.
Quiroga acababa de ser vencido por la palabra suave y persuasiva delChachoencontrándose tan dispuesto a ceder que le dijo:
-Está buenoy sea lo que usted quieravaya y desátelay póngala enlibertad y haga lo que más le dé la ganaya sabe que a usted no leniego nada.
-¡BravoQuiroga! -contestó el Chacho estrechándole la mano-. Estoyorgulloso de ustedy si fuera posible quererlo más de lo que lo quieroeste rasgo le hubiera captado todo mi cariño. Ahora voy a darle unconsejo que usted no me pidepero que lo necesita para reprimir ciertaviolencia de carácter. Por medio de la dulzura y el cariñono hay cosaque no pueda obtenerse de una mujer; el rigor no sirve muchas veces sinopara conquistar su odioo como en el caso presenteprovocar unaresistencia hasta la muerte. No hay nada tan accesible al cariño y a la súplicacomo el espíritu de una mujer; tardará más o menos tiempopero al finconcederá lo que se le pide.
-Vaya nomászalamero -dijo sonriendo el feroz caudillo. Y empujósuavemente al Chacho que se dirigió al cañón donde estaba atada Aurora.Y con una delicadeza de que nadie le hubiera creído capazdesató rápidamentea la joven.
-No tenga miedoniña -le dijo cariñosamente-que yo la desato paraponerla en libertad y llevarla hasta su casayo soy el Chachode mí nohay que tener miedo.
-Dios lo bendiga -respondió la joven-; pero sería mejor que me dejaramorirporque de todos modos esto va a repetirse hasta el fastidio.
-No tenga miedoyo le aseguro que nadie ha de volver a meterse con usted;vamosyo voy a acompañarla.
Tan débil y postrada estaba Auroraque no pudo dar un paso. El Chacho lacargó entre sus robustos brazosy con delicadeza de madre la condujohasta su casaentregándola a los parientes y amigos que cuidaban de doñaRosario.
-Adiósniña -le dijo-si yo llego a quedar en La Riojayo volveré aponerme a sus órdenes cuando se vaya Quirogay trataremos de remediar elmal que se le ha hecho.
-AdiósChacho -contestó la joven-Dios lo bendigay si alguna vezpuedo pagarle el inmenso bien recibidocrea que me consideraré feliz.
-Usted no me debe nadaadiós y sea feliz. -Y se alejó rápidamentemáspor huir las frases de agradecimiento que porque tuviera necesidad dealejarse tan rápidamente.
Quiroga lo esperaba para informarse de la salud de Aurora. Pasada la ira yel acceso de ferocidadhabía vuelto el amor por la joven con más empeñoque nunca.
"Ella ha de ser míapensabao el diablo se la ha de llevar; envano no soy Facundo Quiroga."
Cuando volvió el Chacho se desató en un millón de preguntas referentesal estado de la jovenpreguntas a las que supo responder el Chachohalagando hábilmente su amor propio.
-Ella está bien -dijo-; son golpes que pasaránporque aunque recios nocreo que ofrezcan la menor gravedad. Cuando usted vuelva ya estará curaday quién sabe lo que de ella podrá esperar. Todo lo que se cometecediendo al vértigo de una pasión violentatiene siempre una disculpaante los ojos de la mujer que la inspira; cuando Aurora vea que todo hasido obra del amor que inspira y que usted ha obrado con la razónperturbada por su amor a ellaapreciará su conducta de modo diferente.Hay siempre la disculpa del amor.
-Dios lo oigaChacho -contestó Quiroga-y si alguna vez habla con ellahágalo en ese sentido.
-No tenga cuidadogeneralyo influiré en su ánimo todo lo que me seaposible.
Esa misma madrugada se puso en marcha Quiroga con su ejércitodejando alChacho de reserva en La Rioja con orden de estar listo al primer aviso.
VTodos estaban asombrados de la influencia del Chacho sobre Quiroga.Cuando lo creían más enfurecido y más dispuesto a matar a Auroralohabían visto ceder a las indicaciones de éstequedando perfectamenteconforme con lo que había hecho. Y lo miraban como la salvación de todospuesto que Quiroga se ponía cada vez más feroz.
El primer cuidado del Chacho fue volver a casa de doña Rosarioainformarse del estado en que se hallaban. Como no tenían de qué tenermiedotodos los parientes y amigos habían acudido a la casa prestandosus solícitos auxilios. La vieja Rosario estaba dada al infiernoellahabía recibido menos golpes que Aurorapero éstos habían sido mucho másseriosproduciendo dos contusiones bastante graves.
Aurora había sido peor tratadahabía sufrido mucho máspero susgolpes habían sido menos violentosaunque las manos de Quiroga nonecesitaban caer con fuerza para producir un moretón; sin embargo sucuerpo estaba lleno de contusiones cárdenas y su rostro arañado ymoretoneado por los manotones recibidos en la violenta lucha.
-No importa -respondía la joven a las palabras de consuelo que los demásle dirigían-; todo lo doy por bien empleado pues he podido escapar alplan terrible de Facundo.
El Chacho fue recibido en medio de las demostraciones de mayor cariñotodos sabían que a él exclusivamente se debía la salvación de Auroray trataban de mostrarle de todas maneras su agradecimientopidiéndole unconsejo para evitar que aquello se repitiera.
-Lo mejor es salir de La Rioja -decía doña Rosario- y que ese hombre nopueda saber nunca dónde nos hallamos.
-El medio no es malo pero tampoco es salvador -decía el Chacho-mucho másandando Quiroga de pueblo en pueblo y al frente de un ejército. Encualquier parte las encontraríano faltaría quien por adularlo y quedarbien le diera noticias de su paradero.
-Lo mejor que puede hacerse lo tengo yo pensado -dijo Aurora-; lo teníaya pensado desde la primera iniquidad de Quiroga. En cuanto me sea posibleme voy a Catamarca y entro de monja en el conventolo más ocultamenteque me sea posible; así no podrá saber dónde me encuentroy en casoque lo sepa estaré allí más segura que en cualquier otra parte.
-Es penoso echar mano de ese recurso -dijo el Chacho-cuando se tiene unsemblante como el suyousted ha nacido para brillar en el mundoAuroray no para enterrarse viva.
-¡Qué hemos de hacer! -respondió la joven-. Ante todo es preciso huirde ese hombre fataly no hay por ahora otro recurso. Yo siento dejar elmundo más que nadiepero veo que por ahora es preciso: quién sabe aúnlo que me guarda el destino.
Con el prestigio de su proverbial bondad y del servicio inestimable que lehabía prestadoel Chacho se había hecho fuertemente simpático a lajoven. Estaba entonces Peñaloza en todo el vigor de la viday su fisonomíadonde asomaba toda la bondad de su espíritu noblele inspiraba un cariñoinvencible. Tratado la primera vezparecía un viejo amigoinspirabaaquella confianza que sólo dan los años de continuo trato y el íntimoconocimiento de las personas.
El Chacho había sido a su vez deslumbrado por la belleza suprema deAurorasu corazón había temblado de pasiónpero se había contenidose había dominado y ocultado para síbajo una capa de indiferenciaaquella pasión naciente. No quería dejarla entreverno porque tuvieramiedo de Quiroga ni de una complicación con élsino porque no queríapor nada de este mundo que el general fuese a enrostrarle un acto dedeslealtadcreyendo que él le hubiera robado el amor posible de Aurora.Así empezó a observar con ésta la misma regla de conducta que habíaseguido con Angelapara que ni siquiera pudiera acusársele de haberprovocado una relación amorosa con la frecuencia de sus visitas.
Al principio y cuando la salud de las mujeres era aún delicadaveníatodos los días a informarse de ella y ofrecerles cuanto podían necesitar.Pero así que se fueron mejorando empezó a economizar su presenciaalextremo de que sólo se presentaba una vez cada dos días. Doña Rosario yAurora se habían habituado de tal manera a la presencia del Chacho que lomandaban buscar continuamentepues él se resistía a acudiralegandodiversos pretextos.
¿Empezaba Aurora a enamorarse del Chachoo era una amistad sincera yreconocida por el servicio recibido? Es que la jovencuyo corazón virgenhabía permanecido cerrado a la manifestación de toda pasión cariñosase había sentido impresionada ante la bondad y desinterés delicado delChachoque decía:
-No quiero que se interprete mal la frecuencia de mis visitas y por esolas escatimono es que ustedes me sean tan indiferentes como parece.
La misma doña Rosarioenemiga de todo hombre que pudiera tener un interéspor Aurorahabía cobrado al Chacho un gran cariño y una íntimaestimación. Llegado el momento de irse a Catamarcapidieron al Chachoconsejo y compañíapero él les demostró que toda injerencia suya seríaperjudicial para todos.
-No faltaría quien dijera a Quiroga que yo había influido en Aurora coninterés personaly tal vez irritado por la idea de una preferencia queno existe cometiera entonces un verdadero crimen que nadie podría evitar.Lo único que yo puedo hacer es dejarlas obrar con completa libertadsinmeterme para nada en lo que hagan.
Doña Rosario y Aurora se despidieron del Chacho jurándole una amistadsin límites. Y al separarse del Chachola joven sintió quesin poderevitarlolas lágrimas se agolparon a sus ojos bellos.
-Nunca he de olvidar lo que le deboChachoy en cualquier situación dela vidausted será siempre para mí el bienvenido.
El Chacho se retiró a su casa profundamente conmovido y sintiendo queaquella joven llevaba algo suyo. Se había habituado a verlaa sentir laimpresión de su belleza y no iba a poder habituarse a pasar los días sinverla. Si no hubiera sido por esta separación y a pesar de su voluntadpuesta en juegoel Chacho se habría enamorado de Aurora con toda laintensidad de su naturaleza vigorosa y ardiente. Y esto podía costarle unrompimiento con Quiroga que sabe Dios dónde hubiera terminado. No teníamás salvación su amor que la muerte de Quirogay esto era muy problemáticoporque aunque Quiroga combatía continuamente a la par de sus soldadosparecÍa que tenía hecho un pacto endiablado con la muerte; nunca lesucedía el menor contratiempo.
Aurora llegó a Catamarca ocultándose de todos y se dirigió al convento.Allí habló con la madre abadesay de allí no volvió a salir másdecidida a quedarse hasta que las cosas cambiaran de manera que Quiroga nopudiera perseguirla más. Conmovida con la relación que le hizo la jovende sus desgraciasla buena madre abadesa la admitió sin condiciones ysin compromiso de profesar si aquella no era su vocación o su voluntad.Es que la abadesa contaba con que el hábito por una parte y el temor porla otra la harían profesar tarde o temprano.
La pobre tíaaunque tenía permiso para visitarla de cuando en cuandoquedó sumida en la mayor tristeza; le parecía que aquella separacióndebía ser eterna y que ya no volvería a ver más a su sobrina en elmundo de los vivos. Al salir del convento vaciló y estuvo tentada avolversepero se acordó de Quirogase acordó de aquella última ytremenda escena y siguió adelante. Aquella separación sería lo únicoque podría salvar a Aurorapues Quiroga volvería más apasionado quenuncay sabe Dios lo que intentaríapara satisfacer su capricho.
La pobre Aurora sufría inmensamente con aquella reclusión forzada. Lapobre niña amaba la vida con toda su almaporque recién empezaba aentrever todos los goces que la vida encierraaunque ya había probadoalgo de su amargura tambiénamaba al Chacho tanto como odiaba a Quirogay esperaba de la vida encantos desconocidos que la ilusión embellecíapoderosamente. El Chacho se le había presentado haciéndole conocer suespíritu viril y generoso y había despertado su corazón a la vida delamor y del espíritu. ¡Ahsi Quiroga no vivieracuán feliz podríahaber sido ella! La quietud del claustro y la privación de todos losgoces del espíritu contribuían a hacer más poderosa aquella pasiónnacientey el pensamiento de Aurora se volvía al Chacho con toda lapureza de su alma y todo el poder de la imaginación.
La viejaque veía levantarse en el Chacho el único poder capaz decontrarrestar la influencia de Quirogafomentaba aquella pasión deAurora que podía ser salvadora si el Chacho llegaba a enamorarse de ellacon la misma fuerza de pasión.
Como el Chacho sabía dónde encontrar a la viejade cuando en cuandoenviaba un soldado de su confianza a preguntar por la salud de ambasatención que doña Rosario agradecía cumplidamente en nombre de ella yde su sobrina que le mandaba todo género de buenos recuerdos. Así semantenía aquella relación lejana y cariñosafomentada por aquella tíaquetratándose de amoreshabía contrariado siempre el corazón deAurorano hallando un hombre que la mereciera lo suficiente. El Chachoera feliz con aquel amor lejano y tranquilo que halagaba todos sussentimientos.
Quirogapor su parteaunque pensaba siempre en Auroratenía suimaginación distraída por mil impresiones diversas. Sus amores conDominga Rivadaviamujer espléndida y habilísima para engañar a loshombreslo habían entusiasmado de una manera poderosareconcentrando enella toda la pasión del feroz caudillo. Quiroga estaba marcado no sólopor la hermosura magnífica de Domingasino por la posición brillanteque en la corte de Rosas ocupaba entonces aquella mujer. Y ellacuyocorazón de loba tenía su encanto en todo lo feroz y deformeamaba aQuiroga y se sentía orgullosa con el amor del caudillocuyo prestigioestaba entonces en todo su apogeo. Quiroga iba a batallar donde lo mandabaRosascon un éxito asombrosoy volvía siempre al lado de Domingaencontrando en su regazo y en su amor el mejor descanso a la fatiga y a labatalla.
Quiroga poco se ocupaba de mantener su influencia en el interiorporquepara esto estaban Aldao en Mendozael Chacho en La Rioja y los mismosReinafé en Córdoba que le tenían un miedo tremendo. Con una solapalabra pasada a aquella especie de tenientes suyosestaba seguro de quetendría inmediatamente reunido un ejército poderoso. Y Rosas contemplabaal caudillo llenándolo de honores y de oroporque con él tenía segurala sumisión de las provincias del Norte.
Los enamorados de Dominga Rivadaviaque eran muchosodiaban de muerte aQuirogapero quién se había de atrever a decir nada a Quirogacuandode mirarle la cara solamentese echaban a temblar de espantoporquecualquiera atrocidad que cometiera Quiroga quedaba impune y aprobada.
Quiroga marchó a dar la famosa batalla de La Tablada que aseguródecididamente el poder de Quiroga y de Rosas. En aquella batallaelChacho y Aldao acompañaban a Facundo con sus mejores tropasllevando elChacho la terrible carga que dio el éxito de la batalla. El Chacho fueherido en el estómago de una puñalada que le corrió hasta el vientreechándole las tripas afuera. Como si se tratara de una herida de ningunaconsecuencia malaen medio del combate mismoel Chacho echó pie atierrase ató el vientre con el poncho echando adentro las tripasy nose retiró de lo recio del combate hasta que la batalla hubo terminado contoda la felicidad para las armas de Quiroga.
Recién se supo que el Chacho estaba herido de una manera grave. El mismoQuiroga quedó asombrado cuando vio la magnitud de la herida; parecíaimposible que con ella el Chacho hubiera podido seguir combatiendo. Se leacomodó con mucho cuidadoa pesar de que él decía no ser nada aquelloatendiéndosele de una manera especialhaciendo su naturaleza vigorosaque aquello no tuviera más consecuencias que las que podía haber tenidoun arañazo.
Algunos dispersos del principio de la batalla habían llevado la voz deque Quiroga había sido vencidolo que produjo un alzamiento en Catamarcay Mendoza. En todas partes se festejaba la derrota del Tigre de los Llanoscon bailes y manifestaciones públicas de todo género. Quiroga supo estoy marchó sobre Mendoza primero.
Imposible es pintar el terror de los que habían festejado el supuestodesastre de Facundo al verlo entrar vencedorcon su ejército formidable.Maldecían a los que habían traído la noticia y se entregaban a la mayordesesperacióntemiendo la venganza que no tardó en llegar.
Mendoza fue entregada al saqueo de la soldadescaque no respetó a lasfamilias más noblesdonde se había bailado en honor de Lavalle. Lacarnicería en la ciudad fue enormepues Quirogaque no hacía sinoderramar sangre desde hacía un mesempezó a lancear y fusilar a cuantapersona era acusada o meramente sospechada de haber festejado su supuestaderrota. Y dejó en Mendoza al fraile Aldaocon el encargo de seguir laspersecuciones y las venganzas mientras él pasaba a Catamarca a hacer lomismo.
Al solo anuncio de que llegaba Quiroga y de lo que había hecho en Mendozalos más comprometidos en los festejos salieron de Catamarca a ocultarseen los departamentos de La Riojay tomando muchos el camino de Chile. Noquedaron sino aquellos que no podían moverse o los que se creyeron muyseguros.
Quiroga entró a Catamarca con todo su ejércitoempezando por poner asus habitantes una fuerte contribución que debían pagar con la cabezalos que no pudieran hacerlo en dinerosegún el bando que hizo conocer entoda la ciudad. Y la matanza y las persecuciones empezaron de una manera bárbara.Parece que Facundoal pisar aquellas provinciasaspirara otra clase deairepues era en ellas donde desplegaba todo el vértigo de su ferocidadincomparable. El degüello se ejercía sin la menor distinción depersonasy no era extraño ver a Quiroga levantar en la punta de la lanzaa aquel en cuya fisonomía creía haber visto una mirada de simpledisgusto. Fue entonces cuando debido a la casualidad y al terror de lamuerteconoció Quiroga el paradero de Aurorade Aurora que recordabacon más pasión que nuncadesde que pisó aquellos parajes.
Había mandado degollar a un hombreporque le habían dicho que éstefestejó con una gran fiesta la noticia de su derrotainvitando a todo elmundo. Aquello era cierto y el individuo se veía perdido sin remedio. Yveía llegar su último momento con suprema desesperaciónpues sus hijosquedarían entregados a purgar el delito de ser hijos de un enemigo deQuirogadelito que traía aparejado un verdadero cúmulo de desventuras.
-Déjeme la vida -dijo a Quiroga-y yo lo pongo en posesión de unsecreto que usted pagaría a peso de oro.
-Te concedo la vida si el secreto vale la pena -dijo Quiroga-pero andapronto que mi tiempo es necesario para otras cosas.
-El precio de mi vida es la revelación del paradero de Aurora -dijo elhombre completamente seguro del éxito.
Quiroga sabía por el Chacho que Aurora y su tía habían desaparecido deLa Rioja sin que nadie supiera su paraderoy venía dispuesto a buscarlasa toda costa. Así es que en cuanto oyó la propuesta la aceptó sobretablas diciendo:
-Si me haces encontrar a Aurorano sólo te dejo la vidasino que tehago feliz; ya sabes que la palabra de Quiroga es como palabra de rey.Pero cuidado de engañarme porque te haría hacer picadillo.
-Buenome basta con la palabra empeñada. Yo sé dónde está Aurora y dóndeusted la debe encontrar buscándola aunque le digan que allí no está.
Y contó en seguida a Quiroga cómo las dos mujeres habían venido de LaRioja ocultamente y se habían metido en el conventoquedando allíAurora solamente.
-Yo he sabido esto casualmente -dijo-pero lo he sabidoque es lo queinteresa; usted vaya allí a cosa hechay aunque le juren que AuroraVillafañe no estámándela salir nomás que ella se encuentra en elconvento.
Aquella noticia había producido en Quiroga una alegría inmensa. Cuandocreía a Aurora perdida para siemprevenía a encontrarla donde menos seimaginaba. El deseoal saber donde estabasaltó a su cabeza como unallamaraday decidió entonces hacer suya a la joven a toda costa einmediatamente.
Quiroga estaba ferozmente ensoberbecido con la importancia fabulosa que lediera Rosas en sus últimos tiempos y con el importante rol que el miedole había hecho desempeñar en la sociedad de Buenos Aires. Acostumbrado aconseguir en el acto cuanto deseabasin que se le hiciera la menorresistenciaencontró sumamente ridículo dejarse desdeñar y burlar poruna niñay formó la inquebrantable resolución de imponerse a ella pormedio de la violencia si no podía conseguirlo de otra manera. Asídespachó al que le había hecho la infame delacióndiciéndole:
-Si me has dicho la verdadhabrás conquistado mi reconocimiento; si nopuedes estar seguro que lo que voy a hacer contigoni se usa ni se conoceen el infierno mismo.
Pero el hombre estaba seguro de lo que decíaasí es que la amenaza deQuiroga no le produjo la menor impresiónaunque para llenarlo de espantobastaba sólo la cara con que fue hecha.
-Puedes irte a tu casay no te muevas de allí hasta que yo no te mandeavisar -le dijo-; hoy mismo sabrás mi resolución.
Quiroga se vistió entonces con todo el lujo guarango de entorchados ycolgajos que tenía para las grandes solemnidadesmandó ensillar su grancaballoy soloporque así convenía a su planse dirigió al convento.
En cuanto doña Rosario supo que Quiroga estaba en Catamarcahabíaganado el convento ella mismacalculando que podría ser hallada ydescubrirse el paradero de Aurora. Pero por la misma razón la despidióla madre abadesa sin permitirle hablar con Aurora. La buena beata no sabíaqué sucedía en Catamarca ni creía en la exagerada ferocidad de Quiroga.
-Vaya tranquila -le había dicho-que su sobrina está segura en la casade Diosde donde todos los Quirogas del mundo no alcanzarían a sacarla.
La vieja Rosario se volvió a su casa entonces y ganó un sótanodedonde se decidió a no salir hasta que Quiroga no se fuera de Catamarca.Allí se le había reunido Máximala hermana de Auroraesposa delgeneral Ocampoque se ocultaba tambiéntemiendo que Facundo hiciera conella alguna iniquidad para averiguar el paradero de Auroraa quien creíanperfectamente segura en el convento.
Quirogavestido lujosamentese dirigió al convento y habló con lamadre abadesaque sabedora fuera Quirogasalió a recibirlo. Losentorchados y aspecto de Facundo imponían un temor invencibletemor dequecomo la generalidadparticipó la beata desde el primer momento.
-Vengo a ver a Aurora Villafañe -dijo Quiroga afablemente después desaludar a la beata-. Tengo encargo de su familiade la que formo parte yomismoy me retiro en seguida.
-No conozco ese nombre -dijo la beatafingiendo la mayor indiferencia-ni hay en el convento ninguna hermana que se llame así.
-Es una joven bella como un astro del cieloque vino hace muy poco de LaRioja en compañía de una tía suya -dijo Quiroga creciendo su suavidad-y entró aquí ocultamente; prevengo a usted que estoy en el secretoporque soy su pariente y que traigo para ella un encargo de importancia.
Quiroga suponía que tal vez la joven se hubiera presentado con otronombre en el convento y no quería ser áspero sin necesidad. Un grito dela beata podía dar la señal de alarmay tal vez en el convento hubieraescondites con los que él no pudiera dar. Resolviópuestenerpaciencia hasta el último extremo y no hacer uso de su autoridad sino enun caso muy necesario.
-Usted debe estar mal informado -dijo entonces la beata-; yo no tengoconocimiento de lo que usted me diceni de las circunstancias que expone;la última monja que ha entrado aquí tiene más de dos años de profesaday no puede ser por consiguiente la que usted dice.
Quiroga empezaba a irritarse. ¡No era posible que el hombre que le dio eldato lo hubiera engañado! Entonces la vieja mentía y mentía a sabiendas.
-Mireseñora -dijo entoncesqueriendo abreviar la entrevista-es inútilpretender engañarme y más inútil resistir mi voluntad. Yo soy elgeneral Quiroga y estoy acostumbrado a que se me obedezca sobre tablasusted hace mal en negarse a mi pedidoporque me obligará a hablarle conla autoridad que tengo y a hacer respetar y obedecer lo que mando.
Una monja que no está habituada a ser hablada en ese tonoporque se creesuperior a todo poder de la tierrano podía admitir el tono con quehablaba Quiroga; así es que fingiendo mayor mansedumbrele replicó:
-Hijo míousted tendrá que tener paciencia y contentarse con lo que lehe dichoporque ello es la pura verdadverdad que usted no puede cambiarcon toda la autoridad que tenga. Le suplico entonces que se retirepuesdemasiado ha turbado ya la paz de la casa de Dios.
Aquella inesperada despedidaconcluyó de irritar a Facundo y dar aldiablo con todos sus planes.
-Miremonja estúpida -grito enfurecido-ahora mismo va a traer a mipresencia a la persona que le he dichoo entro yo a latigazos y no dejoni beata ni monja viva.
-¡Animas del purgatorio! -gritó la madre abadesa detrás de la reja quele servía de escudo-. Este hombre está poseído del demonio. ¡Virgenmadre de Diossálvalo de los infiernos!
-Del infierno donde yo las voy a echar a todas -rugió Quiroga- es dedonde han de salvarteimbécil de porquería. ¡Pronto a abrir la puertay a hacerme formar en el patio a todas esas mojiganzas!
Pero la beata lejos de obedecer corrió el doble cerrojo y retrocedióllena de espanto. Recién creyó que Quiroga fuera capaz de hacer cuantole había contado doña Rosario. A pesar de todo la abadesa no se figuróque pudiera violentarle el conventopensando que todo concluiría allíy que Quiroga tendría que conformarse a lo resuelto.
Quirogadecidido a sacar de allí a Aurora y castigar a las beatassacudió la enorme rejapero vio que solo no podría nunca lograr suobjeto. La puerta era fuerte y estaba bien asegurada. Lleno de ira yformando horribles planes de venganzas contra la abadesa y las monjasseretiró del convento y fue a buscar un piquete de infantería para hacerechar la puerta abajo.
-Se han figurado esas porquerías que conmigo van a jugar -decía-; ahoraverán quién es y lo que puede Quiroga.
La abadesa entretanto se había entrado al conventohaciéndose todo génerode crucesy pensando en no recibir más a Facundo si volvía apresentarse en el convento. Por no alarmarlas no había querido decir niuna palabra a las monjas y especialmente a Auroracalculando que elanuncio de cualquier peligro hubiera sido sumirlas en la mayor confusióny espanto.
En el acto se supo en Catamarca que Quiroga había ido al convento y quela abadesa lo había rechazado negándose a sus pretensiones. Así es quecuando lo vieron salir a la calle con un piquete de infantería y endirección al conventoya se sospecharon lo que iba a suceder. Al frentede aquellos desalmados que no tenían más ley ni Dios que la voluntad deQuirogaéste se presentó en el conventollamando con tal furia a lapuertaque la madre abadesa se presentó en el acto y alarmadísima.
-¿Quién llama de esa manera en la casa de Dios? -dijo-. ¿Quién turbaasí la paz de esta santa casa?
-El general Quiroga -respondió Facundo- que quiere que se le abrainmediatamente.
-Imposible es eso -respondió la madre-; esta casa no se abre a loshombres; retírese usted.
-¡Poco me importa! -gritó Quiroga-. ¡A ver! -añadió dirigiéndose aloficial del piquete-. Haga echar esa puerta abajo.
Los curiosos se habían aglomerado a distancia respetabledesde dondecontemplaban aterrados aquella profanación. No se atrevían a acercarse ohacer el menor comentariopor temor de que Quiroga les hiciera dar unacargade que era muy capaz.
Los soldados empezaron a echar la puerta abajocon un estrépitoespantosolo que produjo entre las monjas un terror indescriptible. Notenían idea de que aquello pudiera suceder y disparaban en todasdirecciones sin saber dónde ocultarse.
-¡Por Dios! Deténgase usted -gritó la madre abadesa lívida y asombrada.
-Pues tráigame usted aquí a todas las monjas y hágamelas formar a carapelada.
-¡Pero es imposibleseñormientras estamos muertas para el mundo!
-Veremos si es o no es posible -exclamó Quiroga-. Echenme pronto esapuerta abajo.
Los infames siguieron en su obray poco después la puerta era forzada yabierta de par en parentrando Quiroga seguido de los suyoscomo sientraran a un cuartel.
Las monjas corrían en todas direcciones dando alaridoscomo ratas encuya cueva hubiera entrado un gato.
-Pronto -dijo Quirogatomando de un brazo a la madre abadesa-hágameusted formar a esa chusma aquío las hago yo traer de las orejas que serámil veces peor.
La madre abadesa comprendió que resistirse era peorporque ya veía queQuiroga era capaz de todo; así es que tocó la campana de reunión en elreceptoriollevando allí a Quiroga para evitar que los soldadospresenciaran el escándalo y la profanación.
Quiroga entró arrastrando sus enormes espuelas y se paró delante de lasmonjas que temblaban del terror. El semblante del tremendo caudillo estabaverdaderamente feroz. La emoción era inmensa al pensar que iba a vernuevamente a Auroray se estremecía visiblemente a impulsos de su pasiónterriblemente exaltada.
Cuando la madre abadesa mandó a las monjas que se descubrieran elsemblanteéstas vacilaronpero como vieron que Quiroga estiraba lasmanos para descubrirlas él mismose apresuraron a mostrar el rostro. Allíhabía semblantes de una belleza conmovedoraenflaquecidos por elsufrimiento a que estaban sometidos.
Quiroga estaba deslumbradopues no tenía idea de cutis tan finísimos yde coloridos tan puros. Entre aquellas caras divinas había algunas de unafealdad suprema. Quiroga no volvía de su asombro y devoraba con unamiraba ansiosa a aquellas mujeres bellísimas que no levantaban la miradadel suelo.
Y la madre abadesaaterrada cada vez másseguía en el semblante ferozde Facundo todas las impresiones que iba experimentando. Cuando la primeraimpresión de asombro hubo pasadoFacundo miró a la madre con extrañafijeza y le dijo:
-No está entre éstas la mujer que yo busco. Hágala usted venirhagavenir a todas las que faltano las hago buscar y traer de las orejas conlos soldados. Prontoque yo no tengo tiempo que perder.
La pobre mujer llamó a las demás monjas que faltabanpero entre ellasno estaba Auroracuyo terror era inmenso. La madre abadesa la habíallamadopero la joven había contestado sencilla y débilmente:
-Prefiero morir.
Cuando Quiroga vio que entre las nuevas monjas que acudieron no veníaAurorano se preocupó más de la madre y saliendo al patio dio un gritoal que acudieron en el acto el oficial y los soldados.
-A recorrer ahora mismo toda la casa -dijo Quiroga-; y toda mujer queencuentren se la echan al hombro y me la traen aquí.
-¡Un momento! -gritó la abadesaque vio que los misterios del conventoiban a ser del dominio público-. ¡Un momentoque la voy a hacer venir!
-¡Ah! -exclamó Quiroga sonriendo ferozmente-. Confiesas al fin queestaba aquí. -Soltando una estruendosa carcajada se cruzó de brazos enla actitud de esperar.
Poco despuésgimiendo y sollozanteapareció Aurora a quien Quirogareconoció en el acto por la majestad del andar.
-¡Mía! -gritó-. ¡Mía al fin! -y sé lanzó sobre ella con una avidezde tigre.
Al verlo Auroraal sentir sobre ella la llamarada de aquellos ojosimponderablessoltó un gran grito y huyó al interior del convento.Quiroga se lanzó tras ella como un loco. A su vista la pasión habíadespertado en todo su vigory el Tigre de los Llanosenardecidoirritadose había echado en persecución de su presa.
De cuarto en cuarto y de patio en patioambos volvieron al punto departidaocultando Aurora su cabeza enloquecida entre el seno de la madreabadesacomo si allí fuera a encontrar la defensa que contra Quiroganecesitaba. Y de allí la arrancó Facundo; tomó entre ambas manos lagentil cabezamiró con ojos devorantes aquella belleza suprema yjadeanteyenardecidoenvolvió entre sus labios gruesos y groserosaquella boca de púrpura.
-¡Mía! -gritó-. ¡Mía para siempre! Ahora ni el infierno te arranca demi lado. -Y la miraba y la besaba siempre con creciente ansiedad.
Aquella escena era repugnante; aquel tigre abatido sobre una gacela ofrecíaun espectáculo bárbaro y conmovedor. Y las monjas corridas de allí seperdieron en las inmensas piezasno quedando en presencia de Quiroga másque la madre abadesa queaturdida por lo que veíano se había atrevidoa moverse de allí.
Quiroga levantó en sus robustos brazos a Aurora y la sacó al patioencaminándose adonde estaba su caballo con ánimo de montarla y huir conella. Pero su pie rápido y firme fue detenido de pronto y una expresiónde espanto asomó al semblante de Facundo. ¿Qué lo había detenido conla fuerza de un brazo humano? ¿Por qué se paraba y miraba con ojosespantados el rostro evangélico de la joven? Es que Quiroga habíasentido una carcajada que heló la sangre en sus venas y había visto enla fisonomía extraviada de la joven esa expresión vaga y aterradora queoscurece el semblante de los locos.
Aurora acababa de perder la razónporque su espíritu no había podidosoportar aquel sacudimiento terrible. Su razón que había vacilado desdeque vio a Quirogaestalló en su cerebro cuando se vio en brazos delcaudillobesada por él y arrancada del seguro asilo. El horror másintenso se apoderó de ellay el juicio escapó en aquella primeracarcajada que sintió Quiroga.
El la miróvio aquellos ojos extraviados con la pupila terriblementedilatadacontempló aquella boca estirada como por una sonrisa nerviosay por primera vez de su vida sintió que su espíritu se encogía deespanto. Aurora no se defendía yalo miraba sin verlo y sonreíasonreíasiempre pero al mismo tiempo lloraba.
-Y¡oh que dulce es la muerte así! -exclamó-. Quiroga me ha mandadofusilar porque no lo quieroy ésta es la única acción buena que cometíaen su vida. Adióstía Rosarioya me llevanya me llevan y siento laspuntas de las lanzas que penetran en mi carne. ¡Ahbendita sea la muerteque me arranca del lado de este bárbaro! -Y empezó a caminar hacia lacallesin que Facundo se atreviera a detenerla.
Estaba allí paradolívido y jadeantecomo si sus piernas se hubieranenterrado en el suelo. Aurora caminó hasta la callesiempre hablandocomo con alguien que la fuese a matar y dobló a la izquierda sin quenadie se atreviera a detenerla. De pronto soltó un grito de dolor y sepuso las manos sobre un costadocomo si hubiera recibido allí algunaherida y echó a correr dando gritos que no parecían humanos.
La noche empezaba a caerenvolviéndolo todo con sus sombras vagascuando Quiroga montó a caballo y despidiendo maquinalmente al piquete quehabía llevado se dirigió a su casa. Nadie intentó siquiera dirigirle lapalabray siguió hasta su casa donde se metió como si no tuvieraconciencia de lo que hacía. Era la primera vez que Quiroga experimentabaalgo como un remordimiento.
Aurora vagó por las calles toda la nochebajo el más terrible deliriode las persecuciones. Siempre gritaba que la matabandando voces de dolorcomo si realmente lo hicieran y bendiciendo aquella muerte que la librabade Quiroga.
Toda Catamarca sabía lo sucedido la tarde anteriory por lo mismo nadiese atrevía a recogerla ni a hablar siquiera con ella. Tenían miedo deque Quiroga fuese a enojarsey como Facundo cometía diariamente nuevasatrocidadestodos temblaban de quepor meterse con Aurorahiciera conellos una herejía. Pero Quirogacomo si estuviera aturdidose mostrabaindiferente a todo y bebía de una manera bárbara como si esperara hallaren el alcohol un lenitivo a su sentimiento.
Tanto la tía Rosario como la señora de Ocampo en cuanto tuvieron noticiade lo que sucedíase lanzaron a la calle en busca de la jovena quienhallaron con las ropas hechas jirones y en un estado lamentable. Aurora nolas conociólas trató de cómplices de Quiroga en la infamia de sumuertey se negó a seguirlas porque dijo que ellas la iban a llevar acasa de Facundo. Las dos mujeres no pudieron convencer a la pobre locateniendo que hacer uso de la fuerza para llevarla a su casa.
Quirogaen la esperanza de que aquella locura pudiera ser pasajerano semovía de Catamarca. Pero la enfermedad de Auroraen vez de disminuiraumentaba. Cuando no se hallaba bajo la acción del delirio de laspersecuciones bajo el aspecto más violentoestaba sumida en una melancolíaprofundaen que parecía una estatuapues no hacía el menor movimientoque acusara la acción de la vida. Sin medios para combatir el terriblemalni aun para hacer la alimentación de aquella infelizse ibaconsumiendo poco a poco por la enfermedad y la falta absoluta de alimentos.A los pocos días Aurora parecía un esqueleto cubierto apenas por unpellejo empañado y amarillento.
Máximaque amaba con idolatría a su hermanaveía con desesperacióncreciente que aquella vida se iba consumiendo poco a poco amenazandoextinguirse rápidamente. Aquél era un espectáculo conmovedory lasmujeresdedicadas a una asistencia impotenteenflaquecían tambiéndejándoseganar ellas mismas por una desesperación creciente. Aurora cayó por finen un ataque de melancolía profunda del que no volvió más. Aquellosojos tan llenos de luz y de vidafijos e inmóvilesfueron perdiendo subrillo hasta que quedaron helados como todo su cuerpo. Y la vida de lacarne se apagó como se había apagado un mes antes la vida de lainteligencia. Sobre aquella cara cadavéricano quedaba ni un solo rastrode aquella belleza tan pura y tan magnífica.
Quirogaal saber la muerte de Aurorase retiró a La Rioja; no tenía yanada que hacer ni que esperar en Catamarca. La triste historia de Aurorahabía puesto sobre aviso a las niñas de aquellas inocentes sociedadesque temblaban de una visita de Quiroga como de la peor de las desventuras.
Máxima Ocampo no pudo resistir el dolor íntimo que le causó la muertede su hermana y enloqueció también. Era su locura una locura mansa einofensivaque se distraía en el cúmulo de disparates diversos quehablaba sin cesar. Y vagaba las calles de Catamarca provocando la risa detodoscon sus locuras inocentes y ridículas.
Hace muy poco tiempo la veían todavía cruzar las calles de La Riojabajo la sátira de los jóvenes que provocaban con diversos dicharachos supalabra fácil y descalabrada. Y hablaba horrores de Quiroga declarándoseChachinaque era como se llamaban las partidarias del general Peñaloza.
Doña Rosario se fue de Catamarcaolvidando la tradición lo que fue deellaaunque hay quien asegura que pocos meses después la hizo lancearQuiroga.



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