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El buey suelto
José María de Pereda
Al señor D. M. Menéndez Pelayo
DOCTOR EN FILOSOFÍA Y LETRAS
Aunque tú nos has dichoy has dicho muy bienque «el que lanza almundo un libro con sus tachas buenas o malasdebe responder de todasconfiéselas o no» quieroa buena cuenta y por lo que valgainvocarte por testigo de que al borrajearestos cuadroscasi a tu presenciano me guió el propósito de resolver enellos problema algunosino el de fantasear sobre un tema determinadocon elmismo derecho que han tenido otros escritores para fantasear con opuestatendencia; y acusarte despuéscomo te acusode haber creído y de seguircreyendo que en este rimero de cuartillasescritas sin plan meditado yverdaderamente a vuelaplumahay un libro que debepublicarseporquebien leídono carece de útiles enseñanzas.
Esto dicho sin temor de que me desmientasdeclaro queno obstante lo muchoque pesan tus dictámenes sobre mis parecerespor esta vezateniéndome almíodiametralmente opuesto al tuyo denunciadoquedáranse estos cuadroscomoalgunos de sus hermanos mayoressin ver la luz de la imprentaa no animarme apublicarlos la esperanza de que el lector ha de perdonar las tachas de la obraen gracia de lo virgen del terreno en que penetra.
La verdad es que no se explica fácilmente cómo en un país en quetantas agudezas y tantas necedades se han escrito y traducido contra la vidaconyugalni más ni menos que si esto de casarse los hombres con las mujeres yde proceder los hijos de sus padres fuera moda flamantesujeta a las humanasveleidadescomo el capote ruso o el tupé engomadono existe un libro en quese narre y puntualice escrupulosamente lo que se divierte un hombre esclavo delas teorías de esos caballeros sublimes que abominan de las suegrasy sueñancon las demasías de los chiquillosy se pasan la vida haciendo que se ríen deciertas prosas (sin dejar por eso de aceptar un buen acomodo si sepone a sus alcances)cual si fueran cuerpos santos los suyoso nohubieran sido antes cuerpos de mocosose hijos de sus madres («muy queridassantas y veneradas» siempre que las dedican sonetos)a la vez esposas yprimero hijas; de la cual maderaa mi entenderse hacen las suegrasycontinuarán haciéndose mientras siga de moda la familia honrada.
Pues bien: que al lector se le ocurra alguna reflexión por el estilodespués de pasar la vista por este mal ensayo de fisiología celibataria (sigoel tecnicismo al uso)es el único fin a que aspira El buey suelto...alaparecer en las mieses de la república literaria.
Lo seriolo ingeniosolo trascendentalel libroen finque se necesitaescríbale quien haya nacido para tan alta empresa.
Entre tantohazme la merced de contar estas cosas a quien te diga quevaliera más no tocar las castañuelas que tocarlas como yo las he tocado en lapresente ocasióny de aceptar estas páginas como ofrenda que tributa a lagloria más radiante de la Montañatu admirador sincero y apasionado amigo.
José María de Pereda
Jornadaprimera
- I -
El hombre
Concédame el lectorsi mal no le pareceque cuando un hombre ha vistodesde que empezó a serlosatisfechas como por ensalmo las más comunes yperentorias necesidades de la vidatiene mucho adelantado para ser egoísta. Locual no se opone a que también lo sea el que ha ganado el bien que disfruta enguerra encarnizada con la suerte.
Querrá decir esto que los egoístas abundany que sus especies varían encada ejemplar. Enhorabuena; pero conviene distinguir de casos para el objeto deestos apuntes.
El que es egoísta porque así le hizo el desdén de la fortuna; el que seconsagra al propio regalo como en recompensa de pasadas fatigastiene en éstasla disculpay perenne deleite en la comparación del presente risueño con elayer angustioso. De este modoni la imaginación le seduceni las vacilacionesle mareanni el vicio le matacomo el vulgo dice de los indecisos quelloran soñados males por exceso de bienes. Lleva su rumbo bien trazadoycamina con pie firmesin el riesgo de tropezar en desengañospor lo mismo queno se alumbra con ilusiones.
Otra cosa muy distinta es Gedeóntipo en que se resumen todas las especiesde egoístas que no debieran serlohasta por razones de egoísmo.
A estos señores enderezo mi cuento; con vosotros hablo; con vosotroslosqueafanados en evitarle desazones a la materiahuís de los más legítimosgoces del espíritu; con vosotroslos quepródigos de la hacienda cuando setrata de regalar al cuerposois avaros de ella si el alma os pide un óbolopara adquirir un regocijo; con vosotrosen finlos que pasáis lo mejor de lavida renegando del matrimonio por molesto y caroy el resto de ellalamentándoos de no haberos casado a tiempo.
Séame lícito traeros al banquillo y revolver un poco el saco de vuestrasculpas; y aquídonde nadie nos oyecantaros al oído media docena de verdades;parte mínima de tantas perrerías como soltando venís a cada triquitraquecontra la diabólica suegrala fementida esposael crucificadomaridoy hasta los mocosos rapazuelos.
Permitidmepueseste inofensivo desahogoy oídme la historia del bueno deGedeónque si no es la historia de cada uno de vosotrosandará a dos dedosde serioy a todos os vendrá como repique en pascua.
Gedeón siguió media carrera en la Universidado no pasó del Instituto desegunda enseñanzao no tuvo otra que la que recibiómuy a la fuerzade undómine casero. Importa poco este detalle para el punto que se esclarece. Fuehijo únicoo tuvo hermanos: como el lector quiera. Lo cierto es que en su casareinaba la abundanciay que élsi no era niño mimadopecaba con exceso de consentido.
Sabía que al despertarsea la hora que más le cuadrabale esperaba eldesayuno calentitoal alcance de su mano; que los vestidos que le hacía elsastrea su caprichohabían de ser pagadosno por éla la presentación dela cuenta; que si el frío arreciabase elevaría convenientemente latemperatura de su gabinete; que si le cansaban las truchasle darían perdicesy que si tosía más de tres veces iría a buscarle entre las coberturas de sulecho la azucarada y humeante pócima; sabíaen finquedentro del hogareran sus deseos antes satisfechos que manifestados.
En esta pendiente colocadoen breve llegó a estimar cosas y personas nomás que en cuanto podían servir a sus deleites; y si no creyó al mundo hechopara su uso particularjuzgóse venido a él para merecer todas sus comodidadesy ninguna de sus molestias... Si no os ofendiéraiscélibes de mis entrañas;os diría que era Gedeón el más perfecto modelo de aquellos hombres a quienesllamaba Horacio cerdos de las piaras de Epicuro.
Que era sensualno hay que decirloni tampoco qué gusanillo le roía conmás frecuencia la imaginación. Soñó con el amor perdurable de las mujeres (nóteseque no digo de la mujer); y creyendo hacer de su corazón un nido al máspuro y noble de los sentimientoslabró en su cabeza templo en que daba culto alos más torpes de la materia.
Que para alimentar este fuego elegía los combustibles más adecuados a suactividadtambién se comprende sin afirmarlo; por lo cual excuso decir queenpunto a literaturatomaba a pasto cuanto se ha escrito en el género desde la Celestinahasta Mi tío Tomás. Pero algo filósofo tambiénparacontener la imaginaciónque pudiera llevarle más allá de lo convenienteacogíase al llamado eclecticismo de Balzacy sabía de memoria la Physiologiedu mariagey las Petites misères de la vie conjugale.
Porque es de advertir que Gedeóna las vecescreía posible realizar susilusiones dentro del matrimoniotomándolepor supuestocomo una fase más desu sibaritismo; como refugio lícitopero siempre sensual y voluptuosode suvida hastiada ya del amor libre. Pensaba en el matrimonioconsiderándole sólo como un conjunto de todo lo bueno de él y de fuerade él; es decirel incentivo constante de la concubinay la adhesión fiel ydesinteresada de la esposa que le tuviera en perpetuo arrullosin dudas niremordimientos.
Como hombre de vehementes caprichossentíase arrastrado con violencia haciaese punto desconocido; peroegoísta impenitentehuía de él temiendoequivocarse; temor que le aterraba al considerar que en este terrenouna vezdado el avancees imposible la retirada.
En tales ocasiones era cuando acudía con más ansia a sus filósofospreferidosque si no le convencían por completodejábanlepor lo menossumido en grandes dudas acerca de eso que se llama estre los solteroneslicenciosos y egoístasprosa de la vida matrimonial.
En este perpetuo examen de lo conocido y lo desconocido; pasando con suimaginación a cada instante del uno al otro términocomo cambia el enfermo deposturas para aliviar sus doloresno del todo satisfecho de lo que palpabaydando un aspecto pavoroso a lo que desconocíaapuntáronle las canasquizámás que por el peso de los años (aunque ya los contaba por pares de decenas)por la fuerza de sus cavilaciones.
Y en estoaquel ser que en el mundo era su providenciay a cuya sombravivía él regalón y descuidadodesapareció de la haz de la tierra.
- II -
El caso
Momento solemne fue para Gedeón el en quepor primera vezse vio solo enel recinto de su hogar; pues aunque en él quedaba siempre la abundancia¡eratan durotan molestotan prosaico eso de administrarla y de atender con ella alas mil necesidades ordinarias de la existencia!...
Por cierto que en aquellos mismos días hizo varias observaciones que nodejaron de asombrarle. Cada vez que se sentaba a la mesa experimentaba dentro desí algo que no podía explicar bien su egoísmo; algo que pesaba sobre su almay se la oprimía; y al contemplar vacío el puesto que antes ocupaba la personaen quien apenas se había fijado él por la misma frecuencia con que la veíaparecíale un páramo desiertocon sus fríos y hasta con el silencio pavorosode las grandes soledades. Observaba que cuando no vivía solo en aquel mismoalbergueno reparó jamás en queal tornar a él después de sus francachelasy regodeossentía un placer tranquilo y consolador; veía la faz del ancianoenvuelta en serena y misteriosa luzy hasta el vulgar condumioservido portosca cocinerale gustaba más que los refinados manjares de la fonda; venía aser en fin el hogar domésticopara élcuando le buscaba después de lasborrascas de sus pasioneslo que el seguro puerto para la nave batida en el marpor los huracanes.
Al caer en la cuenta de estos fenómenos que había sentido sin fijarse enellosen vano trataba Gedeón de explicárselos por causas rigorosamentelógicas.
-«El paladar -pensaba-se estraga con los mejores guisossi se los dan muya menudo; y el espíritu necesita también la variedad en los goces para nohastiarse de ellos. La modesta prosa de mi albergue es todo lo contrario de loque yo saboreo fuera de él. Por esopor el contrasteme gustaba el hogardoméstico y cuanto en él hallaba después de las tempestades de mi vida.»
Pero ¿por qué en su nueva situación no le sucedía eso mismo? ¿Por quéhallaba insípidos los manjares de su casay en lugar de dilatársele el pechoal atravesar los umbrales de su puertase le oprimía el corazóny eldesierto de la mesa se extendía a su gabinetey notaba la falta de aquellapersona hasta en los sitios donde jamás la viera? ¿Qué era y en quéconsistía aquello? ¿Existía algo fuera de su serquesin embargoformaba parte de él; algo indispensable para expansión legítima de su alma?¿Era acaso que los cuidados domésticos que a la sazón preocupaban alhuérfanole proporcionaban molestias que antes no conocía? ¿Serían estasmolestias la causa de su desaliento en el hogar? Yen este caso¿era la faltade un celoso proveedor lo que únicamente le apesadumbraba? Pero entonces¿por qué le echaba de menos aun donde nunca le necesitó? ¿Por qué antes lemolestaban por impertinentes sus preguntasaunque se encaminasen asatisfacerle un gusto másy ahora diera parte de su vida por volver a oír unasola de ellasaunque fuera para echarle en cara su egoísta ingratitud? ¿Seríacierto que en ese presidio llamado familia por los hombres vulgaresesdonde únicamente se encuentra lo que no puede adquirirse con todo el poder delas riquezasni entre el vértigo de todos los placeres?
Asío por el estilole hacía discurrir la elocuencia de los hechoscomoen respuesta a la explicación lógica que él se empeñaba en dar a sunuevo y raro modo de sentir; el cual hallazgodentro de la casale produjocomo dicho quedano poco asombropues jamás se había permitido semejantes debilidades.
Pero tenía hondas raíces en su pecho el amor inconmensurable a la materia;y no pasó la crisis de obligarle a insistir con doble empeñomás bien pordistraerse que por decidirseen sus cavilaciones de costumbre; las cualescomoel lector sabe yase reducían a comparar estado con estadoy hacer con laimaginación voluptuosas exploraciones en el campo matrimonialen su afán deconocerlepor si las circunstancias te llevaban un día a refugiarse en él.
Merece saberseal pormenorde qué especie eran esas exploraciones.Comenzaba Gedeón por hacer un recuento de sus haberes; y suponiendo queaunechando cortohabían de darleamén de mujerdoble por sencillomultiplicaba su caudal por 3y apuntaba el producto como capital de supertenencia para sostener las cargas de su nuevo estado.
En seguida pensaba en el tipo de la mujer que debía elegir; punto siempremuy grave para élporque unas por rubias y otras por morenasunas por rosas yotras por capullostodas le gustabansupuesto que todas habían de tener elpie pequeñoel cuello torneadolos ojos lúbricosel talle flexible... yademáshabían de amarle con delirio.
Sin estas condiciones arquitectónicasy hasta de temperaturano había quepensar en que Gedeón se decidiera por ninguna; y con ellastodas le convenían.
Vacilaba largo ratocon los ojos cerrados y la mente perdida en un cúmulode hipótesis verosímilesy concluía decidiéndose... por el grupoporde prontoy aplazando el cuál de ellas para en su día.
Tenía ya mujer y buena renta: faltábale el nido en que había de pasar lavida como una aurora sin nubescomo un suspiro de amorsin término ni fatiga.
Por de prontoentre disfrutar la luna de miel con su paloma bajo los alerosde un hotel fuera de la patriao a la sombra del tejado paternoelegíaun término medio que le satisfacía en todos conceptos: para esa ocasión tansolemne tendría él preparado el voluptuoso albergue conyugal.
Y ¿cómo sería ese albergue?
Aquí entraba el lápiz a resolver el problemano sólo con cifrassino condibujos; y comenzaba Gedeón por trazar el plano geométrico de su futura morada.Pero le asaltaba al punto la batallona y compleja cuestión de Balzac: ¿dosgabinetes para los esposos; uno solo con dos camaso una cama sola y un sologabinete?... Nuevas meditacionesnuevas dudasy al fin un punto más entre losvarios que se quedaban sin resolver por el momento.
Entre tantoaceptaba los dos gabinetes; pero ¿muy separados o muy juntos?Lo primero tenía sus ventajas; mas había en contra de ellas ciertos reparos deestética y hasta de higiene y policía domésticapor razón de distancia yhoras intempestivasmuy atendibles... A todas luces era preferible lacontigüidad; y así se trazaban los gabinetes.
Después pensaba en la ornamentacióny calculaba el número de sillonesyla clase y el color de la tapicería; y si el lecho nupcial sería de bronce ode madera; si las cortinas de este o del otro modo; si la luz por la derecha opor la izquierda; si la alfombra de Persia o de Cataluña; si en la antecámarapondríadurante la nocheopaco disco o resplandeciente fanal; si es de másilusión la media luz que la luz enterao si es preferible la oscuridadabsoluta.
Despuésel tocador de ella: sus mil objetosuntos y perfumes; y elvestíbuloy el estrado... ¡hasta la cocina! todo se apuntaba en minuciosalistaa todo se le daba precioy para todo alcanzaban las rentas.
Por los pasadizos de aquel planorealzado con el fuego de la imaginacióndel dibujanteveía éste pasar la esbelta figura de su mujery oía el crujirde la seda de la batay por debajo de los pliegues desmayadosdistinguía lapunta del diminuto pie calzado con artísticaleve babucha; y aspiraba el aromade los rizos cayendo sobre el lascivo cuello... y ¡qué sé yo cuántas cosasmás!
Después pensaba en la servidumbrey formaba el presupuesto de sus gastosdomésticos que nunca excedían a los ingresos.
Establecido yatrataba de metodizar su vida: qué horas destinaría a losplaceres dentro de su casay en qué forma; y cuáles para volver a elladondele esperarían los brazos de su hermosa compañeraque no podría vivir uninstante separada de él; el almuerzo y la comida serían la comida y elalmuerzo de dos tórtolas; y la sobremesa y el reposoun incesante arrullo.
Si él enfermaba (en que enfermase ella no había que pensar) su médicosería el amory su medicinamimos y agasajos... Por supuesto que suenfermedad no pasaría de cierta languidez interesante: nada de secrecionesnasalesni otras hediondeces por el estilo...
Así un díay otroy otro; y los mesesy los años; ella cada vezmás hermosa y enamoraday élque ya tenía canas al hacer este presupuestosin una sola arrugani un triste destacamentoni un mal retortijón.
También vislumbrabaentre la penumbra de sus ensueñosalgo como la rizaday blonda cabelleralos húmedos y rosados labioslos ojos serenos y el levetalle de una hermosa criatura; pero este ser siempre sonreíajamás habíalloradoni estado en mantillasni alborotado la casa durante lo más acerbo dela dentición; ni su madre le había paridoni el comadrón la había visitado...
Eraen sumael cuadro que Gedeón se imaginabauna primavera perpetuasinlluvias ni ventiscas.
-¡Si esto fuera posible! -exclamabadespidiendo centellas por los ojos-.Pero... ¿y la prosa?... ¿y mi libertad perdida?
- III -
Los jueces
En dos épocas de la vida sienten los hombrescon respecto al matrimonioeso que los célibes recalcitrantes llaman malas tentaciones: la primeracuando la imaginaciónsalida apenas del horizonte de la pubertadlo ve todode color de rosa. Entonces nos casaríamos todos los hombres si fuéramosdueños de nuestra voluntad y de algunos maravedís. La segundadespués detrasmontar la cúspide de este sendero espinoso; cuando todavía nos atrevemos adudar si vamos dando el primer paso del descensoo el último de la subida.
Por estas latitudes navegaba la edad de Gedeón cuando notó que le erainsoportable la soledad de su casay con tanto empeño se entregaba a susexploraciones por los desconocidos mares del matrimonio.
No diré que se insinuara en él con tanta fuerza como en otro mortal menosegoísta la inclinación al indisoluble vínculo; pero es indudable que elcoincidir en ese mismo grado la natural tendenciasudigámoslo asípuntode sazóny el repentino cambio en un tan largo como inalterado método devidaera más que suficiente motivo para obligarlecomo le obligó al caboahacer un esfuerzo de raciocinio.
Ni su edadni sus circunstancias del momentodaban ya espera. Entonces onunca. Era preciso examinar con el microscopio de sus conveniencias hasta elúltimo repliegue de sus adentrospara veren definitivaqué había allíque temer o que esperar. Como buen egoístano quería dejar para mañanani el recelo de haber elegido lo peor por falta de reposado consejo.
Ya se ha visto que en el que a sí propio se pedíallevaba preparada másde la mitad de su postrera resolución. Y digo que ya se ha vistoporquetomando el punto de vista donde él le tomaba siempreel resultado no podíavariar jamás. Desde aquel punto lo veía todotodo... menos el matrimonio. ¿Cómodiablos había de llegar a conocerle? Y no conociéndole¿cómo había deestudiarle a fondosegún él deseaba?
Por eso no fue larga su meditación; mas como el resultado de ella no lesatisfizo por completoaunque le agradaba no pocoquiso encomendar el resto aldictamen de acreditados peritos en la materia. En desacuerdo con elloslícitole era apelar a otros pareceres; en perfecta concordanciaya no cabíanescrúpulos.
Veamos ahora quiénes eran los jueces que iban a entender en tan delicadolitigio.
Cada generación que viene al mundo trae un poco de todocomo ustedes saben.De cien muchachos que van juntos a la escuelahay siquiera diez que entran almismo tiempo en la Universidad; otros diez que se dispersan por la tierra acorrer las aventuras de la suerte; veinte que ahorcaron los libros para metersecomo Fray Gerundioa predicadoreses decira todo aquello para lo cual nosirven; cincuenta que van dejandouno tras otroeste pícaro destierro; yfinalmenteotros diez que se quedanen la época crítica de decidirsecomoestorninos atolondradosmirando cómo se dispersa el resto de la banda. Deestos diez era Gedeóny de los mismosotros tres contemporáneos suyosociosos como élegoístas como él y solterones aún más que élpues todosle excedían en edady particularmente en aversión al matrimonio.
Como contemporáneoscomo egoístas y como solteroneslos cuatro eranamigos... Entendámonos: paseaban juntosmurmuraban juntosy juntos estabansiempre en rebelión contra la sociedad entera. Por lo demásninguno de elloshiciera por la vida de los restantes el sacrificio de un cuarto de hora de sureposo. Paseando en alacomo acostumbrabanno se toleraban mutuamente elcasual pisotónni el choque un tanto violento. Por todo gruñían y a cadainstante alborotaban el paseo. Ninguno de los cuatro sabía el modo de vivir delos otros tres; lo único que no ignoraban todos era el pie de que cojeaba cadauno de los demásporque esto aun en la calle se veía: era el carácter.
Uno era avaroy el matiz más sobresaliente de los muchos que tenía su odioal matrimoniose compartía entre lo caro que costaba y el riesgo de llegar atener herederos forzosos.
Acaso hubiera aceptado la esposa como sirvienta fiel y desinteresada en todogénero de faenas; pero la quería joven y de buena estampacon lo cual noestaba garantizado contra el riesgo que temía. De las aseguradas de él poredadno había que hablarle. De todas manerasno podía avenirse con elderecho de la mujer a la mitad de los bienes gananciales. El caudal era suyoylo suyo lo quería para hacer de ello lo que le diera la gana.
Otro era pulcroreglamentado y económico. No toleraba en su habitación unmueble fuera de su sitioni una hilacha en el sueloni una mancha en suvestido; la ventilación era su tema y el cepillo su manía. Apuraba la ropahasta desecharla por trasparentepero jamás por sucia. Se sentaba ocupando lamenor cantidad posible de silla; y para escribirasí sentadoaún encogíalas piernas y los dedos de la mano; metía los renglones de su piojosaletra hasta amontonarlosy todavía cercenaba media pata a cada m y lospuntos a las ii. Comíapaseaba y dormía a horas inalterables einalteradas. No concebía de otro modo la existencia; y comoen su conceptoelmatrimonio era el desordenel despilfarroel desaseo y una caverna de airesimpurosdetestaba el matrimonio con un rencor inconcebible en su aspectoacicalado y hasta risueño... Verdad es que su sonrisa no lo era; más bien loparecía por la especial disposición de su bocamuy semejante a la de lasculebras.
El tercero era celosocomo una bestia en sus períodos álgidos; yporque la humanidad no le mimaba como él creía necesitarlo para sus regodeosbrutalesdetestaba a la humanidad entera. Bajo siete cerrojos y amarrada a unaestacay él a su lado con otra en la manosospechara de la fidelidad de sumujersi capaz hubiera sido de atreverse a elegir unao el cielo se lo hubierapermitido.
Ya se deja comprender que estas cualidades enumeradas eran el sellodistintivo de sus respectivos poseedorespero nada más: en el fondo delcarácter los tres parecían formados en un mismo troquel. Cada uno de elloscreía odiar al matrimonio por distinto lado; pero estas fases de sus odios nopasaban de ser otras tantas maníaso productos diversos y raquíticos de unmismo suelo árido y estéril.
Los tres carecían de familia o habían prescindido de ella; los tresignoraban lo que era el trabajo y la ocupación seria; los tres eran ricosycada uno de ellos vivía solo; quién como huéspedquién en casa propia.
No era Gedeónseguramenteel peor de los cuatro; puesa lo menossentíaciertos deseosaunque mal entendidosde explorar otras regiones para variar declimaseñal de que el insano en que habitaba no le satisfacía; era en susvicios algún tanto artistay bastante pródigo de su caudal. Con otraeducaciónacaso hubiera sido hombre de provecho. Los resabios de sus amigosprocedían de la madera mismaque se torcíacomo se tuerce el robleporquees robleaun con la polilla de los tiempos.
Tales eran los jueces a cuyos dictámenes y consejos sometió Gedeón elatisbo de escrúpulo que le quedóde resultas de sus cavilacionesmatrimoniales al entregarse por última vez a ellas.
Olvidábaseme decir que en el pueblo se llamaba a estos cuatro solteronesAnásCaifásHerodes y Pilatosaplicándose los nombres al avaroalcelosoal pulcro y a Gedeónrespectivamentey no sé por qué.
- IV -
El juicio
Sereno eray hasta chancero y zumbón; pero no sin tartamudear más de tresvecesni sin hacer por cada palabra una salvedadllegó Gedeón a exponer sutesis al asombrado y adusto tribunal. Verdad es que no pueden escribirse nipintarse los carraspeoslas interjecciones y los gestos con quea manera deortografíaiban los jueces puntualizando los períodos del exponente. Ya noeran caras; era vinagre y rescoldo aquello que le miraba cuando acabó de hablaren estos o semejantes términos:
-Tal es el casocaballeros; y para ponerle a su verdadera luzacudo avuestro autorizadísimo dictamen. Necesito que hablemos una vez en serio deeso que se llama matrimoniocon el piadoso fin de ver hasta qué punto le eslícito a un hombre... como nosotrosel pensamiento de casarse. Suponedpuesilustres juradosque habiendo hallado una mujer ricahermosacon todas lasseducciones imaginablesy educada a mi gustome caso mañana con ella...
Aquí fue la explosión de ascode ira y de horrortodo junto; aquí fue elponerse aquellas caras como dicen que se pone la del demonio cuando la rocíancon una hisopada de agua bendita.
-Supongamos -recalcó el exponentedespués de abrir un paréntesis desilencio para que pasara lo más recio de la tempestad-; supongamosrepitoqueaprovechando todas esas ventajasme caso mañana yo: ¿qué me sucederá?
-¡Tu ruina!
-¡Tu muerte!
-¡Tu ignominia!
-Eso no es responder -dijo Gedeónreplicando de una sola vez a las tresferoces respuestas de sus amigos-. Quiero detalles; quiero que discurramos unpoco sobre esa prosa y esas cadenas matrimoniales; sobre todo ese conjunto demiserias quesegún famason inherentes a la vida conyugal. Y esto entendidovuelvo a preguntaros: ¿qué me sucederá si me caso?
-¿Y qué demonios quieres que te respondamos a una pregunta tan vaga y tancompleja? -contestó el pulcrorasgando mucho la boca para enseñar todos losdientes.
-Lo que sepáis.
-¡Lo que sepamos! ¿Pues no lo sabes tú como nosotros? ¿No lo sabe todo elmundo de corrido? ¿Hay tema que haya sido más resobado ni más discutido? Peroaunque lo ignorases¿cómo narrarte en tan breve tiempo lo que no cabe enlibros ni en la memoria humana?
-Si te concretaras a un punto determinado... -añadió el celoso.
-Concretaos vosotros; divididpor ejemploen períodos la epopeyae iddiciéndomeno todo lo que haysino lo que más abunda en cada uno de ellos:yo deduciré el resto.
-Y vendremos a repetir lo queen fuerza de haberse repetido tantopasa enel mundo por catálogo de vulgaridades
-Pues ese catálogo esprecisamentelo que yo vengo buscando. Diréisme queen la memoria debo tenerle; pero recordad los expuestos motivos de mi consultay comprenderéis por qué necesito que ese resumen pintoresco de vulgaridadesaceptadas como razones serias contra
«esa grotesca fusión |
que se llama matrimonio» |
sea hecho por vosotros y no por mí; por quéno debiendo fiarme de lamemoria ni de la luz con que habría de guiarla para buscar los hechos vitandoses indispensable que me los expongáis vosotrosen formacomo quien dicederamilletepara que pueda yo olerlos todos de un solo alientoy probar en laintensidad de su veneno el vigor de mi naturaleza y los bríos de mi necesidad.Y con el laudable fin de evitar divagaciones metafísicas y retorceduras deconceptosvuelvo a presentaros en crudo mi preguntaque ya lleva marcado elprosaico son de la respuesta: «¿Qué me sucederá si me caso mañana?»
-¡Y dale con el tema! ¿Quierescon mil demoniossaber lo que tesucederápor ejemploen los primeros días? -dijo echando chispas elacicalado quesegún parecellevaba la voz cantante en aquel estrafalariodesconcierto.
-Muchos cantos va a tener la epopeyaa lo que veo -exclamósonriendoGedeón.
-¿Por qué lo dices?
-Por la pequeñez de las partes en que la dividessi he de juzgar por lamuestra de «los primeros días».
-Pues esos días son un período completoy aun colmado... Los demás yaserán más largospara desgracia del marido.
-Vayapuespor «los primeros días»y sepamospor finqué mesucederá en ellos.
-Nada que no sea envidiable: sorpresas encantadorasdulzurasmimosarrebatos sublimes... ¡lo más voluptuoso y embriagador que puedas imaginarte!
-Y ¿cuánto dura? -preguntó Gedeón relamiéndose.
-Cuarenta y ocho horas -respondió secamente el interpelado.
-Me parece mucho -gruñeron los otros dos jueces.
-¿No me concedéis siquiera una semana?
-Vaya la semana -dijo el atildado-pues días más o menospoco suponen enla eternidad del martirio subsiguiente. Durante esa semanano existen lossuegros ni los cuñados; tu nueva familia es un coro de ángeles que no cesa decantar tus alabanzas. No hay hombre como túni más amableni más ingeniosoni más belloni más digno de ser adorado; y estoque te lo dice tu mujer asolas entre explosiones de amorte lo repiten en la casa hasta el gato y elperroadivinando tus deseos y hartándote de preferencias y de mimos. Como nohas de vivir con tus suegros eternamenteen estos primeros días empezarás atratarsi no de separartede cuando te separes; y ten por seguro que pordiferencias sobre calleo pisoo colores de las tapiceríasha de asomar laoreja la primera nubecilla en el arrebolado horizonte de tu felicidad.
-Eso suponiendo -añadió el usurero-que en los pormenores de la dote nohaya habido serios altercados.
-O que la recién casada -expuso el celoso-no dejeen la vecindad queabandonasu primer amor.
-Todo es posible -continuó el pulcro-; pero hemos de prescindir de loeventual y contingenteque no tiene medidapara fijarnos sólo en lorigorosamente lógico; en lo necesarioen lo infalible. Con esto nos sobra paraganar el pleito. Y prosigo. He supuesto que pasabas la primera semana con lafamilia de tu mujerpor elegir un motivoentre los cien mil que existenparael primer desacuerdo. De todas manerasen tu casa o en la ajenaal acabarseesos díaslas intimidades matrimoniales han llegado a su grado máximoycomienzan a caer en desuso ciertas contemplaciones de pura galanteríahastaallí guardadas entre los cónyuges. Nada más natural entonces que la elecciónde un criadoo la compra de un muebleo la distribución de las horas deldíau otra pequeñez cualquieraproduzca en tu mujer un serio enojo y en tiun disgusto. Los de esta índole son los que traen a las casas lasintervenciones extranjerasaunque con ramo de oliva; pues la esposapocoacostumbrada todavía a sufrir contrariedadesnecesita murmurar con alguien delas rarezas de su maridoy murmura con su madresi la tieney si nocon sus amigas. Oirás de éstas o de aquélla tal cual disertación sobre eltema de la tolerancia que deben tener los caballeros con las señoras; verásque en estos conflictos internacionales jamás se te da a ti la razón;te llevarán los demonios cuando consideres que cosas tan fútiles y remediablesen casason ya del dominio públicoy en centuplicado tamañopor lainsensatez de tu mujer; que están tu reposo y la paz de tu casa a merced de lamenor divergencia de pareceres entre vosotros dosy sobre todocuando veas quetu esposa se va mostrando tan dispuesta a desechar los tuyos más sensatoscomoa aceptar los ajenos más absurdos.
Pasópuesel período breve del éxtasis amorosoy estás de patitas enel primero del martirio. Comparando lo que eres con lo que fuiste poco antesytemiendo avanzar en el horrible e interminable sendero en que te hallascolocadohaces heroicos esfuerzos en favor de la paz doméstica; te acusas aunde faltas que no has cometido; disculpas todos los resabios de tu mujerycorriges hasta los más inofensivos de tu carácter. Todavíay mediante estesistemadisfrutasde vez en cuandolos breves momentos de placer que dan desí las reconciliaciones vehementes; y quizá insistiendo en elprocedimiento adoptadoy sin más mujeres en el mundo que la tuyallegarás alfin de la carrerano sin cruzpero sin espina. Masen estoasoman losprimeros barruntos de sucesión; y a los tiquis-miquis de todos los días tienesque añadir las impertinencias propias del estado.
El olor del tabaco la ofendey no puedes fumar delante de ella; si por nodejar de verla fumas lejos de su presenciacuando te acercas huele que hasfumadoy te rechaza; por evitar este inconveniente dejas de fumar; pero hassalido a la callehas ido al caféhas estadoen findonde se fumay turopa huele a tabacorazón por la cual tampoco puedes aproximarte a sugabinete. Te resignas a no salir de casa por no ahumarte; pero si usas esenciasle repugnany si no las usashueles a hombre: tampoco entrasasí.
Entre tantola casa está patas arribay tu autoridad como la casaporquela señora come a horas intempestivas las cosas más extravagantesy tieneascosy náuseasy todo lo escupe. -Cuando concluye este períodoque es muylargoempieza otro mucho más divertido: el período de la pesadezdelbamboleodel malestardel paseo nocturno entre callescolgada de tu brazo;del abultamiento de los labios y de las manchas de la cara; de los pieshinchados; el prólogoen finde la nueva y más tremenda etapadurante lacual no dormirás sueño tranquiloni comerás cosa en sazónni te pondráscamisa bien planchada; pues todo lo que es ordenpaz y sosiegolo exterminalo barre la gran catástrofe: con sus preparativosantesy hasta muchodespuéscon su cortejo de horrores y hediondeces. Antesel atilloy la cunay los tanteos y probaduras de nodrizay la novena a San Ramóny los falsossíntomas siempre a media nocheo a otras horas tan intempestivas. Despuéslos jipidosy la casa a oscuras y en silencioy el aire corrompidoy el andaren ella todos de puntillasy el comadróny la nodrizay los pañalesy losrecados a la puertay la obligación de contestarlosy la colineta para elcuray los padrinosy la comitiva del bautizoy tú presidiéndolay loschicos de la calle cantando el ¡pelón!... y hasta el consonanteque esharto más gravepues no faltará quien te le apliqueaunque la copla serefiera al padrino; y luego las enhorabuenasy el refresco... ¡y el demoniodesencadenado en tu casa! -Despuésla cuarentenay los retortijones debarriga en la criaturay los vagidos consiguientesy el cólico de la pasiegay el riesgo de buscar otray las cuentas a puñadosy el dinero tras ellas acarretadas... Por últimoel restablecimiento...
-Ypor fin -interrumpió Gedeónrespirando con ansia-volvemos a aquellosocho días...
-¡Quiá! -dijo el otro con el gesto y el tono que usarían las víborassilas víboras hablaran del matrimonio-; aquellos días se fueron para no volver.El primer cuidado de tu esposa al salir de su habitaciónes residenciarte porel tiempo en que ella no ha mandado en jefe. Nada se ha hecho a su gusto; elrefresco fue mezquino; se quedaron sin dulces esta amiga y el otro pariente; elruido constante que tú no supiste impedirno la dejó descansar a su gusto unasola vez; están los suelos mal barridos y los muebles echados a perder; eres unJuan Lanasy además roñoso y desatento. Por supuesto que tú no hasintervenido en nada de lo censurado; desde el momento supremo se apoderó de lasllaves y del mando la amigao la vecina de más confianzasi no hay por mediouna madre o una hermana; pero esto no impide que el responsable de todo lo maloinventado o ciertose te haga a ti. Habrá hocico tambiény acaso moquiteoporque no se te vio el pelo cuando ella más gritaba durante el apuro gordo; ysi se te vioporque no te alegrascomo debesal contemplarte reproducido; hasestado hasta soez con las visitaso has pecado de expresivo con algunas queella sabe; y luegoporque su mamáo su modistao sudoncella... o el Peñón de Gibraltar; pues hasta lo más extraño es un motivoserio para darte guerra. Cuando ésta se acaba por cansanciocomienza lacriatura a tomar fisonomía y a entretener a su madre con gorgoritossin dejarpor eso de alborotar la casa con sus lloros. Ahora porque se ríedespuésporque toseluego porque no mamay más tarde porque vuelve la lecheallí nose habla más que del muñeconi en otra cosa se piensaasí te entre untorozón y te pongas a la muerte...
-Bueno; pero... después...
-Despuésvolvemos a los ascos del principioy a los síntomas de marrasya todas las enumeradas peripecias... Y pasan otra vezy vuelven de nuevoytornan a repetirsesalpimentadaspor supuestocon un sinnúmero deimpertinencias y de contrariedades nuevashijas legítimas del cúmulo denecesidades que se van creando en tu casa con cada vástagoy de los resabiosque va adquiriendo tu mujer en cada alumbramiento.
-¿Pues no dice la fama que nunca está un hogar más alegre que cuando estálleno de chiquillos?
-¡Ohes encantador uno de esos cuadros de familia! Aquí una silla rota;allá media vajilla en polvo; el tintero encima de la camay las almohadasdebajo de la mesa; las botas en la sombrereray el sombrero en la cocina; en elropero la zaga de un coche y la cabeza de Carlo Magnoy medio tambory unpedazo de corneta; en el cajón de la basurala estampa que más apreciascubierta de lamparones y de garabatos; y los papeles importantes de tu carterahechos una pelotay la máquina del reló de tu mujer en la escalera deldesván. Te sientas a la mesay empieza lo conmovedor. Antoñito no quiere lasopa si tú no se la das; Pablitomientras cebas a su hermanote mete untenedor por los ojos; Adelita quiere cerezasy está corriendo el mes de enero;Elisinadespués de haber comido las natillas con los dedoshunde las manos enlos bolsillos de tu chaleco blanco; y todos cuatro rompen a llorar pocodespuésformando el coro más armonioso que hayas oídosobre el cual sedestaca la voz de tu mujerponiéndote como hoja de perejilso pretexto de queno sabes hacerte querer ni respetar de tus hijos; tu mujerque andará ya de mesesmayores; de modoque cuando el último retoño va domesticándosey selarga la nodriza y se le añade al montón de sus predecesoresviene el nuevocon los consabidos trastornos y las enumeradas desazones.
-Perohombre¿cuándo concluye... eso?
-Cuando concluyan las gracias y los atractivos de tu mujer; cuando no lequeden ojos para mirarteni labios para sonreírteni dientes para devorarte;cuando no sea más que un catálogo de achaquesenvuelto en un retal depergamino; cuando esté a tu cargo la fatiga de cuidarley a las doce de lanoche te pida desde su cama el antiespasmódico para el histéricoo elalgodón para los oídoso los parches para las sienes; o se despierte a lastres de la mañana para que le des las friegas en la espaldao le pongas lasfranelas en los riñones; cuando tus hijos crezcan y necesiten el látigo y elcolegioy el uno resulte estúpidoy el otro holgazány el tercero unperdidoy la cuarta una tontuelay te roben y te esquilmen el sastrey elzapateroy la modistay el maestro de músicay el vecino de enfrentey lavecina de al lado... Y así vas tirando y haciéndote viejoy notando poco apoco que estorbas en todas partes a tus hijos y a tu mujery que tu mujer y tushijos comienzan a preguntarte cuánto tienesy a hablarte mucho de cuandotú faltes... ¡a desear que te muerashombreya que no pueden heredarteen vida!
-¡Pero eso es feroz!
-Pues eso esamigocomo si dijéramoslo más llano del camino: losinconvenientes de un matrimonio hecho a pedir del deseo y con el dinero desobra; ¡imagínatesi puedeslo que será el matrimonio en peorescondiciones; sin las rentas necesarias para cubrir las indispensables exigenciasdel estado!
-¡Ni el infierno es comparable con ello! -exclamó aquí el avaro-. Elescaso caudal se evapora al calor de tantas obligaciones; se vase vase va...y se extingue al fincomo la última oscilación de una luz que ha devorado sumecha; y un díaal despertar la familiaquiere comer y no tiene quéni conqué comprarlo; pídelo prestadoentre congojas de vergüenzay se lo dan;pero como no lo devuelveotro día se lo nieganpor lo cual vende una alhajay después los mueblesy por último la camisa. Entre tantas angustias yprivacioneslas pocas virtudes se avinagranel pudor se corrompelos respetosse atropellan; y aquel sentimientoque antes se llamaba amor entre loscónyugesno impide ya que el látigo zumbe en la casay alboroten el barriolos gemidosporque es cosa harto sabida que cuando el hambre entra por lapuertasale el amor por la ventana. Despuésla horrible consideraciónque se hará el maridoentre paliza y moquiteode que tenía un caudal con elquesolteropudo haber vivido hecho un patriarcay que cediendo a una falsavocación de su naturalezale partió con una mujer que le llenó de hijos enpago de su generosidadhijos que fueron otros tantos lobos que ayudaron a sumadre a comer en pocos días hasta la piel del incauto borrego; que vio éstedesaparecer su propia hacienda sin haberse procurado a cuenta de ella unmiserable regodeoporque toda la necesitabay mucho más que hubieraparatapar aquellas bocas insaciables; para sacrificarlo en aras de esa ridículadebilidad que se llama familia; la misma quesi no lo hubiera comido ayerloheredaría mañanao lo empleara la mujerviudacomo cebo para coger otromarido con quien lo gastara escarneciendo la memoria del primero; vivo éstepara que el más bribón de sus hijos lo jugara en tres montones a una sotaola madre se lo fuera regalando a su vecinosi le convenía para amante...
-¡Esa es la fija! -gritó entonces el celoso-. Pero tú supones viudacuando caea la mujer de Gedeón. Yo quieroy debosuponerle vivo al ocurriresa caíday no acosado el matrimonio por el hambre del segundo ejemplosinonadando en la abundancia del primeroporque la mujer peca de viciocasisiemprey en las demás ocasiones... porque es mujer... ¡Y en qué condicionescae la esposadioses inmortales! Por de prontoapenas hay ejemplo de un amanteque no valga mucho menos que el marido.-Esto prueba lo que empequeñece ydesprestigia al hombrea los ojos de su mujerel oficio de casado. -El maridopagael marido proveeel marido atesta el ropero y abarrota el tocador y colmael bolsillo... pues para el marido las chancletasla bata suciala papalina yel pelo desgreñado; para el amante los perfumeslas batistaslos voluptuososrizosla turgente sedala ceñida botala estirada media; para el dueñotoda la prosatodos los desdenestodas las frialdades; para el ladróntodoslos encantos de la coquetería y todo el fuego de una pasión tan vehemente comoinfame. Al maridoa quien se despluma a cada instantese le tiene por avaropor incivil y por grosero; el amanteque acaso vive a expensas de las larguezasdel marido a quien deshonraesen concepto de la esposael generosoel caballero...¿No es esto infame? ¿No es inicuo? ¿Y no es todavía más inicuo ymás infame emplear el propio dinero en adquirir una ignominia semejante? Puescomprar esta ignominia es casarseGedeón. Porque todastodas son iguales...menos las que no sirven para el oficiopor haberles negado sus favores lanaturalezacon ninguna de las cuales has de casartepues eres mozo de buengusto. No tengo más que decirte.
-Ya lo oyesGedeón -añadió el atildado céliberasgando su boca hastalos oídoscomo si tras el gesto se dispusiera a dar el salto alevoso sobre suamigo para hincar en él el diente emponzoñado; -todosaunque por diferentesendahemos venido a parar al mismo punto: al presidio del matrimonioen elcual lo menos que se pierde es la libertad del soltero; esa que nos permitevivir como el ave en el espaciocomo el pez en el agua; tener por patria elmundo enteroy por soberano la voluntad; contemplaren finel de la vidaconojos serenossin que nos amarguen aquellos instantes supremos las lágrimas delos que dejamos si nos necesitan en el mundoo el regocijo de los que nosheredan; esos tiernísimos pedazos de nuestro corazónllamados hijos.
-¡Adelante!
-Y ¿para qué?
-¿No tenéisvíborasmás veneno que echar por esas bocas?
-¿Pues no hemos de tener? -respondió el pulcro-: a toneladas te lodiéramos si fuera necesarioy aún no se concluyera; pero nos has pedidomuestras de elloy muestras te hemos dadoy en forma de ramilletecomodeseabas. Ahorahuele y revienta.
-Oliéndole estoyrato hace.
-Y ¿a qué huele?
-¡A demonios corrompidos!
-Entonces ¿a qué vino la consulta?
-Ya os lo dije: a que me confirmáseis en mis creenciasalgún tantoinsubordinadas estos días por la loca de la casallamada imaginación.Síamigos míos y denodados solteronessoy de los vuestroscreo cuantocreéis y detesto cuanto detestáis; el matrimonio es un presidio para elhombre; un presidio completopues que le esclaviza y le infama. Niego la pazdel hogarniego el amory sobre todola necesidad de los hijos: el uno y lasotras no son más que ficciones de la fantasíacuando no cebos de los maridospara seducir incautos. El hombreabrumado constantemente por las cargas de lafamiliapierde hasta la libertad de ser honrado y el derecho de ser feliz;cuando menosla ineludible prosa del matrimonio le corrompele enervaledesnaturalizale empequeñece. Para cuanto concibe y cuanto emprende fuera delmiserable recinto de su hogarson trabas que le amarran y cortan el vuelo a susmás levantados pensamientoslos hijos y la esposaque no le quieren más queen cuanto le necesitan. El hombrepuespara cumplir su verdadero destinoparadar a su cuerpo el regalo que necesita y a su alma la elevación que anhelatiene que desprenderse de los mezquinospero opresores lazos de la familia; serlibrelibre como el pájaro y el viento; y puescomo dice el adagioElbuey suelto bien se lamesuelto quiero morir como he vividoya quevuestras sabias advertenciascoincidiendo exactamente con mis doctrinasme handemostrado que es imposible hallar dentro del matrimonio el voluptuoso edén conque alguna vez soñó mi acalorada fantasía...
Oídas estas palabraslos tres jurados solterones se encogieron de hombroscual si tuvieran por locura hasta haber puesto el caso en tela de juicio: diolesGedeón unas palmaditas en la espalday se dispersaron los cuatrotansatisfechos y campantescomo si realmente hubieran tratado la cuestión enserioy el mundo no fuera otra cosa que un vasto ejido pararevolcarse y hozar en él a sus anchas los cerdos de las consabidas piaras.
- I -
El primer paso
Ya sabe el lector de quién se tratade dónde vienede qué madera es yadónde se propone ir el héroe de esta historia queen rigorempieza en estapáginay dice así: Libre Gedeón de malas tentaciones; es decirexento de los cuidados en que a las veces le poníansólo tiene ya que pensaren orientarse y en establecerse.
Por orientarse entiende él hacer con la memoria una excursión por lopasadoy otra con la fantasía por lo por venir. Precisamente se halla tomandoun respiro en la cumbre del sendero de su viday desde ese punto domina lorecorrido con igual facilidad que columbra lo que le queda por andar. Gedeónen sumaquiere y cree que necesita entrar en cuentas consigoantes de dar elprimer paso conforme al derrotero inalterable que se ha trazado.
Volviendo la vista al dilatado panorama que va dejando atrásy marcando conla mente los sitios en que ha puesto su planta¡qué pobrequé mezquino leparece lo exploradocomparándolo con lo que tiene sin explorar!... Bien miradotodo¿qué ha hecho él hasta entonces más que retozar en mies abierta;herborizarcomo si dijéramosen campo libre?... Si alguna vez saltócercado ajenono pecó el seto de espinoso ni de elevado. Verdad es que lasaltas cercas que guardaban el regalado frutoaunque aguzaron su apetitojamásle movieron el intento del asaltopues era caballo de buena bocay todolo hallaba sabroso siempre que fuera asequible y abundantey todo lesentaba bienporque era el hijo de familiaholgado y disoluto y sinpizca de responsabilidad.
¡Pero ahora!... Ahora no le es lícito ni siquiera el pensamiento de quecorran los años de su vidacomo antes corrieronen la oscuridad de losportales y en la lobreguez de los callejones extraviados; porque ahora es el amode su casael hombre formalindependientericoy hasta de buensolarque no solamente puedesino que debe dar a sus empresas largovuelotan largo como se lo permite el inmenso horizonte que tiene a la vista; ycon este fin exornará sus actos con cierta solemnidad y compostura atractivas yde buen tono... ¡Qué vida le espera!
Por lo vistoGedeón es de los que creenno sin fundamentoque a loshombres no los hacen los añossino las circunstancias. Desde el grado dedoctor hasta el primer paso que da el doctorado en el ejercicio de suprofesiónpueden mediar muy pocas horas; y sin embargo¿quién es capaz deconocerbajo el luengo gabánel estirado chaleco y las rígidas tirillas delmédico o del jurisconsulto de hoyal aturdido y desaliñado estudiante deayer?
La misma razón social que a tanto obligaimpone a Gedeónque ya se juzgadoctorado en la Universidad en que por tantos años cursó la vida airadaeldeber de adoptar hábitos de caráctercomo otro doctor cualquieraparaejercer su profesión con fruto y en toda regla... cuando la ejerza; puesporde prontoy en atención a que el luto riguroso que vistesi bien le permitedivertirse según sus inclinaciones naturalesle prohíbe acercarse a losruidos y a los grandes espectáculos del mundotiene que limitarse a unsencillo merodeo alrededor de su casacomo quien dicey dejar para másadelante las campañas de prueba.
Así se cumple con otro de los deberes que son anejos al derecho de vivirentre gentes civilizadas.
Y hay que convenir en que el tal deber está bien fundado. Bueno que loslutos se arrastren por todas las deshonestidades socialesporque con ellos nopuede uno ir a ninguna parte; pero exponerlos en teatros y tertuliasdonde la gente guarda compostura y decoro... ¡no faltaba más! ¡Bonita carapondría esa señora que se llama sociedad cultay marca lo que se ha desentir y lo que se ha de llorarcon centímetros de crespón en el sombreroocon varas de velillo delante de los ojos!
Volviendo a Gedeóndigo que discurreal tenor de lo indicadolarga ydetenidamenteacerca de lo que ha sido antes y lo que puede y le toca ser en losucesivolibre de toda vacilación y resuelto a pasar la vida con la mayor sumaposible de comodidades y deleites... porque es indudable que eso que él siguenotando todavía dentro de sí y en cuanto le rodeay que algún inocentepredestinado se atrevería a llamar nostalgia de la familiaes un efectológico de su nueva situacióny desaparecerá tan pronto como el huérfano seestablezca a su gustometodice su vida y llene el desierto hogar.
Ésta espor consiguientesu tarea más perentoria. Afortunadamenteno esdifícil.
Por de prontoy a reserva de cambiar de sistema cuando las circunstancias selo reclamennecesita una persona que se encargue de las menudenciasdomésticas; una mujer de edaden quien el juicio corra parejas con losaños. Pero esta mujercuyo destino exclusivo ha de ser el de administradorano puede ni debehasta por razones de estéticaestar a su servicio inmediato.Con este último objeto tomará una joven de buen ver y adecuada al caso.En cuanto al prosaico cargo de cocineraestá provisto muchos años hay nomal del todoen una buena mujer que continuará desempeñándole.
No hay plazas más solicitadas ni apetecidas que las de sirvientes de unsolterón. Las amas de llaves todo lo esperan de él; las jóvenes todo lo creenposible; y ni las unas ni las otras tienen que lidiar con la fiscalizaciónintransigente de la señora de la casa.
Así es que Gedeón recibe las solicitudes a puñados y las recomendacionespor docenas. Puede elegir a su gustoy así lo hace.
Desde aquel instanteuna mujer que ya no ha de cumplir el medio sigloaseadaenjuta de carnesa medio encanecer y empezándose a arrugary muyhacendosa y previsorasegún informesse encarga de las llaves y recibe conellas una cantidad de dinero para el gasto menudo durante quince díasconcluido lo cual recibirá otro tanto; porque Gedeón no quiereni debenisabe ocuparse en todas esas prosaicas menudencias.
El nombre no es enteramente simpático: se llama la señora Braulia;pero ¿qué más da? En cambioal nacerfue envuelta en finos pañales: supadre era mayordomo del marqués de las Pesadumbres. Las que le dieron (almayordomo) una naturaleza enfermiza y una familia demasiado numerosatrajéronle a menos; y a la muerte del marquéshabiendo suprimido aquellaplaza sus herederosacabóse la vida del mayordomo con esta última pesadumbre.Brauliaentoncescomo cada uno de sus hermanostuvo que buscarse la vida comomejor pudo: hoy zagaleando criaturasmañana fregando vasijas y arrimandopucheros a la lumbrey otro día ascendiendo a doncella de labor y camarera deconfianza; pasandoen finpor todas las fases de la servidumbre domésticapero siempre muy honrada y muy querida de sus amos. Túvolos de alto coturno; yal ingresar en casa de Gedeóndesdeñó las ofertas de un banquero de nota.Cree que todas estas vicisitudes le han dado a conocer el mundo palmo a palmoya los hombres pelo a pelo.
Aunque a él no venga nuncaasí refiere su historia la buena de la señoraBraulia.
Menos puntos calza en prosapiapero nombre más bonito lleva la otrasirvienta. Llámase Solitay es hija de un remendón con quien no ha vividodesde que supo andar lo bastante para escaparse de casaen la cual no eraposible la existencia con aquel hombre que concluía con todo; con la familiaapalosy con lo que ganabanél remendando y su mujer cosiendoen la taberna.
Huérfana de madre a los pocos años de ponerse a servirsólo ha logradoverse libre de la tiranía del zapaterodándole las tres cuartas partes de loque gana. A pesar de estos contratiemposha llegado a ser una de las doncellasmilitanteso sirvientesde mejores informes.
Es menuditalimpia como el oropicaresca de sonrisaalgo remangada denariz y gruesa de labios; muy negros el pelo y los ojosaquél abundante yéstos no muy grandes ni rasgados; pequeños los pieslos dienteslas manos ylas orejasy rollizos los brazosel cuello y las inmediaciones.
En todas estas menudencias repara Gedeónmientras Solita le cuenta lasotras referentes a su historia; porque es natural que un señor bien educadoalrecibir en su casa a una muchachale pregunte por las generales de la leysiquierapor preguntar algo; y como Solita es ingenua casualmenteresponde cuanto sabe yno la deshonra; porque no la hay en decir la verdad; sobre todocomo ella ladicefruncidos los ojuelosentreabiertos los labioscomo si quisieransonreír y enseñar los dientes a un mismo tiempouna mano en la cinturalaotra doblando y desdoblando un pico del delantaly la mitad del pie derechofuera de la faldallevando el compás del suave balanceo de las redondascaderas.
- II -
La primera catástrofe
Ya tiene Gedeón cuanto necesita: es decirquien le administrequien lesirva y quien le aderece el ordinario sustento.
Ya no reina el vacío en su casa; ya hay ruido y movimiento en ella.
La señora Brauliacomo mujer precavidaestudia sin cesar la manera de queen su jurisdicción ande todo conforme con los gustos y deseos de su amo; lacocinera trata de cumplir las órdenes de la señora Brauliaen lo que respectaa su importante ministerio; y en cuanto a Solitaarregla el gabinete como situviera hadas en las manosy es una mariposa alrededor de la mesa: lo mismomaneja platos y cristaleríaque un prestidigitador los cubiletes... Alguna veztropieza con el codo al «señorito»al mudarle el cubiertoo le retira elplato sin estar desocupado; pero ¿quién diablos ha de atreverse a reprendertales descuidosal ver cómo la delincuente ofrece sus disculpas en memorialesde sonrisas queaun a los ojos del más diestro en semejantes lecturastantopicaran en malicia como en rubor?
Es tal el esmero con que se le sirve y se le adivinan los deseosque enocasiones creería que algún genio invisible cuida de su casa. No bien hace porella una breve excursiónya está arreglado cuanto él desarregló al moversesin que se vea la mano que colocó la silla en su sitioel gabán en el roperoo el libro en el estante.
Cuando por la noche se retira a descansarencuentra la luz en su cuartoelvaso de agua sobre la mesay abierta y preparada la cama... Ni un motivosiquiera para romper la monotonía de aquel ordenado silencio con uncampanillazo; silencio sólo alterado por la voz de la señora Braulia queantes de cerrar él la puerta del gabineteasoma por ella la cabeza parapedirle sus órdenes para el día siguiente y darle las buenas noches.
Por un lado no le desagrada el sistema; pero ¡tiene tanto de uniforme y demisterioso!... Parece que se le cebano que se le sirve.
Un hombre como élque por no poder ir todavía a ninguna partevuelve acasalas más de las nocheshastiadorendido y de muy mal humorrecibiríacomo un consuelo media palabra discretamente afectuosay un par de sonrisaselocuentes al llegar a su cuarto... Pues noseñor: nadie a la puerta de laescaleraqueal abrirsecubre a quien le alumbra; nadie en el pasadizo; nadieen el gabinetey un poco despuésmenos que nadiela señora Braulia con sujaculatoria de costumbre. Así es que se acuesta bufandoy sueña con la vozycon la caray con las arrugas de su ama de gobierno.
Y arrancando de aquí el motivollega un día en que ésta le parecegazmoñafisgona y antipática en esencia y presencia.
Entre tantoapenas conoce el metal de voz de Solitani sabe qué colortiene a la luz artificial la única cara decente que hay en la casa.
Así pensando una nochedespués de haber despachado con un bufido a laseñora Brauliaexclama de repente:
-Y ¿por qué no ha de venir Solita? ¿No mando yo aquí? ¿No ha de tenerseen cuenta mi gusto para todo?
Y cediendo a los ímpetus de su carácter irreflexivosacude furioso elcordón de la campanillaque repiquetea junto a la cocina con estrépitodesusado.
-¿Llamaba el señorito? -dice al instante la voz de la señora Brauliacuyasilueta se dibuja confusamente en el angosto hueco de la entreabierta vidriera.
Con lo que Gedeón cae en la cuenta de que ha cometido una majadería; lacual trata de disculpar con otra mayormal zurcida y peor hablada.
Al quedarse solo otra vezreniega de la vieja impertinentey desea conansia que llegue el nuevo díapara que Solita le sirva el almuerzo: no porqueel hambre le atormente ni Solita le preocupesino por contemplar otra cara queno sea la sempiterna de la señora Braulia...
Y precisamente ese almuerzo es el elegido por el ama de llaves paraacompañar a «su señorito»puesta de pie a respetable distancia de la mesacon los brazos cruzados y la vista escudriñadoratan pronto en los platostanpronto en Gedeóntan pronto en Solitay cumpliren la siguiente formaconlo que ella cree un deber de su cargo de inspectora de la casay fielintérprete de los deseos de su amo:
-¿Le gusta esa salsa al señorito?... Se le puede rebajar un poco lacebolla... ¿Le parece mejor la merluza que el rodaballo?... Esta semana se leha puesto tres veces lengua estofadaporque ¡hay tan poco en qué elegir!...El solomillo le parecerá a usted algo duro a la vistapero está tierno comoun requesón... Ya le tengo prevenido a la cocinera cómo ha de ponerlo para quese penetre bien... porque no se las puede dejar de la mano... ¡Nada se lesocurre!... ¿Quién le dirá a usted que unos casquitos de porcelanaechados atiempo en la tarterareblandecen la misma suela de un zapato?... Ese postre sequemó un poco por debajopero no tiene la culpa la cocinera; la tengo yo quele hice y no cargué bastante de manteca las paredes del molde... ya puededispensar el señorito por esta vez... Solitamude usted ese plato...
Gedeónque no solamente no se ve libre de la presencia de la abominadadueñasino que la halla más pegajosa y más impertinente que nuncacuando noresponde con un gruñido a cada uno de estos períodosda una orden o hace unapreguntao lanza una blandísima mirada a Solita.
En el cual proceder hay para la señora Braulia dos motivos gravísimos dedespecho: el desaire notorio que se le hace delante de una inferior jerárquicay la confirmación de las sospechas que ha tiempo la vienen inquietando.
No duda ya que hay en la casa quien priva más que ella con su amoy que esla razón de la privanza algo físico que la señora Braulia no poseedesde muchos años atrás: algo que no se adquiere esmerándose en elcumplimiento del cargo que se desempeñasino con las gracias que da lanaturaleza y roban los tiemposcomo a ella se lo robaron para nunca másdevolvérselo. Y a la edad de la enjuta ama de llaves se perdona hasta elmartirio en cruzy el tormento de la sed y del fríopero no se perdona a otramujer el crimen de que nos venza y nos derrotey nos desautorice con armas comolas de Solita.
Y no perdonaren tales casoses pensar en la venganzasi vengarse puede laofendidacomo puede vengarse la señora Braulia.
Es el jefe de la servidumbre de Gedeóny puede y quiere hacer sentir a «lacanalla» todo el peso de su autoridad irritada.
Desde aquel instante ya no vive para servir bien a su amosino paradesahogar el despecho que la ciega.
Solitaque no ignora el motivo de las flamantes destemplanzas del ama dellavessufre las que le alcanzan a ellahasta con delectación; pues tangrande como el tormento de la derrota en tales lideses la satisfacción delvencimiento. Pero la aparente insensibilidado el notorio desdén de ladoncellaencienden más el fuego de la ira en el pecho de la señora Brauliaque a todo trance quiere víctimas; por lo cual entra con sus huracanes haciendoraccia en la cocina.
De este modoaquella casaantes tan tranquila y sosegadano bien laabandona cada día Gedeónes una perrera.
-¡Hoy no se han limpiado los polvos!... -¡Esta butaca no está en susitio!... -Son las oncey falta media casa por arreglar; pero ¡ya se ve!levantándose a las ocho y tardando hora y media en emperejilar un moño postizoy cuatro pingos de moco... ¡Válgame Dios!... ¡Como si fuéramos unas señorasde copete y lo trajéramos desde las envolturas!... ¡Pero no tiene usted laculpasino quien alas presta a ciertas mariposas para que tan alto vuelen!...
-¡Puesanda! el gabán del señorito sin cepillary las camisolasempolvándose sobre la cama... Déles usted el pieque ellas se tomarán lamano... -También por este otro lado van las cosas en su puntogracias a Dios:media hora hace que me está dando la ternera en la nariz. ¿Por qué ha batidousted los huevos antes de que esté hervida la leche? -¿No ve ustedalma deLucifercómo se está pegando esta compota?... ¡Claro está! como no sonustedes quienes pagan todos estos pecados... ¡Pero desde mañana ha de cumpliren esta casa cada uno con su obligacióno he de faltar yo a la mía!
Y así por el estilozumba y gime la voz de la señora Braulia en salaspasillos y cocinacomo cierzo regañón en casa mal cerradasin que le faltenpor acompañamiento y armonía las cáusticas respuestas de la doncellani losdescargos irrespetuosos de la cocinera.
Con la cual música los ánimos se enconan de veraslas respectivasobligaciones se descuidan; y al cabo halla Gedeón un día requemada la sopacruda la carney los postres en salmuera.
Nada dice a Solitaque le sirve; pero llama a la señora Brauliaque noestá presente la única vez que debiera estarlo.
-¡Señora -exclama con mal gesto y áspera voz al tenerla delante-esto nose puede comer!
-Pues crea el señorito que no es culpa mía-responde el ama de llavestemblándole la barbilla puntiagudapálido el marchito rostro y mirando aSolita con ojos de basilisco.
-Ni yo trato de averiguarlo -replica Gedeón-: lo que me importa es señalarla falta para que la corrija quien debe corregirla.
-¡No es eso tan fácil como al señorito se te figura!
-¡Cómo que no! ¿No basta un poco de vigilancia?
-Ya esperaba yo que el señorito había de echar sobre mí todas las culpas;porque ¡ya se ve!... una no es onza de oroal paso que otrascon menosméritos... ¡Virgen Santísima!
Y la señora Brauliadespués de hacer unos cuantos pucherosrompe a llorarcomo si el alma se le escapara por la boca.
Solita entonceshabiéndola contemplado un instante con la boca entreabiertay las cejas fruncidassuelta los platos que tiene en la manollévase a losojos la servilleta quea modo de bandatiene cruzada sobre el pechoy saledel comedor como un cohetelanzando el sollozo que pudiera oírse desde lacalle.
Momentos después aparece en escena la cocinera con el mandil recogido sobrela cinturalos brazos descubiertosencendido y reluciente el rostrocomosolomillo a medio asar.
-El señorito me hará el favor de decir si en catorce años que llevo en lacasa se me ha oído una quejani he dejado yo de cumplir con mi deber.
Gedeón está como paleto en comedia de magiaal ver aquellos aspavientos yaquellas apariciones y desapariciones.
-Pero ¿qué es esto? -exclama al fin.
-Que me haga usted el favor de dar la cuenta -dice la cocinerarompiendotambién a llorary arrojando el mandil sobre una sillacomo rey que depone sucorona.
-Que aquí todas son señorasy que todas mandan en la casamenos el amo yyo -añade la señora Brauliadejando caer sus huesos sobre la silla inmediatay llorando a más y mejor.
-Lo que pasa aquí -dice Solita entrando en escenaen ademán airado-esque no se pueden aguantar los humos de esta señora; y como yo no he venido paraservirla a ellani para que me quite la salud...
-¡Quéjese usted de mírelamida! ¡casquivana!
-¿Lo oye ustedseñorito? ¡Pues eso no es nada en comparación de lo quesuele decirme cuando usted no está delante!
-¡Ni de lo que me dice a mí cada vez que entra en la cocina! ¡No se lapuede aguantar!
-¡Mienten ustedes como quienes sonimpostorasmal nacidas!
-¡La mal nacida y la deslenguada será ella!
-¡Y la muy reteviejadesesperada y envidiosa!
-¡Silencio! -grita Gedeón asiendo una ensaladeradispuesto a estrellarlasobre la más próxima de sus sirvientas.
Pero sólo después de haberse desahogado a sus anchas las tres mujeresyestado a pique de tirarse de las greñasy cuando ya el escándalo debe haberseoído desde el ayuntamientologra Gedeón restablecer el silencio en su casayla promesa de quepor aquella vezque es la primerase olvidarán los mutuosagraviosy volverá cada mochuelo a su olivosiquiera en obsequio a élqueno tiene otro destino en el mundo que estudiar la manera de pasar la vida sincontrariedades ni desazones.
Pero alea jacta est: aquellas mujeres que se resolvieron a pasar unavez los límites del respeto con sus pertrechos de odios y de antipatíasnopueden retroceder ya; y si no al día siguienteal otro o los pocos másdanla gran batallaa cuyo fragor quiébranse cristales y vasijasy renquean losmueblesy salen asustados a la escalera los vecinos de la casa; y cuando a ellavuelve Gedeónno tiene otro remedio que licenciar aquella tropa quecomo lospretorianos de Romaha tornado por oficio la sedición y la indisciplinaypuedecomo éstosllegar a atreverse con el César mismo.
En el alma le duele tener que privarse también de los buenos oficios deSolita; pero Solita no cabe a las órdenes de ninguna quintañona; ysin estapantallason sus atractivos demasiado peligrosos para un hombre que no quieresacrificar su independencia a nada ni por nadie.
Lo que fuera de su casa puede ser hasta una ganga para éldentro de ellasería un enemigo terrible.
Por esoal pagar con rumbo a su doncellani por cumplido la dice que no semarche; lo único a que se atreve es a despedirse de ella «hasta la vista».
-El mal está -dice al quedarse solo-en que estas cosas me sucedan ahora;es decircuando podía dar comienzo a mis tareassi estuviera yo establecido ami gusto. ¡Por vida de las casualidades!...
- III -
Una hombrada
Pero las casualidades se repiten tanto como las combinaciones; y lascombinaciones que hace Gedeón con su servidumbre no tienen número.
Que ponga arriba lo más viejoy abajo lo más joveno al revés; que todosea rozaganteo todo marchito y arrugado; que dé sus preferencias a la másquisquillosaaunque las merezca menos; que no se las muestre a ninguna; que nose queje aunque halle tachuelas en la sopa y cables en el estofado; que en prode la pazen finrenuncie a todos sus derechos de amo y señory dome losnaturales ímpetus de su carácter... lo mismo adelanta: más tarde o mástempranola guerra civil estalla en su casay vuelan los cacharros en lacocina y los pelos en cada rincón; primero en sus ausenciasdespués a suspropias barbas; porque demostrado está por la experienciay al buen sentido sele alcanza sin esfuerzoque no hay criada de solterón que aguante conpaciencia a su lado otra sirvienta.
Lo que a Gedeón sacan de quicio tantas y tan parecidas casualidadespresúmaloel lector.
¡Cómo élidólatra de la holganza y del regalopudo imaginarseni ensueñosque tendría que habérselas mano a mano con dueñas y fregatrices acada horani que habían de correr tiempos en que sólo le dieranpor salsa desu pesebrealaridos y repelones?
Pero sabrá cortar por lo sano y poner remedio a la plagaque para eso eslibre y soltero.
Bien examinado todo¿qué necesidad tiene él de llenar su casa demujerzuelas frívolas y quisquillosas? ¿Cómo no se le ha ocurrido hastaentonces hacer una hombradaes decirbarrer de faldas su cocinaybuscar en el otro sexo quien le sirva en paz y bien?
Apuradamente lo que él desea es harto fácil de conseguirse: ordenpuntualidad y respeto a su persona. Ya transige con los manjares mal sazonadoscon la cama a medio hacer y con las botas deslustradas; pero que se lo tengantodo a punto; que no se invierta en ventilar rencillas miserables el tiempodestinado a servirley sobre todoque no se le complique a él en escandalosasgriterías de plazuela. ¿A qué menos ha de aspirar una persona decente«libre como el ave en el espaciocomo el pez en el agua»; una persona quehuye del matrimonio para hacer en todo su gusto y vivir como le dé la gana?
Con tan santos propósitoséchase Gedeón un cocinero y un ayuda decámaramozo listo y bien adestrado en el oficio.
Pero el cocineropor casualidades borracho y goloso y nadalimpioy no conoce cuenta ni razón; roba si le dan mucho dinero; y si se lotasantambién; compra lo que a él le gustay lo guisa como más le agrada:los gustos de su amo no se tienen en cuenta para nada en aquella cocina.
Así y todoGedeón comeno cuando tiene ganassino cuando ya no las tienesu cocinero.
El cual cobra por mensualidades adelantadas; que es tanto como decir queahoga toda reprensión en los labios de su amo con anunciarle que se marcha.
El ayuda de cámara no es tan borracho como el cocinero; peroen cambiotiene mozay necesita dos horas cada noche para visitarlapor lo cual hayocasiones en que se retira a casa más tarde que su amo; y se dan también enlas cuales tiene éste que abrirle la puertaporque el cocinero está roncandoyao no quiere levantarse; y gracias si en esos casos no aparece el criadoenvuelto en la capa o en el gabán de Gedeónpues para ambos sirven sus trajesy su calzado.
Lo que sólo sirve para el criado es el dinero que halla en los bolsillos delchaleco de su amo cuando le cepilla la ropay los cigarros sobrantes dela petaca olvidada en una levita o encima de la mesa.
De vez en cuandotienen mozo y cocinero sus francachelas mientras Gedeónanda soñando con las suyas fuera de casa; pues la verdad es que desde que talescontrariedades domésticas le persiguenno tiene instante de sosiego ni puntode reposoy todo lo aplaza para cuando se vea establecido a su gusto.
Entre tantosi a media noche necesita una taza de tése la llevan a lasdos de la mañanay el té sabe a caldo fríoy la taza huele a basura.
Si de caldo la pide al mediodíael caldo le sabe a aguardientey lacuchara a tabaco.
Toda su ropa está sin botones y con los forros descosidos; le faltan lasmejores corbatasy no sabe qué vientos le llevan los pañuelos de batista.
Si por joven despide al ayuda de cámara y toma hombre de más edadéstetendrá de huraño o de sucio o de perezoso lo que el otro tenía de presumido ode mocerosi es que no peca por esto y por aquello. Y lo que digo del criadodigo del cocinero.
De todas manerasllega un día en que Gedeóndespués de haber perdido lapacienciay con ella el paladar y el estómago y mucho más que no se gusta nise digierepero que se pone o se vende; después de ver su casa saqueaday loque en ella queda suciodesconcertado y descolorido; después de convencerse deque los últimos criados que toma son los peores y los que más caros le salenplántalos en la calle y lánzase él más tarde a la mismadándose a todoslos demonios y maldiciendo de la suerte que le hace elegiren uno y otro sexolo más malo que existe en el ramo de sirvientes.
Y así se le va pasando lo mejor de aquel tiempoque él tenía a sabrososempeños destinadocomo hacienda que se echa a los perros.
¿Qué empresas ha de acometer con bríos ni con gustosi los unos y el otrose le gastan y corrompen entre las inesperadas miserias de su vida doméstica?
Asómbrase de que tan mezquinas causas le produzcan tan desastrosos efectos;no acierta a explicarse cómo ese poco de roña puede entorpecer todos los ejesde la máquina de sus ideas; y con el ansia febril de conjurar el cúmulo decasualidades que le persiguepara llegar alguna vez a establecerse a sugustomeditacalculay todo lo supone menos que puede ser él uno de losinfinitos hombres de quienes dijo La Bruyére que emplean la mayor parte de lavida en hacer miserable el resto de ella.
- IV -
El demonio consejero
Aspirando con ansia bocanadas de airecual si con ellas quisiera aventar suspesadumbresy caminando a largos pasosencuéntrase en una de estas ocasionescon su camaradaaquel acicalado solterón de quien tanto hemos habladoy aquien no ha visto mucho tiempo hace; y como si Gedeón llevara letreros en lacaraque revelasen las desazones de su espíritu.
-¿Cómo vas con tu nueva vida? -le pregunta en crudo el recién hallado.
-Puesasíasí -responde Gedeón haciendo rechinar sus dientes.
-Al principio se extraña un poco.
-Efectivamentealgo se extraña.
-Pero ya habrás palpado ciertas ventajas...
-He sido poco afortunado en mi casasi he de decirte la verdad.
Aquí resume en brevespero pintorescas palabrascuanto el lector sabe desus amarguras domésticas.
-Mal andaen efectoese ramo -dice el otro-; pero todo consiste enacostumbrarse.
-Ya.
-En cambioirás llenando aquel romántico vacío y aquellas... ¿eh? de quetanto nos hablaste en la ocasión de marras...
-Pshe...
-Vamossé franco.
-Pues con franquezaamigo: cuantos más criados meto en mi casa y másalboroto me arman en ellamás vacía la encuentro. ¡Yo no sé qué demoniosme escarabajea aquí adentro y me dicea cada innovación que hago en mi vida«no es eso»como si yo deseara algo que no encuentro.
-Vamoseres incorregibley has de morirte al fin creyendo en brujas. Porqueunas fregatrices te hayan dado tal cual disgustillode esos que tiene a cadamomento cualquiera mujerzuela casadaya te ahogas.
-Pero recuerda que por huir de ese y otros disgustillos semejantesestamostú y yo fuera de la leyen el estado honesto a perpetuidadcomo lassepulturas de los ricos.
-No exageresGedeóny no lleves tus profanaciones hasta el extremo dehacer comparableni aun en esa pequeñeznuestra noble independencia con laignominiosa servidumbre de los casados. ¡Por Dios que es cosa chusca ver a unhombre que va a matar leonestenerse porque halla en medio del camino unasabandija! ¿Para qué demonios quieres esa fachada que tienes?... Lo primeroque has de hacerGedeónes echarte el alma a la espalda.
-Me parece que más echada...
-Y despuésdar cierto ensanche a tus empresas. ¿A que no lo has hecho?
-Efectivamente.
-De modo que vivescomo quien dicede los huesos de aquellas pechugas...
-Esa es la verdad... ¡y gracias si tengoen un apuroesos huesos que roer!
-¿Tú a huesosGedeón?
-Fíjate en mis circunstancias de hoyen mis disgustos...
-¡Tú a huesoscon la carne que hay por el mundoy las ventajas que tienespara aspirar a la más delicada!
-Hombreno te diré que esté eso fuera de mis propósitos; pero tampoco hede ocultarte que no fío mucho en mi destreza de cazador; porque después quellega uno a cierta edadfatigan mucho las cuestas arriba: parece quecada día que pasa es un año de otros tiemposy la pícara razón se hace unacharlatana inaguantable. Dice unas cosas tan a punto y tan bien dichasque nohay modo de que la fantasía meta su cuchara en la conversación.
-Es decir que te vas haciendo filósofo.
-No; pero sospecho que me voy haciendo viejo.
-De todos modosrindes las armas.
-Tampoco; las cuelgomientras estudio el campo y me establezco a mi gustoen él.
-Por lo vistoesa es tu manía.
-¿Cuál?
-Establecerte a tu gusto.
-Exigencia de carácter: no sé dormir ni descansar con pulgas en la cama.
-Puesamigoyo soy tan viejo como túy nada me dice la razón que seoponga a mis inclinacionesni dejo de entregarme a ellas por molestia más omenos.
-No las tendrás.
-¿Quién está sin alguna? «El saberlas vencer es ser valiente.»
-Pues cree que te admiro y te envidio.
-Resueltamente te ahogas en poca agua.
-Podrá ser.
-Y de todas las contrariedades de que te quejas tienes tú la culpa.
-No te diré que no.
-¿Serás también capaz de arrepentirte de no haber entrado en el gremiocuando el diablo te tentó?
-No por cierto; nada veo en esa región que me la haga desear; pero no he deocultarte que voy concibiendo recelos de que tampoco en la nuestra he dehallar lo que años ha me imaginaba.
-Y ¿cómo has de hallarlo sin la fe que te falta y con esos resabios desensiblería patriarcal que te enervan? ¡AyGedeón! siento decírteloperosi has de salvartenecesitas tutela por algún tiempo.
-¿Para qué?
-Para librarte del mayor enemigo que te persigue.
-¿Y cuál es?
-La manía del hogar doméstico.
-¡Bah!
-Créeme; es más fuerte que tú.
-¿Y qué debo haceren tu opinión?
-Si admites mi tutela por un instante...
-Si con ella me das paz y sosiego...
-Te lo prometo.
-Ya te escucho.
-Huye del enemigo.
-¿De mi casaen la cual nací?...
-De tu casaen la cual nacistey de la quesi no me engañoerespropietario.
-Razón de más para que la mire con tanto cariño.
-Razón de másdigo yopara que te animes a abandonarla. Ponla a rentacomo los demás pisos; sácale el jugo.
-¿Y mis recuerdos?
-También a ellospor lo mismo que son tu enemigo. Eso te consolará de lapena de no haber podido vencerle cara a cara. DesengáñateGedeón: ni tú niyo hemos nacido para lidiar con la prosa de la vida domésticani tenemosnecesidad de intentarlo siquiera.
-¿Qué crees que debo hacer?
-Una cosa muy sencilla: ponte a pupilo con cuantas ventajas y comodidadespuedas hallary deja a tu patrona el cuidado de lidiar con dueñas yfregatrices. Si tal hicierespronto me darás las gracias; y si desechas miconsejoallá te las hayas con tus desventuras; pero no te quejes de ellas...¿Dudas?
-De dudar es el caso.
-Medítalo bien.
-Pienso hacerlo.
-Pues adiós te quedaya que estás advertido.
Y se vadejando a Gedeón muy pensativo y no del todo desconsolado.
- V -
No es casa de huéspedes
El consejo de su amigo prevaleceal caboen el ánimo de Gedeón. Dolorosoes para éste abandonar aquella casa en la que nació y ha vivido siempre; perono hay otro remedio que cortar por lo sano.
Levanta la casao la cierratemiendo un arrepentimiento el día menospensado; pero el hecho es que se pone a pupilo; lo cual le ha dado bastante quehacerporque el gremio tiene mucho que explorar si se ha de elegir lomenos malo.
En sus pesquisiciones para hallar un alberguecomo el otro una posiciónsocialha recorrido medio pueblo y ha oído con paciencia el completo catálogode las humanas vicisitudesde boca de las innumerables pupileras que le hansolicitado para huésped. Ninguna de ellas ejercía la industria por ascenso:todas habían bajado hasta ella desde los puestos más encumbrados enarmasen nobleza y en dinero; siendo de notar que cuantos más humos revelabauna señora de esta clasemenos fuego calentaba su cocina.
Al fin se establece en la casa que más se aproxima a sus deseos.
Su dueñadoña Ambrosia de nombrese conforma con blasonar de rígida enlos más severos principios de moraly de haber dado golpeen losalbores de su juventuden calles y paseos. Dos veces viudano se ha puesto enpeligro de serlo la terceraporque no ha queridono por falta depretendientespues a pares los ha tenido que aspiraban al honor de sacarla depupileray a la dicha de poseer los conservados restos de sus juvenilesencantos.
A creerlatiene casa de huéspedes porqueacostumbrada en vida de sus papásy más tarde de sus maridosa un trato escogido y amenola soledadla mata. Para ellason familia sus pupilos; por lo cual admite pocosy esos dearraigode formalidad y de educación: a Dios graciasno necesita el tráficopara comer.
Gedeón ocupa un gabinete con puerta falsa al corredory otra de vidrierascon cortinillas a una sala quesegún advertencia de doña Ambrosiaes pararecreo de los huéspedeso para que éstos tengan donde recibir decorosamentesus visitas. En la sala hay una alcoba con cama de respetotambién aldecir de la pupilera.
Como los huéspedes son pocos y buenossi ha de creer a doña AmbrosiaGedeón consiente en comer a la mesa con ellosínterin llega una doncella quese espera y podrá servirle la comida en su cuarto con la puntualidad y esmeroque ahora le faltaríanpor estar incompleta la servidumbre de la casa.
Durante los primeros días tiene por compañeros de mesa a un señor muyflaco y muy nerviosoque no habla una palabradel cual ha dicho la pupileraque es un marqués muy ricoque viene a tomar aires; cuya marquesa es laseñora oronda y colorada que se sienta a su izquierday le trincha la carnele parte el pan en bocaditos y le escancia el vino. -Tampoco despliega loslabios. -Ni el marqués ni la marquesa tienen el pelaje ni el aire de tales;pero ¡hay tantos marqueses que no lo parecen! Gedeón tomara a éstos porex-tenderos de refinoque se retiran al pueblo natal a comerse las ganancias detreinta años de mostrador.
Sigue por la derecha un hombrecillo de crespo y recortado bigotede frenteangosta y cabeza planacon gabán de roperíaque sorbe las salsas en el platoy bebe con la boca llenasin dejar de hablarpor esode la influencia queejercen los cuartos de luna en el corte de las uñas y del peloy de lasrecetas infalibles que él tiene para exterminar las chinches y las cucarachas.-En opinión de doña Ambrosiaeste huésped es un ingeniero sapientísimo queestudiapor recreodos años haceel suelo de la provincia para establecer ensitio convenientey a sus expensasuna fábrica de patatas artificiales paralos pobres. -Gedeón le clasificaen su padrón particularcomo escribanillode aldea.
Llévale la contraria en sus asertos científicosuna señora muy peripuestay retocadacon voz de bajo cantante. Habla mucho de la antigua Grecia yde las sales áticaslo cual no sorprende tanto oyéndola decir acada triqui-traque que es viuda de un oidor de Filipinasque dejó setentavolúmenes de comentarios a la Casandra de Licofróny otros cinco denotas a las Dionisiacas de Nonno Pannopolitano. El gobierno ofrece a laviuda cuarenta y ocho mil duros por la propiedad de estas luminosas obras; peroella quiere el millón cabaly tras él anda con la esperanza de conseguirle.Cree Gedeón que con que le pagaran sin descuento la viudedad que debecorresponderle desde la muerte del mayor de plaza (pues no otra cosa pudo tenerpor marido)se diera la erudita matrona por satisfecha.
Algunos días después aparecen en la mesa dos huéspedes más: un gigantónhosco de miradacerdoso de bigotesrasgado y muy abierto de bocapurpúreo decolor y muy largo de brazos; y su señorael tipo opuesto: aguileñaoscilantelánguida y sentimental. Malambrunocomo desde luego llama Gedeónal gigantese queja del fuego herpétieo que le devora; por lo cual andarecorriendo climas hasta dar con uno que le apague el incendio
Por lo demáscuando no habla de su dolenciaechando candelas por los ojosbrasas por las mejillas y rociadas de saliva por entre las cerdas de susbigotesaturde a los circunstantes con la estadística de sus caudales. -En laManchaporque la erudita citó a don Quijotetiene él tres haciendas que leprodujeron el año pasadoy sólo en rentadoce mil fanegas de trigo. -Porquese habla de dormir la siestao de si es sana o dañosa esta costumbreniegaélsin que nadie lo haya afirmado en la mesaque los extremeños hagan sietecomidas y duerman cinco siestas al día. Precisamente conoce a palmos laprovincia de Extremadura... ¡como que tiene en ella seis dehesas y más deveinte mil cerdos!
Por análogos procedimientos trae a colación sus cortijos de Jerez y susposesiones de Salamancasiendo de notar que en cada dehesay en cada cortijoy en cada haciendatieneno solamente palacio con la necesaria servidumbre decriados para él y de doncellas para su señorasino hasta templopues capillase la permite cualquier zarramplín de aldea.
Porque se cita el escamoteo de un reloj o el de los calzoncillos que llevabapuestos el vecino de al ladocualquiera ratería de esas tan usualesimpunes ycorrientes en la hidalga patria de Candelas y José Maríacuenta él que enuna ocasión le robaron su casa de Madridestando con su señora recibiendo alos duques de Montpensier en su palacio de la Serranía de Ronda; siendo loadmirable del casoen su conceptoque los ladrones abrieron la puerta del gabinetede raso azuldel cual pasaron a la galería de esculturas; de éstaa la sala de los tapices flamencosy de aquí a su despachocuajado de primores de arte y de objetos de lujo. Sin señales de titubear paraencontrarlaabrieron una puerta oculta detrás de una librería de palo santocon columnitas de oro macizoy entraron en un retreteen el cual había hastatres cofres llenos de alhajas de incalculable valor; pero no pudiendo abrirlosa causa del secreto de sus cerradurasni cargar con ellospor lo mucho quepesabanse conformaron con robar unas botitas usadas de su señorados librosde genealogíasy como tres cuarterones de azucarillos.
Mientras Malambruno cuenta estas cosas y otras tan estupendas como ellasconvoz estentórea y lento diapasónsu señora no deja oír la suya más que pararectificar algún error de cantidad en que haya incurrido su esposo.
-Eran trece mil -diceverbigraciaal asegurar éste que eran doce milsolamente las fanegas de trigo cosechadas por rentas en la Mancha; o:
-Creo que eran cuatro-aludiendo a los cofres llenos de alhajas.
Entre tantoMalambruno está vestido de paño de Munillay parte por lamitad los trabucos del estancopara fumarlos en dos veces; su señora viste conmás aparato que riqueza; no trae consigo una sola doncella de tantas corno dejaholgando en cada palacioy todo el equipaje del pomposo matrimonio viene metidoen un baúl de tres celemines.
Fáltame decir que doña Ambrosia asiste a casi todas las exhibicionesretumbantes del caudal de Malambrunoy que a cada rociada de millones que éstesueltamira ella a sus huéspedes y parece decirles con los ojosmientras serevuelve nerviosa en su silla:
-¿Qué talcaballeros y señoras? ¿Tengo yo pelones en mi casa?
- VI -
Entre Venus y Marte
Durante la primera semanahalla Gedeón hasta cierto deleite en lasoriginalidades de sus compañeros de mesa; pero a la segunda ya no puede conellas. Asústale el temor de que aquello dure indefinidamente; y comparándoloscon tan grotesco cuadrole parecen de color de rosa los que a él le echaron desu casa.
Felizmenteno tarda la pupilera en anunciarle que desde el día siguientecomerá en su gabinete; porque para entonces habrá llegado la doncella queesperaba.
Y como lo ofrece lo cumple. Gedeón come en su cuarto al otro día; y ¡ohsorpresa embriagadora y confortativa! la doncella que ya vinoy le cubre lamesay después le sirve los manjareses Solita; Solitaque le saludaregocijada y más sandunguera que nunca; Solita que le cuenta lo poco afortunadaque ha sido en amos desde quebien a su pesartuvo que salir de casa de suseñorito; Solitaque cuando ya no tiene nada que referir a éste con lalenguaparece decirle con los incitantes ojosa cada plato que le sirve:-«Vamoshombreatrévete conmigoque aquí no corres los riesgos que en tucasa; aquí soy la criada de tu pupilera; somos dos transeúntes que hacemosjuntos un alto y nos arreglamos con lo que tenemos; ahora todo te es lícito sindesautorizarte... ¡Mira que de estas gangas no las encuentra cada díani tana manoun solterón medio aburrido y desalentado como túy que sólo vivecomo perro achacosode lo que le cae en la boca!
No es fácil calcular con exactitud si es Solita quien tal dice con los ojoso si es Gedeón quien se lo imaginaex abundantia cordis; pero esindudable que éste lo lee así; y como es hombre que no desperdicia las buenasocasionessin que lleguen los principios de su comida ya ha puesto susvoluptuosos fines en evidencia. Mas no es Solita juez que sentencia en arduoslitigios sin maduras reflexiones. Antes da muestras de sutil ingenio Y expertatravesura; y resistencias haceaunque sin enojosque ponen a Gedeón fuera dequicio.
De todas manerasesta peripecia viene a interrumpir sabrosísimamente laabrumadora monotonía de la vida de nuestro solteróny a hacerte llevadera laexistencia en aquella posada que empezaba ya a parecerle presidio. En adelanteverá llegar con alegría las horas de comer y todas las de volver a sualbergue...
Una advertenciapor lo que valgay suponiendo que alguien que esto leapiense que el encuentro de Gedeón con Solita no es rigurosamente necesario: nohe conocido un Gedeón tamañosin una Solita semejante. El de mi cuento seencuentra con ella en una posadadespués de haberla conocido en su propiacasacomo otros las vuelven a ver en medio de la calleo en sitio peordespués de haberlas tratado sabe Dios en qué parajes.
Mas no por esto que digo de la necesidad de las Solitas para determinados solitariosy de su mancomunidad de debilidadesse hagan juicios temerarios sobre lafortaleza de la Solita en cuestión; pues en Dios y en mi ánima aseguroa másde lo que ya tengo dichoque va poniendo a Gedeón de muy mal temple elobstinado crecer de los obstáculos.
Y cuidado que no pierde ripio el solicitante. Sus comidas se eternizan; susvueltas a casa no tienen númeroy no le tienen tampoco las veces que se leocurre ponerse malo a las altas horas de la nochepara que Solita le lleve elvaso de agua o la taza de té.
Y tan obcecado está en menudear todo lo posible sus entrevistas con ladoncella fuerte; hasta tal punto le preocupa esta heroica tareaque no se fijaen que doña Ambrosia está ya en autosy anda por alcobas y pasillosmurmurando no sé qué letaníasen que todo se canta menos alabanzas a suhuéspedcuando él está departiendo con la doncella.
La cual sufre despuésy no lo cuentalos refunfuños y desabrimientos desu amacomo en otro tiempo sufrió los de la señora Braulia por idénticosaunque no tan notorios motivos.
-¡Si piensan algunos que mi casa es un cuartelchasco se llevan!-grita una noche la pupileraal salir la joven de servir el chocolate aGedeóny mientras éste se desnuda para acostarse. (Gedeón toma chocolatetodas las noches desde que Solita vino a la casa; y rescoldo tomarapara haceruna comida mássi ella se lo sirviera.)
Y cátate que apenas ha dicho esas palabras doña Ambrosiacuando se oyen enla sala el arrastrar de un sableel charrasqueo de las espuelas y los taconazoscorrespondientes; mas cuando Gedeón piensa que a este rumor bélico aludía laenojada patronaadvierte que se equivocapues que la oye decir en seguidaconacento melosoy a la parte de allá de las vidrieras del gabinete:
-En esta habitación estará usted como en la suya propia; precisamente latengo destinada para estos lances... porque mi casa no espropiamente hablandocasa de huéspedes. A Dios graciasno los necesito para vivir. Los tomocomoquien dicepara tener familiay cuando me los recomiendan personas de suponery de carácter como la que a usted le envía.
La misma o parecida relación que le hizo a él.
-Pues mire ustedpatrona -contesta en la sala una voz sonora y retumbante-la persona que aquí me manda tendrá todo el carácter y todo el suponer queusted quiera; pero decente no es el alma de perro que debía alojarme en su casay me echa a una mala posada.
-En cuanto a esocaballero militar -replica doña Ambrosia notoriamentesulfurada-entienda usted que esta casa ni es posada ni es mala; y por lo quehace a quien le envía a usted a ellano necesita aprender de nadie a serdecenteni tampoco tiene obligación de hospedarle a usted a su lado.
-¡Ni yo de aguantar con paciencia que a estas horas se me vaya a la empinadala hija de su madre!
-¡Caballero!
-Lo dicho; ypor últimoyo no le he buscado a usted la lengua.
-Ni yo le he faltado a usted...
-A ver si hay en este palaciosi le parece poco posadaquien me dé decenar. Eso es lo que pidoy para despuésuna cama. ¿Lo tiene ustedseñora?¿Sí o no?
-¡Eso es injuriarme!
-¿Lo tiene usted? ¿Sí o no?
-¡Pues no he de tenerlo! ¿Con quién se le figura a usted que estátratando?
-Pues venga cuanto antesy no se meta usted en más honduras.
-¡Es que tiene usted unas cosas!...
-¡Yo tengo todo lo que necesitoseñora!
-¡Y unas demasías!
-En cuanto usted se largue de aquíno me sobrará nada.
Dicho estose oye un pisar menudito y fuertey un zumbido silbantecomo demujer que se marcha renegando; yacto continuovuelve a oírse la voz delhombre de la salaque grita:
-¡Ruiz!... ¡Ruiz!
-¡Presentemi capitán! -responde desde el pasadizo otra voz de hombrecuyos pasosacompañados también de ruido de espuelas y de sableindican queacude al llamamiento.
-¿Y el maletín? ¿Y el galápago? ¿Y las bridas?
-Ahí quedanmi capitán.
-Traételos.
Un instante despuésvuelve a decir el llamado Ruiz:
-Aquí está el maletín.
-¿Y lo demás?
-¿Lo demásmi capitán?
-¡Lo demássí!
-Pues lo demáscon permiso... digo que se quedará aquí afuera...
-¡Gaznápiro! ¿Te lo he mandado sacar de la cuadra para que lo dejes en lacocina?
-Noseñor; pero ¿dónde lo pongo si no?
-Ahíen el arzón trasero de la cama. Ya sabes que yo nunca duermolejos de las monturas.
-Pero hay casosmi capitán... digocon permiso... ¡Como están los bastostan sudaos... y es tan blanco ese bullarengue que cae po encima!...
-¿A que te rompo la grupa de un puntapié?...
-Es quemi capitáncomo he conocío el genio de la patrona por lo querezaba cuando salió de aquí... Vamostemí que... Y por eso advertí a micapitán...
-Pues precisamente estoy yo deseando dar unas vueltas de picadero a esa jacabravía... ¡Conque figúrate tú!
-Siempre a la ordenmi capitán.
Y por el ruido que sigue a esta despedidaconoce Gedeón que la montura delcuadrúpedo del capitán pasaconducida por Ruiza colocarse en la cama derespeto de la sala de recreo de los huéspedes de doña Ambrosia.
Jamás se vio una embustera desmentida más pronto ni más al caso.
Gedeón (que nunca puso en duda que su pupilera admitía cuanto se lepresentaba) no sabe si sentir o celebrar el lance. Lo siente por el riesgo quecorreny pueden correr en adelantesu comodidad y su reposo; pero se alegrapor lo que tiene de respuesta a la indirecta cuartelera que le echó larígida doña Ambrosiasi es que a él iba dirigidacomo lo va sospechando.
Entre tantoel capitán no cesa de llamar a Ruizni Ruiz cesa de pasar yrepasar el pasadizo; hasta queacostado el primero y marchándose el segundo a zagalearlas bestias y a dormir a su ladoreina el sosiego en la casa y ronca Gedeón.
- VII -
Varias catástrofes
Tres días con tres noches duran las marimorenas que arman el capitán y suasistente.
¡Ruiz! por acá; ¡Ruiz! por allá; ¡mi capitán! por allí; ¡mi capitán!por el otro lado; que la cebadaque el maletínque los alcancesque elcaballoque ¡vete!que ¡estate!que ¡bruto!que ¡por vida!que lapatronaque el libramientoque las racionesque la herradura... Y todo esto agritosal mediodíaa medianocheal amanecery comiendo y almorzando.
Gedeón no sosiega; yademástodo le huele a cuadray le sabe a ranchoyle suena a cuartel.
Doña Ambrosia está en ascuastiene calambresriñe con el capitán y sedisculpa con Gedeón.
-Ya usted veno es culpa mía. ¡Cómo podía yo pensar!... Para algunasgentes todo es lo mismo... No tienen educacióncarecen de principios... ¡Peroyo haré!... ¡Yo le aseguro!... Usted dispensará... A cualquiera le sucede...Como una juzga a los demás por sus propios sentimientos...
Y no dura la brega más que tres díasporque doña Ambrosiacon ladisculpa de que tiene comprometida la habitacióndespide al capitán cuandovence su boleta; disculpa que éste no admite como de buena leypor lo cualantes de marcharsepone a la pupilera como trapo de fregary a la casaque nohay por dónde mirarla.
Aquella noche descansa Gedeóny hasta reanuda sus casi interrumpidoscoloquios con Solita; pero con esto vuelven a arder las apagadas iras de doñaAmbrosiay a estallar sobre su doncellay a oírse sus letanías acostumbradascada vez que pasa por delante de la puerta falsa del gabinete.
En estotoman posesión de la sala dos nuevos huéspedes. Son dos cómicosque vienen a casa a la una de la mañanay se acuestan a las dosy se levantana las oncey comen a deshoray estudian a voces sus papelesy cantan a gritopelado copias indecentesy se pasean en calzoncillos por toda la casa desde quesalen de la cama hasta que se van al ensayoy dicen chicoleos desde el balcóna todas las mujeres que se asoman a los de enfrentey tiran bolitas de pan yhuesos de aceituna a los hombres que pasan por la calle.
De vez en cuando los visitan otros camaradas del oficioy entonces se hundela tierra.
Gedeóncondenado desde mucho tiempo hace a ir de mal en peor en esto de establecersea su gustosuspira por el capitánque le parece un ángel de Dioscomparado con aquellos demonios del estrépito.
Un día convidan éstos a comer a media docena de sus amigos; y como lacomida es solemnetiene lugar en la sala. Antes que lleguen los postresGedeón se ahoga de ira y de ruidoy tiene que largarse a la calle para buscarun poco de aire menos corrompidoy una algarabía más tolerable.
Nótese que nuestro personajede algún tiempo acáencomienda sus deshogosa la vía públicasíntoma tremendo de la orfandad y del desamparo de susideascomo las de tantos otros expósitos de su calibreo dejados de la manode Diossi el lector lo prefiere así.
Dos horas le dura la arrancadacomo dicen los marinoso la velocidadinicialsegún la culta jerga científica; dos horas que invierte Gedeónen metersecomo los huracanespor todas las rendijas que halla a su paso en laciudad. Cuando se ve rendido y desfogadovuélvese a casaen la creencia dequesi no la policíael cansancio habrá puesto en orden y en silencio a loscómicos de la sala.
Pocos pasos antes de llegar al portalobserva que sale de él Solitacon unlío de ropa debajo del brazo. Este detalle le parece grave.
En efectoSolita se echa a llorar en cuanto se encara con Gedeón.
-¡Ayseñorito -le dice entre sollozos-¡qué mala estrella es usted paramí!
-Pues ¿qué sucedehija mía? -pregúntala Gedeón hecho unas mieles.
-Que por usted salgo de esta casacomo por usted salí de la otra.
-¡Por míalma de Dios!
-Síseñorpor usted.
-¿Pero qué le he hecho yo a usted? vamos a ver.
-Ya usted me comprende.
-Pues no comprendo una palabra.
-¿Qué me había hecho usted cuando la señora Braulia me difamaba?
-Absolutamente nadaSolita; absolutamente nada... y bien a mi pesarcréalousted.
-Gracias por la intención... Pues eso mismo me ha hecho usted ahora; ysinembargola señora me ha dicho... bastante más que la otra.
-¿De mí?
-Y de mí: de los dos.
-¡Ahgroseraincivil y menguada!
-¡También usted!
-Me refiero a la pupilerahija mía. ¡Yo denostar a quien es la culturalasuavidad y la!...
-Mil graciasseñorito... Pues verá usted. Desde que entré en su casavenía martirizándome con palabras de muy mal sentidocada vez que yo salíadel gabinetede servirle a usted.
-¡Y no me ha dicho usted nada!
-¿Para qué?
-Para que yo estrangulara a esa tarasca.
-Pero hoycomo no quise servir a los de la salaporque al ponerles la mesame dijeron muchas groseríastomó pie de aquí en cuanto usted se fue a lacalle; y sobre si no me gustaba servir a otro huésped que al del gabinetey siusted y yo nos entendíamosy sobre si esto era inmoral y escandalosoy sobreno sé qué perrerías más por el estilodíjome tales cosasque me obligarona cantarla cuatro verdades al oído y a despedirme en seguida.
-¡BienSolita! ¡Eso es tener dignidad y carácter! Lo que siento yo es nohaber estado cerca para remachar el clavo encima de su cabeza... Pero vamos aver: ¿adónde va usted ahora?
Aquí Solita baja los ojosrecoge una punta de su delantal con la manolibrey responde con voz lenta y no muy firme:
-Por de pronto... a casa de una amiga.
-¿Y después? -Después... adonde me quieran.
-Entoncesno se mueva usted de aquí.
-Ya sabe usted en qué sentido hablo.
-También usted en el que yo la replico.
-La necesidad me obliga a servir.
-Porque usted quiere.
-¡Qué bromas gasta usted!
-No en este momento.
-Me parece que más claras...
-Si quisiera usted tomar en serio lo que yo le dijera...
-¿Más aún de lo que me tiene ya dicho?
-¡Muchísimo más!
-¡Pues tendrá que oír!
-¡Cosa buenaSolita!
-Como de usted.
-Ya se ve que sí.
-Pues si usted lo asegura...
-Ha de saber ustedSolitaque tengo un plan.
-¿Ahorade repente?
-Hace días.
-¿Y qué?
-Que si quisiera usted conocerle...
-Si me interesa en algo...
-De punta a cabo.
-Pues usted dirá.
-Es algo extenso... ¿Va usted muy lejos?
-Bastante.
-En ese casoandando hablaremos.
-Como usted guste.
-Pues vamos andando.
Y a andar echan los doscalle adelantepaso a pasomedio a oscuras cuandopasan cerca de un faroly a oscuras por completo cuando de él se alejanjuntosjuntitosy muy encorvado el uno sobre la otracomo la f sobrela i.
Una hora más tarde vuelve Gedeón a su posadade la cualfalta ya el único atractivo que para él tenía. ¡Considérese con qué ojosmirará ahora aquella guarida en que la necesidad le metió!
Cuando entra en su gabinetereina el silencio en la salaaunque algúndébil rayo de luz y tal cual carraspeo le indican muy pronto que hay gente enella. La curiosidad le mueve a separar un poco una cortinilla de las vidrieras ya mirar lo que hay al otro lado. Alrededor de la mesa en que han comidove alos dos huéspedes y a sus amigoscon las cabezas en grupo y los cuerposdescoyuntados sobre las sillas. La luz está en medio de todosy debajo de ellaalgo que Gedeón no puede ver; pero muy pronto llegan a su oído variaspalabrascomo juegocargome retiroentrésetc.etc.
-Vamos -piensa Gedeón- lo que faltaba.
Mas apenas lo ha pensadocuando el grupo se deshacey se arma en la sala unvocerío tremendo; y sobre si muerto o si vivo; sobre si elsalto o si el quiebroen un instante suenan diez bofetonestresbotellazos y cincuenta blasfemias.
Acude doña Ambrosiallega Malambruno y viene el ingeniero en calzoncillos¡que ya tiene que ver!; y mientras encarnizan más el combate queriendoapaciguarleGedeón recoge sus dispersos vestidosempaqueta sus cachivachesysale después en busca de dos mozos de cordel.
Cuando vuelve con ellosdéjalos a la puerta de la escalera; y notando quela tormenta ya no rugellama a doña Ambrosia.
-¡Señora! -le dice-. ¡Ésta es la casa de Tócame-Roque!
-¡Mas honrada y más decente que la que merece el muy descortés!-respóndele la pupileratrémula de ira y con los ojos inyectados de sangre.
-¡Esto es un burdel! -añade Gedeónmirándola con una seriedad y unafirmeza que la desesperan más.
-¡Eso hubiera usted hecho de ellaa no ser yo quien soyy a no velarcomovelopor la buena moral!
-Que lo digan los de la sala.
-¡Yo no puedo preverlo todo!
-Pero debía usted no engañar a nadiecomo me ha engañado a mí.
-¡Cómo!...
-Negándome que aquí se admite al primero que llega.
-¡Y lo niego todavía! ¡Y sostengo que ésta no es casa de huéspedes!
-En eso no miente ustedporque es cosa algo peor.
-¡Caballero!
-Porque lo soy me marcho... Ahí va lo que debo; y en paz.
-Cuando usted guste.
-Ahora mismo.
-Naturalmente. Como se largó ella...
-¡Señora!...
-Bernabé y la ciega... No podía ser otra cosa... Estaban ustedes deacuerdo.
Aquí Gedeóntemiendo dar un escándalo semejante al que acaba depresenciarentre echar el telón abajocomo dirían los de la salao por elbalcón a la pupileraopta por lo primerocomo lo más prudentey mandaentrar a las dos acémilas para que carguen con su equipaje.
- VIII -
De mal en peor
Adónde vamos con esto? -le preguntan.
-A la fonda.
-¿A cuál de ellas?
A la más cara -responde Gedeóndecidido a ahogar sus desventuras endinero.
Y andaandallegan los tres a un ancho portal muy charolado yresplandeciente; y subesubepor una escalera muy lustrosadetiénense en unvestíbulo medio lujosomedio limpio y medio obstruido por baúles amontonadosy camareros sin educación.
-¿Adónde vamos? -pregunta a éstos la acémila delantera.
-Adentro se lo dirán a ustedes -responde el menos soez de los preguntados.
Y los tres penetran en un largo corredor; y hallan a un hombre gordo quealverlosempuña la manezuela de una de las puertas de la ringleray les dice:
-Aquí.
Mas apenas ha metido Gedeón las narices dentrodan sus ojos con un hombreen calzoncillosesparrancadoen chancletasy como haciendo equilibriosdelante de un espejillo colgado en la paredy detrás de una bujía colocadaentre uno y otro.
-Perdón -exclama el hombre gordomientras el de adentro se vuelve amirarlenavaja de afeitar en manoy con media cara rapada y la otra mediacubierta de jabón.
Treinta pasos más adelantevuelve a decir el que guíaabriendo otrapuerta:
-Aquí es.
Y cuando los que van detrás se disponen a seguirleuna mujer en enaguaslanza un gritoy abalanzándose a la puertaciérrala con iramientras la vozde un hombre suelta una blasfemia en francés desde el fondo de aquel misterioinexplorado.
A vueltas de otras tres equivocaciones por el estiloel hombre gordoyasulfuradopónese a gritar desde el centro de una encrucijada a que han llegadolos cuatro:
-¡M'siu Cotelet!.. ¡M'siu Cotelet!
-¡Boum! -le contesta una voz desde allá lejosmuy lejos.
-¿Quiere usted decirmecon mil demoniosqué número es el que estádesocupado?
-¡El dusiantos trantiunoooo!... -vuelve a responderle la voz.
-Es en el otro pisocaballero-dice el hombre gordo a Gedeón-. Esenteramente igual a éste: sólo tiene de más algunas escaleras.
Súbenlas los cuatrotres de ellos jadeando ya y con amagos de jadeo elhombre gordo; y vuelven a recorrer nuevos pasadizos. Al fin de uno de ellos hayuna puerta con el número 231. Allí es. El hombre gordo entra y enciende unavela. A su luz se ve el suelo lleno de papeles rotos y puntas de cigarrolacama revueltala palangana hecha una basuray la pared con lamparones.
Mientras Gedeón paga y despide a los mozos de cordelllega un camarerosilbando unas habaneras; y de dos trastazos da por arreglada la camadejando alnuevo huésped en la duda de si mudó las sábanas o aprovecha las que tenía;vierte las inmundicias de la jofaina en un cubo de latón; saca a puntapiés lospapeles al corredor; sacude dos manotadas y da un restregón con la sempiternarodilla al tocador; cuelga encima de éste un pingajoal que se permite llamartoalla; ysin dejar de silbar las habanerassale del cuartodespidiéndosecon un portazo que hace temblar los tabiques.
Mustio se queda Gedeón por largo ratomaquinalmente sentado sobre uno desus baúlesy midiendo con la vista el menguado perímetro de aquella estancia.Después se levantaymaquinalmente tambiénprocede a hacer el inventario decuanto en ella le pertenece para su uso.
Además de la cama y del tocador ya mencionadoshay un ropero con puerta queno ajustade espejo desazogado y llave que no cierra; una percha de fleje conseis colgadorestres de ellos a medio arrancardos arrancados ya y uno partidopor el medio; una mesa de noche (cuyo entreabierto cajón permite veren suoscuro fondomedia liga viejaun cabo de velatres palillos de dientes muyusadosun parche de trementina a medio usoy seis tachuelas amarillas); unajarra de latóncomo el cubollena de agua; sobre la mesa de noche unabotellita blancacon un vaso boca abajo por tapadera; un velador cabizbajo yalicaídono por la carga liviana de un tinterillo sin entrañas y una plumaroñosa que no puede calzar más que punto y mediopor mucho que se presumesino por sus achaques naturales y frutos de su arrastrada vida; por últimodossillas de mala muerte y una butaca cuya anatomía de astillas y de alambrepugnay al fin ha de conseguirlopor romper la mezquina envoltura que aún laimpideaunque sólo a trechosprotestar en debida forma contra la opresorapoltronería de los huéspedes.
De manera que allí todo está previsto para la comodidad de éstos y parasus más apremiantes necesidadesy nada falta más que el aseoel orden y eldesahogo. Todo parece decirle a Gedeón: «No te molestes en llamarporque noacudirá nadie al llamamientoen la confianza de que tienes aquí cuantonecesitas. Para lo demásya te llamarán a ti.»
No ignora Gedeón lo que son las fondas; pero entre pasar por ellascomo él ha pasado algunas vecesy vivir en ellascomo ahora vivehaymuchísima distancia; y mucho mayor para un hombre siempre cebadito y mimado ensu casaen la cual todo era suyo y para su regalo.
Decididamente no es en aquel angosto y desaliñado recinto donde ha de llenarel vacío de que se queja desde que nosotros le conocemos.
Con estas y otras cavilaciones en la molleray mirando con repugnanciacuanto le rodeavase desnudando poco a poco; y sin pizca de ilusiones para eldía siguientemétese en la cama como pudiera tirarse al pozoapagando de unsoplo la bujía y encendiendo en su memoria el recuerdo de Solitaquepor deprontole alegra un poco la imaginaciónaunque no le llenani con muchoelabismo de su alma.
Una semanaquince díasdos meses... un año... lo que ellector quieralleva Gedeón de residencia en aquel agujeroo en otroidénticode la misma fonda o de otra quizá peor que habrá encontradoen suafán de mejorar de vivienda y de establecerse a su gusto.
Le ocupa lo menos que puedey vuelve a él a las horas de comer y deacostarsecomo el colegial a cátedra después de las vacaciones.
Para colmo de desdichastiene un destacamento reumático en una rodillayun manantial en un oído; le va engordando la panza y se le insinúa un catarrode pecho quecuando el tiempo refrescale da bastante que hacer.
Pero más que estas plagasque al cabo le dejan en paz muy a menudoleabate un aburrimiento desconsolador. Verdaderamente no sabe qué hacer de sucuerponi en su celda ni en la calle. En la una todo es angostura y soledad. Enla otra no tiene ya con quién departir; pues sus tres camaradasúnicos serescuyo trato ha cultivado con frecuenciale van inspirando una invencibleantipatíay huye de ellos como de la peste.
En cuanto a lo demástanto le cansa como le deleitasi es que algode ello no le remuerde; reducidoen sumaa insustanciales despojos de lassobras de otros tiemposo a similores del presenteque no valen eltrabajo que le cuestanni el riesgo en que le ponen su libertad.
-IX -
Por las nubes
Ahora podemos suponerpor suponer un poco de todoque Gedeónlibre unasemana de sus dolencias físicashace un esfuerzo supremo para sacudirse lasmoralesy se lanzafraque en ristrea regiones en que jamás ha penetradopara estudiar aquellas razas y la manera más cómoda de explotarlas enbeneficio de sus deseos y en concordancia con sus imaginaciones.
Por de prontosus pieshechos a pisar los suelos de cabretónhan deenredársele no poco en el fino vellón de las alfombras. Brujuleará por salasy rincones; hará como que refiere al conocido que haya hecho su presentacióncosas muy graves e importantespara estudiar con disimulo maneras y actitudesen los que pasan a su lado; para tantear estilos de conversación amena y por lofinoysobre todopara tomar lenguas de todas y cada una de las damas queadornan los contornos del salón; se fijará primero en las más bellas;después en las más frágilesypor últimoen las más accesiblessegúnel criterio de su acompañante.
Verá que no faltan entre los hombres que entretienen y acompañan a las másjóvenes y más hermosasgalanes antediluvianos que tapan la carcoma de susmuchos años con afeites y postizos.
Diránle queasí y todolos hay entre ellos que no pierden siempre quejuegan; lo cual animará mucho a Gedeón cada vez queal pasar delante de unespejovea reflejarse en él sus canassus arrugas y su pestorejo de veterano;pero luego sabrá que aquellos tiposademás de haber envejecido allílo cualahorra el mal efecto de una aparición con flemas y pata de galloy de poseer algún atractivo especial para las mujeresaunque sólo sea ésteel saber desempeñar con donaire el papel de comparsa en tales fiestasno sonsolterones como élsino hombres que no se han casado todavíaporquequizá picaron muy alto al intentarlopues lo han intentado muchas veces.
¡Pero Gedeón!... He aquí lo quea lo sumose dirá de élsi algo sedicedespués que se muestre en semejantes alturas.
-Pues es un señor que se llama Gedeónque está bien por su casayque tiene horror al matrimonio.
No puede decirse menos de un hombre que esademásvulgar y adocenado defigura.
Hay ejemplos de que una pecadora lo haya sido con el caritativo fin de sacara un calavera de los malos pasos en que también Gedeón se ha encontradoyelevarle hasta ellaacaso para corromperle más; pero ese redimido era hermosoocuando menosnotableya que no célebreen algún concepto; y Gedeón noes célebreni notableni hermoso por ninguna parte que se le mire.
Con tales desventajas encima¿qué puede prometerse el mal aconsejadosolterón si se echa a herborizar en el campo en que le suponemos colocado?
Le rechazarán las solterasporque no es negocio ni buen modelo para maridoaun cuando él se prestara a serlo; y las demássuponiendo queexistan (yo siempre lo niego)pensarány muy cuerdamenteque ya que eldiablo las lleveque las lleve en coche.
Tentará a probar fortunaeso síque para eso fue alláy además esterco; y no se dirigirá a la más fea ni a la menos jovenque para eso essolterón y frisa en viejo; y se meterá en floreos de lenguaje y en retóricastrasnochadasy preguntará por la gavota y el baile inglésypor la música del Tancredocuando hace setenta años que niaquéllos se bailan ni ésta se canta; y por sandio que seacaerá en la cuentade que cuanto más sublime se hacese pone más en ridículo.
Y recordará entonces que en las capas inferiorescomo ahora se dicede lasociedadentre modistillas y gentes de medio peloestá él como el pez en elagua; recuerdo queenfrente de las dificultades que traban su lengua y turbansus ideasle excitará el deseo de vencerlas; y tal vez sus manos se atrevan acometer demasías de tactoo su lengua se desbordeo sus piernas desmazaladasy a la sazón revueltas entre vecinas faldas de sedas y cresponeshagan unabarbaridad que escandalice al concurso.
De todas manerasGedeón perderá el tiempo; porque aun concediéndolealgún fruto en sus exploracionesbien apreciadono valdrá la violencia enque le pondrían los medios para alcanzarle. Violencia digoporque sin ella nopuede él viviren un terreno tan extraño a sus hábitos e inclinaciones.
Y si le frecuentara más para hacerle placenteroacabaría por salir de élmarido de la mujer más pobre y fea; y no convertidosino domado comouna bestia; en el cual caso sería una variedad vulgarísima entre los célibesremolonesy no un perfecto modelo de la especie solterona impenitentecomoel lector y yo hemos convenido en que sea Gedeón.
En sustanciaeste capítulo es pura y simplemente una respuesta anticipadaal candoroso lector queolvidado de la naturaleza especial de nuestropersonajeme salga al encuentro con esta observaciónqueen su conceptoloresolvería todoy hasta me excusara el trabajo de escribir lo que me falta deeste libro:
-Pueshombresi Gedeón se aburre¿por qué no se divierte como yo?
- X -
Lo que no había previsto Gedeón
Pero lo verosímil es quea pesar de sus propósitossi los tiene todavíano se resuelva a salir de sus merodeos de escalera abajo; porquelo que entra con el capillosale con la mortaja.
A la edad en que Gedeón ha pensado en elevar su vuelo hasta las águilasrapacesya pesa mucho el cuerpo; y siaunque con trabajosse subefaltan losojos para resistir el sol mirándole cara a cara. La tierra llama a lo suyo; yaunque sueñe ser águilase queda el atrevido tan milano como sus hábitos lehan hecho o su madre le parió.
Lo innegablepor de prontoes que una noche se retira a su albergue tristey dolorido; que la camaaunque fementidale llama a síy qué él se arrojaen ella sediento y quebrantado.
Como el sueño no acude a sus párpadosentretiénese en apreciar lacantidad y la calidad de la dolencia que le postra; pero cuanto más se examinamenos comprende si sus dolores proceden del cuerpo o del espíritu.
Le asaltan serios temores de que la enfermedad pueda complicarsey seestremece al pensar en la asistencia que le aguarda.
Entonces cae en la cuenta de que jamás ha entrado en sus previsiones uncontratiempo semejante.
-He aquí un caso -se dice- en que la familia no es tan abominable como nosla pintan. La más mala de las mujeresel más ingrato de los hijospudieranprestarme ahora un auxilioaunque sólo fuera el de su presenciaque para míno ha de haberni pagándole. Mas yo no tengo esposani hijos... ni siquieraun amigoni un allegado... Me faltará el consuelo de que no carecerá elúltimo zapatero que se muera de hambre en un desván... Pero esto tenía quesuceder; es lógico tal desamparo... Es una de las quiebras de mi oficio.
Después se va con la imaginación adonde le llevan los objetos que lerodeany los rumores que perciben sus oídos; y asípor esta sendallega aantojársele que en toda fonda bien montada hay algo de manicomiodecárcel y hasta de hospital: de todomenos de casa y hogar. -Aquellas celdas enfilacon los números sobre la puerta; aquella uniformidad de camasdecolchasde sillas y jergones; aquel hormigueo de gentes en los interminablescorredoresgentes de todas edadesprocedencias y catadurasgentes que no seconocen ni se hablan; aquellos camareros brutalesimpasiblescon el eternomandil ceñido y el sucio lienzo en la manocomo verdasca de loquero o toallade practicante; aquel gemir en un cuartoreír en el otro y cantar en elde más allá; o hablar aquí en francésen griego allíy en un rincón denegociosen otro de literaturay de amor en el más oscuro; aquella campanaque recorre patios y pasadizosllamando a comer cosas que el huésped no hapedido y no sabe si le gustaránen una mesa muy larga y entre gentes que seenfilan en ella como mulos en pesebreray como éstossin chistar ni sonreírengullen; el rechinar de las cerraduras por la noche al meterse cada cual en sumadriguera; el ruido acompasado del huésped que se vao del que llega a lasdos de la mañanacomo el ruido de los pasos del centinela en el patio de unpresidioo de los hombres que sacan un cadáver de la cama de un hospital parallevarle al cementerio; ypor últimoel marcharse uno sin despedirsecomoentró sin saludarporque el amo es allí una entidadcomo el Municipioo el Estado en los hospitalesen los manicomios y en las cárceles; detallessoncon otros muchos másen concepto de Gedeóntan aplicables a lafisonomía de una fonda como a las de esos lugares aborrecibles y aborrecidos.
Lo único en que no se parecen la una y los otros es que en los hospitalesen los manicomios y en las cárceles tiene la caridad socorros y consuelos paralos acogidospara los locos y para los criminales enfermosal paso que loshuéspedes de las fondas puedencomo Gedeón mismoirse al otro mundo sin quelo sepa nadie más que Dios que se los lleva.
En estas y otras visionesla noche avanzael sueño no viene y la sed leatormenta. Como se ha bebido ya el agua de la botellaase el cordón de lacampanillatira de él con ansiay espera.
Los minutos correny nadie viene.
Al fin oye pasos en el corredor.
-¡Ese es! -piensa.
Pero el ruido se aleja. Oye otra vez rumor de pisadas junto a su cuartoyvuelve a llamar creyendo que le oirá el que pasa; mas no reflexiona que lacampanilla a la cual corresponde el cordón de que él tiraquizá estézarandeándose en el otro pisoy que se necesita que se halle cerca de ella unapersona para que pueda saberse qué número es el que llama.
Convencido de que tirar de aquel cordón es clamar en desiertose arroja dela cama y apaga su sed con el agua de la jarra de latón. No es fresca ni estálimpia; pero es abundante.
Vuelve a acostarsey tampoco puede dormir; y van pasando las horas ymermándose los ruidospor calmarse el movimiento; y cuando sólo se oyedevez en cuandoel roncar de los que duermen a los ladoso el lento taconeo delque trasnocha o se vao el lastimero mayar del gato enamoradoen el desváncercano o en tejado vecinoel cansancio le rinde y le proporciona un sueñoreparadordurante el cual se imagina que vela a su lado una esposa solícita yamante que le toca la frente y se la refresca con besos amorosos y con paños denieveno mas blanca que sus manosmientras un niño de angelical semblante leacaricia el enardecido rostro con sus rizos de querube. ¡Cómo le consuela todoesto! Pero en seguida se le ponen delante sus tres camaradas y consejerosfuribundas las miradas y mostrando en sus espumantes bocas víboras por lenguas;ante el cual aspectorepulsivo e infernalla visión consoladora desaparecequedando en su lugar un hombre de blanco mandilque te pide por cada gota deagua una moneda.
Después no sueña nada; se queda como un tronco. Al despertar por lamañanase encuentra sin fiebrepero muy abatido y con horror a la soledad.
No se cansa en reñir al mozo que le sirvecuandocerca del mediodíaentra en su cuarto: perdería el tiempo y las palabras; pero le suplica quemande venir un médico.
A todo trance quiere comunicar con alguno; y no teniendo amigos ni parientesha calculado que nadie como un hombre de aquella profesión puede ayudarle apelear contra el enemigo que le asedia.
Hará que le visite a cada horasi tanto se necesita; le costará el auxiliocaropero tendráa lo menosquien le ayude a morirse en toda reglasidecretada está su muerteo le tienda una mano para salir del lecho.
- XI -
Lo que le duele a Gedeóny por qué le duele
Al cabo de dos horas se presenta el médico. Se ha necesitado una para que elcamarerodespués de olvidar el encargole recuerdey cerca de otra paradecidirse a llevarle a su destino.
Es el Doctor hombre de medio siglode rostro sereno y de mirada firmeperosin dureza; pulcro en el vestir y culto en sus maneras.
Gedeónen cuanto le tiene al ladole hace una pintura de sus recientesdolores.
El Doctor le miracomo si sus ojos leyeran mucho más adentro de lafisonomía; le toma el pulsosin dejar de mirarley no dice una palabra.
El enfermotras una corta pausacontinúa enumerando detalles y acumulandofenómenossin ocultar lo que soñó por la noche.
El médico palpaobserva y no despliega sus labios.
El paciente cierra los suyosmira a los ojos del médicoy parece pedirlesu dictamen.
-¿Quiere usted darme algunos antecedentes? -dice al cabo el Doctordejandode palparpero no de mirar a Gedeóncomo si le pareciera poco la enfermedadexplicada para causa de tanto y tan visible decaimiento.
Gedeónque siempre tuvo una salud de bronceno halla medio de satisfacerla pregunta del Doctor.
-No se fije usted solamente en los dolores del cuerpo-añade éste al notarla perplejidad del enfermo-; examine usted también las vicisitudes delespíritu; pues con frecuencia es éste la causa mediata de muchas dolencias deaquél.
Gedeón narra sus últimas desazonesaunque achacándolas a las prosaicascontrariedades que el lector conoce.
-Un poco más atrás... -replica el médicocomo si hubiera dado con elrastro de lo que busca.
Gedeón retrocede con su relato hasta la catástrofe de la señora Braulia.
-¡Más atrás todavía! -insiste el Doctoranimando al enfermo conexpresiva mímica.
Gedeón se atreve a contar hasta por qué se decidió a establecersecomo mozo de casa abierta; apunta algunas consideraciones sobre suaversión al matrimonio; algo también sobre los consejos que le dierony nopoco sobre el carácter de los consejeros; y asíapuntando el uno yexcitándole el otro a revolver más los fondos de la historiallega el Doctora conocerla casi tan al pormenor como nosotrossiendo de notar que Gedeón ladesenvuelve con tanta complacenciacomo si fuera lienzo ceñido a sus carnesybuscara quien estirase las arrugas que se las desuellan.
Cuando concluyele dice el Doctorcon rostro afable:
-Lo que usted me ha referido no es otra cosa que la confirmación de unasospecha que adquirí desde que comparé su estado actual con lassegún ustedcreíacausas inmediatas de él.
-¿Luego no son ésas las que?...
-El mal queen aparienciale ha postrado a usted en el lechose cura condos cuartos de ungüento; pero no le diría a usted la verdad el médico que ledijera que estaba usted curado porque ya no le dolía la rodilla.
-¿Cree usted que podrá repetirse el dolorsegún eso?
-Creo que no es ése el mal que usted padece.
-¿Otro más graveacaso?
-¿Me autoriza usted para decirle todo mi leal sentir?
-No sólo le autorizo a ustedDoctor; se lo ruego.
-Pues haciendo uso de esa licenciaempiezo por decir que le ha hecho ustedmuy malo de su vida.
-¿Por qué?
-Porque ha mirado usted del revés todas sus conveniencias.
-¡Vea usted: yo creía todo lo contrario!
-No me sorprende. Viéndose usted jovenrobustomimado y consentidodejóse arrastrar de los estímulos de todas esas aparentes ventajassin teneren cuenta que son muy efímerasnilo que más importaaunque el corazóndebió advertírseloque el hombre necesita en cada edadhacer (si es lícitala metáfora) sus provisiones para la inmediata; porque sabido es que en lomoraly a las veces en lo físicolo que en las unas nutreen las otrasenvenena.
-Por ejemplo...
-Por ejemplo: la absoluta emancipación de las pasionesla ruptura de todoslos vínculos divinos y humanos...
-¿Y eso nutre alguna vez?
-Esodurante el hervor de la juventudes el fuego que más le sostiene; elhuracán que le empuja; el imán que la atrae.
-¿Y después?
-Después es el hielo de los páramos en el invierno de la vida.
-Es muy bonito eso... para dichoDoctor; pero...
-¿Duda usted que sea cierto?
-Acaso.
-Pues de que lo estengo un ejemplo delante.
-¡Yo!
-Me ha confesado usted hace poco que la soledad le mata.
-Es verdad.
-Luego no me equivoco.
-Pero eso le sucede a cualquiera.
-Lo niego; de esa clase de soledades únicamente se quejan los que han vividodivorciados de todo afecto generoso; los que han hollado en la juventud lasleyes de Dios y las de la naturaleza; los que han llegado a las puertas de lavejez sin un abrigo para el corazónsin un consuelo para el alma.
-Hombreen eso de consueloscada uno puede tenerlos a su manera.
-No el almaque los tiene bien determinados; el almacomo de origen divinono puede satisfacerse con los goces brutales de la materia. Su destino en elmundo es mucho más elevado.
-¿Cuál essegún ustedese destino sublime?
-El amor.
-Entonces estamos de acuerdo.
-El amorsí; pero no ese amor carnal que sólo dura lo que la pasióngrosera que le enciende; el amor del padre al hijodel hijo al padredelhermano al hermanodel hombre a su prójimo; el amor que infunde en unacriatura el heroísmo de arrojarse al fuego por sacar de él a su enemigo; elplacer inefable de aliviar los dolores que padece otro ser; el ansia de serútil a sus semejantes... Éste es el amor sublime; éste es el amor del almasi el alma ha de ser digna de Dios.
-Y ¿cuál esen opinión de usted tambiénla fuente en que se bebe esenéctar?
-La familia.
-Y ¿por qué no ha de beberse fuera de ella?
-Fuera de ella puede también sentirse ese amor; sólo que quien así lesientano odiarácomo ustedel matrimoniobase y fundamento de la familia.
-Y ¿por qué odiando el matrimonio no he de poder yo amar de esa manera?
-¿Por qué no brotan flores en el Sahara?
-Porque es un desierto.
-¿Y cree usted que es otra cosa el corazón de un egoísta? ¿Cómo ha deser capaz de partir su capa con el pobre quien renuncia a los hijos por el temorde que le turben el sueño con sus juegos? ¿Qué ha de ser el corazón quesólo palpita al impulso de los groseros deleitesmás que una vísceracomoel de una bestia?... y digo muchoporque las bestias tienen el instinto deasociarse y de amar a sus semejantescumpliendo de este modo la ley que Diosles impuso; ley contra la que nada ni nadie se rebela en la tierramás que elhombre egoísta.
-¡Jajaja!... ¡qué Doctor éste!
-¿Se ríe usted?
-Pues no he de reírme?
-¿Por qué no se reía usted anoche?
-Hombre... porque estaba enfermo.
-Y ¿por qué lo estaba usted?
-¡Toma!.. Porque... porque no estaba sano.
-Eso es responder de mala fe: usted me ha confesado que lo que más le dolíaentonces era... el desamparo.
-Llámelo usted ache.
-Precisamente hay que llamarlo equisporque es la incógnita de esteproblema.
-Pues concedido que lo sea. ¿No podía yo estar acompañado y asistido...hasta con amorysin embargo?...
-Y sin embargopensar usted como piensay ser usted lo que es. ¿No es estolo que usted quería decir?
-Cabalmente.
-Y ¿a título de quéseñor míohabía de gozar usted ese privilegio?¿Quién le ha dicho a usted que el amor del prójimo se enciende como unapajuela cuando necesitamos su luzy se apaga cuando nos estorba? ¿Qué dausted al prójimo en cambio de eso que le pide?... O ¿cree usted que el mundoes un mueble de lujo para recreo de cuatro solteros aburridoso de otros tantosegoístas desalmados?
-Está usted cruel conmigoDoctor.
-Como lo estoy siempre que trato de salvar una vida extirpando el cáncer quela compromete. Cumplo con mi deber.
-Es verdad.
-Y no dude usted que le hablo con ella en los labios.
-No lo dudoy hasta agradezco la intención. Pero pongámonos en todos loscasos. Suponga usted que esas teorías me parecen muy saludablesy que lasaplaudo; pero suponga usted también que mi corazón se resiste a aceptarlas.¿Cómo he de adoptar yo un partido quesin poder remediarlome repugna?
-El corazón se educa como la inteligenciaseñor mío; y la prueba es queel corazón de usted está dando hoy el fruto de la educación que recibióayer.
-Árbolcomo dicen los moralistasque se torció de joven.
-Cabalmente.
-Luego debo renunciar a enderezarlehoy que es ya viejo.
-Esa segunda parte es la que no se ajusta rigurosamente al caso actual.
-¿Por qué?
-Hay en la enfermedad que usted padeceun síntoma del cual huye ustedtomándole por enemigo de su reposo. Pues precisamente ese síntoma es el que amí me revela que el árbolaunque robustopuede enderezarse todavía. Aludo aesa ansia de algo que usted busca y no halladesde que se vio solo en elhogar doméstico.
-Y ¿qué viene a ser ese síntoma?
-El grito de la naturaleza que reclama sus derechos; el ¡ay! de un almasolitaria.
-Y ¿cómo he de responder yo a esos gritos y a esos ayes?
-Dándole al alma su natural refugio.
-¿Dónde existe ese refugio? ¿Cómo se llama?
-Existe en todas partes; se llama familia.
-¡Familia! Olvida usted que no la tengo.
-Sé que no trató usted de adquirirla cuando perdió la que tenía; y a esafalta de previsión aludí al principio.
-Puesamigo Doctorya es tarde para reparar esa falta.
-Yo insisto en que aún es tiempo.
-¿Y asíde repentecomo quien cambia de vestidoquiere usted que cambieyo de sistemao de estado?
-De ningún modo. Quiero queya que hasta hoy ha venido usted envenenándoseel alma con quimeras de la imaginaciónempiece usted a tomar el antídotoestimulando un poco el sentimientoo lo que es lo mismodejándose llevar deesa ansia que le persiguehasta donde esa ansia le lleve. El punto deparada será el puerto de salvación.
Dicho estocállase el médicoy Gedeón no replicay quédanse los dosmirándose mutuamente; pero la mirada del Doctor es la que atacapor decirloasí; la del enfermo la que se defiendey no con mucho valor.
- XII -
Opinión de un médico sobre un fisiólogo y otras miserias
Transcurridos así breves momentosGedeón preguntaen crudoal Doctor:
-¿Es usted casado?
-Nopor desgracia.
-¿Luego no me predica usted con el ejemplo?
-Le predico a usted con el sentido comúny además con la experiencia.
-¿Con qué experiencia?
-¿Le parece a usted poca la de mi profesión? Todas las de mis enfermos sonotras tantas familias con quienes comparto sus penas y sus alegrías. ¡Y siviera usted cuánto se aprende en estos libros tan viejos como el mundo!
-No lo dudo; pero mientras en su lectura no se interese el corazón...
-¿Luego cree usted que el mío no se interesa en ella? ¿Luego es usted delos que piensan que la condición de médico excluye toda sensibilidad moral?
-No tanto como eso; pero creo que la costumbre de ver padecer a otrosembotahasta cierto puntoesa sensibilidad.
-La costumbreamigo míoenseña a sufrirpero no a matar el sentimiento;la costumbre enseña a cortar un miembro sin que la mano vacilepero no a queel corazón deje de sentir el ¡ay! que el dolor arranca al amputado; lacostumbre enseña a penetrar en el hogar ajenodonde todo es lágrimas ydesconsuelosin que las nuestras broten de los párpadospero no evita que elalma se anegue en ellas... Créame ustedno hay nada más terrible que lasituación de un médico a la cabecera de un moribundo. A los ojos de la madrede la esposade los hijosasomadas sus almasy esas almas mirando a nuestrosojos para leer en ellos un consuelo y pedir a nuestra ciencia una esperanza; yentre tantonuestra ciencia no sabe calmar uno solo de los dolores que vanmatando poco a poco al desgraciadoque acaso es nuestro mejor amigo o nuestrohermano.
-¡Menguada cienciapor cierto!
-La ciencia no puede borrar lo que está escrito. Allí donde Dios pone sumano; allí donde el Hacedor dice: «esta vida se acaba»es inútil elesfuerzo del hombre.
-Luego es inútil la ciencia.
-La ciencia sirve para hacer de un cuerpo inválido un cuerpo vigoroso.Éstos son nuestros grandes consuelosaunque no alcanzan a compensar las otrasamarguras. Pues bien: el que tiene saturada de ellas el alma; el que a combatirsus causas se consagrasin hora cierta para el reposo ni el sosiego¿cómo hade gozar las dulzuras de la familia propia? ¿No la expondría a cada instantesi la tuvieraal contagio de sus melancolías? Por eso no la tengo yoamigomío; es decirpor amarlapor venerarla demasiado; por eso se la recomiendo austedque es librepara hacerla feliz y serloa la vezcon ella.
-Pero repare ustedDoctorque la pintura que usted me ha hecho delinteriorllamémoslo asíde una familiano tiene gran atractivo que digamos.
-¿Y piensa usted que por huir de la familia ha de verse libre de dolores nide la muerte?
-No; pero entre sentir los míos solosy cargar con la molestia de losajenoshay alguna diferencia.
-No tan grandeseguramentecomo la que hay entre verse usted como se havisto anocheaun sin grave dolenciay asistido y consolado comosegún ustedmismo me ha dichose creyópor un instanteen su delirio.
-Delirio al caboDoctor.
-Delirio que yo veo todos los días convertido en realidad.
-¿En dónde?
-A la cabecera de mis enfermos; allípor cada vez que hallo el vacío y eldesamparocomo los he hallado en este cuartohallo mil todas las virtudes deque es susceptible el corazón humanoformado a tiempo por el santo calor de lafamilia cristianaa cuyo abrigo tuvimos usted y yo la dicha de nacer; allíentre la prosacomo ustedes dicende los jaropes y de los ayeses donde yoveo el amor desinteresadola abnegación y el heroísmolucir como lasestrellas en el cielobrotar como las flores en la primavera. Allíenpresencia de aquellos modeloses como debieran escribirse las fisiologíasdel matrimonio; no a las puertas del gran mundoni en los bailes dela óperani en las carreras de Longchamps; en esos libros debieran buscar loshombres como usted la resolución de sus dudasy no en las páginas de loslibelosni en el dictamen de tres egoístas de la peor especie.
-¿Conoce usted a BalzacDoctor?
-Conozco a Balzac y a cuantos han llevado su contingente de burlas a esecúmulo de dislates sobre la familiaque le han extraviado a usted el criterio.
-¡Dislates Balzac!
-Precisamente han sido los grandes hombres quienes han dicho los mayoresdesatinos.
-¡Doctor!...
-No se fije usted en mi pequeñez para desautorizar el aserto. Otro granhombremás viejo que Balzacy aun de más tallaCicerónlo ha dicho: Nihiltan absurdum quod...
-Perdone ustedDoctor; estoy algo flojillo en esa lengua.
-Pues quiere deciren romanceque no hay absurdo corrientepor enormeque seaque no proceda de algún filósofo.
-Pues con la venia de Cicerónya que quiere usted que no acepte yo suspalabras como un dicho másparéceme a mí que tratándose de hechos comolos que analizan esos grandes pensadoresno tiene mucho valor ese dictamen.
-¿A qué hechos se refiere usted?
-Al matrimoniopor ejemplo.
-¿Y le analiza alguno de ellos?
-Con pinzas y microscopio... Pero ¿no me ha dicho usted que conoce a Balzac?
-Y lo repito; y por eso declaro que yo no he visto jamás en los libros deese autor cosa que se parezca al matrimonio.
-¡Pues me gustahombre!... ¡Cuando no tratan de otro asunto sus dos obrasmás famosas!... A millares danzan allí los maridos y las mujeres... y lodemás.
-Efectivamentese habla mucho en esos libros de matrimonios quedespués dearañarse por resentimientos apenas verosímiles en imberbe enamoradosereconcilian con un vestido de bailecon una comida au Rocher de Cancalo con una cena en el Café Inglés; hay allí mujeres que «se aterran» porquedice la modistaal probarles un corséque les ha crecido el perímetro de lacintura media pulgada; maridos que se amoscan porque sus mujeres aluden condemasiada frecuencia al reciente desarrollo de sus estómagos; esposas que searrepienten de serlo porque sus maridos tienen un diente postizo; pero quealcabose consuelan sabiendo que hay esposos de sus amigas que toman rapé. Atodas estas cosas y otras infinitas no tan trascendentalespero sí inherentesal matrimoniose les llama miserias de la vida conyugaly se discurrelargamente sobre ellasen palabras de doble sentidoy dando a todas las frasesun aire de «¡pobres predestinados!»; se dicebajo el rótulo deaxiomay como un aviso en bien de la paz de un matrimonio«que se guardemucho el marido de dormirse antes y de despertarse después que su mujer»;porque ¡figúrense ustedes lo que sucedería oyéndole ésta roncarocontemplándole en posición poco elegante!. Se diserta con este motivo sobrelas condiciones que debe reunir la cámara nupcialy se califica de imbécil almarido que se atreve a colarse en el tocador de su esposa... Aquelloamigomíode punta a cabono es más que una pura defección de los sentidosy unaociosa gimnasia del raciocinio para indicar el modo de que duren algo más lasilusiones; lo propio que si se tratara de un acaudalado sensual y de unacortesana corrompidaque se ajustasen para vivir matrimonialmente unatemporada.
¿Le parece a usted que es esto analizar el matrimonio? ¿Le parece a ustedque éste no tiene otros fines que cumplir ni otros aspectos por los cuales debaestudiársele? ¿No es un desatinomás que desatinosandezexcitar al lectora que crea que la esposa que se arroja de su lecho para salvar de las llamas asu hijosin reparar en que su marido la está viendo descalza y en camisaesuna mujer prosaicacuyo ejemplo debe presentarse para escarmientode los hombres de buen gusto aspirantes a casarse?
-Amigo míollevando las conjeturas al extremo a que usted las lleva...
-No hay tal extremo; son deducciones lógicas de los principios manoseadospor Balzac. Y yo pregunto ahora: ¿qué se propone este sediciente fisiólogo?¿Demostrarnos que la ilusión del novio desaparece en breve dentro delmatrimonio? Pues para semejante vulgaridad no había para qué emborronar tantospapeles. El marido más ramplón de los míos sabe que todo lo que en lavida conyugal se refiere a los sentidosapenas resiste la segunda prueba.¿Quiere decirnos también que el matrimonio más enamorado al formarsetieneque deshacerse pronto por la fuerza incontrastable de las miserias de suspropios desencantos? Pues a esto puede preguntar el mismo pobremarido a ese grande hombre: «¿Qué haces tú de los cónyuges de tus libroscuando pierden las ilusiones o se las quitan los años con la prosa de lasarrugas y del histérico? ¿Se devoran unos a otros? ¿Los recoge la caridadpública? ¿O hay algún infierno especial adonde van estos seresaun en vidaa purgar el delito de haberse casadoo la afrenta de haber envejecido? ¿Y sonesos los matrimonios que han de producir hombres útiles a la patriay mujeresque lleguen a ser madres honradascomo la mía? Pues yo que peino canas y tengoa mi lado una esposa con arrugasno trocara por aquellas ilusiones que duraronun díacomo todo lo carnal y voluptuosoel inefable placer que siente mi almadesde el instante en que se fundió en la de mi compañeracomo la deésta se fundió en la mía; el sublime consuelo de venir atravesando juntos eldesierto de la vidaprestándole yo mis fuerzas y ella auxiliándome con lassuyas; ypor últimola dicha de verme revivir en mis hijosde verlos crecery de dirigir sus corazones para que sus virtudes puedan llegar a ser un díacorona de mis canasy acasomás allála gloria de mi nombre o de su patriacon el cual fin les pongocomo perenne juez de su actosa Dios de quienproceden y a quien iránsi a su ley no faltan mientras acá abajo lidianquea eso venimos a este campo de batallacontra las propias pasiones y el rudoacometer de las ajenas. Así pensando y así sintiendoni yo veo sus arrugasni ella en mis canas repara; y cuanto más el cuerpo se encorva hacia la tierraque le llamamás risueño y más ufano se eleva mi espíritu hacia Diosquees su dueño y su destino.»
Esto le diría a Balzacdándole en ello bien resuelto su mal planteadoproblemael último de los maridos que no han aprendido a serio en los gabinetesreservados de los restaurants de Parísni en el foyer de susteatrosni en las aceras de sus boulevardsni en las exposiciones desus loretas y cocodés. ¿Se dice algo parecido a ello en losmatrimonios a que aluden esos libros?
-PeroDoctorel que Balzac hable de lo que sucede en sus matrimoniosnoquiere decir que se burle de los de usted.
-Precisamente es a propósito de eso cuando la desfachatez del grande hombrefrancés y todoraya en lo inimitable. Recuerdo que subiéndosecomo decostumbrea la trípode (y por esa modestia me gustan a mí todos losescritores de su tierra)lanza a los cuatro vientos este axioma... entredos anchos espacioscomo aconseja Beaumarchais que se haga para que un dichohuela a sentencia de sabio: «Para ser feliz en el matrimoniose necesita quelos cónyuges sean hombre de superior talento ély tierna y sublime ellao los dos rematadamente bestias.»
-¡Pues cátalo ahí!
-¿Cuál?
-Un caso... dos casos.
-¿De qué?
-De matrimonios posibles.
-Cabalmente son de los pocos que tacha el sentido común.
-¡Qué demonio de Doctor éste! ¿Pues cuáles son los que el sentido comúnacepta?
-Todos los que excomulga Balzac en el axioma: todos los que caben entre susdos extremos: todos aquéllos a quienes el vulgo llamaen su lenguaje expresivoy adecuado«matrimonios como Dios manda»; es decirlas mujeres quecosenlos hombres que trabajanlas madres que viven para sus hijoslos padresque cumplen con sus deberes. Para todo esto y mucho másque es la monedacorriente en todas las familias honradas y en toda sociedad bien regidason unestorbo serio la sublimidad del ingenio y la sensiblería pedantesca o la faltade sentido común en los esposos... Conque ¡vaya usted admirando la competenciao la buena fe de su grande hombre para entender en achaques matrimoniales!
Entre tantoy prescindiendo yo de estas razones que tantas ventajas me danen la cuestión que ventilamostómola en el punto en que usted me la puso haceun momentoy concedo que Balzacal burlarse de sus matrimoniosrespetalos míos. En tal caso¿por qué acepta usted todo lo que él dicecomo razones contra todos los matrimonios?
-Porque está de acuerdo con mi manera de pensar y de sentir.
-¡Y con esa ligereza se resuelven asuntos tan graves para la vida!... Porquetodavía comprendo yo que Balzacpor lucir su ingeniose entretenga enescribir esa lindezas contra el matrimonio; pero que haya hombres que se lastraguen como artículo de fey las acepten por regla de conductasacrificandoa ellas hasta los impulsos de su corazónle juro a usted que no me lo explico.
-Pues yo síDoctory muy fácilmente.
-¿Conoce usted los otros matrimonios?
-Nada más que por lo que usted me ha dicho de ellos.
-De maneraque tiene ustedde una partelos matrimonios a la francesallamémoslosasíridiculizados por algunos escritores de chispa y por la grosería de tressolterones impudentes; y de la otralos matrimonios a la buena de Diosque le son desconocidos; y cuando su corazón le grita que es ya llegada la horade decidirserenuncia usted a casarse por lo que ha leído y le han contado delos malossin tomarse molestia de ver lo que hay oculto entre los buenos.Concédame usted que esto es discurrir con poca lógicay conspirar contra suspropios intereses.
-Pero ¿de qué deduce usted que yo he sentido esos impulsos del corazónhacia el matrimonio?
-De sus tristezas pasadasy de sus soledades de hoy; de todo cuanto usted meha referidoy de lo demás que voy traduciendo yo.
-De manera que insiste usted en prescribirme por remedio...
-Justamente; que se deje usted llevar de esos impulsos hasta donde ellos leconduzcan... Y creo quedicho estobasta de amonestaciones por hoy. ¿No escierto?
-Le aseguro a ustedDoctorque estoy oyéndole con grandísimacomplacencia.
-¿Por lo que le distraigoo por lo que le ilumino a usted?
-Por ambas cosas.
-Permítame usted que le diga que no habla mucho en pro de la segunda ellaconismo de sus réplicas.
-Cortedad de alcancesDoctor.
-O impenitencia obcecadaseñor modesto... De todas manerasno olvideustedpara perdonarmeque cuanto le he dicho ha sido como médico en combatecon su enfermedadpara lo cual me ha llamado usted a la cabecera de su cama. Lamisma salvedad hago para cuanto pueda decirle en adelante.
-Y a propósito¿qué me dispone usted?
-Ya he dispuesto lo esencial.
-Digo para el momento.
-Para el momentoes decirpara cuando pueda usted salir a la calley conel fin de estimular un poco esos impulsospensaba disponerle a ustedy ledispongola misma casa que abandonó por dar demasiada importancia a las cosasde la señora Braulia. No tome usted criada joven y guapa.
-Procuraréprecavido Doctorcumplir la prescripción en todas suspartes.
-No crea usted que es la segunda menos importante que la primerasi elefecto del remedio ha de corresponder al carácter de la enfermedad.
-Conformes; pero es el caso que al pedirle a usted algo para este momentonome acordaba del espíritusino del cuerpo.
-Su cuerpo de ustedque ya no tiene doloresno necesita más que salir deeste agujero cuanto antesy tener en la convalecencia mejor compañía que laque tuvo durante la enfermedad. De lo primero cuidará usted; de lo segundo meencargo yo.
-Es usted la bondad mismaDoctor.
-Cumplo con un deber sagradoamigo mío. Y pues nada me queda que hacer a sulado en esta primera visitademe usted su permiso para despedirme hasta lasegunda... si usted la desea.
-Pensaba rogarle a usted que no la retardara muchas horas. ¡Estoy tan solo!
-Entonceshasta la vista.
-Hasta luegoDoctor.
Pero al decir esto Gedeóndeja leer en su cara algo como apremiante deseo.
El Doctor lo conocesonríe y pregunta:
-¿Qué más tiene usted que decirme?
-Si en ello no cometiera una indiscreción...
-Hable usted sin ese recelo.
-Puescon su permisodeclaro que me deja usted muy sorprendido.
-¿De qué?
-De su modo de pensar... tan...
-Adelante.
-Tan... inverosímil en un médico.
-Es decirque para la profesión que ejerzono me halla usted bastante espíritufuerte: o más clarono me encuentra usted parecido a los médicos que lafama pregona en comedias y gacetillas.
-Cabales.
-Esperaba ese reparo; y para contestar a él guardo un argumento irrebatibleque no quise emplear en nuestra porfía. Sepa ustedamigo míoque después detodo lo dichoBalzac y yo somosen cuanto al matrimoniodel mismo parecer.
-¡Cáspita!...Luego no me ha dicho usted lo que sienteo se pasa usted a subando.
-Nada de eso: se pasa él al mío.
-¡Oiga!
-Así como suena. Veinte años después de escribir el grande hombre sufamosa Fisiologíadecíatextualmenteal comienzo de otro libro suyo:«Quizá no ha trazado mi pluma cuadro que evidencie como éste cuánindispensable es el matrimonio indisoluble en las sociedades europeas.»
-¡Canastos!
-Y después de lamentarse de que se rigiera el mundo civilizado por unsistemahijo del egoísmo de los hombresque deificaba el buen éxito yaceptaba por lícitos todos los medios conducentes a lograrleexclamaba: «¡QuieraDios que se acoja pronto (la sociedad) al catolicismopara purificar lasmasas por medio del sentimiento religioso y de una educación muy distinta de laque hoy reciben (¡asómbrese usted!) en las universidades laicas!»
-¡Demonio!... ¿Eso dice Balzac?
-Eso mismo; y sin el recelo de que me engañe la memoriapues conservo enella bien grabada esta preciosa confesión.
-¡Pero eso es ultramontano puro!
-Lo que usted quiera: el caso es que al lado de su ídolo de ustedsoy unniño de teta en punto a preocupaciones rancias.
-De modo que si tomamos los dichos al pie de la letra... Pero Balzac diríaeso en bromao cuando ya chocheaba.
-Ni lo uno ni lo otro. Díjolomuy seriodedicando a su amigo CarlosNodierfamoso escritoruna de sus mejores novelascuyo título es Unménage de garçon. Al frente de ella puede usted verlo cuando guste; y depasoléala ustedpues es la refutación más elocuente que existe de la Fisiologíadel matrimonioy de las Pequeñas miserias de la vida conyugal; sincontar con que el autor de La Comedia humana acabó por casarse tambiéncomo el más simple mortal.
-¿Y cómo se ajustan esas medidas?
-Eso pregúnteselo usted a Balzac y a cuantos han tenido la debilidadenalguna época de su vidade sacrificar a la tentación de decir un chisteelbuen sentido y las eternas leyes de la moral y de la justicia.
Dicho estosale el Doctor de la estanciay quédase en ella Gedeónen lasituación de ánimo que puede suponer el pío lector que ya le conoceesdecircreyendo que no se le da una higa por todo lo que el médico le hapredicadoy al mismo tiempo deseando que le predique más.
Verdad es que el Doctor le ha parecido tan cariñoso como discreto.
- XIII -
Otro cambio de postura
Gedeón está ya en su propia casa.
Nada más que dos días necesitó para convalecer. ¡Tal era el afán quesentía de salir de aquel mezquino pudrideroypor sí solomortalenfermedad!
Durante dos días le visitó el Doctor muchas vecesy otras tantas leembelesó con sus vehementes y sinceras condenaciones del estado celibatario.
Le embelesó digoy no lo borro. Gedeón oía al médico echar pestescontra los egoístas y contra los célibesy hasta aplaudía sus chistes y susrazonescomo el usurero o la adúlteraasistiendo a la representación de undrama en que se condena la usura o el adulterioaplauden con frenesí unperíodo retumbante en que se pulveriza a los del oficioy hasta lloranenternecidos con la víctima esquilmadao con el marido ultrajado.
-Eso no va conmigo -dicena lo sumomientras se limpian las lágrimassipor casualidad ellos son cetrino el uno y rubia la otray los de telón adentromorena la pecadora y bermejo el de la usura; ocuando más:
-Razón tiene ese poeta; pero mientras no acabe de redondear este negocilloque traigo entre manos; ínterin Adolfo no me dé un motivo serio para elloyo nopuedo abandonar mi honrado tráficoyo no debo pensar en volver a lasenda de mis deberes conyugales.
El corazón humano es así algunas veces.
Gedeón oía a su consejeroy acaso decía para sus adentros:
-¡Qué razón tienes! -Y sólo contestabacuando contestación se lepedía:
-Ya es tardeDoctor.
Y si por este flaco se le atacabadeslizábase de la cuestión con un«allá veremos»frío y desanimadocomo el invierno de los pobres. Y es queGedeón era presa de sus vicios y resabios; y sus resabios y sus vicios contabancon el auxilio de aquel corpazofuerte todavía y regalónpara defendersecontra los asaltos del alma desesperada.
No fue necesariociertamenteque el Doctor insistiera en la necesidad quetenía el convaleciente de volver a su hogar abandonadoporque jamás se le dioconsejo que mejor se acomodase al rumbo de sus pensamientos.
En cuanto le pone en prácticaparece niño con zapatos nuevos. Todo lomiratodo lo soba y con todo se sonríe.
-Yo puedo salir de este gabinete -dice para sí-y pasearme en esta sala...y sentarme en este sillón... ysi me acomodatirar este otro a la calle... yponer los candelabros donde está el relojy el reloj donde está laescupidera... y abrir esta alcoba... y tumbarme en esta cama... y correr poreste pasadizo... y entrar en el comedor... y ver qué se guisa en la cocina... ypedir lo que me acomode... y comer a la hora que me plazca... y beber aguacuando lo pida; ysi oigo ruidomandar que cesey despedir a quien medesobedezca... Porque todo esto es míoy yo soy aquí el amo y hago lo que seme antoja. ¿Hay algún fondista inhumanoo alguna pupilera casquilucia que loniegue?
Y según lo va pensandova haciendo todo cuanto de ello es factible sin quepueda tomársele por loco.
A la memoria se le vienen casos y cosas ocurridos bajo aquellas mismasparedesque no son el más elocuente testimonio de la absoluta soberanía deque se ufana; pero¿qué valen esos casos ni esas cosaspuestos en frente delas angustias que él ha pasado viviendo fuera de allí?
Después de las soledades y las tristezas en que se ha vistoparécelecuanto le rodea un paraíso; y cada mueble y cada objeto de los suyostienen una fisonomía y un lenguaje; y con la una le sonríen y con el otro lesaludan cada vez que pasa por delante de ellos.
En estas y otras puerilidades entretenidodeja correr muchos díasencomendando el avío de su ajuar y de su mesa a servidores temporerosmientrasprovee el importante cargo definitivo en persona de su gusto. Y lo logra alcabo.
Como precaución muy cuerda contra rencillas y desavenencias mujerilesharesuelto acumular todas las atribuciones de su servidumbre en una sola persona.Que éstasi las necesitabusque las demás a su antojoo que se arregle sinayuda de nadiesi así lo prefiere. Él sólo aspira a vivir en paz en su casa.
La mujer que escoge para tan delicado cargoentre las varias que lepretendenesa primera vistael tipo de lo insignificante. Tiene regularestaturacolor regularregulares carnesregular fisonomíaregular edad; yvistehabla y se presentaregularmente. Para que todo sea regular en ellasellama Reglasin más aditamentos ni afinaduras en su nombre.
No se agitani se desazonani hace ruidoni se mancha; ysin embargotodo lo gobierna pronto y bien.
Aquella casa es el oro por lo limpiay un reloj por lo arreglada.
Gedeón no sabe todavía quién le prepara sus comidastan sazonadas comoservidas a puntoni piensa preguntarlo. Lo importante para él es que nada lefaltani nada le molestaporque Regla tiene la graciaentre otrasde saberser atentay aun afectuosasin pecar de impertinente.
Una noche observa Gedeón que andan ratones por su gabinete; y almorzandoalotro díase lo dice a Regla. Aquella misma tarde le proporciona ésta un perroratonerofeo como casi todos los de su oficiocorto de patastan grande lacabeza como todo el cuerpoy para cubrirle de cabo a rabo y con muchas sobrasuna melena de color de esparto sucio.
-¡Qué horrible animal! -exclama Gedeón al verle.
Yen son de escarniole pone Adonis por nombre. Pues vean ustedes loque son debilidades humanas: a los pocos días de esta exclamacióntieneAdonispara su descansoun colchoncito muy mullido en el mismo gabinete de suamoy éste se pasa las horas muertas atusándole las greñas y hastamatándole las pulgas; no almuerza ni come sin tener a su lado el ratoneronide casa saleni a ella vuelvesin hacerle una caricia.
-¡Que pueda un hombre de mis años y de mi temple hallar un verdadero placeren manosear una bestia semejante y de tan bajo oficiono lo creyera jamás a nopalparlo! -piensa Gedeón algunas veces; y suele concluir diciendo en voz altaalgo por el estilo:
-¡Chucho... hermosura de la casa! Esta mañana no fuiste a darme los buenosdías a mi cama. Si vuelve a sucedertete quedas sin postre al mediodía. ¿Loentiendes? ¡Cuidado con que me seas ingrato! ¡Mira que la ingratitud es unvicio muy feo en todo perro que se estime en algo!
A lo cual contesta Adonis atusándose los bigotes con la lenguapiafandosobre las rodillas de su amoy enviándole dos centellas de sus ojuelos pordebajo de los mechones de sus greñas.
Volviendo a Regladigo que hasta su condición de viuda es una garantía dearraigo en casa de Gedeón. Por lo comúnen la esfera social de esta sirvientano se reincide en el pecado de casarse.
Y cuidado que Reglade quien dije quea primera vistaes una mujerinsignificantedespués de bien mirada y observadatodavía es muy digna deaspirar a los requiebros de un buen mozo.
Según Gedeón va notando de día en díatiene hermosos ojosdientesblanquísimos y menudosmanos rollizascuello redondoy pelo tan negro comofino y abundantea juzgar por lo que asoma por debajo de una graciosa toquillacon que cubre la mitad de su cabeza.
-¡Lástima -piensa Gedeón fijándose en ello-que tan hermosa cabelleraesté siempre tapada!
Y como si Regla le adivinara los pensamientosal otro día se presenta aservir la mesa sin toquilla en el peloy éste graciosamente peinado.
Entonces observa Gedeón que han ganado mucho los demás atractivos visiblesde Reglay que el conjunto de su cabeza es en alto grado interesante.
-¡Lástima de anguarina -dice para sí- que le envuelve el torso! Esa cabezamerece mejor pedestal.
Y héte aquí quepor otra casualidad bien raraal día siguiente aparecela cabeza de Regla sobre un tronco vigorosamente delineado por valientes curvasadornado con un leve y jacarandoso pañuelo de espumilla grisprendido apenassobre el robusto senoy dejando ver hasta los arranques de un cuello blanco ymórbido.
Gedeón tiene la boca abierta para decir a su sirvienta «muchas gracias»ni más ni menos que si él hubiera manifestado algún deseo y ella se lehubiera cumplido; pero como una amarga experiencia le ha enseñado los peligrosa que arrastran esas demasías del temperamentosuspira y callaen la muyfirme creencia de que Regla es mujer de bizarra arquitecturay condoliéndosede que otra coincidencia como las que le han dado a conocer lo que yaconoceno pueda demostrarle que no se equivoca en sus presunciones sobre lo quele es desconocido.
No es de omitir la noticia de que Gedeón sale muy poco de casa desde que lahabita nuevamentey queso pretexto de que son suyos y pueden necesitarreparacionesvisita a menudo los demás pisosy habla con sus inquilinosy yalos conoce a todosdesde el portal a las buhardillas. Jamás hizo otro tanto.
Si son la causa primordial de éste y otros fenómenos los dictámenespsicológicos del Doctoro lo es el bienestar relativo que disfruta en su casayo no lo sé; pero es indudable que en el carácter de nuestro personaje se haoperado una reacción (así se dice ahora) saludable y benéfica. No parece sinoque ha puesto su planta en la senda por la cual se llegaandando mucho y conprudenciaa la prometida tierra donde se llenan los vacíos del corazóncomoel que sigue notando él en el suyo.
Alguien creyera que lleno le tiene yao que le va llenando poco a pocoalver cómo se le pasan hasta días enteros sin salir a la calley noches quecomparte entre conversar con Adonishojear a Balzacno sé con quéobjetoy revolver los cachivaches de su gabinete. Pero ¡ay! creer tanto comoestosería tomar el efecto por la causalas hojas por el rábano.
¡No se curan tan fácilmente dolencias tan arraigadas y añejas como las deGedeón!
Ya nos ha dicho una vez que no puede descansar teniendo pulgas en la cama; yyo le aseguro al lector que todavía no ha logrado sacudírselas; que aún lequedan algunas quecuando le muerdenle levantan en vilo; y que a ellas aludeal decir para sus adentrosprecisamente cuando más risueño se le muestra elhogar:
-Estoy establecido casi a mi gustoy me hallo en camino de llenar estevacío sempiterno... Yo podía ser ahora punto menos que feliz. Y ¿por qué nolo soy?... Por este condenado temperamento que ha de ser mi perdición. ¡No mesaca de unasin que me deje metido en otra hasta el cogote!... ¡Por vida delas fragilidades humanas!...
Por lo que se veGedeón no ha conseguido con su última mudanza más quevolcar la tortilla de sus contrariedades.
Antes buscaba en la calle el alivio de sus males domésticos.
Ahora se agazapa en su gabinetepara que no le cojan las pesadumbres que leacechan desde la calle.
- XIV -
Las pulgas de Gedeón
Por ella delante camina una nochecon la cabeza caída sobre el pecho y lasmanos metidas en los bolsilloscomo quien anda de mala ganao teme llegardemasiado pronto. Dobla una esquinay otra más adelantey penetra en unacallejuelay sale por ésta a un callejóny tuerce a la derechay andacincuenta pasosy vuelve hacia la izquierday desemboca en un crucero decalles medio a oscurasy entrapor finen el portal de una casa de angostafachadaaunque limpia; sube dos tramos de la escalera; abre la puerta delprimer piso con un llavín que saca de su bolsillo; atraviesa después uncorredorescasamente alumbrado por un reverbero de aceitey se detiene en unasalitano muy adornadapero sí muy pulcra. Y esto se veporquea la vez queél por la puerta del pasadizoentra por la del gabinete en la sala otrapersona con una luz en la mano.
-¡Hola! -dice Gedeón por todo saludodejándose caer en una butaca.
-Buenas noches -contesta la persona de la luzponiéndola sobre un velador ysentándose en la butaca de enfrenteseparada de la de Gedeón por toda lalongitud de un sofá...
¿Se sorprenderá el lector si le digoasíde prontoque esta persona quesale del gabinete con la luz en la manoes Solita?
Pues Solita esaunqueen verdadno lo parece; y no por lo que ha ascendidoen categoríaa juzgar por el corte presuntuoso de su vestidosino porque yano tiene aquella redondez de formasaquel provocativo contoneo y aquella vivezade fisonomía con que la conocimos. Ahora está ojerosadescarnadapálida ycomo decaída de ánimo.
Minutos pasan sin que se cruce una palabra entre ella y Gedeón; minutos queéste invierte en carraspearen poner una pierna sobre la otra y vice-versaenver cómo se eleva el humo de su cigarropor lo cual tiene el cogote apoyado enel respaldo de la butacay la vista enfilada al techo; ypor últimoensilbar el himno de Riego.
Solitaentre tantoparece la imagen de la melancolíacon los brazoscruzados sobre la cintura y mirándose las puntas de los piesque maquinalmentellevan el compás de la sonata de Gedeón.
-Conque... ¿qué me cuentas? -pregunta éste cuando ya no tiene colilla queapurar y ha repetido setenta veces el aire patriotero.
-Que hace seis días hoy que no he tenido el gusto de verte.
-¿Seisdices?... Acaso tengas razón; pero los condenados negocios...
-Te vas cargando mucho de ellos.
-Como siempre.
-No por cierto. Al principio te permitían venir a verme todos los días;despuéscuatro o cinco cada semana; más tardedosypor últimode seisen seis; por lo que yo presumo queandando un poco el tiempocobraré tusvisitas por mensualidadescomo pago la renta de la casa.
-¿También zumbonaSolita?
-¡Ojalá pudiera serlo!
-Pues cualquiera lo diría.
-No quiencomo túdebe saber lo que padezco.
-¿Ya empezamos?
-Al contrario: por mi desgraciava ya muy larga la historia.
-¿La historia de qué?
-De mis pesadumbres.
-¡De tus pesadumbres!... ¿De qué demonios te quejas? ¿Qué te falta?
-¡Qué me falta!... Tienes razón; no me falta nada. Yo era una pobresirvientahija de un miserable remendón... hoy vivo en una casa bonita; tengocriada a quien mandarvestidos regulares que ponerme... todo lo tengomenoslibertad y la estimación de las personas honradas.
-También me has cantado esa letanía más de cien veces.
-Señal de que no te corriges.
-Yo no tengo de qué corregirmeSolita. Te hice una proposición y laaceptaste. En buena justiciano puedes reclamarme nada.
-Es verdad; nada me debes... ni siquiera compasión.
Aquícomo presumirá el lectorhay unos cuantos sollozos de Solitayotros tantos bufidos y revolcones de Gedeón en la butaca.
-Cuando presté oídos en mal hora a tus palabras -continúa Solitalimpiándose los ojos-no podía yo esperar que llegara un día en que tuabandono me hiciera arrepentirme de aquella debilidad.
-(Melodrama puro.) Adelante.
-Me propusiste que me estableciera en este barrio apartadodonde no se meconocería; y quepara mayor disimuloadmitiera algunos trabajos de costura.
-Proposición muy cuerdaSolita.
-Por tal la tuve yoy por eso la acepté; pero yo no podía contar con queel disfraz no me bastaríani con que la farsa no había de tener fin.
-Ya propósito de farsas: supongo que tu augusto padre seguirá creyendoque estás en Puerto Ricosirviendo a unos señores a quienes conociste en laposada aquéllay recibiendo tus socorros por el mismo conducto.
-Nada se ha descubierto en ese punto todavía; pero en el otroGedeón¡sivieras qué caras me ponen estos vecinos cuando los hallo en la escalera! ¡Sivieras cómo anda en sus bocas mi honra... y la tuya!
-¡La mía!
-¿Piensas que no te han visto entrar y salir?
-Pero como no me conocen..
-¿Y eso te tranquiliza?
-De todas maneraseste inconveniente tiene facilísimo remedio.
-¿Cuál es?
-Mudarte de casa y de barrio.
-¡Conque ese remedio es el único que se te ocurre para salvar nuestra situación!
-La tuyaSolitaque la mía sin cuidado me tiene.
-¡Sin cuidado!... ¡Egoísta!
-¿Volvemos a las lagrimitas?
-¿Y qué quieres que suceda al oírte esas palabras de hielo?
-¿Por qué me pones tú en semejantes apreturas?
-¡Y qué he de hacersi ya no puedo más!... Porque tú no sabesGedeónqué tristes y qué largas se me hacen las horas en este barriodonde noconozco a nadie y del que no salgo nuncapara que no me conozcan a mí fuera deél.
-(¡Pobrecilla!) Ya me hago cargo de todoSolita; pero las cosas han de irpor sus pasos contados.
-¡Si te parece que yo las llevo de prisa!... ¡Si te parece que esto esvivir! Tú andas por el mundoy te diviertes ¡sabe Dios cómo! y gozas yolvidas; pero yoque sólo con tu presencia podría olvidarme de esta cruz quearrastroy aun arrastrarla con gusto¿qué he de hacer si hasta de tupresencia me privas ya?
-Te he dicho que los negocios...
-¡Los negocios!... ¿Crees que no leo yo en tu caraGedeón? ¿piensas queno sé dar a tus palabras el sentido que merecen?
-¿Y qué te dicenvamos a vermi semblante y mis palabras?
-Que si alguna vez me quisiste... o me deseastelo que mejor te parezcahoyacaso soy para ti... una carga pesada.
-¡Solita!
-¿Crees que me equivoco?
-¿No he de creerlo?
-Pues dame pruebas de ello.
-Ya te las estoy dando.
-Alejándote cada vez más.
-¿No me tienes ahora a tu lado?
-Después de seis días de ausencia.
-MiraSolitano se acredita mucho el bien querer con los mimos y losarrumacos del primer día; ésos son el huracán que pasa en breves horas; lootro es el... el... vamosel... ambiente que duray se respira y conforta.
-¿Y cuál es lo otro?
-Lo otro es... esto que yo hago: venir a verte de vez en cuandointeresarmepor ti... ycréeloSolitamuchas cosas más que yo haría si me dejaras enpaz y en gracia de Dioslibre de refunfuños y sermones; si tuvieras fe en mí;si jamás te acordaras de preguntarme dónde he estadode dónde vengo yadónde vamos; porque soy de un temperamento tan especialque losmejores propósitos se me evaporan si me preguntan por ellos antes derealizarlos; y en finSolitaporque mucha de la estimación en que tenemos auna personaconsiste en el buen concepto que ella forma de nosotros.
-No se pueden formar buenos conceptos sobre malas obras.
-Lo cual es decir que yo no las hago buenas.
-Ya me has oído.
-También tú a mí lo que acabo de decirte; perosegún las trazascomoquien oye llover.
-PalabrasGedeón.
-Pues miraSolitapor ti lo deploro.
-Sobre que el mismo pago me has de dar¿por qué no he de decirte lo quesiento?
-¿De modo que me engañarassi mejor pago te diera?
-Evitarte un disgusto nunca sería engañarte.
-NotoSolitaque te vas elevando hasta en estilo.
-¡AyGedeón... los desengaños son grandes maestros!
-Lo dicho; y te declaro quesi bien te tuve siempre por discretajamássoñé que tan pronto pudieras hacerte culta.
-Pues hasta eso te debo a ti... ¡Mira si te voy debiendo!
-Pues a ser zumbona no te he enseñado yo.
-¿Tampoco a ser desgraciada?
-¡Solita!... Con doscientos mil de a caballo ¿quieres decirme de una vezyclaroqué es lo que deseasqué es lo que pretendes?
-Que pongas finy prontoa esta situación en que me consumo.
-Pero ¿cómo he de ponerte?
-¿Cómo?... Haciendo que yo pueda salir de este presidio; pero con la caradescubiertacomo la llevan las mujeres honradas... al lado de su marido.
-¡Solita!
-¡Gedeón!
-¡Esas tenemos!
-Pues ¿qué pensabasdesalmado?
-¡Canastos!... Conque... Pues hombre¡me gusta la salida!... ¡Y yo quevenía esta noche más tierno que unas mantequillas!
-¡Bien se te conoce!
-¡Tales caricias me haces tú!
-¿Dónde están mis agravios?
-¡Pues digo!...
-¿Lo sonacasoel quejarme de tus desvíos y pedirte la reparación deldaño que me has hecho?... ¿Te parece poco la hija del remendón para señorade un hombre como tú?... Entonces¿por qué la encontraste buena paramanceba?
-Lo que a mí me pareceSolitaes que esas distinciones no cuadran aquíenteramente.
-Pero cuadran muchoy has de oírme; que por altos que vayan tus humosvalía tanto la honra de la hija del zapaterocomo la tuyacuando se larobaste con engaños.
-Yo nunca te prometí...
-¡Ni siquiera tienes la delicadeza de disimular un poco!
-En esocasi tienes razón.
-Y túen cambiono la tienes en nada... ¡porque eres un egoísta sinentrañas!
-¡Zambomba! digo yo: y que te aguante la madre que ha de volver a parirte.
Imagínese aquí el pío lector un hombre que se cala el sombrero hasta lasnarices y sale echando centellas de la sala a la calle; y una mujer queanegadaen llantose desploma sobre una camay tendrá una idea completa del final deldiálogo referido.
Pero no acaba aquí el lanceni debe acabar; porque es muy lógico queGedeóndespués de considerar lo que hay de chusco en que la hija de unremendón miserable y borracho se crea con títulos bastantes para reclamar lamitad del lecho de un hombre a quien asusta el matrimonioaun contraído contodas las ventajas imaginablesy lo que hay de prosaico y digno de las burlasde un fisiólogo como el de marrasen la escena en que acaba él de figurar conel papel de galány aun después de ocurrírsele tomar por motivo aquellasindignidades para cortar por lo sano y sacudirse de una vez las pulgas que leincomodan mucho tiempo haconsidere asimismo queen parteno le faltarazón a Solita para quejarse del destierro en que vive y él la ha puesto;lógico es también queandandoandandola compadezca; lógicopor endequedisculpe sus declamaciones y sus quejas; y siendo lógico todo estoy ciertoque en la refriega fue Solita quien más tuvo que deciry no menos evidente queGedeón conserva siempre cierta inclinación a Solitapor más que leduela verse cogido por ella por tan arribalógico y natural es queGedeón retroceda desde medio camino para hacer las paces con Solitadándolelas debidas satisfacciones.
Con lo cual consigue Gedeón dos cosas: que Solitapor buscadaganeporesta vezno poco ascendiente sobre él; y que élal advertirlohechas laspacessalga de casa de Solita arrepentido y melancólico... es decirrascándose las pulgas y sin fuerzas para sacudírselas.
- XV -
El diabloel fuego y la estopa
Ponga el lector entre este cuadro y el que antecede todo el tiempo que másle plazcaquepor mucho que seaholgado le viene el sitio; y llénele detristezascansanciosdesalientos y fastidios para Gedeónagobiado ya por elpeso de Solitahuyendo de su presencia como el diablo de la cruzy sin hallardentro de su casa ocupación que le distraigani fuera de ella espectáculo quele seduzca.
Cuando un hombre cualquiera pierde una afición racionaladquiere otra quele entretiene lo mismoeligiendoconforme a su gustoen el inmenso campo delas cosas lícitas y honradas; pero cuando un egoísta solitario se harta de loúnico que apetecees hombre perdido; es la bestia que se tumba a digerir lodevoradoo que brama a la puerta del establo ajeno porque en él olfatea lo queno hay en el suyo. Fuera de aquellonada desea ni le distrae... Y tenga ellector muy en cuenta esta condición esencial de carácterpara lo que quedadicho y lo que falta decir de nuestro personaje.
Para los hombres como Gedeónel arte no tiene bellezasni la naturalezaaromasluzecosarmonías ni colores; la misma impresión les causa elnubarrón que oscurece el horizonteque los arreboles de una aurora; lo mismohiere sus oídos la inspirada melodíaque el chirrido de las carretas; lapropia aversión tienen a la prosa de Cervantesque a las copias de Calaínos.Pasear en el campo no es para ellos recrear la vista y el olfatoni sumir elalma en plácidas contemplaciones: es simplemente estirar las piernasbracear asu antojoeructar recioaflojar la corbataremangar la pernera y soltar laliga para cazar la pulga debajo de la media... porque estos hombres gastanmedias altas todavía.
Por eso no hay términos hábiles de levantar un espíritu semejanteesclavode un corpachón atiborrado del único manjar que le sustentahasta que lahartura pase y el apetito vuelva.
En un estado idéntico de espíritu y de cuerpo retorna Gedeón a su casacabizbajo y perezosoa las altas horas de una noche.
A sus pesadumbres de carácterhay que añadir que le duele bastanteel destacamento de la rodilla; que al peinarse en la barberíadonde tambiénle afeitaronle ha hecho notar el peluquero que se le va corriendo la calvahasta la frente; que las canas le invaden el poco pelo que le quedacomo el pande cuco las heredades; ypor último (esto no se lo dijo el peluquero)quese le meneandesde por la mañanatres dientes incisivosde los seis que lequedan en la bocaaunque negros y desportillados.
Que toda esta carga le pese y le preocupese concibe sin dificultad.
Lo que no se concibe fácilmente es por qué Gedeónen el momento de pisarlos umbrales de su puertase pone a meditar sobre las fragilidades humanassobre lo pequeñas que suelen ser las causas que producen los más descomunalesefectosy sobre lo fatal de la disposición en que vienen preparadas las cosascuando el demonio está resuelto a meter la pata entre ellas.
Tan absorto está en estas meditacionesque al llegar a su gabinete nisiquiera se fija en que Regladespués de colocar una luz sobre la mesalepregunta qué se le ofrecey le da las buenas noches de despedida.
Y como no tiene sueñoquiere dedicar una horaantes de acostarseadespachar algunos asuntos económicos que tiene desarreglados. Así sedistraerá un poco.
Al dar por terminada su tareaoye a su lado quejidos lastimeros. Vuélvesey ve a Adonis que se revuelca en su colchóny tan pronto se pone panza arribacomo cabeza abajo. Es indudable que el pobre animal siente dolores agudos:Gedeón tira del cordón de la campanillacasi con tanta fuerza como en lafonda de triste recuerdo; peromás afortunado el perro que élal segundocampanillazo tiene el socorro a la puerta.
Regla aparece en ellaaunque sin dejarse ver por entero.
-Perdone el señor -dice recatándose mucho-; creyéndole acostadomeacosté yo también y me dormí.
-¿Qué he de perdonar? -responde Gedeón mientras fija su mirada devoradoraen lo que se ve de su criada.
-Que no haya acudido a la primera llamada que oí entre sueños... y que mepresente así... Porque como el señor no acostumbra a llamar a estashorashe creído que estuviera malo... De modo quesi no hay urgenciairé avestirme...
-¡De ninguna manera! -exclama Gedeóncondolido sin duda de la situaciónangustiosa del perropero sin apartar su vista de la criada-. Llamaba porqueAdonis está muy malo... Vea usted...
Entonces avanza Regla un pasohaciendo heroicos esfuerzos para cubrir elbusto rollizo con un menguado chal tirado sobre los hombros.
Toma la luz que Gedeón pone en su manoy los dos se acercan al rincón enque se halla Adonis dando volteretas y exhalando gritos lastimeros.
-Es un cólico -dice Regia- ¡Pobrecito!
Y extiende el brazo libre y desnudo hacia la bestia. Pero la casualidadlataimada casualidad que ha infundido el mismo pensamiento en Gedeónguía lamano de éste con igual rumbo; y como el camino es estrechola mano choca conel brazoy el brazotemeroso o deferentepor ser de quien esse repliega yretrocede; en virtud del cual movimientoel mezquino chal de la azorada Reglase desliza por los hombros abajo.
-¡Lo mismo que yo me había figurado! -exclama entonces Gedeóncon elentusiasmo de un doctor que ve cumplidos sus pronósticosaludiendo seguramentea la enfermedad del perromientras la criadalanzando un ¡ay! entre risueñay ruborosaquédase en la actitud de la bíblica Susana al verse sorprendida enel baño por los viejos.
-¡Alumbre usted más! -dícela anheloso Gedeónquizá creyendo que no vebastante todavía.
Perocomo si en concepto de Regla se viera hasta demasiadosopla en labujíay deja el cuarto a oscuras para desesperación de Adoniscuyos lamentoscrecen desde aquel instantey son los únicos ruidos que turban el silencio dela casa
mientras el mundo sin cesar navega |
por el piélago inmenso del vacío |
como dijo el poeta y han repetido otros mil que quieren serloy repito yoahorasin saber por qué ni para qué.
- XVI -
Un intruso
Al siguienteo pocos días despuésRegla le dice a Gedeónmientras lesirve el almuerzo:
-Yo quisiera pedirle a usted un favor... digosi no molesto.
-¡Ya empezamos! -piensa Gedeón; y en voz alta añade: -¿Nada más que uno?
-Por ahora...
-Y ¿de qué se trata?
-Ya sabe usted que yo soy viuda hace siete años.
-Así me lo ha dicho usted.
-Porque es la verdad. Y es el caso que mi difunto me dejó un hijo.
-¿De él solo?
-De los dosseñor.
-Bien¿y qué?
-Que cuando la necesidad me obligó a ponerme a servirtuve que dejar eseniño en casa de unos parientesque por un tanto me le cuidan.
-Nada más natural.
-Peroa decir verdadno me gusta la educación que están dándole; y conese cuidadono vivo tranquila.
-Se comprende.
-Y me he dicho a mis solas muy a menudo: «si yo pudiera tener a mi lado aese inocente ¡con qué facilidad le educaría como es debidoy con cuántomás gusto no cumpliría yo todas mis obligaciones!». Porquecréalo ustedseñorsi a esa edad dan en torcerse las criaturasluego que crecen ya no lasendereza una estaca.
-También es cierto.
-¡Hay tantos ejemplos de ello!...
-No dejan de abundarsegún dicen.
-Muchísimocréalo usted. Decía mi madreque en paz descanseque todoslos hombres malos han sido niños mal educados.
-Tampoco lo niegoRegia.
-Pues eso es lo que no quisiera yo que se dijera mañana de mi hijoporculpa de su madre.
-Muy bien pensado; pero ¿qué tengo yo que ver en todo eso?
-Bastanteseñor.
-Pues usted dirá...
-Digocon su veniay si en ello no ofendoque si ustedque es tan bueno ytan generoso...
-Muchas gracias.
-Me permitiera traerle a mi lado...
-¿A quién?
-Al hijo.
-¿Sabe usted que por verme libre de ellos no me he casado yo?
-Eso no quita; porque yo me comprometo a que el mío no le moleste a usted...ni le vea siquiera.
-¿Qué edad tiene?
-Cumplirá siete años por San Juan.
-¿Es guapo?
-Ya sabe usted que a ninguna madre le parecen feos sus hijos. Por lo demáses el vivo retrato de su padre.
-No tuve el gusto de conocerle.
-Un real mozosin agravio de lo presente.
-Muchas gracias. ¿Es limpio?
-Como los mismos oros de la Arabia.
-¿Tiene mal genio?
-Un borregote a la buena de Dios. Basta mirarle para que se le ponga la caracomo un tomate.
-En fin... que venga.
-Tantísimas graciasseñor... aunque no esperaba yo menos de su buencorazón.
-Ni de mis fragilidades -concluye Gedeón para sus adentros.
Pocas horas después viene el niño al lado de su madrey ésta se lepresenta a su amo inmediatamenteacaso porque en ello cree cumplir un deber derespeto y cortesía; acaso porque intenta que los ojos de aquél le acreditenlos elogios que ella le hizo de su hijo; intentosi tal la muevemal ideado;pues el niñocon perdón de su madrees feo subidozaínoy tiene mocosohuellasdebajo de la narizde tenerlos colgando muy a menudo.
-¿Cómo te llamashombre? -le pregunta Gedeón.
-Respóndelehijo -le dice su madre al ver cómo el rapazmedio ocultoentre sus faldasse chupa un dedobaja la cabeza y se balancea sobre un pie.Al cabo de un rato se oye como un gruñido intraducible.
-¿Cómo has dicho? -pregunta Gedeón.
-Mmmeeeeto -gruñe otra vez el chico.
-Dice que Merto -añade su madre- Le llamamos asíporque su nombre esMamerto.
-¿Cuántos años tienes? -vuelve a preguntarle Gedeón.
El chico sigue balanceándosesin dejar de chuparse el dedoy no contesta.
-Que cuántos años tienes... ¿No oyes lo que te pregunta este señor?...Pero saca esos dedos de la bocainocentey ponte derecho... ¡Así!
Y Mertopuesto como su madre deseao mejor dichocomo su madre le ponealquedarse mirando a Gedeónque también le mira a élfrunce la jeta y échasea llorar.
Adonis (y aprovecho la ocasión para decir al lector que la alimaña ratonerano murió aquella nochesin duda porque también hay una providencia que velapor los perroscuyas desdichas no hallan compasión en el egoísmo de loshombres); Adonisrepitoque roncaba en un colchón tranquila ydescuidadamenteal oír los berridos de Merto despiértase despavorido ylánzase sobre el intrusocomo pudiera hacerlo sobre un rival que le disputaralos mimos de cierta perra carlina de la calle.
Envuélvese el acometido en la saya de su madresobrecogido de espanto;crecen sus gritos y lamentosy ni unos ni otros cesan hasta quea instanciasde Gedeónsale Merto del gabinete y se vuelve Adonis a su lecho murmurando nosé qué perrerías y enseñando los afilados dientes.
- XVII -
Los sobrinos del demonio
Poco a poco va perdiendo el hijo de Regla el miedo y el encogimiento que lacasa y su amo le infundieron al entrar en ella.
Regla cuida de que Merto abra la puerta siempre que Gedeón sale o entraytambién le permite que haga algunas excursiones por salas y pasadizos. Asífamiliariza a su hijo con la cara de su amoy a éste con la catadura delrapaz.
Despuésya llega Merto alguna vez hasta el gabinete para recoger botas quehay que limpiaro poner al alcance de Gedeón las que ya están limpias.
Cuando esto sucedeGedeón cuida de que Adonis no se mueva ni Merto leprovoqueaunque no alcanza a impedir que el uno gruña y el otroa ladisimuladale haga una mueca.
Más adelanteel chico se atreve a sonreírse siempre que se encara con elamo de su madrey entonces es de rigor que éste le dé un coquetazoo le tirede las orejasen son de cariciacon lo cual Merto adquiere otras tantas alascon que aprender a volar a su gusto en aquel espacio.
Días y meses andandosi mientras Gedeón está comiendo pasa el chico cercade la mesale llama; y por el gusto de ver qué cara pone cuando la muerdeleda una aceituna; y por el placer de contemplar cómo se relame saboreándoleleregala un dulce.
De este modo el carácter de Merto se va desenvolviendo por completo; y comoya nunca se halla bajo la impresión del miedo ni del sobresaltollega a haberen su fisonomía esa expresión de sinceridad atractivatan propia de losniñospor feos que seancomo a Merto le sucede. Ademáses algo bizcotorpede lenguayen cuanto se enfada un pocoecha cada terno que saca lumbres.Todas estas cualidades hacen suma gracia a Gedeónque no oculta el placer quetiene en que muy a menudoy cuando ya está él aburrido de atusar las greñasal ratoneroentre el chico en el gabinete mandándole que le enseñe lossantoso la máquina del reloj.
-Pues límpiate los mocos -le dice Gedeón.
-Puez amalda tú el peldo -le contesta Merto.
Porque Merto y Adonispara entoncesya no se pueden ver.
Empezando por darle algunas golosinas de la mesaacaba por sentarle a ellacasi todos los díasmientras a Adonisacurrucado en el suelo entre los dosse le indigestan los mendrugos que le regala su amoconsiderando la altura aque ha elevado su privanza aquel intruso. Algunas veces tiene Gedeón elcapricho de tirar a Mertoque ocupa el extremo opuesto de la mesaunarosquilla; y entonces Adoniscreyendo que es para élo fingiendo que lo creeda un salto increíbley después de atrapar en el aire la rosquillacae sobrela mesametiendo las patas en una dulceracuando no el rabo y algo más en elplato del intrusoo en el de su amo. En estos casosno siempre que Mertoquiere castigar el atrevimiento de Adonis tirándole con un panecillo o con eltenedorlo consigue sin que Gedeón reciba el proyectil de rebote en elestómagoo en las narices; lances que (¡vean ustedes lo que son algunos ogros!)hacen desternillarse de risa al solterón.
Es lo más curioso que éste cree todavía que Merto es un chiquilloantipático e insoportablepor feopor díscolo y por mal educado; y no bienoye un porrazo hacia la cocinaya sale despavorido a preguntar quién secayórecordando casualmenteen aquel instanteque el hijo de sucriada es travieso y aficionado a encaramarse en sillas y vasares.
Un día toma Merto una indigestión de bizcochos y agua de limóny se ponea morir; y casualmente en ese día no tiene Gedeón ganas de salir decasa; y por no aburrirse en ellaentra doscientas veces en el cuarto delenfermo; y porque no diga su madre que se le ha desatendido la asistenciaobliga al médico a hacer diez visitas más de las precisas; y ¡cosa más raraaún! en el momento en que el chico sale del peligrose encuentra él másanimado y hasta con ganas de salir a la calle; y ¡coincidencia todavía másextraña! hasta se le ocurreal pararsepor casualidaddelante de unatienda de juguetescomprar para el convaleciente un tren de artilleríapor lomismo que nunca le ha regalado cosa que valga media peseta.
Otra vez rompe Merto una chuchería de las varias que tiene Gedeón sobre lamesa; y al volver éste de la calle y coger al rapaz con el delito entre lasmanosreniega de él y hasta de la hora en que le permitió entrar en su casa.Óyelo su madrey parte furiosa a castigar a su hijo. Mas apenasle hasacudido el primer soplamocosya está Gedeón amparando al delincuente.
-¿A qué vienen esas violencias? -dice con mal gesto a Reglamientrascoloca a Merto detrás de él.
-A enseñarle lo que no sabe; a quitarle los condenados resabios que trajo dela otra casa. ¡Te he de desollar vivotunante!
-Pues no lo conseguirá usted dándole golpes. Bueno que se le reprenda y sele amoneste; pero...
-Como si predicara usted en desierto...
-Si los niños tuvieran la reflexión de los hombres...
-¡El loco con la pena es cuerdo!
-Pues por hoy se acabó el castigo; porque yoque soy el agraviadoperdonoel agravio por esta vez... Por esta vez no más... ¿lo oyesMerto?
Pero Mertocon gran sorpresa de Gedeón que le creía llorando arrepentidoestá haciendo gestos provocativos a Adonisquea su vezle enseña losdientes; después alumbra un pisotón al ratoneroy se oyen a un tiempo unaullido terrible y un terno ferozmientras Adonis enrosca el rabo dolorido yMerto se lleva ambas manos a una pantorrilla.
-¡Ve usted lo que es interceder por el demonio! -exclama Reglabuscandoiracunda a su hijo entre los faldones de la levita de su amo y las patas de lamesa.
-Déjele ustedque el pisotón ha sido casual...
-¿Y también lo otro? -grita Regla- ¿Eso te han enseñado en esacasagroserote? No aprenderás los consejos que yo te doy tan bien como esasindecencias¡Satanás!
Y atrapando al fin a su hijoarrástrale hasta la cocinaadministrándolepor el camino media docena de sopapos.
-No estoy yo por el sistema de los cachetes para educar a los chicos -murmuraGedeón en tantocomo si en su vida se hubiera ocupado muchas veces encuestión tan trascendental.
Y para comprobar la teoríaarrima dos castañetazos al pobre perropor laparte que ha tenido en la media docena de ellos de que Merto va rascándose.
Al verse tratado asíno el dolorel asombro parece pintarse en la hirsutafaz del ratonero. ¿Qué castañetazos son aquellos? ¿Desde cuándo y por quésu amo se permite hacerle tales ultrajes? ¿Es por el mordisco que él dio aMerto en la pantorrilla? Pues Merto le pisó a él primero el rabodespués dehaberle provocado con gestos y ademanes injuriosos. ¿Es que le han dolido a suamo los cachetes de su criadamás que a Merto que los recibióy busca uninicuo desahogo en el inocente Adonis? Esto es lo más triste para élporquees lo más verosímil.
Todas estas consideracioneso algo por efestilose leen en la cara delcompungido Adonis; y esto que se le ocurre a un miserable ratonerono se lealcanza a Gedeónque todavía insiste en que le es antipático Merto por feopor suciopor díscolo y por hijo de su madre.
Pero éstaque cazapor lo menostan largo como el perrono ignora queacierta edadla naturaleza humana siente la necesidad de amary que cuando nopuede amar a sus propios frutosporque no los ha dadoama a lo primero que leponen por delante; y que no es otra la causa de que ame Gedeón a su retoñocomo antes de conocerle amaba al perro ratonero.
Que esto iba a sucederlo sabía ella antes de traer a Merto a su ladoaunque no aseguraré que por esoy no más que para esole trajera.
Pero ya que sus presunciones se han cumplidonada se pierde con dejar querueden los acontecimientosni con trabajar para prepararlos del mejor modoposible. Gedeón es rico; ya no ha de casarsey no tiene herederos forzosos:¿qué mal hayni a quién se ofendeen que un pobre le conquiste una parte desu corazóny con ella un pedazo de su caudal?
Digo todo esto porque no se tome a comedia la ira que le causan a Regla losdesafueros de su hijocuando más cerca le ve de conquistar el corazón de suamo.
- XVIII -
La gran batalla
Así las cosasva rodando el tiempo. Merto sigue haciendo barbaridades; sumadre reprendiéndolas; Gedeón disculpándolasy Adoniscon un ojo al rapaz ycon el otro a su amotemiendo las asechanzas de aquél y estudiando los gradosque él va perdiendo en el cariño de éste.
Adonis odia a Merto como se odia a un rival que es además un tirano.
Merto sólo discurre para inventar modos de atormentar a Adonis. A ello leinclinan su instinto de muchacho revoltosoy el recuerdo de la dentellada quele dejó cicatrices en la pantorrilla.
Pero Gedeóncuando está en casano se separa del ratonero; y cuando salede ellaqueda Regla que no pierde de vista un momento a la alimaña.
Por lo demásya sabe él que hay en el cuarto de la ropa sucia una vara defresnomuy largaque usa su madre para despolvorear los colchones. Aquellavara es toda su ambición. Con aquella vara se le puede dar al ratonero una manode leñacomo no la ha llevado en el mundo perro alguno; y se le puede dardesde lejos; es decirimpunementeolo que es lo mismosin el riesgo de quedevuelva dentellada por varazo.
Saboreando tales propósitosaguarda el rapazcon una perseveranciaimpropia de sus añosa que se le meta por los ojos una ocasión a su gusto.
Y la ocasiónal finse le presenta.
Gedeón no volverá a casa en toda la tardey Regla ha salido a la calle porlargo ratosin poder llevarse consigo a Mertoporque éste tiene los zapatos acomponer. Temiendo que durante su ausencia haga su hijo alguna barbaridadle haamenazado con todos los castigos imaginables si se mueve del sitio en que ellale dejaentretenido en pegar con engrudo varios remiendos a una cometa. Mertoha prometido no menearse de allí.
Pero al quedarse solola sangre le hiervelos brazos le bailansus piernasbrincan solas; ypara colmo de tentacionesestá enfrente de ély abiertoel cuarto de la varay la vara delante de sus ojos cimbreándose solacomodiciéndole: «empúñamey ¡a él!».
Ademáshay en la casa muchísimos objetos que Merto no ha visto todavía pordentroy tiene que verlos alguna vez; y esa vez no puede ser otra queaquéllapor lo mismo quea la sazónno hay nadie que le impida desarmar loque le acomode y meter los dedos donde más le convenga.
Si sabe distribuir bien el tiempotiénele sobrado para hacer estasinvestigaciones y dar a Adonis la tremenda paliza.
¡La paliza sobre todo!
En la sala hay un reloj de sobremesacuya péndola figura un niñocolumpiándose en una cuerda. Este columpio es la curiosidad que más preocupa aMerto desde que le vio por primera vez. ¿Por qué se mueve así? ¿Quién le dael empuje necesario? ¿Por qué se bambolea de atrás a adelantey no de unlado a otrocomo todas las péndolas que él ha visto?
Hay que aclarar este misterio a todo trance.
Y después de empuñar la vara y de cerciorarse de que no se oye ruido depasos en la escaleray de vercon mucho sigiloque Adonis tiene para rato conel sueño que está echando en su colchón del gabineteacércase el relojdejando para después de la batallasi el estado de las cosas lo permiteeldesarmar el barómetro y el filtro del comedorla maquinilla del caféuncalendario mecánicouna caja de música y otras maravillas que hay en elgabinete.
El temor de que su madre vuelva a casa antes de lo que debeobliga aMerto a hacer sus pesquisiciones sin el reposo que él desea; por lo cual lefalta el tino queen otro casotendría para manejarse con desembarazo.
Por de prontohay que quitar el fanal al reloj; y brega de aquíy brega deallá para conseguirlohácele tres pedazos. Contrariedad es ésta que ledesconcierta y desanima; pero uno de los pedazos es muy grandey acaso puedaservir todavía; esto le consuela bastante y le devuelve el ánimo paracontinuar la tarea.
Ya está descubierto el reloj. En el espejo que refleja su parte posteriorse ven cosas que se muevenamarillas y relucientes como el oro. Allí está elmisterio. Invierte la posición del aparato. Hay otro cristal delante de lasruedas... ¡Por vida de los inconvenientes! Pero el cristal tiene un resorte. Lacasualidad guía el dedo de Merto hasta el punto conveniente para queapretandoallíel resorte cumpla su cometido. El cristal se separade un brincoporsí sólo. ¡Oh delicia! allá dentro hay una como hebillita quese menea a un lado y a otro. Es preciso ver qué resistencia opone a su mano...¡Rich! Algo se ha rotoy el columpio cae sobre la consola. El tic-tacqueantes se oía lento y acompasadoahora es un redoble continuo; las agujasvuelan sobre la esferay el timbre parece que toca a rebato. Merto jurara quehay en aquella máquina algún demonio oculto que quiere denunciar su fechoríacon tanto ruido y campaneo; y presa de esta ideatapa aquíoprime allá ymete sus dedos y la punta de la vara donde quiera que sus ojos ven movimiento ysus oídos perciben sones. Al cabo oye Merto un chasquido metálico; luego un rischsssinterminablecomo ruido de puchero que se va sobre las brasas; ydespuésnada: todo ruido calla y todo movimiento cesa; parece que se ha muertoel relojy que su mal espíritu se ha hundido en el averno. Merto setranquiliza por lo que respecta al estrépito acusador que antes le asustaba;peroen cambiosiente delante de aquel aparato algo del miedo que infundensiempre los cadáveres.
Con ánimosin dudade borrar las huellas de su crimenvuelve el reloj asu primera postura; arrima el columpio a la pareda fin de que se vea desdeenfrente cual si estuviera colgado en su sitioaunque inmóvil; amontona lospedazos del fanal como su ingenio y su zozobra se lo permiten; y después deechar al conjunto una mirada desde la puertacomo supone él que podránecharla su madre o su amo cuando vuelvany de tranquilizarse no poco con lapruebaempuña de nuevo la verdascay se acerca de puntillas al gabinete.
Gedeónhombre de poco gusto artísticopero muy aficionado a rodearse decosas que le recreen la vista y le deleiten los sentidostiene su cuartoatestado de esos objetos mal llamados de arteque la industria ha derramado porel mundo.
Así se ven allíen brillantes colores sobre variedad de pastastodas lasdesnudeces más estimulantes de la mitología griegaen ménsulas y rinconerassin que les faltencomo salsa o acompañamientolos estuches de careyelbarquitoo junco filipinode especias ensartadas; los caracoles deChina y la tabaquera de coco. Sobre la mesa de escribir hay un tintero decristal esmeriladoque es una maravillay una salvadera de porcelanaprodigiode trasparencia y de color; y presidiéndolo todocomo santo en botica viejael busto de Balzacde tamaño naturalencima de una elegante papelera y entredos candelabros de alabastro y metal dorado.
Cuando a este vedado recinto se acerca Mertoabre con mucho pulso la puertay mira por la rendijilla resultante. Adonis sigue durmiendo. Puedeimpunementepartirle de un varazo.
Entray cierra la vidriera.
El ratonero no se mueve.
El tirano elige el sitio que más conviene a sus propósitosy toma susmedidas para que la varaantes de caer zumbando sobre el perropueda describirsin tropiezo el arco necesario.
La empuña por un extremo con las dos manosdespués de escupírselas;afírmase a su gusto sobre los pies; levanta los brazos hasta más atrás delcogotey... ¡zas!
Pero el ansia misma que tiene el granuja de deslomar al perrole hace perderel tinoy sólo le alcanza con la vara en la punta del rabo.
Al recibir el golpelanza Adonis un aullido de angustiade furor y desorpresa juntamentey da un salto nervioso e inconsciente que le eleva doscodos sobre el lecho en que acaso soñaba con la perra de sus pensamientos;después se encara con Mertoencorvado el lomola mirada ardiente yrechinantes los colmillos.
Mertoque no contaba con errar el golpenipor consiguientecon aquellaactitud amenazante de su enemigodesconciértase no pocoy comienza a sacudirpalos de ciego; es decirveinte en la alfombra y uno en Adonis.
Cuando éste parece convencido de que no puede meterse por debajo de la varay hacer presa en las pantorrillas de Mertoporque la vara no cesa un punto decimbrearseacude al recurso de ocultarse debajo de cada mueble; pero allí lepunzan y acribillansi afuera le vapuleaban; y no sabe cuál es peor. Despuéssalta sobre las sillas y sobre la cama; y la vara siempre detráso encima deél; pero la vara nunca pierde viajepues cuando no alcanza a Adonistumbacuanto halla al paso en rincones y paredes. Desde la camay no de un salto nisin llevar más de un varazo en el caminohuye el desventurado perro arefugiarse en la mesa de escribir; pero allá va también la varacon la cualparte Merto la salvaderacreyendo partir a Adonisquea su veztumba eltinteroque se despedaza en el sueloy pringa la alfombra después de haberpringado arriba libros y papeles.
Este estropicio aplaca un instante las iras del muchachoy le haceprorrumpir en una interjección brutal.
Adonisaprovechando aquel respiroquiere estudiar con algún sosiego unplan de defensa; y desde la mesa en que se halla abroquelado con un montón delibrosdirige en derredor miradas angustiosascomo preguntándose: «¿Endónde mil demonios me guareceré cuando este bárbaro me eche de aquí?» Perono ha habido tiempo ni para pensar la respuesta que se pidecuando ya tieneencima otro varazo. Entoncesdesatentadoarrójase a la papeleray seencarama en elladelante de Balzacporque detrás no cabecual si buscara elsagrado del arte y del ingenio por refugio. Pero aquel genízaro que lepersigueno se para en sensiblerías semejantes; y viéndole tan perfectamentedestacadole larga un verdascazo a la media vueltaque no solamente alcanza aAdonis a todo lo largosino que todavía le sobra otro tanto para Balzac y paralos candelabrosque vienen al suelo con el perroaquél desnucándosey loscandelabros haciéndose añicos.
El estrépito es horribley el desastre arranca al cerril muchachono yauna interjecciónsino una blasfemia.
Entonces parece fijarse por primera vez en las ruinas de que está cubiertoaquel campo de batalla; apodérase de pronto el susto de su ánimo; ysoltandola varaabre la puerta y huye a esconderse en su cuarto; en el cualdespuésde larga meditaciónno se le ocurre otra salida para el conflicto en que sehallaque meterse en la camahacerse el enfermo y echar la culpa de todo losucedido a Adonisqueentre tantose rasca las contusionesse relame loshocicos y gime temblorosocomo niño después de azotina.
- XIX -
Post nubila phoebus
Qué le sucede a Regla cuando vuelve a casay después de hallar en la camaa su hijoy de verle temblar en su presenciay de deducir de sus desatinadasrespuestas parte de la catástrofellega a conocer el resto por los cascos delgabinetepor la vara olvidada en él y hasta por los quejidos de Adonispuedeel lector presumirlo; y también suponery no errará en el supuestoquedespués de comparar a Merto con todos y cada uno de los demonios másconocidosy de llamar sobre su cabeza todas las maldiciones imaginableslecontunde el cuerpo con la vara mismaque nunca trabajó tanto como aquel díay le acribilla a pellizcosy le jaspea la cara a bofetonesy le estira mediopalmo las orejasentre varazo y denuesto.
Puede igualmente alcanzársele al propio lectorque Reglatras estedesahogo ferozecha a Merto de casaantes de que a ella torne su amoy laacusecon el diablejo delantede haber correspondido indignamente a suscondescendencias; pero lo que no se le alcanzará si yo no se lo digoes queReglaal proceder asíha calculado que se anticipa a cumplir los propósitosque le manifestaría Gedeónsi al conocer la catástrofe estuviera aún a sulado el autor de ella; que su amo ha de agradecerle este rasgo de previsión;que el olvido del pecado será tanto más pronto cuanto más lejos se halle delofendido el pecadory que hasta puede llegar el día en que el mismo Gedeónsolicite la vuelta del hijo revoltoso al lado de su madre.
Mertopuessin tiempo para secarse las lágrimas ni limpiarse los mocosvuelve a casa de los parientes con quienes antes vivió; y vuelve a escape y aempellones de su madreque no quiere encontrarse con su amo en el caminoporlas calles más extraviadas.
Regla deja a Merto entre sus parienteshasta nueva ordenno sin exigirlesla promesa de que en los primeros quince días le han de quitar el hambre apalos; y sin perder un sólo instante en ociosas amonestaciones a su hijovuelamás bien que correhacia su casa.
Pero su amo llega antes que ella.
Atónito se queda al entrar en su cuarto y contemplar los despedazadoscachivaches que apenas le dejan sitio donde poner la planta; y más se sorprendetodavía cuandoal llamar a Regla para que le dé explicaciones sobre aqueldesastreno halla quien le respondasi no es Adonis que gime y llora a sumodoy le abraza las piernasy le lame las manosy hace como si quisieraenseñarle las cordilleras de ronchas que le abruman el cuerpo debajo de laslanas.
-¡Merto!... ¿no es verdad? -exclama al fin Gedeónentre iracundo ytristefijando su vista en la de Adonis.
Y Adoniscual si comprendiera la preguntaalza más la cabeza; muévelaarriba y abajoladrando al mismo compáscomo si quisiera decir:
-Síseñor; ¡ese bribonazo ha sido quien me dio la paliza y rompió todoesto!
-¡Preciso es convenir -exclama Gedeóndándose por enterado-en que no sehabrían atrevido a tanto mis propios hijossi yo los tuviera!
En esto entra Regla en el gabinetedesencajada y compungida. Refiere a suamo lo que sabe del caso y lo que ha hecho con el causantellorando cuando debellorar y lamentándose cuando debe y como debe lamentarse; y como todo lo diceellay cuanto hay que hacer con el delincuente está ya hechoGedeón sólodespliega los labios para implorar un poco de misericordia para Mertoy reducira su madre a que renuncie a sus manifestados propósitos de marcharse de lacasaen castigoque ella misma se imponede su mala correspondencia a losfavores recibidos de un amo tan generoso y tan bueno.
Y con estoy no sé si con algo máspariente de ellose da por terminadoun incidente (como dicen en los Parlamentos)queen buena lógicadebíatumbar de espaldas a un hombre como Gedeónque se pone malo solamente conacordarse de los desafueros y tropelías que cometen en las casas los hijos defamiliacuando son de la edad de Merto.
Al otro díacuida mucho el complaciente amo de no apurar las fuerzas ni elespíritu de su criada con órdenes excesivas o con palabras secas. ¡Demasiadoacongojada está la pobre mujer con lo que le ha sucedido! ¡Ella que es tanatenta! ¡Ella que es tan delicada!... ¡y tan comedida!
Y comoal caboes madre de Mertoy por malo que éste sea debe quererlemuchotambién le pregunta por Merto.
Y como nada sabe Regla de él en los tres primeros díasal cuarto le ruegaGedeón que trate de saberloporque cabe en lo posible que el chico haya tomadosentimiento por lo que se le ha castigadoy llegue a adquirir unaenfermedad peligrosa. Después de todo¡qué diablo! por malo que sea unchicovale su vida... para su madrese entiendebastante más que los cuatromonigotes destrozados en su gabinete.
Mertoentre tantose halla en casa de sus parientestan sereno ydespreocupado como si jamás hubiera roto una cazuela; pero su madre se guardamucho de contárselo a su amo; antes le dicepor toda noticia de su hijoquesigue éste llorando el bien que ha perdido por su culpay cumpliendo la penamerecida que ella le ha impuesto.
-Pues si está arrepentido -dice Gedeón a Reglaantes de la semana-perdonémoslecon mil santosy que se vuelva otra vez acá. ¿Quién sabe sicon lo que ha pasado y algo que yo le digaponiéndome serioacabará dehacerse un modelo de chicos agradecidos y juiciosos?
Pero Regla sigue implacable.
-Nadie sabe como yo -respondecon todas las necesarias salvedades derespeto- lo que a ese chico le conviene.
Probablemente estará Regla en lo cierto.
Todas estas conversaciones tienen lugar durante la comida o el almuerzo deGedeóny por consiguientea las barbas de Adonis. ¡Y es de ver qué gestoshace el ratonero cada vez que el nombre del aborrecido rival llega a sus orejas!¡Y es de admirar cómo gime y se abate cuando la cara de su dueño no se frunceni amontona al hablar del pícaro que a él le deslomó!
Cualquiera pensaría que Adonis va leyendo en la fisonomía de Gedeón suspropósitos de perdonar al atrevidoy sus deseos de volver a traerle a su lado.
-¡La morcilla antes que esto! -debe pensar el ratonerosi tal lee.
- XX -
Un incidente
La escena representa otra vez el gabinete de Gedeón.
Éste se halla repantigado en la butaca contigua a la mesa de escribiryatusa las greñas de Adonis; el cual parece dormirsede gusto que le da elsuave manoseo de su amo.
Sí es lícito meternos donde no hacemos faltaconste también que Gedeónestá pensando en la cada vez más obstinada insistencia de su criada en notraer todavía a Merto a su lado.
Transcurre largo rato así.
Entra Regla con una carta en la mano; pónela en las de Gedeón; dícele quela ha subido la porteray se va.
Gedeón se fija en el sobre; frunce el entrecejo; apea de un revés a Adonisque exhala un débil gemido de sentimientocomo diría un novelista elegante;abre la cartay lee para sí lo siguientepero con la más desastrosaortografíaque yo no quiero copiar:
«Querido Gedeón. Como hace semana y media que no te veote escribo paradecirte que en cuanto recibas éstavengas a vermepues hay dos casos muygraves deque tengo que enterarte.
Tuya de corazónmás que nunca
Solita.»
Graves deben seren efectolos casos a que la firmante se refierecuandose atreve a molestarle con aquella misiva. Por largas que hayan sido susausenciasjamás se ha permitido Solita quebrantar las prevenciones que Gedeónle tiene hechas de no buscarle en su casa con esquelas ni con avisosy muchomenos con su persona.
Y entre lo de «¿qué será?» y lo de «¿qué no será?» vuelve a entrarRegla diciendo a su amo que hay a la puerta un hombre que desea hablarle.
Mas no bien lo ha dichoya está el hombre detrás de ella haciendoreverencias a Gedeón.
Es el tal un andrajosoen chancletas; con las barbas a medio crecery lasgreñasrudas y entrecanasdesgajándose de la cabezacomo si quisieranenredarse con las barbas queen demostración de que no huyen del enemigoinvasorcrecen rígidas cara arriba.
No es alto ni bajoni adusto ni risueño: tiene el cuerpo y la fisonomíayhasta el olorque tienen siempre los vicios inveterados y la falta absoluta devergüenza.
En el momento de encararse con Gedeón guarda en un agujerode los mil de suchalecouna punta de cigarro que retira de sus labios cárdenosmientrasderriba de su cabeza con la otra mano algo como gorra o cosa que lo parecedespués de haber sido sombrero.
-¿Qué busca V. aquí? -le pregunta Gedeón en tono duro y ademán airado.
-Entendí que esta señora al abrirme la puerta me mandaba pasar adelante; yeso he hecho -responde el hombre con voz cavernosa.
Siguen algunas réplicas y contrarréplicas entre los dos hombresy algunasdisculpas y protestas de la mujerde escasa importancia para el lector y demucha para mí si tuviera que escribirlas y comentarlaspor lo cual las suprimocon su venia; retírase al fin Reglay quédanse frente a frente los dospersonajes de esta escena.
-¡Conque es usted don Gedeón? -pregunta el haraposo.
-Lo soy ¿y qué? -responde el preguntadocon voz y gesto de repugnancia.
-¡Pues vengan esos cinco! -exclama el hombre de los andrajos. Y avanzaresuelto hacia Gedeón; yque quieras que nole coge una mano y se la estrujay resoba entre las dos suyas; y arrima a su caracontraída por el ascotodoel bardal de su cabeza y todas las cavernas hediondas ocultas por el bardal.
Gedeón consiguea duras penaslibrar su mano de aquella tenaza sucia; yhuye luego dos varas atrás con la butaca en que está sentado.
El hombreal mismo tiempotoma una sillala arrima a la butaca y se sientatambién.
-Pues yo soypara lo que usted guste mandarmeJudas Cerote -dice alsentarse. Y mientras aguarda la respuestaescupe en la alfombra y se limpia loshocicos con un pingajo que saca de otro pingajo de su chaqueta.
-¡Como si fuera usted Pentapolín de los Garamantas! -grita Gedeón hechouna lumbre y poniéndose de pie- ¿Qué es lo que viene usted buscando aquí?¡Pronto!
-¡Calmaamigo míocalma! -replica el otro con mucha sorna-que no es orotodo lo que reluceni en mi corporalidad son remiendos solamente lo que hay quever. El asunto que me aproxima a esta casano se manipula ni especificaechándome a mí a la calle sin oírme... Hágame usted la cortesía de tomarasiento otra vezcon toda franqueza... y permítame usted que amarguredigásmolo asíeste primer detrimento de las honradas hidalguías de micorazón que aquí me traen.
Y el llamado Judasal decir estohace como si se conmoviera.
-Mire ustedhombre -replica Gedeón dejándose caer en la butaca-: si mepromete usted concluir pronto lo que tiene que comunicarmesoy capaz hasta deescucharle sentado.
-De usted dependerá que yo finiquite en dos minutos.
-Pues vaya usted cumpliendo su promesa.
-Contal que no sea usted el que desee que se alargue la platicación.
-Fácil es eso.
-Pues ha de saber usteddon Gedeónque yo soy un artista verdaderamentedesgraciado; porque desgracia es para mí haber venido a luz en unos tiemposdigásmolo asíde menosprecio para el arte... ¡el arte que yo cultivaba conel entusiasmo de los juveniles años!...
-Siga ustedpero sin comentarios.
-No pude seguirmi señor don Gedeónpor lo mismo que yo era un verdaderoartista: no se me correspondía al tenor de mi trabajo; y antes que consentir yoen humillar el arte... ¡el arte que yo cultivaba con el entusiasmo de losjuveniles años! a la tiranía de los iznorantes y pusiláminesenvolví lavenerable herramienta de mis glorias en el honrado mandilpara que no lamenospreciara el sigloy me dediqué a la contemplacióndigásmolo asídela Naturaleza en sus manificencias y esplendoresúnico trabajo a que podíadedicarmefuera del arte... ¡del arte que yo cultivaba con el entusiasmo!...
-«De mis juveniles años.» Adelante.
-Esa es la palabra. ¡Cómo nos entendemosy hasta nos adivinamos lospensamientos! Estaba escritodon Gedeón.
-¿Cuál?
-Lo que pasa. Nacimos el uno para el otro. ¡Tenía que suceder!
-¿Quiere usted proseguirseñor... artista?
-Graciasmi respetable don Gedeónpor ese sufragiodigásmolo asíconmovedorque rinde usted a mis sentimientos. Prosigo. Este amordescomensurable que guardo en mi pecho a la patria Naturalezallévame a menudoa plazas y paseos para contemplar séase el firmamento estrelladoséase lasestrellas del firmamentoséase el sol de mediodíaséase el amanecer de lamañana. ¡Qué quiere usted! parece que el alma se me congratula en estascontemplacionesmaísimen si me hallo en la amena y dilatada compañía deotros artistas infortunadosque también renunciaron al arte... ¡al arte quecultivaban!...
-«Con el entusiasmo de sus juveniles años.» ¿No es esto?
-Cabalmenteseñor don Gedeóncabalmente... ¡Es admirable cómo secorresponden nuestras concomitancias respectivas!
-Menos en un puntoseñor Judas.
-¿En qué puntomi adorado don Gedeón?
-En que mi... «concomitancia» está deseando que acabe usted de hablaryla de usted se empeña en todo lo contrario.
-Es el carácterdon Gedeóny este sentimiento de mis entrañasqueparece desgarrarse de alegría cuando se halla en la ilustre sociedad de unhombre tan campechano como usted. Y ahora prosigo. Días hace que contemplaba yola estrella polar desde un rincón de una plazuelafuera de lo que podemosllamar casco de la ciudad... porque la ciudadamigo míode por sí no esquién para que en ella se explaye un espíritucontemplando séase elfirmamento estrellado...
-«Séase las estrellas del firmamento...»
-Séase el sol del mediodía.
-«O séase el amanecer de la mañana.»
-Peroseñor don Gedeónme deslumbra ya tanta concupiscencia depensamientosdigásmolo asíentre los dos.
-Es para ayudarle a usted a llegar pronto al fin de su discurso. Conque no medesaire usted en tan humanitarios propósitosseñor Judas.
-Muy señor mío y dueño: rendido a ese sentimientoespecifico así lo queme falta. Y digoque hallándome en la contemplación de la estrella polar hacedos nochesporque de noche era cuando yo la contemplabaembriagado digásmoloasíde ansias naturales del almaya la misma vezpresuimpuestando eltiempo en quea un buen volar por los airespodría yo avecindarme con elastroy aun si a mano vienepreguntándome por qué esa luz recalcitrante seapaga por el día y se enciende no más que por la nochecuando sépase ustedmi querido don Gedeónque pasa ella por delante de mí.
-¿La estrella polar?
-Noseñor... aunque bien pudiera serloy lo ha sido ya para algúnnavegante desafligido. Por una parte era su misma personalidad; por otra no loparecía. Pero ¿dónde verá el corazón paterno un pedazo de sus propiasentrañasque no clame por él y le abra su pecho enternecido? Entre si es o noes ellainvoco su nombre con ese acentodigásmolo asíde la eternidad deuna ausencia contada por años y determinada por la profundidad de los marescaudalosos. Entonces volvió su fisonomía la inocente paloma; y al conocer a sutierno padre... huyó con la mujer que la acompañaba. Pero yo la habíaconocido bien. Era ella; el pedazo de mi corazón; el sostén de mi ancianidad yel amparo de mis necesidades... ¡mi idolatrada Solita!
Al oír este nombreda Gedeón un salto en la butaca. Ni remotamente habíasospechadoel muy bolonioque semejante fin tuviera el laberíntico discursodel artista Judas.
Desconcertado como niño goloso a quien su madre sorprende robando losbizcochosno sabe qué cara poner al zapatero para disimular mejor la violenciaen que se halla su ánimo.
-De manera que usted es... -dicesin saber lo que se dicepero con la caramuy hoscacreyendo que con aquello sale mejor del compromiso.
-¡El padre de Solita!... es decirtu padre políticoque teabre sus tiernos brazos para estrecharte en ellos.
Y el elocuente artistaal responder asíse levanta de la sillay presentaa Gedeón todo el fardo de sus andrajos para que se arroje en ellos.
Pero Gedeón huye aterrado hasta la pared.
Entre tantoañade el remendónsin bajar sus brazos entreabiertos:
-Y perdónamehijo míosi he estado llamándote hasta aquí con lacircunflexión de usted. Yo te conocía; pero tú no tenías el honor deconocerme. No podía comportarse de otra manera mi naturaldigásmolo asírespetivo y atento.
Gedeón ya no oyeni veni entiende. Sobresaltado al saber que teníadelante al padre de Solitacuando oye a éste llamarle hijocree que lemuerden ratones y que le besan sapos y cucarachas. Aquello es un ascoy ademásuna ignominia. ¿Quién habrá puesto en manos del remendón el pico de la mantapara quetirando de élhaya llegado a descubrir el miserable lo que estabaocultoy sobre todolo que no estaba? Hay que averiguar eso a todo trance.
A este finrefrena Gedeón sus iras; ycon un esfuerzo supremo de lavoluntaddisimula también sus repugnancias; finge que toma a risa los extremosafectuosos del zapateroruégale que se sientey le pregunta qué es lo que teha inducido a creer en el parentesco a que se refiere.
El remendón se sientay continúa hablando así:
-Viendo que Solita me negaba la paternidado que no la conocíaseguí suspasosdeterminado a que no se escapara ya de mis visuales. Creyéndola yo enPuerto Rico¡cómo había de negar a mi corazón aquella voluntad decontemplarla de cerca! No sé las calles que corrí siguiéndola; y comosospeché que no quería declararme su domiciliohicedigásmolo asíde vezen cuandorecatación de mi persona; de este modo descubrí casa y piso. Llaméa la puerta. Clamar en desiertoGedeón. Pero yo no podíapaternalmentevolver atrás. Y repetí el llamamiento. Ya los vecinos de la escalera mehabían oído todosy hasta se apiadaban de mírogándome que callaraytodavía a la infeliz no había llegado el amoroso machaqueo de su padre. Pero¡qué hija es sorda a la voz enternecida del anciano que la ha dado el sercorporal!... Solita me recibió en sus brazos a la media hora de llamarla yo alos míos. Pero la había dejado sirvienta puramentey me la encontraba dueñay señora de su casa. Era esto ¿no es verdadGedeón? motivo de una pláticadigásmolo asíaclaratoria y explicativa. En esa plática supe de sus tiernoslabios que había contraído nupcias mayores en Puerto Ricopero que habíaprometido a su adorado esposo guardar el secreto de ellas hasta que fuera díade clarificarse a la luz del sol. -Cumplió después con su anciano padre encuanto a finezas generosas de presente; pero su padre no cumplía con su augustodeber sólo con eso. Ocurrióseme ir a tomar luces de todo a la casa en queconoció a la familia que la llevó a Puerto Rico... ¡Ayqué señora aquellaGedeón! ¡Qué virtud la suya tan boyantedigásmolo asíy tan concluyente!¡Y qué claridez la de su sentido! Media palabra no más la declaró mi finezay en el acto me plantó sobre la pista... Y como yo tampoco menosprecio lasbuenas protecciones que se me dansiguiendo los apuntes de tan refulgenteseñorahe llegado hasta aquí sin tropiezo...
-Y ¿qué más? -pregunta Gedeóna punto ya de estallar como una bomba.
-Que no contrincándose el dictamen de esa señora más que en lo del viaje aPuerto Ricoviaje que resultadigásmolo asífracasadocon lo dicho porSolitasucede que tú eres el enlazado en secreto con ellay que yo soyvuestro padre que os bendicey viene a estrecharte entre sus brazos...
-¡Y qué más!
-Y al mismo tiempoa decirte: Gedeónel brillo y el buen ver entra pormucho en la longanimidad de las familias; mira túhombre opíparoa tu padrepolítico ultrajado por los años y las ingratitudes del siglo; si has deregocijarte en él y en sus ancianos cabellosvístele y agasájale con qué sealimente y dé a sus arrugas venerables el resplandordigásmolo asíde loshombres acomodados y eminentes.
-¿Nada más? Con franqueza... dígamelo usted!
-¡Ohhijo descomunal y esplendoroso! ¡Bien decía yo que se adivinabannuestras concupiscencias! Pues ya que no se harta tu corazón de desocuparse enel míosábete que no me vendría mal otro auxilio para finiquitar algunasdeudas que hoy me cierran las puertas del sustento corporaly hasta las delnecesario descanso.
-Y ¿nada más?
-Por ahora...
-Pues escucha ¡zapatero vilremendón indecente! -grita Gedeón con losojos fuera de sus órbitasy los puños crispados: -ni yo te he paridoniconozco a tu hijani quiero conocer a esa otra bribona que aquí te envía; nime he casado nuncani me casaré en mi vida; ni tengo obligación de escuchartelo que me has contadoni paciencia para oírte otra palabra más.
-Pues si usted no me conoceni conoce a Solita -dice Judas entre admirado ymalicioso-¿de qué sabe usted que yo soy zapaterosi yo no se lo he dicho?
-Lo sé -replica Gedeón algo desconcertadopero no menos furioso-porque... ¡porque lo huelo! ¡porque tú no puedes ser otra cosa!
Al mismo tiempo saca de su bolsillo unas monedas de platayarrojándolassobre la mesaañade:
-Si es eso lo que venías buscando para emborrachartetómalocon tal quete largues; y cuida de no probar en otra parte este sistema de sacar dinero;pues no todos tendrán la paciencia que he tenido yo.
El zapatero se abalanza con mal disimulada avidez a las monedas; y mientraslas hunde en uno de los abismos de su chalecodice fingiéndose conmovido:
-Las recojono por lo que valen en su prosapia metálicasino por la manogenerosa que me las ofrece como prenda de un fino genial de estimación. Perocréemehijo de mis entrañasllevo clavado en ellascomo un puñalinclementela rigurosidad de tus palabras a un padre tierno queal darte susbrazos amorososquería decirte: «arrójate en ellos con la frente muy altaque son el apoyo de una familia ilustreperseguidadigásmolo asípor lahediondez de la miseria...»
Mientras el zapatero se enreda en estas nuevas declamacionesGedeón llama aRegla; y cuando la tiene delantela dice en tono firme y con ademán resuelto:
-Enseñe usted la puerta a este hombre.
-¡Son cuentas de familiaseñora! -dice Judas a Regla cuando la ve a suladoy mirándola con cierto desdén.
En seguida se vuelve a Gedeón y le dice a media vozpero trémulo eiracundo:
-¡Te perdonohijo ingrato... y nos veremos!
Después sale detrás de Reglachancleteando con los pies y requiriendo lospingajos de su vestido.
Cuando Regla cierra la puerta de la escaleraGedeónque se ha colocado ados pasos de ellala dice:
-¿Has visto a ese hombre?... ¿Le recuerdas bien?... Pues el día en que élvuelva a entrar por ahísales tú por el balcón.
En seguida se encierra en su gabinetey bufa y patea.
En su conceptola historia contada por el zapatero ha sido compuesta por suhijao de acuerdo con ella.
Quiere amenazarle con aquella afrenta constantepara reducirle mejor a lospropósitos que ha tenido el atrevimiento de manifestarle muchas veces.¡Insensata! ¡Y a tanto se atreve cuando ya no le queda un sólo atractivo conqué justificar el oprobio que se le quiere imponer! ¡Cuando está deseando éluna disculpa para deshacerse de ese grillete que le amarra y le desuella! Perobien mirado¿qué mejor ocasión que ésta para sacudirse las pulgas? Ahora onunca... No la dejará en la calle abandonada; cumpliráen tan grave trancecomo quien es; pero romperá toda conexión con ellay quedará tan libre de supeso como estaba antes de conocerla.
Y así pensandovístese acelerado y sale hacia la calleabotonándose elchaleco en la escalera y haciendo en el portal el nudo de la corbata.
- XXI -
De escalera abajo
No habrá dado muchos pasos Gedeón fuera de su casacuando Regla estábajando al portal.
Tiénela muy sobresaltada algo que pasa bien cerca de elladesde que tomóde manos de la portera la carta que puso en las de Gedeón. Aunque no es granpendolistasóbranla ojos para distinguir a una mujer en la letra de unsobrescrito; y mujer esen su conceptoquien trazó los garabatos de aquelsobre.
En cuanto al hombre que se coló tras ella en el gabinetetambién le pareceque es bastante más que un andrajoso vulgar que se mete por la primera puertaque halla a medio cerrar. A éstos se les da una limosna o un bufidoy se lesplanta en la escaleraacto continuo; pero el andrajoso que acaba de salir escosa muy distinta. Hablaba recio al despedirsedespués de haber hablado largorato con su amo; y el furor de ésteal arrojarle del gabineteno se parece ennada al que produce en una persona decente un hombre entremetido y sineducación. Qué hay en la carta y qué en el haraposono lo sabe ella; perohay algo grave; tan graveque ha sido causa de que su amo salga a la callehecho un basilisco. Y ¿quién trajo la carta y se la entregó a la portera?¿Por qué éstao su maridodejó subir al haraposo? ¿Qué les dijo paraconseguirlo? Hay que averiguar todo estopor de pronto.
Con tal intento baja la escaleraaunque quizá se figura que no le mueveotro que endosar al portero la amenaza que le dirigió a ella su amo al despediral hombre de los andrajos.
El portero es otro remendónpero que no se llama artista; y por eso sacadel oficio un mendrugo cada día. No es muy habladorporque en nada esvehemente; y lo prueba que menea la herramienta al compás del ¡TristeChactas! desde que se ciñe el mandil hasta que se le quita; lo cual estanto como decir que de sol a sol dura la sonata.
Peroen cambiosu mujeraguadora y recadista de toda la vecindades unargadillo y una cotorra.
Como los unos bracea y como las otras charla delante de su marido cuandollega Regla al portal.
-¡Ayseñora Regla -la dice encarándose con ella-qué hombres tandejados de la mano de Dios y tan comprometedores de las familias de bien!
-¿Qué pasaseñora Rita?
-Las iniquidades del almacomo quien dice.
-Pues ¡cómo ha de ser!
-De otra manera muy diferenteseñora Regla... Por algo los dedos de la manono son iguales. El hombre de biena sus quehaceres; el malhechora la cárcel.Cada uno en su casa y Dios en la de todos.
-Y así debiera serseñora Rita; pero si no lo es ¿qué vamos a hacerle?
-Pues al tenor de ello hablaba yo ahora mismo con este bendito de Simónquees un palomo sin hiel y no se escandaliza de nada.
-Pues más vale asíseñora Rita.
-Pero con su cuenta y razónseñora Regla... No me digan a mí que cuandolas osadías andan por el mundo sin trabas ni bozaldeben los hombres honradosponerlas puente de plata y cubierto a la mesa... ¿No fuera mejor echarlassolimán de lo fino?
-También es verdad eso... ¿no le parece a usted asítío Simón?
-¡Cuán raaa... apida ha sido!... -canturrea éste al oír la preguntamientras da los dos últimos estirones de cabo a una puntada. y no dice más.
-Este bendito de Dios -añade su mujer-con la sinfonía de siempre. NiCristo pasó de la cruzni él pasará de la sonata en los días de la vida...bien que mejor quiero verle emperrado en ellaque dado a Barrabáscomo elotro desalmado que acaba de salir.
-Pues de ese hombre venía yo a hablar con ustedes.
-Hable ustedseñora Reglahable ustedque todo será poco para lo quemerecepor lo que echa por aquella boca de Satanás.
-Yoseñora Ritasólo tengo que decir que por ningún motivo le dejenustedes entrar por esa puerta. Así me lo ha encargado el señor.
-Y será medida su palabra... Bien sabe Dios que si una vez pisó esasescalerasno fue sin que yo se lo reprendiera a mi marido. «¡MiraSimónque ese hombre es un puro embrollo y una pura desvergüenza! Mira que te va acomprometer... bien conocido le tienes ya...» -Porque Simón le conoceseñoraRegla... ¡como que aprendieron juntos el oficio! Pero Simónen buena hora lodigaes un hombre trabajador y de su casay al otro no tiene el diablo pordónde desecharle.
A todo estoel tío Simón continúa refunfuñando su canción sempiternaybregando con la bigotera que está echando a un borceguí.
-Pero ¿qué pasó con ese hombreal fin y al cabo? -pregunta Regla.
-Primeramente -responde la señora Rita-ese hombre es un borracho que matóa su infeliz mujer a palos y a pesadumbresy dejó el oficio para vivir... yono sé de qué... Él dice que de lo que le pasa una hija que huyó de su casasiendo una criatura... ¡vaya usted a saberloseñora Regla! El caso es quehace una hora se presentó aquí con su poca vergüenzay preguntó por el amocon un aquel y un qué sé yocomo si toda la vida hubieran comido juntos.Dijímosle que no estaba en casay queaunque estuvierasería lo mismo paraélporque no le recibiría... ¡Ayseñora Reglaen mala hora yo tal dije!¡Qué ponerme de cosazas y menosprecios el deslenguado!... Como que yo estabaviendo cuándo era el instante en que Simón se quitaba el tirapié... Porqueaquí donde usted lo veseñora Reglacuando se enfada hay que conjurarle comoa las tormentas... Pues¿no se atrevió el sinvergüenza a decirme que miraramucho lo que hablaba con élporque podía hacerme y acontecermemotivado aque don Gedeón era... (¡el Señor no se ofenda de lo que voy a decir!)...parienteseñora Reglapariente muy cercano suyo? ¡ha visto usted!... y quele había mandado llamar por persona que podía hacerlo; y que por eso veníayque si lo dudábamos le acompañaría quién que mandaba aquí más quetodos nosotrosy... ¡san Crispín unigénito no me oiga!... más que el amoseñora Regla... más que el amo... Yamiga de Diostanto dijo y fachendeóytanto nos rompió la cabeza con fanfarriasque Simón dijo «allá te arreglesy con él te veas..» Y entre que «esto no me parece bien»y lo otro de«puede que tenga razón»y yo que «no puede tenerla nunca un hombre comoése»y este otro que «más gordas se han visto»el pícaro fue subiendo; ycuando quisimos reparar en élya estaba arribasi es que no adentro... ¡Peroal bajar fue ella! ¿No es verdadSimón? ¡Qué humosqué pomposidades yqué sonar dinero en las faltriqueras! ¡Qué querer convidar a este inocentenada menos que a la fonday ofrecerme a mí un mantón de ocho puntas y unacofia con encajes!.. Mire ustedseñora Reglaesto me incomodó muchoporqueparecía burla... Luego bajó el amohace un instantey se descubrió elpastel. ¡Qué cara traía el bendito señory con qué rejo nos encargó queperniquebráramos al insolente antes que dejarle entrar aquí! Para mi cuentayDios me lo perdone si me equivocoaquel dinero que sonaba lo robó en elpiso...
Reglaque de todo este fárrago no pierde palabra que sea utilizable a suspropósitosinterrumpe a la señora Rita para preguntarla:
-¿Y dice usted que tiene una hija?
-¿Quién... el amo?
-Nomujerese perdido.
-¡Ah! sí... Lo decía antes de darse tanto lustre. AhoraDios sabe lo quedirá.
-¿Luego usted no la conoce?
-Como al día en que me he de morir.
-¿Ni usted tampocotío Simón?
-¡... de mi diiiii... cha!
-Digo si conoce usted a la hija de ese hombre!
-Yo no conozco más que mi obligaciónseñora Regla.
-Antes que él -continúa ésta-creo que vino una carta...
-Pues por eso decía yo a Simón -replica la señora Rita-antes de bajarustedque hay días que ni buscados con un candil... Vino una cartasíseñora.
-¿Quién la trajo?
-Una jovenzuela. «¿Vive aquí don Gedeón?» preguntó muy relamida.«Aquí viveen el primero»la respondí muy atenta. «¿Se le ofrece a ustedalgo?» «Déle usted esta carta»me replicó con el hocico muy plegadocomosi fuéramos aquí gente de chanfaina. «¿Tiene contestación?» volví apreguntar al tomarla... porque me parece a mí que esto es de cortesíaparasi acaso decirla: «Pase usted adelantetome usted asiento mientras bajo.»Pues nadaseñora Regla: me volvió la espalda sin decir «por ahí tepudras»y se largóla muy descortés.
-Y esa joven -pregunta Regla con evidente curiosidad-¿qué aire tenía?¿Eracomo quien dicepersona decente?
-¡Calle ustedpor el amor de Dios! Una atropella-platos como otracualquiera.
-¿Y nada más la dijo a usted?
-¡Y qué más había de decirme! ¡Podía haberse atrevido a mayoresla muyremilgada! ¡Nopor vida mía! Pobre sí; pero a saber guardar mi puestomeganan pocas.
-De maneraseñora Ritaquecomo usted diceel día ha sido aprovechado:primerouna joven con una carta para el amoy despuésun andrajoso que diceque es pariente de él; que sube a hablarle y que baja de la visita sonandomucho dinero en el bolsillo.
-Cabales.
-Pues eso se ve todos los díasseñora Rita.
-No en los míosseñora Regla; y eso que los arrastro bien por el mundo ysobre buenas alfombrasaunque me esté mal el decirlo; que para eso sirvo amuchos... Pero aunque se vierayo digo que no debía verse nunca de eso.
-Pues para que no se vea aquí máshe dado yo a ustedes el encargo quetambién acaba de darles el amosegún me dicen... Y con estome vuelvoarriba...
-Vuélvase ustedseñora Reglay vuélvase usted en la cuenta de que esehombre no pisará más este portal... Y diga ustedsi viene otra carta¿tampoco la recibo?
-Esa sí -contesta Regla con vehemencia.- Reciba usted cuantas venganyentréguemelas a mí.
-¿Aunque sean para el amo?
-Para dárselas yo a élalma de Dios.
-Eso es otra cosa.
-Adiósseñora Rita.
-Adiósseñora Regla.
Cuando ésta pone el pie sobre el primer escalónllámala el filarmónicozapatero.
-Señora Regla -la dice con mucha parsimoniaquitándose las gafas yvolviendo la cara hacia ella: -Yo hablo poco ¿está usted?... y cuando con lopoco que hablo no me entiende ¿está usted?...el que se empeña en meterse¿está usted?... donde no le llaman... y contra mi gustoagarro el tirapié¿estamos?... y en seguida me hago respetar ¿está usted?... De modo que pisarese hombre las escaleras que usted pisa ahora ¿está usted?... es tanto comodecir que Simón ha muerto ¿está usted?... Pues no digo más.
-Y es bastantetío Simón.
-Y como lo dice lo hace el inocentecréalo usted.
-Hasta luegoseñora Regla.
Volando sube ésta al pisoy de dos voleos se echa el manto sobre la cabeza.
-¡Se me va de entre las manos! -murmura mientras se le arregla y anda. -Hayque atarle con cuanto esté al alcance de las mías.
Y echa escalera abajo.
Deja a los porteros la llave del pisocomo acostumbra en ausencias de suamopor si éste vuelve antes que ella; y sale del portal sin hacer caso de laseñora Rita que quiere detenerla para hablar un rato.
- XXII -
Otro incidente más grave
Solita no cesa de mirar a la calle por las vidrieras del balcóncomo hacequien espera con ansia a una personao quien teme que llegue otra que no debellegar.
No puede ser de las últimas la queal cabocolumbrasegún la prisa quese da a salir a la salatumbarse con languidez en una butaca y dar a lospliegues de su falda y a cuanto cuelga en su doméstico arreola caída y elaire que corresponden a la palidez de su semblante... porque es de advertir quesu semblante está mucho más pálido y ojeroso que de costumbre.
Cuando oye abrir la puerta de la escaleradeja caer la cabeza sobre unamanoy el otro brazo fuera del correspondiente de la butaca.
En esta guisa la halla Gedeónque eraa no dudarla persona esperada yvista por Solita.
Pero lo que Solita no esperaba y ve ahora por las rendijas de su manoes queGedeón viene echando lumbre y veneno por todos los agujeros de su cara.
Aquel hombre es una botica que arde.
No se sientase derrumba delante de Solita; y al derrumbarserechina labutaca y cruje el pavimento; el sombrero que se arranca de la cabezano lecolocale estrella en el sofá; y al cruzar sus piernasparece que trata deromper la una contra la otra.
-¿Recibiste mi carta? -le pregunta Solitasin levantar la cabezacon vozlánguidamuy lánguidadespués que observa que el recién venidoaunquebufa muchono rompe a hablar.
-¡Sí! -responde Gedeón con un bramido huracanado-. Recibí tu carta... ¡yalgo más que tu carta!
-Me atreví a escribirte porque hace tres semanas que no te veoy el casoera urgente.
Después de decir esto con la misma voz lánguida y apagadallévase unamano a la gargantacomo si se le atravesara allí algo que le produjera bascas;mira a Gedeón con ojos tiernosy reclina todo su busto en el respaldo de labutaca.
-¿Conque es urgente el caso? -exclama Gedeón con la sorna de un mastíncuando enseña los dientes- Y ¿cuál es el caso?
-Uno de ellosel que yo me temíaGedeón. Anteanochesaliendo a tomar elaireporque ahora necesito tomar el aire muy a menudome encontrécon... mi padre.
-¡Adelante!
-Me extraña la poca sorpresa que te causa la noticia...
-¡Adelante!
-¡Jesúsqué suave te vas volviendo!
-¡AdelanteSolita! ¡adelantey déjame a mí en paz!
-Como tú quieras... Híceme la desconocida cuando me llamó por mi nombreyhasta quise desorientarle metiéndome por las calles más extraviadas; perodebió seguirme los pasosporque cuando me creía libre de él en mi casacomenzó a llamar a la puertay con tanta furia al ver que no le respondíanque los vecinos salieron asustados a la escalera. Entoncespor evitar unescándaloabrí. Entró; y como no le podía decir que estaba yo sirviendo enesta casapues desde mi vestido hasta la soledad que reina en ella le probabantodo lo contrarioocurrióseme decirle que me había casado en Puerto Ricopero en secretoy que había venido a España en el último vapor a esperar ami marido que llegaría tan pronto como las cosas le permitieran publicar elcasamiento... ¡qué sé yo lo que inventé por el estilo! y a mayorabundamientole di cuanto dinero podía darle en aquel instante. Pareciólebien la dádivapero no la historia; y prometiéndome enterarse de ella más afondoy hacerme otras visitasse marchó. No he vuelto a verley esto queríadecirte para tu gobierno.
-¿Has concluido? -pregúntala Gedeónenronquecido por la ira y eldespecho.
-No tengo más que decirte sobre este asunto -responde Solitacada vez máslánguida y sentimental.
-Pues bien -exclama el otro como estallan los pellejos muy infladosa pocoque se los apriete-yoen cambiotengo que contarte a ti que el zapateroinmundoque el remendón miserableque el sinvergüenza de tu padreha estadoen mi casa... ¡y ha querido abrazarme! ¡y me ha llamado hijo suyo!... ¿looyes bien? ¡hijo suyo!... ¿lo oyes bien? ¡hijo suyo!... ¡y me ha tuteado....¡y he tenido también que darle dinero para taparle la bocaya que no podíataparle el resuello con pólvora y solimán!
-¡Mi padre en tu casa! Pero¿quién le guió allá? -dijo Solita dejandolos dengues y dando a su voz y a su fisonomía tal aire de sinceridadque elmismo Gedeón no se atreve a dudar de ella.
-Por lo vistola víbora de doña Ambrosiaa quien el condenado fueconinfeliz ocurrencia para mía pedir antecedentes del caso. ¡Figúratesi se habrá regodeado la pícara buscándonos las huellas!
-¡Pero es una infamia eso!
-Será lo que tú quieras... De cualquier modohay que tomar sobre ello unaresolución heroica. ¡Yo no puedo quedar ligado a la ignominia de esehombre!...
-Ciérrale la puerta... hazte el desconocido.
-Me he hecho el desconocido y le he cerrado la puerta; pero volverá a llamara ellay me perseguiráy será mi sombra de díay mi pesadilla de noche.¡Qué horror!
-¡No es para tantohombre! ¡En qué poca agua te ahogas!
-¡Poca... cuando me cubre con más de un palmono el aguasino la pringuede la zapatería!
-¡Y vuelta al zapatero! Pues ¡qué caramba! ya sabías que lo era cuando teacercaste a su hija.
-¡Sólo falta ya que tú le defiendas!
-No le defiendo; pero al cabo es mi padre...
-Es decirque siendo yo el descalabradotratas de ponerte tú la venda.
-Yo trato de poner las cosas en su puntoy nada más.
-Pues precisamente vengo yo a eso: a poner las cosas en su puntoy aponerlas en seguida.
-Pues tú dirás...
-Antes tienes tú que decirmepor si también es de las partidas que debenfigurar en la liquidacióncuál es el otro caso grave de que tienes quehablarme.
Aquí languidece de nuevo Solita; y como si de pronto olvidara todos lospuntillos que tiene pendientes con Gedeónmírale con los ojos casi en blanco;sonríele medio ruborosay exclamaa vueltas de algunos toques de mímicasentimental:
-¡AyGedeón! ¡qué ocasión más providencial para dar al olvidoresentimientos de vicio y quejas de tres al cuarto!
-Pues qué ¿nos ha tocado la lotería?
-¡Síamado Gedeóny el premio gordo!...
-¿Quieres hacer el favor de no bromearteSolitay acabar pronto deresponderme?
-¿Tan de prisa estás?
-¡Muy de prisa!
-¡Ingrato!
-¡Solita!... déjame de sensiblerías ridículasy piensa que es de muydistinto género lo que tienes que oírdespués que me respondas a lo que tehe preguntado.
-No temo la amenazaGedeón; porque después que yo te diga dos palabrastrocaránse en mieles tus amargurasy en mansedumbre tus furores.
-Ya tardas en decírmelas; pero dímelas en crudo y sin esos jarabes que meempalagan.
-Voy a decírtelas¡ingrato!... pero al oído: quiero que ni el aire seentere de ellas antes que tu corazón.
Dicho estose levanta Solita hecha un caramelopero un caramelo blando quese cimbrea y se escurre; acércase a Gedeón; enlázale con sus brazos; arrima asu oído la bocay permanece así dos segundos.
De repente da Gedeón un saltoy lanza un rugido espantoso; y al caer en elsuelodespués de haber tenido cerca del techo la cabezaoprímesela con lasmanos crispadasy comienza a exclamar con voz rabiosa:
-¡Ábretetierray trágame... una vez!... ¡dos veces!... ¡diezveces!... ¡mil veces!... ¡y vuelve a escupirme a la luz!... ¡y vuelve atragarme!... ¡por sandio!... ¡por estúpido!... ¡por ridículo!... ¡Yo debípreverlo!... ¡y no lo he previsto!... ¡yo debí... no haber nacidopara noverme en estos trances afrentosos!
Y esto dichoy algo más que no copioy mientras Solita lo oye con la bocaabierta después de haber estado a pique de caer de espaldas al saltar de labutaca Gedeóntoma éste el sombrerohunde en él casi toda la cabezaysaleo más bienhuye de la casa como si llevara un incendio debajo de lalevita.
- XXIII -
El tercer incidente
Cuando baja la escaleraparece un peñón que se desgaja y rueda al abismo;tal salta de tres en tres los peldaños; y aquí tropiezay allí vacilaymás allá resbala; y a sus golpes crujen los tablones y tiembla la balaustrada.
Así llega al portal; ysin pisarle más que una vezquiere avanzar hastala acera; y para conseguirloha sacado ya la pierna fuera del batiente; perootro hombre va a meter la suya al mismo tiempo y por el mismo lado de la puerta;de modo que el que entra y el que sale chocan como dos carnerosy con talímpetuque el uno retrocede hasta la escalera y el otro hasta el medio de lacalle.
-¡Bruto! -ruge el de adentro.
-¡Animal! -exclama el de afuera.
Y cada uno se tapa y oprime la cara con las manos para mitigar un poco eldolor del testerazo que le ha correspondido.
El primero que se descubre es Gedeónqueal fijar su vista en el de lacalletodavía tanteándose cabizbajo los chichonesconoce en él a su amigoHerodes.
-¡Conque eras tú! -exclama admirado.
-¡Gedeón! -responde Herodes al oír la voz de su camaradamirándole ahurtadillas y con señales de sobresaltoa causasin dudade la impresiónque hace la luz en sus ojosaún doloridos por el golpe. -¿De dónde diablosbajabas tan de prisa?
-¡De arriba! -contesta Gedeónpalpándose la frente-. Y a ti ¿quédemonios se te pierde en esta casa? ¿Qué casualidad nos reúne aquí?
-Iba a subir.
-¡Ya! pero ¿a qué?
-A... hacer una visita.
-¡Visitas túy en una casa tan extraviada!
-¿No las haces tú también en ella?
-¡Es verdadhombre!
-¡Menudo coscorrón me has dado!
-¡No le recibí yo más flojo!... Ya habrás notadopor el que te diquevoy algo de prisa.
-En efecto.
-Pues excúsame de cumplimientos; alíviatey adiós.
-Lo mismo digo. Hasta la vista.
Y Gedeón echa calle abajocomo alma que lleva el diablo; y acaso no seaexagerada la comparación.
Herodesdespués de permanecer unos instantes en el portalsaca con cautelasu cabeza fuera de la puertay sigue con la vista al que se aleja: y ¡extrañacuriosidad! cuando éste ha doblado la esquinallega hasta ella el otroy conlas mismas precauciones de antesmírale desde allí cómo se interna en otracallejuela; y ¡capricho más pueril todavía! se va tras élcomo si quisieracontarle los pasos. Así le escolta hasta verle salir del barrio; y sóloentonces se resuelve a volver atrás. Llega de nuevo al portal de Solita; y comosi ya no se acordara del testerazoarréglase un poco la corbata y echaescalera arriba con aire tranquilo y reposado.
Entre tantoGedeón llega también a su casa; se encierra en su gabineteycomienza a dar vueltas en élcomo tigre en jaula.
Su cabeza es un volcán en que hierveny se oprimeny se mezclan y serevuelven las ideas; ideas que le escaldan y le contunden el cerebro; porqueala vez que lava abrasadorason marea que avanza y retrocedey muge y aporrea.
Lo que Solita ha confiado a su oído no son palabrases una cadena depresidiario que le amarra a élpor toda la vidaa la hija del remendón... Yano es libre; ya no puede tener ni la esperanza de serlocomo la tenía pocashoras antescuando iba resuelto a liquidar las cuentas de sus debilidades conSolita. ¡Qué adelantaría ya con realizar estos propósitos... si le quedaba lootro por liquidar! Y lo otro es todo lo más abominable que puedaproceder de Solitay además Solita entera y verdaderay ademásel zapaterocon más hondas raíces a la puerta de su casaamenazándole con sus harapos ysu parentesco. Y de esto puede alejarsepero no desprenderse; porque ¿adóndeirá que no lo veao que no lo oigaa lo menos? Y verlo u oírlo¿no esestar ligado a ello? Será la cadena más o menos larga; pero siempre serácadenaa cuyo extremo estará amarrado élgirandocomo bestia en hipódromoalrededor de un centro de mamarrachos y de ignominias.
Cuando estas y otras y otras ideasno más risueñas ni sosegadashanbatido con furia todos los rincones de su cráneo; después que de aquellatempestad bravía sólo queda la espuma de sus amarguras sobrenadandoseñal deque las ideas han vuelto a su nivel acostumbradola razón comienza a veralguna claridad por las rendijas de la bruma que se rasga y va desapareciendo enjirones por el horizonte. Entoncesy sólo entoncesadvierte que en elencuentro que tuvo con Herodes puede haber de curioso algo más que el mutuocoscorrón que ambos se dieron. ¿Qué buscaba allí aquel hombreprecisamentea la hora en que Gedeón nunca había entrado en aquella casa hasta ese día?¿Y qué buscaba en un barrio tan extraviadoy en una casa cuyos vecinos todossegún confesión de Solitala miran a ella con menosprecioseñal evidente deque todos son honrados? Y siendo todos honrados¿cómo puede tratarse conninguno de ellos un hombre que no comunica con la humanidad más que por el ladode las mujeres que sean livianas y corrompidas? ¿Y en qué mujer de las deaquella vecindad se pueden sospecharcon algún fundamentoconexiones con elimpudente solterón?... ¡Será posible que el hombre que más esfuerzos hahecho para separarle a él de la buena sendase atreva a tanto!... Y ¿por quéno? Quien se burla de los afectos más puros y de los sentimientos máshonrados¿por qué no ha de burlarse de un camarada de vicios yliviandades?... Pero aunque él llegara a intentarloSolita le rechazaría...Y¿por qué ha de rechazarle Solita? Si la mujer propiasi la mujer unida aun hombre ante los altares de Diossegún las doctrinas del mismo Gedeónfalta a sus juramentosy quebranta sus deberesy mancilla el honor de sumarido¿por qué no ha de sucumbir la obra de las tinieblas y del vicio? Quienha sucumbido a las ofertas de un amante¿por qué ha de resistirse a lasdádivas de otro? ¿Qué más da Gedeón que cualquiera de sus amigos? AdemásSolita se quejano sin fundamentode que Gedeón la tiene medio abandonada;pues así como él busca lejos de ella remedio para el hastío que le matalejos de él buscará ella el consuelo para la soledad en que vive. Cierto esque Solita debe a Gedeón lo que le cuestaen dinerosu vida de señora de sucasa; pero ¿no le debe nada Gedeón a Solita? ¿Nada valen en el mercado delmundo la honra y la libertad de una mujerúnica hacienda que Solita poseía yha sacrificado a Gedeón? Por este lado pagados están ambos también. ¡Peropor el otro!... ¡Vamoseso sería inicuo!... ¡En semejantescircunstancias!... ¡Hacerle a él cargar con!... ¡Horrormil veces!...
Perodespués de todo¿qué ha sucedido para tales imaginaciones?... Nadao poco menos: un encuentro de dos hombres en el portal de una casa. ¿No se veesto cada día y en cada calle?...
Mas aunque se veay nada grave haya que temer con fundamento¿no esbastante lo que ya está sucediendo? ¿No es hasta demasiado que élun hombrecomo éllibre como élemancipado como él de todas las «miserias delhogar»de todas las «inmundicias del matrimonio»esté en aquel instante...celoso... ¡síseñorceloso!... y por una fregatrizhija de un remendónborracho y sinvergüenza; por una mujer a quien no amay de cuya compañíahuye delante de la gentecomo se huye de lo que mancha y desdora?
¡Ohqué razón tenía el médico! No basta romper los lazos de la familiapara verse un hombre exento de los pesares que teme en ellay de otros muchosmás.
Y así batallandoquiere volver a casa de Solita por si aún está en ellael inicuo amigo; pero luego reflexiona que no será éste tan necio quehabiéndole hallado a él en el portalpermanezca al lado de la infame tanlargo rato.
Después torna a encontrar descabellados sus recelosy se tranquilizaencomendando al tiempo y a una prudente vigilancia la solución de sus dudas...
-Porque ¡tendría que ver -concluye- que un hombre como yodiera unacampanada de ésasy la diera en falso!
- XXIV -
Lo que era de esperar
En esto se despierta Adonisque dormía en su rincón acostumbradoycomienza a husmear el airey a exhalar gruñidosy a revolverse sobre elcolchóncomo si le amenazara una invasión de pulgas.
Un momento despuésaparece a la puerta del gabinete Regla con el mantosobre los hombrosrecién destocada su cabezay detrás de ReglaMertoasidode las faldas de su madre y tapándose con ellas. Al sentirle Adonis tan cercadeja de gruñir y comienza a entonar una salmodia entre lúgubre y desesperada.
Gedeóncon la frente entre las manos y los codos sobre la mesani adviertela presencia de los recién llegadosni la inquietud del perro.
Regla avanza dos pasos más; Merto la siguey Adonisal verse a tres varasde su odiado enemigoconcluye la salmodia con un trino convulsivoy de unsalto se coloca junto a su amo.
Entonces se fija éste en lo que sucede.
-¿Qué hay? -pregunta a Reglaalzando la cabeza.
-Pues hayseñorito -contesta Reglatorciendo y estirando entre los dedosun pico de su manto-que he ido a buscarley que... aquí está.
-¿Quién?
-Merto.
-¿Merto?
Al oír este nombre execradovuelve a trinar Adonispero muy recio.
-¡Callacondenado animal! -exclama Gedeón con gesto avinagradoy largandoun castañetazo al ratonero.
-¡Guaaayyy! -late el infeliz. Y se esconde debajo de la butaca de su amocomo si ya tuviera encima los varazos que huele en lo porvenir.
A Merto se le hinca en el alma aquel ladrido. ¡Cuántos como él y del mismogaznate escuchó insensible el día de la batallamientras caían en pedazosde muebles y paredeslos más preciados adornos de aquel recinto! Este recuerdole hace temblar; pero no le impide lanzar una mirada con el ojo más bizcoybien cubierto de las de su amo con el vestido de su madrea cuanto le rodea.Paréceleen númeromenos de lo que él vio allí mismo en el funesto día;pero no halla escombros ni derrengaduras al alcance de su ojoy esto letranquiliza bastante.
¿Y el reloj?... ¿Estará descubierto y perdonado este delitoo podránpedirle cuentas de él el día menos pensado?
Mientras en esto se entretiene el chicosu madrerespondiendo a Gedeóndice:
-Mertosíseñor. Yo no pensaba traerle todavía; pero de pronto caviléque podía usted tomar a mal el empeño mío en castigarle más... ¡Como ustedle tiene tan grande en que le perdone!
-¡Yo! -exclama Gedeóncual si en su vida se hubiera acordado de semejantecriatura.
-Me parece...
-Tienes razón... Estaba distraido... ¿Y dices que vas a traerle?
-Le he traido ya.
-!Hola!... ¿De modo que ya está en casa?
-Eso he querido decir a usted.
-Ya me hago cargo... Pues nadasi está en casa ¿qué le hemos de hacer?...Prevenle que a la menor diablura que cometa le rompo la crismacomo Dios estáen los cielos... y nada más.
-¿Lo oyes? -dice Reglavolviendo su cara ceñuda atrásy poniendo a suhijo enfrente de Gedeón.
Merto aparece tiritandocon una mano en el bolsillo correspondiente de susbombachos recosidosy con la otra hundida en la boca hasta cerca de las fauces.
-¡Conque estabas tan cerca! -dícele Gedeón con sequedad al verle- Pues mealegro: así excuso repetirte lo que le he dicho a tu madre.
-Se escondía -replica ésta- porque está muy avergonzado de lo que hahecho...
Y en vano espera que Gedeón se manifieste complacido de ver a Merto a suladocon el cual propósito tantas instancias le ha hecho hasta aquel día. Niuna palabrani un gesto de halago tiene para el rapaz que antes le dominaba yentretenía. Más bien parece contrariado con su vueltaal ver tanta frialdaden su amo.
-¡Largo de aquí!- dice con desgarrodirigiéndose a Merto y dándole unempellón hacia la puertacomo pudiera dársele a quien tiene la culpa de aquelcambio tan súbito en el corazón de su amo y en el porvenir de su hijo.
Y empujando a éste sin cesarsale del gabinetedonde queda Gedeónrevolviendo con los dedos el poco pelo de su cabezay Adonis refunfuñandoaunque no tan afligido como a la llegada de Merto.
-¡Habrá destino más perro que el mío! -exclama de repente Gedeónlevantándose y dando un furibundo puñetazo sobre la mesa-. ¿No es una burlade la suerte obligar a un hombre a recoger en su casa los hijos ajenoscuandoestá pensando si echará... los propios a la Inclusa? ¡Esto es insufribleyademás infamey además ridículo!
Y no cabiéndole en casa la desazóntoma el sombreroy sale de ellavomitando maldiciones.
Al llegar al portalle dice la portera que ha vuelto el remendón y que hacostado un triunfo impedirle que suba.
-¡Haberle roto el bautismo! -ruge Gedeón marchando hacia la calle.
Mas apenas la ha pisadoretrocede como si se le hubiera puesto delante untoro de Colmenar. Es que ha vistoen el hueco de la puerta inmediata a la suyamuy tranquilamente recostadoal execrado zapatero. ¿Por dónde tomará lacalle que el andrajoso no le vea y no le siga? Apuradamentecon las zancadasque dio por la mañanase le ha resentido la rodilla y no puede correr.
Vuélvese a casa renegando de la hora en que el diablo le hizo conocer aSolitay de nuevo se encierra en su cuarto.
Pero los pensamientos abrumadores le asaltan en la soledad y en el silencio;y no pudiendo buscar la distracción en la calle ni resistir el asalto de aquelenemigo formidable que ya le va escalando las murallas del cerebropide lacomida aunque no son las cuatro de la tarde. Sírvesela Regla; pero malsazonadano por falta de tiemposino de cuidado. Lo cocido es engrudo; lofritocarbón; frío y amargo lo que debiera ser caliente y dulce. Desde queestá Regla en casa no ha sucedido otro tanto. Mírala a la caray observa queestá como la comida. La dulzura de sus ojos se ha trocado en acíbary lasuavidad de su sonrisaen aspereza y vigor.
Gedeón empieza a pensar en los motivos que podrá tener su criada para estarasí y portarse como se porta. ¡No le faltaba ya más desdicha que perder elrelativo bienestar que Regla le proporciona en su casa!
Esto le lleva a pensar en el zapaterocausa de la dureza con que él latrató al despedirle; del zapatero va con sus pensamientos a su hija; de éstaa lo otro; de lo otroa Herodes; de Herodesa él; de éla lode más allá; y de estootra vez a Herodes; y si seráy si no serázúmbale de nuevo la moliera; asáltanle las sospechas con todo el aparato de laverdad; antójasele que tal vez en aquel instante pudiera élpor lo mismo quees hora en que no se le esperacaer como una bomba entre Venus y Marteya queno tiene la red de Vulcano; y con esta preocupaciónatragántase por acabarprimero; tardapor lo mismoalgo más que si comiera despacioy resuelto aahogar al zapaterosi se halla con él a la puerta todavíalánzase a lacalle.
Felizmente no está en ella el remendón.
¡Hala! ¡hala! renqueando y como su reumatismo se lo permitellegaporcalles excusadasa casa de Solitay casi se arrepiente de su empresa al meterel llavín en la cerradura de la puerta. Pero su alucinación puede más que elhorror que le causa la idea de tener que hablar con Solita de lo otroyhasta la del riesgo que corre de dar una campanada en falsotemor que ya le hahecho refrenar sus ímpetus pocas horas hay entra.
Toma por asalto el gabinetepor la puerta de escapenadie en él; en lasalatampoco; en el comedorla misma soledad. Entoncesacometido de las másestrafalarias aprensionesllama con voz de truenoy aparece Solita con unajícara en la mano.
-¿Dónde estabas? -la pregunta azorado.
-Sacando los garbanzos para mañana -responde Solita muy serena.
-¿A ver? -añade Gedeóncomo si dudaraavanzando hasta la despensa.
Allí está la criada con un plato en la manoarrimada a un cajón abierto ya medio llenar de aquella patriarcal legumbre.
Y como si todavía no estuviera tranquilomira detrás de la puertay da unvistazo a la cocinay hasta mete la cabeza en el inmediato departamento.
-Pero ¿qué diablos buscas? -le pregunta Solitaque va siguiendo todos suspasos.
-Busco -responde el preguntadoalgo arrepentido ya-la... la petaca que seme perdió esta mañana.
-¿En la despensa?... ¿y en la cocina?... ¿y en?...
-¡En el infierno!
Y sin decir másvuélvese a la calledejando a Solita en la duda de siaquello es la continuación del arrebato que le dio horas anteso el efecto dealguna sospecha que se le ha metido entre los cascos.
De todas manerasno le parece mal síntoma el que haya vuelto y se hayaconformado con tan poco ruido. Los relámpagos de la mañana prometían muchomás.
- XXV -
El alma de Judas
Al findi la campanada! -exclama en la calle-. Fortuna que Solita no me havisto desde el otro estampidoy acaso crea que aún está ardiendo lapólvora... Pero si no está arriba el infame puede que ronde por lasinmediaciones. Rondemos también: al cabotanto me da pasear por estas callescomo por las de mi barrio.
Y pónese a recorrerlas una tras otrahaciendo de vez en cuando salidasrápidas a la confluencia de las principalesdonde está la casa de Solitacomo si intentara jugar la vuelta a algún descuidado.
Así se le va pasando la fiebre poco a poco. En cuanto se ve libre de ellase arrepiente de lo que ha hecho y se avergüenza de lo que está haciendo.
-Esto es -dice para sí- ni más ni menos que una explosión de celosperocelos de maridoy de marido grotesco... Y ¿a tal extremo has venido a pararGedeóndespués de tantas precauciones y miramientos?... Y es lo más curiosoque cuanto menos me fío de Solitamás amarrado me siento a ella; no porquesus gracias pasadas hayan renacido para seducirmeni porque me seduzca tal cualestásino porque ahora quisiera yo verla esclava hasta de mis pensamientos.Así no me costaría trabajo desprenderme de ellani viéndola después locapor otrome apuraría... De todo lo cual deduzco yo que cuanto se dice de lapasión de los celos queda reducido a una simple cuestión de amor propio. Nonos duele la pérdida de la mujer poseída; nos duele que se vaya conotro; es decirque se le haya preferido a nosotrosen señal de que valemosmenos que él. ¡Éstas sí que son verdaderas miseriasno de la vida conyugalsino de toda clase de vidasincluso la muy arrastrada que yo traigo!
Y así pensandotoma el rumbo de su casa a paso no muy largoporque larodilla le va doliendo cada vez más.
Al atravesar una bocacalle siente en las narices un huracán de aguardientey casi está a punto de sucederle con un transeúnte lo que por la mañana conHerodes en el portal de Solita.
El transeúnte es el sempiterno tío Judas.
Gedeón se estremece al conocerle.
-¡Hijo de mis entrañas! -exclama el zapatero al encontrarse con él.
-¡Mal rayo te parta! -contesta el otro.
-Iba a ver a tu oculta esposay cátate que doydigásmolo asídebóbilis bóbiliscon su marido... ¿Adónde vascachorrote?...
-¡Al infiernoremendón infame!
Y tras estoGedeón trata de apretar el paso; perocomo si estuviera deacuerdo con el zapaterosu pierna se niega obstinadamente a complacerle.
El zapatero se le pone al costado.
Gedeón diera la mitad de su vida porque en la calle no hubiera más genteque ellos doso el sol alumbrara ya a los antípodas. En cualquiera de estoscasoscogería al remendón por las barbasle metería en un portaly allíle molería los huesos a bastonazos; pero aún es de díay el tránsitolejosde disminuirva aumentandoporque la gente de la ciudad tiene del murciélagoy la lechuza la propiedad de revolotear de noche y arrimarse mucho a la luz delos reverberos. No hay modo de apalear al pegajoso artista sin armar unescándalocon gravísimo riesgo para el apaleador.
El zapaterocomo si oliera estas dificultades o las leyera en la cara de su parienteque reluce de iramuéstrase muy ufano y risotóny continúa diciéndole:
-Aporté segunda vez a tu casami muy amado hijo políticoporque dosrazones me lo aconsejaron. Primera y finalmenteque no me quisieron pasar unamoneda de las que me dio tu esplendoroso corazón. No pensé pedirte otra mejorporque no soy de esos mozambiques sin educación de principiosdigásmolo así;pero justo es que el hombre sepa ¿eh? lo que vale aquello con que buenamenteagasaja a otro... digome parece a mí... Segunda y en principalidad...¿Sudasmi tierno hijo?... Daréte ventilación... ¿Quieres descanso? Páratecon toda confianza: yo no llevo prisa...
Y sudaen efectoGedeóny hasta le duelen callos que jamás ha tenido.Aquel hombre le asfixia. Malo si le respondepeor si le contradice.... malotambién si calla; huirno le es dado; buscar travesías y callejones por mássolitarioses prolongar el caminoy él no puede andar mucho. Tiene que optarpor el que sigueque es el más recto; peroen cambioel más concurrido.¿Qué dirá la gente si él se enfada y denuesta al zapateroy éste insisteen publicar el parentesco? Muchos habrá que no lo crean; pero¡cuántos locreerán! De todas manerases un escándalo en medio de la calle. ¡Quéhorror! No hay otro remedio que oírdevorando la ira; callarypoco a pocoacercarse a casa; y allí ¡oh! allí hacer jigote al infame zapatero; embutirleen la pared a mojiconesy arrancarle las barbas y freírle en aceite.
Así medita Gedeóny calla y andamientras el padre de Solitacontoneándose mucho a su ladoprosigue diciendo:
-Segundamentefui a tu casa porque en la primera barrunté que no te dejabamuy contrito del parentesco. Dudabas¿no es ciertoamado hijo? Es naturalhombre; el sabio dudó seis veces ¡qué diablo!... Pues en contingencia de estareflexióniba yo a manipularte el casodigásmolo asíhasta que cayeras enmis brazos amorosospara llegar a ser lo que debemos: el uno para el otro... yen una sola mesay sin «lo tuyo» ni «lo mío»como los pajaritos del aire.¡Qué vidaGedeón! ¡Qué vida la que nos esperaba!
En estoacierta a pasar un camarada del zapatero.
-¡Adiós! -le dice éste a gritos-. Dispensa que no te acompañe... voy conmi hijo político.
El aludido juraracuando tal oyeque le meten un espadín por el estómago.
Algunos transeúntes le mirany el desvergonzado continúa:
-Tú y Solitalos emperadores de aquellas ínfulas; yoel rey consorte;quiero decirel padre putativo que os dio el ser... Pero dime algohijoadorado; muéstrame tu hermosa vozaunque sea en una desvergüenza...
Gedeón carraspea y quiere silbar y reírsey hasta que le trague la tierra;y anda calle adelantevolviendo la cara a todas partes Y tanteando actitudesque mejor expresen su intención de decir al público: -«Nada de esto vaconmigo; es un borracho que se me ha pegadocomo pudo pegarse a ustedes.»
Pero el tal no se despegay sigue apostrofándoleora tiernooravehementeora chanceroy alzando la voz a medida que el silencio delatribulado se prolonga.
En un sitio en que la calle está libre de transeúntesGedeón se atreve adecir a media voz al zapatero:
-¡He de verte las entrañasmiserable!
-Echa aunque sea las hieleshijo del alma; échalascon tal que tedesahogues en tu desgraciado padre. ¡Ángel de Diosy cómo te consolaránesas desaguaduras!
Luegocambiando de tonoy entre compungido e iracundoañade a gritos:
-¡Estos son los hijos políticos de las clases más opíparas de lasociedad! Déles usted la hija de sus entrañas; y porque usted es artistamenesteroso y desgraciadoya no le conocen; y le niegan tres vecescomoSansón negó a Pedro; y le cierran la puerta; y sus indomésticos lemenosprecian.... ¡Esto es astringente y deshumano!
Gedeón suda escarchas y respira cohetes. La gente le mira yay no faltancuriosos que se detienen para oír al zapatero. El infeliz perseguido no sabequé partido adoptarprivado como se halla del único recurso que podíasi nosalvarleabreviar su martirio: las piernas para correr. En aquel angustiosotrance y mientras camina con la velocidad mayor que le es permitidoquisieraser guardia civil o polizontepara meter en la cárcel al escandaloso; mejorque estorayo que le tendiera sin vida; y mucho mejorhuracán que le barrierade allí sin dejar ni siquiera huellas del inicuo. Pero no es guardia civilnirayoni huracán; es un desdichado que arrastra una cadena y sufre azotes ybofetadas: aquello es una agonía sin el descanso de la muerte.
Meteríase en un portaly hasta llamaría a la puerta de un vecino; pero elperseguidor iría detrásy llamaría tambiény el escándalo de la calle serepetiría en las escaleras. ¡No tiene más recurso que llegar a la suya cuantoantessi es que la explosión de su paciencia no le mata en el camino!
En tantocontinúa vociferando el otro:
-¿Qué ves en tu padre que te avergüencedon fanfarrias? ¿Qué afrentaste hizo? ¿qué reales te pidió? ¿qué casa te ha quemado?.... Artista soysíy a soflama y requilorio debieras tenerlo tú... ¡Pero soy insánime dedineroy eso te abichornasimilón pomposo!... Pues al tomar la hija de micorazón en consorcio ocultoya lo sabías ¡tunante!
A estono sólo se detiene la gente y mirasino que frunce el entrecejoencarándose con Gedeón. Para que un andrajoso se atreva en público con unseñor de levitamotivos gordos debe tener para ello. Esto se lee en aquellascaras; y con esa lógica se han barrido las calles con más de cuatro inocentes.
Gedeón no teme que las barran con su cogotepero padece más que si talsucediera.
Arrastrando sus piernascomo se arrastran soñando que nos persigue un torollega a columbrar su casa; pero aún le falta medirpaso a pasoaquel senderoadoquinado y reluciente para otrospara él espinoso y ásperoy sobre el cualhormiguea la genteque le conocerá de vistaporque es la gente de su barrio.
Cierra los ojos y avanza en él cuanto le permiten sus dolores y sudesesperación.
El zapatero no callay la gente sigue mirándole. Parécele que son verdes yamarillas y tornasoladas las caras de los transeúntes; que las piedras echanchispas bajo sus piesy que le ha invadido las manos y el rostro un hormigueroque ya le asalta la bocalos oídos y las narices. Toseestornudase limpiael sudor con el pañuelo y da fuertes golpes en la acera con el bastóncreyendo que así se oirán menos los apóstrofes y bufonadas del zapatero; perosólo consigue poner más en evidencia sus angustias.
Algunos de los que pasan se ríen de ellas; no faltan pilluelos que searriman al insolentey le aplauden para que diga másy silban cuando lo hadicho. La indignación y la vergüenzacomprimidas hasta allí por un heroicoesfuerzo de la voluntadvan a estallar y a matarle; las piernas se niegan aarrastrar aquel cuerpo tan derrengado por las angustias del espíritu. Noimporta: preferible le parece morir de un estampidoa vivir un instante más ensemejante tortura.
Felizmenteel zapatero va quedándose rezagado a medida que Gedeón seaproxima a su casa. Esto le envalentona un poco; y cuando al fin llega alportal; cuando ya puede soltar todas las válvulas de sus pulmones y todos losfrenos de su lenguasus nervios le parecen cablesy sus manostenazas. Sesiente capaz de convertir entre ellas en jigote al mismo exterminador de losfilisteos.
Desde el umbral de la puertamira calle arribay ve al zapatero detenido enella y rodeado de granujas y holgazanes. ¡Vamoshombre! -le vocea trémulo ycomo si tratara de animarle con una sonrisa que más parece gesto de agonizante-¿por qué te quedas ahí?... Ven acá... acércate y hablaremos.
-¡Nequanquis! -responde el zapaterohaciendo un ademán picarescoseñal de que huele la madera desde allí.
-¡Con franqueza!
-Ya lo supongohijo mío... para eso soy tu padre; pero otro día será...¡Hemos de codearnos tantas veces en la calle!... Se conoce que te gustó laplaticación.
-¡Mucho!
-Pues la repetiremosamado hijola repetiremos; que yo soy muyagradecido... ¡Conque hasta la primerahermosote!
-¡Hasta un rayo que te partainmundo zapatero!... ¡borracho infame!...¡holgazán inicuo!... ¡ladrón!
Y dicho estoblandiendo el bastón y echando espumarajos por la bocavuélvese Gedeón rugiendo al ver que el zapatero se larga calle arribaycomienza a subir la escaleracon tantas dificultades como deseos de vencerlas.
Al llegar a la puerta de su habitaciónse encuentra con el médico demarrasque baja. Hace mucho que no se han visto.
-¡Feliz hallazgo!
-¡Calle!... ¡Mi buen Doctor!
-El mismoamigo mío... Y ¿cómo va con esa vida?
-¡Tan guapamente!
-¡Cuánto lo celebro!... ¿Es decirque se divierte usted mucho?
-¡MuchísimoDoctor!... ¡No puede usted imaginárselo!
-Ni lo intentoamigo mío... Basta verle a usted la cara.
-¿Tan risueña la traigo?
-Como unas castañuelas.
-Yo soy así.
-De modo que va usted llenando aquel vacío...
-Hasta los bordesDoctor.
-Luego no hay que temer vacilaciones yani arrepentimientos...
-¡Esojamás!
-¡Bravoamigo mío!... y adelante con la cruzque poco debe pesar la deustedsegún lo ufano que la lleva.
-Mucho que sí.
-Adiósamigo mío.
-Agurmi buen Doctor.
Y mientras éste continúa bajandoel otro se mete en casadonde le esperanMerto a la puerta y Adonis en el gabinete; el uno mirándole torcidoy el otrobarriendo el suelo con el rabo.
Sin fijarse en el uno ni en el otrodéjase caer en su poltrona; llama aReglaque se presenta hosca y desabrida; mándala que le prepare la camaunasunturas para la rodilla y una taza de tila; y mientras las dos últimas órdenesse cumplenvase desnudando poco a poco.
-¡Y dicen que el buey sueltobien se lame!- exclama después que hahecho en la mente un brevísimo resumen de sus tribulaciones de soltero.- ¡Loque se lame son las ronchas de las palizas que le cuesta su libertad!... eltesón condenado me impedirá decirlo donde me oigan; pero la verdad espese aquien peseque no me viera en estos trances ignominiosos y otro gallo mecantarasi yo me hubiera casado a tiempo!
Última jornada
- I -
Saldo de cuentas atrasadas
Por más que de algunos seres privilegiados se diga que por ellos no pasanlos añoslos años pasansin que haya afeite ni fuerza de voluntad quealcancen a borrar sus huellas. O el cuerpo o el alma han de gemir bajo su pesosi es que no gimen a la vez el uno y la otra. Ocioso es que la materiaoronda yesponjada todavíaaspire a los solaces de otros tiempossi el espíritu queha de estimularla está seco y abatido; tan ocioso como que ésteretozón ybullangueropretenda los deleites de la juventud si está preso y encogido enun cuerpo caduco y achacoso.
Fuerte era el de Gedeón y bien nutrido; holgado estaba y hecho a mimos yregalos; defendióse contra el tiempo como gato uñas arriba; pero lloviéronlepesadumbres; abatiósele el espírituy cayó vencida su materia mal cebadacomo tronco roído por gusanos.
Aquel a quien vimos hecho una furiacombatido por tantas contrariedades enun solo díaestá diez años después arrastrándosemás bien que caminandoen el último tramo de la senda que le lleva a las puertas de la eternidad.
Los achaques le invaden por todas partes; lo que antes fue reuma tolerable ycatarro frecuentees ya gota declarada y asma legítima; gasta franelas en laspiernas y en el pechoy zapatones de paño en los hinchados pies; los cambiosatmosféricos le crucifican; por la noche la tos le roba el sueño; y cada vezque tose parécele que la gota le cose a puñaladas. Tiene mucha barrigaanchopescuezograndes ojerasy la mirada tristemás que tristeangustiosa ydesconsolada.
Sale muy poco de casay cuando el aire no apaga una cerillay no hace fríoni calorni hay humedad en el suelo.
Dacon mucho trabajoun par de vueltas en el paseo más solitario yabrigadoo solamente llega a la tienda de la esquinadonde se sienta a oírcuando no a insultara media docena de tipostertuliantesimpertérritos de aquélla.
Ha perdido por completo la poca afabilidad que le distinguía de todos sus congéneres.Ahora es taciturnoirritableáspero y hasta grosero en su trato con losdemás.
Regla continúa cuidándole; pero desde que adquirió la certeza de que no esella sola la que impera en aquel montón de ruinasfalta en sus cuidados elprimor; cumple con su deberpero no se afana como antes por anticiparse a losdeseos de su amo. Antes existía cierta inteligencia misteriosa entre amboshasta el punto de decirse el uno: -«Esta mujer nació cortada para servirme»;mientras pensaba la otra: -«Parece este hombre nacido para mandarme.» Ahora esGedeónpara su criada«un amo como todos»y Reglapara Gedeón«unacriada como las demás».
Ya he dicho cuál es la causa de la tibieza de Regla: el desafecto de Gedeóndata de la pérdida de aquellos bríos bestiales que fueron su único afán. Loque es hijo de la carnecon la carne se vacomo la luz con la mecha consumida.
También en el cuerpo de Regla han hecho mella los años trascurridos desdeque no la vemos. Ya no tiene aquella morbidez de formasni aquellos dientes tanblancos y tan completosni aquella mirada insinuante con que la conocimos:dejó de ser todavía joveny ha entrado en la categoría de mujer deedadaunque de las que templan la pesadumbre de esta condición con elconsuelo de bien conservada.
Adonis vive aún en el rincón de siempre; pero debajo de una mantaencogidojadeante y con un estertor perenne; el pelo se le cae a mechones acada vuelta que se da en la cama; y de aquel rabo ondulante de profusas crinessólo queda el núcleo escueto y encorvadoque ni siquiera responde con unlento balanceo a las muestras de cariño que de tarde en tarde le consagraGedeón.
Aquel cuerpo entumecido y espirantesólo con la presencia de Mertorevivieracomo cadáver galvanizadoaunque quizá para morir más pronto.Porque Merto precipitó su vejez robándole el sosiego del espíritu ymartirizándole la carne durante lo más florido de la juventud. Desde que eldíscolo muchacho volvió a casase acabaron para el infeliz ratonero losmendrugos sabrosos y los huesos regalados; despierto de díanecesitábale paravigilar y huir de las asechanzas del enemigo; durmiendo de nochetodo su sueñoera un continuo varazo y un incesante puntapié.
Es de saberse que a los pocos días de volver Merto al lado de su madrecomenzó a hacer de las suyasaunque no en la escala en que las hizo el día dela gran batalla; pero es indudable que Adonis tenía para él un atractivoirresistiblepuescontra todos sus propósitosle largaba un puntapié dondequiera que se hallaba con élsi su amo no le veía. Ni los bofetones ni loscastigos más duros de su madre bastaban a detenerle en esos momentos.
Dos años pasó así; dos años durante los cuales martirizó al ratonerorompió mucha vajilla y descompuso setenta veces el reloj del comedore hizocincuenta mil fechoríasaparte de las que no pudo su madre ocultar a su amo.
Viéndole éste incorregiblele metió en un colegio con el doble fin deverse libre de sus travesuras y de sacar algún partido de élsi era posible.Entonces volvió Adonis a dormir tranquilo y a vivir descuidado. Pero ya veníatarde la bonanzaporque la tempestad había durado mucho. El pobre animalhabía pasado lo mejor de su vida sufriendo sus embatesy no había en sucuerpo un solo hueso que no hubiera servido de yunque a aquel martilloimplacable. Viose cargado de humores; acometióle una tristeza abrumadora;declaróse enfermo crónico; metióse en la camaen la que tiritaba de fríoaun en el rigor del veranoy llegó su desaliento hasta el punto de consentirque los ratones se revolcaran encima de él impunemente. Entonces dispusoGedeón que se le cubriera con una mantacontra el parecer de Reglaquepretendía tirarle a la calle con la barredura. Lo demás ya lo sabe el lector.
Merto en el colegiofue como toro en plaza; vio desde el primer día unenemigo mortal en cada maestro y en cada vigilante; y comenzando por mirarloscon receloacabó por embestirlos. A los pocos meses fue expulsadono sinhaber dejado señales indelebles de su barbarie hasta en la cara del directorni sin sacarlas él de las pulgas de maestros y condiscípulosen muchosparajes de su cuerpo.
Del colegio pasó a un taller de carpintería; de éstea una fragua; de lafraguaa una tabernaypor últimoa la cárcel. Porque ya en esto eragrandullón de diez y siete añosy lo que había empezado en el colegio porcachetes y arañazosacabó en la taberna por amagos de navajadas y porsospechas vehementísimas de robo.
Lo que esto dio que hacer y que meditar y que decir a Gedeóny el dineroque le costóexcuso yo referirlo.
Cuando Merto se vio libreal cabo de muchos meses de reclusiónhallócerradas todas las puertasincluso la de su madre; ypor no volverse a lacárcelarrimóse al primer perdido que encontró en la calle; contóle sudesamparoaceptó su consejoy vendióse por un puñado de pesetas parasoldado de Ultramar.
Por esta razón poderosísima no figura Merto de cuerpo presente en elinventario que hice más atrás de los personajes de la casa de Gedeón.
En cambioen el que voy a hacer de los desengaños y las penas de éstedesde que le perdimos de vista en el cuadro anteriorpuede figurar como una deellas la que se desprende del compendiadísimo relato que precede de la vida ymilagros del implacable enemigo de Adonis.
La sospecha adquirida en su encuentro con Herodes a la puerta de Solitacontinuó atormentándole mucho tiempo; y aunque ningún testimonio nuevovolvió a robustecerla a sus ojosel afán de encontrarlos le llevaba a cadainstante a las callejuelas de aquel barrioy hacíale ver en cada sombra y encada bulto al odiado enemigoy obligábale a continuar el trato de la hija delremendóncon una frecuencia tan opuesta a sus propósitos anteriorescomoextraña a los ojos de Solita; siendo de advertircomo prueba de la violenciade sus celosque no bastaba a resistirla el horror que le causaban susencuentros con el tío Judasbastante repetidosen el camino.
Para librarse de ellos sin escándaloideódespués del que presenciamosen el cuadro anteriorde acuerdo con Solitatriplicar la pensión que hastaallí había dado a su padrea condición de que éste no se le presentarajamás delante. Produjo buen resultado el acuerdo durante algunos meses; perocreciendo las necesidades del zapatero a medida que aumentaban los recursosycalculando el sinvergüenza que más se le daría cuanto mayor fuera suinsistencia en perseguir a quien lo dabaGedeón volvió a ser asaltado en lacalle muchas vecestantas como los aumentos que hizo a la pensión. Viendo queésta subía como la espumay conociendo la intención del zapateroresolvióse a poner el caso bajo la protección de las leyes; y el tío Judasfue encerrado en la cárcel como vago.
Pero salió de ellay volvió a las andadasy tornó la justicia aprenderle; y en este juego pasaron dos añostorturado Gedeón entre sus celosque le sacaban de casay el temor al zapateroque le asustaba en la calle; elodio que sentía hacia Solitay el amor propio que cada vez le arrimaba más aella; el asco que le producía el remendóny el dinero que le costaba verselibre de él por algunas semanas; el reuma y el catarro que ibandesarrollándose en sus piernas y en su pechocomo hiedra en pared viejay elzumbar en su cerebrosin tregua ni descansode aquella tempestad dedesencantos y remordimientoscada día más deshecha.
En uno de ellos quiso lanzarse a la calle antes que la visitara el solporque durante la noche no había podido conseguir un instante de reposo. Judasborracho como un cuerole había acompañado a casa por la tardey lamedida de su sufrimiento se colmó. Acostóse sin cenary la cama le parecióun tormento. La tos le ahogabay el recuerdo del infame descamisadoponiéndole nerviosose la estimulaba. En cuanto vio un rayo de luz penetrarpor la vidriera del balcónvistióse y se lanzó a la calle a respirar el airelibre.
Al extremo de ella había un grupo de cuatro personas que contemplaban unbulto tendido en el suelo. Acercóse a contemplarle también. Aquel bulto era elcadáver de Judas. ¡Jamás le pareció la muerte más justicierani la callemás anchani el aire más puro!
-Es un borracho -le dijo un hombre de los del grupo-que dormía a laintemperie la mayor parte del año. Sin duda el frío de la noche le ha matado.
-¡O la justicia de Dios! -contestó Gedeón disimulando mal su alegríacontinuando su paseo y complaciéndose con pueril afán en irse por los sitiosque más frecuentaba el zapatero cuando le perseguía.
Un año después de este sucesohallóse con el Doctor en la calle.
-Me alegro mucho de encontrarle a usted -díjole éste tan a tiempo y tan amano. Seis meses hace que no nos vemos.
-En efecto -respondió Gedeón-. ¿Y por qué dice usted que me halla muy atiempo?
-Porque mañana quizá sea tarde para proponerle a usted lo que voy aproponerle ahora.
-Pues usted diráDoctor.
-Quiero que suba usted conmigo a ver a un enfermo en esa casa de enfrente.
-¿Yo? ¿Por ventura soy médico sin saberlo?
-¿Y por precisión han de ser médicos cuantos hombres visiten a un enfermo?
-Es que no atino...
-Ya atinará usted después. ¡Vamos arriba!
Colgóse el Doctor de su brazo sin hacer caso de sus protestaseintrodújole en el portal de enfrente. Llegaron al tercer piso; abrió el Doctorla puerta sin llamar; atravesaron el vestíbuloy luego un pasadizotodo amedia luzsilencioso y mal barridoy entraron en un gabinete contiguo a lasala. Abrió el Doctor un postigo de la vidriera del balcóny a la luz que sederramó por la estanciavio Gedeón en el fondo de ella un lechoa cuyacabecera estaba sentado uno de esos ángeles de la caridad que la religióncatólica ha hecho brotar del polvo de la tierra con el nombre de Siervas deMaría.
-¿Qué talhermana? -preguntóle el Doctor.
-Muy postrado desde anoche -respondió la Sierva.
Acercóse el médico al lechoe hizo señas a Gedeón para que se acercaratambién. Gedeónque estaba tiritando desde que entró en la estancia y vioaquel cuadro lúgubreporque su alma no estaba acostumbrada a semejantesimpresionesobedeció fascinado y se aproximó al lecho.
Bajo sus ropas se notaba el bulto de una personay sobre las almohadas seveía una cabezacuya caravuelta a la paredtenía la mitadhacia elcuellocubierta con vendajes. Sus ojos entreabiertos lanzaban una mirada yertay vidriosaque iba a clavarse en un Crucifijo colocado de intento en la pared.Diríase que aquel cuerpo no respirabasi no se vieran los movimientos de laropa marcando las anhelantes inspiraciones de su pecho.
-Mírele usted bien -dijo el doctor a Gedeón.
Éste buscóa los pies de la camaun punto desde el cual pudiera ver loque verse podía de la cara del enfermo; pero no le conoció: parecióle aquellacara la de todos los cadáveres que él había visto.
El Doctoren tantohacía algunas experiencias para cerciorarse del estadomental del paciente.
-Es ya un tronco -dijo-. Que no tarden en administrarle el últimoSacramento.
-Debe llegar dentro de un instante el sacerdote con ese objeto -respondió lahermana.
Dispuso el médico lo que juzgó de su deber; ydespidiéndose de la Siervasalió de la habitación después de invitar a su amigo a que hiciera otrotanto.
Nada podía ordenar a Gedeón que más le complaciera. Se sofocaba en aquellaatmósfera infectay le atormentaba la contemplación de tan tristeespectáculo.
Cuando los dos estuvieron en la calledijo el médico:
-Eso que usted ha visto en el lechofue un hombre egoísta. Jamáslatió su corazón a impulsos de un sentimiento honradoni su lengua se moviómás que para difamar al género humano. «Esposa» e «hijos» eranen suconceptola expresión condensada de todas las esclavitudesde todas lasignominias y de todos los estorbos. Resuelto a vivir sin ellos y para sípropiomaldijo de la familia y huyó de todo cuanto se le parecíacomo sehuye de la peste. Mientras fue robustotuvo quien le complacieraporque pagabacon largueza sus caprichos; pero un día le atacó una enfermedad tan grave comorepugnantey sus sirvientes le abandonaron después de saquearle la casa. Enella hubiera muerto como tigre en su cavernasi la caridad de Dios no anduvierapor la tierra detrás del egoísmo de los hombres.
-¿Y qué enfermedad le acometió? -preguntó al médico Gedeónpresa de unsobresalto que pudiera creerse supersticiososi lo que de nuestro personajesabemos no nos permitiera creer que bien podía temblar de miedo.
-Un cáncer en la lengua -respondió el médico.
-¿Y eso le mata?
-«Por do más pecado había.»
-¡Casualidad extraña!
-¡O providencial castigo!
-¿Lo cree usted así?
-Yo nunca dudoamigo míode la justicia divina.
-¿Y tan abandonado dice usted que se ha visto?
-De todosmenos de Dios. Ya vio usted un ángel a la cabecera de su camacuidando de su cuerpo; pues otroen forma de sacerdotecuida de su alma.
-¡Buena estaría su alma también!
-Sin noción alguna de su destino dentro de aquel cuerpo miserable.
-¿Y tan a oscuras seguirá hasta que de su cárcel se desprenda?
-No talamigo mío. El alma volvió a la luzy el egoísta empedernidoempleó las últimas palabras que pudo pronunciar su lengua para jurar ante Diosque aceptaba su soledad y sus tormentoscomo castigo justo de su pecado.Después acálo que no ha podido decir de su boca en testimonio de suconversiónlo han dicho sus ojosquemientras han estado abiertosno se hanseparado un instante de aquel Crucifijo que usted vio colgado en la pared.
-Más vale asíDoctor. Pero todavía no me ha dicho usted por qué tuvoempeño en que yo visitara a ese enfermo.
-Túvele suponiendo que se alegraría usted de despedirse de él antes que semuera; porquesin un milagro de Diosse muere hoy indefectiblemente.
-¿Y qué puede importarme a mí la muerte de ese desgraciado?
-Siempre interesa la marcha de un amigo a un viaje tan largo.
-¿De un amigo?
-Por de usted le tuve siempre.
-¿Quién esentonces? ¿Cómo se llama?
-Ignoro su nombre verdadero: la gente le conocía con el de Herodes.
-¡Santa Bárbara!
- II -
Continuación del anterior
Dos días bastaron a Gedeón para salir del aturdimiento que le produjeron lavisita que hizo a su amigo espirantey la noticia que le dio de su muerte elDoctor aquella misma noche. ¡Herodes! el hombre que más le había empujado aél hacia el abismo en que se hallaba; el azote del hogarla sátira de lafamiliael prototipo de los bueyes sueltosespirando en brazos de lacaridadabandonado de los hombresdevorado su cuerpo por un cáncer y su almapor los remordimientos ¡Qué lección para él si desde muy atrás no sehallara convencido de que ese es el fin lógico y merecido de cuantos secolocanpor su propio gustofuera de la ley!
Pero había en la muerte de Herodes un lado asaz risueño para Gedeón; y poreste lado se apresuró a considerarla: el pavoroso problema de sus celos estabaresuelto ya del mejor modo posible: el fantasma que le quitaba el sueñoya noexistía.
Pensando asíen el acto se sintió capaz de no volver a acercarse a Solita.¡Hasta se atrevió a soñar en nuevas aventuraspara borrar por completo de sumemoria el recuerdo de aquella infeliz que tanto le había hecho padecer en suvanidad y en su soberbia!
Pero bien prontoasomándose su razón al cristal del espejosupo decirle:-¿Adónde vasilusocon esa panza groseray esa calva refulgentey esasobarba con plieguesy ese reuma que te balday esa tos que te ahoga? ¿Quiénha de escuchar tus ternezasque no las tome a risani quién podráaceptarlasque no tosa más que tú?
¡Olvidar a Solita cuando estaba amarrado a su recuerdo con una cadena más!
¡Pensar en nuevos amoríos cuando no puede ya con los calzonesy las penasy los desengaños le han hecho renegar de todo su pasado!
El único bien que le produjo la muerte de Herodes fue el poder vivir menosintranquilo con respecto a Solita. Entera confianza no la tuvo jamás en ellayhasta me atrevo a creer queno por otra razóncuando él se vio con laspiernas entumecidas por la gotallevó a Solita a vivir al centro de lapoblacióny no muy lejos de su casa. Disculpaba Gedeón esta medida diciendoquepues había pasado Solita fuera de la ciudad tantos anosy muerto su padrequevivohubiera publicado lo contrariobien podía aparecer en ella comoviuda forastera. Yo tengo para mí que trataba de ponerla al alcance de su cortoandar.
El hecho es que así la pusoy que a duras penas la visitaba una vez cadamesde noche y con grandes precauciones.
En cada una de estas visitas le entregaba el dinero necesario para susgastosy para lo demás que andaba por el mundo y era causa deque cada entrevista terminara con un escándaloexigiendo la una y resistiendoel otro.
-¡Déjame siquiera acercarme a tu casa cuando tú no puedas llegar a lamía! -clamaba ella después de pintarle los riesgos en que la ponía el métodoa que la sujetaba él.
-¡Nunca! -respondía Gedeón inexorable.
-¿Y qué hemos de comer cuando tus achaques no te dejen salir de lacama?
-¡Moríos de hambre! ¡Ojalá fuera mañana!
-¡Fiera! ¡Maldita sea la hora en que te conocí!
-¡Eso digo yo todos los días del momento en que te hallé a mi paso!
-¿Quién es la infame que te obliga a ser tan bárbaro?
-¡Mi corazón que te detesta!
Asío por el estiloconcluían las entrevistas amorosas de Gedeóny de Solita.
Ya para entonces había ésta perdido hasta las huellas de lo que fue enmejores tiempos. Laciaescurridaangulosadesdentadaa medio encanecer ymedio calvano podía hallarse una figura menos a propósito que la suya paramover a un hombredel temple que había tenido Gedeóna cumplir con losdeberes que a cada instante arrojaba ella a la cara del solterón atribulado.
Sin el recelo de que algún perdido de buen estómago se regodeara con lo quea él le costaba tanto dineroni aun la visita mensual la dedicaray muchomenos rondara su casacomo la rondaba algunas vecescon el pretexto de darseun paseo por las calles.
De ese modo iban corriendo los años para Gedeón desde la muerte de Herodes.
Más de dos habían pasado sin que vierani de lejosa Anás y a Caifásyuno bien cumplido desde que supo que habían andado a bastonazos en medio de laPlaza Mayorcuando la casualidad le puso delante de Caifás.
Parecióle éste muy envejecidotriste y caído de cerviz.
Saludáronse como dos mastinesmás bien gruñendo que hablando; ymaquinalmente llegó Gedeón a preguntar a su viejo camarada por Anás.
-¡No me hables de ese cerdo! -exclamó trémulo de ira Caifás.
-Efectivamente... No me acordaba de que habíais tenido un disgusto: perdonala distracción.
-¡Si no me le quitan entonces de las manos!...
-Más vale que te le quitaran.
-¡Yo digo que noporque debí matarle allí!
-¿Tan grave fue el motivo de la riña?
-Gravísimo. Disputamos primeramente sobre si eran mejor las cintas que losbotones para sujetar los calzoncillos encima de las medias...
-¡Por eso nada más!
-Y por lo otroGedeón; por lo otro que teníamos en el cuerpo desde muyatrás. Lo de los calzoncillos fue la mecha que prendió la pólvora.
-Entonces no digo nada.
-¡Pues yo te digo a ti que ese hombre es un sinvergüenza!
-Lo será si te empeñas.
-Y tú debieras decir otro tantosabiendo cómo vive.
-Te juro que no lo sé.
-Pues debieras saberlo.
-Jamás lo he intentado; y cree que me iré a la sepultura en mi ignoranciasi tú no me sacas de ella.
-Ya sabes que es muy avaro y le da por decir a todo el mundo que él no secasa porque cree que nadieni los hijostienen derecho al caudal de su padre.Pues bueno: cuando a ti te decía eso mismoaconsejándote que no te casarasvivía de posada en casa de una buena mozamujer de un sargento de carabineros;el cual sargento pasabade cada tres semanasuna al lado de su mujerporqueestuvo de punto muchos años cerca de la ciudad. Esta mujer fue teniendofamiliahasta tres hijosy consiguió hacer creer a esa bestia que los chicosse le parecíana medida que iban naciendo; y le obligaba a pasearlosy adormirlos¡y hasta limpiarlos!... En finhombrey pásmate: le exigió quehiciera testamento a favor de ellosporque estaba en ese deber.
-A eso ya se resistiría.
-Como si callara: amenazóle la pícara con decírselo todo alsargento; él es un cobardóny además se le caía la baba delante de aquellaprolecomo si fuera suyay testóGedeón¡testó como quería lacarabinera!
-¿Qué me cuentas?
-La verdadla verdad pura; y ahí le tienes hoy viviendo en la misma casa;dejándose llamar padrino por tres hombrachones ya casadosque comen asus expensas; manteniendo al sargento que se licencióy aguantando la tiraníabrutal de aquella mujer sin educaciónsin entrañas y sin vergüenza... Porqueyo te garantizo ¿lo entiendes? yo te garantizo que no la tiene.
-¿Y sospecha él que tú puedes garantizarlo?
-Témome que sí.
-Entonces ya voy cayendo en la cuenta de los palos.
-Témome que no del todo... Como yo le dije un díamuchos años hacuandome vino con indirectasa causa de sus recelos y aprensiones: -«Pedazo debrutomientras vivas como vives¿qué derecho tienes tú para quejarte? Buenoque cada hombre tenga los líos que le dé la gana; pero que los tenga condecencia y con cierto decoro... ¿Por qué no haces lo que Gedeón?...»
-¿Eso le dijiste?
-Eso le dije.
-¿Y con qué derecho?
-Me parece que diciendo la verdad...
-¡Yo no tengo líosni los he tenido nunca!
-¡Oiga! Parece que te amoscas...
-Y me amosco con razón.
-Pues ya que tan por lo alto lo tomassábete que lo que entonces sospechabayo por ciertos indiciosse hizo público años después por boca de tu ilustrepadre político.
-¡Falso!
-Hijo te llamaba él en calles y plazuelas... Todo el barrio lo sabe.
-¡Mientes!
-¡Gedeón!...
-Y no te rompo la crismaporque necesito el bastón para sostenerme depie...
-Eso te salva de que no casque yo el mío encima de tus costillas¡grosero!
-¡Calumniador!... Si yo no te hubiera conocido nunca... ¡otro gallo mecantara!
Así acabó aquel encuentrocuando ya empezaba la gente a formar corrilloalrededor de los dos amigos.
El grandísimo disgusto que produjo a Gedeón lo que Caifás le dijo acercade sus ocultos enredosno le quitó el deseo de saber algo sobre la vidadel mismo Caifásdeseo nacido de las primeras palabras de éste al encontrarsecon él. Si también este juez de su antiguo pleito había prevaricado¡morrocotudo tribunal fue aquel de los tres que le sentenció! Paraaveriguar ese algoninguna fuente como el mismo Anásprimero amigoydespués enemigo feroz de quien tan ferozmente acababa de biografiarle a él.
Buscóle con cachazay le halló al cabotambién en medio de la callecomo se había propuesto Gedeón para no darle que sospechar buscándole en sucasa.
También le pareció su antiguo consejero muy acabadoyademásmalvestido y poco limpio.
A las pocas palabrasdespués de un saludo frío y desaliñadoGedeón lepreguntó por Caifás.
-¡Mal rayo le parta! -gritó Anás trasformando su sombrío decaimiento enfuror salvaje.
-Perdónamehombre: no me acordaba ya de que habías tenido un disgusto.
-Si la gente no se interponele destrozoy libro a la humanidad de eseinfame.
-Entoncesmás vale que se interpusiera la gente.
-¡Yo digo que noporque debí hacerle polvo!
-Según esofue muy grave el motivo de la querella.
-No valía dos cominosGedeón; pero había mucha pólvora en mi cuerpoyesa futesa la inflamó.
-De lamentar es el casode todas maneras.
-¡Ese hombre es una bestiaGedeóny además un canalla!
-Será si tú lo dices; pero como no estoy en antecedentes...
-Pues qué¿no sabes cómo vive?
-Ni he intentado saberlo... Como no me trato con nadie...
-Recordarás que esa fiera siempre fue tan vehemente como celosoy que porno fiarse de ninguna mujerdetesta del matrimonio y de los que le contraen.Pues bueno: puso casa muchos años hacey tomó un ama bien parecida. La muylagarta conoció pronto de qué pie cojeaba el animal de su amoy se complacíaen dar pábulo a sus accesos bestiales para tener el gustocontrariándoledeverle pidiéndola misericordia. En uno de estos trancesimpúsole la condiciónde casarse con elladespués de dotarla rumbosamente. Resistióse el bruto a lodel matrimonioaunque asintió a lo de la dote; pero la astuta supo aguardarocasión convenientey al fin convino el asno en la otra cláusula tambiénaunque a condición de que el casamiento fuera secreto. Hízose así con todaslas garantías legales exigidas por la serpiente; y ahí le tienes desdeentonces devorando en silencio cuantas afrentas puede una mujer echar a la carade un hombre.
-Y ¿por qué las aguanta?
-Porque le amenaza ella con publicar el casamiento.
-¿Y estás seguro de que le afrenta esa mujer?
-Te lo garantizo¿lo entiendes bien? Te lo garantizo yo.
-¿Y sabe él que puedes tú garantizarlo?
-Lo sospechacomo de tantos otros.
-¿Quiere decir que por eso fueron los palos?
-¿Por eso unos pocosy otros tantos por ciertas demasías suyas. -«Peropedazo de bruto»le dije yo en una ocasiónhablándome él de esasaprensiones«¿basta que se le meta a un hombre una majadería en la cabezapara que sin ton ni son vaya a dar un escándalo en la vecindad? Bueno quevigiles y quieras conservar tu puestopero con decoro; porque figúrate que teequivocas... Y por últimoantes de dar contra los amigosecha de casa a losextraños»; porque créeloGedeón¡esa infame se los pone a la mesa conéla título de amigos y de parientes!... ¡y el sinvergüenza lo sufre!¿Quieres más?
-¡No es poco que digamos!
-¿Y también le dije: ¿a que no daba un paso como ése nuestro amigoGedeón?
-¡Yo! Y ¿por qué había de darte?
-Gajes del oficio son los motivos de esa clase.
-Yo no sé qué oficio es éseni conozco esos motivos...
-VamosGedeónechemos tierra a los motivos; pero en cuanto al oficio...
-¿Qué quieres decir con eso de «echar tierra»? ¿A qué aludes?
-¿Por qué te quemas?
-Porque me insultas.
-¿Porque te digo que tienes líos tapados?
-¡Yo no tengo líos tapados ni descubiertos!
-Como cada hijo de vecino.
-¡Falso!
-¡Gedeón!
-¡Te repito que yo no tengo líos! gro que los publicaba.
-Pues cuéntaselo a tu augusto suegro que los publicaba. ¡Lástima que ya noviva!
-¿Y a ese entierro aludías antes?
-¡O a otrocanastos!
-¿A cuálvíboraa cuál?... ¡dílo!
-¡No me da la ganasoberbio!
-¡Yo haría que te dierasi tuviera los miembros sanos!
-¿Qué harías entonces?
-Molerte a bastonazos.
-Ya tendrías tú media docena de ellos encima de tu almasi no mirara...
-¡Difamador!
-¡Hipócrita!
-¡Bárbaro!
También esta entrevista acabó rodeada de transeúntes y hasta silbada degranujas.
No sé a punto fijo cuánto profundizó en el espíritu de Gedeón el queéste juzgó dardo lanzado a su pecho por Anás desde la sepultura de Herodes;pero me consta que al encerrarse en su cuartoexclamóponiendo todo sucorazón en sus palabras:
-¡Señorentre qué gentes he pasado lo mejor de mi vida!
Después volvió a encerrarse en su concha; y ningún acontecimiento notablealteró la triste monotonía de su existenciahasta el instante en que se lepresento a mis lectores al comenzar la historia de esta tercera y últimajornada de su vida.
Pero heme referido allí únicamente el aspecto exterior de nuestropersonaje; y ahora necesito decir dos palabras acerca de sus interioridades.
Mientras a un enfermo le dura la fiebreno cabe en la camay sueña que esemperador que manda ejércitosy que ni la muerte se atreve contra él; peropasa el accesoy sus brazosantes de acerotruécanse en débiles cañas; laluz vence a sus ojosy el más blando lecho parécele dura roca para descansode su cuerpo aniquilado: la razónya en su quiciono le alumbra quimerassino la verdad de su estado y lo que le falta para llegar a ser un cuerpo sanocomo los demás.
Lo mismo le ha sucedido a Gedeón. Mientras le duró la fiebre de laspasiones groseras sostenidas por el vigor de su naturaleza y estimuladas por elveneno de su educaciónya sabemos lo que fue; pero asaltáronle plagaslloviéronle pesadumbres y desengaños; y a medida que el cuerpo fue cayendofue su espíritu levantándose. Cada ilusión apagada en su fantasía renaciócomo luz en su razón; y cada flaqueza vencida en su materiarompió uneslabón de la cadena de su alma. Así llegó ésta a enseñorearse de aquelcuerpocuando el cuerpo no fue más que una carga de dolores.
Ya no hay brumas ante la mirada de Gedeón; y desde la alteza de susdesdichastodo lo ve claro; ya no duda que de los senderos que tuvo delante delos ojos al dar el primer paso de la vidaeligió el peor creyendo locontrario; y también vepara su tormentoque ya no es hora de retroceder parabuscar otro más placentero. A sus pies está el abismoy en él caerá con sucruz de tristezasy allí será crucificado por el verdugo de susremordimientos.
Para otrosla luz y los consuelos; para élla oscuridad y el desamparo.
- III -
Los vecinos de Gedeón
Sucédele muy de continuo a nuestro personaje lo que al envidioso: todo se levuelve fijarse en lo que él no posee y tienen los que pasan a su lado.
Con el cuerpo hundido en el sillón de su gabinetey en el pecho labarbilladeja correr las horasperdida la imaginación en investigaciones quele suceden y en cálculos que le fascinan.
«Lo que soylo que he sido y lo que pude ser.»
Estos son los tres puntos sobre los cuales divaga su fantasía años hay elúnico tema de las meditaciones que le entretienen.
En la ocasión en que ahora te hallamoscon el cuarto a media
luzla atmósfera saturada de olores de bálsamo tranquilosin otrorumor que altere aquel silencio sepulcral que le rodea que el crónico estertordel ratonero que dormita debajo de la mantapor un lógico y no largoencadenamiento de ideas que acaso arranca de aquel cuadro mustio ydesconsoladorvase con la mente a examinar el que ofrece cada familia de lasque habitan aquella misma casay le son bien conocidas.
Vive en el cabrete del portal el matrimonio de que dimos cuenta más atrás;el cual matrimonio tiene un hijo de veinte añosque gana en una carpinteríaun jornal de dos pesetas. Al mediodía y por la nochelos tres se reúnenycomen y cenan en familia. Alguna vez que otraasoma entre ellos ladiscordia; pero lo ordinario es que reine la paz y hasta la alegría en aquelhogar angosto y miserable.
En el segundo piso habita un abogado de cierta edadesposo de unamujer bellapadres ambos de tres niños. Rara es la semana en que el médico notenga que visitar a alguno de éstos. Mientras dura la enfermedadno se oye unamosca en la casa; peroen cambiotan pronto como el enfermo se restableceaquello es una pajarera. -«¡Hijo míoyo te como a besos!... ¡Tomatoma...toma!... ¡Válgame el Señorqué gitana de criatura!... ¿Qué quieres túresaladísima?... ¿Que te haga un nene con el pañuelo?... Tómaleprenda. Aver cómo le cantas: ¡obaobaoba!... Duérmele túmorena... ¡Ajá!...¡Bendito sea Diossi no parece que los ángeles enseñan a esta chiquillatanta monada! -¿Tienes celos túrenacuajo mío? ¡Ayqué pucheros hace elmuy remonísimo!... Nopimpollo de la casaque te quiero también a ti... Venacáhijo míoa este otro brazojunto a tu hermanita. Así... dale tú unbesopichona. ¡Bien! Dale tú otro a ellagitano... ¡Eso es! ¿Ve ustedcómo se quieren los niños?... Ven tú ahoracachorróny abraza a tushermanitos... Aprieta más... así... Ahorayo un beso a cada uno... ¡Tomatomay toma... que valéis un imperio entre los tres!»
Tales son los entretenimientos de aquella madresiempre que sus faenasdomésticas la dejan un rato libre.
En cuanto al padretrabaja en su bufete largas horas; pero nunca le faltauna para dedicársela a sus hijosjugando con ellos como si fuera un niño másen la casa; y si algún cliente no le ha sorprendidocomo el embajador española Enrique IVhaciendo de la estancia picaderopuesto en cuatro pies y llevandomontado en sus espaldas a un chiquillohale hallado muchas veces con la cargaencima de los hombrosa modo de San Cristóbal.
A pesar de tan prosaicos pormenoresla casa está limpia como el orola mujer es hasta eleganteel marido no es raro y se cree felizy losniños no rompen la vasija ni comen las sopas a puñados. Para eso está lamadre que se lo prohíbecomo todo lo maloy les amenaza con el enojo dePapá-Diosy hasta con la venida de Pateta y del Cancónsi es necesario; ylos inocentes se conforman con mirar a hurtadillas los santos de algúnlibrocon ver lo que hay dentro del estuche de costura de su madrealguna vezque ésta le deja abiertoy con jugar a los soldados con el bastón y unchaleco viejo de su padreo a los cocheroscon cuatro sillas del comedor y lasdisciplinas de sacudir la ropa.
Vive en el piso tercerosi padecer es vivirun coronel retirado a quien lagota y algunas reliquias de la guerra tienen postrado en el lecho la mayor partedel añoy el resto encogido en un sillón. Para asistirle y consolarle ysufrirle con la heroica resignación de una hermana de la Caridadestáconstantemente a su lado su hijajoven y bellaaunque su belleza tiene noescasa semejanza con las flores sin sol. Un hermano de ésta ayuda a levantarlas cargas del hogardesempeñando un empleo que no le produce tanto lucro comosudores. Cuando los tres se hallan juntos a ciertas horas del día y casi todaslas de la nocheel afán de los hijos se consagra a endulzar las amarguras delinválidocuya paciencia no es tan grande como el amor y la gratitud que sientehacia aquellos pedazos de su corazón.
En el piso cuarto habita un matrimonio que demuestra no ocuparse ni pensar enotra cosa que en reñir cruda batalla con la muerteque tiempo ha reclama lavida del único fruto que le han dado veinticinco años de unión pacífica yarmoniosa. Rico el marido y no pobre la mujercuanto los dos reúneny susvidas ademásdieran sin vacilaciones por devolver el color de las rosas y losbríos de la juventud a la faz macilenta y al cuerpo entumecido y descarnado deaquel ser a quien una lentapero invencible consunciónva acercando al bordedel sepulcro. Para aquellos padres el día no tiene solni la noche descanso:sus almas están en el cuerpo de aquel hijo que padece y se acabasin que poderhumano alcance a conjurar tal desventura. Algunas veces un pobre sacerdotesentado a la cabecera del enfermole alivia los dolores del cuerpo con sabiasadvertencias para el almadando a la vez grato consuelo a los que ningunoesperan de los halagos del mundo cuando de él falte quien tan próximo se hallaa las puertas de la eternidad.
Por últimohabita la buhardilla una costurera que sostiene con su trabajo asu madre anciana y viuday a un hermano memo. Aunque no cesa de trabajary loque gana cada veinticuatro horas puede meterse en un dedalesta criatura cantade día y canta de nochehasta en las horas que roba al sueño y al descanso.
Hecha esta mental exploración por su vecindadGedeónque nunca olvida laslecciones del Doctorjuzga que aquella casa es un remedo del mundo. Hay en ellaun poco de todo: diversidad de caracteresde caudalesde infortunios y dealegrías.
Hay padres que trabajan y se sacrifican por sus hijos; hijos que trabajan yse sacrifican por sus padres; hermanos que cuidan de sus hermanos; padres ehijos que mutuamente se auxilian y conllevan. En una o en otra formasiemprehay un ser identificado con otro ser; un sentimiento honrado respondiendo a otrosentimientoo inclinado el corazón a trocar por los dolores ajenos las propiasalegrías; vidas que se reflejan en otras vidas y en ellas se funden y se gozancomo la luzy las floresy el rocío; conjunto maravilloso de coloresdearomas y de frescura; ambientes embalsamados que regala el valle a la montañaen pago de la brisade la lluvia y del amparo que la montaña presta al valle;misteriosa cadena de afectos que elevando el alma sobre las miserias de latierraconvierte los dolores y la abnegación y el heroísmo en necesario ygrato deber.
-¡Esto es la familia! -piensa Gedeóninterrumpiendo sus exploraciones;-algo que se sientese ve y no se explica; algo que se encuentra en todaspartes... menos en mi casa y en los libros que yo he devorado. Esto lo que enella me llamaba en otros tiemposy lo que yo no quería oír; esto lo que merecomendaba el Doctor como remedio de todos mis males... ¡Qué necioquéfatuoqué estúpido he sido!
Volviendo otra vez con la mente a la vecindad¡cuán rebajado se encuentracomparándose con ella!
Cuantos seres la componen tienen un destino que cumpliro le han cumplidoya; parecen venidos al mundo con un fin benéfico y para ocupar un puesto queles estaba señaladoy son como rueda de artefactoquepor pequeña que seacolocada entre otrasayuda al movimiento a la vez que le recibe.
Todos aquellos vecinos pueden abrir sus puertas y mostrar al público sushogaresporque nada hay en éstos que no sea útillícito y honrado.
Pero él... ¡cielo santo! En su casa el desamparoel silenciola soledadla desconfianzael misterioel engaño; en su corazónel odio a quiendebiera amar y poner sobre su cabeza; en su concienciael remordimiento y eldesencanto de los vicios.
¡Pero en cambio es libre!... ¡Qué mofa!...
¿De qué le sirve la libertad? Si le faltara aquel dineropor amor al cualhalla quien le dé de comer y le guarde la casa¿quién se acercaría a ellani con paciencia aguantara sus desabrimientoshijos de sus amarguras y dolores?¿A quién arrancará una lágrima su muerte?
No hay duda: él solo es en aquella vecindadreflejo del mundola ruedainútily por inútil arrojada al basurero; allí irá hundiéndose poco apococomida por la roña y azotada por los vientos y la lluviamientras le vanformando una corona digna de su tumba de inmundicias y de escombroslas zarzasy las ortigas.
- IV -
Castillos en el aire
Pues supongamos ahora -continúa llevando sus meditaciones a otra región demás luz y de mejor aire-que yo me hubiera casado a tiempo. Podría habermecabido en suerte algo de lo malo que hay en la vecindades cierto; pero ¿yqué? Lo peor de ello ¿no es mucho mejor que lo que yo poseo? Más probable esque tuviera un poco de cada cosa: hoy una penamañana una alegríaahora undolormás tarde un placer... Tal es el mundoy tal la humanidad; porque nopueden ser de otra manera... Pero el conjunto de todos estos dulces y de estosamargosde estos goces y de estas pesadumbres; el no sé qué que lo envuelve yrodeay lo da color y luz y vida; eso que un pintor llamaría ambiente de lafamiliay otroscon mejor acuerdoel reflejo de Dios; eso que nose disipa con ninguna penani se adquiere con ningún dineroni se sustituyecon nadapero que existe en todas las familias¿por qué no había de existiren la mía? ¡Si me parece que lo ven mis ojos y lo palpan mis manos!... Y no esextraño: soy de los necios queviéndose ahítosarrojaron las provisionespor la ventanasin hacerse cargo de que se quedaban con el hambreaunquedormida y acallada. Ahora se despierta la míay se entretiene en pintarmanjares... como ella sabe pintárselos a quien no los puede saborear.
Pero vaya una suposición racionalaplicable a este momento de mi vida.
Si yo me hubiera casado a tiempomi mujer estaría ahora a mi lado...Tendríapróximamentecincuenta años: quince menos que yo; pero bienconservadaafable... hasta fresca y rozagante. Y digo que se hallaría a miladoporque estoy achacoso; y para entretenerme y consolarmeme daríaconversación. Hablaríamos de cuando fuimos jóvenes y de las inocentadas quenos decíamos cuando novios. Pareceríanos imposible que entonces nosconformáramos con aquel amor vehemente y apasionado que luego vimos trocarsepara dicha mutuaen otro afecto más apacible y desinteresadoy a la vez másprofundocordial y permanentecomo si nuestras vidas se hubiesen compenetradoo fuéramos ella y yo dos cuerpos con un alma sola...
Pero a cierta edad deben entretener poco estas metafísicas. De ellashabríamos hablado en ocasión oportuna... Lo seguro es que en la presenteestaríamos tratando de nuestros hijoso acompañados de alguno de ellos.
El mayor sería ya... ¡bah!... ¡yo lo creo! oficial de artillería...Aunquebien miradono me agradan mucho los militares. Siempre están lejos desus familiasy se expone uno a perder algo de su cariño. Despuésla guerra.¡Es tan fácil que una balaun pedacito de plomo como un guisantearrebate enun segundo una vida llena de alegrías y de esperanzas! Verdad es que así secumple con un deber sagradoporque se muere por la patria... ¡Pero vaya usteda decirle al corazón de un padre que se consuele con esocuando llora lapérdida de un pedazo suyo!... ¡Cómo debe sentirse la muerte de un hijo!...Por eso no es conveniente exponerlos mucho... Por otra partecomo el nuestrosería buen mozopor la vanidad de verle lucir el uniforme... ¡qué sé yo! seme figura a mí que hubiéramos consentido en que se hiciera militar... Nada:resueltamente lo sería.
Habría recibido yo carta suya avisándome en ella que le destinabanporejemplo... a Sevilla. Sevilla es una gran ciudaden la cual no puede vivir mihijoque pertenece a un cuerpo tan distinguido como el de artilleríacomo enSegovia o en Santoña. Tendrá su uniforme estropeadosi no viejo; necesitaráhacerse otro nuevoy acomodarse en buena posada; estaren fincomo debe estarun joven de sus condiciones: bien vestido y bien alojado. ¡Qué menos! Nada deesto me diría él en la cartaporquecomo prudentesabe que su padre conmedia palabra entiende a sus hijos; el caso es que yo trataría de enviarledinero. Sobre el cuántoconsultaría con su madre. Pero¡qué sabe una pobreseñora de su casa lo que necesita un caballero oficial del real cuerpo deartillería! Por eso me dirá que con dos mil reales tiene nuestro hijo hasta desobra; pero yoque sé lo que cuestao debe costarun uniforme como el suyocon tanto ringorango de oro finoy lo caros que andan los guantes de primerayel tabaco regularsin que su madre lo sepa le mando cuatro mil; la mitad parael uniformey el resto... ¡qué diablo!... el resto para dos mil cosas quepueden ocurrírsele a un buen mozocaballero oficial del real cuerpo deartillería. ¿Le he de decir yo también en qué lo ha de gastar? Lo que sí lediréque aquella cantidad se la enviamos su madre y yo: dos mil reales cadauno; pero que no la diga nada cuando la escribaporque quiere ella guardar elsecreto. Creo yo que de este modo agradecerá él más el supuesto regalo de sumadrey la tendrá más presentey hasta la querrá mássi cabe; yqueriéndola él asíle querré yo también mucho más. ¡Como si fuera pocolo que le quiero!...
Despachado así el asunto del militarempezaríamos con el abogadoel menorde nuestros hijos varones. Ese estaría preparándose para graduarse de doctor.Pero ¡qué tunante! sabiendo que con esas cosas se le cae la baba a su padreme ha dedicado el discurso... El de licenciado se le dedicó a su madreque letiene encuadernado con lujo y le guarda entre sus más estimados libros dedevoción. Y¿qué he de hacer yo sabiendocomo séque es un chico que seha lucido en toda la carrera?... Pero no: se habrá graduado yay yo habréleído su discurso¡bien charlado!... No se lo diría asípero le tiraríade la lenguae iría metiéndole en materia para oírle... Le habría regaladoun reloj de oro con su cifra. ¡Qué demonio de chico! ¡Como él se despacha encírculos y tertulias! Lo mismo dirige un rigodón que diserta sobre el Digesto.Por de contadofumará delante de mí. Siempre me ha parecido una ridiculez eserigor de los padres con el vicio menos indecente de la humanidad. Bueno quecuando son niños no fumenpor muchas razones: pero después¿por qué no hande fumar si les gusta?... ¡Cuánto me entretiene con sus humoradas yespontaneidades de muchacho! ¡Cómo anima y revuelve a toda la familia en losmuchos ratos que pasa con ella! Cuando falta él de la mesaparece que lacomida está sin sazonar... También hace copiaspero buenas; no de esasvulgaridades que escriben todos los jóvenes entre tontos e inocentes. Por deprontose ejercita en la profesión con un abogado de notaque me ha dicho enconfianza que antes de dos años valdrá el pasante más que él. ¡Si mepondría yo hueco al oír tal elogio! De todas maneraseste chico será el quese encargue de todos mis asuntos en los últimos años de mi viday el que a mimuerte ocupe mi puesto al frente de la familia; porque nada de esto se opone aque se case en tiempo oportuno con una mujer digna de él. ¡Antes muerto quesolterón! Por eso me tiene siempre con cuidado el artillero. Temo quecomo aotros muchos de su profesiónse le pase lo mejor de la vida mariposeando; ycuando quiera fijarse definitivamenteno pueda ya con las bragasy tenga quemorir sólo y desesperado.
Pero el ojo derecho mío... (no lo podría remediar) sería nuestra hija.¡Qué cálculos haríamos sobre ella su madre y yo! Veinte años tendríaycomo otros tantos soles que la hermosearan. Ahí enfrenteen la salahabríaun piano; y en ocasiones como éstaen que el tedio... (el tedio noporque noconocería yo esa dolencia) o el peso de mis achaques me entristecieratocaríaella las piezas de música que más me gustaran a mí... Me animaría después asalir de casa; haría que la acompañara a dar un paseo por las afuerasy yoiría hecho un bobo entre ella y su madre; y más de dos jovenzuelos pasarían asu lado haciéndose los buenos mozos... Esto me cargaría bastanteporque meharía pensar en el día en que otros deberes que los de hija me la arrebatarande casa. ¡Mire usted que es dura y terrible para un padre esta ley de lanaturaleza! Y no hay modo de eludirla. Cierto es que el deseo de verlas felicesy hasta la ideaa menudo equivocadade que casando a una hija se adquiere unhijo másdebe animar mucho en esos trances tan serios; pero así y todoyo nome daría prisa por casarla. De esto precisamente hablaría yo ahora con sumadre; y cuando ella pasara por ahí enfrente o se asomara a la puerta parahacernos alguna preguntacambiaríamos de conversación... Yo tendríapañuelos bordados por ellay de obras de sus manos estaría llena la casa ylas interioridades de ésta correrían ya de su cuentapara descanso ysatisfacción de su madre.
¡Pues y cuándo el artillero estuviera en casa con licencia! ¡Toda lafamilia reunida entonces! ¡Qué cenasqué comidasqué sobremesas!¡Dios míoaquello sería el colmo de la felicidad! ¡Qué me importaría amí entonces el reumani la tos... ni todos los dolores juntos del cuerpo? Elmilitar referiría sus aventuras lícitas del oficio; el abogado sustravesuras de universidad; uno y otro elegirían las más ingeniosas pararegocijo de su hermana y deleite de su madre; y en cuanto a mí¡cielo santo!solamente sabiendo lo que ahora padezco se podría calcular lo que entoncesgozaría. ¡Qué vejez aquella! ¡Cuán diferente de esta vejez! En tanplacentera compañía¡con qué valor debe mirarse cómo avanzan hacia unodisfrazados de achaques de la vidaestos mensajeros de la muerte!...Dicen que para morir con ánimo sereno son un estorbo los hijos y la familia.¡Qué error! Sin ella todo es tristeza y dudas y desaliento; y con estos malespor escoltapodrá morir un hombre desesperado; pero sereno y valeroso...¡nunca!
Tras estas cavilaciones y después de permanecer Gedeón largo ratosaboreándolasalza la cabezay vuelve a reflejarse en su fisonomía aquellaburla de otros tiemposque era la salsa de sus meditaciones sobre parecidotema.
-¡Qué demonio! -torna a pensar- ¡lo que somos los hombres! Cuando yo erajovenme pasaba las horas muertas haciendo castillos sobre las voluptuosidadesmatrimoniales; ahoraque soy viejolos hago como un tonto sobre lo queentonces me parecían miserias de la vida conyugal. ¿Estaré tan equivocadoahora como lo estuve en aquel tiempo?... ¡Nonono y no! Por de prontoaquello me inflamaba la sangre; era fuego que corría por mis venas: huracánque me arrastraba lejos de todo debery me ponía fuera de la comunión humana.Esto es como bálsamo que se derrama en mi corazóny purifica y refrigera todomi ser; brazo misterioso que se enlaza con el míoysacándome de la simatenebrosame acerca a los demás hombresy hasta parece que me eleva haciaDios... No cabe duda¡hasta por egoísmo debí yo haberme casado a tiempo!...¡He sido un bestia! ¡mil veces sandio! ¡un millón de veces estúpido!
- V -
La poesía de un solterón
¡Regla!¡Regla!
-¡Señor!
-¿Dónde mil demonios estás metida?
-¿Cuántas veces me ha llamado usted?
-Más de mil.
-No han llegado a tres.
-Tanto me da.
-Pero no es lo mismo.
-¡No me repliques!
-Cuando se dice lo que no es...
-¿Te rebelas?
-Me disculpo como debo.
-Tu deber es complacermey nada más.
-Eso he hecho siempre.
-¡Pero no lo haces ya!
-¡Así paga el diablo a quien mejor le sirve!
-¡Regla no me provoques!
-Si usted no me maltratara...
-Yo no maltrato a nadie. Yo no hago más que padecery pudrirmey acabarmeaquísolo y abandonado.
-¿Para qué me llamaba ustedseñor?
-Para que me traigas los chirimbolos.
Sale Regla; y mientras vuelveGedeón se desciñe la batadejando aldescubierto sus piernas liadas y reliadas en lienzos y franelasdesde la puntadel pie hasta medio muslo.
Aparece Regla de nuevo en el gabinete con media docena de frascos en unabandejay con enormes rollos de vendajes limpios debajo del brazo.
Arrodíllase a los pies de su amoapoyados sobre un taburete; coloca en elsuelo los frascos y los vendajesy comienza a soltar las ataduras de los queGedeón tiene puestos.
-¡Con tientoRegla!... ¡con mucho tientopor Dioscuando llegues a larodilla! Una mosca que la roce con las alasme hace ver las estrellas...
-No tenga usted cuidado.
-¿Noeh?... Si tú lo pasarascondenada... ¡Poco a poco... poco a poco!así... ¡Ay!...
-¡Si no le he tocado a usted!
-No importa: el miedo solamente me hace tiritar. Arrolla esa tira para dar lavuelta por debajo de la corva. Bueno. Ahorasin miedo hasta los pies... ¡Alto!Arrolla toda la venda suelta.
-Saque usted el pie más afuera...
-Allí va... ¡Cosa más rara que esta dolencia!... Me permite andaraunquecon trabajosy el peso de una hormiga la irrita y ensoberbece... ¿Acabaste conla venda? Ahora la franela... ¡Eche usted tira! El diablo me lleve si no haypara alfombrar con ella la escalera... ¿Qué tal encuentras la rodilla?
-Algo más deshinchada me parece...
-Eso me dices todos los días... ¡Cuidado ahora con el pie!...
-Levántele usted un poco... Un poco más... Ya está.
-¿Cómo le hallas?
-Lo mismo.
-Pues a mí se me figura que cada vez se van dislocando más los dedos...Parecen garfios ¿no es verdadRegla?... Vamos ahora a preparar la batería delos betunes... No los confundas¿eh? Éste es para los pies; éste para elpecho; éste para las rodillas; éste para mezclarle con este otro...
-Ya sé yo mejor que usted para qué es cada uno.
-¡Dios ponga tiento en tus manos!
Hechos los necesarios preparativoscomienza Regla a destapar frascosamezclar las pestilencias de uno con las hediondeces de otro sobre la palma de sumano izquierday a frotar con las doscon toda la suavidad posiblelas partesdoloridas de Gedeónque a cada instante grita y reniega y maldiceya porqueRegla aprieta más de lo convenienteo porque teme que así lo haga. Despuésenvuelve la pierna en franelasy las franelas en lienzosin que dejen deoírse los propios conjuros y las mismas interjecciones del paciente.
-¿Acabaste con ésta?
-En cuanto anude las cintas... Ya están.
-Pues vamos ahora con la otra... Pero recoge antes toda esa traperíaoponla donde yo no la vea... ¡Qué peste más endemoniada!... Parece castigo deDios ¿no es verdad?
-¿Por quéseñor?
-¡Mucho cuidado ahí!... ¡Mira que tengo que ver en esta guisa! Cuando yoera jovenme burlaba de los maridos que pudieran verse precisados a hacer consus mujeres algo de lo que tú haces ahora conmigo... ¡No aprietes tanto!...¡Como si yo fuera de otra materia más fuerte y asegurada de achaques! ¡Comosi solamente las mujeres casadas tuvieran humores y necesitaran untos ycataplasmas!... Cada vez me convenzo más de que entre un joven abandonado a suspropias inclinaciones y una bestiano hay dos pulgadas de distancia... Deleusted cuerda a sus pasiones; satisfágale usted sus apetitos; téngale ustedgordo y retozóny ya cree poseerlo todoy asegurada su vida de penas ydolores... Está mejor esta pierna que la otra. ¿No te parece a ti?
-Allá se van.
-¡Vaya un consuelo de tripas!...
-Pues si es la verdad...
-¡O no lo es!... Y aunque lo seano debe decirse de ese modo...
-¿De qué modo lo he dicho yo?
-Como lo has dicho. ¡Ea! no me rompas la cabeza.
-Jesús me dé paciencia ¡qué genio!
-¡Quisiera yo ver en mi situación al hombre de más cachaza!
-Pero yo no le tengo a usted la culpa de sus trabajos...
-¡No aprietes tanto ahírecondenadísima!
-¡Si llevo la mano al aireseñor!
-Al aire te echaría yo de un puntapiési pudiera dártele.
-Muchas gracias... Pero crea usted quesin puntapié y todohabría pocaspersonas capaces de hacer con paciencia todos los días esto que yo estoyhaciendo...
-¡Espera un pocono untes más!... ¡retira la mano! ¡Ayqué dolor másterrible!... ¡parece que me exprimen los huesos en una prensa!... ¡Ufff...qué barbaridad!... Debo tener la cara como luz de pajuela.
-Algo pálida está... ¿quiere usted un poco de agua?...
-No... Ya se va pasando... Estos dolores son asícortospero buenos...Sigue ahora la operacióny dispensa los disparates que haya dicho contra ti.¿He dicho alguno?
-No ha dejado usted de decirlos...
-No me extraña; porque cuando me ataca el dolorme pongo fuera de míy nosé lo que digo.
-Gracias a eso no los tomo yo muy a pechos.
-Vamos a very ¿qué harías si a pechos los tomaras?
-Ya puede usted presumirlo.
-¿Es decir que serías capaz de abandonarme?...
-Póngase usted en mi caso.
-¡Ingrata! No correría yo tales riesgos si me hubiera casado a tiempo.
-¿Tan mal le ha ido a usted conmigo?
-¿Y de qué me serviría cuanto por mí has hechosi en lo más apurado dela vida me abandonabas? ¡Las mujeres propias no hacen esoRegla!
-También tienen otros privilegios que no tengo yo... y otro porvenir...
-Ya pareció aquello. ¿Temes que te falte el pan algún día?
-Mientras tenga los miembros sanosno; pero bien pudiera suceder.
-¿Por tan desalmado me tienes?
-Cayéndose usted de generosopuedo quedarme a puertas mañana.
-Eso es decir que temes que yo me muera de repente.
-O por sus pasos contados; pero como la voluntad de usted no consta más queen sus palabras...
-Ya te tengo dicho lo que pienso hacer para que mi voluntad sea conocida yrespetada.
-Peroentre tantopuedo morirme yoy ese hijo que anda por esos mundossabe Dios cómono recogerá de su madre ni las tristes soldadas que tieneganadas en más de quince añossirviéndole a usted.
-Luego¿desconfías de mí?
-Noseñor; peroa decir verdadquisiera tener bien arreglada esa cuentapor lo que pudiera tronar.
-Lo que tú temes es que yo truene a la hora menos pensada... no me andes conandróminas; y lo que debes hacer es pedirme lo que te debo; ir a darte buenavida con elloy dejarme a mí solo y abandonadopudriéndome en esterincón...
-Yo no pretendo semejante cosa.
-¡No me pasaran a mí estos lances si yo me hubiera casado a tiempo!
-¡Otra vez el casorio! Y ¿por qué no se casó usted?
-¡Porque fui un mentecatocomo tantos otros!
-Todavía puede usted hacerlo.
-¡Tendría que ver!
-No creo que se opusiera nadie.
-¡Ahí me duele!
-¿En lo que le digo a usted?
-¡En la rodillachapucera!... ¡Pasa con cuidado la venda!... Y ¿quién sehabía de oponer a que yo me casara todavíasi se me antojara?
-Pues eso decía yo... ¡Cuántos a la edad de usted tienen compromisosviejos!...
-Yo no tengo compromisosRegla; yo soy libre como el humocomo el aire.Puedo hacer lo que me acomode de mi cuerpo y de mi caudal. ¿Lo entiendes?
-No lo dudoseñor.
-Es que a mí no me vengas con pullasporque las tengo yo para ti y paratodo el universo¡zambomba!... ¿Acabaste?
-Síseñor.
-Pues al pecho ahora... A bien quepara lo que adelanto con la untura...¡Qué toser anoche! ¡En vilo me la pasé toda! Túen cambiodormirías comouna marmota.
-Como usted no me llamó...
-¡Bien hecho! ¡ahógate ahíconsúmete y púdrete solovejancónmiserable! ¡Consuélate si quieres con el acompañamiento que hace a tusquejidos el asma del ratonero!...
-A esa bestia la voy a tirar yo por la ventana...
-Pues en seguida vas tú tras ella.
-Pero ¿no ve usted que está hecha un ascoy que apesta toda lahabitación?
-Esa no es cuenta tuya... No me manches la bata con ese menjurje... Ese pobreperro ha sido el compañero fiel de mis tristezasy tiene derecho a miscuidados... y a los tuyos tambiénReglaya que me haces hablar.
-¡Para él estaba!
-¡No seas ingrataRegla!
-Más me debe él a míque le traje a casa.
-También es cierto; y volvamos la hoja... Colócame la franela de modo queno me queden arrugas... Eso es... Abróchame la almilla...
-Ya está usted despachado por hoy... digohasta la noche.
-Tráeme ahora una camisa limpia.
-¿Va usted a salir?
-¿Qué tal está el día?
-Regular.
-¿Hace viento?
-Noseñor.
-¿Hay humedad?
-Tampoco.
-Entonces saldré un ratoaunque sea para sentarme en la tienda de laesquinamientras tú ventilas la habitaciónque buena falta le hace.
Dicho estorecoge Regla frascos y trapajos suciosy sale del gabineteenel cual queda Gedeón haciendo pinitos y probaduras de paseoora arrugando lacara y apretando los dientesora soltando un reniegoora admirándose delvolumen que presentan sus piernas con tantos envoltorios y ataduras.
Después se viste con ímprobos trabajos unos pantalones descomunalesy selava las manos y la carano sin bautizar el agua con tres o cuatro esencias debotica.
Por últimovuelve Regla trayéndole una camisola limpiay le calza losentrapajados pies con holgados zapatones de flexible paño.
Puesta ya la camisa limpiahácele Regla el lazo en la corbata; ayúdale avestirse un chaleco de punto inglés; sobre ésteotro de paño; sobre ésteuna levitay sobre la levitaun gabán; pone en sus manos el bastón y elsombrero; cerciórase de que no le faltan pañuelo en el bolsillo ni cigarros enla petaca; y saledejando abiertas todas las puertaspor las cuales vapasandohasta la de la escalerajunto a la que aguarda a su amo cruzada debrazos.
Antes de salir Gedeón de su gabinetelevanta con el regatón de su cachavala mantabajo la cual dormita y ronca Adonis. El achacoso ratonero abre losojos; y sin mover la cabezavuélvelos a su amocomo si quisiera darle lasgracias por su cortesíao decirle: «¡Buen par de alhajas estamos!»
Gedeón le contempla un instantevuelve a cubrirle con el bastón; ybienapoyado en élsale renqueando hacia la escaleramurmurando para susenvolturas:
-No sé quién de los dos largará primero la pelleja; pero el diablo melleve si no estoy yo en el mundo tan de sobra como tú. ¡Tan llorada ha de sertu muerte como la mía!
- VI -
La tienda de la esquina
Regéntalacomo dueño de ellaun buen hombre que jamás se enfada ni seapresura.
Vive de lo que vendeque es tanto como decir que vive de milagro; pues allínunca se vende naday siempre se ven en tablas y escaparates los mismosobjetosdescoloridos y ajados por el tiempo; siendo muy de notarcomofenómeno curiosoque rara vez un comprador pide cosa que en la tienda existapero que debiera existira juzgar por la índole de las mercancías que estána la vistay con las cuales cree el tenderosin duda algunaque hay hasta desobra para satisfacer todos los antojos del público.
Así se dan muy a menudo casos como el siguiente:
-¿Tiene usted tachuelas? -pregunta un marchante acercándose al empolvadomostrador.
-¿Tachuelas? -repite el tendero poniéndose a meditar-. Precisamente tachuelasno; pero tengo otra cosa que puede convenirle a usted más.
-¿Clavillosquizá?
-Noseñor: clavos romanos.
-¿Y qué es eso?
-Hombreclavos romanos... son éstos. Vea ustedpara sujetar las cortinas yformar pabellones. Un palmo tienen de cabeza¡qué hermosos!
-¡Pero si yo quiero tachuelas!
-Pues de eso no tengo ahora.
Y así hasta el infinito.
Alguna vezmuy rarahay en la tienda lo que pide el comprador; peroprecisamente en tales casos se halla el tendero entretenido en oír lo quecuentan o discuten sus tertulianos; y por no perder una sílaba del relato o dela disputa.
-¡No tengo! -responde con desabrimiento y sin volver la cara.
Por eso digo yo que no sé cómo vive este buen hombreque sólo vivede lo que vende.
En esta tienda hay tertulia al medio día y después del paseo por la tarde;en veranohasta que cierra la nochey en inviernohasta que se cierra latienda.
Una banqueta derrengadados banquillos de cabretón y una silla achacosasirven para sentarse los tertulianos entre los dos huecos de la fachada.
Componen la tertuliacomúnmente:
Un señor pequeñitoseptuagenario yapero muy conservadolimpio yrisueño. Guardacomo una reliquia que piensa legar a sus herederossi elEstado no solicita la preferenciael Diario de su larga vidacomenzadoen el instante mismo en que supo escribir de corrido. Todos los añosalsolemnizar él el cumplimiento de uno másreúne en su mesa las cuatrogeneraciones que de él arrancany por remate del banquete les lee de punta acabo el curioso mamotreto.
En concepto del autorhay en sus folios grandes enseñanzas para todas lasedades de la vida. Allí constan los sudores del entonces impúberparaaprender de memoria el «peritussabiojuris»bajo la férulasangrienta de un dómine inhumano; allí los seis maravedís que le daba supadre cada domingosí durante la semana anterior no había habido azotina enel aula; allí los dos reales y medio que le asignaron de jornaldespués detres años de méritosen la casa de comercio en que se colocó y pasócuarenta años de su vidasin haber rebasado jamás de veinticuatro reales cadadía laborable; allí los zapatos que le comprabany si eran de lienzo ode vaqueta; allí los vestidos que estrenabay el día en que por primera vezse puso calzoncillos; allí el efecto que causaba y la revolución que producíaen el pueblo cada moda nueva; allíentre mil prolijidades de su vida social yprivadalos fríos notableslas nevadas de más duraciónlas lluvias máscopiosasla legión inglesala biografía de Bonnet; y si su amigo Pedro secasóy con quiény con qué dote; si falleció el notable señor donPedroy cuántos curas asistieron a sus funeralesy hasta la lista nominal de losparticulares que le acompañaron al cementerio.
Con este cronicón en la memoriay esparcido por ella otro tanto másexcuso decir cuál es el papel que desempeña este apreciable sujeto en latertulia. Fechas dudosascasos análogosestadística antigua... Sobretodo esto y mucho más que salte en la conversaciónse abalanza pararesolverlocomentario y diluirlo.
Apóyale en todos sus asertos y comentarioscon la muletilla de «¡muchoque sí!»un joven de medio sigloque tapa la seseratanquam tabula rasacon dos pabellones de pelo engomado que ha podido conservar en losrespectivos parietales. Tiene este amable sujeto la inocente manía de conoceríntima y particularmente a cada personaje políticomilitar o científico queen la conversación salga a cuento. Según éltodos los ministrosen cuantollegan a serlole ofrecen honores y destinosy todas las chicas guapas lequieren y le mimanPor lo demáses sumamente risueño y complacientey notiene pizca de sentido común.
Forma contraste con él un indianete que alardea de no creer en Diosporqueestuvo seis días en los Estados Unidos; y anda tan escaso de caudal como deganas de gastarle. Siemprey aunque no venga a pelotiene esta frase en loslabiosentre las hebras de un cigarro infame del estanco:
-¡Como a mí me pidieran dinero prestadoa puñaladas había de contestaral muy sinvergüenza!
Y es fama que a puñalada limpia ganó él lo que tiene.
Deben citarse tambiénaunque no describirsedos especieros retirados quearman entre sí muchas camorrasporque ambos toman por lo serio los discursosde las Cortesque leen en La Correspondencia; siendo el unoimpertérrito esparteristay el otro clerical denodado.
Pero la salsa de aquel condumio es un don Acisclo Berrugueteque ha resueltoel problema de vivir de señor con cinco reales y medio al día. Y veránustedes cómo. En el barrio más sucio de la poblacióny en la calle másmiserable del barrioy en la casa más fementida de la calletiene alquiladauna cama en el cuarto más infame de la casalujo que le cuesta dos realesdiarios. La misma pupilera le da un potaje al medio díapor catorce cuartos; ypor tresuna taza de cascarilla por la mañana. Con el real y medio que lequedacompra pany fuma y ahorra para luz e imprevistos.
Explicaremos este milagro. Come una libra al díaque le cuesta cincocuartos y medio; pero temiendo que con las provisiones a la vista se ledeslizasen los dientescompraba media para la comida y otra media para cenar ydesayunarse. Esta ventaja indudable tuvo un inconveniente de gravedad para élporque costando cada media libra dos cuartos y mediomás un maravedíysiendo imaginaria esta monedael panadero habría de cobrarle tres cuartosesdecirun maravedí más de lo justo; de modo que le saldría la libra a seiscuartos. El caso era de meditarsey don Acisclo meditó larga y reposadamentey venció al cabo la dificultadcomprando él mismo el pan a un panaderoconocidoy pagandocon la segunda media librala primera que se llevabafiada. Así vivió algunos meses; pero advirtió la trampa el panaderoyobligó a don Acisclo a pagar al contado. Lo propio le sucedió en cuantaspanaderías fue recorriendohasta que se vio precisado a comprar la libraentera y a poner a prueba las tentaciones de su apetito. No se ha dado todavíael caso de que sus dientes se claven en la media libra de reserva después dehaber molido la otra media; pero el peligro no más de la caídale traedesazonado y en perpetua meditación.
De los seis cuartos y medio que le quedaninvierte doscada tres díasenhigos pasoscon un par de los cuales y un cuarterón de pancenaañadiendode vez en cuandoalgo que rebaña en las mesas de los cafésmientrasdeintentoda conversación a los conocidos que las ocupan.
Un tabernero de la calle le hace media docena de velillas de sebo pestilentepor un realcon las cuales tiene para alumbrarse medio año; porque es de saberque no gasta luz más que para orientarse en su cuartoal entrar en él parameterse en la cama. Todo lo demás lo hace a oscuras. No fuma tabaco si no loaraña en petaca ajena; fuma todo lo que arda envuelto en un papely huelaaunque huela a demonios. Por esotan pronto fuma laurel secocomo yerbaluisacomo anís silvestrecomo menta de perro... lo que abunde en la mies cercana oen el bardal más próximo.
De este modoahorra cinco o seis reales cada mes; y entonces se permiteechar una cana al aire con media docena de amigosacompañándolos a comer decampo.
Ya sabe élpor la experiencialo que aquel regodeo cuesta por barba; ycomo las suyas no alcanzan tan allá como las otrasal llegar la comida a lospotajes-«¡raya!» -dice al tabernero- «y venga la cuenta». Y paga los doso tres reales que le corresponden por lo consumido hasta allí; sin impedirleesto que mientras sus compañeros toman el indispensable estofadoo elinfalible arroz con lechepellizque de lo uno y de lo otroso pretexto de queestá duroo parece soso a la vistay sin importarle un bledo que le pongan degorrón y pegote que no hay por donde cogerle.
Quédanos por explicar el misterio del vestido. -¿Con qué se viste?-preguntará el lector-. Con nada; porque uno de los grandes problemas que hasabido resolver este prodigio de la economíaes el del vestido eterno.
Cuando dejó el empleo de conserje o de no sé quéque desempeñó muchotiempo en un establecimiento de enseñanzadespués de separar de sus ahorroslo necesario para crearse una renta de cinco reales y mediose vistió de piesa cabezatan completamente como quien no piensa volver a hacerlo en toda suvida. Hízosepor de prontoun gabán-saco de dos caras: una parda y otraescocesa; dobles pantalonesdos pares de botasdos chalecos y un sombrero decopa alta. Medias no las gastó nunca; y en cuanto a ropa interior...precisamente es esta ropa la especialidad del especialísimo don AciscloBerruguete. Siendo conserje del mencionado establecimientoengalanóse ésteen una ocasión de festejos patrióticoscon banderas y gallardetes en cadahueco de sus fachadas; y como los huecos eran muchoslas banderas no teníannúmero. Pasaron las fiestas y con ellas el entusiasmo; y no quedando de ésteni el necesario para pagar a un granuja porque descolgara las banderasdiéronselas a don Acisclo por el trabajo de descolgarlas. Desde entonces (ycuenta que esto sucedió cuando la Mayoría de Doña Isabel II) gasta donAcisclo camisas y calzoncillos de percalina con los colores nacionalesaunquecon la precaución de hacer la pechera y el cuello de las primeras con las tirasblancaso azules pálidasque sirvieron de gallardetes. Por eso dicen que estodo lo que hay que verver a don Acisclo en ropas menores.
Las botas. -¿Quién sabe lo que puedan durar un par de ellasno mojandolasni manchándolasni paseándolas mucho? Despuésunas puntadas a tiempo; alañomedias suelas y tapas; al otroel remiendito en la grieta; al otrolapuntera...
Es incalculable lo que dura así el calzadocuando el que le usa escuidadoso y ahorrativo; y don Acisclo compró dos pares en sus buenos tiempos.¡Figúrese el lector si necesitará más en los días de su vida!
El gabán. -Del primer tirón le gastó diez años por la cara parday llevaservidos más de seis por la escocesa. Por supuesto que allí todo es hilaza ya;pero como cubreaprovecha como el mejory seguirá aprovechando a don Acisclohasta que le sirva de mortaja.
Con los primeros pantalones que desechó a los seis añosrepara lasdebilidades traseras de los otros; único sitio por donde éstos flaquean amenudosin que importen un bledo las remontas y los costuronespues con objetode taparlos llega el gabán más abajo de las corvas.
El sombrero es la única prenda que no pudo pasaren buen estadodel tiempousual y corriente; pero cuando otro mortal cualquiera le hubiera arrojado a lacalle por descoloridoajado y alicaídoinventó el ingenioso don Acisclo unauntura con la cual le volvió a la vida más duro que una peña. Todavía legastay con ánimo de seguir gastándole hasta que se muera. Mucho brillotieneeso síy a todo se parece menos al de la seda; pero es impermeablehasta el extremo de que ni los rayos parten aquella cúpula atrevida.
Tal es don Acisclo Berrugueteel tertuliano más importanteaunque no seael más curiosode la tienda de la esquina.
Qué placer halla Gedeón en la compañía de éste y de los demástertulianos descritosno es fácil saberlo. Pero es evidente que desde algunosaños atrásno falta un solo día a la tertuliasi la salud le permite salirde casa.
También es cierto que sólo toma parte en los insulsos debates que allí sesustentanpara llamar cabra a don Acisclo; melones a losespecieros; estúpido al indianete; simple al joven de mediosiglo; momia al septuagenarioy alcornoque al amo de la tienda.
Y como estas flores las echa con el ceño fruncido y la voz retumbantesinmeterse en más honduras ni razonamientosrecíbenlas los floreados a títulode cosas de don Gedeóny danle el puesto de preferencia en la tertulia.
Ocúpale él con la conciencia de que le merece; y siempre le abandona con elpropósito de no volver a meterse entre aquella «reata de bestias». Perovuelve.
Acaso le mueve a ello una necesidad de su temperamentoque se desahogallenando de improperios a la reata aquella; acaso la fuerza misma de suaburrimiento le hace dar por las paredes; acaso es su destino que se cumpleasí... Lo que el lector quiera. El hecho es que Gedeón no falta nunca a latertulia de la tienday que todos los Gedeones que yo conozco de la misma edadque el de esta historiatienen por único recreo otra tienda por el estilo parareñir con el lucero del alba que se presenteservir de estorbo a losmarchantes y ocasionar la ruina del tendero; sin queen rigor de verdadpuedandecir queal precio de tanto mal como han causadose han divertido una vezsiquiera.
- VII -
La vanguardia de la muerte
Así las cosaso porque el invierno se anticipao porque es húmedooporque... ¡vayan ustedes a averiguarlo! un día la gota se encrespaháceserío caudaloso; y subiendosubiendo desde la punta de los piesllega hasta laspuertas del estómago de Gedeón; con lo cual el asmacomo si temiera verinundada su viviendaéchase pecho arriba y comienza a bregar en lasestrecheces de la gargantabuscando más ancho espacio y un aire que ya noencuentra en aquellas profundidades.
Gedeónpor endeno sale de casay empieza a echársele de menos en latienda y en los paseos que frecuentaba. En la tiendaa los pocos días; en lospaseosa los dos meses.
-Debe estar enfermo -dicen sus contertulios una vez solasin mostrarotro interés por su vidani cansarse en enviar un triste recado a su casa.
-Hombre¿qué habrá sido de ese señor gordo que tomaba el sol en estebanco todos los días? -pregunta un observador en el paseo-. Hace más de dosmeses que falta de aquí.
-¿Qué señor? -se le responde.
-Pues uno de estas señas y de las otras.
-¡Ah! don Gedeón... Creo que está hecho una carraca. Ya no sale decasa...si es que no se ha muerto...
-¡Para la falta que hace en el mundo!...
Tal es el responso que ordinariamente reza el vulgo por los hombres comonuestro personaje.
Como a los muros ruinosos y a los árboles viejosse les echa de menosnopor lo que valíansino por el sol que quitaban y el espacio quealdesaparecerdejan libre y desembarazado.
Entre tantoel infeliz no halla momento de reposopor más que le busca enholgado sillón o en mullido lecho. Del uno al otro pasa a cada horaforjándole el deseo posturas queal tomarlasson prensas que más le oprimeny extreman en su cuerpo los dolores y las ansias.
Así pasa el díay después viene la noche. ¡Qué nochegran Dios! Juraraen su febril desasosiegoque los muebles bailan; que las figuras de adornodisputan y pelean; que la mortecina luzreverberando en opaca porcelanarefleja en puertas y paredes danzas de demonios y de brujas; y que oye hasta elruido crepitante de sus miembros descarnadosy las carcajadas de sus bocasdesgarradas y burlonas. Parécele el cuarto un cementerioy su cama una tumbaabiertaen cuyo fondo yace su propio cadáverpero cadáver que siente yrecuerda; porque por un fenómeno producido por la índole de sus tormentostodo lo ha perdido menos la sensibilidad y la memoria.
Con ella recorre el dilatado campo de su vida; y por más que cierra los ojosy los oprime con sus manosuna luz vivísimaque a la vez le abrasale ponede manifiesto todo el sendero recorrido. Pero aquel campo es una estepaen queni huellas quedan de su paso. Allí todo es desolación y muerte. Tras él noviene nadieporque nada deja en aquel árido desierto que preste abrigo ysombra al caminante. Por allí no pasan sino los pocos insensatos como élquevan huyendo.
Y cuando el sol reaparecey la fiebre y los dolores le dejan sosegado unosinstantesabre los ojos y mira en su derredor. ¡Qué cuadro! Cerca de sulechola inmunda bestiasiendocon su estertor continuoreloj de su agoníay a la vezcon su presencia en aquel sitiotestimonio abominable de los malcolocados afectos del iluso; en otro rincónla mercenaria Regla dormitando;Reglacuyo cariño sigue las oscilaciones de sus dádivas y las alternativas desus promesas; en sí mismolos dolores del cuerpo y los gritos de la concienciaque le acusa.
El cansancio le rinde al caboy va a reposar durmiendo. ¡Vana esperanza!Reglaque parecía dormitarmeditaba también. Meditaba que su amo podíamorirse en uno de aquellos paroxismos; que ella había pasado muchos añossirviéndole; que por estoy quizá por algo mástenía derecho a una buenarecompensay que estaba a punto de perderlaporque el moribundo no habíahecho disposición alguna en debida formaque así lo declarase; y sabíatambién que desde que su amo se había agravadotodos los días preguntaba porél al portero una mujer sospechosa. Este indicio la excusabaen su conceptode toda consideración con el enfermo.
Mientras le ve luchar con el delirio de la fiebrelimítase a observarley¡sabe Dios lo que entonces pasa por sus mientes! Pero en cuanto le ve dueño desu razón y sosegadose levanta de la silla en que velabay se acerca depuntillas al lecho.
-¡Señor! -dice al oído del enfermocon hipócrita suavidad.
-¿Quién me llama? -balbuce Gedeóncuyos párpados empieza a cerrar elsueño.
-Yo... Regla...
-¡Maldita seasque me robas el único consuelo que me queda!
-Yo no creí... Como es hora de tomar la medicina...
-Déjame... ¡vete!
-Ademástenía que hablarle a usted...
-¿Tienes sueño que ofrecerme?... Pues si no lo tienesdéjame... ¡yo noansío más que dormir!
-También hay otras cosas en qué pensar....
-¡Déjame!
-¡Y muy sagradas!
-¡Vete!
-Me parece que estoy en mi derecho...
Y Reglaal hablar asícomienza a sollozar.
Tal es la necesidad de descanso que tiene el desgraciadoquea pesar de lacruel insistencia de Reglavuelve el sueño a apoderarse de él.
Al verle dormidovacila la criada entre el temor de empeorar su causaenfureciendo a su amo despertándoley el recelo de que se muera sin testar enel primer acceso que le acometa.
En estoaparece en la salaatropellándolo todouna mujercubierta lacara con el velo de su mantilla. Pregunta por el enfermo a Reglay ésta se lemuestra maquinalmente con la manodesde la puerta del gabinete.
Penetra en él la desconociday avanza hasta la cabecera de la cama.
-¡Gedeón! ¡Gedeón! -dice en voz no muy altapero anhelosaal oído deéste.
-¿Otra vezinfameinicua?... ¡Otra vez me despiertas! -responde a lospocos instantes Gedeónentre angustiado y colérico.
Reglaque ha seguido con la vista azorada a la entremetidacuando la oyellamar a su amo con tanta familiaridadsaca chispas con los dientes y lanzasaetas por los ojos.
-¡Soy yoGedeón! -continúa diciendo la encubierta-. ¡Mírame!
Y recoge el velo sobre su cabezadejando al descubierto la faz rechupada yangulosa de Solita.
El enfermo hunde su cabeza en la almohadacomo si tratara de hacerse másinvisiblepara dormir impunemente.
-¿No me conoces? -añade Solita sacudiendo los hombros de Gedeón.
-¡Ya la justicia de Dios no tiene rayos para matarte! -grita iracundo ytrémulo el infelizal verse tratado con tal inclemencia.
-Pero ¿no ve usted que descansa? -ruge entonces Regladirigiéndose aSolita con la indignación pintada en su semblante. ¡Como si ella misma noacabara de cometer el mismo delito!
-Y a usted ¿qué se le importa? -ruge a su vez Solita encarándose conReglade quien ha mucho sospecha lo que el lector y yo sospechamos también.
-¡Me importaporque le cuido... porque le velo... porque sé lo que padece!-contesta Regla devorando con los ojos a aquella mujer en quien ha descubierto asu invisible rival en la privanza de su amo.
-¡Mentira!... Tú no sabes lo que yo padezco... o no tienes entrañas si losabescuando también me has despertado -exclama Gedeón.
-¿Lo oye usted? -dice a Regla Solitabalbuciente de rabia.
-¿Quién es el otro verdugo que te acompañaRegla? -pregunta el enfermo-.Quiero saber su nombre para maldecirle.
-Soy yo: Solita...
-¡Solita! ¡Tú también!... ¡Pues maldita seas!
-¡Ingrato!... ¡Te pesa que esté a tu lado!...
-Nosi me traes lo que necesito -exclama el desventuradoaspirando conansia un poco de aire; -pero si no me lo traes¡maldita seas!
-Si con la vida puedo dártelotuya esGedeón.
-Para nada la necesito. Pero ¿me traes compasión? ¿Me traes caridad paramis tormentos?
-Sí.
-Pues demuéstramelo marchándote de aquí y dejándome descansar... Noanhelo otra cosa; no le pido más a los hombres... ¡Ya ves con qué poco meconformo! ¡Cuán poco te pido!
-Sípobre Gedeónpoco me pides.
-¡Pues ni eso han querido darme!
-Porque no saben comprender...
-Tampoco tú lo has sabido cuando también me despertaste.
-Para que durmieras luego más descansado.
-Lo estarési tú te marchas.
-Del cuerpopero no del espíritu.
-¿Qué quieres decir?
-Que pienses en lo que debes pensarantes de entregarte al sueño.
-¡Infame! ¿Temes que sea el último que duerma?
-Nopero...
-¡Víbora! ¿Esa agonía me preparas? ¿Ese es el consuelo que me traes?
Y cuando dice estoGedeón no encuentra ya postura cómoda en la cama; surespiración comienza a ser fatigosa; los dolores le punzan de nuevoy los ojosse le inyectan de sangre.
-Señora -exclama Reglatrémula de corajemás que por el estado de suamopor lo que ha descubierto en el diálogo que éste ha sostenido conSolita-yo asisto a este enfermo; yo soy responsable de lo que le suceda porfalta de cuidado... ya está usted viendo cómo se ha puesto con lo que le hadicho...
-¿Y qué? -la pregunta Solita volviéndose a ella como serpiente que levantasu cabeza para lanzarse sobre su presa.
-Que no consentiré que usted continúe atormentándole.
-¡BienReglabien!... ¡Échalamátala!... ¡yo respondo de todo!
-¿Lo oye ustedmala mujer?
-¡Mala mujer yo! -brama Solita arrojando espuma por la boca-. ¡Y eso me lollamas... túfregona miserable!... ¡tú que le apartas de su deber! ¡tú queeres causa de que un padre reniegue de sus hijos!
-¡Silencio... maldecidas! -grita Gedeón ahogándose.
-¿No oye usted lo que me dice? -responde Reglaa punto de coger del moño aSolita.
-¿Estabais de acuerdo para echarme de aquí? -continúa ésta-. Pues bueno;yo saldré al balcón y lo publicaré todo; y lo que túdesalmadono quieresdeclarar en debida formalo sabrá la gente por mi boca.
-¡Nopor caridadSolita! -exclama Gedeónviéndola dispuesta a cumpliren el acto su amenaza-. Vete de aquí... déjame descansar... y yo te prometoque sabré cumplir con mi deber... pero vete luego... ahora mismo; porque sitardas un poco... me ahogo... ¡Regla!... ¡la cucharada!... ¡Ay!... yo memuero... ¡La cucharada... Regla!
-¡El demonio que le lleve a usted! -le contesta Regla por todo consueloindignada al ver a la intrusa triunfante en aquella inhumana pelea.
-He aquí el pagoGedeón... ¡sacrifícame otra vez a ella!...
-¡Socorro! ¡Vecinos! ¡Estas fieras me asesinan!...
Y como si las palabras del angustiado Gedeón hubieran llegado a su destinose oyen pasos hacia la sala; y un instante después entra una persona en elgabinete.
Es el Doctorque viene a hacer al enfermo la visita de la mañana.
A su vista enmudecen las dos mujeresy hasta quieren disfrazar la ira de queestán dominadascon sonrisa y actitudes tan violentas como ociosas.
Gedeónpor el contrariotan pronto como ve el médicocomienza a implorarde éste la autoridad que a él le falta para hacerse respetar.
Algo ha oído el Doctor al entrar en la casay no poco le dicen aquellas dosmujeres en quienes su presencia causa tan notorio desconcierto. Las palabras deGedeón nada le descubren que él no haya sospechado.
Por de prontomanda que le dejen solo con el enfermo. Solita y Regla cumplenel mandato; y la primeracubriéndose la cara con el velodespués de lanzaruna mirada rencorosa a la segundasale de la casa hecha una furiafulminandono sé qué tempestades y propósitos en respuesta a otras amenazas sordas conque va Regla escarbándole los oídos.
Solos el Doctor y el enfermoéste continúa lamentándose de su infortuniosin consueloy entona tristes endechas sobre lo que acaba de sucederletrasuna noche como la que ha pasado.
-He visto aquí una cara que me es desconocida -dícele el doctor después dehaberle dado el calmante que le negó Reglay de verle más sosegado y enreposo.
-Esa es la serpienteDoctor; ¡la serpiente de mi paraíso!
-¿La serpienteo la manzana?
-Lo que usted quiera. La verdad es que esa mujer ha sido obstáculo perenneen el camino de mi vida desde que usted y yo nos conocimos; la hiel de todas misamarguras...
-¿Y no ha habido manera de separar ese obstáculoal parecer tan leve?
-NoDoctor: porque a la vez ha sido... ¿a qué ocultárselo a usted? gusanode mi conciencia.
-¡Hola!... ¿Luego es decir que no sin derecho le ha perseguido a usted?
-Hasta cierto puntoDoctor.
-Acaso con la exigencia de que se le cumplan determinadas promesas...
-Y quizá exponiendo razones de esas quepor lo mismo que son hijasde una debilidadson las más fuertes.
-Razones... sí; hijas de una debilidad míatambién; pero en cuanto afuertesnoseñor.
-Pues no lo entiendo.
-Va usted a entenderlo al puntoporque yo no quiero tener secretos para elúnico hombre que en el mundo me ha querido bien y no me ha disfrazado laverdad.
-Mil gracias por la deferencia; pero cuide usted de no revelarme demasiadopara no sentir después un nuevo remordimiento.
-NoDoctor: ¡hasta por egoísmo necesito desahogarme con alguien de estaspesadumbres!
-Adelantepuescon la historia.
-Me encontré con esa mujerde humilde cunacuando aún tenía ella graciasy donairesy yo buena salud y ciertas ideas de moral... Sin gran esfuerzoacomodóse a mis propósitos. Pero dio en la gracia de mostrarme los suyospordemás extremados y opuestos a los míosprecisamente cuando ya el desencantome hacía mirarla como carga superior a mis fuerzas y deseos. Entonces leconocí a usted; y sin decir que sus teoríaspara mí tan nuevas comointeresantessobre el matrimonio y la familiame convencieranla verdad esque fueron causa de que yo sintiera un irresistible deseo de verme colocado enun terreno completamente despejadopara elegir la senda más de mi gustosi enocasión de elegir volvían a ponerme las circunstancias. Entonces pensé muyseriamente en desembarazarme del estorbo de esa mujer; intentélo varias veces;mas cuando ya iba a conseguirlovenciendo miramientos pueriles que hasta allíme habían detenidohalléme unido a ella por un vínculo nuevo; de esos queamarran y doman al hombre de más bríosmientras le quede un rastro siquierade honra en el pecho... ¿Me entiende ustedDoctor?
-Perfectamente.
-No se qué pensamientos me asaltaron cuando preso me vi de esta manera;porque antes de llegar a examinarlosya me atormentaban indicios... de ciertogénero... ¿Me entiende usted?
-Sospecho que sí.
-Pero no pasaron de indiciosni pasar pude yo de la incertidumbre en que mesumieronni adquirir me fue dado una prueba que me autorizara para quejarmeome extirpara los recelos. Así corrieron los años; crecieron los vínculos conellos... ¡crecieronDoctor!... que a tales demencias arrastra el amorpropio resentido... y así he llegado hasta hoy; ella reclamando lo que enconciencia dice que la deboe invocando testimonios que yo no quieroverni jamás he visto ni veré; y yo aborreciéndola más cada díayalejándome cuanto me es posible de ese padrón de ignominiainfierno de miexistenciatestigo de mis debilidades y torpezas. Hoy ha venido a robarme miúnico bienel sueñopara amenazarme con publicarlo todo si continúoresistiéndome a sus exigencias... En eso estaba cuando usted entró.
-Graves sonen efectolas razones de esa mujer -dice el Doctor después depermanecer unos instantes silencioso. -Pero¿y la otra? ¿por qué se quejabade usted?
-¿La otra? -responde Gedeón muy contrariado. -La otra... Ya sabe usted loque son amas de llaves muy antiguas en las casas... Resabios del oficio... Lacostumbre de mandar en todo...
-¡Ya! -replica el médico sonriéndoseacaso sin malicia.
-Y ahora que está usted impuesto de todoDoctor amigo; ahora que de mislabios ha oído usted lo que a nadie en el mundo he confesado; ahora que conoceusted el infierno en que me abrasono me niegue usted su auxilio para salir deélsi salir puedoo para tomar una postura compatible con el descanso.
-Ante todoamigo don Gedeón¿qué opina sobre el caso su conciencia deusted?
-Mi concienciaDoctor... mi conciencia no sabe a qué atenerse. En ocasionesconcede derecho a esa mujer para quejarse; otras veces se le niegapuesto quesin violencia aceptó la situación en que se puso.
-Y sobre los vínculos posteriores a esa primera situación¿cómopiensa?
-Piensa cuando se fija en los indicios aquellosque yo tengo perfectoderecho para romper esos vínculos; y cuando noque éstos son un castigopalpable de mi insensatez.
-¿Y qué aconsejapor finesa señora?
-NadaDoctor: quimerasdelirios que me deslumbran y me aturden y memartirizan.
-¿Está usted seguro de que es la conciencia de usted la que así piensa yla que así aconseja?
-¿Y qué otra cosa puede ser?
-La vanidadla soberbia...
-¿Es posible?
-Se trata de un hombre que ha hecho del celibato una banderay de una mujerde oscuro linaje que quiere obligarle a caeren las peores condicionesimaginablesen el extremo de que él huíaaun considerándole con todas lasventajas posibles. Concédame usted que esta prueba es de las más terribles aque puede someterse el amor propio.
-Concedido.
-Espor tantomuy fácil que lo que usted toma por dictámenes de laconcienciano pasen de ser rebeliones del despecho.
-Sea lo que fuereDoctoryo necesito que usted no me abandone en tanhorrible trance; que me defienda contra esta conjuración que me amenaza.
-¡Defenderle! ¡Ahí está el egoísmo otra vez! ¿Y sien buenajusticiano es defendible su causa de usted?...
-¡Que no!
-Me parece que cuando su propia conciencia dudabien puedo yo dudar.
-¡Es decir que usted me abandona; que me deja entregado a la inclemencia deestas mujerespara que me asesinen!
-Tanto como esono: pero distinga usted entre el médico y el moralista. Conel primero cuente usted siempreporque eso soyy nada másaunque alguna vezme haya metido a filósofo de afición. En cuanto al segundo... busqueusted y hallará.
-¿En dóndesi estoy solo en el mundo?... ¡SoloDoctory agonizando!
-Llame usted a todas las puertas que su razón le muestre.
-Todas están cerradas para mí.
-Lo creo; pero hay una que no se cierra para nadie. Llame usted a esa.
-¿Qué puerta es?
-La de Dios.
-¡Luego me cree usted en peligro inmediato de muerte!
-No por cierto; antes me atrevo a prometerle a usted que hemos de saludarnosen la calle dentro de pocos días. La intensidad del mal ha cedido mucho; losaccesos van siendo cada vez más benignoso menos crueles.
-Entonces ¿por qué ese consejo?
-Venía dispuesto a dársele a usted hoyen la persuasión de que si leaceptaba en cuanto valeme debería el mayor beneficio que puede hacérsele aun hombreCon doble motivo se le doy ahora que conozco la historia que acabausted de confiarme.
-Y ¿dónde está esa puertaDoctor?
-¿Es usted tan desventurado que no la ve?
-He olvidado el camino. ¡Hace tantos años que no le frecuento!
-¿Se ha olvidado usted también de que existe ese camino?
-Creo que no.
-Algo es eso.
-Pero estoy a oscuras para volver a hallarle.
-No importasi queda fuego con qué hacer luz.
-Chispas entre cenizasDoctor; nada más.
-¿Está usted seguro de ello?... Examínese usted bien.
-Seguro estoy.
-Pues con esas chispas se puede producir un incendio. ¡Ay de la fe cuyascenizas se enfriaron! Reúna usted esas chispas; agréguelas usted combustiblesy la luz se haráy verá usted la puerta. Cuando usted la veallame.
-¿Y después?
-Después... no necesitará usted preguntarme a mí qué debe hacer en elconflicto que me ha confiadoni cómo se lucha y se vence contra las miseriasdel mundo: la concienciailuminada por la religiónle dirá a usted todasesas cosas y otras muchas.
-¿Lo cree usted como me lo diceDoctor?
-¡He visto tantos milagros de esa especie! Acuérdese usted de Herodes.
-¡Herodes!...
-¿Qué le admira?
-En verdad que milagro fuera en mí semejante resurrección... Si usted meayudara a dar los primeros pasos...
-Desde hoy mismosi usted quiere.
-Precisamente hoy... Pero mañana... mañanasí.
-Mal síntoma es ese «mañana»amigo mío; peroen fintambién mañanaestaré a sus órdenes.
-GraciasDoctor; y por de prontoeche usted una buena reprimenda a esapícara criadaa fin de que me cuide mejor. A mí ya no me hace caso... meconceptúa muerto. ¡Muertocréalo usted!
Y tras estas y otras palabras por el estilocumple el Doctorcomo puede ycomo debeel encargo del enfermoy vase dudando mucho que aquella almaacongojada salga de las tinieblas en que yace.
- VIII -
Los parientes de Gedeón
Los pronósticos del médico se cumplen en todas sus partes. El enfermo salede las apreturas en que le hemos visto; y a medida que va adquiriendo fuerzas yesperanzasva dejandono ya «para mañana»sino para otra ocasiónel proyecto de llamar a la puerta consabida.
Ya puede gritar y revolversey hasta sacudir un bastonazo a la atrevida quele provocase al alcance de su brazo. ¿Para qué necesita apelar a ciertos extremosalarmantes? Hasta se arrepiente de haber sido tan explícito con el Doctor. Tales la condición humanaaun sin tratarse de egoístas como Gedeón. Las muletasque suplen el miembro entumecidose arrojan al fuego tan pronto como aquélrecobra sus fuerzas y movimiento.
Al cabo de los díasel convaleciente se encuentra en aptitud de salir a lacalle a tomar el sol. Ya tiene el sombrero puestoy se afirma en su cachavapara mover sus pies entrapajados y embutidos en sendos zapatones de pañocuando Regla le anuncia la visita de un caballero y de una señora.
Tratándose de un hombre cualquieraun anuncio semejante y en semejanteocasiónnunca se recibe sin contestar con mal gesto: «No estoy en casa; quevuelvan otro día.»
Más para Gedeónque no se trata con nadiefuera de las personas queconocemosel anuncio de una visita es un acontecimiento extraordinario queexcita en gran manera su curiosidad; y asímovido de ella.
-Que pasen adelante -dice.
Y los anunciados pasan a la sala.
Dos soncomo dijo Regla.
El caballero es hombre madurocon buena ropapero mal hecha y peorcolocada. Sus ademanes y su aire corresponden a la ropa. Luce en sus manosholgados guantes de color de ladrilloy con una de ellas ase barnizado bastónpor más abajo del puñoque es de oroo lo remeda.
La señora parece cortada por el mismo patrón que su acompañanteasí enel modo de ser como en el de vestir.
Los dos personajes son a cual más risueño y expresivo.
-¿El señor don Gedeón? -pregunta desde la puerta de la sala el caballerodescoyuntándose a cortesíasencarado ya con aquél.
-Servidor de ustedes -responde Gedeón haciendo su poco de encorvadura en losriñonespor no permitirle más finezas de gimnasia sus miembros doloridos.
-Beso a usted su mano -dice por su parte la señoraabanicándose el rostroy retorciéndose mucho.
-Pues yo tengo grande honor en conocer a usted y ofrecerle mis respetos-añade el visitanteavanzando hasta Gedeón y tendiéndole la diestra.
-Lo mismo digocaballero -responde Gedeóndejándose estrechar la mano.
-Mi señora... -continúa el otroseñalando a la que le acompaña y mirandoa Gedeón.
-Mi marido... -dice la señora haciendo una exagerada cortesía a Gedeónyapuntando a su acompañante.
En otros tiempos Gedeón se hubiera dado a todos los demonios al versefigurar como actor en una escena semejante; pero ahoray merced a la apatía enque le han hecho caer sus dolencias y sus pesadumbrescasi se riera de lo quetiene delantesi de reír no se hubiera olvidado en tantos años como ha pasadosin reírse.
Así es que con una calma y una serenidad de rostro que parecen reñidas consus antecedentesbrinda a los visitantes con el sofáy sentándose él en labutaca contiguaruégales que le expongan la razón de su visita.
-Va usted a saberla -responde el caballeroestirando las manoplas ycolocando el bastón entre las piernas-. Puesseñoryo soypara cuanto ustedguste mandarmeRuperto Bonifacio Gazapín de la Goteranatural y vecino deCascarucapueblo a muy pocas leguas de esta ciudady en el cual tiene usteduna hacienda morrocotuda.
-Muy señor mío...
-Para servir a usted... Soy hombre de algunos posiblesaunque no muchosyallí casé con esta mi señora...
-Beso a usted su mano -vuelve a decir la aludida.
-Dionos el cielo un heredero -continúa su marido-uno no másdon Gedeón;el cualal ser muchachocursó latinidades con el párroco del pueblo (hombredoctoeso síy virtuoso también)con ánimo de queya mozose elevara afacultad mayor. No pudo ser esto por razones largas de exponer; y al cumplir losveinte años casó con una joven de su elección particularaunque no de sulinajenien verdad hablandode nuestro gusto. Hoy vive también en Cascarucacon cinco de familia y al amparo nuestro y de un destino de secretario delAyuntamientoque pudimos obtener para él. Por lo demáses mozo trabajador yhonrado. Y dicho estohágase usted cuentami señor don Gedeónde queconoce usted a toda la familia de mi casa.
-Sin contar -añade la señoramirando muy de cerca el paisaje de suabanico-seis alumbramientos desgraciados que tuvo una servidora de usted.
-Cierto es eso -repone su marido-; pero como dijo el otro«con agua pasadano muele el molino; oveja muerta no hace rebaño». ¿No es verdaddon Gedeón?Aquí se trata de los que somosno de los que pudimos ser; pues sin eso y sinlo otro y sin lo de más allásabe Dios los que nos sentaríamos hoy a la mesaen nuestra casa de Cascaruca. ¿No es verdaddon Gedeón?
-Cierto esen efecto -responde éstemirando al uno y a la otracomopidiendo a cualquiera de ellos la prometida razón de la visitaque aún nosospecha entre el fárrago de aquel prólogo estrafalario.
-Pero vamos al asunto -continúa el don Rupertovolviendo a estirarse lasmanoplas; -y el asunto esseñor don Gedeónque nosotros somos parientesyque habiendo sabido mi señora y yopor el colono de ustedque ha estado ustedenfermo de alguna gravedadpor si otra vez ocurrelo que Dios no quierahemosvenido a ofrecerle nuestros cariñosos y desinteresados serviciosde los quepuede usted disponer también en sana salud.
Algo como sospecha de mal género cruza por las mientes del visitado; peroresuelto como está a seguir hasta donde le sea posible el humor de aquellosoriginalessonriese y contesta:
-¿Parientes míosdice usted?
-Síseñor... y bastante cercanos.
-¿Por qué parte?
-Por los Gazapones.
-Ahora lo entiendo menos. ¿No me ha dicho usted que se llama Gazapín?
-Síseñor; pero el tercer apellido de su abuelo materno de usted eraGazapón.
-Luego no somos parientes.
-Déjeme usted concluir. Los Gazapones son primos carnales de los Gazapinespor la tercera rama; así es que mi padre se llamaba Gazapónde segundoapellido.
-Podrá sercuando usted lo asegura.
-Como que es la verdad... Y es tal el entronque y enlace que hay de unos conotrosque yo no pude casarme con ésta sin dispensa.
-¿También es Gazapín?
-Noseñor; ésta es de los Gazaperas.
-¡Demonio!
-Síseñorfamilia que viene a serpor lo que entonces se supoel troncode los Gazapones y de los Gazapinesque son las ramas.
-Hombrees muy interesante todo eso.
-Yo lo creo... Puede usted gloriarse de pertenecer a una familia de las másilustresdilatadasyal mismo tiempounidas; quiero decirsin mezclasextrañas. Tan unidaque las tres ramas tienen el mismo escudo en laejecutoria.
-¡También eso! ¡Conque tenemos ejecutoria y armas!
-¡Yo lo creo!... ¡y bien bonitas! ¿No las conoce usted?
-No por cierto; y ahora me pesa.
-Pues yo le diré a usted: representan dos gazaposuno grande y otro chicoen campo de legumbres tiernas; y a lo lejos la gazapera con un farol a laentraday un letreropor luzque dice: «Os alumbro el camino»; comosi dijéramos«no acelerarsey firmes con elloque yo os muestro laretiradasi viene el amo».
-Es curioso el lema...
-Así explican el escudo los que lo entienden. La verdad es que la nuestrafue siempre familia muy aprovechada.
-Ya se conoce.
-Y atento a elloyo no sé qué rey de la antigüedad le dio esas armasporno sé qué préstamo que le hizo.
-No era rana Su Majestada juzgar por la muestra.
-Pues síseñortodo eso hay.
-Y no es poco.
-Y hablando de otra cosa. ¡Vaya una finca que tiene usted en Cascaruca!
-No es mala.
-¡Y qué partido podía sacarse de ellabien administrada!
-¿Tan mal lo está?
-Tan maltan mal... no digamos; pero ya lo sabe usted«haciendatu amo tevea»y yo jurara que usted no la ha visto en su vida.
-Verdad es.
-Naturalmente. ¡Tendrá usted tantas cosas que valdrán más. A Radegundisse lo he dicho yo muchas veces: «He aquí una finca que es una alhaja para unhombre hacendoso; y el diablo me lleve si su amonuestro parientese acuerdade ella; y para no acordarse de ella ¡cuánto no tendrá ese hombre!»
-Y ¿por qué se tomaba usted esa molestia?
-Pues ¡qué sé yo! porque caía la pesacomo diceny porque también elinterés de familia mueve mucho¿está usted? Y cuando no hay ofensa paranadie... Por esocuando me respondía Radegundis que ya daría para un buenrato el contar lo que usted tieneno podía yo menos de decir: «¡VálgameDios! ahí está nuestro pariente lleno de caudalesy sin un hijo que se losheredeni una obligación que tenga derecho para arrancárselosni un tristeallegado a su verapara que mañana u otro día le cierre los ojoso le asistaen sus desconsuelos. ¿Adónde irá a parar ese dinero el día en que donGedeón fallezcaporque mortales somos todos?» Y entonces me decíaRadegundis: «¿Quién sabe lo que pensará nuestro pariente?... Si tiene unmillóncomo dicenentre rústicas y urbanas (yo creo que ha de ser bastantemás)ya habrá él echado sus cuentasy tomado sus disposiciones para quecada uno lleve su merecido... o para tirarlo por el balcón... Nosotrosquietecitos en nuestra casa y atenidos a nuestra medianíaque a la fortuna nohay que salir a buscarla; ella sola se mete por la puertasi de Dios está quehan de alcanzarle a uno sus favores.» Me parece que esto es hablar en ley y sinofensa de nadie¿no es verdaddon Gedeón?
-Mucho que sí; y es una lástima que mi señora doña Radegundisque tancuerda es en hablarno lo sea tanto en sus obras.
-¡Aydon Gedeón! por la espina de santa Lucía -exclama aquí la señorade don Ruperto Bonifacio Gazapín de la Gotera-¿a qué obra mía le falta lacordura? ¿En qué he faltado a las conveniencias de mi educación y de nuestroparentesco?
-Justo -añade su marido-¿en qué ha podido esta infeliz faltar a todoeso?
-En dejarle a usted venir... a lo que ha venido a esta casay enacompañarle a ella.
-¡En esomi buen pariente! -exclama don Ruperto-. ¿Es posible que unapersona cometa una falta en ofrecer sus respetos a otra persona?... Porque aesoy sólo a esohemos venido; créanos usted. ¿No es ciertoRadegundis?
-Señor don Ruperto Bonifacio Gazapín de la Goteranatural y vecino deCascaruca; señora Doña Radegundis Gazapín... de no sé cuántos: cumplí yalos sesenta y cincoy apenas me quedan en la boca otros dientes que loscolmillos; ¡figúrense ustedes si los tendré retorcidos!
-No comprendo...
-No caigo...
-Ni hay para qué comprendan ni caigan; en cambioyo les comprendí austedes a poco de haberles oídoy esto baste. Conque estimando la visita encuanto valedenla por terminada; procuren ser en otra que les ocurrano en micasamenos explícitos y más afortunadosy déjenme ir a tomar el solquepara tiempo perdido basta el que les he consagrado.
-¡Pero don Gedeón!...
-¡Pero pariente!...
-¡Ni una palabra más!
-Para explicarle a usted...
-Para que no crea...
-¡Zambombaque se me acaba la paciencia! ¿Les parece poca la que hetenido?
-Pues saludo a ustedcaballeroquedespués de todode hombre a hombre nova un palmo... VamosRadegundisquepor lo vistoestorbamos aquí...
-Bien te dije yoRupertoque te miraras mucho antes de venir... Beso austed su mano...
Y el apreciable matrimoniohecha esta despedidavuélvese Por donde vinoentre mustio e indignado. El lance no es para menostómense sus propósitospor donde al lector pluguiere.
En tantoGedeónno poco amostazadorecibe de mano de Regla una carta queacaba de llegar por el correocaso también de los más raros en aquel hogar.
Ábrela sin tardanza. Está fechada en Taconucospueblo de aquellaprovinciay no lejanoy dice así:
«Muy respetable señor: sé que los Gazapines de Cascaruca han ido aofrecerle a usted sus respetosbajo pretexto de que son sus parientes cercanos.No los crea ustedy sírvale de gobierno que acostumbran a hacer lo mismo contodos los pudientes de la provincia que están a pique de morir sin herederosforzosos. Dichos Gazapines son gente de mucha bambolla y de poco trigoy encuanto al vástago de que le habrán hablado a usted es un perdido que ya haestado seis veces en la cárcel.
En punto a parentescoyo no sé que tenga usted en este lado de laprovinciaotros que con mi familiapor parte de los Lupianesquecasaron con los Lupinosprovenientes en línea recta de los Loberas primitivosy por eso el quinto apellido de su señor bisabuelo paterno es Lupiánigualal tercero de mi señora madre (que en paz descanse)como puede verse ennuestras ejecutorias; por lo cual en las armas de esta casa hayentre otrosanimales dañinosun lobato que también debe hallarse en las de usted.
No saco a plaza esto del parentesco por llamarmecomo el otro que dicea laparte en cosa alguna de ustedni hacer méritos de ninguna clase; sino para quese vea la diferencia que va de parienteso séase de los Lupianes deTaconucos a los Gazapines de Cascaruca.
Por lo demástestigo es el arrendador de su hacienda en este pueblode loque yo respondí al darme él la noticia de que se hallaba usted a las puertasde la muertey sin un ser de su propia sangre a su lado a quien dejar suscaudales opulentos. -«Pobre soy (esto dije); cargado de familia y denecesidades me hallo; pero así me iré a la sepultura antes que darle asospechar que le visito con miras interesadas. Si él quiere acordarse de míaquí estoy dispuesto a servirle en cuanto yo pueday a agradecerle losbeneficios que tenga a bien dispensarme.
Tal dije entonces y tal repito ahoraaprovechando tan favorable oportunidad.
Y pues ya lo sabe ustedvea en qué puedo serle útily mande con franquezaa este su atento servidor y pariente cercano
Lupercio Lupián de la Lobera.»
-Todo esto que hoy me sucede con mis parientes -piensa Gedeón en cuantoacaba de leer la carta-me haría muchísima gracia si no lo viera yo más quepor la superficie; pero es el caso que tiene un fondo endemoniado. Por lo vistohuelo ya a carne muertay estos mis parientes vienen a ser los buitres querevolotean a mi ladoesperando el regodeo que van a darse. Éste es el hechoinnegable.
En cuanto a los comentarios que pudiera hacer sobre él un hombre como yoque en su juventud no se casó por no verse en el riesgo de que sus hijos y suesposa desearan heredarle... vale más no hacerlos. ¡Qué gran libro esla vejez! ¡Lástima que el hombre tenga que morirse cuando empieza a leerle conprovecho!
Luego rasga la carta en cien pedazos; requiere su bastón y sus gabanesyrompe a andar hacia la escalera paso a pasocon la cerviz caída y marcando ellento compás de su andadura con quejidos y carraspeos.
- IX -
In articulo mortis
Estamos otra vez en el gabinete de nuestro personaje. Los entornados postigosdel balcón apenas dejan entrar la necesaria luz para que ojos acostumbrados aella puedan distinguir lo que es sombra y lo que es cuerpo.
Así puede verse el de Gedeón sobre la camano tendidosino recostado enun rimero de almohadasalta la cabezaabierta la bocadesencajados los ojosy aspirandojadeante y anhelosoel aire infecto de aquella triste habitación.
Un poco de humedad en los piesun rayo de sol demasiado fuerte en la cabezasi no se prefiere creer que así estaba decretado por quien es dueño y señorde vidas y almasbastó para derribar de nuevo aquella balumba de humores ydesengañosy hacerla rodar hasta el borde del sepulcro.
En esta recaída no se detuvo la invasión del mal en los límites delestómagocomo en el ataque anterior; a la primera embestida rebasé de lalíneay sitió al corazón por todas partes.
Harto claro lo vio el médico en las ansías del paciente; y sin andarse enremilgos ni en contemplacionesdíjole:
-Amigo míoesto es muy grave; y es preciso que sean heroicos los esfuerzosque hagamos para combatirsiquiera con gloriacontra enemigos de tanto empuje.
-Pues ¿cuántos son los enemigos? -preguntó Gedeón ahogándose.
-Los temiblesdos: la gota que ataca a la viday el desconsuelo que laembravece atacando al espíritu. Yo me encargo de lidiar contra la una hastadonde mis fuerzas alcancen; pero es preciso que alguien se encargue de lidiarcon el otro al mismo tiempo: dividir es vencerdecía el guerrero.¡Quién sabe si venceremos nosotros con esa táctica!
-Haga usted cuanto guste -respondió Gedeón-y tenga entendidopara sugobiernoque en este instante sólo aspiro a morir con la menor suma posible detormentos.
Dos horas después entraba en el gabineteacompañado del Doctorel mismosacerdote que había asistido a Herodes en su enfermedad.
No era Gedeón un hombre combatido por las dudasni fatigado por el examen:era simplemente un haragán de la fe; no había perdido sus creencias; se habíaolvidado de ellas por desuso. Mientras anduvo por el mundoesclavo de todas lasconcupiscencias de la carnemaldito si se le ocurrió una vez siquiera pensaren que poseía un almacuanto más en el destino que ésta tendría cuandodejara la cárcel de su cuerpo.
No le costópuesmucho trabajo al piadoso varón reunir las chispasesparcidasy producir con ellassi no un incendiopor lo menos una luz acuyos resplandores no tardó Gedeón en ver todos los senos y repliegues de suconciencia como en la palma de la mano.
En uno de ellos encontró a Solita agazapada y llorosa. No le pareció lahija del zapatero tan fea ni tan antipática como antesni halló fuera de todajusticia la demanda que en otros tiempos le expuso; mas en cuanto a losvínculos nuevos con que pretendía amarrarlesólo los aceptabacomorazón de derechosecundum quid.
-Pero bien mirado -exclamó a poco ratoy después de oír las piadosas ydiscretas reflexiones de su confesor- ¿qué más me da ya? ¿De qué me sirveese derechoni otros como élni cuantos bienes poseosi todo ello junto nome arrancará de las garras de la muerteni siquiera me aliviará uno solo delos tormentos que ahora me empujan hacia ella?... Dice usted muy biensantohombre: en lo falible de la justicia humanapreferible es la duda de beneficiara un extrañoal recelo de perjudicar al propio. Esos vínculosaunque no tansantos como yo quisierasonal caboel único derecho que dejaré en el mundopara vivir en la memoria de los hombres. Quédese con ellos cuanto en el mundome ha pertenecidoy esa pesadumbre menos impedirá a mi alma elevarse a laregión de la Verdad y de la Misericordia.
En esta situación de ánimo se halla Gedeón cuando aparece a la vista dellector al principio de este cuadro.
Regla entra y sale y se aproxima a la cabecera del lechoora con unmedicamentoora para arreglar las almohadas o la ropa.
El enfermo ya no riñe ni vocea; su único deseo parece limitado a salircuanto antes de aquellas ansias que le ahogan. Esto le pide a Dios a cadainstanteresignado y contritodesde que el sacerdote le volvió a la santa Leyy le absolvió en su nombre.
Aún le falta llenar en el mundo otro debery está dispuesto a llenarle sintardanza; y a eso espera impaciente.
Regla lo sabey no deja asomar a su semblante ni el más tenue reflejo delestado de su espíritu. Acaso la impone la tremenda solemnidad de aquellaagonía terrible; acaso la luz que penetró en la conciencia de su amo la hahecho pensar en las oscuridades de la suya; quizá la fuerza misma de la astuciala sostiene impávida en aquel trance de prueba. Lo cierto es que asiste alenfermo con más diligencia que nuncay que al verla quien la vio días atrása la cabecera de la misma cama y enfrente de Solitajurara que el moribundo hasaldado todas sus cuentas con elladerramando sobre la falda de su vestido elbolsón de sus caudales.
Para que ningún detalle de carácter se nos olvide al inventariar porúltima vez la estancia en que tantas veces nos hemos hallado con la fantasíael lector y yosépase que Adonis sigue en su rincón acostumbradogastandolos menguados restos que le quedan de vida en buscar una postura que no hallapara que la fatiga no te ahogue. Parece que se ha propuesto estirar el hilo desu existencia hasta donde alcance el de la de su amo. Ni un punto másni unpunto menos.
-¿Acaba de llegar esa gente? -pregunta Gedeón a Regla con voz apagada yfatigosa.
-No puede tardar mucho ya -responde Regla.
-Es que si no se dan prisatémome que sea excusado su viaje. Y el otrorecado ¿han vuelto a hacerle?
-Como usted mandó; pero tampoco estaba en casa... esa señora.
Un momento después de oír Gedeón estas palabrasentra en el gabineteSolitajadeante y acompañada de dos gaznápiroscomo de doce años el uno yde diez el otrofeostoscos de ademanesburdos sus vestidoscrespos de peloangostos de frentey como curtidas sus caras por la intemperie; de todo seasombrany casi a empellones de Solita entran en el cuarto.
Éstaque ignora que se la anda buscando para lo mismo que ella viene apretenderarroja contra la cama aquel par de memoriales agrestesdiciendo condesgarro al propio tiempo:
-Ahí los tienes. ¡Niega ahora tu sangre!
Y acercándose en seguida a los motilonesencáralos con el enfermoy lesdice en tono melodramático:
-¡Hijos míos: ése es vuestro padre!
A lo cual los rapacesdespués de mirar al aludido por Solitamíranse unoa otrocomo preguntándose mutuamente «¿qué te parece de esto que noscuentan?» y acaban por echarse a reírtapándose la boca y las narices conlas manospor todo disimulo.
Mientras Solita y sus hijos representan esta escena grotescael sacerdoteel Doctorun escribano y dos personas másayudantes de éstehan llegado algabinete y detenídose a la entrada por respeto a lo que ocurría junto allecho. Para los dos primeroslas últimas palabras de Solita no tienendesperdicio.
En cuanto a Regladesapareció de la escena tan pronto como en ellaapareció la otra.
-Señor curaDoctor... -exclama el enfermo al distinguirlos en la estancia-.Ustedes han visto y oído todo esto... ¿no es verdad?... Pues bien -continúadespués de obtener sus respuestas afirmativas- así y todono vacilosiquiera en mis propósitos... Señor curano hay tiempo que perdery yo estoypronto a cumplir lo prometido. ¡Que Dios me lo tome en descargo de mis culpas!
Prepárase el sacerdote; hácese salir de la estancia a los cerrilesmuchachos; requiérese en debida forma a Solita; asómbrase ésta al conocer losnuevos propósitos del moribundo; acúsase de la ligereza conque ha procedidocon él escudándose con la pasada resistencia; y disimulando mal el gozo que lecausa la noticiacolócasepor mandato del sacerdotea la cabecera de lacama... Y allí Gedeónin articulo mortisy con la bendiciónde Diosla recibe por esposa y reconoce a todo trancepor hijos suyosa los nietos del zapatero Judascon encargo expreso de que su madre los eduqueun poco mejor de lo que están.
-Ahora ustedseñor notario -dice a ésteterminada la otra ceremonia-yprontoporque esta luz se apaga.
En efecto: sus ansias crecen por instantesy el Doctor halla en el pulso delenfermo síntomas de mal agüero.
Quédanse solos el notario y Gedeón; y testa éste en muy pocas cláusulaslegando a Reglapor una de ellasy como en pago de antiguos y buenosserviciosmucho más de lo que la ambiciosa sirviente pudo prometerse nunca; amenos que alguna vez no le pasara por las mientes alzarse con el santo y lalimosnapunto quea mi entenderjamás se pondrá en claro.
Por otrasepara del cuerpo de bienes una suma de importancia para premiar elmejor libro que se escriba en el plazo de dos añosa contar desde aquel díasobre las Miserias de la vida del solterónsiendo los jueces delcertamen que se abra al efectoel Doctor y el señor cura allí presentesy encaso de empateel célibe más viejo que haya en la población.
También es su voluntad que se doble la recompensa si la obra llega a serdeclarada de texto en las escuelas de la nación.
El resto de sus bienesdeducidas algunas mandas piadosasqueda en beneficiode su viuda.
Mientras se lee el testamento y le firman los testigosSolita frunce en vanola afilada jetay en vano tira de sus párpados para arrancar de la fuente desus ojos una lágrima siquiera: pesan más en su fantasía los risueños cuadrosde lo porvenir que se forjay en su memoria el recuerdo de tantos años deesclavitud y de aislamientoque en su corazón la pena que le causa la agoníade su antiguo amante.
Reglaentre tantoimpasible y con el ceño ligeramente fruncidoparece laestatua de Némesis inexorable. Sólo le falta la espada en su diestra; y parabien de Solitavale más que le falte.
Los dos gaznápirosmetiéndose los dedos en las naricesatisban la escenadesde la puerta del gabinete.
Terminada la ceremoniael enfermo ruega al Doctor que se acerque a él. Surostro tiene la palidez del lirio; su vista una fijeza imponente.
-Me mueroDoctor -le dice con voz lenta y apagada-. La poca vida que teníala he gastado en el cumplimiento de estos últimos deberes...
El Doctor le pulsale observay llama con una seña al sacerdote para quese aproxime. El médico del cuerpo no tiene nada que hacer allí ya.
El del alma le administra el último sacramentoy de nuevo le bendice y leconsuela.
-Acercaos todos -dice luego el moribundo-ya que Dios ha permitido que yo nomuera solo y desesperadoy recoged mi último pensamiento... fruto sazonado demis desengaños... ¡Qué patentes los ven ahora mis ojos... a la luz de laVerdad... que alumbra el tránsito de mi espíritu!... Pasé lo mejor de laexistencia huyendo de los soñados males del matrimonio... y muero abrumado...por cuantas pesadumbres caben... en la peor de las familias... sin haber gustadouna sola de las ventajas... de la vida conyugal... ¡Castigo justo de miegoísmo grosero!... Locura es digna de la soberbia humana... buscar un caminosin cruz... en el Calvario de la vida... Elegir la de Cristo... para que pesemenos... es lo cuerdo y lo acertado... Yo tomé la de Barrabás... yquebrantóme su peso... No está la dicha en eludir la leysino en el bien quereporta el trabajo... de cumplir con sus preceptos... Por huir de ellosmealejé de Dios y de los hombres... y merecícomo otros muchos insensatoshundirme en las sombras de la muerte... como el ave triste de los páramos...entre el frío de la soledad... y sin huellas de mi paso por el mundo.
Por la bondad de Dios... le hallé a usted en mi caminoDoctor... A usteddebo la dicha de expirar... reconciliado con los hombres... fortalecido con lafey alentado por la esperanza... ¡Cuántos desgraciados le deberán... elmismo beneficio!... ¡Admirable destino!... Consolar al triste... redimir alesclavo... Para usted... toda la gratitud... de mi corazón... Mi almainmortal... ¡Dios mío!... tuya es... y te la entrego... si no limpia... deculpalavada... en el arrepentimiento... ¡Ampárela... tu infinita...misericordia!...
Dicebesa un Crucifijoy expira.
- X -
Cabos sueltos
Este libro debiera concluir en la última palabra del capítulo anterior;pero hay lectores nimios que quieren apurar la materia hasta las heces.
Por complacerlos añado estos renglones.
Para que todos los cálculos que Gedeón hizo en vida fuesen erradossumuerte arrancó lágrimas a cuantas personas la presenciaron... excepto a Reglaa Solita y a sus hijos; es decira todos menos a los que tenían obligaciónde llorar en aquel trance.
No deben despreciar este dato los ingenios que aspiren a merecer el premiolegado por Gedeón.
Al exhalar éste el último alientooyóse un quejido angustioso hacia elrincón en que yacía el ratonero. La honrada bestezuela acababa de morirtambién; y a juzgar por la actitud airada en que quedó su cadávercreeríaseque la visión de Mertoesgrimiendo la verdascale atormentó en los últimosinstantes de su vida.
Tan pronto como el sacerdote cubrió con la sábana la faz del que entre losvivos se llamó GedeónReglaque había estado contemplando su agonía conrostro impasible y los brazos cruzadossalió del gabinete y se puso a hacer suequipaje.
Concluida su tareaentregó al Doctorcomo testamentariolas llaves de quepor tantos años había sido depositaria; y sin querer dar explicaciones acercade su conductadespidióse de aquél y del sacerdotesacó el baúl a laescaleray llamó a la señora Rita para que se le condujera adonde ella lediría.
-¡Qué le parece a ustedseñora Regla! -díjole la incorregible portera.-No le faltaba del todo la razón al desalmado tío Judascuando nos decía quehabía quién que mandaba en esta casa más que nosotros y que el amo. ¡Vivirpara verseñora Regla!... Y todo bien miradobuen provecho les haga; que atanto preciosale muy caro el señorío... La mujer honradala piernaquebrada; y zapateroa tus zapatos.
Y así charlando la señora Ritay callada como un muerto Reglallegaron alportal en quepor respeto al triste acontecimientose paseaba el tío Simóncon la ropa de los domingos.
-Quédese usted con Diostío Simón-díjole Regla al pasar por delante deél.
-Vaya usted muy enhorabuenaseñora Regla -respondió el zapaterosinpreguntarla siquiera si se marchaba para no volver.
-¿Usted tan satisfecho siempre?
-Siempre cumpliendo con mi deberseñora Regla.
-Bueno es eso; pero sírvale de gobierno que en ocasiones no alcanzay hastaperjudica.
-Vivir para vercomo dice Rita.
-Pues por lo que he vivido y llevo visto lo digo yotío Simón.
Al poner Regla los pies en la calleun cuerpo pesado y negruzco cayócomollovidodelante de ellaenvuelto en un retal de manta sucia. Era el cadáverde Adonisarrojado por Solita.
Detúvose Regla un instantesorprendida por el suceso; y como si conocierala mano inclemente que tal había hechono pudo menos de murmurar entredientescontemplando los restos del ratonero:
-Entre algodón cardado te metieron los propios por la puertay ahora tearrojan los extraños en cueros por la ventana... No te duela el mal pagoqueno es mucho mejor el que a mí me dansiendo mayores mis servicios.
Solita no volvió a dejar la casade que ya era dueña; y tan pronto comosalió de ella el cadáver de Gedeónechóse con avidez a registrar alacenas ycajonesen tanto sus hijosatracados ya de cuanto rapiñaron en los estantesde la despensametían la cabeza en los armarioshojeaban los libros quetenían láminasy olían y manoseaban todos los cachivaches de la casa.
El resto se adivina.
De Anás y Caifástengo pocas noticias.
Sé que el primerodespués de estar medio desplumado por la familia de lacarabinerase casó con ésta tan pronto como falleció el sargento licenciado;y quepoco más alládesplumado por enterono hallaba en casa quien quisieradarle de comer.
Sé que Caifás tuvo que publicar su casamiento para ver si conseguía domara su mujerquitando el motivo a sus amenazas; sé que no logró su objetopueslos parientes queoculto el casamientose limitaban a sentarse a lamesa uno a unodespués de publicado acudían por docenas a casa de Caifáspara comerle el pan y hacerle la tertulia por la noche; y aun me consta queporcomplacer en ello a su mujermuchas veces alumbraba hasta la puerta de la callea los que entraban y salían.
Sépor últimoque llegadas las cosas a estos extremosAnás y Caifásvolvieron a encontrarse tope a tope en una acera; y quesobre si pasas tú porla derecha o paso yose dieron otra mano de leña como la de marrashasta quelos separó la gente y los rechiflaron los granujas.
Y no sé máslector. Por tantoaquí lo dejo si me das licencia; pues enDios y en mi ánima te juro queal llegar a este punto con la historiameduele ya la manode escribirla de corrido y sin vacantes.
Polanco (Santander)setiembre de 1877.